POBLACIÓN
El análisis de los datos demográficos de Navarra ratifica a grandes rasgos las características definidas en los últimos años; por un lado el lento crecimiento de su población, similar al registrado en la mayoría de los países europeos, y por otro, su baja densidad, inferior a la media nacional. En 1986 la población de derecho alcanzó los 515.900 habitantes, de los cuales un total de 256.490 eran varones y 259.410 mujeres; representa el 1,34% del total nacional, lo que le sitúa en el puesto número 25 en la tabla provincial; el crecimiento anual estimado, con referencia al Padrón de 1981, es de 0,3%; tiene una densidad de 50 hab./km2, por debajo de la media nacional (76 habitantes).
Numerosos indicios abonan la idea bien adquirida de un progresivo ascenso de la población navarra que culmina en el siglo XIII, crecimiento primordialmente vegetativo, como en todo el Occidente europeo, acelerado en el siglo XI por causas sobradamente conocidas. Pero para Navarra podría añadirse, en principio, un ingrediente potenciador de desarrollo demográfico: las inmigraciones de hombres del norte del Pirineo, “francos”, corriente particularmente intensa en la última generación del siglo XI y las dos primeras del siguiente. A ellos se deben los primeros centros urbanos medievales del país: Estella, Sangüesa, la Pamplona de San Cernin y San Nicolás, y en parte también Puente la Reina, Olite y otros menores. Mas este flujo, de mayor valor cualitativo que cuantitativo, debió de quedar prácticamente neutralizado por la emigración, abundantemente documentada, de navarros hacia los espacios que se iban ganando al Islam, en los valles del Ebro y el Duero y, especialmente, en los bordes del espinazo de las sierras ibéricas. Tampoco hay que descartar, para la Ribera tudelana, la parte de población musulmana fugitiva a raíz de la conquista (1119).
En la Navarra “nuclear”, solar originario del reino de Pamplona (es decir, los valles de la montaña, sobre todo las cuencas prepirenaicas, incluida la zona media, desde Aibar y Valdorba hasta Deyo y Berrueza), el incremento demográfico debe remontarse sin duda a siglos anteriores. Quizá los movimientos “bagáudicos” del siglo V en la región y, aún más, las correrías de “Vascones” de los siglos VI y VII, obedecían en parte a la necesidad de buscar salida a los excedentes de población, igual que la resistencia al Islam (siglos VIII y IX). En todo caso, el dinamismo del reino pamplonés en el siglo X supone un gradiente demográfico de alta entidad.
Hay datos suficientes para pensar que en torno del año 1000 se habían alcanzado cotas máximas de saturación demográfica en bastantes núcleos habitados, particularmente en los rebordes montañosos de las cuencas prepirenaicas. Apardués*, el primer desolado navarro que se ha excavado sistemáticamente, tenía entonces 33 casas o familias para un término de unas 300 hectáreas de cultivos de cereales, algún viñedo y el correspondiente “monte”; la fotografía aérea parece revelar un denodado esfuerzo de roturaciones en alturas que, por otra parte, se sustraían al ganado y a la producción de combustible. Adoáin albergaba en 1033 doble número de familias que en 1817, ocho siglos después; Zabalza, en la misma comarca, tenía 16, una más que en 1817 también. Es evidente que en el siglo XI, si no antes, comenzaba un flujo migratorio de campesinos hacia las “extremaduras”, las fronteras con el Islam. Son los coliberti, siervos o mezquinos que han dejado su tierra y su señor, a los cuales aluden algunos textos navarros de dicha centuria.
La ruptura de la frontera -estacionada de hecho durante más de dos siglos- y la ocupación de la Ribera tudelana, con sus feraces tierras de cultivo, debieron de acelerar los mecanismos migratorios. Y, por otro lado, alejado el peligro de las incursiones enemigas, las villas próximas al Ebro y a los cursos inferiores del Aragón, el Arga y el Ega debieron de desarrollar su potencial humano en gran medida. Peralta es un ejemplo de esta función de recepción de hombres, una parte de los cuales se encargaba igualmente de reexpedir hacia las tierras de promisión del sur más o menos alejadas. Artajona y Ujué debieron de ir reabsorbiendo entonces a los núcleos menores de su periferia.
También los núcleos de población “franca”, en principio herméticos, reacios a aceptar campesinos “navarros”, se beneficiaron al cabo de este flujo migratorio desde mediados del siglo XII. Olite, cuya repoblación se organiza formalmente en 1147, había alcanzado un siglo después el nivel demográfico más alto de toda su historia, más de mil fuegos, población que sólo podía compararse con la de Tudela, Pamplona o Estella.
Los desolados navarros anteriores al año 1300, más o menos, no revelan en absoluto una regresión del poblamiento en términos absolutos, sino que más bien sugieren un crecimiento económico y demográfico que -como ha mostrado W. Janssen para otros ámbitos del mundo occidental- suscita y entraña la búsqueda de unos modelos de reagrupamiento de los hombres más racionales y más rentables.
También para Navarra es evidente y, en cierto grado, espectacular, el declive demográfico que caracteriza el siglo XIV europeo, sólo parcialmente atribuible a las epidemias y las guerras, pues el estancamiento y los primeros síntomas de regresión son anteriores a la gran peste de 1348 y en Navarra comienzan a detectarse hacia 1275 aproximadamente.
La alta cifra de desolados de este período, 230 registrados, impresiona por lo menos tanto como el descenso de población de numerosos núcleos habitados. Es presumible que hubiera casos de transferencias importantes de población. Así, Aldaba se vació en 1359 para volver a nutrir a Lacunza, que se había vaciado totalmente en 1353. Y Pamplona y Tudela debieron de resistir la crisis mejor que Olite -casi despoblada- gracias a la presumible afluencia de población rural, como parece abonar en el segundo caso un análisis minucioso de los materiales antroponímicos del Libro de fuegos de 1366. Pero ni Olite, ni Artajona ni otros lugares iban a volver a alcanzar las cifras de población que tenían en tiempos anteriores.
En el siglo XV, no obstante las discordias internas y las guerras, se camina ya hacia una franca recuperación demográfica en la que cabría valorar la incidencia de la inmigración de los excedentes de población de las tierras de Ultrapuertos y su periferia. De 1427 a 1512 sólo conocemos 47 desolados, menos de la mitad que para las dos generaciones anteriores (1366-1427). Se va alcanzando un equilibrio de la ordenación de la población y la distribución de los núcleos campesinos dentro de un sistema que, en términos generales, no volverá a quebrarse hasta nuestros días. (Despoblados*).
A mediados del siglo XVI vivían en Navarra en torno a 150.000 personas (32.064 “fuegos” en 1553), con una densidad media de 15,4 hab/km2. La merindad de Pamplona era la más poblada (9.657 fuegos), seguida de la de Estella (7.096), Sangüesa (6.254), Tudela (4.850) y Olite (4.207). La densidad de Pamplona -por encima de los 20 hab/km- le acercaba a las provincias vecinas del País Vasco y de Castilla, mientras la de Sangüesa era la más despoblada con sólo 11,4 hab/km2, cifra que concuerda con las bajas densidades características del interior de Aragón.
La población de Navarra comenzaba entonces a frenar su crecimiento después de una larga fase expansiva que tuvo sus inicios, probablemente, a finales del siglo XIV. En poco más de siglo y cuarto, entre 1427 y 1553, las merindades de Pamplona, Sangüesa y Estella habían duplicado sus efectivos, con una tasa de crecimiento real sostenido importante: 0,56% anual. Restañaban así las heridas causadas en el cuerpo social por la peste “negra”, aunque el crecimiento no fue uniforme. Las tierras más llanas del sur lo hicieron por delante de los valles montañeses septentrionales. La merindad de Estella aumentó sus efectivos en un 143%, mientras que la de Pamplona crecía un 102% y la de Sangüesa sólo el 71%. Probablemente este crecimiento fue más intenso en la primera mitad del siglo XVI, especialmente cuando la paz se restauró en el reino, que en el siglo XV, sacudido por violentas guerras civiles. Los valles y villas de la merindad de Sangüesa para los que se conservan cifras de fuegos en 1501, crecieron un 11% entre 1427 y 1501, y un 41% entre este último año y 1553.
Hacia 1570-1580, buena parte de la Montaña habría alcanzado su “techo” demográfico; los limitados recursos de una economía agropecuaria pobre no permitían un mayor crecimiento. El número de familias que viven en estas tierras se mantuvo estable hasta finales del siglo XVIII en muchos casos. La merindad de Sangüesa, por ejemplo, tenía alrededor de 6.200 familias en 1553 y también en 1726. En la Ribera, por el contrario, con mayores posibilidades de expansión agrícola, el crecimiento de la población no parece detenerse hasta la primera década del siglo XVII. Hacia 1600, después de un siglo de expansión demográfica, aunque quizás no tan intensa como la de Castilla, se estima que la población de Navarra rondaría las 175.000 personas.
El movimiento pendular -“crisis y recuperación”- que caracteriza a la demografía navarra del seiscientos parece alejarse del modelo extremo con que se vivió en otras regiones del interior castellano, acercándose más bien al de otras comarcas de la periferia occidental o mediterránea: la pérdida de población fue más tardía y menos importante que en la meseta, y la recuperación posterior, más decidida y temprana. No se puede hablar propiamente de “crisis” antes de 1630; las tres primeras décadas son de estancamiento demográfico. Hambres, enfermedad y guerra se sucedieron en el plazo de pocos años, ocasionando una rápida pérdida de población. Las pésimas cosechas de los años 1630-1632 favorecieron el desarrollo de la mortandad más grave, probablemente, de los siglos XVII y XVIII: la de 1631 (epidemia*). Pero fue la guerra con Francia, que estalló en 1635 y tuvo durante los primeros años, hasta 1640, un escenario importante en la frontera de Navarra, lo que hizo más duraderos y profundos los efectos de la epidemia. Las consecuencias inmediatas -hundimiento económico, emigración, movilidad geográfica y propagación de enfermedades- retrasaron hasta 1650 los inicios de la recuperación.
La crisis tocó fondo entre 1632 y 1650 con una pérdida global calculada en torno al 15% de la población. No fue excesiva si se compara con las pérdidas de Castilla, superiores al 25%, aunque habría que distinguir evoluciones notablemente opuestas. La merindad de Pamplona, por ejemplo, apenas perdería un 5% de sus efectivos; por el contrario, fueron muchas las villas grandes de la Zona Media y Ribera que se despoblaron en un 35-30% de sus familias. Parece ser una constante demográfica en Navarra la resistencia que demuestran las tierras montañesas en los momentos de dificultad, a diferencia de las tierras llanas del sur, que sufren con mayor intensidad el impacto de las epidemias o los efectos desorganizadores de la guerra.
La recuperación demográfica se inició tempranamente y resulta evidente ya en 1678, aunque el crecimiento global fuese muy lento: 33.770 fuegos frente a los 32.200 de 1646. La paralización de la guerra en el Pirineo, la sumisión de Cataluña y la paz con Francia (1659) propiciaron un crecimiento que no se vio interrumpido por graves incidencias hasta principios del siglo XVIII. Las curvas de bautismos apuntan un cambio de tendencia ya hacia 1660 -el promedio de bautizados en 1654-1659 fue muy poco inferior al de los años 1616-1625 en una muestra de treinta parroquias- aunque el verdadero despegue se produjese más bien en la década de 1680. En la última década del siglo XVII la población de Navarra sería, aproximadamente, la misma de la primera, cerrado el bache iniciado en 1631. Navarra se adelantaba así a la mayor parte de las comarcas del interior castellano, superando con dos o tres décadas de antelación la crisis del seiscientos.
El crecimiento de la segunda mitad del XVII se polarizó en dos comarcas principalmente. Las tierras de la Navarra húmeda del NO (valles de Araiz, Basaburúa Mayor y Menor, Cinco Villas, Santesteban, Larráun, Baztán, Bértiz-Arana) aumentaron su población entre un 25 y un 50% entre 1646 y 1678: entre el 50 y el 70% si consideramos el período 1553-1726. La difusión de un nuevo cultivo -el maíz-, de rendimientos superiores al de los cereales tradicionales, permitió este crecimiento, que se frenó progresivamente en el último cuarto de la centuria, alcanzando estas comarcas un nuevo “techo” demográfico. Por otro lado, muchas villas ribereñas de los cursos bajos de los ríos Aragón, Arga y Ega en su confluencia con el río Ebro, conocieron un crecimiento demográfico espectacular entre 1680 y 1720. Las once villas de la Ribera estellesa, por ejemplo, pasaron de tener 1.381 familias en 1678, a las 2.097 de 1726, con un incremento del 52%, en sólo medio siglo. En este caso se trató de la recuperación de tierras cultivadas anteriormente y de la extensión de roturaciones y de nuevos regadíos. La riqueza monumental y artística del Barroco en la Ribera durante estos años es una manifestación palpable de su pujanza demográfica y económica.
La interrupción, entre 1690 y 1715, del suave crecimiento de los años ochenta parece estrechamente ligada al reavivamiento de la guerra: primero contra Francia, luego con Francia contra el pretendiente austriaco; pero también respondía, sin duda, a otros frenos de orden económico. Los años 1693-1695, 1699-1700 y 1711 conocieron sucesivas “crisis de mortalidad*” de intensidades crecientes, debidas probablemente a la carestía de los alimentos. Navarra no padeció sino marginalmente los destrozos de todo tipo que las oscilaciones del frente de combate ocasionó en otras regiones; pero el mantenimiento de tropas, las levas de hombres, las requisas de alimentos, carros y caballerías, y la interrupción del comercio, detuvieron y retrasaron el crecimiento de la población.
La evolución general, desde mediados del siglo XVI hasta el primer tercio del siglo XVIII, se resume en pequeñas oscilaciones de crecimiento y de retroceso que apenas alteran una realidad profunda: el estancamiento global de la población. Sólo a partir de 1740-1750 se iniciará una etapa de crecimiento ininterrumpido -salvo períodos de estancamiento- que se ha prolongado hasta nuestros días.
Entre 1726 y 1817 Navarra pasó de 36.190 familias a tener 45.410. Un crecimiento del 30% en casi un siglo es relativamente pequeño en la España del siglo XVIII; ahora bien, se explica teniendo en cuenta que la recuperación de la crisis del XVII había sido bastante temprana. La curva de bautizados en una muestra de treinta parroquias describe una línea prácticamente recta, suavemente ascendente entre 1681 y 1791. El incremento del número de bautismos fue más rápido entre 1680 y 1700 y se detuvo entre ese año y 1715; de nuevo creció a un ritmo más vivo entre 1715 y 1730, para detenerse de nuevo entre 1730 y 1745. La fase de crecimiento más prolongada llenó los años 1745-1775, para lograr un momentáneo equilibrio en 1775-1790. En la última década del siglo la población navarra había cubierto una etapa de su desarrollo; además de las guerras contra la Convención y de Independencia, otras causas profundas parecen detener el crecimiento, que sólo se reanudará a partir de 1814.
Este crecimiento del siglo XVIII responde a la suma o, mejor, interacción, de evoluciones comarcales muy distintas, incluso opuestas entre sí. Son muchos los valles y lugares montañeses que no crecieron absolutamente nada entre 1650 y 1800. En la muestra de series bautismales citada, las once aldeas más septentrionales sumaron el mismo número de nacimientos en los años 1650-1664 (91 bautizados por año) que en 1785-1799 (90 bautizados). Eran tierras de emigración cuyos excedentes humanos salían regularmente fuera de Navarra o se instalaban en la Zona Media y en la Ribera. Aquí es donde encontramos los mayores crecimientos del siglo XVIII: por encima del 50% en muchos casos, incluso superando el 80% en algunas villas de la Ribera.
La expansión demográfica, iniciada vigorosamente a mediados de la centuria, culminó en los años 1820 para detenerse a mediados del siglo XIX. Según el censo de Floridablanca de 1787, la población navarra ascendía a 222.963 habitantes; treinta y ocho años después, el Padrón de la policía de 1825 la fijaba en 250.891 personas; y el primer censo nacional de la época estadística, en 1857, sumaba 291.705 navarros. El crecimiento 1787-1857 fue algo más regular y más intenso que el del siglo XVIII: un 30% en 71 años (0,38% anual).
En 1900 la población que vivía en Pamplona (28.886 habitantes) y en las Cabeceras Comarcales (Tudela, Estella, Tafalla y Sangüesa con 23.934 habitantes) equivalía al 17% de la población regional. En 1950 el porcentaje se elevó a un 27%. Más de la mitad de la población (54,5%) residía en municipios de menos de 2.000 habitantes en 1900, y todavía un 37,7% en 1950 (235 y 215 municipios respectivamente en los 264 existentes).
Navarra funcionó en esta primera mitad de siglo como una región de emigrantes, calculándose en torno a los 100.000 los navarros que salieron hasta que a mediados de los cincuenta se inició el proceso de industrialización. Se dio entonces una alteración de las estructuras espaciales heredadas. Los flujos centralizadores favorecieron a Pamplona en detrimento de la provincia. La capital generó un Área Metropolitana (A.M.) que en 1981 albergaba a un 36% de la población de Navarra en el municipio central (183.126 habitantes) y a cerca del 50% en todo su conjunto. Entre tanto, las Cabeceras Comarcales crecieron lentamente a pesar de la inserción de la industria y de la mejora de los servicios. Si se añade a la población metropolitana y de las cabeceras comarcales, la de los municipios de la Ribera y los municipios industrializados (un total de 85 municipios, el 32,5% del total de municipios), resulta que en 1960 residían en esas zonas más desarrolladas un 73% de la población regional, elevándose el porcentaje a un 87% en el año 1981 (el 50% corresponde a la Comarca de Pamplona).
Entre 1960 y 1975 el crecimiento resultó muy elevado en el A.M. de Pamplona (3,3% de incremento anual); menor en las Cabeceras Comarcales (1,7%), más débil en los municipios industriales (0,65%), y negativo en la Ribera (-0,24%). En el resto de Navarra, formado por 179 municipios, se aceleró la despoblación iniciada con anterioridad. La regresión alcanzó la Navarra del Este o Montaña y Navarra media oriental (salvo Sangüesa, Aoiz Lumbier), a la Navarra centro-sudoccidental, formada por el sector comprendido entre Tafalla-Olite, el mediodía metropolitano y Tierra Estella (excepto las cabeceras y cinco municipios industriales); y la Navarra Noroccidental (excepto la Barranca y cinco municipios industrializados). El número de habitantes pasó en la Navarra rural de 104.693 en 1960 (26,07% de la población navarra) a 67.285 en 1981 (13,26%).
Un cambio de tendencia parece vislumbrarse en los últimos años, al menos si se tienen en cuenta los datos de población de derecho analizados según la tasa o índice de crecimiento anual (ICA) entre 1981 y 1985. Desciende el ICA de Pamplona del 1,6 entre 1975-81 (población de hecho), al 0,57% (según población de derecho) en tanto que los municipios periféricos mantienen un crecimiento medianamente elevado (1,79%), aunque inferior al período anterior (2,5%). La corona exterior al A.M., formada por 35 municipios, ya no pierde población en el segundo período, sino que se produce una leve recuperación (0,33%), lo que parece indicar un efecto vitalizador desde el A.M. hacia su contorno inmediato, hecho por otra parte constatado en otras coronas exteriores de A.M. españolas en estos últimos años. En la Navarra media se produce un debilitamiento del crecimiento urbano en Estella (ICA de 0,83 frente a un 2,4%) y Tafalla se recupera levemente del efecto producido por la crisis industrial (0,2 al 0,67%); la principal novedad es la falta de pérdidas en la población rural (0,11%) considerada en su conjunto.
También la Navarra del Noroeste inició su recuperación (0,44%) en contraste con la evolución negativa anterior; la Barranca, que experimentó un fuerte crecimiento en el período 1960-75, comienza a superar la contracción de 1975-81, y crece entre 1981-85 (0,61%). En la Ribera, Tudela mantiene un ritmo de crecimiento parecido en ambos períodos, pero de ser una Comarca en decrecimiento en el período 60-75 y el de 75-81, pasa a tener ahora un comportamiento positivo (0,61 con Tudela, y 0,48% sin incluir Tudela), siendo 35 los municipios que muestran un aumento de su población. La única excepción a este proceso de cierta revitalización en la Navarra rural durante el período 81-85 es la Navarra del Nordeste o Montaña, donde continúa la despoblación aunque más atenuada.
A pesar del carácter provisional de los datos, la idoneidad de los resultados se constata porque los procesos de recuperación o revitalización rural se enmarcan en los que se han producido antes en otros países europeos. Así, el modelo de funcionamiento poblacional de Navarra se caracteriza ahora por un corte brusco de la larga tendencia hacia la despoblación, apreciándose en el espacio navarro un proceso de mantenimiento de la población del campo. Su posible equivalencia al proceso de Palinurbanización (“counterurbanization”) está por estudiar, y queda aquí como una hipótesis; es decir, en Navarra se estaría intensificando la inserción en medio rural de actividades urbanas técnicamente avanzadas. Otra hipótesis más factible sería el progreso del desarrollo local según el llamado modelo de desarrollo endógeno, que tiene su mejor expresión en la Ribera. Y por último, la revitalización sería un fenómeno aparente, y resultado de la detención de los movimientos migratorios desde el campo a la ciudad como consecuencia de la crisis económica. Por lo demás, las nuevas tendencias se manifiestan también en la involución demográfica que comienza a mediados de los años setenta, cuyos elementos clave son el brusco descenso de la natalidad* más la falta de renovación de las generaciones y la correlativa incorporación del modelo de fecundidad 1-2 hijos que sustituye al de 2-3, de un lado; y de otro, la aceleración del proceso de envejecimiento como consecuencia del aumento de la esperanza de vida y de la propia disminución de la fecundidad.
No obstante, en un estudio de prospectiva publicado por la CAN y la Fundación FIES en Papeles de Economía (marzo 1989), se estimaba que la población de Navarra en el año 2.000 ascendería a 596.000 habitantes, de los que 42.000 estarían en paro. El crecimiento anual previsto es del 0,75%.
De las siete zonas en que se divide la Comunidad Foral el documento vaticina un crecimiento en el área de Baztán, Bidasoa, Pamplona, Ribera Alta y Tudela; mientras que el Pirineo y la Navarra Media no sufrirán grandes variaciones. Únicamente Tierra Estella presenta una tendencia a la baja.
Densidad
Número de habitantes por km2 que en 1950 fue de 19, en 1981 ascendió a 39 y en 1986 a 50. Con ello Navarra se define por una densidad inferior a la media nacional (55 en 1950 y 76 en 1986), aunque entre ambas fechas figura entre las regiones y provincias que mayor aumento de densidad experimentan, con un porcentaje de un 105% sólo superado por el País Vasco (163%), y mayor que el de Madrid (104%), en contraste con otras regiones en las que la densidad se reduce entre los dos años (Extremadura, -24%, Castilla, La Mancha -10%, y Castilla-León -10%), tenían mayor densidad que Navarra en 1950 y ahora tienen menos.
En 1950 la distribución comarcal de las densidades opone un mínimo en la zona oriental (mayoría de los municipios con menos de 15 hab/km2), y un máximo en ambas Riberas (más de 75). En la zona centro-occidental, las densidades son muy contrastadas entre los fondos de los Valles y los interfluvios, aumentan en los municipios de cabecera comarcal y en los industriales (Olazagutía, Alsasua), y, obviamente, en el de Pamplona.
En 1981, el modelo anterior se ve ligeramente alterado. La Cuenca de Pamplona es ya un alto foco densimétrico; rodeada de un espacio de bajas densidades que se amplía hacia el Este, y reduce en las otras direcciones cardinales. La estructura distributiva tiene un componente polar (Área Metropolitana de Pamplona, con densidades superiores a 75 y 95 hab/km2), al que se yuxtapone una amplia orla periférica (menos de 15 hab/km2) que hacia el Este se convierte en un amplio sector desde la Bardena hasta la Montaña, en el que se exceptúan por tener altas densidades las cabeceras comarcales. Por su parte, la Ribera del Ebro constituye un eje continuo de altas densidades (más de 55 e incluso de 75 hab/km2), al igual que la Barranca, y algunos municipios de la Navarra del Noroeste, en donde el eje se hace discontinuo.
Distribución
El primer hecho destacable es el relativo grado de concentración de los habitantes, en el municipio de Pamplona que en 1986 registró un total de 178.39 habitantes equivalentes al 34,6% de la población regional. Si se añaden los restantes municipios del Área Metropolitana, esto es, los municipios periféricos a Pamplona, el porcentaje se aproxima al 43%. En segundo lugar, la distribución se caracteriza por la distinta tipología de los asentamientos. Los núcleos relativamente grandes (más de 1.000 y de 2.000 habitantes), y distanciados entre sí, ocupan una franja irregular que comprende todo el mediodía del territorio, se estrecha hacia el Oeste y amplía hacia el Este, y cuyos elementos siguen el Ebro y afluentes en el cauce bajo y medio. Asentamientos muy pequeños (por lo común de menos de 200 habitantes, y frecuentemente con menos de 100), muy próximos entre sí, ocupan una amplia corona en derredor al Área Metropolitana de Pamplona, de la que se desprende un sector alargado y estrecho hacia el Suroeste, y otro más ancho hacia el Este. Finalmente, queda la zona Norte y Noroeste en la que se mezclan asentamientos del tamaño anterior con otros que no suelen sobrepasar los 500 habitantes. Una especial mención requiere la frecuencia del caserío en los Valles que vierten al Cantábrico, en la zona Noroeste.
A lo largo de los años 1960-1990, la disminución de la población ha aumentado el número de municipios de pequeño volumen demográfico. Así, frente a lo ocurrido entre 1900 y 1950, período en que apenas hubo cambios en el porcentaje de población y número de municipios con menos de 2.000 habitantes (235 y 54,5% en 1900, y 215 y 37,75% en 1950), por el contrario en 1981 los datos revelan un desplazamiento notable de ambos indicadores. Así, en este año el 19,1% de la población navarra habita en 215 municipios con menos de 2.000 habitantes, de los que a su vez un porcentaje elevadísimo cuenta con varios asentamientos. Por el contrario, la franja del mediodía navarro formada por las Riberas del Ebro y bajos y medios valles del Aragón y el Arga, cuenta casi con un número de habitantes igual al del resto de la Navarra rural (91.841 frente a 110.212), a pesar de no tener siquiera a un 5% del total de asentamientos.
Así pues, la tendencia es un debilitamiento general del sistema de asentamientos, de manera que conforme pasa el tiempo los subsistemas pierden población, tanto más cuanto el tamaño es menor. Ciertamente la relación entre tamaño y disminución de la población no es exacta, ya que los núcleos industrializados o los que siguen las vías de comunicaciones más importantes aumentan sus efectivos o los fijan al facilitar los movimientos alternantes o desplazamientos desde un municipio o asentamiento a otro por motivos de trabajo. Como quiera que la industrialización puntual o dispersa ha penetrado en la Navarra del Noroeste (desde la Barranca al Baztán), se halla presente en el mediodía, y en el resto aparece excepcionalmente (cabeceras comarcales y algún asentamiento aislado), es comprensible que sean la Navarra oriental y la Nororiental (Merindad de Sangüesa), coincidentes con el medio natural más hostil a la acción humana y el más alejado en términos de comunicación (frontera con Aragón; área fronteriza con Francia, la más accidentada), la zona menos poblada y la que presenta un desequilibrio más señalado en relación con las otras zonas. No en balde puede denominarse a esta zona la Lusitania navarra.
La distribución zonal no ha variado y son los municipios con mayor población los que han registrado un mayor crecimiento. Destaca el caso de Barañáin que en cinco años (1981-1986) creció un 47,82%.
Composición
Cuenta Navarra con una relación entre sexos caracterizada por un pequeño desequilibrio a favor del sexo femenino. Así, en 1975, de los 483.869 habitantes. 240.502 (49,7%) eran varones y 243.367 (50,2%) mujeres. Esta característica se repite en los Censos de 1960, 1970 y 1981 y comprende también al Padrón de 1986 (256.490 y 259.410 m). Por lo que se refiere a su distribución, en la Comarca de Pamplona y en la zona meridional el predominio femenino es más acusado que la media, mientras en el resto ocurre al revés. La emigración de la mujer es mayor conforme los asentamientos son más pequeños, lo que repercute obviamente en la estructura.
La composición de la población por grandes grupos de edad coincide en su conjunto con la nacional (año 1981).
Navarra se encuentra en un estadio de envejecimiento no tan pronunciado como el correspondiente a los países europeos aunque la tendencia en los últimos años muestra (datos 1986) un progresivo acercamiento a la media europea: 20,54% de 0 a 15 años; 66,12 de 15 a 64 años; y 13,34 % de más de 64 años.
El acusado descenso de la natalidad iniciado en 1975 permite suponer que la pirámide se verá alterada a corto plazo, aumentando el número de personas de la tercera edad, en porcentaje y en número absolutos (52.723 personas de más de 65 años en 1971 y 61.305 en 1981) y sobre todo disminuyendo el de los menores de 14 años (130.187 en 1975; en 1981 había 50 viejos por cada 100 niños y adolescentes de menos de 15 años). De la consideración espacial de los índices de vejez y de juventud se desprenden grandes contrastes comarcales. En 1981 las comarcas prepirenaicas, por incluir al Área Metropolitana de Pamplona, registran el más bajo nivel de envejecimiento (9,89%). En las comarcas de la ribera oriental y en la Navarra media del Noroeste, el nivel es de tipo medio por responder a porcentajes del 13,29 y 12,49%. En la Navarra media y la Ribera occidental el índice de envejecimiento es ya elevado (en torno al 15%) y en los valles pirenaicos alcanza niveles más altos (18,43%). La situación en estas comarcas es grave. Baste señalar que el porcentaje de viejos por cada 100 niños y jóvenes de menos de 15 años es de 105,97 en los Valles pirenaicos, 81,68 en la Navarra media occidental, y 73,84 y 72,72% respectivamente en la Navarra media oriental y en la Ribera occidental.
En Pamplona (año 1981, menores de 20 años, media de 32,4%), los contrastes son muy fuertes entre los correspondientes a la Ciudad central (23,3% en el Casco Viejo y 25,6 en el Ensanche), la periferia constituida en los años cincuenta (Chantrea con un 29,9%) y la edificada en las dos últimas décadas San Jorge, 36,7%; Orvina, 38,1%). También las cabeceras comarcales muestran un fuerte desequilibrio sectorial de la estructura por edades. En Tudela, por ejemplo, frente a un 15,2% de población de la tercera edad en el Casco viejo, las áreas pertenecientes a los sectores periféricos tienen alrededor de un 7%. Con ser muy pronunciado el envejecimiento de la población en gran parte de Navarra, cabe esperar que en las próximas décadas, el índice de vejez va a ascender en el medio urbano con más celeridad que en el medio rural, habida cuenta la reciente tendencia a la disminución brusca de la inmigración, que ha actuado durante las últimas décadas como agente revitalizador de la composición urbana por edades. Hay que suponer, por otro lado, que la tasa de mortalidad, que hasta el año 1970 ha seguido una dinámica regresiva y a partir de 1975 ha iniciado otra de tipo estacionario, comience a corto plazo a aumentar por efecto del proceso de envejecimiento.
El ritmo normal de la vida demográfica ha incluido la presencia de “crisis de mortalidad”: años con una proporción de defunciones netamente por encima de la media, que coincidía, también, con un menor número de bodas y de concepciones. En estos años fatales el número de defunciones llegaba a duplicar o triplicar la media de los años normales. Dos son las causas principales de tales “crisis”: los coyunturales desfases entre población y alimentos, característicos de una economía poco flexible, en estrecha dependencia de las vicisitudes climáticas; y la limitación de los recursos disponibles en la lucha contra las afecciones epidémicas. Hambre y enfermedades aparecen casi siempre juntas, como responsables de estas grandes mortandades (Epidemia*).
Del examen de los registros de defunciones de diez parroquias de la merindad de Estella encontramos que en los siguientes años se conocieron mortandades de adultos elevadas y relativamente generales: 1600-5, 1615-7, 1627-8, 1631, 1659-61, 1668-70, 1677-80, 1693-95, 1699-1700, 1707-8, 1711, 1719-20, 1738-9, 1760-1, 1768, 1771-2, 1790, 1794-5, 1803-4. Nueve crisis de mortalidad generales en ambas centurias: aproximadamente una cada once años. Las más intensas: las de 1631 y 1711. No se aprecia una reducción progresiva de la intensidad o de la frecuencia con que estas mortandades se repitieron en ambas centurias, a diferencia de lo que ocurre en algunos países del occidente europeo. Ahora bien, comparadas con las que asolaron el interior castellano, las crisis de mortalidad parece que fueron en buena parte de Navarra bastante menos graves, probablemente porque la variedad de cultivos y una relativa proximidad al mar evitaron que las hambres fueran tan intensas y duraderas.
El cálculo de las tasas brutas de mortalidad -número total de defunciones por mil habitantes- es especialmente delicado por cuanto el registro sacramental de los entierros era el más deficiente. Tasas brutas de mortalidad “adulta” -es decir, de los mayores de 12-13 años- en torno a 18 por mil se comprueban en la parroquia de San Nicolás de Pamplona o en la Burunda. La tasa de mortalidad global, incluyendo los “párvulos” -los menores de 12 años-, rondaría las 30-35 defunciones anuales por mil habitantes. Estas cifras entran dentro de límites habituales en la demografía de “antiguo régimen”.
La mortalidad “infantil” -en el primer año de vida- y “juvenil” es la mejor conocida. En Cirauqui, entre 1790 y 1819 murieron el 17,5% de los nacidos durante los primeros doce meses de vida, casi la mitad en los primeros treinta días; es una proporción de mortalidad infantil relativamente moderada, inferior a la de muchas parroquias del interior castellano, en las que el 25% de los nacidos no cumplía el año, y semejante a la de otras comarcas rurales gallegas.
Alrededor del 40% de los nacidos había muerto antes de cumplir el décimo aniversario. El porcentaje de “párvulos” difuntos en cinco parroquias de la merindad de Estella entre 1700 y 1849 oscilaba en torno a este valor. Diversas estimaciones, parciales hacen pensar que sólo el 55%-45% de los nacidos lo lograba.
El primer quinquenio del siglo XX podría equivaler a un período residual del ciclo antiguo o pretransicional, al hallarse caracterizado por altas tasas de natalidad y de mortalidad (en 1900, 26,7 por mil y 30,21 por mil). En 1910 se mantiene la tasa de natalidad (30,60 por mil), pero comienza el descenso progresivo de la tasa de mortalidad (9,97 por mil en 1950), para la tasa de natalidad descender bruscamente entre 1930 y 1940 (26,86 a 20,12 por mil) y seguir después un comportamiento estacionario hasta mediados de los setenta. Esta que podría denominarse fase intermedia no es equiparable al modelo según el cual la natalidad se mantiene elevada mientras desciende la mortalidad. A partir de 1975 comenzó una tercera fase durante la cual descendió bruscamente la natalidad (tasa de 18,32 por mil en 1970, tasa media del período 1976-81 de 15,16 por mil, tasa de 13,68 por mil en 1981), mientras la mortalidad permaneció casi estable (8,60 en 1970, 8,54 por mil en 1981), pero sin que ambas tasas se nivelasen. Es previsible a corto plazo que la mortalidad comience un aumento relativo, en función del envejecimiento, y que la natalidad continúe su descenso (12,63 por mil en 1982, última tasa global disponible que es inferior a la de España, 13,44 por mil), para encontrarse ambas en el horizonte de los años 90.
En la línea de estabilización demográfica, en 1987 la tasa bruta de mortalidad permanecía estancada respecto a 1981 y se situaba en el 8 por mil, mientras que la de nupcialidad pasaba del 5,4 por mil al 5,1 por mil y la de natalidad descendía del 13,3 por mil al 9,3 por mil.
Navarra aparecía en ese año como una de las comunidades autónomas con menor número de nacimientos y defunciones (4.231 personas), resultando un crecimiento vegetativo de 598 personas. Junto con Aragón y La Rioja, fue la región cuya población se acercó más al crecimiento cero.
También respecto al número de matrimonios Navarra se encontraba en las últimas posiciones con 2.668 enlaces, por delante de Cantabria y La Rioja.
El análisis del período 1976 a 1983, según la división de Navarra en medio urbano (Área Metropolitana y Cabeceras Comarcales), medio agrourbano (Ribera sin Tudela), y medio rural (resto de Navarra) proporciona los siguientes resultados. Los municipios del A.M. de Pamplona registran tasas de mortalidad muy bajas (no alcanzan el 5 por mil) excepto Pamplona (alrededor del 7 por mil). En las Cabeceras la tasa es ligeramente superior a la de la capital (alrededor del 8 por mil). Por el contrario, la mortalidad es relativamente elevada en la Ribera y resto de Navarra (entre 9,5 y 10,5 por mil). A lo largo del período analizado la mortalidad se mantiene estacionada. Cabe añadir que en medio rural, la tasa de mortalidad supera a la tasa de natalidad en el año 1983.
Esta diferencia entre ciudad y campo, o tasa diferencial de mortalidad, se halla estrechamente relacionada con la composición o estructura por edades. El hecho de que entre 1982 y 1983 la tasa de mortalidad aumente en medio rural, puede ser debido al factor envejecimiento, siendo previsible que la tasa continúe el alza a corto plazo.
En números absolutos, el total de fallecimientos ocurridos en el año 1981 fue de 4.063. El porcentaje de personas mayores de 65 años por cada 100 jóvenes es máximo en los Valles pirenaicos (105,97), donde la tasa es más elevada.
La tasa estimada para 1984 en las Comarcas navarras es la siguiente: Área Metropolitana (sin Pamplona), 4,07; Área Metropolitana con Pamplona), 6,05; corona exterior, 9,86; Navarra media occidental, 8,90; Navarra media oriental, 9,99; Ribera, 8,18; Navarra del Noroeste, 9,52; y Navarra del Noreste, 13,13 por mil. En las ciudades, a su vez, los datos son los que a continuación se señalan: Pamplona, 6,72; Estella, 6,58; Sangüesa, 8,27; Tudela, 7,05; Alsasua, 7,17; y Tafalla, 9,05 por mil.
De 1900 a 1986 la oblación de Navarra ha pasado de 307.669 habitantes a 515.900 habitantes, es decir, si el índice es 100 en 1900, en 1986 ha pasado al 167. Este índice refleja un crecimiento más bajo que el nacional que, entre las mismas fechas alcanzó un 203.
A lo largo de este período la variación intercensal es máxima en el decenio 1960-70 (15,6%) y en el de 1970-80 (9,1%). La tasa del decenio 60-70 corresponde a la única década en que Navarra supera al crecimiento medio nacional, lo que se explica por coincidir con los años de incorporación regional a la industrialización y urbanización aceleradas. Esta inferioridad del crecimiento navarro respecto al nacional se debe sustancialmente a que la región ha funcionado como zona de emigración.
La consideración del crecimiento vegetativo (diferencia entre nacimientos y defunciones) intercensal da como resultado tres décadas de elevado crecimiento (37.198 entre 1921 y 1930, 39.609 entre 1951 y 1960, y el máximo entre 1961 y 1970 con un total de 44.633 habitantes de más). En la última década el ritmo desciende como consecuencia de la disminución de la natalidad; en el primer quinquenio el crecimiento vegetativo fue de 21.403 y en el segundo de 17.929. Salvo en el decenio de los sesenta y en el quinquenio 76-81, el crecimiento vegetativo ha sido mucho más fuerte que el real, como consecuencia de la emigración.
Obviamente se ha producido entre los dos Censos extremos considerados una redistribución del crecimiento a favor del medio urbano y en detrimento de la mayor parte del medio rural. En 1900, la población que vivía en Pamplona (28.886 habitantes) y en las cabeceras comarcales (Tudela, Estella, Tafalla y Sangüesa, con 23.934 habitantes) equivalía a un 17% de la población total. En 1950, se alcanzó un 27%, para situarse en 1981 en un 36%, porcentaje que es casi del 50% si se incluye a toda el Área Metropolitana, esto es, a Pamplona, y a sus municipios periféricos; por lo que se refiere a las cabeceras comarcales pasa a ser de un 10,20%. Los índices de crecimiento del Área Metropolitana y de las Cabeceras se separan notoriamente entre 1950 y 1975, con un 151 en estas últimas y un 244,7 en la primera.
Entre 1900 y 1950 el crecimiento afectó también al medio rural. En conjunto, 122 municipios registran una dinámica ascendente y 136 regresiva. Destaca la Ribera del Ebro por el ritmo positivo, en contraste con la Montaña y la Navarra Media en donde predominan los municipios que registran pérdidas de población. Después, y hasta 1975, la regresión afecta a una gran parte del medio rural, exceptuados los municipios de la Ribera tudelana (109,6 de índice de crecimiento de la Merindad, y 168 en el municipio de Tudela), así como los de la Barranca y otros aislados dinamizados por el efecto industrializador. En el conjunto de los municipios navarros, entre 1950 y 1970 hubo 75 municipios que registraron un aumento de su población.
Finalmente, el quinquenio 1975-81 significó una mayor extensión de la pérdida de efectivos al espacio navarro. Por primera vez en lo que va de siglo, la Merindad de Tudela disminuyó su población (56.359 habitantes en 19755 y 51.503 en 1981). Únicamente los municipios de la Barranca, más un número reducidísimo de municipios aislados, registraron un aumento de escasa entidad. Por lo que respecta al medio urbano, se inició en dicho quinquenio una desaceleración del crecimiento. Presente este último en las cabeceras comarcales durante el período 1950-1975 se intensifica durante los últimos años (48.317 habitantes en 1975 y 52.150 en 1981). Asimismo, el Área Metropolitana de Pamplona experimentó un cambio de tendencia. El municipio central tuvo un crecimiento inferior al del conjunto de los municipios de la periferia (1,59 y 2,37%), pero a la vez en ésta algunos municipios inician una fase regresiva o de estancamiento. En números absolutos la población del municipio central y periferia ha pasado respectivamente de 168.248 habitantes a 177.906 y de 52.148 a 65.553 habitantes.
El matrimonio era, sin duda, el principal motivo por el que los navarros abandonaban la parroquia natal para vivir en otro lugar. Aproximadamente en la mitad de las bodas uno o ambos novios no eran naturales del lugar en que se celebraba ésta. Ahora bien, las distancias que se recorrían para casarse no eran muy superiores a los 10-20 kilómetros; se unían familias campesinas que ya tenían entre sí lazos e intereses comunes. En Abárzuza, entre 1700 y 1845, el 60% de los novios era natural del mismo pueblo; casi el 20% vino de pueblos que no distan 10 kilómetros; sólo un 10% procedía de lugares entre 10 y 25 kilómetros. Unos pocos vascos, castellanos y aragoneses, que suman el restante 10%, dan fe de la relativa estabilidad geográfica de la población, que sufrió muy pocos cambios con el paso del tiempo.
Sí existía una característica movilidad estacional, directamente ligada a las actividades ganaderas y agrícolas. Los pastos veraniegos de las sierras de Urbasa y Andía o de los puertos pirenaicos, y las hierbas invernales de la Bardena y de las corralizas ribereñas, concentraron un buen número de pastores y ganaderos. Relacionado con las faenas agrícolas está el desplazamiento de Sur a Norte de muchos jornaleros del campo: esquiladores en primavera, segadores en verano, vendimiadores en otoño, vareadores de oliva en invierno. Las diferencias de ciclo vegetativo entre Montaña y Ribera hacían posible que, año tras año, se repitiesen tales microdesplazamientos de mano de obra agrícola temporera.
Estos desplazamientos estacionales y otros que se explican por la complementariedad de recursos naturales entre Montaña y Ribera, daban ocasión a migraciones definitivas de montañeses hacia las tierras llanas. Es esta una constante en la demografía Navarra del Antiguo Régimen que responde muy bien a un fenómeno general en todo el valle del Ebro y en la cuenca del Mar Mediterráneo. Fácilmente se comprueba que la población de los valles montañeses permanece prácticamente estancada, por lo menos desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVIII. En la merindad de Estella, por ejemplo, los diez valles situados al norte del Camino de Santiago reunían 2.379 familias en 1553, 2.352 en 1678 y 2.375 en 1726. Son comarcas que expulsan sus excedentes demográficos hacia una emigración* exterior o, quizás más frecuentemente, en un desplazamiento hacia tierras más meridionales. (Inmigración*).
Este trasvase de población N-S parece que fue relativamente constante en el tiempo, aunque probablemente se frenó y se aceleró en ciertos momentos. La crisis de mediados del siglo XVII, que afectó duramente a la Ribera, debió retraer a muchos montañeses; por el contrario, una vez normalizada la situación, hacia 1680, se asiste a un rápido crecimiento de las villas situadas en el curso bajo de los ríos Aragón, Arga y Ega, que llegan a duplicar sus efectivos en el plazo de cuarenta años, lo que no se explica sino considerando una aceleración de esas migraciones internas.
Las actas sacramentales de matrimonio y defunción dan noticias muy precisas, aunque no sistemáticas, sobre la presencia de no navarros. El grupo más numeroso, probablemente, hasta mediados del siglo XVII, fue el de franceses y “vascos”, entendiendo por tales a los naturales de la merindad de Ultrapuertos al igual que en Cataluña y en Aragón, Navarra, sobre todo la Ribera, es lugar de destino de una importante corriente inmigratoria francesa entre 1550 y 1650. E. Orta estima que hasta un 10% de la población de la ciudad de Tudela, en los años 1630, era de origen francés, muchos de ellos inmigrantes temporeros; mozos de labranza, artesanos ambulantes (tejeros y canteros), buhoneros, pastores; también los había comerciantes acomodados que importaban géneros de su país. Tras de los franceses, en número menor, se situaban los inmigrantes procedentes de las provincias limítrofes: guipuzcoanos y alaveses en las merindades de Pamplona y de Estella, castellanos y aragoneses en la de Tudela, aragoneses en la de Sangüesa.
Las referencias sobre la emigración exterior de navarros son más cualitativas que cuantitativas. Así, navarros aparecen en la Rioja alavesa en el siglo XVIII como mano de obra agrícola temporera, o como tejeros en Guipúzcoa, o como artesanos en la ciudad de Zaragoza. Son de origen navarro un porcentaje notable -en torno al 5%- de los estudiantes en las universidades castellanas de Alcalá o Salamanca durante los siglos XVI y XVII, lo mismo que en los prestigiosos Colegios Mayores de estas dos ciudades y de Valladolid. Después de sus estudios jurídicos o teológicos pasarían a ocupar, en una proporción quizás semejante, puestos en la jerarquía eclesiástica o en la administración de la Monarquía. Son muchos los navarros que hicieron la carrera de las armas y que, desde mediados del XVI, sirvieron de guarnición o luchaban en Sicilia, Nápoles, Milán, Flandes, la Armada del Océano o las galeras del Mediterráneo, antes de 1640; luego, en la guerra de Cataluña, en la de Portugal, en Italia o en la defensa del Pirineo. Y, por fin, unos pocos, pero muy ricos e influyentes, sobre todo desde finales del siglo XVII, aparecieron en Cádiz, como comerciantes con las Indias, o en Madrid, ocupando cargos dé responsabilidad en la Corte.
Entre 1900 y 1981 los saldos migratorios fueron positivos únicamente en el transcurso de tres quinquenios. En este proceso emigratorio podrían considerarse distintas fases. Una primera etapa que comprendería desde 1900 a 1960, durante la cual Navarra sufrió una “pérdida” continua de población. En el caso de que el método de análisis diera una definición exacta de lo ocurrido, existirían un total de emigrantes de 112.647. Esta es la cantidad que proporciona el saldo migratorio. El volumen resulta muy elevado ya que se parte de una región que en 1900 tenía 307.669 habitantes y terminaba en 1960 con 382.936. La emigración alcanzó su techo máximo en la primera década de siglo, así como también el techo de población emigrada sobre la población total. En las seis décadas el crecimiento real anduvo por debajo del crecimiento vegetativo. Únicamente durante la década 1931-40 (República y Guerra Civil) se produjo una baja sensible en el saldo migratorio.
Entre 1961 y 1970 se produjo un nuevo período al convertirse Navarra en una región de inmigración. No duró mucho esta nueva tendencia, ya que en la década de los setenta alterna un quinquenio regresivo y otro progresivo. Sin embargo, en la década de los sesenta el saldo registrado fue positivo (18.912), a la vez que se alcanzaban los máximos de siglo en el crecimiento vegetativo y el crecimiento real, con una notabilísima diferencia de este último respecto a los demás períodos. Navarra pasó a formar parte de las 16 provincias españolas receptoras de población. Esta cifra fue lógicamente muy inferior a la registrada por la vertiente septentrional del País Vasco.
En relación a la movilidad interior de la población se observa que Pamplona y su Área registra un tipo de relación entre nacidos en el municipio, resto de Navarra y fuera de Navarra, diferente a lo que podría denominarse periferia interior u orla que rodea a la cuenca, y a la periferia exterior, esto es, la Ribera y la Montaña.
Los mínimos porcentajes de nacidos en el propio municipio se producen lógicamente en la Comarca de Pamplona, debido a su carácter de zona receptora de inmigrantes. Por el contrario, los más elevados se sitúan en la periferia exterior. En lo que atañe a los nacidos en el resto de Navarra, la Comarca de Pamplona y la periferia interior aporta los máximos, hecho también relacionado con la inmigración a la Cuenca. Los mínimos en este caso corresponden a los cuatro extremos provinciales, NO-SO-SE, y en menor grado al SE. La distancia a Pamplona, es decir, al centro, sería un factor a destacar a la hora de interpretar el grado de retención de población local. Aunque los porcentajes y distribución de los nacidos fuera de Navarra responden también al mismo modelo espacial, hay algunas diferencias y peculiaridades que son significativas. Vuelve a ser la Comarca de Pamplona el centro receptor de inmigrantes por excelencia. Le sigue una periferia interior, que lógicamente registra los mínimos regionales de inserción migratoria. La periferia exterior se dibuja con mayor amplitud que en los casos anteriores, al comprender la Montaña y la Ribera, la zona occidental y una porción de la oriental. Al fenómeno de la industrialización periférica en el Noroeste, Barranca y Tierra Estella, parece añadirse el carácter fronterizo de los municipios periféricos respecto a otras regiones y provincias colindantes.
El total de nacidos fuera de Navarra sumaba, en 1975, 95.252 personas, cantidad equivalente al 19,66% de la población. Entre ese conjunto de inmigrantes, un 57% (54.976) se instalaron en la Comarca de Pamplona. Porcentajes también significativos corresponden a la Ribera oriental (17%, 6.153) y a la Navarra del Noroeste (10%, 9.632). En las restantes Comarcas las cifras oscilan entre los 4.000 y los 5.000 inmigrantes, excepto en los Valles pirenaicos con un mínimo de 877 inmigrantes.
Apenas se aprecia relación alguna entre los procedentes del resto de España y los nacidos en Navarra o en el propio municipio. En primer lugar, están las Cuencas prepirenaicas -se sobreentiende, por reducción, la Comarca de Pamplona, con 116.213; la Ribera oriental, con 62.701; y la Navarra del Noroeste con 31.587. Entre las tres suman una cantidad global de 210.501 navarros que continúan viviendo en el municipio de nacimiento, y suponen un 73% del total. Son estas tres Comarcas las que tienen mayor volumen demográfico, y un índice de industrialización más elevado, o, caso de la Ribera, una agricultura más productiva. Les siguen la Navarra media occidental y la Ribera occidental, con cifras parecidas ambas comarcas (25.919 y 15.671 respectivamente).
La comparación de los porcentajes de los nacidos en el municipio con las otras dos categorías estudiadas proporciona los siguientes resultados. En las Cuencas prepirenaicas se registran los mínimos regionales de nacidos en el municipio (50%), debido a la incidencia de la inmigración navarra y no navarra. Después aparece la Navarra Media oriental (54,9%).
En la década de 1980 los movimientos migratorios aumentaron respecto a años anteriores, tanto en emigración como en inmigración, al tiempo que aumentó la movilidad interior. Durante 1985 el aporte del saldo migratorio al crecimiento demográfico real fue del 40,2% frente al 30,68% de 1981, según datos de la Cámara Oficial del Comercio e Industria de Navarra.
Movimientos pendulares
Según análisis de datos del Censo de 1981 el número de personas ocupadas en Navarra ascendía a 156.901, de los cuales un total de 31.997 se desplazaban desde su municipio de residencia a otro municipio donde trabajaban. El volumen de los desplazamientos es mayor en el Área Metropolitana de Pamplona que en el resto de Navarra (21.016 y 10.981, respectivamente).
En el A.M. de Pamplona el total de ocupados era de 74.555, de los cuales 56.590 (75,9%) trabajaban en Pamplona, siendo 47.608 los que residían y trabajaban en el municipio pamplonés. Desde Pamplona 1.357 personas acudían a trabajar a Olza, 1.227 a Galar, 1.225 a Ansoáin, 585 a Elorz, y menores cantidades a los restantes municipios metropolitanos. También desde la capital se desplazaban a la corona exterior del A.M. (298), a la Barranca (309), y entre 100 y 200 a las restantes comarcas. Los desplazamientos diarios incluyen así mismo a las provincias periféricas (264). En todos los municipios metropolitanos hay desplazamientos alternantes. Desde Burlada, donde se quedan a trabajar 1.067, se desplazan 2.034 a Pamplona, 195 a Galar, 165 a Villava, 139 a Olza, etc. En Cizur trabajan 909 residentes y se desplazan a Pamplona, 2.952, 288 a Olza. En Villava trabajan en el propio municipio 671, acuden a Pamplona 788, 114 a Huarte, etc. El porcentaje de personas que viven en el A.M. y se desplazan dentro del área urbana o fuera de ella alcanza un 28,19%. El total de personas que acuden a trabajar a Pamplona es de 12.268, de los que 8.912 proceden de los municipios metropolitanos.
La movilidad comarcal comprende a todo el solar navarro, aunque los movimientos son más intensos en los municipios próximos o más accesibles a los núcleos industriales y urbanos. Por Comarcas, los máximos porcentajes de población que se desplaza sobre la que trabaja en el municipio de residencia corresponden a la corona exterior del A.M. de Pamplona (33,6%), el A.M. de Pamplona (28,19%), Navarra media occidental (27,5%), Barranca (25,8%) y Navarra del NO (24,7%), correspondiendo los mínimos a la Navarra del NE (21,18%) la Navarra media oriental (17,94%) y la Ribera (12,3%).
Mercado de trabajo
De acuerdo con el Padrón de 1986, el 77,8% de la población navarra (401.551 habitantes) tenía 16 o más años. De éstos el 44,8% (196.278 habitantes) eran activos, y el 50,4% (202.385 habitantes) y el 0,8% (2.888 habitantes) población contada aparte. Por sexos, la tasa de actividad masculina ronda el 70% y la tasa de actividad femenina el 28,5%. Datos posteriores recogidos por la Cámara de Comercio e Industria apuntaban una elevación de la tasa de actividad femenina que se situaba en 1987 en el 32,1% mientras que la tasa de actividad masculina descendía.
Del total de activos, el 80% (157.888 habitantes) estaban ocupados y el 19,6% (38.390 habitantes) eran parados, siendo el 45% de estos últimos (17.353 habitantes) personas que buscaban empleo por primera vez el 55% restante (21.037 habitantes) habían trabajado anteriormente.
Entre la población inactiva, el 48,4% (97.990 habitantes) son personas dedicadas a las labores del hogar; el 32,1% (64.983 habitantes) retirados, jubilados y pensionistas; el 15,8% (32.064 habitantes) escolares y estudiantes; y el 3,7% incapacitados (3.327 habitantes), rentistas (453 habitantes) y otros inactivos 3.568 habitantes).
En una encuesta de población activa realizada por el Instituto Nacional de Estadística la población de 16 y más años en viviendas familiares registrada en el cuarto trimestre de 1987 fue de 403.100 personas; 198.300 activos (49,2%) y 201.500 (50%) inactivos.
En el cuarto trimestre de 1987, la población ocupada de 16 más años fue de 164.900 personas (40,9% del total de activos). La distribución por sectores era la siguiente: Agricultura, 18.900 (11,5%); Industria, 57.900 (35,1%); Construcción, 11.600 (7%) y Servicios, 76.500 (46,4%). El paro registrado por el Ministerio de Trabajo en diciembre de 1987 era de 38.776 personas (el 16,8% de la población activa). En porcentajes, la distribución por sexos era de 43,5% hombres y 56,4% mujeres. Por sectores de producción, los parados correspondían en un 2,2% a la Agricultura; 27,1% a la Industria; 8,7% a la Construcción; 33,5% a los Servicios; y el 28,5% eran personas sin empleo anterior.
El análisis de los datos del Padrón de 1975 y del Censo de 1981 permite comprobar la pertenencia de Navarra a una tipología socioprofesional propia de las ciudades medias de las regiones españolas de la segunda generación industrial. Así, en 1975 la base de la estructura cuenta con un amplísimo sector de obreros especialistas (29,7% de la población activa, 49.986 en números absolutos) y no cualificados (12,4%, 20.899 ídem.), en contraste con un reducido sector de empleados en servicios (16,7%, 28.119 ídem.). Los sectores medios, que están formados por profesiones liberales y directivos (8,27%, 13.900), propietarios de empresas de servicios (2,58%, 4.344 ídem.), titulados medios (12%, 20.183) y categorías intermedias (13,95%, 23.449), alcanzan un total de un 36,80% del conjunto de los activos. Queda, por último, un 4,67% de artesanos y trabajadores por cuenta propia (7.862).
Los cambios reflejados por el Censo de 1981 son poco relevantes en general debido al escaso tiempo transcurrido, pero la crisis se aprecia en el descenso de la población obrera (ahora un 41,8 frente a un 42,1) y en el de los sectores medios (34,6%), a la vez que se produce un ascenso de las categorías artesanales.
La estructura difiere entre medio urbano y rural, registrándose cambios de composición interna entre 1975 y 1981, más acusados que los observados a nivel general. El A.M. de Pamplona se caracteriza en su conjunto por tener en 1975 un porcentaje de población obrera superior a la media regional (48,50). En 1981, debido a la destrucción de empleo, el porcentaje pamplonés apenas supera a la media regional (43,60). El municipio de Pamplona es el que cuenta con menor porcentaje de obreros especialistas y sin cualificar (34 y 30%). Salvo en Cizur (36%) y Elorz (30%), en los restantes municipios metropolitanos el porcentaje es siempre superior a la media en ambos años. Pueden ser definidos como municipios de franco predominio obrero que alcanzan porcentajes muy elevados en Ansoáin (61 y 49), Aranguren (55 y 49), Burlada (47 y 44), Elorz (52 y 42), Ezcabarte (54 y 51), Galar (58 y 51), Huarte (52 y 48), Olza (44 y 50), y Villava (52 y 42). El municipio de Pamplona se singulariza, a su vez, por la relevancia de directivos y empleados en servicios; los de Olza y Egüés por la relativa abundancia de profesionales (15 y 13%,19 y 17% en 1975 y 1981 respectivamente). En todos ellos se distribuyen de forma análoga los comerciantes (1 a 3%), las categorías intermedias (mínimo de 7% en Ansoáin y máximo de 19% en Cizur, año 1981), teniendo los artesanos los máximos metropolitanos en Elorz y Ansoáin (13 en ambos el año 1981).
Respecto a las cabeceras comarcales y subcomarcales, el porcentaje de obreros es similar al del A.M. (48,14 en 1975 y 45,98% en 1981); con diferencias notorias entre el máximo de Alsasua en 1975 (58%, que desciende en 1981 al 51%) y Aoiz (50 y 47), las dos subcabeceras. Sigue el porcentaje de empleados (14,43 y 16,0 respectivamente) y cuadros intermedios (11,86 en ambos años), destacando finalmente el nivel de los directivos (9,79 y 6,29) y de los comerciantes (3,57 y 3,86), ambos porcentajes superiores a los de Pamplona.
En la Ribera los porcentajes de obreros se sitúan en un nivel similar (48,59 en 1975), que se eleva en 1981 (50,07). Como nota singular está el escaso peso de los empleados en servicios (9,69 y 9,9), el alza del artesanado (3 a 7,10), el escaso nivel y disminución de las categorías intermedias (10,45 y 5,15), y el elevado porcentaje de profesionales (20,71 y 20,12) frente al escaso peso de los directivos (5,81 y 2,57).
Los que se han considerado como municipios industriales (Araquil, Ciordia, Echarri-Aranaz, Esteríbar, Huarte-Araquil, Lacunza, Leiza, Lesaca, Lumbier, Mañeru, Munueta, Olazagutía, Puente la Reina, Santesteban, Tiebas, Ulzama, Urdiáin, Vera de Bidasoa, Viana y Villatuerta) se caracterizan por contener porcentajes similares a los grupos anteriores, y por mantener el porcentaje de población obrera durante el período (49,9 y 49,85); en ellos es mayor en relación a las Cabeceras el porcentaje de empleados en servicios (13,75 y 13,9) lo que puede deberse a los servicios a la empresa; así como el de directivos, aunque en este caso descienda (7,45 y 5,7). También son significativos los porcentajes de profesionales (11,1 y 9,75, superiores al A.M.) y el de comerciantes (2,35 y 3,2). Esta distribución revela por tanto el efecto urbanizador de la industria en medio rural.
Por último, la estructura del resto de Navarra, es decir, el medio rural propiamente dicho, muestra un menor peso del mundo obrero, en este caso de asalariados industriales y agrícolas, cuyo porcentaje aumenta entre ambos años (34,25 y 42,07), lo que parece mostrar un proceso de revitalización rural por desconcentración urbana y descenso de la emigración. El porcentaje de empleados en servicios y de comerciantes es el más bajo de toda Navarra (10,39 y 11,64; 1,9 y 1,71), así como el del resto de las categorías profesionales, excepto en el caso de los directivos (6,25 y 5,82), lo que es obviamente debido a la presencia de empresarios agrícolas.
Bibliografía
A. Floristán Imízcoz, La Merindad de Estella en la Edad Moderna: los hombres y la tierra (Pamplona, 1982); Población de Navarra en el siglo XVI, “Príncipe de Viana”, XLIII (1982), 211-261; E. Orta, La Ribera Tudelana bajo los Austrias. Aproximación a su estudio socioeconómico, “Príncipe de Viana”, XLIII (1982), 723-867; A. García Sanz, y M.A. Zabalza, Consecuencias demográficas de la Guerra de la Convención en Navarra. La crisis de mortalidad de 1794-1795, “Príncipe de Viana”, XLIV (1983), 63-87; F. Miranda, Evolución demográfica de la merindad de Pamplona de 1787 a 1817, “Príncipe de Viana”, XIL (1980), 97-134. J. Caro Baroja, La hora navarra en el siglo XVIII (personas, familias, negocios e ideas) (Pamplona, 1969); Cámara Oficial del Comercio e Industria de Navarra, “Cifras estadísticas de Navarra. Memoria 1987”, (Pamplona, 1988). Gobierno de Navarra. “Distribución de la población activa de Navarra por municipios, edades, sexos y sectores económicos” (Pamplona, 1988). Ediciones El País, “Anuario 1989”, (Madrid, 1989).