NAVARRA
Geología
En Navarra se halla representada una amplia gama de materiales, desde el Ordovícico hasta el Cuaternario, distribuida en líneas generales de Norte a Sur y de más antiguos a más modernos.
También se puede estudiar todo un conjunto de ambientes sedimentarios antiguos, tanto marinos como continentales.
Las estructuras geológicas, por otra parte, registran los efectos de dos importantes orogenias: la hercínica y la alpina.
Los materiales más antiguos que afloran son los del Ordovícico* y Silúrico*; que se encuentran en la parte oriental del macizo de Quinto Real (Zona de Ortzanzurieta), donde el conjunto sobrepasa los 1.800 metros de potencia, estando la sucesión formada por cuarcitas, esquistos y, en la parte superior (Silúrico), esquistos gris azulados o negros, con presencia de Graptolites con intercalaciones calcáreas. De este último tramo hay también un afloramiento en el alto de Anzabal*, al E de Maya del Baztán.
En los estratos superiores inmediatos se sitúan los depósitos del Devónico, seguramente los mejor conocidos del Paleozoico de Navarra, debido a que presentan una mayor variedad de las facies litológicas y son mucho más ricos en fósiles.
Geográficamente se distribuyen en la parte oriental de Cinco Villas, en la zona de Maya y de Bértiz. En Quinto Real forman una franja entre los materiales descritos anteriormente y los del Carbonífero; en Oroz Betelu la totalidad del Paleozoico aflorante pertenece al Devónico. Litológicamente es un conjunto muy variado con presencia de calizas, dolomías, izarras y areniscas, normalmente distribuidas en grandes grupos, donde suelen predominar los elementos terrígenos (pizarras y areniscas) o los carbonatados (calizas dolomías), aunque también es frecuente encontrar alternancias de todos ellos.
El Carbonífero* es muy uniforme en Cinco Villas, al estar constituido por una alternancia de carácter flysch de pizarras y grauwacas, entre las que, esporádicamente, se intercalan niveles de conglomerados de cuarzo y lentejones de calizas normalmente asociados a niveles de liditas. En la zona de Lesaca-Aranaz la presencia de unas calizas marmóreas de más de 300 m de espesor, con abundante pirita, rompe la monotonía del conjunto. La datación de este tramo se presenta muy difícil por la escasez de fósiles.
En Quinto Real se da el mismo tipo de alternancia, pero en este caso se dispone por encima de un paquete de dolomías, donde se encuentran también calizas y pizarras; engloba un nivel de una extraordinaria importancia económica, el de magnesitas, explotado en Asturreta.
Al O del macizo de Cinco Villas aflora el granito de Peñas de Aya, sin duda coetáneo de las últimas pulsaciones hercínicas. La intrusión del granito ha provocado en las rocas encajantes una aureola metamórfica, debido a la elevada temperatura a que se produjo (aproximadamente 600º C).
El Paleozoico termina con los sedimentos detríticos rojos del Pérmico; se concentran al E del valle del Baztán y en un afloramiento aislado en el monte Mendaur*. Son pizarras, areniscas, brechas, conglomerados e incluso calizas, con potencias muy variables de unos afloramientos a otros.
El Mesozoico se encuentra en Navarra más repartido que el Paleozoico, aunque fundamentalmente aflora al NO, en una zona comprendida entre la Barranca y el macizo de Cinco Villas.
El Triásico se distribuye rodeando a los macizos paleozoicos y en los diapiros de las terminaciones orientales de las sierras de Aralar, Andía y Lóquiz. Los materiales que rodean los macizos hercínicos son casi exclusivamente conglomerados, areniscas, limos y arcillas, todos ellos de una tonalidad rojiza (Buntsandstein), y localmente calizas y dolomías (Muschelkalk). Los conglomerados y las areniscas que forman la parte basal de la serie son silíceos y están muy cementados, por lo que presentan una extraordinaria dureza y resistencia a la erosión; topográficamente destacan sus afloramientos.
Los materiales que rellenan los diapiros, también en la zona del Baztán, son yesos y arcillas, de carácter muy plástico, del Triásico terminal (Keuper) y sus afloramientos coinciden, por lo general, con zonas topográficamente deprimidas.
Siguiendo en la escala del tiempo, los sedimentos pertenecientes al Jurásico, se encuentran exclusivamente en la sierra de Aralar*, en la zona de Huici y en la banda Leiza-Baztán. Litológicamente se puede dividir el Jurásico en tres tramos: el inferior está compuesto por dolomías y calizas; el medio es fundamentalmente margoso, con intercalaciones de calizas arcillosas y extraordinariamente rico en fósiles (Ammonites*, Belemnites*, Lamelibranquios*, Braquiópodos*); el superior vuelve a ser calizo, a veces arenoso con episodios de calizas arrecifales muy notorios en la sierra de Aralar*.
En el Jurásico Superior y base del Cretácico* Inferior se desarrollan una serie de sedimentos de aguas dulces o salobres, integrados básicamente por calizas con restos de Ostrácodos* y ooginios de Charáceas* y (facies Purbeck) y arcillas calcáreas con areniscas (facies Weald).
El Cretácico muestra una distribución geográfica mucho más amplia, a la vez que una menor uniformidad en las facies litológicas. El inferior se concentra en la zona comprendida entre la Barranca y los macizos de Cinco Villas* y de Quinto Real*. Precisamente en el borde de este último macizo se encuentran los materiales detríticos, areniscas y conglomerados, mientras que hacia el Oeste se distribuyen los materiales margosos y margoso-arenosos entre los que se intercalan paquetes de calizas arrecifales; éstas tienen su máximo desarrollo en la sierra de Aralar*.
Al final del Cretácico Inferior cambian sensiblemente las condiciones paleogeográficas con una distribución de los materiales que varía de N a S. Al N tiene lugar una sedimentación de margas y areniscas de carácter flyschoide. En la Barranca se pasa a una sedimentación de margas oscuras con nódulos ferruginosos, y, más al Sur, ya en Alloz y Estella, se tienen unas secuencias arcilloso-arenosas de origen deltaico. Por último, en Meano afloran las arenas de las “facies de Utrillas”, claramente continentales.
El Cretácico Superior presenta tres facies características. Al NO se disponen los depósitos de origen más profundo, el flysch que cubre tres áreas, la de Vera de Bidasoa, la de Saldías y la de Auza-Beunza. Estos niveles del flysch* abarcan desde el Cenomaniense al Maastrichtiense y hay zonas donde se produce un predominio de niveles calcareníticos. Las margas del Cretácico Superior tienen su máxima representación al Sur y al Norte de la sierra de Urbasa*, en las Améscoas* y en La Barranca* y La Burunda*. Generalmente son margas con intercalaciones de calizas arcillosas de espesores variables.
Las facies de calizas tienen una repartición geográfica más amplia, que va desde las de Larra*, Norte de la fábrica de Orbaiceta y alrededores del macizo de Oroz Betelu* hasta las de la sierra de Lóquiz* y sierra de Cantabria*. Litológicamente son algo distintas; al Suroeste predominan las calcarenitas en las sierras de Cantabria y Lóquiz, mientras que al Noroeste, en Oroz Betelu, calizas y dolomías, y en Larra calizas.
En Alaiz* y Leire*, después de las calizas del Santoniense, se encuentran calizas arenosas, areniscas, e incluso microconglomerados del Cretácico terminal (Maastrichtiense).
Los materiales del Cenozoico* son con mucho los más difundidos en Navarra; ocupan prácticamente toda la zona Sur y Noreste de Navarra. El Paleoceno* es un tramo bastante uniforme constituido por dolomías (que en algunas zonas pueden faltar) y calizas, localmente arrecifales (calizas de algas) y margas, con espesores variables desde 260 hasta unos pocos metros.
Durante el Eoceno* siguen las mismas facies de plataforma en la zona Sur, Leire*, Alaiz*, Urbasa* y Andía*, donde siguen depositándose calizas, calcarenitas y margas.
Al Noreste de Andía los sedimentos de esta época son margas; se produce un cambio lateral de facies con las calizas y calcarenitas.
En la zona Noreste de Navarra (Valles pirenaicos), ya desde finales del Paleoceno se produce una sedimentación de tipo flysch que en algunos puntos puede superar los dos mil metros de espesor total. Este flysch presenta las típicas secuencias centimétricas, a veces decimétricas, de areniscas calcáreas, margas y calizas de grano fino. Es un paquete muy uniforme que se ha podido separar gracias a la microfauna y en especial a los Nummulites*, Alveolinas*, Globigerinas* y Globorotalias*.
Entre el flysch se encuentran unas barras calcáreas interestratificadas consideradas como olistostromas*, grandes bloques desprendidos desde el borde de la plataforma carbonatada, que van a parar a la cubeta flysch y presentan una secuencia con brechas de cantos y bloques en la base, calcarenitas con gran abundancia de Nummulites y Alveolinas y calizas arcillosas de grano fino en la parte superior.
Los materiales de origen marino más modernos son las “Margas de Pamplona” que rellenan las cuencas de Pamplona* y Lumbier* y coronan las sierras de Urbasa y Andía, cambiando lateralmente de facies con los niveles superiores de calcarenitas. En las cuencas, la acumulación de estos materiales es importante; puede llegar a tener los 2.000 m de potencia.
A finales del Eoceno y por efectos de los movimientos tectónicos, se produce un confinamiento de la cuenca marina, en la que se depositan las facies de potasas y, a partir de este momento, el mar se retira totalmente; todos los depósitos que se producen en el Oligoceno y Mioceno, son de carácter continental (fluviales y lacustres).
En líneas generales puede decirse que, por efectos de la orogenia pirenaica, se hunde el bloque del Ebro; mientras, se levantan los dos bordes, el Pirineo y la cadena Ibérica, lo que provoca una rápida erosión de las zonas levantadas, y un fuerte acarreo de materiales hacia la cuenca, a través de corrientes primero torrenciales y luego fluviales. De esta manera se llegan a sedimentar series ininterrumpidas de materiales de hasta 7.000 metros de espesor en algunas zonas (Carrascal).
Los materiales se distribuyen con los conglomerados y las areniscas en las zonas de borde, junto a los macizos levantados; hacia el centro de la cubeta se va produciendo una gradación hasta los sedimentos de origen lacustre evaporítico de conglomerados y areniscas, areniscas y arcillas, arcillas y calizas, y arcillas y yesos.
La datación de estos materiales sigue siendo la más problemática. Habitualmente se ha hecho a partir de los yacimientos de vertebrados fósiles de Tudela y Monteagudo y gracias a los pocos ejemplares (y generalmente poco representativos) de Ostrácodos y oogonios de Charáceas; los escasos Gasterópodos encontrados se han revelado como poco válidos para estas diferenciaciones.
Los depósitos cuaternarios tienen una gran importancia; en las terrazas fluviales, tanto antiguas como las modernas, de los ríos más caudalosos se desarrollan los mejores campos de cultivo. Las terrazas tienen una especial relevancia en la mitad Sur de Navarra y, concretamente, en los valles del Ega, Arga, Aragón y del propio Ebro. Están constituidas por gravas, arenas, limos y arcillas sin consolidar por lo general, aunque en el caso de las terrazas colgadas más antiguas las gravas están cementadas y llegan a formar verdaderos conglomerados.
Los glacis de erosión tienen una composición distinta, con mayor predominio de los materiales finos (arcillas y limos) que constituyen la matriz, y con presencia de cantos angulosos; también ocupan zonas relativamente extensas en la mitad Sur de Navarra.
Navarra ha sido afectada por dos fenómenos tectónicos de gran importancia, la orogenia hercínica y la pirenaica.
Geomorfología
En la zona Norte de Navarra y especialmente en la zona de los macizos paleozoicos y triásicos destacan los relieves montañosos con pendientes relativamente fuertes (muchas veces superiores al 20%), aunque sin grandes elevaciones, en los que difícilmente se producen escarpes importantes a excepción de los que dan los conglomerados y areniscas del Triásico (Larrún*, Gorramendi*, Mendaur*, Alkurrunz*).
En la zona de los valles pirenaicos, la alternancia de niveles de materiales densos y permeables (calizas*) con otros más fácilmente erosionables y menos permeables (flysch), junto con la estructura resultante de la orogenia* pirenaica, produce un conjunto de alineaciones montañosas y depresiones de dirección Este-Oeste, cortadas por valles fluviales de dirección Norte-Sur, con formación de foces en los tramos en que se atraviesan las calizas (Arbayún*, Lumbier*, Ugarrón*, Biniés*).
La zona de la cuenca de Pamplona y Lumbier, ocupada principalmente por margas que una vez puestas al descubierto se erosionan con relativa facilidad, da una morfología típica de depresión.
En la parte Noroccidental de Navarra se encuentran una serie de elevaciones montañosas de dirección Este-Oeste, separadas por zonas deprimidas. Las elevaciones las forman las calizas, normalmente muy carstificadas y a veces por efectos de la estructura constituyen verdaderas mesetas*, como en el caso de Urbasa. Las depresiones se excavan en las margas más blandas e impermeables (Barranca*, Améscoas*). En esta zona abundan los ejemplos de relieves invertidos (sinclinal de San Donato*, anticlinal de Ergoyena*, valle de Lana*, etc.)
La morfología de la mitad Sur de Navarra pasa de unos relieves relativamente fuertes formados por los conglomerados de Izaga*, Perdón*, Peña*, Montejurra*, a las zonas llanas ocupadas por las terrazas fluviales dejadas por el río Ebro y sus afluentes principales. También destacan las zonas del relieve en mesa* (La Negra*) y los “sasos” y “planos” que se han modelado a expensas de “terrazas” antiguas colgadas o bien de “glacis”.
En general esta mitad Sur, que corresponde a la Depresión del Ebro, se ha erosionado con facilidad; los materiales son relativamente blandos (principalmente arcillas*) e impermeables, por lo que el agua actúa sobre ellos de forma importante.
Por la riqueza y variedad de su patrimonio cultural, fruto de una larga y compleja historia, y por la fuerza de los contrastes y la suavidad de las transiciones geográficas entre unas y otras áreas de su solar, el nombre de Navarra ha alcanzado en el mundo resonancias superiores a las que cabría esperar de la pequeñez de su territorio (10.421 km2, 2,1% del territorio español), la escasez de su población (512.676 habitantes en 1986, 1,3% de la española) y la modestia de su economía (1,5% del P.N.B.). Aquí se hablará de la variedad geográfica, tanto natural como cultural, en sus rasgos fundamentales, que justifican la existencia de las zonas, comarcas y valles tratados singularmente en esta enciclopedia; se excluyen los temas relativos a la demografía, el urbanismo y la economía.
Diversidad ecológica
Hay en Navarra altas montañas de tipo alpino y grandes llanuras; ríos muy caudalosos y barrancos semejantes a los wadis del Sahara, magníficos bosques de hayas y estepas desoladas: un mosaico de paisajes naturales, en suma.
Entre los Pirineos y el Ebro. Desde el punto de vista morfológico, se distinguen claramente una zona montañosa, al N, y otra llana, al S. Aquella comprende la porción occidental del Pirineo y la oriental de las Montañas Vasco-cántabras. Tres grandes unidades de relieve cabe diferenciar en el Pirineo navarro. En primer lugar, los macizos antiguos de Quinto Real y Cinco Villas, restos de una cordillera formada en la Era Primaria con el plegamiento herciniano y que luego fue erosionada, fraccionada y desnivelada en diversos bloques de cumbres suaves y modesta altitud separados por corredores y cubetas o por gargantas estrechas y tortuosas; forman parte de la España silícea, integrada principalmente por pizarras y cuarcitas y por granito en el caso de las Peñas de Aya.
En segundo lugar, las montañas de la Alta Navarra, situadas al E. del gran accidente tectónico Estella-Elizondo-Dax y al SE de los viejos macizos, son un conjunto de sierras de rumbo NO-SE cortadas perpendicularmente por los ríos Arga, Erro, Urrobi, Irati, Salazar y Esca, que forman valles estrechos y foces (Lumbier, Arbayún) al atravesar rocas resistentes a la erosión, como las calizas y anchos al atravesar formaciones rocosas blandas, como las margas y el flysch. Ésta es la parte más alta de Navarra: 2.434 m en la Mesa de los Tres Reyes. El glaciarismo cuaternario afectó a sus cumbres más excelsas, aunque sólo adquiriera cierta importancia en Larra. Y por último, las Cuencas prepirenaicas de Pamplona y Lumbier-Aoiz, situadas al S. de la unidad anterior, son sendas depresiones excavadas por los ríos en las margas eocénicas de color grisazulado que se extienden por el Prepirineo entre Pamplona y Tremp. La Cuenca de Lumbier-Aoiz está avenada hacia el Aragón por la red del Irati y la de Pamplona por el Arga. El fondo de ambas se halla a 450-550 m y las sierras que las contornean y el islote montañoso que las separa (Peña Izaga) superan los 1.000 m: Leyre 1.355 m, Izco 1.033 m, Alaiz 1.289 m, Perdón 1.039 m, Sarvil 1.138 m e Izaga 1.362 m.
Las Montañas Vasco-cántabras se alzan al O y son una serie de sierras, también calizas, de dirección E-O separadas por corredores y valles que los ríos ahondaron en las rocas margosas. De N a S y más o menos paralelamente, se encuentran la sierra de Aralar (Irumugarrieta, 1.427 m), el corredor del Araquil, que sirve de enlace entre la Cuenca de Pamplona y la Llanada de Vitoria, las sierras amesetadas de Urbasa y Andía (San Donato, 1.495 m), el corredor de las Améscoas, la sierra de Lóquiz (1.255 m), la Valdega y la sierra de Codés lato sensu (1.414 m), que se alza en la frontera con la cuenca sedimentaria del Ebro.
Tanto las Montañas Vasco-cántabras como las Pirenaicas de la Alta Navarra forman parte de la España calcárea: calizas y margas son las rocas más representativas. La mayor parte de las escarpaduras serranas tienen aquella composición litológica y ofrecen magníficos ejemplos de modelado y relieve kársticos (Larra, Aralar, Urbasa-Andía, etc.), mientras que cuencas, corredores y valles corresponden a los afloramientos margosos y de facies flysch.
Si en el N de Navarra, en la Montaña, dominan las alturas superiores a 600 m y las rocas sedimentarias de origen marino depositadas en la Era Secundaria y comienzos de la Terciaria, en la Depresión navarra del Ebro, raro es el relieve que alcanza o supera dicha cota -lo corriente es que las alturas queden por debajo de 400 m-, y los sedimentos oligomiocénicos son de tipo continental-lacustre, unos detríticos, como los conglomerados, areniscas y arcillas, y otros evaporíticos, como los yesos y calizas de los páramos; a ellos hay que añadir las extensas formaciones aluviales pleistocénicas. A grandes rasgos forman parte de la España arcillosa. Tres tipos de llanura se dan en ella: terrazas fluviales, glacis de erosión, de inclinado y suave perfil longitudinal, y plataformas estructurales, que aquí se llaman planas (Negra, Sancho Abarca). La parte N de la depresión navarra del Ebro se halla afectada por pliegues halocinéticos que la erosión modeló en crestas de dirección NO-SE y altitud pequeña separadas por vales o valles colmatados y de fondo plano.
Navarra lluviosa y Navarra seca. Una parte de Navarra, la Montaña, pertenece a la España lluviosa y otra, la Ribera, a la España seca. Entre las dos hay una zona de transición pluviométrica, la Zona Media. En la primera las precipitaciones medias anuales son superiores a 800 mm y abundan los bosques; en la segunda son inferiores a 500 mm y domina el paisaje estépico; en la tercera las precipitaciones quedan comprendidas entre 500 y 800 mm y es una mezcla de vegetación.
El N de Navarra recibe muchas lluvias por su proximidad a las trayectorias que siguen habitualmente las borrascas atlánticas y por el efecto de estancamiento y precipitaciones orográficas consiguientes que provocan las montañas cuando trata de salvarlas el aire marino húmedo. Las lluvias son regulares (125-150 días al año), y aunque disminuyan en el estío, no puede hablarse de aridez: la Montaña pertenece a la España holohúmeda. El régimen térmico permite diferenciar en ella los valles cantábricos, que tienen inviernos suaves y veranos moderados, y los pirenaicos, con inviernos claramente fríos y veranos frescos. Aquéllos forman parte de la Europa templado-atlántica, como pone de manifiesto su vegetación actual y potencial, formada por frondosas, robles (Quercus robur) en los fondos de valle y hayas (Fagus sylvatica) por encima de 600 m. Allí donde las talas han sido continuas, en vez de bosques hay landas o matorrales de brezos, árgomas y helechos. Esta vegetación y el clima húmedo que la justifica desbordan la divisoria de aguas atlántico-mediterránea y se adentran hacia el S. En dirección E el clima deja de ser atlántico y se torna subalpino, con inviernos fríos, nevadas copiosas y veranos luminosos y relativamente secos. Las frondosas se refugian en las laderas de las montañas expuestas al N y NO y se hacen predominantes las coníferas: principalmente, pino silvestre (Pinus sylvestris) entre los 700 y 1.500 m, pero también abeto o pinabete (Abies alba), y, entre 1.500 y 2.000 m, pino negro (P. uncinata). En el sotobosque crece sobre todo el boj, que forma extensos matorrales allí donde se talaron abusivamente los bosques.
Alejadas y aisladas del mar, las llanuras de la Ribera reciben precipitaciones muy parcas y anárquicamente distribuidas a lo largo de los años y de los meses del año. En algunas áreas de las Bardenas Reales no llegan a 400 mm, cifra cinco veces menor que la de los valles cantábricos, distantes en línea recta unos 100 km. Además, el verano es acusadamente seco. El de la Ribera es un clima mediterráneo-continental, esto es, con fuertes oscilaciones de temperatura entre los inviernos, fríos, y los veranos, calurosos. Aislada de los mares por los Pirineos, las Montañas Vasco-cántabras, el Sistema Ibérico y las Cordilleras Catalanas, la Depresión del Ebro -a la que pertenece el S. de Navarra- tiene que recibir necesariamente pocas precipitaciones y escasa influencia reguladora de las temperaturas. Además sopla en ella con frecuencia el cierzo, frío en invierno, refrescante en verano, siempre violento, desapacible y turbulento y gran activador de la evaporación. De ahí que en la Ribera sólo queden algunas reliquias de los bosques mediterráneos que la cubrieron antes del poblamiento humano: encina (Quercus rotundifolia), pino carrasco o de Alepo (Pinus halepensis), coscoja (Quercus coccifera), etc. La vegetación ya no es caducifolia, sino perennifolia, no es higrófila, sino xerófila. Grandes extensiones de la Ribera son xeroestepas en las que crece el esparto y las plantas olorosas mediterráneas.
Entre la Montaña, lluviosa, y la Ribera, seca, hay una Zona Media, que participa de las características de ambas. Su clima no es tan continental como el de la Ribera, pero tampoco puede calificarse de oceánico; sopla el cierzo, aunque no sea tan violento y veloz como en las llanuras próximas al Ebro; y hay ya cierta sequía estival, que va incrementándose progresivamente de N a S. Y puesto que la zona Media es una zona de transición climática, no debe extrañar que también lo sea desde el punto de vista vegetal. Crecen en ella algunos tipos de roble, como en el Noroeste, aunque de hoja más pequeña, algunos pinares de pino silvestre y bojerales, como en los valles pirenaicos, y algunos encanares y pinares carrasqueños, como en la Ribera. Quizá lo más representativo sea el quejigo o roble carrasqueño (Quercus faginea), un árbol que es medio roble y medio encina. La marcescencia de las hojas es aquí más típica que su caducidad o su perennidad.
Ríos y barrancos. Sólo una pequeña parte de Navarra vierte al Cantábrico (1.089 km2) por medio del Nive, Nivelle, Bidasoa, Urumea y Oria, ríos de régimen pluvial oceánico que presentan altas aguas de estación fría y bajas aguas estivales nunca muy contrastadas y que ni conocen catastróficas crecidas ni fuertes estiajes. La mayor parte del territorio (9.332 km2) es avenado hacia el Mediterráneo a través del Ebro, que aquí se hace varón (237 m3/segundo de módulo en Castejón) después de recibir al Ega, Arga y Aragón. El primero de estos tres ríos tiene cerca de su desembocadura 16,8 m3/segundo de caudal medio, el segundo 55,6 y el tercero 81,0. El régimen del Ega es, en todo su trayecto, de tipo pluvial oceánico, el del Arga en su curso bajo de tipo pluvio-nival atenuado y el del Aragón, también en el curso bajo, claramente pluvio-nival, en este caso por influencia del Irati, Salazar y Esca. Los ríos “varones” navarros son bastante regulares y sufren crecidas voluminosas y estiajes moderados. El Ebro adquiere las características hidrológicas que le proporcionan dichos tres grandes afluentes de su orilla izquierda y en especial el Arga-Aragón, y de ahí que también tenga régimen pluvio-nival.
Si no fuera por el Ebro y sus tributarios pirenaicos, la Ribera sería un semidesierto surcado por barrancos que sólo llevan agua en invierno y especialmente con ocasión de las grandes tormentas. El mayor de todos es el barranco de Limas, que avena una parte considerable de las Bardenas Reales. Los barrancos son semejantes a las ramblas y a los wadis del desierto. Y los ríos hacen el papel de verdaderos “hilos”, que experimentan de cuando en cuando catastróficas crecidas, pero que fertilizan con sus aguas las tierras que recorren, transformándolas en ricos oasis. Hay en Navarra, finalmente, pequeñas áreas endorréicas (endorreismo por aridez) en la Ribera y la Zona Media (laguna de Pitillas).
Confluencia de culturas rurales
Navarra no es solamente una confluencia o encrucijada de dominios bioclimáticos y geomorfológicos, sino también de tres grandes culturas rurales europeas a las que se podía calificar de atlántica, alpino-pirenaica y mediterránea. Las dos primeras arraigaron en la Montaña y la tercera en La Navarra Media y, sobre todo, la Ribera. No hace falta decir que de unas a otras se pasa por áreas de transición y mezcla.
La cultura rural atlántica. Es fundamentalmente ganadera (vacas y ovejas lachas, cerdos) y propia de la Navarra Húmeda del Noroeste; prados, helechales y forrajes, bordas y caseríos dispersos son sus símbolos más representativos. Los prados de siega suelen ocupar el lugar de los antiguos robledales, es decir, se localizan en los fondos de valle y en torno a los caseríos y bordas dispersos por las partes bajas de las vertientes montañosas. Se les da uno o más cortes, según se encuentren situados al S o al N de la gran divisoria de agua navarra. Son de propiedad particular, y para señalar con claridad su titularidad jurídica y para impedir que salga de ellos el ganado propio o entre el ajeno, se cercan con muros de piedra superpuesta o mediante losas o lajas hincadas en la tierra, con setos de arbustos y árboles espontáneos o plantados, con empalizada y, las más modernas, con alambre de espino o electrificado. En las partes más altas de las montañas hay prados de diente, ganados por el hombre (“alpinizados”) al bosque. Son de propiedad comunal y de pastoreo estival estante o trashumante. Desde hace algunos años los prados avanzan en extensión a expensas del cultivo.
Éste se basó tradicionalmente en la obtención anual de dos cosechas dedicadas a la alimentación del ganado -maíz, nabo- y una tercera a la alimentación humana -judía- Lo sorprendente es que dichas tres plantas se cultivaban en los campos de manera promiscua. Un policultivo intensivo de esta naturaleza sería impracticable sin abonar abundantemente y enmendar los suelos de por sí pobres y fríos, mediante estercoladuras y encalados. Como cama del ganado y materia prima para elaborar el fiemo, aquí se han echado mano del helecho. En la Navarra Húmeda del Noroeste, y particularmente en los valles cantábricos, cada casa tiene, adscrito e inherente a la misma y transmisible por herencia o venta, el derecho al aprovechamiento de un helechar comunal. En los últimos años tanto el espacio cultivado como los helechales pierden terreno, en beneficio de los prados y forrajes.
Los rasgos anteriores se encuentran igualmente en toda la España y Europa cercana al Atlántico. Hasta cierto punto sucede otro tanto con el tipo de poblamiento mixto que a continuación se describe. Por un lado, hay en el fondo de los valles, y más o menos cercanas a las vías de comunicación -carreteras y caminos que remontan las regatas afluentes hasta los pastos estivales- aldeas o lugares y barrios formados por una agrupación laxa de casas que raras veces tienen entre sí paredes medianiles, y por otro, dispersos por las laderas de los valles y aun por las cumbres suaves de los relieves, una importante polvareda de caseríos (dispersión intercalar) que en algunos casos se califican de bordas, porque lo fueron en su origen. La enjambración desde las casas de los lugares o casas matrices hasta las casas filiales surgidas por ampliación de las bordas ganaderas a partir de la Baja Edad Media es un fenómeno típico del poblamiento humano del Noroeste de Navarra.
En los altos valles pirenaicos del Nordeste el hombre adoptó una cultura bien acomodada a las virtualidades de estas tierras dominadas por el frío y la nieve. Como sucede con otras montañas de la periferia del Mediterráneo, en los valles subalpinos de Navarra se adoptó como sistema ganadero más idóneo: la trashumancia. Desde las cumbres cubiertas ya de nieve a comienzos del otoño, los rebaños lanares salacencos y roncaleses trashuman a los llanos de la Depresión del Ebro, y en especial a las Bardenas y corralizas circundantes, donde permanecen hasta finales de primavera, cuando comienzan los calores que agostarán los pastos de invernada y los balsetes y aljibes y descubrirán los prados alpinos de estivada. Se trata de una trashumancia que se encuentra en plena crisis y es de signo opuesto a la que se establece entre los pueblos de la Ribera y la sierra de Andía, la más meridional de las montañas húmedas, y de aprovechamiento comunal para todos los navarros. Por razones ecológicas, los terrazgos convertidos en ager son aquí escasos en número y superficie, y menguado el cúmulo de plantas en ellos cultivables. De ahí que la agricultura tuviera siempre escasa importancia; se trataba de una agricultura montañesa itinerante o nómada, basada en largos barbechos forestales y en el cultivo de cereales pobres, que en los últimos años han desaparecido en favor de los forrajes y de la patata de siembra. Una riqueza tradicional de esta Navarra altopirenaica es el bosque. Las maderas de pino, roble y haya de Roncal, Salazar y Aézcoa se transportó hasta 1950 por el sistema de almadías, que bajaban por el Irati, Salazar y Esca al Aragón y por este río llegaban al Ebro y hasta el Mediterráneo. Riqueza forestal y pecuaria fueron las bases que sustentaron durante siglos el poder y la influencia política de los valles pirenaicos, hoy en plena crisis socio-económica.
La Zona Media y, sobre todo, la Ribera pertenecen, como dijimos antes, al dominio bioclimático mediterráneo, y es hasta cierto punto lógico que también se divulgaran en ellas -de modo más intenso en la segunda que en la primera- los principales rasgos de la cultura rural mediterránea, basada en esta trilogía de plantas, trigo, vid y olivo, y en el regadío, la trashumancia y los asentamientos humanos concentrados en grandes pueblos. El fuerte contraste regadío-secano es la nota fisionómica más distintiva de los paisajes de la Navarra mediterránea. La trilogía cultural viene en cierto modo determinada por la sequedad del verano, que impone el cultivo de plantas que en su cosecha antes de los grandes calores estivales (caso del trigo) o de aquellas otras que tengan naturales xerófila, como la vid y el olivo, y también la elección de la oveja y la cabra como los animales mejor preparados para llevar a cabo los grandes desplazamientos propios de la trashumancia y para aprovechar como alimento los pobres pastizales de la xeroestepa. Pero la solución mejor para el cultivo de las zonas áridas y subáridas es el riego artificial con agua procedente de pozos y, sobre todo, de ríos y embalses y distribuida por una densa red de acequias y brazales por los campos sedientos. Sólo a partir del siglo XVI se acometieron grandes obras hidráulicas -canales Imperial, de Tauste, Lodosa y Bardenas- y se extendieron considerablemente los regadíos (unas 80.000 Ha en la actualidad). Durante muchos siglos éstos rindieron las mismas cosechas, aunque aseguradas, que los secanos; luego aparecieron, a partir de la Edad Moderna, ciertas plantas revolucionarias: maíz y patata primero, remolacha azucarera y alfalfa después y hortalizas y frutales finalmente.
Otro rasgo característico de los sistemas y paisajes agrarios mediterráneos es el policultivo. La irregularidad interanual de las cosechas motivadas por la aleatoriedad del clima, el deseo de autoabastecimiento y las fluctuaciones de los precios que rigen en los mercados nacionales e internacionales han inclinado al labrador mediterráneo, y en este caso al de la Ribera, a cultivar varias cosas cada año. El policultivo de secano -trigo, cebada, vid, almendro- ha sido típico de la Navarra Media y el somontano del Sistema Ibérico; tradicionalmente combinaba cultivos herbáceos y leñosos o varios de estos entre sí, de manera promiscua, pero desde hace unos años se tiende a la cerealización, y más en concreto al cultivo de las especies vegetales menos exigentes en mano de obra. Las riberas de los grandes ríos son asiento del policultivo de regadío, con base en los forrajes, el maíz y las hortalizas, menos frecuentemente los frutales.
La Europa mediterránea es la Europa de los grandes núcleos de población rurales, con apiñamiento extremo de las casas y estructura urbana peculiar y con emplazamientos defensivos. La concentración del hábitat rural se debe, más que a la escasez de las precipitaciones -porque en la Ribera hay ríos caudalosos capaces de asegurar el abastecimiento urbano-, a la inseguridad y al regadío. Aquélla fue crónica hasta el siglo XV-, de modo que no sorprenden ni el apiñamiento del hábitat humano ni el carácter defensivo de los asentamientos, emplazados en lo alto de cerros, en el borde de terrazas fluviales o al pie de un escarpe sobre el que se alza una fortaleza. En la localización precisa de los pueblos desempeñaron también un papel de cierta relevancia las inundaciones fluviales. En cuanto a la influencia que ha podido ejercer el regadío, no se olvide que para su creación, conservación y organización conviene mucho más el poblamiento concentrado en grandes aldeas que el disperso en caseríos y pequeños núcleos de población, toda vez que el regadío presupone la existencia de fuertes lazos comunitarios, de solidaridad y de trabajo en común. Cada uno de estos grandes pueblos es el centro de un municipio simple, al contrario de lo que sucede en gran parte de la Montaña, que tiene su territorio dividido, a efectos administrativos, en municipios compuestos por varios concejos y que llevan el nombre de valle o cendea.
Ríos y lagunas
Navarra posee importantes ríos que vierten sus aguas al Cantábrico y a través del Ebro al Mediterráneo. La divisoria de aguas de las dos vertientes puede situarse en la Montaña húmeda, que va desde las estribaciones de los Pirineos occidentales, pasando por Velate a la Sierra de Aralar. Desde que nacen en la Montaña hasta su final provincial, presentan aspectos diversos en los distintos tramos. Los ríos de la vertiente cantábrica, Bidasoa, Urumea, Araxes, discurren por valles profundos. Sus bosques en galería están formados por alisos, fresnos y sauces, acompañados frecuentemente por avellanos y arraclán. La trucha es la especie principal que vive en ellos, acompañada por Foxinellus y cobitidos. Es de destacar la presencia, en muy pequeña cantidad, del salmón en el Bidasoa. Estos ríos por estar muy encajonados no tienen bien representada la avifauna, aunque se encuentra el mirlo acuático y a veces el rascón. En esta vertiente cantábrica hay muchas especies de invertebrados acuáticos, como las libélulas, Calopterix virgo meridionalis y Cardulegaster anulata. Sus larvas, juntamente con las de muchos plecópteros y efemerópteros, son el alimento principal de los salmónidos.
Los ríos pirenaicos: Ulzama, Arga, Erro, Urrobi, Irati, Salazar, Esca, además del Aragón y otros de menor entidad, surcan valles más amplios y se enmarcan en su tramo más alto en una vegetación de sargas y otros arbustos que soportan las avenidas provocadas por el deshielo. En sus fuentes, en los riachuelos tributarios y en la primera parte de su recorrido, se encuentra el tritón pirenaico, incospicuo dorsalmente pero con una banda ventral longitudinal de color salmón, y el tritón palmeado. En las charcas relacionadas con los ríos en hayedos y robledales húmedos, se encuentra muy abundante la rana roja. En su recorrido y antes de entrar en la zona Media, se puede llegar a detectar la presencia del desmán del Pirineo y es habitual la presencia del mirlo acuático y el andarríos. La trucha es común en ellos, mientras el agua mantiene la temperatura adecuada. A lo largo de su curso, estos ríos han excavado foces profundas en las rocas calizas, discurriendo por su fondo. Estas foces como las de Arbayún, Lumbier, etc. presentan acantilados que sirven como lugares de nidificación a colonias de buitre leonado, chova piquirroja o la paloma bravía que se ha detectado a veces. Protegida por estos farallones, está presente la nutria.
Ya en la Ribera, los ríos presentan un curso meandriforme, las orillas están pobladas por alamedas y choperas: los sotos. Los árboles más importantes son el álamo blanco, el sauce blanco, el fresno de hoja estrecha, el olmo y los chopos. En el sotobosque se albergan los arbustos espinosos y diversas plantas trepadoras. Cerca del agua se sitúan las mimbreras y algunos bosquetes de tamariz. Estos parajes son el lugar de nidificación de multitud de aves, como las lavanderas en las orillas y matorral o la polla de agua entre los carrizos, así como la garza imperial y a un sin fin de paseriformes. En estas zonas bajas y más lentas de los ríos son característicos los ciprínidos como las madrillas, el barbo y la carpa. Las amplias graveras que emergen en verano con el estiaje, se adornan de multitud de plantas herbáceas. Hacia el Sur en la Ribera, poseemos en Navarra un buen número de lagunas de aguas someras, muchas de ellas son lagunas esteparias, Pitillas es la más septentrional, pero se puede citar además, Las Cañas, La Estanca, Lor, Rada, Purquel, etc. y por toda la geografía Norte y Sur, desde el Baztán a la Ribera hay pequeñas lagunas o charcas, que tienen cierta importancia desde el punto de vista faunístico. La vegetación está dispuesta en cinturones. Hacia la orilla los juncales con ciperacáceas y otras especies adaptadas al encharcamiento. En la orilla los tamarizales forman un bosque bajo. Las charcas de la parte Norte de Navarra, tienen muy baja densidad de aves acuáticas, la gallina de agua suele estar en ellas si hay suficiente densidad de vegetación, en caso contrario no hay aves acuáticas, pero se encuentra la rana roja y el tritón palmeado en las de Velate y Quinto Real. En las de Urbasa coexisten hasta tres tritones en la misma charca, tritón palmeado, el bello tritón jaspeado y el rarísimo tritón alpestre, junto a la rana verde. En Lóquiz sólo se encuentran los dos primeros tritones, el palmeado y el jaspeado, este último sólo en las del Sur y junto con él los cabezones del Pelobates cultripes (sapo de espuelas). Reptiles aparecen la culebra de collar y la culebra viperina. Las grandes lagunas del Sur tienen un importante papel en la pasa de las migraciones de las grandes aves acuáticas. Los gansos y las grullas son frecuentes, así como innumerables bandadas de patos. Algunos de ellos nidificantes o permanentes, la lista es enormemente larga y por ello cabe destacar sólo algunas más notorias como la garza real e imperial, pato colorado, ánade friso, el silvón, pato cuchara, cercetas, avefría, gaviota reidora, la cigüeña, además del aguilucho lagunero. La vegetación espesa de estas lagunas permite la nidificación de múltiples paseriformes, como el carricero, y que sea posadero nocturno de muchas otras. Cabe destacar las enormes bandadas, superiores a los 100.000 individuos de estorninos que se refugian en Pitillas al anochecer. En algunas de estas lagunas se introdujeron hace tiempo carpas con fines de pesca deportiva. La rana verde es habitante actual en ellas y multitud de especies de invertebrados y larvas de insectos pululan en sus aguas, coleópteros acuáticos, hemípteros y larvas de libélulas, entre las que cabe destacar Ischnura pumilis, Lestes virens virens, Anax imperator y Sympetrum sanguinus. En el Ebro, a su paso por Tudela, alguna vez ha sido encontrado el pez de río más grande, típico de los grandes ríos europeos, parece ser que ha sido introducido, se trata de Silurus glanis, que alcanza hasta 3 m de longitud.
Valles pirenaicos
En el extremo Noreste de Navarra el Pirineo tiene sus últimas cumbres de importancia. El Orhi es el último, 2.000 m, de la cadena por el Oeste. Hasta la Mesa de los Tres Reyes por las cumbres llegan los pastos alpinos, sometidos a una prolongada innivación: En estas zonas y también más abajo, puede aparecer alguna vez el sarrio (Rupricapra) y es constante una pequeña población de la perdiz nival (el lagópodo), el acentor alpino, gorrión alpino y chova piquigualda. En estos altos valles se puede admirar el majestuoso vuelo del quebrantahuesos y en verano de la voleta o alimoche. El piso subalpino, con los pinares de pino negro, se acompaña de rododendro en las umbrías y gayuba en las solanas. En Larra estos bosques adquieren una importancia y belleza extraordinaria, y en los que se puede encontrar el urogallo y el pico picapinos que también colonizan el bosque mixto de hayas y abetos que se extiende a partir de los 1.600 m por debajo de los pinares, en el que además se puede encontrar al pico dorsiblanco, el pito negro y la becada. El conjunto del bosque caducifolio y las coníferas atraen por su armonía. Diversas especies vegetales características conviven en su interior. Esta formación, igual que la anterior de pino negro tiene, en Navarra, su límite Sur occidental. Al descender por los valles del Esca y Salazar, el hayedo abetal cede ante los poderosos pinares de albar, que coloniza la Graellsia isabelae, mariposa nocturna de enorme belleza. Esta conífera busca los cielos luminosos en las solanas y soporta un clima más seco y continentalizado. Entre las rapaces se puede consignar la presencia del azor y el gavilán. De las nocturnas sólo el búho chico es sustituido por el cárabo en el pino negro hay gran cantidad de páridos y otras paseriformes. Entre los mamíferos cabe destacar la presencia esporádica del oso en el valle de Belagua, y la presencia de ardillas, el lirón gris, el gato montés, la jineta, etc. Cuando los valles se estrechan hacia el Sur y forman foces, el carrascal es el bosque dominante. Es propia de los pastos más elevados de estos valles, la mariposa Erebia serotina, único lugar donde se encuentra en la Península Ibérica, y alegra con su belleza en estos parajes y otros similares como Satrústegui, Baigura, etc la Parnassius apollo.
Hayedos
Se reconocen en Navarra diversos tipos de hayedo según el suelo sobre el que se asienta y el clima general que soportan. El haya necesita nieblas frecuentes incluso en verano. Cuando éstas son escasas, el haya desaparece. Esto ocurre hacia la Navarra Media, en el contacto con los carrascales y quejigales. Los hayedos de Cinco Villas y Quinto Real se desarrollan sobre suelos muy ácidos. Las plantas que crecen a su sombra son muy escasas y todas ellas indican la pobreza del suelo: arándanos, brezos y diversos helechos. En estos hayedos se han introducido y viven bien los grandes ungulados presentes en nuestra geografía, el ciervo, el corzo y el gamo; sus poblaciones son estables. La salamandra (Salamandra salamandra fastuosa) es propia de estos húmedos bosques. El camachuelo, el pinzón, el herrerillo, el pico dorsiblanco, el pica pinos y el cárabo son habitantes en ellos, así como la marta, la rana roja y el lagarto verde. Los hayedos sobre calizas (y flysch) de las sierras de Aralar, Urbasa, Andía y Velate llevan una flora muy rica en especies vistosas como la escila, Isopyrum, Corydalis y el ajo de los osos, ya en flor en la primavera temprana. En estos hayedos se encuentran un grupo de vistosas mariposas como son la Araschnia levana, Ladoga camilla, Minois dryas y Apatura iris. Más al Sur los hayedos termófilos meridionalis de Lóquiz, Izco, Alaiz, llevan una flora rica en especies nemorales que comparten con los carrascales y quejigales colindantes. El haya aquí convive frecuentemente con el boj, en ellas se puede encontrar las mariposas Hyparchia fagi, Clossiana euphrosyne y Pyrgus serratulae. El jabalí es habitante normal como en toda Navarra. El hayedo es el bosque más notable por la extensión que cubre. Navarra es una de las provincias con mayor superficie de hayedo.
Robledales
En Navarra hay numerosas especies de robles: el roble pedunculado o roble de Guernica (Quercus robur), el roble albar (Q. petraea), el roble lanudo (Q. pubescens), el marojo (Q. pyrenaica). El roble pedunculado habita en los valles cantábricos: Baztán, Ulzama, Burunda, Barranca. Requiere suelos profundos y con un elevado contenido en agua. Entre los mejores robledales se encuentran los de Lizaso y Elzaburu, son bosques con grandes árboles centenarios, llevan en su interior arbustos como el acebo, el espino blanco, el espino navarro y, frecuentemente, la hiedra y el avellano. Es en estos bosques donde se encuentra la culebra verde amarilla, de precioso dibujo y muy agresiva, aunque no venenosa y la Vipera seoanei, que coexiste con la aspis, también es éste el límite de distribución Sur de la Coronella austríaca. En charcas y claros se encuentra la rana roja y hay algunas citas de la rana ágil o dalmatina. Entre las aves cabe destacar el pico picapinos, el arrendajo y el estornino pinto, además de muchas especies de paseriformes. Entre las rapaces están el águila culebrera y la calzada.
Los renombrados robledales de Garralda llevan como árbol dominante el roble albar. Éste prefiere suelos no encharcados, en laderas sobre sustrato silíceo. Los robledales de roble peludo hacen la transición entre los del fondo del valle y los bosques de ladera sobre calizas. El arbusto más frecuente es el boj. La mayor parte de estos robledales han sido talados e invadidos por el pino albar. Los marojales ocupan las mismas topografías sobre roca silícea. Los restos de los extensos marojales se hallan al Sur de la Meseta de Beunza (Oscoz) y al Norte de la Sierra de Leyre. Su sotobosque está formado por especies acidófilas como el tojo, la otea y los brezos, en ellos se ha citado la Elaphe longissima.
Carrascales y quejigales
Estos bosques componen el tapiz vegetal típico de una amplia zona de Navarra, la zona Media con clima submediterráneo. Las carrascas son árboles de hojas duras y persistentes. Forman un bosque muy denso y cerrado de copas. Generalmente presentan un sotobosque poblado de arbustos que impiden transitarlo, integrado por Spiraea hispanica y boj. Es precisamente esta impenetrabilidad lo que les ha hecho el lugar ideal para el refugio del jabalí, que ha permitido la ascensión de esta especie. Estos carrascales cobijan también al tejón y en ellos se encuentran los mejores lugares de nidificación del águila calzada y del águila culebrera y del milano negro y real, y son características las currucas. Entre los reptiles ocupan este reducto Malpolon monspessulanus, Elaphe scalaris, Vipera aspis y Coronella girondica, que también se encuentran más al Sur. Es en esta formación vegetal donde hace su aparición el lagarto ocelado, sustituyendo al lagarto verde. Los carrascales abiertos por talas o incendios, llevan numerosas especies vegetales propias del matorral que sustituye al bosque por degradación y su orla espinosa. Además del pacharán, diversas zarzamoras y rosas, van la coscoja, la ollaga, algunos brezos y jaras. En las foces y valles abrigados la carrasca convive con el durillo, el madroño y la cornicabra entre otras. Los quejigos tienen hojas que permanecen en el árbol una vez secas hasta pasado el invierno. Ocupan laderas con suelos más profundos y frescos que la carrasca. Por lo general son bosques abiertos con un denso matorral presidido por la Spiraea hispanica acompañada de brezos, aliaga y garbancera. En la ladera Norte que ocupa, a veces muy húmeda, vuelve a aparecer la fauna propia de robledales húmedos.
Bardenas Reales
Dentro de la Ribera tudelana, tierra de fértiles huertas y frondosas choperas, se encuentran las Bardenas Reales. Se caracterizan por su paisaje de aspecto estepario, casi completamente desarbolado. La vegetación, que cubre el suelo de manera discontinua, refleja la aridez climática, con largos periodos de sequía, veranos muy cálidos y fuertes vientos. En este paisaje se han adaptado a vivir el alcaraván, la ortega y la ganga, que por sus coloraciones crípticas pasan desapercibidas. Entre los reptiles es muy típico el lagarto ocelado y el Psammodromus algirus. En las paredes de tierra puede encontrarse de noche la Tarentola mauritanica (geko)
La naturaleza del sustrato, margas, yesos y arcillas, ha permitido la formación de un relieve típico. Consta de amplios valles de fondo llano, sobre los que se elevan los cabezos y tablas y en los que se excavan tortuosos barrancos. El pino carrasco es el único árbol que forma pequeñas masas forestales en las Bardenas. Los mejores pinares están en el Vedado de Eguaras, en las caídas del Plano hacia Carcastillo, Mélida, Rada y Caparroso y en la Negra. En ellos anidan algunos paseriformes y rapaces, pero en baja densidad.
En la vertiente Norte de la Loma Negra en algunos puntos del Plano hacia Cornialto, aparecen grupos de carrascas, testigos del bosque que en otro tiempo pudo ocupar grandes áreas del Valle del Ebro. En las laderas abruptas se instalan matorrales de coscoja y escambrón, acompañados de enebro, sabina, lentisco y olivilla. En las zonas con suelos erosionados y pedregosos se extienden los romerales y tomillares con lino, ollaga y un césped denso de gramíneas donde se da bien la perdiz común y la codorniz, favorecidas por la roturación y siembra del cereal. Antaño existía el sisón y la avutarda; del primero quedan algunos ejemplares, de la avutarda se supone que quedan algunas parejas, pero no aquí sino en Lerín. La zona llana de la Bardena Blanca está cubierta de un espartal en su mayor parte. En las zonas más pastoreadas el espartal es sustituido por ontinares y sisallares. Esta zona ha sido roturada y se dedican amplias zonas al cereal, que es la zona abierta en la que vuela el aguilucho cenizo. Entre las mariposas son típicas la Lysandra albicans, Melanargia ines y Zegris eupheme, y entre los ortópteros, el Anacridium aegiptium, la Ramburiella hispanica y Platycleis falx. En los barrancos y zonas deprimidas se instalan los tamarizales y la vegetación típica de saladaras con sosa.
Según las estimaciones realizadas por la Fundación Fondo para la Investigación Económica y Social, la actividad de los grandes sectores para el año 1987 puso de manifiesto un crecimiento real de la economía navarra del 5,9%, 0,6 puntos por encima de la tasa de crecimiento registrada para el conjunto de la economía nacional. Por sectores, fue el de la construcción con un incremento del 7,5% sobre el año precedente, el que observó la tasa más alta; a continuación destaca la subida del 6,6% del VAB industrial, el 5,4% de la producción agraria y por último el 5,3% del sector servicios.
La estructura del PIB navarro no presentaba variaciones relevantes respecto a 1985; se redujo ligeramente, 0,8 puntos porcentuales, la participación del sector primario y aumentó prácticamente en la misma medida el peso relativo del sector industrial. Finalmente, siempre según las estimaciones antes citadas, durante 1987 el sector servicios aportó un 51,8% del total del PIB, el sector industrial un 36%, el agrícola un 6,5% y por último la construcción un 5,7%. En los últimos años, puede observarse por tanto que la agricultura ha ido cediendo importancia en favor del sector servicios, manteniéndose prácticamente igual la aportación del sector industrial y del sector constructor.
En definitiva, puede señalarse que la economía navarra se ha movido en la línea de crecimiento de la economía española, con una terciarización de la misma fundamentalmente entre 1983 y 1985, que se ha detenido en los dos últimos años como consecuencia de un mayor crecimiento, especialmente en el año 1987, de la actividad constructora, industrial y agrícola. A este respecto cabe señalar que la importancia del sector servicios en la economía navarra es menor que la que se estima para el conjunto nacional; el sector terciario en 1987 se habría situado en el 62,1% del PIB español.
Dentro del sector primario tanto el subsector agrícola como el ganadero que suponen un 94,4% de la producción final agraria registraron variaciones positivas del 15,5% y del 7,5% respectivamente, respecto al año 1986; por el contrario, el subsector forestal experimentó un descenso productivo del 1,9%.
En agricultura los cereales con una producción de 791.500 Tm, los cultivos forrajeros con 557.199 Tm y las hortalizas con 211.519 Tm supusieron aproximadamente un 90% de la producción total en 1987. Todas las variedades del cereal registraron incrementos respecto al año anterior destacando el trigo con un aumento del 35,8% y la cebada de invierno cuya producción se incrementó en un 32,7%; entre los cultivos forrajeros se elevó la producción de maíz forrajero y pradera artificial y disminuyó la de alfalfa y la de veza * Finalmente, entre las hortalizas destacó la producción de tomate, coliflor, alcachofa, espárrago y pimiento; en todas ellas aumentó la recolección, a excepción del pimiento que disminuyó en un 50,1%.
En cuanto al sacrificio de ganado, hay que señalar un incremento generalizado de todas las especies a excepción del bovino, que disminuyó en un 2,8% en relación a 1986. Se elevó notablemente el sacrificio de aves en 98,5% y de conejos en 183,1%, así como la producción de carne de caprino y porcino, cuyo aumento rondó el 23%.
En sentido contrario al comportamiento de la agricultura y la ganadería se sitúa el aprovechamiento forestal cuya disminución afectó a todas las especies, haya, roble, pino sierra, chopo, etc., con exclusión del pino papel cuyo aprovechamiento en m3 de madera aumentó en un 19,8% en relación a 1986.
En lo que se refiere al sector industrial, entre las ramas con mayor participación en la producción total destaca la elaboración de productos metálicos y maquinaria, con un peso del 28,5%, la de alimentación, bebidas y tabaco, con un 20,4%, y la de industria papelera, con un 9,0%. Las empresas dedicadas al material de transporte con una aportación del 8,4% al Valor Añadido Bruto industrial han ido aumentando su participación en el mismo en los últimos años, al tiempo que se reducía la de transformación de metales y maquinaria en general.
Respecto al año 1987, a falta de otros indicadores, el consumo de energía eléctrica por grupos industriales permite acercarse al comportamiento productivo de los mismos. Para el conjunto de la industria este consumo se incrementó en un 4,7% y por subsectores los aumentos más fuertes correspondieron a la fabricación de cuero y de calzado (84,7%), confección (23,9%), artes gráficas y edición (18,8%), la industria de materiales de construcción (12,9%), artículos de loza y porcelana (16,2%), maquinaria y transformación de metales (12,2%) y construcción y elementos de transporte (11,4%). Otros sectores que subieron también su consumo de electricidad fueron el metalúrgico, alimentación, papel, caucho y muy ligeramente química. Por el contrario la siderurgia, la industria de la madera y la industria de materias plásticas redujeron su consumo enérgico en relación a 1986.
El consumo de energía eléctrica en el sector de la construcción, con una subida del 152% respecto al año precedente, nos indica un elevado nivel de actividad. En esta dirección se mueven asimismo los indicadores relativos a producción y consumo de cemento con incrementos del 10,23% y del 6,48% respectivamente.
El total de viviendas iniciadas fue un 52,6% superior al año 1986, con un importante empuje en la construcción de las viviendas libres, que observó un incremento del 237,0%. Por el contrario la construcción pública disminuyó en un 10%; a ello contribuyó especialmente la reducción del 19,4% en la licitación de obra civil, ya que la edificación aumentó un 16,0%.
Pasando por último al sector servicios hay que señalar que el peso de los diferentes subsectores en el producto total no ha experimentado variaciones significativas en los últimos años. Los servicios públicos, los servicios comerciales y otros servicios para la venta, junto con el transporte y las comunicaciones y el crédito y los seguros conforman aproximadamente el 75% de la producción en el sector servicios. Como se ha visto anteriormente, este sector, con un aumento del, 5,3% en 1987, fue el que menos creció en dicho año.
El subsector comercial presentó en 1987 un censo de 13.689 licencias, 11.886 en comercio minorista y 1.803 en mayoristas. La actividad comercial más numerosa es la de productos alimenticios con 6.131 licencias seguida de la textil con 1.792 y la de maquinaria y material de transporte con 1.214. Cabe destacar una ligera reducción del número de licencias comerciales en Navarra en 1987, mientras que en España registraron una subida del 10,6%; no obstante, para este mismo año, el número de licencias por cada 1.000 habitantes era superior en Navarra, 23,0, que en España, 20,8. Destaca especialmente por encima de la media el número de establecimientos de productos alimenticios que en Navarra es de 10,2 por cada mil habitantes, mientras que la media para España se sitúa en 8,0 licencias.
En el capítulo del transporte, el transporte ferroviario se cifró en 1987 en 1.439.000 viajeros, con una subida del 143,0%; aumentó asimismo el transporte de mercancías en un 77,8% alcanzando las 464 toneladas. En cuanto al transporte aéreo con un tráfico mucho menor que en el caso anterior, observó un aumento del 5,3% respecto a 1986, con un total de 103.253 pasajeros; disminuyó, por el contrario, el tonelaje de mercancías transportadas en un 40,3%.
En tráfico postal, la correspondencia ordinaria nacida aumentó un 5,6% mientras que la correspondencia ordinaria distribuida se redujo ligeramente, en un 0,6%; el resto como paquetes, certificados o reembolsos registró incrementos en lo que a correspondencia distribuida se refiere, mientras que disminuyeron los envíos hechos desde Navarra en estas modalidades.
Por lo que se refiere a la comunicación telefónica la CTNE incrementó sus inversiones en Navarra respecto a 1986; con un montante global de 3.000 millones de pts, se llevó a cabo una ampliación tanto de las líneas instaladas y en servicio como de los teléfonos en funcionamiento. Durante 1987 se amplió la cobertura de este servicio a 866 entidades en toda Navarra, al tiempo que aumentaba la demanda con 13.036 peticiones registradas.
El número de viajeros que pernoctaron en Navarra aumentó un 5,3% sobre la cifra del año anterior, si bien el número de pernoctaciones disminuyó ligeramente en un 0,6%. Diferenciando entre hoteles y campamentos turísticos, los primeros incrementaron su actividad, tanto en viajeros como en pernoctaciones, fundamentalmente gracias a los visitantes procedentes del resto de España, ya que las entradas y las pernoctaciones de extranjeros disminuyeron, mientras que las segundas registraron una menor afluencia de clientes tanto nacionales como extranjeros.
En lo que al sector financiero se refiere, aumentaron en un 3,2% las oficinas abiertas en Navarra, incrementándose la presencia de las Cajas de Ahorro y de las cooperativas de Crédito y reduciéndose la de la Banca tanto Comercial como Industrial. El ritmo de captación de depósitos, tanto del sector privado como público fue superior al de 1986 y ha sido más importante para la Banca privada que para las Cajas de Ahorro.
Precios
El Índice de Precios al Consumo para Navarra se situó en diciembre de 1987 un incremento del 5% sobre el mismo mes del año anterior; julio fue el mes que observó una mayor inflación, con un aumento del IPC del 1,0% y noviembre el menos inflacionista con una disminución del 0,2%. La tasa registrada, medida diciembre sobre diciembre, se redujo 4,1 puntos respecto al año anterior, pero superó en 4 décimas la del resto del Estado. Se puede distinguir un primer semestre en el que el IPC en Navarra avanzó por encima de la media de España, con una tasa acumulada en julio del 4,1% y un segundo semestre con una evolución más positiva, que permitió cerrar el año con la inflación ya citada del 5%.
Por grupos de productos cabe destacar el óptimo comportamiento de los productos alimenticios, que junto con vivienda, menaje, enseñanza y cultura, presentaron una tasa media de variación inferior a la del índice general y muy por debajo de la registrada durante 1986. Respecto al año anterior la tasa de variación media anual para el conjunto del IPC disminuyó en 3 puntos, con reducciones importantes en los tres grupos de productos citados; por el contrario, los precios de los servicios médicos y sanitarios así como los del transporte sufrieron un mayor crecimiento que en 1986. Durante 1987 la tasa de variación más baja se observó en los precios de las viviendas con un aumento del 2,6% y la más alta en el vestido y calzado cuyos precios se elevaron en un 10,6%.
Salarios
Durante 1987 se cerraron en Navarra 56 convenios afectando a 5.796 empresas y 43.591 trabajadores. En relación a 1986 cabe destacar que aumentó el número de personas afectadas por la formalización de convenios en el ámbito empresarial, al tiempo que disminuyó notablemente en el caso de los convenios de ámbito superior a la empresa.
El incremento salarial pactado fue del 6,42%, 1,42 puntos por encima de la inflación, y 2,26 puntos menos que el firmado en 1986. En los convenios de empresa este aumento fue ligeramente superior, del 6,65%, y en los convenios de ámbito no empresarial del 6,39%.
En comparación con otras comunidades el aumento pactado está 0,13 puntos por debajo de la media estatal. Por sectores de actividad, el de servicios es el que presentó una mayor subida con un 7,43% y la construcción el más bajo con un 6%.
Es la expresión contable que incluye la previsión de los gastos que se van a realizar y de los ingresos que se van a obtener por un sujeto económico, para un período de tiempo determinado.
El presupuesto puede ser público o privado, según la naturaleza del sujeto a que se refiera. Entre los presupuestos de carácter público destaca, por su importancia, el presupuesto del Estado que, en general, se presenta por el Gobierno al poder legislativo para obtener de éste su aprobación y control en la actividad financiera del Gobierno, y su vigencia es de un año natural.
Los presupuestos, y las partidas que se incluyen en él, se hallan en estrecha relación con los objetivos sociales y económicos que el Gobierno establezca para el período de vigencia de los mismos. La clasificación orgánica, es decir, administrativa o de servicios delimita las competencias de los distintos órganos de la Administración respecto a los gastos del ejecutivo. La clasificación económica distribuye los gastos públicos según su naturaleza económica. Permite distinguir las operaciones corrientes de las operaciones de capital, lo que facilita el análisis de la gestión financiera del Gobierno. La clasificación funcional distribuye los gastos públicos según el destino que les asigne el Gobierno.
Presupuestos Generales de Navarra
En la Comunidad Foral, los presupuestos Generales de Navarra constituyen la norma básica a la que deberán sujetarse las actividades económicas y tributarias de la Diputación Foral durante el período de vigencia de los mismos, como se recoge en el artículo 18-1 de la Norma General Presupuestaria, aprobada por el Parlamento de Navarra el 28.12.1979. Los presupuestos contienen el límite máximo de gastos que puede comprometer la Diputación Foral respecto de cada unidad, orgánica y funcional, y la previsión indicativa de los distintos ingresos a obtener para cubrir la totalidad de los gastos autorizados.
Corresponde a la Diputación Foral la elaboración del Proyecto de Presupuestos para cada ejercicio presupuestario, que coincide con el año natural, su ejecución cuando han sido aprobados y la preparación, una vez finalizado el ejercicio, de las Cuentas Generales, o Cuenta de Resultados.
Corresponde al Parlamento Foral de Navarra la aprobación de los Presupuestos y de las Cuentas Generales resultantes de la ejecución de los mismos. Si los presupuestos no fueran aprobados por el Parlamento Foral antes del primer día del ejercicio en que hayan de regir, se considerarán automáticamente prorrogados los del ejercicio anterior, hasta la aprobación de los nuevos.
Dentro de la Diputación Foral, es el Departamento de Economía y Hacienda el encargado de la organización y desarrollo de la contabilidad de la Hacienda, con el seguimiento de la ejecución de los presupuestos, y de la formulación de las Cuentas Generales de Navarra.
La Cámara de Comptos, órgano dependiente del Parlamento, efectúa el examen y censura de las Cuentas Generales, y emite su dictamen. Una vez conocido éste, el Parlamento procede al debate de las cuentas para su aprobación o rechazo, según considere el órgano legislativo que el Gobierno de Navarra ha seguido o no, en su política de Gastos e Ingresos lo previsto en los Presupuestos. A este efecto, el Informe Técnico de la Cámara de Comptos puede resultar especialmente orientativo. Cabe señalar como dato curioso que en los últimos lustros y hasta 1990 la Hacienda Foral cerraba habitualmente sus ejercicios con superávit.
Presupuestos municipales
Todos los Ayuntamientos y Concejos de Navarra deben elaborar y aprobar anualmente un presupuesto general consolidado en el que se incluyen el presupuesto ordinario de la Corporación y los demás entes dependientes de la misma, tal como establece el Reglamento de Administración Municipal de 3 de febrero de 1928, y actualizaciones posteriores del antiguo Consejo Foral, y la Ley de Reforma de las Haciendas Locales aprobada por el Parlamento Foral el 2 de junio de 1981.
El proyecto de presupuestos lo confecciona el Alcalde, o Presidente del Concejo, asistido por el Secretario e Interventor, tomando como base el anteproyecto confeccionado por dichos funcionarios, y sujeto al modelo oficial aprobado por la Diputación Foral o Gobierno de Navarra. Este presupuesto debe contener una previsión de ingresos que cubra la totalidad de los gastos, no pudiendo confeccionarse con déficit.
Este proyecto de presupuesto se presenta al Pleno del Ayuntamiento, a la Junta de Veintena, Quincena, Oncena*, o Concejo abierto, antes del día 1 de noviembre de cada año, quien aprobará el presupuesto o introducirá las modificaciones que estime oportunas. La aprobación deberá realizarse antes del primer día del ejercicio económico siguiente, pues, en caso contrario, se entenderá automáticamente prorrogados los presupuestos del ejercicio anterior, que estarán vigentes hasta la aprobación del nuevo presupuesto.
Los Ayuntamientos y Concejos deben remitir al Gobierno de Navarra, antes de los quince días siguientes a la aprobación, copia del presupuesto.
Los Ayuntamientos y Concejos pueden, también, elaborar y aprobar presupuestos extraordinarios de gastos de inversión, que deberán confeccionarse siempre nivelados. Aunque para estos presupuestos extraordinarios no es necesaria la aprobación de la Diputación Foral, también deben las Corporaciones remitir a ésta, copia de los mismos.
Una vez finalizado el ejercicio para el que han sido aprobados los presupuestos, tanto generales como extraordinarios, los Ayuntamientos y Concejos forman y aprueban las cuentas municipales y concejiles que comprenden las operaciones presupuestarias, patrimoniales y de tesorería.
Corresponde, a su vez, a la Diputación Foral, junto con la Cámara de Comptos, la comprobación de las cuentas municipales y concejiles.
Etimología
Pascual Madoz escribió en la voz «Navarra» de su Diccionario geográfico, estadístico, histórico de España y de sus posesiones de Ultramar que «son infinitas las etimologías que se han buscado a este nombre». De su tiempo al nuestro no han menguado los intentos.
Como ejemplos de cubileteos etimológicos valgan los que derivan el nombre de Navarra de una «novaara» dedicada por S. Saturnino a S. Juan Bautista, o de «la barra que tomó por divisa D. Sancho», según recordó el mismo Madoz. Juan Fernández Amador de los Ríos* defendió una raíz caldaica y, en el grupo de presuntos étimos vascos, baste citar como muestra voluntariosa a quienes quisieran que Navarra derivara de «nabardun» (abigarrado), adjetivo sin duda adecuado a la descripción de los conjuntos territorial y humano navarros históricos y actuales, pero no a la Navarra del siglo VIII ó IX.
El P. Mariana, A. Ohienart y el P. Moret pensaban que «Navarra» venía de «nava» y «erria». El primero escribió que el compuesto equivalía a tierra llana, porque «los castellanos llaman Navas a las llanuras, los cántabros a la tierra llaman Erria (…): imaginación aguda, y no muy fuera de propósito, ni del todo ridícula». Ohienart también sentaba que «nava» o «naba» era llanura. P. Madoz ironizaba que «no dejaría de ser extraño que al reino de los Pirineos se hubiese impuesto el nombre de tierra llana y no lo sería asimismo la amalgamación de una palabra castellana y otra cántabra para la composición de un nombre» y precisaba que «erria» es población y no tierra.
A. Campión se planteó si el nombre era o no de origen vasco, aceptó la explicación de Moret, y de «nava» pensó en un «navar» que, con el artículo, pudo denominar al habitante de la tierra llana frente al de la montaña.
J. Caro Baroja ha recordado que la grafía más antigua y mantenida es «Navarra» y que «riabar», «napar» y «nafar» «son formas que nos desvían algo», aunque «la variación dialectal entre «b» y «p» y «f» es conocida», y propuso que «nabar» «napar», «desde el punto de vista geográfico, quiere decir algo semejante a «sierra» y no a «nava=llanura» y que «los navarros podrían ser, en suma, algo así como los serranos o constituirían una unidad étnica, gentilicia, una fracción de los antiguos vascones, con nombre correspondiente a un epónimo. La llanura se me escapa de toda consideración». Caro Baroja, además, recuerda que «el Fuero General trata de las obligaciones mutuas del rey con sus navarros y viceversa» y que «otros textos parecen indicar que, durante bastante tiempo, la condición de navarro fue muy específica en Pamplona misma y aun en otras partes» y que «hoy, desde un punto de vista etnográfico y aun sociológico, podemos defender que los «navarros» parecen, en conjunto, elementos rurales más autóctonos».
Como consideraciones finales en el asedio a la etimología de la voz «Navarra» debe tenerse presente qué era el reino de Pamplona cuando se escribieron los primeros testimonios de «navarri» y «Navarra», cuál su ámbito y quiénes los que oyen y consignan tales etnónimos o gentilicios, cuestiones que se exponen en el siguiente apartado. También, para precisar el alcance de «nava» como llanura alta o entre montañas, es oportuno hacer constar que no es voz romance, sino prerromana, documentada en todo el territorio de lengua castellana y vasca, en zona alpina y en la toponimia de otras zonas de la Romania, como escribe J. Corominas.
Bibliografía
A. Ohienart, Noticia de las dos Vasconias, libro II, cap. 1.º (edición de J. Gorosterratzu), (San Sebastián, 1929), I, p. 61-62. J. Moret, Annales, libro I, cap. 1º, ss I, nº 1 (edición de Susana Herreros Lopetegui, Pamplona, 1988, p. 23). Nabarra en su vida histórica, edición Euskariana, novena serie (Pamplona, 1929), 41 ss. J. Fernández Amador de los Ríos, Diccionario vasco-caldaico-castellano, I (Pamplona, 1909). J. Caro Baroja, Observaciones sobre el vascuence y el Fuero General de Navarra, , 1 (1969), 74-78. J. Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, IV, p. 215-218 (Madrid, 1981).
En una visión panorámica de la peripecia de los grupos humanos albergados en el curso del tiempo sobre el solar actualmente navarro -microcosmos de paisajes hechura de la historia- procede señalar ante todo el hito argumental más significativo. Hasta comienzos del siglo X sólo cabe verificar consideraciones preliminares sobre el remoto proceso de ocupación social del territorio, la enigmática sedimentación de un sustrato lingüístico indeleble -«paleovascónico»-, el alcance y la continuidad de la reordenación romana del poblamiento con sus secuelas de matiz hispano-visigodo y protomusulmán. Después, se va perfilando gradualmente el contorno de una comunidad histórica inteligible en su milenaria andadura a través de la vertebración y los despliegues de una monarquía primariamente pamplonesa, la definición de un ámbito político-social compacto y soberano, la inscripción formal del reino, pequeño pero coriáceo, en la moderna monarquía española, y finalmente el pragmático diseño de una epigónica provincia foral hasta los prometedores horizontes actuales de la navarridad, abierta desde su tradición esencial a todos los desarrollos de la convivencia en libertad, justicia y dignidad.
Parece oportuno plantear siquiera, en primer lugar, el nebuloso tema de la condensación paulatina de poblaciones sedentarias en el variado espacio económico comprendido entre las cumbres del Pirineo occidental y las riberas del Ebro. Las evidencias alumbradas por la investigación prehistórica sólo permiten certificar para épocas anteriores una sucesión de grupos humanos de escasa densidad y gran fluidez, dotados de bagajes culturales con un considerable radio de difusión. Sólo las vetas de clara filiación neolítica y eneolítica, incluidos probablemente abundantes testimonios megalíticos, sugieren ya una apropiación consciente y estable del territorio con sus virtualidades de aprovechamiento agrícola, ganadero y mineral.
El poso étnico gradualmente consolidado así hasta el segundo milenio antes de nuestra era parece traducir un doble flujo migratorio transcultural: por el mediodía, una primera resaca de las ondas mediterráneo-peninsulares derramadas sobre el amplio corredor del Ebro; a través de las montañas, las gentes incrustadas en los huecos intrapirenaicos desde el «perímetro aquitano» dibujado por el arco del Garona. Quizá predominó este último elemento en la alquimia catalizadora del sustrato «paleovascónico».
Sobre este recio manto lingüístico convergerían durante el siguiente milenio otras dos corrientes de igual orientación: un estímulo de civilización con etiqueta arqueológica «ibérica» y, desde el norte, infiltraciones étnicas de matriz indoeuropea, fermentadas con especial intensidad en la dinámica plataforma interior «celtibérica». De la simbiosis provino acaso una primigenia aristocracia que estructuraría jerárquicamente la reserva humana ya instalada, atribuyéndole incluso el nombre histórico de Vascones, estampado en los informes escritos de la potente inundación colonial impulsada desde Roma.
Se suele valorar tópicamente la llamada «romanización» a la luz de un cambiante barniz de muestras «monumentales», acreditadas en mayor número y calidad según avanza la exploración sistemática del subsuelo. Desde esta perspectiva, el medio milenio de régimen imperial sólo habría legado despojos materiales, como acta de defunción de una superestructura súbitamente evaporada. Habría aflorado entonces -siglo V- con atávica pujanza el magma social vascónico, presuntamente incontaminado en sus ancestrales fragancias. Su amorfa «ruralidad» -desde los recónditos avernos del saltus- habría devorado sin piedad cualquier exponente de la «urbanidad» postiza y predominante.
Primaría, pues, en adelante la «ferocidad» innata frente a todo ensayo exógeno de organización política. Desde esta empresa colectiva de «liberación nacional» a ultranza habría plasmado por generación espontánea una monarquía de raíces manifiestamente turbias. Esta imagen arcádica o indigenista de un proceso histórico milenario y sin duda complejo deriva de una lectura aislada y voluntarista de la documentación disponible, ciertamente escasa y hermética. Como en un espejismo, sólo contempla los destellos de un depósito lingüístico entrañable.
Las legiones romanas y Pompeyo Magno, en particular, hallaron un tejido social probablemente jerarquizado, como sugieren el testimonio precedente del bronce de Áscoli y el posterior de Plinio el Viejo. La minoría rectora indígena, acaso fuertemente «iberizada» y «celtiberizada», debió de entablar tempranas relaciones de servicio, bien remunerado, con una instancia de poder capaz de emplear los sobrantes de población generados, sobre todo, en los habitáculos intrapirenaicos.
No debió de producirse, pues, una suplantación de la cúpula social que, a lo sumo, entablaría nexos de clientela y parentesco con los colonos itálico-romanos de mayor rango. La masa de población agrícola y ganadera quedaría inserta en la retícula de «villas» (villae) y fundos cuya propiedad monopolizaba la renovada aristocracia empapada de romanidad. El cuadrilátero prenavarro constituía, por otra parte, una encrucijada capital en la red viaria que ensamblaba las provincias hispanas con las galas y la costa mediterránea con la meseta y el océano. Entre las dos «urbes» municipales de órbita regional, pronto sedes episcopales de sus respectivas comunidades cristianas, otros núcleos de menor entidad (oppida), como Iturissa, Andelos, Curnonium o Cara, completaban la trama de escalas o mansiones de un sistema de comunicaciones político-militar, económico, cultural y religioso.
Como en todo el mundo romano occidental, también en el cantón pamplonés se produjo -desde el siglo III o IV- un deterioro de las funciones ciudadanas y los poderes municipales. Pasaron entonces a garantizar la convivencia y el orden los grandes propietarios de la polvareda de aldeas campesinas, lógicamente arcaizantes en sus costumbres y su lengua. La aristocracia mestiza, vascónica-romana, iría asumiendo así las parcelas de responsabilidad que en el plano político y fiscal dejaban de controlar directamente las altas esferas de gobierno en su paulatina transición desde el imperio «universal» romano a una realeza peninsular de cuño germano militar, más racional y viable. Los naturales espasmos de esta mutación no traducen necesariamente vacíos absolutos de autoridad, ni menos conmociones populares capaces de animar una independencia política de color indígena como han pensado insignes eruditos. El nuevo orden se fue apuntalando paso a paso desde la ocupación de Pamplona por el cuerpo expedicionario enviado por el caudillo visigodo Eurico (472). Tal vez se instaló entonces una guarnición en la ciudad y su periferia, punto neurálgico en las entradas desde la Galia y, poco después (507), baluarte imprescindible contra las acometidas de la monarquía rival franco-merovingia. Los sucintos informes cronísticos anteriores sobre la represión de bandas armadas de forajidos («bagaudas») revelan a lo sumo erupciones de gentes desheredadas, víctimas de una coyuntura de saturación demográfica. Este fenómeno, siempre recurrente, de desbordamiento de gentes desde espacios económicamente deprimidos, puede explicar también las noticias insistentes sobre operaciones policiales contra los «vascones», grupos sediciosos rápidamente domeñados. En la misma constante social cabe interpretar el enrolamiento de guerreros y jinetes pirenaicos, antes en los ejércitos romanos y, ahora, en las filas de pretendientes al trono, como Froya contra el monarca Recesvinto (653) y Ágila II contra Rodrigo (711). En este último caso se debió de pronunciar a favor del «tirano» un sector notable de la aristocracia regional, representado por el gobernador de Tarazona o Calahorra, el iudex o conde Casio, quien poco después recibió con los brazos abiertos al caudillo musulmán Muza ibn Nusayr. Sus descendientes iban a desempeñar durante dos siglos una función de gendarmes de los emires cordobeses en los bordes fronterizos del Pirineo occidental. Algunos de los nombres reiterados generación tras generación en aquel clan de los Banu Qasi o Qasíes (Fortún, Enneco, García o Lope) revelan sus profundas raíces indígenas. En los espacios intrapirenaicos la capitulación de Pamplona -anterior al año 718- salvaguardó las formas de vida y el cristianismo de sus gentes, así como las propiedades, el ascendiente social y el poder fáctico de los magnates locales, responsables en adelante de liquidar a las autoridades del Islam las cargas asignadas a aquella comunidad tributaria. Este círculo nobiliario pamplonés tenía o entabló después lazos de parentesco con los Qasíes, mediadores suyos en adelante ante los gobernantes de Al-Andalus.
La continuidad del cristianismo en la «Navarra nuclear» -entre el eje de la cordillera y sus plegamientos exteriores- ofrecía terreno abonado para la recepción de estímulos políticos de signo opuesto al Islam. El desfile de los ejércitos de Carlomagno en su frustrada expedición a Zaragoza (verano del año 778) tuvo que remover fuertemente las conciencias de la aristocracia pamplonesa. Aunque ésta se doblegó enseguida ante el emir Abd al-Rahman I, no tardaría en responder positivamente a la propaganda de la idea de liberación cristiana, filtrada capilarmente a través de la cortina pirenaica por las huestes regionales francas. Sin embargo, la inscripción de Pamplona y su tierra en la monarquía carolingia apenas pudo mantenerse durante dos lustros (806-816). La nobleza local volvió de nuevo su mirada hacia Córdoba y su cabeza visible Enneco ben Enneco (Íñigo Arista) colaboró luego activamente, con sus Baskunish de los textos árabes, en las tortuosas maniobras políticas de su hermano uterino y después suegro el gran qasí Muza ben Muza, díscolo mandatario del emir cordobés. Con el holgado estatuto de dependencia tributaria, violado a la menor oportunidad, se preservó la fe religiosa de los pamploneses, como proclama elocuentemente a mediados del siglo IX San Eulogio de Córdoba en la epístola de gratitud enviada a su anfitrión el obispo Wilesindo. Desaparecido Íñigo Arista, parece que su hijo García Íñiguez se fue distanciando cuanto pudo de sus parientes Qasíes, ambiciosamente comprometidos en el torbellino que agitó la vida política de Al-Andalus hasta comienzos de la siguiente centuria. A través del corredor alavés anudó ciertos vínculos de solidaridad con la pujante plataforma cristiana desbordada desde la cornisa cantábrica, el reino ovetense de Ordoño I y Alfonso III, idealmente entroncado con la fenecida monarquía hispano-visigoda. Con este estímulo y los alientos mozárabes que pudo recoger Fortún Garcés en su cautiverio de Córdoba, se esbozaría enigmáticamente alrededor de Pamplona una especie de «reino en estado latente». La vorágine de los combates de cada año y su rueda de triunfos y humillaciones acrisolaron sin duda el valor y las lealtades personales de la elite de guerreros pirenaicos y propiciaron, al mismo tiempo, virtualidades de crecimiento político desde sus estrechos reductos, saturados de hombres. Restaba solamente que el clan dirigente alumbrara un caudillo carismático, invicto y clarividente.
La información más cercana y fiable escenifica la modelación de una monarquía pamplonesa a manera de «epifanía» del rey paradigmático, Sancho Garcés I (905-925), líder magnánimo y misericordioso de su pueblo cristiano, debelador infatigable de los sarracenos, asistido por el Altísimo hasta su exaltación final a los cielos. El nuevo reino extendió su soporte territorial desde la comarca de Degio hasta los rescoldos mozárabes de Nájera y sus contornos, y fagocitó también el microcondado epicarolingio de la cabecera del río Aragón. Tomó el nombre de Pamplona, la ciudad de inmarcesible rango episcopal que avalaba simbólicamente un proyecto radical de defensa y dilatación de la cristiandad.
Cabe entrever incluso una primigenia voluntad de engarce imaginario con la Hispania secuestrada por los infieles, en réplica cordial al lema desplegado por los soberanos astur-leoneses, con los cuales multiplicó la prole de Sancho Garcés I sus vínculos de parentesco, traducción evidente de una estrecha fraternidad política. Los alardes militares de Abd al-Rahman III no lograron asfixiar los hálitos de la joven monarquía. La reina Toda y su hijo García Sánchez I capearon hábilmente el vendaval enemigo y aún dieron muestra, por ejemplo en los campos de Simancas (939), de la capacidad de reacción de sus fieles milites pamploneses, una casta nacida y entrenada para el oficio de las armas. En plena hegemonía del califato cordobés, Sancho Garcés II «Abarca» sobrellevó pacientemente los reveses bélicos, se humilló en la propia corte cordobesa ante el príncipe de los seguidores de Mahoma, y hasta entregó una de sus hijas al Almanzor, el prepotente valido califal. En medio de tan angustiosos trances animó, sin embargo, una profunda y reconfortante reflexión sobre las esencias y sagrado destino de su tierna monarquía, como pregonan espléndidamente los textos recreados por la piadosa cohorte intelectual de la periferia de Nájera. Los llamados códices Vigilano o Albeldense, Emilianense y Rotense rezuman un clamoroso himno de fe y confianza en la estirpe de reyes suscitada providencialmente en Pamplona para rescatar Hispania.
Esta avivada sintonía con el reino leonés, cultivada por sucesivos hilos de concierto familiar, permiten entender mejor el rumbo de las monarquías hispano-cristianas en la siguiente centuria y, ante todo, la figura y la sucesión de Sancho Garcés III el Mayor (1004-1035), patriarca pirenaico de la realeza peninsular. El infortunio de su primogénito García Sánchez III el de Nájera, liberador de Calahorra, malogró la posible cohesión fraterna de las milicias de Pamplona, Aragón y Castilla-León para arrebatar en causa común los despojos del extinto califato cordobés. Con Sancho Garcés IV el de Peñalén, satisfecho con las «parias» en oro y plata de régulo moro de Zaragoza, palideció la estrella que empujaba a los «barones» pamploneses hacia las ubérrimas profundidades de la Hispania todavía irredenta. El regicidio los inclinó a favor de un vástago irregular de la familia de monarcas, el príncipe aragonés Sancho Ramírez, avalado por su investidura formal como miles Sancti Petri, feudatario del Pontífice Romano. Lo alzaron, pues, «rey de los Pamploneses» en un giro conceptual de la realeza patria con trascendencia entonces imprevisible. Apostaron por la adhesión personal -la «fidelidad»- al caudillo vecino que infundía mayores esperanzas de honra y lucros en la guerra. Aunque cabeza presumible de la estirpe pamplonesa de reyes, Alfonso VI de Castilla-León se conformó de momento con las tierras de Nájera-Calahorra y Álava con sus dependencias. Adueñado luego de Toledo, la «urbe regia» por excelencia, se reputó emperador de las «Hispanias» y normalizó la discutible realeza de Sancho Ramírez aceptándolo como vasallo por razón de un etéreo «condado de Navarra» (1087). En todo caso, el expeditivo hermanamiento de las fuerzas nobiliarias de Pamplona y Aragón-Sobrarbe-Ribagorza había determinado la ruptura definitiva de las «extremaduras» con el Islam cesaraugustano. Durante casi dos generaciones flamearon de triunfo en triunfo las enseñas de Sancho Ramírez y sus hijos Pedro I y Alfonso I hasta desbordar ampliamente la raya del Ebro. La consigna de «cruzada» enardeció todavía más los espíritus y aureoló las infatigables cabalgadas y las ganancias y honores de la aristocracia pamplonesa.
Aunque enseguida malparado, el matrimonio de Alfonso I el Batallador con su prima Urraca, heredera de Castilla y León, pudo interpretarse en aquel momento como broche final del anillo endogámico forjado laboriosamente desde los primeros vagidos de la monarquía pirenaica. A tan brillante acrecentamiento político acompañó en tierras navarras una movilización social y cultural de magnas dimensiones. Ajustada al compás de Roma la trama eclesiástica y litúrgica, florecieron sus expresiones colectivas, enriquecidas además por el auge espectacular de las peregrinaciones a Compostela. Este flujo transpirenaico de hombres, ideales e intereses comprometió eventualmente en la reconquista a selectos paladines de la caballería feudal francesa; atrajo a clérigos, monjes, sabios, artistas y poetas, pero dejó sobre todo un poso estable de modestos inmigrantes, buscadores industriosos de fortuna en una nueva patria que les brindó sus propios recintos de libertad e iniciativa, los nuevos «burgos» generadores de riqueza y ciudadanía, como Jaca, Sangüesa, Estella, Puente la Reina o San Cernin de Pamplona.
En el desconcierto causado por el fallecimiento y las últimas voluntades de Alfonso I prevalecieron las solidaridades nobiliarias regionales sobre las conturbadoras legitimidades sucesorias. Las aristocracias de Pamplona y Álava bascularon a favor de uno de los más prestigiados linajes, el de García Ramírez, nieto de un bastardo de García Sánchez el de Nájera. Se adujo quizá el anterior «alzamiento» de Sancho Ramírez como argumento bastante para ensalzar al príncipe necesario en caso de emergencia o vacío de autoridad. La Curia Romana se resistiría durante más de sesenta años a saludar como rey a un dux, un caudillo militar, sujeto eventual de poderes fácticos. También ahora se arbitró el expediente ritual de un homenaje al soberano castellano-leonés, el «emperador» Alfonso VII (1135). Quedó esbozado así un espacio monárquico «protonavarro», aislado de la frontera con el Islam y comprimido por reinos mucho más poderosos, Castilla y Aragón, que una y otra vez proyectarían su reparto. García Ramírez debió practicar una política de mera supervivencia y sólo como vasallo de Alfonso VII pudo cooperar en la conquista de Almería. Se aflojaron por ello las fidelidades de una nobleza habituada a compartir con su monarca las glorias y los provechos de una colisión directa con los infieles. Abortado su golpe de mano sobre La Rioja, dominio de Castilla, Sancho VI el Sabio tuvo que consagrarse al desarrollo interno de su modesta herencia. Había mudado su título tradicional de «rey de los Pamploneses» -aquellos milites de lealtad ahora quebradiza- por el de «rey de Navarra» (1162), es decir, señor natural de todos los hombres enraizados en un ámbito soberano bien acotado. Fomentó el incremento demográfico de los polos de economía «burguesa» hasta completar una red equilibrada de «villas francas» en Navarra, Álava y Guipúzcoa. Inauguró una acción sistemática para explotar racionalmente la polvareda de aldeas o villas de señorío realengo. Perseverando en esta misma dirección, pudo Sancho VII el Fuerte bosquejar mediante el crédito dinerario un ingenioso plan de aproximación a la frontera musulmana a través de Aragón. Aunque había perdido sin remedio Álava y Guipúzcoa a manos de Alfonso VIII de Castilla (1200), ayudó a este monarca en la victoria de Las Navas de Tolosa. Convencido, sin embargo, de que su disminuido reino quedaba definitivamente excluido de la empresa de reconquista, proyectó uncirlo dinásticamente a Aragón mediante un prohijamiento mutuo con Jaime I el Conquistador. Llegado el momento de la sucesión, las dudas del joven monarca aragonés y los recelos de la corte castellana abrieron un interregno que las fuerzas vivas del país resolvieron diligentemente ofreciendo la corona al conde Teobaldo IV de Champaña, sobrino del difunto soberano.
Había cristalizado definitivamente el espacio político navarro, casi coincidente con la actual comunidad foral. Aunque nunca olvidaría las seculares raíces que lo asociaban esencialmente a la empresa de liberación cristiana de Hispania, el pequeño reino tenía cegados sus genuinos horizontes de proyección que en sucesivos despliegues quizá hubiesen configurado una especie de «nueva Navarra», dilatada sobre los costados de la cordillera ibérica; en esta dirección seguían fluyendo precisamente buena parte de los excedentes de población del ya inmutable solar navarro. Al bloqueo geopolítico correspondió una disfunción social: había perdido sus alas la casta de guerreros natos, los grandes «barones» del monarca (los «ricos hombres») y, en particular, la muchedumbre de infanzones o «hidalgos», vivero de las mesnadas de caballeros. En este desencantado grupo nobiliario debió de fraguar el proyecto, colectivo que fundamentaba imaginariamente la monarquía en un remoto pacto social. Las discrepancias entre las gentes («más de trescientos a caballo») alzadas en las montañas «cuando los moros conquistaron España», habrían aconsejado elegir y alzar un rey que las acaudillara en sus «cabalgadas» y «ganancias», jurándoles previamente mantener y aún mejorar sus «fueros», remediar los abusos o «fuerzas» y distribuir los servicios de la corona y sus emolumentos («los bienes de la tierra») entre los hombres del propio reino. Esta teoría del poder monárquico debió de informar ya la propuesta llevada a Teobaldo I, «hombre de otra tierra». Consignada por escrito, cabe calificarla como la carta magna del reino, es decir, de la aristocracia tradicional de sangre -ricoshombres, caballeros e infanzones-, más la joven burguesía de «hombres buenos de las villas», francos o ruanos. Al menos germinalmente se habría acuñado así -con la significativa credencial de «fuero de España»- la médula de la «navarridad», basada en el respeto de los derechos adquiridos por los súbditos, incluidos extensivamente los de inferior condición, villanos o recheros, y los moros y judíos. Para la elevación de monarca existía ya la referencia histórica de los pronunciamientos nobiliarios a favor de García Ramírez y, antes, Sancho Ramírez. Ambos habían debido apuntalar su majestad rindiendo vasallaje a un soberano de fuera que, al cabo de un siglo de presiones políticas y bélicas, podía considerarse además un potencial enemigo. Como el nuevo rey era por su condado champañés feudatario del monarca francés, ahora se proclamaba expresamente que «ningún otro rey terrenal» debía tener «poder sobre él»; se evitaban así las amargas ambigüedades de antaño.
Este contexto ideológico generó una dialéctica muy viva durante el siglo en que Navarra estuvo gobernada por reyes foráneos. Aunque dignificados por la corona, Teobaldo I, Teobaldo II y Enrique I no dejaron de considerarse primordialmente condes champañeses. El primero no llegó a residir en Navarra ni la tercera parte de su reinado, el segundo poco más de la quinta parte, y el último apenas dos quintas partes. No puede extrañar, por tanto, que los cuadros sociales de mayor peso -nobleza, burguesía, alto clero- cerraran filas y exigieran altas cotas de participación política. La expeditiva intervención armada que aseguró el trono para la propia dinastía de Francia, los autoritarios Capetos, sólo pasajeramente fracturó la unanimidad que ante los desafueros del soberano congregaba como una piña a los grupos de intereses habitualmente discordantes. El absentismo de los monarcas y la exigüidad geográfica del reino favorecieron la reafirmación de la conciencia popular «foral», que se expresó con rotundidad tanto en las asambleas legales de la «Cort general» como por cauces más o menos sediciosos, «uniones», «juntas» y «hermandades» juramentadas. Las esporádicas represiones violentas, como la de Luis I el Hutín (1307), aún exasperaron más los ánimos de un cuerpo social resentido, además, por la depresión que acortaba sin cesar los grados de prosperidad alcanzados hacia mediados del siglo XIII.
La problemática sucesión de Carlos I (IV de Francia), que no se había dignado jurar los fueros, hizo estallar el descontento, cuyas víctimas propiciatorias fueron las acaudaladas aljamas judías. En un clima de desobediencia civil se movilizaron espontáneamente las fuerzas estamentales del reino -incluso insólitos representantes de algunas villas de señorío realengo-, destituyeron al gobernador francés, nombraron dos regentes y ofrecieron la corona a sus «señores naturales», Juana II y su esposo Felipe III de Evreux. Posesionados del trono en los términos del «fuero», los nuevos monarcas normalizaron sus pautas de diálogo con el reino a través de periódicas convocatorias de los «Estados» o Cortes. Fueron, en cambio, yuguladas las «juntas» o asambleas irregulares y, especialmente, las que traducían el desasosiego de la pequeña nobleza, el proletariado de los infanzones o hidalgos de mediocre posición económica y prácticamente sin oportunidad de obtener los rendimientos del oficio de caballeros, reservado para una minoría. Cuando todavía azotaban el reino las calamitosas secuelas de la gran Peste Negra (1348), Carlos II acometió una ardorosa reivindicación de los derechos patrimoniales de su estirpe y comprometió a sus súbditos navarros en los conflictos bélicos de Francia e Inglaterra y, consecuentemente, en las fricciones entre Castilla y Aragón y hasta en la pugna civil por el trono castellano. Aunque estrujó los menguados recursos humanos y económicos de su monarquía en temerarias empresas exteriores, legó a su heredero una sociedad acrisolada por las adversidades y disciplinada en los exigentes servicios al soberano. Sobre esta base pudo Carlos III realzar el ornato de la corte navarra, tanto en su infraestructura arquitectónica como en su séquito de dignatarios áulicos, siguiendo los modelos franceses que tan bien conocía. Vivió en estrecha relación con sus súbditos y fomentó la amistad de los monarcas vecinos. Cortó honrosamente las amarras feudovasalláticas con Francia a cambio de las rentas de un teórico ducado de Nemours (1404). Reforzó los vínculos de parentesco con la familia de su esposa, la dinastía real castellana de los Trastámara, entronizados también en Aragón. Esta política matrimonial pondría luego Navarra al servicio de los intereses e intrigas de Juan II en Castilla, sobre todo tras el fallecimiento de su mujer la reina Blanca (1441). El monarca no reparó incluso en enfrentarse con su hijo heredero Carlos, príncipe de Viana, y desatar así una guerra civil que desgarró la sociedad navarra en facciones irreconciliables, agramonteses y beaumonteses; éstas traducían viejos antagonismos entre los clanes de la nobleza activa del país y la rivalidad perduró largo tiempo, pues hasta 1628 se repartieron entre los de uno y otro bando tanto las plazas del Consejo Real y la Corte como las canonjías y los oficios de los pueblos. Con la muerte del desdichado príncipe (1461), heredero también de la Corona de Aragón, concluyó la lucha por el trono navarro, pero aún se complicó más la posición política del reino, que perdió definitivamente a manos de Castilla las tierras de Laguardia, Bernedo y San Vicente de la Sonsierra. El matrimonio de la princesa Leonor con el conde Gastón IV de Foix deparó a sus nietos Francisco Febo y, luego, Catalina extensos señoríos y serios compromisos en tierra francesa, incrementados al casar Catalina con Juan (III) de Albret. Por este lado eran vasallos del rey de Francia y le debían fidelidad, pero como soberanos de Navarra no podían contrariar el programa político de Fernando el Católico, rey de Aragón y regente de Castilla, apoyado por la facción beaumontesa. Era un equilibrio que debía romperse sin remedio al entrar en pugna abierta las dos grandes monarquías nacionales.
Se recurre en ocasiones a los conceptos de anexión a Castilla y pérdida de la independencia para valorar los sucesos acaecidos como consecuencia de la campaña -casi un desfile militar- del duque de Alba por tierras navarras durante el verano de 1512. Se había demostrado que no cabía la neutralidad de aquella encrucijada fronteriza, lastre insoportable para una dinastía radicada patrimonialmente fuera de la península. Por lo demás, la ocupación armada se orquestó como unión dinástica; ésta podía rememorar la vocación hispana de la primitiva monarquía pamplonesa y, en todo caso, no empañaba la singularidad navarra plasmada precisamente con el alzamiento del primer soberano de origen francés. No debe olvidarse, por añadidura, que un sector notable del cuerpo social había apostado ya, como se ha indicado, a favor de Fernando el Católico. Éste garantizó mediante juramento (Valladolid, 12.6.1513) la observancia de los fueros, leyes, usos, libertades y privilegios tradicionales, que no debían interpretarse «sino en utilidad, honor y provecho del reino». Fracasados los intentos de recuperación por los monarcas Albret, Carlos I (IV de Navarra) otorgó una amnistía total a los exiliados que le juraran fidelidad (1524), con lo cual se abrió el camino para una reconciliación entre los bandos. El abandono del apéndice transpirenaico de Ultrapuertos, soldado al reino desde finales del siglo XII, unos 1.300 km2, permitió a la progenie de Catalina de Foix y Juan de Albret lucir la dignidad testimonial de reyes, y a los propios soberanos franceses agregar Navarra a su título principal durante tres siglos (1589-1789).
La incorporación del reino a la corona de Castilla (julio de 1515) brindó a los navarros crecientes oportunidades para servir a la monarquía y a la Iglesia y buscar fortuna en la península y en tierras americanas. Significó, por otro lado, un rápido ascenso demográfico y económico durante el siglo XVI. Con los primeros soberanos españoles de la casa de Austria, que inscribieron en su escudo las armas de Navarra con rango de cuartel, se libró al pequeño reino de toda la acción política exterior, responsabilidad directa del monarca. La tradición foral limitaba taxativamente las aportaciones económicas y militares fuera del propio territorio. La lejanía de la Corte aligeró quizá la sensación de dependencia o incomidad propia de cualquier súbdito. En todo caso, los virreyes mantuvieron un diálogo generalmente conciliador con las Cortes, encarnación genuina del reino. Bajo los soberanos de la dinastía de Evreux, los Estados o Cortes habían constituido una representación más bien elemental, protocolaria y fácilmente doblegable; sólo desde el tenso reinado de Juan II y las dificultades de la casa de Foix se habían manifestado con mayor exigencia y habían comenzado a dotarse de una incipiente burocracia propia. Ahora, por el contrario, se alzaron como potente y celosa caja de resonancia de las minorías dirigentes, con un progresivo influjo de las activas oligarquías burguesas de las «universidades». Se reservaron expresamente, por ejemplo, el derecho de promulgar o no las leyes sancionadas por el rey (1569); reafirmaron con inusitada energía la voluntariedad del «donativo» o «servicio» fiscal; generaron su propio órgano permanente de control y vigilancia de sus acuerdos, la Diputación del Reino, definitivamente establecida desde finales del siglo XVI. Como contrapeso, las contadas injerencias de la corona tuvieron como cauce el Real Consejo que, aparte de su anterior carácter de suprema instancia judicial, adquirió (1547) altas facultades inquisidoras sobre los municipios.
Hubo una seria amenaza contra el régimen navarro en el curso de la Guerra de Treinta Años, a mediados del siglo XVII, con motivo de las exigencias pecuniarias y militares de la Corte, acentuadas por la mentalidad absolutista del conde-duque de Olivares. Aunque con cauteloso pragmatismo hicieron obligadas concesiones concretas, las Cortes impulsaron previsoramente una honda reflexión historiográfica sobre la identidad del reino -los Anales de José de Moret-, así como un hábil rearme jurídico con la Nueva recopilación de las leyes del reino de Antonio Chavier, que introdujo como pórtico entrañable la arcaica compilación medieval del llamado «Fuero General». A raíz de la Guerra de Sucesión se desarboló totalmente el sistema de gobierno de la Corona de Aragón, tan afín genéticamente al de Navarra. La marca centralista sólo dejó a flote el reino pirenaico que para su fortuna había aceptado con calor la candidatura borbónica de Felipe V desde el primer momento (1701). Se cometieron ciertamente tempranos contrafueros, como el efímero traslado de las «tablas» o aduanas al Pirineo (1717-1722), y la frustrada imposición de un reemplazo militar (1746). Ambos asuntos volvieron a debatirse bajo Carlos III y entonces se intentó también en vano (1780-1781) cercenar la función legisladora de las Cortes. La cuestión aduanera condujo (1753) a la reintegración de Navarra del partido de Los Arcos, incorporado a Castilla desde 1463. El espíritu de la Ilustración, que había prendido ya en algunos navarros, propiciaba serias reformas en aquella sociedad sin duda rezagada. Se aseguró el desarrollo de la red de caminos que quedó, sin embargo, bajo competencia de las Cortes y la Diputación (1783). Escenario de la guerra contra la Convención (1793-1795), Navarra sufrió los estragos de un frente real de combate y las expeditivas levas de soldados; se puso en mayor evidencia la singularidad de sus instituciones privativas, suscitando recortes efectivos de los fueros en la fijación de tributos y los reemplazos militares por parte del gobierno de Godoy, valido de Carlos IV (VII de Navarra), a quien por otra parte se debió la transitoria integración en Navarra de Irún, Lezo y Fuenterrabía (1805-1810).
Durante la guerra de la Independencia tanto el régimen napoleónico como las Cortes españolas de Cádiz hicieron tabla rasa de las tradiciones históricas de Navarra, y lo mismo ocurrió bajo el gobierno del trienio constitucional (1820-1823). La restauración de Fernando VII (III de Navarra) en 1814 y del absolutismo en 1824 conllevaron la restitución de las instituciones forales. Las Cortes de 1817-1818 acabaron con las precedentes reformas de Godoy; las siguientes y últimas, 1828-1829, remediaron todavía algunos contrafueros y crearon una Junta Superior de Educación y un Colegio de Medicina, Cirugía y Farmacia, pero, una vez disueltas, el gobierno central suprimió el derecho foral de sobrecarta y acordó una revisión general de los fueros.
El primer alzamiento carlista (1833-1839) tuvo en Navarra uno de sus más recios baluartes. La facción, radicalmente absolutista, enarboló la bandera de los fueros y la religiosidad como señuelo de una clientela eminentemente campesina y conservadora. La burguesía, en cambio, apoyó al gobierno liberal que se sostuvo, por ejemplo, en Pamplona. Aunque reconoció a Isabel I de Navarra (II de Castilla), la Diputación del Reino no pudo evitar el desmantelamiento de la organización foral (Cortes, Real Consejo, Tribunal de la Corte, Cámara de Comptos) e incluso su propia metamorfosis en una simple diputación provincial. Esta última, sin embargo, logró que se extendieran a Navarra los términos del convenio de Vergara y la subsiguiente ley confirmatoria de los fueros (25.10.1839) «sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía». Conservó además su composición tradicional de siete miembros representantes de las merindades y asumió las prerrogativas forales subsistentes. Negoció, finalmente, con realismo la ley de 16 de agosto de 1841 que de hecho le atribuía mayores competencias que la extinta Diputación del Reino. Sin mayores formalidades se acuñó pronto la idea y la palabra de «pacto», para significar el nuevo marco legal, y el adjetivo «foral» subrayó las peculiaridades específicas de la teórica Diputación provincial.
En la nueva dialéctica entablada con las instancias estatales la Diputación defendió siempre los derechos adquiridos, por ejemplo, ante la Ley general de desamortización civil (1855), disposiciones centrales sobre montes, obras públicas y carreteras, secretarios municipales y primera enseñanza, revisión del convenio económico, estatuto de los ayuntamientos; desarrolló, por otra parte, servicios cuya competencia no había previsto el ordenamiento de sus funciones. No obstante las variadas y cambiantes formaciones políticas, contó con un clamor popular prácticamente unánime en las circunstancias de mayor presión estatal, como en la famosa Gamazada (1893). A través de las alternativas de gobierno y hasta formas de Estado, bajo la monarquía, las repúblicas y las dictaduras, veló sin dejaciones por la salvaguarda de los derechos residuales del antiguo reino.
La transición hacia la democracia actual durante el trienio que culminó con la promulgación del texto constitucional de 6 de diciembre de 1978, tuvo en Navarra matices peculiares. Aunque no se ventilaba ya la vigencia de los derechos forales, intervino otro factor histórico mucho más reciente, el proyecto de ensamblamiento de una patria vasca que incluya Navarra. Esta opción no prosperó con las elecciones del primer Parlamento foral (abril de 1979). Se diseñó, pues, laboriosamente una nueva carta magna de la navarridad. El rey Juan Carlos I sancionaba, en efecto, el 10 de agosto de 1982 la Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen foral de Navarra. El texto pactado no sólo normalizaba el gobierno democrático de la Comunidad foral, sino que le abría anchos horizontes para el desarrollo dinámico de las viejas y nuevas competencias conforme a los ritmos venideros del propio pulso social.
Bibliografía
J.M. Lacarra, Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla (Pamplona, 1972-1973), 3 vol.; Varios col., Historia de Navarra (Pamplona, 1989), 3 vol.; Gran Atlas de Navarra. II. Historia, dir. A.J. Martín Duque (Pamplona, 1986); Primer Congreso General de Historia de Navarra. 1. Ponencias. 2/6. Comunicaciones (Pamplona, 1987-1988), 6 vol.
Cronología
120000-100000 a.C. Posible datación de los restos materiales más antiguos de cultura humana hallados en Navarra, correspondientes al Achelense avanzado, finales del Paleolítico Inferior.
13850 a.C. Fecha (establecida por análisis del Carbono 14) de restos de la cueva de Abauntz (Arraiz), del Magdaleniense (Paleolítico Superior).
3500-1000 a.C. Extensión por todo el territorio de elementos culturales del Neolítico y la Edad de Bronce desarrollados por grupos de pastores, agricultores y prospectores de metales. Proliferación de dólmenes en la franja pirenaica, asociados con ritos funerarios de inhumación.
900-500 a.C. Diversas penetraciones de inmigrantes centroeuropeos portadores de un patrimonio cultural de «tradición celta» (Edad del Hierro I).
350-200 a.C. Difusión desde las riberas del Ebro de utillaje propio de la denominada «cultura ibérica» (Edad del Hierro II).
76 a.C. Primera mención de los Vascones al narrar Tito Livio la campaña de Sertorio remontando el valle del Ebro. Se cita Cascantum (Cascante)
75-74 a.C. Pompeyo acampa en Pamplona, cuya fundación se le atribuye.
s. I-IV d.C. Proceso de organización e inculturación romana del territorio (municipios, «villas», red viaria, obras hidráulicas, muestras artísticas, acuñaciones monetarias, bagaje tecnológico, etc.)
409. Irrupción por el Pirineo de los bárbaros (Alanos, Vándalos y Suevos).
472. En nombre del rey visigodo Eurico, el «conde» Gauterico controla Pamplona en la campaña de conquista de Zaragoza y su zona de influencia.
541. El ejército franco-merovingio atraviesa Pamplona en su ofensiva hasta Zaragoza contra el soberano hispano-visigodo Teudis.
583-592. Liliolo, primer obispo de Pamplona de nombre conocido, participa en el Concilio III de Toledo y el II de Zaragoza.
621. El rey Suintila castiga a los Vascones montañeses y los obliga a entregar rehenes y construir Oligitus (Olite), «ciudad de los godos».
653. Grupos de guerreros Vascones asedian Zaragoza cooperando con el «tirano» Froya, pretendiente al trono frente al monarca Recesvinto.
672. Vamba domeña a los Vascones rebeldes en una campaña de siete días.
711. La invasión de Hispania por los musulmanes sorprende al rey Rodrigo en tierras de Pamplona sofocando una rebelión entre los Vascones.
714. El conde Casio capitula ante Muza y se convierte al Islam. Sus descendientes (Banu Qasi) señorean las riberas navarras durante dos siglos.
715-718. Capitulación de Pamplona ante los musulmanes.
778, ago. 15. Es derrotada cerca de Roncesvalles la retaguardia del ejército de Carlomagno que regresaba de la frustrada campaña hasta Zaragoza.
781. Abd al-Rahman I restaura su autoridad en tierras de Pamplona.
799. Insurrección pamplonesa contra el delegado del emir de Córdoba.
812-816. Fugaz implantación del régimen franco en Pamplona y su región.
824. último intento franco de dominio del Pirineo occidental hispano.
842-850. Campañas de castigo del emir Abd al-Rahman II contra Musa ibn Musa (ibn Qasi) y su hermano uterino el «vascón» Íñigo Arista.
848. San Eulogio de Córdoba, huésped del obispo pamplonés Wilesindo, visita los florecientes monasterios pirenaicos de Leire, Igal y Urdaspal.
873. Campaña de Muhammad I contra García Íñiguez, aliado con el rey astur.
905-925. Sancho Garcés I, rey de Pamplona se apodera de la tierra de Estella (Deyo), conquista la alta Rioja con Nájera, Viguera y Calahorra. Une también a su monarquía el condado pirenaico de Aragón.
920. Campaña de Abd al-Rahman III. Vence a Sancho en Muez-Valdejunquera.
924. Nueva expedición de Abd al-Rahman III, que arrasa Pamplona.
934. La reina Toda y su hijo García Sánchez I se humillan ante el califa.
939. Colaboración de los pamploneses en la victoria leonesa de Simancas.
968. Los musulmanes recuperan Calahorra.
976. Códice Vigilano o Albeldense, con retratos de Sancho Garcés II Abarca y su familia; primera crónica sobre la eclosión del reino de Pamplona.
1004-1035. Sancho Garcés III el Mayor fortifica la frontera con el Islam. En nombre de su mujer, la castellana Mayor, se hace cargo de los condados de Ribagorza y Castilla. Consolida la inscripción en su monarquía de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya. Actúa en los asuntos internos de León.
1035. Ramiro I, hijo de Sancho el Mayor, se hace cargo del reino de Aragón.
1037. Fernando I, hijo también de Sancho el Mayor, rey de Castilla-León.
1045, abr. 30. Reconquista de Calahorra por García Sánchez III el de Nájera.
1054, sep. 1. García el de Nájera sucumbe en Atapuerca frente a su hermano Fernando I, que sustrae al reino de Pamplona la «Castilla Vieja».
1076, jun. 4. El rey Sancho Garcés IV es asesinado en Peñalén. Sancho Ramírez une la corona de Pamplona a la de Aragón. Alfonso VI de Castilla-León, también primo suyo, se hace cargo de La Rioja, más Álava y Vizcaya.
1087. Homenaje de Sancho Ramírez a Alfonso VI por el «condado de Navarra».
1090. Extensión del fuero de Jaca a Estella, primer núcleo de inmigrantes francos, sobre el camino frecuentado por los peregrinos a Santiago.
1119, feb. 25. Capitulación de Tudela ante Alfonso I el Batallador.
1134, sep. 7. Muerte de Alfonso I sin sucesión directa. Los aragoneses reconocen rey a Ramiro II el Monje, la nobleza pamplonesa alza a García Ramírez, señor de Tudela. Vuelven a unirse al reino Álava y Vizcaya.
1135, may. García Ramírez presta homenaje a Alfonso VII de Castilla-León.
1147. El monarca navarro colabora con el castellano en la toma de Almería.
1151. Sancho VI el Sabio renueva el vasallaje al rey de Castilla-León.
1162. El «rey de los Pamploneses» pasa a titularse «rey de Navarra».
1168. El magnate navarro Pedro Ruiz de Azagra, señor de Albarracín.
1199-1200. Álava y Guipúzcoa, ocupadas por Alfonso VIII de Castilla. Navarra retiene las tierras de Laguardia, Bernedo y San Vicente.
1212, jul. 16. Participación navarra en la batalla de Navas de Tolosa.
1234, abr. 7. Muere Sancho VII. Le sucede su sobrino Teobaldo I, conde de Champaña, frente a las pretensiones de los reyes de Aragón y Castilla.
1238, ene. 25. Se acuerda recopilar por escrito los «fueros» del reino.
1253, nov. 27. Teobaldo II jura los fueros y repara anteriores abusos.
1270, dic. 4. Muere Teobaldo II al regresar de la cruzada de Túnez.
1274. Aragón y Castilla pretenden la herencia de Enrique I, cuya sucesora Juana I, menor, queda bajo la tutela de Felipe III de Francia. Casada luego con Felipe IV, los monarcas franceses regirán Navarra hasta 1328.
1276, sep. Destrucción de la Navarrería de Pamplona por tropas francesas.
1328. Muerte de Carlos I (IV de Francia). Los representantes navarros de la nobleza y la burguesía acuerdan (1 mayo) reconocer como reyes a Juana II y su esposo Felipe III conde de Evreux.
1329. Empiezan a funcionar con regularidad las Cortes o Estados del reino.
1330, sep. 10. Felipe III promulga un «Amejoramiento» de los fueros.
1348. Extensión de la Gran Peste. Crisis demográfica.
1351-1361. Carlos II interviene activamente en la política francesa.
1365. Organización de la Cámara de Comptos (cuentas) del reino.
1373, oct. 3. Se integra definitivamente en Navarra el monasterio de Fitero.
1376. Expedición de la «Compañía navarra» a Albania y Acaya (Grecia).
1387, ene. 1. Muerte de Carlos II, apellidado después «el Malo».
1404. Carlos II renuncia a sus señoríos patrimoniales en Francia a cambio de las rentas del teórico ducado de Nemours.
1423. Carlos II instituye el Principado de Viana para su nieto Carlos.
1424, sep. 8. Fallecimiento de Carlos III, denominado «el Noble».
1429. Coronación de Blanca y su esposo Juan II. Guerra con Castilla.
1441. Muerte de la reina Blanca. Carlos de Viana, gobernador del reino.
1451, oct. El príncipe es derrotado y apresado en Aibar por Juan II. Luchas entre sus partidarios, beaumonteses y agramonteses respectivamente.
1458. Juan II sucede a su hermano Alfonso V como rey de Aragón.
1460, ene. 26. Reconciliación de Carlos con Juan II que lo vuelve a encarcelar (Lérida, 2 dic). Se aviva la guerra en Navarra y Cataluña.
1461, feb. 25. El príncipe en libertad. Reconocido (21 jun) heredero universal de su padre y lugarteniente de Cataluña, fallece poco después (23 sep) cuando Enrique IV de Castilla había invadido Navarra.
1463, abr. 23. Bayona. Sentencia arbitral de Luis XI. Navarra pierde Laguardia, San Vicente de la Sonsierra y Los Arcos, pero conserva Estella.
1479, 9 ene. 28, feb. 12. Efímero reinado de doña Leonor.
1479-1483, ene. 30. Francisco Febo, nieto de Leonor, rey. Desempeña la regencia de la monarquía su madre Magdalena de Francia.
1494, ene. 12. Pamplona. Coronación de los monarcas Catalina y Juan III de Albret.
1512, mar. Fernando el Católico declara la guerra a Francia. Las tropas castellanas entran (jul) en Navarra, cuyos reyes pretendían ser neutrales.
1515. Las Cortes de Castilla (en Burgos) aceptan la incorporación de Navarra a aquella corona, como reino con instituciones y fuero propios.
1521. Fin de las luchas entre partidarios de la unión a Castilla y partidarios de la independencia bajo la dinastía Albret: batalla de Noáin y cercos de Maya y Fuenterrabía.
1527. San Juan de Pie de Puerto jura fidelidad a Carlos IV (I de Castilla): último acto de soberanía sobre la merindad de Ultrapuertos, que es abandonada.
1552. Muere San Francisco Javier.
1612-1614. Capitulaciones hispano-francesas para fijar la frontera pirenaica.
1638. Socorro navarro a Fuenterrabía, sitiada por tropas francesas.
1684. Publicación del primer tomo de los Anales del reino de Navarra de José de Moret S. J.
1701-1713. Guerra de sucesión a la corona de España: Navarra apoya a Felipe de Borbón.
1735. Novísima recopilación de las leyes del reino de Navarra.
1753. Reincorporación a Navarra de Los Arcos y su partido.
1786. Tratado hispanofrancés de límites, que precisa lo estipulado en las capitulaciones de 1612-1614 sobre la frontera franconavarra.
1794. Invasión y destrucción del norte de Navarra por los soldados de la Convención francesa.
1796. Real Cédula de Carlos VII (IV de Castilla) disponiendo que sus normas legales no requieran la aquiescencia de la Diputación ni la aprobación de las Cortes de este reino para entrar en vigor.
1805. Carlos VII (IV) incorpora Fuenterrabía a Navarra para dar al reino salida al mar.
1808. Ocupación francesa de Navarra. Constitución de Bayona, disponiendo que Navarra se convierta en provincia y que sus fueros sean revisados. La Diputación de Navarra declara la guerra al francés. Derrota de los ejércitos españoles en Tudela. Aparición de las guerrillas.
1809. Los guerrilleros navarros se unen formando El Corso Terrestre al mando de Javier Mina.
1810. Francisco Espoz y Mina, jefe del Corso Terrestre.
1812. Constitución española de Cádiz: Navarra, convertida en provincia y sometida al derecho común.
1813. Retirada de los ejércitos franceses.
1814. Restauración de las instituciones y fueros del reino de Navarra, Fuenterrabía vuelve a Guipúzcoa. Pronunciamiento de Espoz y Mina contra el absolutismo de Fernando VII.
1817. Reunión de Cortes de Navarra: se deroga la real cédula de 1796 y se reparan todos los agravios efectuados por la corona entre 1796 y 1817.
1820. Reimposición de la Constitución de 1812 en toda España: Navarra, de nuevo provincia de derecho común.
1821. Comienzo de la guerra realista contra el liberalismo.
1823. Restauración del antiguo régimen: Navarra vuelve a ser reino por última vez.
1828. Reunión de las últimas Cortes de Navarra.
1829. Fernando VII cierra las Cortes y restablece lo mandado en la real cédula de 1796.
1833. Comienza la primera guerra carlista. Navarra, convertida en provincia por la Administración liberal.
1839. Terminación de la guerra carlista en Navarra. Ley de las Cortes españolas confirmando los fueros de las Vascongadas y de Navarra pero ordenando su modificación. Real decreto de creación de la Diputación (foral) de Navarra, con poderes especiales.
1841. Ley de modificación de los fueros de Navarra (llamada enseguida ley paccionada). Pronunciamiento del general O´Donnel contra Espartero, ofreciendo la reintegración de los fueros.
1856. Tratado hispanofrancés de límites: frontera actual.
1861. Real orden reconociendo la autonomía de Navarra para efectuar la desamortización civil: permite el mantenimiento de los comunes de los pueblos.
1872-1876. Última guerra carlista.
1877. Convenio de Tejada-Valdosera (delegado del Gobierno central) para elevar el cupo contributivo de Navarra al Estado, vigente, desde la ley de 1841.
1893. Gamazada: el ministro Gamazo intenta imponer a Navarra una modificación fiscal que la aproxime al régimen común.
1898. Creación del Consejo Administrativo de Navarra (luego Consejo Foral).
1927. Convenio con el Estado para elevar el cupo de 1877.
1931. Segunda república: sustitución de todas las Diputaciones españolas, también la de Navarra, por Comisiones gestoras provinciales.
1935. Supresión de la Gestora navarra y elección de nueva Diputación foral.
1936-1939. Guerra civil: Contra el Gobierno de la república se movilizan en Navarra 16.000 voluntarios requetés, 6.500 falangistas y 18.000 mozos llamados a filas con su quinta.
1940. Elección de nueva Diputación foral por el Consejo foral: desaparece el sufragio universal.
1941. Convenio con el Estado para elevar el cupo de 1927.
1969. Convenio con el Estado para elevar el cupo de 1941 e introducir un sistema de revisión anual parcial.
1973. Promulgación de la Compilación de Derecho civil de Navarra (llamada Fuero Nuevo).
1978. Constitución española: primera en reconocer expresamente los derechos históricos de los territorios forales y la vigencia de la ley de 1839 en Navarra.
1979. Elecciones de nueva Diputación y del primer Parlamento foral por sufragio universal.
1981. Amejoramiento del fuero.
Educación
La matrícula de los niveles básicos en el curso 1987-1988 era de 76.105 alumnos: 11.635 de Preescolar y 64.470 de E.G.B. La población escolar de Pamplona era de 28.919 alumnos que suponía el 37,99% del total provincial y la de su área de influencia 11.533 (15,5%). Conjuntamente considerados suman un total de 40.452 alumnos lo que representa que el 53,15 de la población escolar de los niveles básicos se concentraba en la capital y área metropolitana, quedando el 46,84% en el resto de la provincia.
Por sectores, la enseñanza pública llegaba a 43.057 alumnos y la privada a 33.048. El alumnado de los colegios públicos se distribuía por toda la geografía navarra de la siguiente forma: Pamplona 11.274 alumnos que representa el 26,18% del total provincial, 6.081 en el área de influencia (14,12%) y 25.762 (59,70%) en el resto de la provincia. La enseñanza privada estaba más concentrada en la capital y área metropolitana: 17.645 alumnos en la capital (53,39%), 5.452 en el área de influencia (16,49%) y tan sólo 9.951 (30,12%) en el resto de la provincia.
Las enseñanzas eran impartidas en 91 colegios públicos, que tenían al menos los 8 niveles de E.G.B., 66 Colegios Públicos incompletos y 35 que sólo mantenían una unidad. En cuanto a la enseñanza privada el número de centros era de 63,34 y 14 respectivamente lo que suponía un porcentaje superior en centros completos y menor en incompletos.
La escolarización de la población escolar de las localidades pequeñas se realiza en la red de colegios comarcales, que agrupa a 13.944 alumnos (32,38% de los alumnos de la enseñanza pública), de los cuales 5.301 eran transportados por pertenecer a localidades diferentes de la que se constituye en cabeza de la concentración.
El número de alumnos que cursaban los estudios de Bachillerato en el curso 1987-88, es de 17.981, de los cuales 11.077 (61,60%) radicaban en Pamplona, el 9,03% en el área de influencia y el 29,36% en la provincia. Se observa pues una mayor concentración del B.U.P. en la capital respecto de la E.G.B.
La distribución de los centros públicos obedece a un criterio de comarcalización, que llega a todas las zonas de Navarra. Seis institutos están ubicados en Pamplona y el resto en Burlada, Alsasua, Estella, Lodosa, Tudela, Marcilla, Tafalla, Barañain, Sangüesa y Oronoz Mugaire. La oferta privada se centraba en la capital y área de influencia con un total de 17 centros de los 22 existentes.
La Formación Profesional tenía una matrícula de 12.275 alumnos, observándose idéntico criterio de comarcalización en la planificación de los entes públicos y fundamentalmente por parte del Gobierno de Navarra a través del Instituto de Formación Profesional: Escuelas de Formación Profesional de Elizondo, Vera de Bidasoa, Leiza, Estella, Peralta, Corella, Tudela, Tafalla, Lumbier, Huarte y las dos de Pamplona. El Ministerio completaba este mapa con los Institutos de Formación Profesional de Alsasua, Beriáin, Burlada, Virgen del Camino, Politécnico de Pamplona y M.ª Ana Sanz. La oferta privada se reunía en torno a la capital y con excepción del Instituto Salesiano lo hacía para unas especialidades muy determinadas.
En el nivel Universitario, Navarra cuenta con las Escuelas Universitarias de Formación del Profesorado de E.G.B., de Estudios Empresariales, de Trabajo Social y de Enfermería, todas ellas encuadradas en el Distrito Universitario de Zaragoza y financiadas estas dos últimas por el Gobierno de Navarra que es su titular. Igualmente sucede con la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Agrícola pero está adscrita a la Universidad Politécnica de Madrid.
En cuanto a Facultades Universitarias está la Universidad Pública de Navarra, el Centro Asociado de la UNED y la Universidad de Navarra.
Finalmente cabe señalar la existencia de la Escuela de Idiomas, el Conservatorio «Pablo Sarasate», «Joaquín Maya» y «Sebastián Albero» y los conservatorios elementales de Tudela, Tafalla, Sangüesa, Burlada y Barañáin, todos ellos subvencionados por el Gobierno de Navarra, las Escuelas de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Pamplona y Corella, la Escuela de Graduados Sociales y el Instituto Navarro de Estudios Turísticos.
Prehistoria-Protohistoria
Las más antiguas manifestaciones artísticas conocidas en Navarra, aparecen en el Paleolítico Superior. Se trata de un conjunto de grabados de la cueva de Alkerdi en Urdax, descubiertos por N. Casterets y el Marqués de Loriana, y estudiadas detalladamente años más tarde por I. Barandiarán.
Los restos de arte mueble son algo más numerosos. De Berroberria* proceden tres arpones de cuerno, con incisiones, así como un punzón y una pieza ósea, pero la pieza más interesante es un cincel-compresor de cuerno decorado con una cabeza de ciervo y dos figuras animales. Existen además un conjunto de piezas sobre objetos de suspensión, como unos colgantes procedentes de Abauntz* (Arraiz), varias plaquetas de Abauntz*, y una plaqueta de arenisca con líneas grabadas procedentes de Berroberria.
Las manifestaciones artísticas del Neo-Eneolítico-Edad del Bronce, se analizan generalmente desde varios aspectos que contemplan en primer lugar las diversas construcciones megalíticas (dólmenes, túmulos y menhires); a los diversos elementos de adorno y las manifestaciones escultóricas y de arte rupestre. (Megalitismo*, dolmen*, túmulo*, menhir*).
Hay indicios de la sensibilidad artística de estas gentes, aunque se escape el verdadero significado que para ellas tuvieron esas representaciones. Los testimonios encontrados en Navarra encajan en el fenómeno del arte esquemático y deben analizarse dentro de ese panorama general. Cuatro son los conjuntos identificados: tres en Echauri y uno en el Señorío de Learza, en la «Peña del Cuarto*». Difieren entre sí por el grado de esquematismo y por la técnica empleada en su ejecución, pinturas en Echauri y grabado en Learza.
Conviene destacar además la existencia de diversos adornos de uso personal y un importante conjunto de petroglifos* procedentes de Alsasua y del término de Bescos en Beire.
Ya dentro de la Edad del Hierro, y a pesar de no ser una faceta estrictamente artística, conviene valorar la importancia del urbanismo que supone sin duda uno de los aspectos más interesantes de esta etapa de la protohistoria, ya que es en esta faceta en la que la indoeuropeización supone un cambio más notable, pues al inicio del primer milenio gran parte de las tierras peninsulares no conocen todavía el desarrollo urbano, al que comenzarán a incorporarse de manera escalonada, dependiendo generalmente de la mayor o menor incidencia que los pueblos europeos tuvieron en las distintas regiones. (Arquitectura*, Prehistoria-Protohistoria*).
En escultura destacan dos estelas procedentes del poblado de la Custodia (Viana), diversos idolillos y un pie de barro del Alto de la Cruz de Cortes de Navarra y diversos adornos como cuentas de collar, fíbulas, botones, broches de cinturón, brazaletes, pulseras, torques, diademas, etc.
Las manifestaciones pictóricas se reducen a unos fragmentos de paredes pintadas de viviendas y a pinturas en cerámicas, todo ello procedente del Alto de la Cruz* de Cortes de Navarra.
Antigüedad
El arte romano, fiel representación del pueblo que lo cultivó, transmite un sentido y temperamento prácticos y utilitarios. Marcado sobre los patrones de las escuelas helenísticas y considerado, en ocasiones, como una más de ellas, evidentemente muy prolongada en el tiempo y, sobre todo el espacio, tiene sin embargo, una personalidad muy destacada, basada principalmente, en la importancia de la técnica, especialmente reflejada lógicamente en las obras arquitectónicas, pero igualmente, en el resto de las manifestaciones artísticas, escultura, pintura, musivaria, etc.
Las diversas modalidades se encuentran, sin embargo, escasamente representadas en la región navarra. La arquitectura ha sido prácticamente borrada por el paso del tiempo, y sólo las modernas excavaciones van ofreciendo un pálido, aunque en ocasiones espectacular reflejo de lo que pudieron ser algunos edificios y obras de ingeniería (depósitos, acueductos) de las civitates romanas. La escultura apenas cuenta con media docena de restos en bulto redondo, casi nunca completos y, en ocasiones sólo conocidos por las descripciones y fotografías realizadas antes de su desaparición. Sólo la musivaria, representada en una cincuentena de pavimentos, ha llegado a la actualidad en número relativamente importante, aunque probablemente sólo sea una pequeña parte de lo construido a lo largo de cinco siglos de romanización. (Arquitectura*, Escultura*, Pintura*, Mosaico romano*, Romanización*).
Edad Media
De época musulmana cabe destacar la serie de restos arquitectónicos y decorativos pertenecientes a la mezquita mayor de Tudela, y -de origen califal cordobés- las arquetas hechas en marfil, utilizadas por los cristianos navarros como relicarios del monasterio de Santa María de Fitero y de San Salvador de Leire, ésta última, hoy custodiada en el Museo de Navarra en Pamplona. En época prerrománica, sin ser muchos los ejemplos que se conservan, sí quedan testimonios literarios suficientes que permiten hablar de actividades artísticas llevadas a cabo en los monasterios existentes en el antiguo reino de Pamplona-Nájera, manifestados materialmente en arquitectura por la primitiva iglesia de Leire, y en las artes figurativas por objetos litúrgicos hechos en marfil y por códices ilustrados procedentes de San Martín de Albelda, y de San Millán de la Cogolla. Pero es durante los períodos románico y gótico cuando Navarra alcanza etapas de reconocida brillantez artística que se fundamentan en razones históricas.
Desde el reinado de Sancho III el Mayor (1004-1035) hasta el de Sancho el Sabio (1150-1194), para el arte románico; y desde el reinado de Sancho el Fuerte (1194-1234) hasta el de las Casas de Foix y de Albret (1479-1512) para el gótico, la política de sus gobernantes, abierta a los reinos vecinos y en contacto con otros más distantes geográficamente, facilita la llegada de modelos artísticos foráneos, que en territorio navarro fructifican en realizaciones de notable personalidad y belleza.
En arquitectura religiosa, sorprende por su grandiosidad en fecha temprana, la cabecera de la nueva iglesia de San Salvador de Leire (1057) y la, algo más tardía (1089), de Santa María de Ujué; y en arquitectura civil el llamado Palacio Mayor de Estella, que conserva en uno de sus capiteles, la representación iconográfica de una leyenda carolingia -el combate de Roldán y Ferragut- firmado por Martín de Logroño. Si estos edificios pueden ejemplarizar los contactos ultrapirenaicos, otros hay que demuestran la influencia meridional hispana, tal como sucede con las iglesias octogonales de Santa María de Eunate y del Santo Sepulcro de Torres del Río; cuyo sistema nervado de abovedamiento parece haberse inspirado en soluciones musulmanas procedentes del vecino reino de Aragón o de la lejana Córdoba. Sin olvidar las decorativas portadas de las Iglesias de Santiago en Puente la Reina, San Román en Cirauqui y San Pedro de la Rúa en Estella, con presencia de arcos lobulados, ultrasemicirculares, en el arco de ingreso de su portada.
En escultura monumental, la existencia de importantes talleres establecidos en Pamplona desde fecha temprana, favorecidos por el mecenazgo eclesiástico y real, atrae la presencia de artistas procedentes de otros centros, peninsulares y de ultrapuertos, tales como el llamado Esteban «Maestro de la obra de Santiago», de Galicia, y otros no identificados llegados de Aragón, como el «maestro de Agüero» y el «maestro de Uncastillo» del Rosellón francés como el «maestro de Cabestany», o de la isla de Francia como el «maestro Leodegarius» que dejo su nombre inscrito en la portada de Santa María de Sangüesa. Así se confirma el carácter internacional del arte románico navarro, potenciado por la presencia en su territorio de gran número de peregrinos que se dirigen a Compostela.
Es así como, a lo largo del siglo XII y principios del XIII se llevan a cabo gran número de edificaciones que reciben decoración esculpida en sus portadas (San Salvador de Leire, Santa María la Real de Sangüesa, San Miguel Arcángel de Estella), claustros (catedral de Pamplona, Santa María la Blanca de Tudela) o pórticos laterales (parroquia de Gazólaz) de variada tipología.
En imaginería destacan las tallas forradas en plata de la Virgen con el Niño, tales como Santa María la Real de Pamplona, Nuestra Señora de Irache, y Nuestra Señora de Ujué. O de cobre dorado con esmaltes «champlevé» de tipo lemosino, como la Virgen de Jerusalén en la basílica de su nombre en Artajona. Y en piedra sobresale por su grandiosidad la imagen de Santa María la Blanca de Tudela, titular de la antigua colegiata, realizada posiblemente por el taller del claustro de la misma iglesia. Dentro de la orfebrería románica navarra sorprenden por su calidad la cruz procesional de la parroquial de Villamayor de Monjardín y el evangeliario de la Colegiata de Nuestra Señora de Roncesvalles. Y como obra cumbre de la esmaltería medieval, el retablo del santuario de San Miguel in Excelsis, en la sierra de Aralar, dedicado a la Adoración de los Reyes Magos y realizado, probablemente, en Pamplona, por un maestro procedente de Limoges.
La temprana implantación en suelo navarro de la orden del Cister (ca. 1140), tiene como consecuencia la edificación de monasterios, fieles a las directrices artísticas de la comunidad bernarda, entre las que se singularizan arquitectónicamente, el de Santa María de Fitero, Santa María de la Oliva, y de Santa María de Iranzu, para hombres; y el de Santa María de Tulebras, para mujeres.
Su presencia se dejará sentir en los edificios que se construyen contemporáneamente en las inmediaciones, como la catedral de Tudela o la iglesia del Monasterio de Irache.
Durante la primera mitad del siglo XII se reciben fórmulas del Gótico clásico procedentes de la Isla de Francia, cuyo mejor exponente en arquitectura es la iglesia de Santa María de Roncesvalles, que servirá de modelo a la iglesia de Santiago de Sangüesa, y en escultura el sepulcro del rey Sancho el Fuerte con la imagen yacente del monarca sobre su cubierta.
El nuevo estilo alcanza una brillantez desconocida en otros reinos peninsulares, debido a una serie de factores favorables, como son: la instauración, a la muerte de Sancho el Fuerte, de dinastías estrechamente vinculadas a la Casa Real de Francia (Casas de Champaña y de Evreux), su frontera con Inglaterra a través de Aquitania, y el apoyo prestado por las clases dirigentes al desarrollo de las bellas artes en cualquiera de sus manifestaciones.
Así sucede que acuden a la Corte de Navarra numerosos artistas extranjeros que compiten en hacer de la capital del reino un centro cultural de primer orden desde el que se difundan las fórmulas del estilo Gótico más refinado a las restantes ciudades de Navarra (Olite, Estella, Sangüesa, Ujué, Artajona, Tafalla, Tudela) y a los vecinos reinos de Aragón y Castilla.
En Navarra coexisten armónicamente modelos del gótico parisino y languedociano debido a sus contactos con la Francia septentrional y meridional.
En arte religioso, la catedral de Pamplona es ejemplo de singular significación, tanto por su iglesia, edificada en el emplazamiento de otra anterior románica que había quedado parcialmente destruida en 1390, como por el suntuoso claustro en donde se concentran los más bellos modelos de arquitectura -capilla funeraria del obispo Barbazán,-escultura-portadas, capiteles, ménsulas y claves,-pintura mural-testero del refectorio por Juan Oliver-, testimoniando la vitalidad artística de Navarra durante la Baja Edad Media.
En la misma ciudad, la iglesia de San Cernin, en Estella la iglesia del Santo Sepulcro, en Sangüesa la de San Salvador, en Cáseda la de San Zoilo, en Miranda de Arga la de Santa María, en Gallipienzo la de San Salvador, en Olite la de Santa María la Real, en Artajona la de San Saturnino y en Leire y Ujué la solución arbitrada para concluir sus templos iniciados en estilo románico temprano, evidencian la notable actividad desarrollada por los talleres artísticos navarros.
Contemporáneamente las nuevas órdenes monásticas -mendicantes y predicadores- instauradas en Navarra merced al apoyo real, edifican sus monasterios en ciudades destacadas del Camino de Santiago como Sangüesa (franciscanos) y Estella (dominicos).
Al margen de las grandes obras de escultura monumental y pintura mural gótica, de las que se conservan realizaciones de gran categoría, hay que recordar aquellas piezas de carácter mueble, escultura, pintura, orfebrería, que o bien fueron importadas de Francia y del resto de Europa, como la imagen de Nuestra Señora de Roncesvalles, el relicario del Santo Sepulcro de la Catedral de Pamplona, el Crucifijo de Puente la Reina, la Virgen con el Niño de la parroquia de Huarte-Pamplona, el relicario denominado «Ajedrez de Carlomagno» del Museo de la Colegiata de Roncesvalles, o los libros de Horas de Juana II de Navarra (B.N. de París) y de Carlos III el Noble (M. de Cleveland), bien se llevaron a cabo en Navarra bajo su influencia o por artistas de fuera del Reino, como sucede con la Virgencita del Tesoro del Museo de la Colegiata de Roncesvalles, la Virgen con el Niño de la iglesia de Sorauren, la pintura con la Crucifixión del trasaltar de la catedral de Pamplona, el cáliz donado (1394) por Carlos III al santuario de Santa María de Ujué (Museo de Navarra, Pamplona) o el códice ilustrado que contiene la recopilación foral aragonesa de 1347 conocido como el «Vidal Mayor», hoy en el museo Paul Getty de Santa Mónica, California.
El siglo XV trae consigo nuevas influencias artísticas procedentes de los vecinos reinos de Aragón y Castilla y del Norte de Europa. La presencia en la corte de Carlos III del escultor Jehan Lome de Tournay, venido de París para trabajar en Olite, Tafalla y Viana, acompañado de ayudantes franco-flamencos, tiene como consecuencia la modernización del arte escultórico navarro tal y como se advierte en el sepulcro de los reyes de Navarra, Carlos III y Leonor de Castilla de la catedral de Pamplona.
En pintura, son las modalidades del estilo Gótico Internacional las que se dejan sentir tempranamente en localidades como Estella y Tudela, cuyos retablos conservados (de Santa Elena o de la Santa Cruz en San Miguel, y de Santa Catalina de Alejandría en la Colegiata, respectivamente) manifiestan su parentesco con realizaciones aragonesas contemporáneas. A medida que avanza el siglo se generaliza la influencia septentrional europea, de carácter flamenco y germánico, bien por la presencia frecuente de maestros procedentes de aquellas tierras, bien por la llegada de obras producto de la importación extranjera. A ello se suma la participación de los propios artistas peninsulares -y Navarra no es una excepción- que siguen las mismas directrices, en cuyas manos se prolonga el estilo Gótico hasta las primeras décadas del siglo XVI. Esculturas como la Virgen con el Niño de la parroquia de Cortes de Navarra, Santa Ana con la Virgen y el Niño de la iglesia de la Magdalena de Tudela, el grupo de relieves del retablo primitivo de la iglesia de Castillonuevo, el tríptico de la Epifanía de la iglesia de San Pedro de Artajona, pinturas como las del retablo de la Visitación en la iglesia de Santa María de Los Arcos, como las del retablo de Caparroso en la catedral de Pamplona, como las del retablo mayor de la iglesia de Marañón o las del retablo principal que ocupa el presbiterio en la colegiata de Tudela, confirman la plena aceptación en Navarra de modelos septentrionales europeos durante las últimas décadas del siglo XV y primeras del siglo XVI. Para la orfebrería el siglo XV significa en Navarra una época de particular interés con importantes obras de talleres locales para uso litúrgico; del taller de Pamplona, con anterioridad a 1423, destacan el relicario de la Santa Espina (catedral) y el relicario de San Martín en la parroquia de San Martín de Urzainqui; del taller de Sangüesa, la custodia procesional de la iglesia de Santa María de dicha localidad y la cruz parroquial de la iglesia de San Esteban de Roncal; del taller de Estella, las cruces parroquiales de las parroquias de Artanza, Barbarin y la más tardía de San Miguel de Eraúl, y, finalmente, procedente de talleres burgaleses, la custodia de manos de la iglesia de San Pedro de Aibar, datada durante el primer tercio del siglo XVI aunque de configuración todavía gótica.
Renacimiento
El siglo XVI significa para el arte navarro otra etapa de gran importancia y se caracteriza por la asimilación de influencias foráneas procedentes de los territorios vecinos Vascongadas, La Rioja, Castilla y Aragón.
La llegada del Renacimiento se advierte durante la primera mitad de la centuria en las principales ciudades de Navarra por la introducción de lenguajes decorativos de carácter italianizante, que se aplican en arquitectura sobre estructuras todavía góticas. Predomina el tipo de planta de nave única, con cabecera poligonal, coro a los pies, en alto, crucero y capillas laterales, que se cubre con bóveda de crucería estrellada. Son abundantes las iglesias de estas características repartidas por el suelo navarro, entre las que destacan: Santa María de Cáseda, Santiago de Puente la Reina, Santa María de Valtierra y Santo Domingo de Pamplona.
El modelo de planta de salón «Hallen-Kirche» se representa en la iglesia de San Juan Bautista de Cintruénigo. El clasicismo renacentista se difunde durante la segunda mitad del siglo XVI en edificios de nueva construcción como en San Lorenzo de Ciga, en el que se advierte una temprana asimilación del tipo escurialense que influirá en otros templos de la zona.
La escultura monumental está localizada en los inferiores (capiteles y claves) y en los exteriores con portadas en forma de retablo como la de Santa María de Los Arcos, la muy espectacular de Santa María de Viana, o las más sencillas de las parroquias de Cáseda y Aibar.
Importante lugar ocupan los claustros en los que, si bien la traza de sus ventanales y el abovedamiento de sus galerías siguen siendo góticos, la decoración de sus portadas, ménsulas y claves ofrecen diseños platerescos. Así sucede con los de Santa María de Fitero, Santa María de Irache y Santa María de Los Arcos en donde hay también una torre de estilo renacentista.
La escultura de carácter mueble alcanza durante el siglo XVI una notable categoría en Navarra, tanto por la cantidad de obras realizadas -retablos, imágenes, sillerías de coro-, como por la calidad de sus artífices. La variedad de influencias, recibidas a través de Aragón, País Vasco, La Rioja y Castilla la Vieja, da lugar a una gran riqueza de matices en la interpretación del lenguaje renacentista, que comienza con una acusada expresividad (retablo mayor de Santa María de Sangüesa atribuido a Jorge de Flandes) que se confirma con la serie de retablos de influencia riojana, relacionados con el estilo de Arnao de Bruselas (retablos de La Población, Genevilla, El Busto y Armañanzas), para evolucionar hacia modelos más sosegados (retablos de Tabar y de Unzu), y, después de una prolongada transición (retablo mayor de San Juan de Estella, retablo mayor de Ochagavía, retablo mayor de Valtierra), desembocar en un manierismo miguelangelesco de extraordinaria valía introducido por Juan de Anchieta (trabajos en Aoiz, Cáseda y Tafalla), que prolongará su vigencia, a través de colaboradores y discípulos, durante las primeras décadas del siglo XVII.
Abundantes y bellos son los ejemplos conservados de pintura sobre tabla y lienzo que denotan una evolución progresiva desde los más tempranos, influidos por maestros germánicos, de tradición tardogótica (retablo mayor de San Saturnino de Artajona) hasta el manierismo romano (Rafael, Miguel Ángel) y Veneciano (Tiziano) con el que termina el siglo XVI.
Una importante personalidad pictórica aragonesa, Pedro de Aponte, introduce en los retablos de Cintruénigo y Sta María de Olite, modelos de Alberto Durero conocidos a través de grabados de origen alemán. Singular atractivo ofrece el retablo de San Julián de Ororbia en relación con las mejores realizaciones del renacimiento norte-europeo.
Pintor decorativo y rico de color es Juan de Bustamante (retablos de Cizur Mayor y Huarte-Pamplona) y, algo más avanzados estilísticamente, son Juan del Bosque (autor del retablo de Burlada hoy en la capilla del Museo de Navarra, en Pamplona), el denominado Maestro de Gallipienzo (por el retablo de San Salvador de dicha localidad, hoy en la parroquia de San Pedro del mismo lugar) y los Oscáriz, colaboradores en los retablos de Lete, Cía, Eguiarreta, Sarriguren y Aldaz. Un pintor refinado y culto que procede de Aragón, Jerónimo Vicente Vallejo Cósida, deja muestras de un buen hacer en el retablo mayor de la iglesia del monasterio de Tulebras, hoy en el Museo de dicho monasterio. El italianismo se prolonga con los artistas extranjeros que llegan desde Aragón a trabajar a Navarra, el italiano Pietro Morone y los flamencos Rolán de Mois y Pablo Schepers. El primero colabora en el retablo mayor de Fustiñana, e introduce el lenguaje del manierismo rafaelista, mientras que los segundos llevan a cabo los retablos de los monasterios de Santa María de Fitero y de la Oliva (este segundo en el convento de las Recoletas de Tafalla) dentro de la tendencia veneciana influida por Tiziano. La orfebrería del Renacimiento en Navarra ocupa un destacado lugar por la belleza de los ejemplares conservados de uso litúrgico, realizados en plata. El taller de Pamplona seguido por los de Sangüesa y Estella son los principales, con artífices de valía como Pedro del Mercado, los Ochovi, Felipe de Guevara y José Velázquez de Medrano en Pamplona; Felipe Bidax, Luis Ferriz y Gaspar de León en Sangüesa y Alonso de Montenegro, Pedro y Andrés de Soria, Álvaro de Espinosa y Alonso de Samaniego en Estella. De las piezas procedentes de dichos talleres se recuerdan por su calidad, la custodia y templete eucarístico de la catedral de Pamplona, el busto relicario de Santa Úrsula del mismo lugar y el relicario de San Marcos de la iglesia de San Nicolás de Pamplona, la arqueta relicario de San Gregorio Ostiense de Sorlada (hoy , Pamplona), las cruces parroquiales de Cirauqui, San Cipriano de Isaba, San Martín de Eugar y de San Juan Bautista de Pamplona () y los ostensorios de Santiago de Puente La Reina y de San Miguel de Estella.
Barroco
En Navarra el estilo barroco no arraiga definitivamente hasta el segundo tercio del siglo XVII, y se prolonga su vigencia, con diversas manifestaciones en su desarrollo evolutivo, hasta el último cuarto del siglo XVIII.
En arquitectura la tendencia contrarreformista apoyada por la Casa de Austria, determina la difusión durante el siglo XVII de un tipo de edificio conventual de concepción austera, con planta de cruz latina, cubierta con bóveda de cañón con lunetos en la nave y cúpula sobre el crucero, coro alto, y capillas laterales, sobre las que pueden situarse tribunas. Es el tipo adoptado por las comunidades religiosas vigentes, Carmelitas, Capuchinos y miembros de la Compañía de Jesús; como ejemplo en territorio navarro, cabe recordar, la iglesia de los Carmelitas descalzos de Pamplona, la de las Agustinas Recoletas de la misma ciudad y la de San Jorge el Real en Tudela. Influidas por el mismo modelo que siguen en su remodelación de época barroca están las parroquias de Santa María de Los Arcos y de Santa Eufemia en Villafranca.
Planteamientos mucho más atrevidos arquitectónicamente son aquellos que presentan una planta de tipo centralizado, como la iglesia del Patrocinio en Milagro y la iglesia de la Compañía de María en Tudela. Es también en este tiempo cuando se procede a incorporar a los edificios religiosos nuevas capillas camarines y pórticos, a la vez que se concluyen o añaden torres campanarios. Así se edifican y adornan la capilla de Santa Ana en la catedral de Tudela, la de San Fermín en San Lorenzo de Pamplona, y la de Nuestra Señora del Camino en la iglesia de San Cernin en la misma ciudad.
Portada barroca notable es la de la iglesia de San Gregorio Ostiense en Soriada, inspirada en Santa María de Viana, y la de la iglesia de las Clarisas de Arizcun que forma con el convento anejo un bello conjunto monumental.
En escultura la herencia romanista de los herederos de Anchieta deja paso, en el segundo cuarto del siglo XVII, a una nueva tendencia protobarroca, de origen castellano, relacionable con la escuela vallisoletana de Gregorio Fernández. Entre los numerosos ejemplos cabe recordar el retablo mayor de Berriozar y el de Santa María de Viana, así como los retablos remodelados en el siglo XVIII de Santa María de Los Arcos y San Salvador de Arróniz.
El estilo barroco de carácter churrigueresco ofrece una nómina abundante, entre los que se incluyen el retablo mayor del convento de Agustinas Recoletas de Pamplona, el de las Dominicas de Tudela, el de la parroquia de San Miguel de Cárcar y el de San Salvador de Azagra. El estilo evoluciona gradualmente hacia el Rococó, su última etapa, durante la primera mitad del siglo XVIII, representada por los retablos de San Miguel de Corella, San Martín de Lesaca y los más tardíos de la Asunción de Lerín y de San Miguel de Lodosa. Contemporáneamente hay que mencionar la participación de grandes imagineros, procedentes de otras regiones españolas, como el escultor zaragozano José Ramírez de Arellano (retablo mayor de Peralta) y el vallisoletano Luis Salvador Carmona en el retablo mayor de Lesaca.
La pintura barroca en Navarra se encuentra modestamente representada. Con la excepción de Vicente Berdusán, pintor afincado en Tudela, buen conocedor de la escuela madrileña de su época, del que se conservan numerosos lienzos, el resto son pintores poco conocidos que siguen las tendencias imperantes de manera convencional. Caso aparte lo constituyen la serie de pinturas llegadas de la Corte de Madrid, hechas por los mejores maestros (Escalante, Claudio Coello, Juan Rizzi) para decoración de clausuras y capillas particulares. La última gran figura de la escuela madrileña que trabaja en Navarra, con la que se concluye el período barroco y se inicia el Neoclasicismo, es Luis Paret y Alcázar que deja en Santa María de Viana (1786-1787) una hermosa decoración al óleo y temple en los muros y cúpula de la capilla de San Juan del Ramo. En orfebrería para la misma época hay que destacar la Importancia de los legados llevados a cabo por navarros residentes en tierras americanas, en forma de ajuares litúrgicos destinados a las iglesias de su pueblo de origen; así, durante la segunda mitad del siglo XVII y durante el siglo siguiente, se reciben objetos en plata labrada procedentes de Perú, Méjico, Guatemala, destacando entre todos el rico conjunto de piezas enviado desde Guatemala a la parroquia de San Martín de Lesaca por don Juan de Barreneche y Aguirre en 1748, custodiadas en dicho lugar.
Arte Contemporáneo
La intervención de Ventura Rodríguez* en Navarra marcó el período neoclásico en esta tierra continuado después por su colaborador A.S. Ochandátegui y otros como A. de Vicuña* que mantienen los modos neoclásicos hasta el siglo XIX. La arquitectura popular* alcanza gran riqueza y variedad.
A fines de este siglo y comienzos del XX son introducidos en Pamplona el Modernismo y el Eclecticismo historicista por los arquitectos del primer ensanche de la ciudad (F. Ansoleaga*, J. Aramburu*, P. Arrieta*, J. Arteaga*, A. Goicoechea*, M. Martínez de Ubago* y otros).
El siglo XX es testigo de un gran impulso constructivo en Navarra. Pamplona ya desde las primeras décadas del siglo (1920) con el II Ensanche, aprobado y ejecutado tras el derribo de gran parte de su recinto amurallado, experimenta gran evolución en su arquitectura. Basado urbanísticamente en el decimonónico Plan Cerdá de Barcelona, en su arquitectura se contempla la estilística propia de la primera mitad de siglo y proliferación de los nuevos materiales. En el II Ensanche se localiza fundamentalmente la obra de Víctor Eusa, arquitecto más significativo del momento, con edificios como los colegios de Escolapios y María Inmaculada o el Seminario de Pamplona. También debe recordarse la figura de Zarranz, autor de la colonia Argaray y de la antigua sede de la Caja de Ahorros Municipal o los hermanos Yárnoz Larrosa.
Tras este ensanche se configuran los de Rochapea y Chantrea, y al final de la década de los 50 se plantea el III Ensanche. En sus barrios de San Juan e Iturrama se encuentran muestras de todo el espectro de la arquitectura contemporánea.
Entre los edificios de la segunda mitad de siglo cabe señalar las sedes de las Cajas de Ahorros. La de la Caja de Ahorros de Navarra en la Av. Carlos III, obra de L. F. Gaztelu, es un ejemplo de arquitectura de muro cortina. El de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona en la Av. del Ejército, obra de Sánchez de Muniáin, es una buena muestra de las posibilidades constructivas y estéticas del hormigón visto y del vidrio.
A la vez que la capital, crecen las principales ciudades de la región: Tudela, Tafalla, Estella y Aoiz, son las que quizá lo hacen de forma más espectacular, mientras que Olite y Sangüesa lo hacen más pausadamente. La calidad arquitectónica es muy desigual y en general no pasa de la medianía.
En el campo de la ingeniería, el Puente sobre el Ebro de la Autopista en Castejón, de Fernández Casado y Manterola, es sin duda la obra más brillante que se ha realizado en Navarra en el transcurso del siglo. Anterior es el acueducto de Lorca del ingeniero Eduardo Torroja.
La lentitud con que van incorporándose a la cultura navarra las ideas de la modernidad en el arte es especialmente notoria en la escultura, entre otros motivos, por las dificultades que padece el mercado privado para desarrollarse en este campo. Puede decirse que durante la primera mitad del siglo XX, la escultura sólo existe en Navarra o como imagen religiosa, cuya capacidad de renovación parece agotada, o en el mejor de los casos, como monumento.
El monumento es un género dentro de la escultura, definido por los siguientes caracteres:
Tener un origen público, es decir, que la iniciativa para su erección y su financiación corresponden al poder;
Recoger una representación conmemorativa, generalmente la de un acontecimiento o personaje cuya memoria se quiere conservar y
Significar un espacio público.
De estos caracteres generales se deducen los siguientes rasgos estilísticos: la figuración, la insistencia en un lenguaje artístico de tradición académica, la tendencia a la verticalidad, la imprescindible mediación de la peana y la utilización de un número y clase de materiales determinado. Como puede apreciarse, características todas ellas que separan radicalmente al monumento del concepto de escultura moderna.
Fructuoso Orduna y Ramón Arteta, son los artistas más distinguidos y casi únicos de este período. El primero desde Madrid, donde llegó a convertirse en uno de los escultores españoles más representativos del realismo, realizó la mayoría de los monumentos que en este tiempo se levantaron en nuestra comunidad. El segundo, nació y residió en Pamplona hasta su fallecimiento temprano en 1943, dejó el testimonio más relevante de su trabajo en las obras realizadas para el arquitecto Víctor Eusa.
Hasta el desarrollo industrial de Navarra y las importantes transformaciones sociales que ocasionó, no puede encontrarse en nuestra comunidad, el germen de la autorreferencia y la autorreflexión que caracteriza a escultura moderna no monumental. La presencia en la Guipúzcoa de la posguerra de un grupo de escultores de especial importancia y la expectación con que recibió Navarra los encuentros de 1972, facilitaron la progresiva asunción de un nuevo concepto de escultura.
El folklore o conjunto de ideas, saberes, costumbres y ritos que a lo largo de los siglos ha pasado, enriquecido, de padres a hijos ha perdido ese carácter esencial. Hoy no hay tradición en el sentido de que los jóvenes no reciben la transmisión oral de leyendas, canciones, músicas, danzas y técnicas artesanales. En nuestros días, sería imposible recoger en Navarra los cancioneros agavillados por R. Mª Azkue y J. A. Donostia, ni las viejas historias y consejas desgranadas antes en las largas veladas invernales al amor del hogar, junto a la chimenea o durante labores manuales propias de la estación. La cultura tradicional -estudiada y trabajada sobre todo en el ámbito de habla vasca- no es ya el repertorio vivo de explicaciones de la vida y de las acciones humanas a lo largo del calendario, aunque las acciones sean siempre individuales e inseparables de los contextos vital y social.
Esa pérdida o cambio no es totalmente nueva. En el último cuarto de siglo Navarra ha pasado de ser, como va dicho, una región rural para convertirse en industrial, incluso en las labores agrícolas; pero ya en el siglo pasado, con la regresión del vascuence amplias zonas euskaldunes perdieron de raíz su folklore literario y musical. Sirva como ejemplo toda la zona media, en la que ahora es inútil rastrear una danza o una melodía propias. Hace medio siglo todavía era fácil escuchar en las cendeas un lenguaje -recogido y trabajado por Arako* hoy para muchos jerga incomprensible- y hurgar en la memoria fácil de personas talludas que habían vivido un ritmo milenario de estaciones y de santos protectores, marcado por ritos y fiestas. Hoy los pueblos conservan, al menos para las fechas señaladas, los bailes más emblemáticos, estilizados y depurados, y a veces recuperados, cuando no reconstruidos, con frecuencia a cargo de grupos urbanos. Con alegría cabe registrar que un rito tan complejo como el del carnaval de Lanz, prohibido durante un cuarto de siglo, resucitase como “folklore experimental” y hoy sea una fiesta multitudinaria; con tristeza, que algunos valles sólo conozcan las danzas de sus abuelos gracias a grupos pamploneses.
En contra de lo que se ha querido defender a veces, Navarra nunca ha sido un territorio ni un grupo humano aislado. Es zona de paso frecuentado desde la Prehistoria y durante siglos vivió el cruce de sangres y lenguas reconocido por los textos legales. Es un territorio europeo, hispano, con ideas y mentalidad comunes a todo Occidente. El calendario católico -que supo bautizar el romano- ha regido y sigue rigiendo la carrera de las estaciones naturales, de las fiestas y de los trabajos. El año es en la mentalidad tradicional un ser vivo que nace, crece, ama, vive, declina y muere: equinoccios y solsticios, carnavales, San Marcos, volatines y chapalangarras, romerías primaverales, mayas, rondas y enramadas de San Juan, fiestas grandes y chicas, Vírgenes de agosto y de septiembre, auroras de octubre, fuesas y velas, Olentzero, troncos de Navidad y ritos de las aguas en la noche de San Silvestre marcan la rueda del tiempo.
Las fiestas reúnen los elementos esenciales para definirlas como un tiempo extraordinario, fuera de la rutina laboral cotidiana. Hay una festividad religiosa, una celebración orgiástica o al menos un exceso de comida y de bebida y, en algunos casos, un componente trágico que, según algunos, hace de rito iniciático viril. El modelo de referencia son los Sanfermines*, antes desahogo de una ciudad levítica, encorsetada por las murallas y en buena parte rural, ahora fiestas de renombre mundial: el programa oficial de los festejos apenas ha variado; el temple y tensión callejeros, algo más; el carácter último, según no pocos, ya no responde al patrón de hace medio siglo, porque la fiesta se ha convertido en espectáculo, del cual huye un tercio de la ciudad. En cualquier caso, las grandes fiestas patronales traducen muy bien la forma de ser de las gentes: vacas imprevisibles, encierros de ida y vuelta, mesas colectivas en Ribera y zona media; frontón, deportes rurales, bertsolaris y gastronomía familiar, en los valles montañeses; en todos, el programa oficial anuncia la misa patronal con procesión, algún espectáculo y bailables de atardecer y de madrugada.
Las fiestas atraen a los músicos populares, joteros e instrumentistas de viento, pulso y púa, de txistus y de gaita o dulzaina. El viejo “tuntun” que rara vez sabía música ha cedido el puesto al txistulari, que actúa en tríos o grupos más numerosos; la dulzaina, secreto o monopolio familiar, se ha difundido y hoy reúne a muchos practicantes, que además estudian los pentagramas de J. Romano y otros gaiteros y tratan de evitar la chistularización del repertorio. La jota es acaso la música más pujante y popular, tanto en festivales como en la práctica espontánea. No debe olvidarse que ya Gayarre a mediados del siglo pasado, en su mocedad en Lumbier, improvisaba jotas, y que Sarasate escribió y difundió algunas de las más conocidas. En los últimos tiempos las bandas y quintetos han cedido el puesto a las charangas, formaciones instrumentales ya definidas por la Academia el siglo pasado.
Las artesanías tradicionales, enfrentadas al mundo industrial, han pasado a ser piezas de museo etnográfico -inexistente, pese a la voluntad y las partidas presupuestarias habilitadas año tras año-, salvo cuando han sabido adaptar productos, diseños y materiales a nuevas funciones. Artesanos y profesionales ligados, por ejemplo, a la agricultura tradicional -herreros, guarnicioneros, talabarteros, carreros, por citar cuatro ejemplos- no siempre pueden adaptarse a la mecanización del campo; las hilanderas, cardadoras y demás especialistas de las fibras textiles animales o vegetales las ha hecho superfluas la confección industrial. Así podríamos repasar los viejos gremios y organizaciones profesionales y ver que muchos de los artesanos desaparecidos en el último medio siglo han seguido la misma suerte de otros, como argenteros, burulleros o tecenderos, extinguidos antes.
La tradición es un proceso abierto y selectivo: no lo conserva todo, filtra, depura y estiliza costumbres y cosas. Si hoy nos preguntamos si los griegos creían en sus dioses, también podemos cuestionar la firmeza de creencias y de supersticiones, la supervivencia del sentido último en fiestas, ritos y romerías -acaso recrecidas- y, en último término, de la cosmovisión en la mentalidad popular. Ésta no es, como parece evidente, la de nuestros abuelos. J. Caro Baroja estableció hace años una comparación: la cultura de nuestros abuelos puede simbolizarse en el teatro, cuya función varía en calidad según los diversos elementos necesarios para la representación; la nuestra, en el cine, determinado de antemano.
Pero hay actos que conviene señalar como las romerías que, tras el caminar cuaresmal de las Javieradas, recorren como un rosario florido todos los caminos de Navarra en busca del silencio de Roncesvalles, la fortaleza de Ujué, la paz de Labiano o Cataláin, las cumbres del Yugo o San Donato, o un largo etcétera de objetivos más humildes en el desconocimiento popular de la mayoría de las ermitas desperdigadas por Montaña, Zona Media y Ribera.
Así, la noche de San Juan, de reminiscencias atávicas en todo el territorio foral y con una mayor personalidad en Burguete, es la celebración solsticial del verano que llega, olvidado ya de las cuadrillas de segadores y pensando en las modernas cosechadoras, símbolo más evidente de la incorporación de un progreso que, al facilitar la vida y el trabajo, ha destruido vivencias etnológicas y culturales de muchas generaciones anteriores.
Las fiestas de los pueblos, las mecetas (en palabra caída en desuso), son las que imponen líneas claras de diferenciación entre la idiosincrasia de nuestras gentes. El sol bravo de la Ribera hace estallar las gargantas en jotas, agiliza las piernas y los reflejos para las carreras ante las vacas en los encierros, y sazona los gustos culinarios de las cuadrillas en la preparación de los obligados calderetes. El verde sedante y las brumas de la Montaña prefieren las dianas de los txistus, el chasquido de la pelota sobre el frontis, el golpe seco del hacha sobre el tronco, el jadeo del levantador de piedras, la métrica sonora de los bertsolaris y la gastronomía espesa y abundante en la mesa familiar. La Zona Media, a caballo entre Montaña y Ribera, participa de las formas de sus vecinos de norte y sur (más posiblemente de las de estos últimos) y les aporta su propia savia. Cada pueblo, aun con unos medios limitados en los presupuestos de sus arcas municipales o concejiles, sabe dar el toque especial a un programa que parece limitarse a la misa mayor, a algún espectáculo folklórico o deportivo y a los bailables de tarde y noche.
Pero, si entre las fiestas patronales hubiera que dedicar una mención especial a alguna, ésta sería indudablemente para los sanfermines* pamploneses que, pese al renombre mundial que les acompaña, han sabido conservar un ritual propio y una forma de manifestación popular producto más del sustrato sociohistórico de la ciudad que de los programas oficiales de festejos.
Por último, la celebración comunitaria de las navidades, que ha ido perdiendo algunas tradiciones clásicas como la del “tronco del hogar”, pero que ha ido extendiendo por toda la geografía foral otra tradición, no menos clásica en sus orígenes, como es la del Olentzero. Ello, sin entrar en la celebración ritual del agua, ya prácticamente desaparecida.
No obstante todo lo expuesto, la singularidad de Navarra es capaz de presentar un patrimonio peculiar en la pervivencia de costumbres jurídico-administrativas tales como los batzarres o los acuerdos y facerías sobre pastos entre municipios colindantes de ambos lados del Pirineo, destacando el anual “Tributo de las tres vacas” que cobra el valle del Roncal.
Hay otro aspecto de las vivencias festivotradicionales de Navarra que ha sido apuntado someramente: el aspecto religioso. Se manifiesta de formas muy variadas y se centra en devociones y cultos, en procesiones y romerías.