ESCULTURA
Excluidos los objetos de arte mueble o los adornos conocidos del período superopaleolítico o neolítico, difícilmente encuadrables en este campo, sólo aquel último momento -el neolítico – y su prolongación eneolítica ofrecen manifestaciones escultóricas dignas de ser reseñadas, aunque reducidas a un pequeño conjunto de petroglifos de diversa localización. Dos de ellos, son bloques de arenisca con grabados descubiertos en Beire y los otros, varios bloques también de arenisca, encontrados hacia 1919 en la Burunda, asimismo con grabados.
Presentan en común el tener como soporte arenisca en bloques de forma tabular y el empleo de la línea recta o curva como motivo de los grabados. Sin embargo se trata de conjuntos bastante diferentes: procedentes de Burunda, existe un conjunto de petroglifos encontrados al extraer arcilla para una tejería; consisten en 20 fragmentos de piedra arenisca de color rojizo que superan el metro de longitud y cuyo grosor tomado en la base oscila entre 11 y 19 cms. Procedían del término de Biokoitzazpi, en los municipios de Alsasua y Olazagutía.
En el término de Bescós (Beire) se localizaron igualmente dos grandes bloques con grabados en forma de óvalos inscritos.
Igualmente escasas son las manifestaciones atribuibles al período protohistórico; se reducen a dos estelas decoradas con escenas de caza procedentes del yacimiento de la Custodia (Viana), a unos cuantos idolillos (Alto de la Cruz, Cortes) y a un pie humano de barro sin cocer. Asimismo deben incluirse dos teseras de hospitalidad, también procedentes de La Custodia, por contar con cierta intencionalidad artística.
A la falta de piezas características de las etapas anteriores debe unirse, en la época de dominación romana la desaparición de alguno de los hallazgos realizados. Tal es el caso del retrato en bronce localizado en 1895 (Pamplona) o la cabeza con diadema encontrada por las mismas fechas. Junto a ellas, diversas obras son representativas del eclecticismo alcanzado a medio camino entre los cánones de las escuelas clásicas romanas y un cierto aire autóctono más o menos presente según los casos. Piezas de bronce de caracteres plenamente helenísticos como el Sátiro de Javier se ven acompañadas -en ese mismo procedimiento- por figurillas (Hermes del Museo de Navarra) o fragmentos de piezas de mayor empaque; tal es el caso de una representación, incompleta, de Artemis, encontrada en Sangüesa (1965), o los restos de un retrato de varón procedente de Cara (1974). La epigrafía, por contra, ofrece un panorama más amplio de motivos decorativos en relieve (soles, formas humanas y vegetales, etc), con mayor o menor acierto artístico, en un conjunto de más de cuarenta estelas.
La escultura en Navarra adquiere importancia considerable a escala nacional, especialmente en los periodos Románico, Gótico y Renacentista. Hasta hace poco era totalmente desconocida la escultura y la retablística barroca, que hoy muestra una riqueza y novedad no reconocida hasta ahora. La escultura monumental alcanza en Navarra un primer periodo de esplendor con el estilo Románico. Escasean las manifestaciones escultóricas correspondientes al siglo XI, localizadas en el monasterio de Leire* y Ujué*, en tanto que son abundantes y ricas las correspondientes al siglo XII. Encierran complejos programas iconográficos los capiteles del maestro del claustro*, de la catedral de Pamplona, la portada de Santa María de Sangüesa*, Leire*, San Miguel de Estella*, claustro de San Pedro de la Rua*, Irache*, Torres del Río*, y otras de cuño más rural como Zamarce*, Artaiz*, Echano*, Aguilar de Codés*, entre otros. También se conocen los nombres de algunos maestros tales como Leodegarius* o Adalberto*. Mención especial merecen los conjuntos de escultura monumental de las iglesias de Tudela*. Tras el periodo de depuración ornamental que supone el Císter, perceptible en Fitero*, La Oliva* y Tulebras*, el advenimiento del Gótico marcó otro hito en el desenvolvimiento de la escultura navarra, tanto decorativa como en programas desarrollados en claustros, como el de la Catedral de Pamplona* (siglo XIV), de influencia francesa o en portadas de iglesias como San Saturnino de Artajona*, Santo Sepulcro de Estella*, Santa María de Olite*, San Cernin de Pamplona*, Santa María de Ujué* o Beire*, entre otras, todas ellas con abundante escultura figurada y decorativa.
Merece una mención especial la escultura funeraria de este periodo, que cuenta con unos ejemplos no muy numerosos, pero sí en cambio significativos, que responden a una doble tipología, la de la cama sepulcral y la de arcosolio. Entre los del primer tipo destaca el sepulcro de Sancho VII el Fuerte en Roncesvalles* del siglo XIII, el del obispo Barbazán del claustro de la catedral de Pamplona* del siglo XIV, y el de Carlos III y su esposa, ya del siglo XV de la catedral de Pamplona* que es obra excepcional por su calidad, realizada en alabastro por el artista Johan Lomme* de Toumai. Entre los sepulcros de tipo arcosolio merecen citarse el de Sánchez de Asiáin y el de los Garro en la Catedral de Pamplona*, y el de Villaespesa, con un interesante programa iconográfico en la catedral de Tudela*. Se conservan también sepulcros góticos en San Francisco de Olite*, Estella* y Fitero*.
Capítulo importante dentro de la escultura se debe a la imaginería, esto es, a la imagen exenta realizada generalmente en madera y en ocasiones en otros materiales, como el alabastro o la piedra. La imaginería mariana medieval, tanto románica como gótica, ha sido catalogada y estudiada recientemente, no así los crucificados ni los santos.
El siglo XVI trajo consigo el auge del retablo, realizado generalmente en madera policromada. Son más abundantes los retablos esculpidos que los que combinan escultura y pintura. Durante el primer periodo renacentista, la influencia italianizante más temprana que llegó a estas tierras fue la aragonesa, personalizada en Esteban de Obray*, artista francés que desempeñó un papel fundamental en la fase introductoria del Renacimiento. Otros maestros como Domingo de Segura* se encuadran también dentro de esta tendencia. La influencia riojana está centrada por Arnao de Bruselas* y otros maestros de su círculo. Finalmente, la influencia castellana de origen vallisoletano fue divulgada por maestros como Pierres Picart*, Fray Juan de Beauves* y Miguel de Espinal*. Con la llegada de Juan de Anchieta* a Navarra se impuso el Romanismo miguelangelesco, que difundirían sus discípulos y seguidores: Pedro González de San Pedro*, Ambrosio de Bengoechea*, Lope de Larrea*, Domingo de Bidarte*, Juan de Huici*, Juan de Berroeta*, los Troas* o los Imbertos*, entre otros muchos.
El retablo barroco alcanzó su mayor originalidad y calidad con los maestros del foco de Tudela tales como Sebastián de Sola y Calahorra*, Francisco Gurrea* y José Serrano* entre otros, y en Estella con maestros como Juan Angel Nagusia* o Lucas de Mena*. De otra parte, algunos maestros foráneos llegaron hasta Navarra con su actividad como el riojano Diego de Camporredondo* o el aragonés José Ramírez de Arellano*. También se importaron escultores del taller madrileño de Luis Salvador Carmona*.
La escultura conmemorativa, formada por los monumentos que adornan plazas y jardines, se desarrolló a fines del XIX y comienzos del XX. La figura más representativa de este momento es Fructuoso Orduna*.
Bibliografía
T. Biurrun, El arte románico en Navarra (Pamplona, 1936). L.M. de Lojendio, Navarra. Col. la España Románica, Vol 7 (Madrid, 1978). A.K. Porter La escultura románica en España, 2 vols (Florencia y Barcelona, 1928-1929). J.E. Uranga y F. Iñiguez, Arte Medieval Navarro, Vol 1, Arte Prerrománico (Pamplona, 1971) y Vol II y III Arte Románico (Pamplona, 1973). J.M. de Azcárate, El sincretismo de la escultura románica Navarra. “Príncipe de Viana”, 1976, p.147. R. S. Janke, Jean Lome y la escutura gótica posterior en Navarra (Pamplona, 1977). J.E. Uranga y F. Íñiguez, Arte Medieval Navarro, Vol IV y V (Pamplona, 1973). J.R. Castro, Cuadernos de Arte Navarro Escultura (Pamplona, 1949). J.E. Uranga, Retablos navarros del Renacimiento (Pamplona, 1947). M.C. García Gaínza, La escultura romanista navarra. Discípulos y seguidores de Juan de Anchieta (Pamplona, reed. 1986). M.C. García Gaínza, Notas para el estudio de la escultura barroca navarra, Letras de Deusto, vol 5 (1975). M.C. García Gaínza, M.C. Heredia Moreno, J. Rivas Carmona y M. Orbe Sivatte, Catálogo Monumental de Navarra I Merindad de Tudela (Pamplona, 1980). Catálogo Monumental de Navarra II* y II* Merindad de Estella (Pamplona, 1982 y 1983).
Escultura contemporánea
La lentitud con que van incorporándose a la cultura navarra las ideas de la modernidad en el arte, es especialmente notoria en la escultura, entre otros motivos, por las dificultades que padece el mercado privado para desarrollarse en este campo. Puede decirse que durante la primera mitad del siglo XX, la escultura sólo existe en Navarra o como imagen religiosa, cuya capacidad de renovación parece agotada, o en el mejor de los casos, como monumento.
El monumento es un género dentro de la escultura, definido por los siguientes caracteres:
tener un origen público, es decir, que la iniciativa para su erección y su financiación corresponden al poder;
recoger una representación conmemorativa, generalmente la de un acontecimiento o personaje cuya memoria se quiere conservar y
significar un espacio público.
De estos caracteres generales se deducen los siguientes rasgos estilísticos: la figuración, la insistencia en un lenguaje artístico de tradición académica, la tendencia a la verticalidad, la imprescindible mediación de la peana y la utilización de un número y clase de materiales determinado. Como puede apreciarse, características todas ellas que separan radicalmente al monumento del concepto de escultura moderna.
Fructuoso Orduna y Ramón Arteta, son los artistas más distinguidos y casi únicos de este período. El primero desde Madrid, donde llegó a convertirse en uno de los escultores españoles más representativos del realismo, realizó la mayoría de los monumentos que en este tiempo se levantaron en nuestra comunidad. El segundo, nació y residió en Pamplona hasta su fallecimiento temprano en 1943, -dejó el testimonio más relevante de su trabajo en las obras realizadas para el arquitecto Víctor Eusa-.
Hasta el desarrollo industrial de Navarra y las importantes transformaciones sociales que ocasionó, no puede encontrarse en nuestra comunidad, el germen de la autorreferencia y la autorreflexión que caracteriza la escultura moderna no monumental. La presencia en la Guipúzcoa de la posguerra de un grupo de escultores de especial importancia y la expectación con que recibió Navarra los encuentros* de 1972, facilitaron la progresiva asunción de un nuevo concepto de escultura.