BANU QASI
BANU QASI
Los “hijos” o descendientes de Qasi o Casius, miembros de una familia de la nobleza hispano-visigoda que, convertida al Islam, mantuvo y aun extendió su ascendiente social y su influencia política en las tierras del Ebro Central durante dos siglos. Súbditos del soberano Omeya de Al-Andalus, se alzaron con frecuencia en rebeldía, facilitando así indirectamente la pervivencia y aun el desarrollo de la aristocracia cristiana de la vertiente hispana del Pirineo occidental que iba a servir de soporte para el alumbramiento del reino de Pamplona. Casius o Qasi abrazó el Islam en cuanto Musa ibn Nusayr apareció con su ejército en las orillas del Ebro (714). Gobernaba como comes o iudex uno de los distritos de la región (Tarazona, Calahorra o quizá Pamplona) y había apoyado probablemente a Agila II, hijo de Vitiza, frente al monarca hispano-visigodo Rodrigo. Aunque tradicionalmente se ha situado el solar de origen de la extirpe hacia las comarcas de Borja y Tarazona, nuevas hipótesis lo desplazan al norte del Ebro, hacia Olite o Ejea. Esto explicaría mejor los lazos de parentesco anudados por este linaje muladí con el que, conservando su fe cristiana, acabaría señoreando en el siglo IX las tierras de Pamplona; tales relaciones acaso se remontaban ya a la época anterior, en la que ambos clanes habían descollado posiblemente entre la nobleza antigua y la región.
Se conoce el nombre de los hijos de Casius: Fortún, Abu Tawr, Abu Salama, Yunus y Yahya. Ciertos indicios permiten asociar a Abu Tawr -el Abu Tauro citado por los anales francos como el magnate aliado de Sulayman de Zaragoza que ofreció rehenes a Carlomagno- con el hijo de Qasi, que controlaría entonces algunas posiciones del trayecto entre Tudela y Pamplona.
Por otra parte, Abu Sala pudo ser el progenitor de los Banu Salama, cuyo predominio en Huesca a finales siglo VIII acreditan algunos textos (Al-Udri). Consta que en año 799 los hombres de Pamplona mataron a Mutarrif ben Musà, uno de los Banu Qasi, mandatario quizá de la corte cordobesa de la comarca; y cabe interpretar esta noticia como un primer repudio explícito de la soberanía del Islam por parte de los cristianos pamploneses, los vascones (baskunish) de los autores árabes. Se sabe que diez años antes Musa ben Fortún había restablecido en Zaragoza la autoridad del emir Hisham I. Sin embargo, parece que, con el apoyo de los francos y tal vez de los pamploneses, los vástagos de una importante familia musulmana, sin duda los Banu Qasi, asaltaron en el año 803 la fortaleza de Tudela, recién edificada por Amrus ibn Yusuf, cuyo propio hijo fue capturado y recluido en Sajrat Qays, cerca de Pamplona. Aunque recobrada enseguida Tudela y rescatado el prisionero por los agentes fieles a Córdoba, se reprodujeron las sediciones al menos mientras los francos conservaron la iniciativa en los rebordes hispanos del Pirineo, es decir hasta el año 816. En cambio luego, ya bajo el emir Abd al-Rahman II, los Banu Qasi contribuyeron sin duda al fracaso de la última expedición carolingia a través del sector occidental de la cordillera (824); y debieron de encargarse ellos mismos de enviar al palacio cordobés a uno de sus dos capitanes apresados, el conde Eblo.
Más adelante, Musà ibn Musà, jefe del clan muladí, resentido contra el gobernador de Tudela, se encerró altivamente en su castillo de Arnedo (841). Enemistado de nuevo al año siguiente con los oficiales cordobeses tras una operación conjunta por el curso superior del río Aragón (Sirtaniya), Abd al-Rahman II envió contra él a Harit ibn Bazí, quien triunfó en Borja y Tudela y apresó a Lubb o Lope, hijo de Musà, pero fracasó en Palma (San Adrián) y cayó herido en manos de los rebeldes (842). El propio emir se dirigió contra estos en dos campañas sucesivas. En la primera (843) consiguió liberar a Harit y en la siguiente arrolló (844) a las fuerzas de la gran coalición de “vascones”, “cerretanos”, alaveses y castellanos atraídos por los insurrectos. Musà, descabalgado, tuvo que escapar a pie; el pamplonés Iñigo (Arista) y su hijo Galindo huyeron maltrechos; Fortún, hermano de Iñigo, y otros 115 caballeros quedaron tendidos sobre el campo de batalla; y un buen grupo de guerreros pirenaicos claudicaron pasándose al enemigo. Con todo, requerido por el emir, acudió Musà en el mismo año a colaborar en la defensa de Sevilla y su zona contra los normandos. No cesaron por ello sus fricciones con las autoridades cordobesas hasta que el prestigio ganado en Albelda (851) frente a contingentes cristianos le valió el gobierno de Tudela y Zaragoza (852) como hombre de confianza del nuevo emir Muhammad I. Sus campañas en la frontera, desde Álava hasta el condado franco de Barcelona, realzaron todavía más su figura y le movieron a calificarse retóricamente “tercer rey de España”. Pero la estrella del gran Musà declinó bruscamente a raíz de sus fracasos en Albelda y Clavijo ante Ordoño I de Oviedo (859). Destituido como gobernador de la frontera (860), sucumbió mediocremente en Tudela (862).
Después de una década de eclipse, reaparecieron tumultuosamente los Banu Qasi cuando (872) los cuatro hijos de Musà se alzaron con el poder en Tudela, Huesca, Zaragoza y Monzón. Para neutralizarlos, encastilló Muhammad I a sus fieles Tuchibíes, de origen árabe, en Daroca y Calatayud y, aunque no pudo entrar en Zaragoza, defendida por Muhammad, hijo de Lubb ibn Musà, le entregaron en Huesca a Mutarrif ibn Musà, al que haría crucificar; y devastó finalmente los contornos de Pamplona, cuyo caudillo García Íñiguez respaldaba la insurrección. Fallecidos Fortún ibn Musà en Tudela (874) y su hermano Lope cerca de Viguera (875), no tardaron en enfrentarse los dos miembros ahora más representativos del linaje: Ismail ibn Musà, asentado en tierras zaragozanas, y su sobrino Muhammad ibn Lubb, dueño de las riberas navarro-riojanas. Victorioso este último cerca de Calahorra (882), desoyó las solicitudes del emir y se reconcilió con sus parientes. Permitió que su tío Ismail se instalara en Monzón, y puso igualmente en libertad a sus primos, los hijos de Fortún ibn Musà, que le entregaron Zaragoza, Tudela, Valtierra y San Esteban (Monjardín). En adelante Muhammad no dio tregua a los cristianos del Pirineo occidental: les destruyó el castillo de Aibar (882) y los humilló en Sibrana, cerca de Luesia (891). Volvió, con todo, a enfrentarse con los cordobeses, que le habían arrebatado Zaragoza (890), ante cuyos muros cayó asesinado tras ocho años de frustrados asedios. Su hijo Lubb ibn Muhammad, a su vuelta de Andalucía, a donde había ido para negociar con el rebelde ´Umar ibn Hafsun una gran confabulación contra el régimen Omeya, se hijo cargo en Tudela de los poderes paternos. Frente a sus huestes había caído Vifredo el Velloso, conde de Barcelona (897); apresó después al régulo al-Tawil de Huesca (898), rechazó al asturiano Alfonso III en tierras de Borja (900), atacó el castillo de Bavas y supo defender el de Grañón (904), se volvió contra Raimundo, conde de Pallars y Ribagorza, y capturó a su hermano Isarno (904). Dueño del valle del Ebro, aún envió a su hijo Mutarrif a gobernar Toledo, cuyos habitantes le habían ofrecido la ciudad (903). Tan brillante trayectoria se quebró en una de las emboscadas que acertó a tenderle el pamplonés Sancho Garcés I (907). Este mismo monarca acabó también en la Bardena con Abd Allah, hermano de Lope (915). Mutarrif, hijo de Muhammad, no tardó en ser asesinado (916) por su sobrino Muhammad ibn Abd Allah, el cual no pudo ya mantener las posiciones musulmanas de la comarca de Nájera frente a los asaltos combinados del leonés Ordoño II y de Sancho Garcés I de Pamplona (923); este último había aprovechado las anteriores vicisitudes para extender su soberanía sobre la tierra de Deyo y desde Monjardín hasta el Ebro, Falces, valle de Funes y Caparroso. Desaparecido Muhammad en Viguera, los últimos Banu Qasi fueron llevados a Córdoba, a servir en los chunds y el ejército permanente cuando Abd al-Rahman III regresó de su expedición hasta Pamplona (924), dejando encomendadas las defensas de Tudela y su frontera al tuchibí Muhammad ibn Abd al-Rahman y su descendencia.
El poder regional de los Banu Qasi sirvió, en definitiva, de eslabón primero y luego de pantalla entre las altas instancias del Islam en Hispania y las poblaciones sometidas a tributo en las áreas demográfica y económicamente deprimidas de las cuencas y valles del macizo pirenaico en su tramo peninsular de poniente. Su arraigo ancestral en el país -como revela, por ejemplo, la continuidad de algunos nombres, Fortún y Lope, generación tras generación- y sus nexos de sangre y prepotencia económica en el círculo de la aristocracia tradicional del sector, propiciaron en el siglo VIII su función de gendarmes próximos de los pasos y rutas del Pirineo Occidental. Sus ambiciones y los rencores mutuos con los clanes advenedizos les movieron en la siguiente centuria a desafiar con frecuencia a los delegados cordobeses y al propio emir, apoyándose peligrosamente en las solidaridades interesadas de sus clientelas cristiano-pirenaicas, cuyo crecimiento favorecieron así de modo indirecto. El desmesurado ensanchamiento de su radio de acción, de un extremo a otro del valle medio del Ebro, bajo el gran Muza y sus cachorros -sus cuatro hijos, su nieto Muhammad, su biznieto Lope-, fue minando sus bases sociales hasta que la convergencia de los caudillos cristianos de los márgenes montañosos y la coagulación de un espacio soberano pamplonés se volvieron de forma irreversible contra el ilustre linaje, deterioraron su imagen de adalides de la frontera y provocaron su hundimiento en el anonimato.
Bibliografía
A. Cañada Juste, Los Banu Qasi (714-924), “Príncipe de Viana”, 41 (1980) p. 5-96.