ROMANCE NAVARRO
Dialecto románico (la misma denominación tiene también cabida en dialectología euskérica) propio de Navarra durante la Edad Media. No tanto por su nacimiento en un medio geográfico sustentador de la lengua vasca como por su coexistencia secular con ésta, el origen y desarrollo del navarro ofrece problemas y características peculiares en la historia lingüística española.
En romance navarro está escrita la práctica totalidad de la documentación medieval navarra, pública y privada. El amplio uso del latín para este mismo menester no constituye propiamente excepción, puesto que el fenómeno se presenta como general a toda Europa occidental. Específica se revela, en cambio, dentro del ámbito iberorrománico, el empleo del occitano*, bien entendido, sin embargo, que en cuanto a volumen no admite parangón con el navarro, pues resulta apenas relevante.
La confluencia final del navarro con el castellano ha mantenido durante siglos velada la existencia o configuración de aquél. De los textos legales y cronísticos del romance navarro se ha podido afirmar que estaban compuestos en castellano o en provenzal o en una mezcla de ambos. Sólo a comienzos del siglo XX, empieza a reconocerse la entidad de un dialecto llamado navarro-aragonés, con la latente imprecisión de que los textos antiguos y hablas modernas de Aragón suscitaron abundante bibliografía, mientras que sus congéneres de Navarra, hasta entrado el último tercio del siglo actual, apenas han sido objeto de estudio. Es entonces cuando comienza a definirse la personalidad del romance navarro, tarea necesitada aún de considerable atención para alcanzar un nivel de conocimiento suficiente y seguro.
La aparición de esta modalidad lingüística debe explicarse por la conjunción de varios factores. En primer lugar hay que recordar la romanización de buena parte del territorio que hoy forma Navarra, fenómeno cuya extensión e intensidad cada vez se muestran mayores, a la luz principalmente de las excavaciones y de la toponimia. En la actual zona de la Riera, en época al menos protohistórica, se asentaban pobladores celtas, lo mismo que en el tramo precedente del Ebro, es decir, en Rioja, región que hasta fines del siglo XI perteneció al reino de Pamplona. En virtud de aquella circunstancia la romanización lingüística de todo este tramo del Ebro pudo verificarse de forma rápida, dada la afinidad entre celta y latín.
El año 75 a. C. Pompeyo acampó en Pamplona, según Estrabón, y del año 50 a. C. es el primero de los cinco niveles romanos excavados en la ciudad. A las diversas noticias sobre otros florecientes núcleos urbanos, hay que añadir grandes obras públicas, también, una larga nómina de entidades menores (villa, fundus), que por sus restos y por su denominación (Barbatáin, Burutáin, Guenduláin, Marcaláin, etc.) denuncian una amplia y difusa romanización. El apelativo cendea bien puede ser una adaptación del latín centena. En área norteña, Lanz conoció la explotación de sus minas por los romanos, que exportaban el producto a través del Cantábrico.
Existe, pues, una sólida base, para conjeturar, aunque no hubiese llegado a surgir o no se conociese, una lengua románica. Más bien ha de sorprender que, bajo tales circunstancias, el vascuence haya sobrevivido. Hasta el punto de haberse formulado la hipótesis de su recuperación territorial al debilitarse el imperio en su última época.
Las noticias altomedievales confirman la situación de la época precedente. El año 848, San Eulogio, una de las figuras más cultas de la ilustrada mozarabía cordobesa, recorrió varios monasterios del noreste de Navarra, entre ellos Leire. Él, tan versado en letras divinas y humanas, pudo allí consultar libros de autores latinos paganos y cristianos que le eran desconocidos. No se ha dilucidado el origen de estos centros de cultura latina. Aquí importa únicamente destacar que, a juzgar por el dato biográfico destacado, en aquellos centros, tan influyentes en todos los órganos de vida, había de balbucir ya el romance.
Noticias de otra índole ratifican en su plenitud tal aserto. Un documento latino de 1074, que consigna el nombre vasco con su equivalente latino: “Soto uno, que dicitur arrusticis Aker Çaltua. Nos possumus dicere saltus ircorum”. lleva en letra coetánea la glosa romance: “Soto de ueko”.
No hay lugar ahora para detallar la influencia de Leire sobre toda Navarra, tanto en el ámbito civil como en el religioso, sino para encarecerla, a fin de que se le otorgue su justa medida en la función de romanceamiento.
Conviene añadir todavía varias informaciones de otra naturaleza; la zona a que pertenece Leire acusa claramente la diptongación románica en la toponimia vasca: Javier, Lumbier, Navascués, Sangüesa, etc. En la misma extremidad oriental de la Navarra media se localiza, como unidad natural y administrativa, el Valle del Romanzado, cuya más antigua mención hasta ahora conocida es de 1610. Parece obligado admitir tal denominación como consecuencia de una romanización o romanceamiento temprano de ese territorio, fenómeno que resultaría diferencial, respecto de su entorno. Bastará conocer el nombre de su capital, Domeño (latín dominium), repetido en la toponimia de otras regiones españolas, para confirmar que constituyó una posesión romana.
Expuestas han quedado ya diversas razones que llevan a considerar a la tan aludida zona centroriental navarra como foco del romance. Aún debe atribuírsele otro papel en cuanto a propagación del mismo.
Aquella zona tenían que atravesarla con frecuencia los habitantes del extremo nororiental de Navarra, pastores y leñadores de los valles pirenaicos del Roncal y de Salazar, cuya lengua era el vascuence. Los primeros, periódicamente, para conducir sus rebaños hasta los pastos invernales de las Bardenas; los segundos, en sus almadías sobre el río Aragón y luego el Ebro, para transportar madera hasta Zaragoza o hasta el Mediterráneo. Descansar en Leire o Sangüesa, por citar lugares más conocidos, suponía el primer contacto territorial con una lengua diversa de la suya, que luego, en sus destinos, iba a serles necesaria o, cuando menos, útil para sus relaciones comerciales. Ciertamente, en el continuo tránsito -ida y vuelta durante generaciones y siglos- de los montañeses, acabarían éstos siendo difusores del romance a lo largo de sus itinerarios y en sus mismos valles, no meros receptores. Tales consecuencias están atestiguadas con seguridad: en 1872, el príncipe Bonaparte informa de que en Aézcoa, Salazar y Roncal los hombres hablan entre sí tanto el vascuence como el castellano, mientras que las mujeres no suelen dominar este último; más aún, en algunos pueblos hacía años que había desaparecido el vascuence, cuando todavía existían núcleos importantes que lo hablaban al sur de Pamplona. Claro está que a una situación como la expuesta no se llega de modo repentino, sino que supone una paulatina sustitución de una lengua por otra.
Esta actividad irradiadora del romance hacia el norte reviste un alcance incomparablemente superior, por sus consecuencias, hacia el sur y el oeste de toda Navarra. Se trata ahora de una verdadera expansión geográfica y social del nuevo dialecto, en virtud de ciertos acontecimientos históricos que, con obligada brevedad, deben mencionarse aquí.
De esta región centroriental, la más romanizada y cristianizada de la periferia vascónica de Navarra, procede la estirpe Jimena o dinastía de los Jimenos, que a principios del siglo X comienza a regir el reino de Pamplona. La nueva dinastía presenta vinculaciones ultrapirenaicas, a diferencia de la anterior de los Aristas, localizados preferentemente hacia el noroeste, en territorio vascón de lleno. Frente a la actitud defensiva de los Aristas, los Jimenos se lanzan con resolución a la reconquista contra los musulmanes, tarea para la que necesitan la alianza con los reyes de León. Por su lugar originario y por sus relaciones peninsulares, a los Jimenos va a corresponder un papel decisivo en la generalización del romance navarro.
Como consecuencia de su política llegan en pocos años hasta la Rioja. En el 923, con ayuda de Ordoño II, Sancho Garcés ocupa Nájera, que será corte de los reyes de Pamplona. Allí in palatiis regis, se datan con frecuencia los documentos reales. Para asegurar su política colonizadora, Sancho Garcés funda en 925 el monasterio de San Martín de Albelda, que con el de San Millán de la Cogolla constituirá un poderoso centro de influencia religiosa, cultural y social. Respecto de San Millán, existen según algunos historiadores, indicios suficientes para sostener que su origen debe retrotraerse a la época visigoda, sin que la vida monástica se hubiese interrumpido nunca.
Es éste un nuevo dato -recuérdese lo dicho sobre la situación lingüística del valle del Ebro- a favor de la preexistencia, más que probable, de una mozarabía riojana, anterior a la reconquista navarra. De este modo el romance traído por los reconquistadores se fusionaría necesariamente con el autóctono. En cualquier caso, labores monásticas de muy diversa naturaleza muestran desde un primer momento huellas patentes de influencias mozárabes del sur, del oeste, castellanas pirenaicas y ultrapirenaicas.
Glosas y documentos
La fisonomía lingüística de las Glosas emilianenses* -que no son del siglo X, sino del XI- aconseja su adscripción al dialecto navarro antes que al castellano. Debe desterrarse definitivamente la imagen de que las glosas reflejan la situación idiomática de un monje desconocedor del latín; en ellas ha de verse la modesta tarea de un escolar que todavía no sabe latín y aprende su gramática, tanto como el léxico. Que dos de las glosas se anoten en vascuence podría ser un rasgo externo a favor del origen navarro de su autor, pero la caracterización lingüística de ellas parece apuntar a una variedad dialectal euskérica de Álava o Vizcaya.
La presencia del romance en los documentos navarros conoce un proceso similar y paralelo, en cuanto a cronología, respecto de otras regiones españolas. Primero son rasgos aislados, cuya frecuencia y densidad van aumentando, hasta que en los primeros decenios del siglo XIII ya se escriben textos completos en romance. La condición trashumante de la corte real constituye un factor favorable para la expansión geográfica del romance, que los documentos emanados de ella llevarán hasta el último rincón del reino, asegurando de este modo su establecimiento.
Pieza capital en el sentido expuesto, el Fuero general de Navarra y sus sucesivos amelloramientos, redactados, como es sabido, en romance navarro. Uno de los manuscritos de aquél prevé el caso de que “fuesse rey ombre de otra tierra o de estranio logar o de estranio lengoage”. Esta última calificación de estranio, “ajeno”, se aplicará, sin duda, en relación con el lenguaje del mismo fuero. Debe, por tanto, concluirse que ya en la primera mitad del siglo XIII se reconoce al romance navarro como la lengua propia del reino de Navarra, puesto que en esa lengua se ha redactado su ley fundamental, frente al latín de los documentos, al vascuence de muchos de sus súbditos, al occitano de lagunos burgos.
Esta afirmación, deducida del análisis de unos datos, queda explícitamente declarada un siglo después. En el acta de coronación (1350) de Carlos II, escrita en latín, según requiere la importancia de su contenido, con minuciosa relación de los pormenores de la solemnidad, se alude a “quadam scedula scripta in ydiomate terre, prius palam et publice alta uoce por Pascasium Petri de Sangossa, notarium infrascriptum, lecta”. La diferencia lingüística de dicha cédula con el acta en que se inserta, queda patente desde las primeras palabras: “Nos, Karlos, por la gracia de Dios Rey de Navarra et Conde d´Evreux, juramos a nuestro pueblo de Navarra… todos lures fueros, usos, costumbres… meillorando et non apeorando en todo ni en partida…”
La misma fórmula se repite literalmente en análoga situación y documento, con motivo de la coronación (1390) de Carlos III. El acta, en su texto latino, se muestra más precisa en la caracterización lingüística del juramento: In ydiomate Navarre terre. La secuencia latina se interrumpe en varios pasajes para recoger explícitamente los juramentos, asimismo en romance navarro, de los nobles, de los procuradores de las villas y de otros participantes en la ceremonia.
Existen dos menciones a la lengua de Navarra considerablemente anteriores a las incluidas en las actas de coronación. No cabe duda de que designan el romance navarro, aunque les falte un texto anejo que explicite la referencia como en aquéllas. En ambas menciones la denominación resulta obligada porque se contrapone una versión navarra a otra francesa del mismo documento.
En 1329 las Cortes de Olite deciden que de sus acuerdos se hagan dos “públicos instrumentes… en lengoaje françes… a fin que los dichos seynnores rey e reyna los entendiessen. Et que cada uno ovies uno en franges e otro en lengoage de Navarra”.
De modo similar, en 1344, Pedro de Laquidáin, escribano de Pamplona, hizo una traducción del Fuero de Jaca pro Domina Regina, in ydiomate Navarre, dimittendo totidem spacium in libro pro trasferendo dictos foros in ydioma gallicanum.
Todos los anteriores testimonios sobre la oficialidad y utilización generalizada del romance no implican contradicción con otros datos históricos, aunque, en un primer momento, pudiera parecer así. En una disposición (1167) de Sancho el Sabio sobre designación de ciertos mayores, se lee: Orti Lehoarriç faciet ut lingua Navarrorum dicitur unamaiçter. Esta última palabra asegura la identificación de lingua Navarrorum con el vascuence. Ahora bien, aquí el gentilicio corresponde a la restringida extensión geográfica original del topónimo Navarra, que comprendía aproximadamente la zona media occidental de hoy. “Este territorio llamado Navarra por antonomasia, según tradición conservada hasta fines de la Edad Media, era pequeña y lindante con Pamplona. Es decir que así como Castilla era “un pequeño rincón y luego el nombre fue cargándose de contenidos geográficos distintos, así también ocurrió con Navarra” (Caro Baroja). El mismo sentido que en el citado documento de Sancho VI ocurre en el Fuero general: al introducir en el texto romance una palabra vasca, ésta suele ir precedida, indistintamente, de advertencias tales como dize el navarro o esclamada en basquenz. A finales de la época medieval, recordaba el príncipe de Viana en su Crónica que la antigua Navarra comprendía “las cinco villas de Goñi, de Yerri, Valdelana, Améscoa, Valdegabol, de Campezo e la Berrueza e Ocharán”.
Aunque no se presente como cuestión exclusiva de Navarra, al llegar a este punto resulta inevitable plantearse por qué no se escribió el vascuence, originándose así un vacío histórico de tan desfavorables consecuencias. La respuesta satisfactoria a esta pregunta no se ha encontrado aún. Para Navarra, ilustres estudiosos apuntan, desde ángulos diversos posibles factores concurrentes a tal proceso negativo.
Coteja Lacarra la situación de Navarra con la de Inglaterra, donde “el latín era tan sólo una lengua escrita, no hablada; era una lengua de clérigos y eruditos… Por influencia de la corte, de las clases dirigentes que sólo hablaban su lengua nacional, se recogen sus gestas o se traducen libros. Pero nada de esto se daba en el País Vasco: no hay una liturgia en vascuence, ni una corte o unos elementos directivos totalmente ajenos al latín. De aquí que no se sienta en la corte una necesidad absoluta de redactar los documentos en una lengua nueva con la adaptación correspondiente, cuando ya disponían del latín o del romance, inteligible para una buena parte de los súbditos del reino”. Según Michelena, “el romance era una lengua exclusiva de algunos navarros y otros lo conocían; el ejemplo de los países vecinos y su misma proximidad al latín facilitaba su uso escrito. Nada favorecía al vascuence, lengua aislada y sin cultivo literario, a no ser la presencia de una masa de individuos unilingües, que debemos suponer muy crecida en algunas regiones”.
Las relaciones con otros reinos debieron de jugar un papel de primera magnitud en el hábito de usar el latín y, sin solución de continuidad, el romance. Valga aportar, como paralelo, el caso de Alfonso el Sabio: su ampliación, cualitativa y cuantitativa, en el empleo del castellano no afectó a los instrumentos de las relaciones internacionales, que precisaban la lengua conocida por todos, el latín.
Rasgos y evolución
Los trazos definitorios del navarro coinciden fundamentalmente con los del aragonés (excluyendo el altoaragonés), pese a observarse algunos fenómenos diferenciales. Existe, pues, razón suficiente para haber operado con la unidad dialectal navarroaragonesa, de modo especial al confrontarla con el castellano. Ahora bien, esa unidad no representa una constante histórica, sino que va debilitándose de forma sensible durante toda la época medieval.
La contigüidad, si no comunidad parcial, del territorio supuesto cuna del navarro con núcleos originarios del reino aragonés; la unión política de Navarra y Aragón en varios momentos de su historia temprana, especialmente en el período de 1076-1134; la jurisdicción del obispo de Pamplona sobre tierras occidentales aragonesas; más otros variados acontecimientos y circunstancias de menor entidad, suman motivos suficientes para entender la originaria unidad lingüística. Pero, mientras que en Aragón el dialecto permanece a fines de la Edad Media sustancialmente idéntico al estado ofrecido a principios del siglo XIII, en Navarra varios de los rasgos comunes iniciales: conservación de consonante palatal inicial; evolución de -kt-, -ult- > -it-; -lj-, -k´l- > -ll-, etc, presentan soluciones alternativas muy pronto: pérdida de consonante palatal inicial; evolución -ch-, -i-, respectivamente (ermano, dicho, mucho, conceio).
Estos últimos resultados, coincidentes con los característicamente castellanos, aparecen y se difunden aceleradamente en Navarra a expensas de los primitivos. Tardan más en alterarse kl-, pl- y, sobre todo, f-, en concordancia con el aragonés, pero también lo hacen antes que éste. Sin embargo, tal tardanza obliga a pensar en su sustitución por las soluciones castellanas.
La visión expuesta, completada con otros datos, permite concluir que el navarro, por su propia dinámica interna, experimentó una evolución idéntica en buena medida a la del castellano, aunque más lenta en alcanzar el estadio definitivo para cada caso. De modo que en los albores de la edad moderna, cuando se incrementaba el proceso general de castellanización en toda la península, el navarro ya revestía en su caracterización idiomática rasgos comunes con el castellano, algunos tenidos por peculiares de este último.
En la historia del navarro se produjo, pues, una convergencia de evolución y castellanización, a no dudar favorecida aquélla por ésta, sin que quepa hablar de suplantación de una lengua por otra a la hora de enjuiciar el resultado global definitivo. La relación y contactos, de muy variado orden, con el castellano, influyeron sobre el navarro primariamente en el sentido de acelerar su propia evolución, no en el de cambiarla de dirección. Posteriormente, en otros puntos del sistema lingüístico navarro se produjo la sustitución por la solución castellana correspondiente.
Entre las divergencias que, en todo momento, separan al romance navarro del aragonés, cabe citar, sin propósito de exhaustividad, las siguientes: el navarro apenas ofrece vacilación en cuanto a la forma de diptongar e y o breves tónicas, frente al polimorfismo del aragonés; no pierde la e final, salvo que sea final absoluta, y aun así en menor grado que el aragonés; pierde la -d- intervocálica, conservada en aragonés; no diptonga diversas formas del verbo ser (es, era, etc); carece de segundas personas del plural en -z y de terceras personas de plural del perfecto en -oron, estos tres últimos rasgos presentes en aragonés; es mucho más parco en el uso de los derivados de ibi e inde, etc.
Todas estas diferencias y algunas más frente al aragonés se tornan, a la vez, coincidencias con el castellano. En conjunto, unidas a la serie de fenómenos evolutivos antes enumerados, vienen a proporcionar una caracterización global del navarro como dialecto de transición entre los otros dos, castellano y aragonés, muy acorde con su posición geográfica.
Característica exclusiva del romance navarro, que se opone, en consecuencia, por igual a los otros dos, es la conservación inalterada del grupo consonántico ab (lombo, lamber, palomba).
Principalmente en medios rurales, el habla actual de Navarra ofrece testimonios de su pasado. No cabe aquí atender al notable caudal de arcaísmos léxicos conservados, pero sí resulta obligado, por su mayor interés, seleccionar al menos unas pocas palabras, verdaderos fósiles, en las que se mantienen rasgos fónicos peculiares del antiguo romance. Tal es el caso de fillesno (junto a hijesno), con conservación de f- y de la solución -lj- > -ll-; gambella, con conservación de mb; plantaina, con conservación de pl-; riestra, con conservación del diptongo.
Tampoco resulta posible detallar los rasgos del habla vulgar, comunes en gran parte a los de otras regiones hispánicas. Probablemente los más característicos, aunque ni exclusivos de Navarra ni extendidos por toda ella, son éstos; pronunciación asibilada de tr, neutralización de l y r implosivas; forma verbal en -ría en las condicionales y en muy variados tipos de subordinadas. Personas de cultura media, muestran gran sensibilidad para la percepción de estos fenómenos, lo que no excluye que se manifiesten en su propia habla.
La advertencia recién consignada sobre la falta de uniformidad geográfica en los fenómenos enunciados es de validez general para otros muchos. El habla usual navarra difícilmente puede resultar unitaria, aun en condiciones de igualdad diafásica, por las diversas circunstancias históricas, sociales y geográficas concurrentes en cada comarca. Muy en concreto, por la diferente acción de sustratos y adstratos lingüísticos. El más influyente, obvio es declararlo, el vascuence. Entre las zonas en las que no se habló nunca, las que perdieron su uso hace siglos o recientemente, y las que lo conservan en distintos grados de vitalidad, se observa la previsible consecuencia de su variedad. En virtud de esta situación, el habla de la Ribera del Ebro presenta más coincidencias con las de los tramos contiguos del mismo río en Rioja y Aragón -reflejo de la unidad natural y humana del Valle del Ebro-, que con los ámbitos pirenaicos de la propia Navarra.
El caso más destacado de interacción entre vascuence y romance lo muestra el habla rural de la Cuenca de Pamplona, en una modalidad conservada hasta hace pocos años. Un léxico fundamentalmente castellano, con algunos navarrismos y múltiples vasquismos referentes en particular a la vida campesina tradicional, se estructura a veces según esquemas sintácticos específicos del vascuence, sentido también en determinados rasgos fónicos.
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