PRENSA
El periodismo navarro no ha tenido una influencia excesivamente grande en el ámbito nacional, sin embargo no puede entenderse lo acontecido en la comunidad foral en los últimos siglos sin tener presente la repercusión de las publicaciones regionales y locales. No obstante, la carencia de estudios sobre el tema dificulta una valoración adecuada del trabajo desarrollado por la prensa. Salvo la obra del P. Pérez Goyena* no existe un catálogo más o menos exhaustivo que recoja la relación de periódicos aparecidos. El citado autor recopila las publicaciones hasta principios del siglo XX, sin que nadie haya continuado sistemáticamente su labor. De ahí que se dispongan de más datos del siglo XIX que del primer tercio del siguiente.
Se pueden establecer varios períodos a la hora de describir la evolución del periodismo navarro desde sus orígenes, siguiendo algunos hitos de la historia de España como el gobierno largo de O´Donnell y su Unión Liberal (1858-1863), el tránsito del siglo pasado al actual y la guerra civil.
Una primera etapa, entre 1810 y 1858, recogería los orígenes en publicaciones conocidas como relaciones periodísticas. Se trata de relatos sobre los hechos más notables que eran impresos o manuscritos para darles una mayor difusión.
Han acaparado la atención de estudiosos las reimpresiones de periódicos madrileños hechas aquí. Además de El Mercurio Histórico y Político, en 1762 apareció El Duende especulativo sobre la vida civil, escrito originariamente por Juan Antonio Mercadal, según algunos autores era en realidad Nipho, el más importante periodista español del XVIII. La duda que plantea esta publicación aparecida en Pamplona es, si fue una simple reproducción, con lo que no sería propiamente navarra, o si incluía asuntos específicos de la región y podría considerarse distinta de la de Madrid. Pérez Goyena afirmaba que era una mera reimpresión, pero Altadill* decía que incluía noticias de Navarra. Este mismo autor añadía que el número dos no llevaba el mismo título, sino Cajón de Sastre, otro periódico madrileño de Nipho. Hasta la siguiente centuria no surgió el primer periódico original, que fue en concreto el titulado inicialmente Gazette de la Navarre y luego Gazeta Oficial de la Navarra*. Aparecida el 29 de abril de 1810, estaba redactada por orden de las autoridades francesas, que se habían hecho con el poder. Era un periódico marcadamente propagandístico, a imitación de otros impulsados por los oficiales de Napoleón en España. Estaba escrito en francés y castellano; al principio, una columna para cada idioma. El rechazo popular -contrario a las ideas afrancesadas- hizo que la vida de la Gazeta concluyera un 2 de septiembre de 1810. Éste fue el intento periodístico de mayor envergadura, pues si bien en Tudela se dio el fenómeno, lo fue en forma de hojas volanderas.
No ocurrió en Navarra como en otras provincias, que tuvieron un número considerable de periódicos, salidos a la luz pública por la controversia ideológica provocada por la invasión napoleónica. Resulta lógico que ocurriese así, pues la dominación de las tropas francesas -prolongada por más tiempo que en otras tierras- no permitía hacer uso de una libertad de expresión introducida en España en 1808. El marco legal es clave para entender el desarrollo de la prensa durante esas décadas. Hasta su desaparición total en los años treinta, la existencia de unas leyes propias del absolutismo tuvo como consecuencia el acallamiento de los periódicos, pues tales normas negaban la libertad de imprenta e imponían un sistema de licencias y censura previa, amén de obligar la suspensión ocasional de todas las publicaciones. Por ello no puede extrañar que entre 1814-1820 y 1823-1833 no hubiera en Navarra casi ningún periódico. El único que rompió esta regla fue el Periódico mensual de Medicina y Cirugía, que si logró salir en 1830 fue por su contenido puramente científico. Sí que, en cambio, en los años del denominado Trienio Constitucional -1820-1823- se puede anotar cierta actividad; fue un momento de libertad, asegurada por la Constitución de Cádiz que se reimplantó, y de agitación política, trasladada a la prensa, como era de suponer. Dos periódicos liberales comenzaron entonces: El Patriota del Pirineo* (1820) y El Imparcial*. Dada la orientación política general del período, el carácter político liberal de los citados entra dentro de los márgenes de normalidad. En cambio, resulta más excepcional la reacción producida en el bando opuesto, que contestó con las mismas armas y sacó a la luz un periódico de singular e indicativo título: La Verdad contra el Error o desengaño de incautos* (1822-1823). De orientación realista, dependía de la Real Junta Gubernativa de Navarra, que representaba a las partidas levantadas en la zona contra el régimen liberal. Del bosque del Irati, las instalaciones se trasladaron a Puente la Reina en abril de 1823 y con ello cambió el nombre por el de Gaceta Real de Navarra, continuación del anterior. Fue sintomático que se editase una publicación de esta tendencia, por indicar la fuerza que tenía tal corriente de opinión, que volvería a hacerse notar al estallar la guerra carlista. En 1834 comenzó a editarse en Francia el primer periódico oficial del carlismo, el Boletín del Ejército del Rey Nuestro Señor Don Carlos V*, y al poco tiempo pasó a imprimirse en Navarra. Más o menos contemporánea fue la publicación oficial del bando opuesto: Boletín Oficial de Pamplona. Ambos boletines nacieron por las circunstancias, pero precisamente por ellas no hubo otros periódicos, y hubo que esperar al fin de la contienda para ver surgir nuevos títulos.
Los años cuarenta y cincuenta del ochocientos supusieron una coyuntura más propicia para el desarrollo periodístico, a pesar de que resulte aún pequeño, pues en otras zonas del país fue más notable. Una hipótesis plausible que explique ese retraso comparativo puede ser la innegable impronta tradicionalista apreciada en la región. No hay que olvidar que el fenómeno de la prensa estuvo íntimamente ligado en el pasado siglo al del liberalismo, lo cual llevó a muchos a caer en el simplismo de identificarlos y había que oponerse a los dos. No llegaron a quince los nuevos periódicos aparecidos entre 1840 y 1858, cifra esta muy baja. Es curioso que en todo este trecho se diesen cambios políticos grandes y, en épocas concretas, se aplicase una amplia libertad, todo ello no quedó reflejado en el nacimiento de publicaciones; el ejemplo más claro es el Bienio Progresista de 1854 a 1856, en que se cuentan dos solamente. Esta atonía general no impidió que en Tudela -convertido en el segundo núcleo en importancia- salieran los primeros periódicos, como El Avisador Tudelano* (1847), La Cotorra* (1848) y La Merindad* (1849). También corresponden a estas décadas las primeras publicaciones especializadas de literatura, humor, dirigidas a las mujeres, etc.
Se habían creado las bases para el posterior lanzamiento, que se enmarca dentro de la segunda etapa, de 1858 a 1900. En la primera fecha llegó al poder O´Donell, la Unión Liberal, partido formado por hombres contrarios a las posturas enfrentadas de moderados y progresistas, al mismo tiempo que aceptaban parte de ellas. La así denominada época unionista resultó de notable estabilidad y facilitó el auge económico. Esto es quizá lo que explique que en Navarra apareciesen en tres años nada menos que siete periódicos, más que en toda la década anterior. No resultó un fenómeno aislado, sino que en fechas posteriores continuó el cambio. El Sexenio Revolucionario (1868-1874), sin favorecer un incremento notable, mantuvo el alza y así se llegó a la Restauración, que consagró la tendencia y dio la estabilidad al periodismo navarro, al igual que sucedió en el conjunto del país. Hecho significativo fue el nacimiento del primer diario: El Progresista Navarro* (1865) de tendencia política liberal. También hay que mencionar El Amante de la Infancia (1866), clave por ser la primera publicación de Estella. Tafalla se incorporó al periodismo en 1885, con El Eco de Tafalla*.
Nuevamente la contienda entre carlistas y liberales tuvo especial incidencia en la región (1872-1876) y ello debió influir de forma inmediata hasta su conclusión. La década de los ochenta fue la que vio aparecer más publicaciones en comparación con las restantes del siglo; se rebasó la cifra de cuarenta.
El tanto por ciento de publicaciones navarras sobre el total del país varía entre el 0´8 de 1900 y el 1´23 de 1892, como cantidades extremas. Esto suponía que Navarra ocupaba un lugar intermedio y alcanzaba puestos entre el 23 y el 34. La prensa navarra ocupó una discreta posición en el XIX, lo cual no impidió que, ocasionalmente, acaparase la atención nacional. Como ejemplos significativos hay que aludir a dos periódicos: El Tradicionalista* y El Porvenir Navarro*. El primero fue de los más importantes en el nacimiento de la escisión integrista. Respecto a El Porvenir, en 1900 motivó un debate en el Congreso de los Diputados, a raíz de su suspensión. A propósito de la libertad existen pocos datos. Acontecimientos concretos, tal vez significativos, señalan el papel importante desempeñado por las autoridades eclesiásticas. Varios fueron los encontronazos entre la prensa y aquéllas. Adviértase que las publicaciones en su mayoría o, al menos, las más importantes eran liberales, y éstos cayeron con frecuencia en posturas de corte anticlerical, por lo que no debe extrañar la reacción de condena. El primer caso conocido fue el de El Correo de Navarra (1862), que se hizo acreedor a una mención en una Pastoral del Obispo pamplonés Uriz y Labayru, publicada el 12 de diciembre de 1863, acerca de los abusos en la libertad de enseñanza y en la de imprenta. El mismo prelado fue el protagonista de otro choque, ahora con El Progresista Navarro*, defensor de la unificación italiana, hecha a costa de la usurpación de los Estados Pontificios. Primero hubo una advertencia. Luego, a propósito de un artículo, Uriz y Labayru* firmó el 21 de diciembre de 1865 un edicto condenatorio, donde decía: “prohibimos su lectura a los fieles de nuestra diócesis bajo las penas canónicas establecidas por derecho, y mandamos a los mismos no retengan ejemplar alguno del expresado número 59 del Progresista Navarro, sino que o los inutilicen desde luego, o los entreguen a este fin a los respectivos párrocos o confesores”. Menos entidad tuvo otro enfrentamiento con La Prensa Imparcial* como protagonista, al hacerse objeto de una Circular de mayo del 70 del gobernador eclesiástico, a causa del contenido de un artículo en defensa del matrimonio civil. No hubo más que advertencia y el periódico salió beneficiado al apoyarle el Ayuntamiento, que se suscribió entonces por cincuenta ejemplares. Sin duda alguna el incidente de mayor resonancia fue el acaecido entre los obispos Ruiz-Cabal y López Mendoza y el semanario El Porvenir Navarro* (1898) y su director Basilio Lacort*. Esta publicación republicana se destacó por sus ataques al clero y a los religiosos, por lo que Ruiz-Cabal prohibió su lectura, bajo pena de pecado grave, mediante un edicto aparecido el 11 de noviembre de 1898. Al año, el nuevo obispo -Fray José López Mendoza y García- adoptó medidas más drásticas ante la persistencia del periódico. El 28 de noviembre de 1900 fue excomulgado Lacort y de modo genérico todos los que cooperasen con El Porvenir: suscriptores, compradores y lectores.
Los acontecimientos posteriores fueron amplificando aún más los efectos, de tal forma que el caso fue objeto de una interpelación parlamentaria al Gobierno, por la actuación del gobernador civil que suspendió la salida de la publicación. Lacort sacó otro semanario, titulado La Nueva Navarra*, que también fue condenada por el obispo. A los pocos meses, ya en 1901, se dio por zanjado el asunto, con la consecuencia de que el excomulgado adquirió una significación singular y se convirtió, para unos, en símbolo de la lucha por la libertad y contra el oscurantismo clerical, y, para otros, en paladín del masonismo antirreligioso. No puede extrañar, por ello, el enorme eco que tuvo la vida y la actividad de este republicano. Para comprender esta cadena de enfrentamientos resulta imprescindible atender a la fuerza que el sentimiento religioso tenía entonces en la región. Es de suponer que también las autoridades civiles, al aplicar la legislación vigente, provocaran conflictos parecidos.
Del conjunto de las casi 150 publicaciones aparecidas en el XIX, un tercio de ellas son de cariz político y los otros tipos -que no agrupa ninguno a más de 25- se distribuyen en este orden: profesionales, satírico-festivos, de noticias, culturales y literarios, oficiales y religiosos. De entre los clasificados como políticos pueden establecerse las siguientes familias: liberales y republicanos, tradicionalistas y fueristas. Los primeros eran numéricamente los más importantes y también tenían una más dilatada tradición. Hubo periódicos conservadores, fusionistas y republicanos. Era de orientación liberal el conservador El Eco de Navarra*, que se convirtió en el más influyente de todos y se mantuvo en el primer puesto de tiradas hasta la etapa siguiente. Fue un periódico que si consiguió ese lugar de privilegio fue, en gran medida, por su escasa significación partidista y la atención prestada a lo informativo. En este sentido, fueron más políticos los diarios fusionistas, que formaron una tendencia iniciada por El Navarro* (1881) y continuada por El Liberal Navarro* (1886) y Heraldo de Navarra* (1897).
El grupo republicano no contó más que con semanarios, no consiguieron sacar diario alguno, indicio de que no disponían del suficiente apoyo económico. Fueron La Democracia* (1887) y El Porvenir Navarro* (1898) los dos de esta tendencia. Los tradicionalistas agrupaban a dos partidos: el carlista y el integrista, a partir de 1888. El primer diario carlista en Navarra fue El Tradicionalista* (1886), que se convirtió en estandarte del integrismo al poco, por lo que el carlismo se vio obligado a sacar otro diario, La Lealtad Navarra* (1888), que dio paso después a El Pensamiento Navarro* (1897), convertido en el más importante y de más dilatada vida de los de esta orientación en Navarra. Por su parte, los integristas tuvieron el citado El Tradicionalista, La Tradición Navarra* (1894) y La Bandera Tradicional* (1894). Por último, estaban los fueristas, que mantenían inicialmente una postura afín a la liberal, pero que evolucionaron hacia la contraria tradicionalista, siempre manteniendo rasgos propios. En este grupo habría que contar a El Arga, (1897), Lau Buru* (1882) y El Aralar* (1894), que fue el último en el siglo XIX.
Al entrar en la tercera etapa, (1900-1936) resulta definitorio el cambio de panorama que se produce tras la introducción de varios factores: nueva concepción del periodismo como negocio, promoción de la prensa católica o Buena Prensa y entrada de ideologías como la nacionalista vasca y la socialista. El nacimiento en 1903 de Diario de Navarra* resultó una innovación, al ser el primer periódico de empresa de la región, es decir, que asumía la finalidad económica como clave para el desarrollo de su actividad. El efecto que tuvo un fenómeno como este fue elevar el nivel general, puesto que la competencia al Diario no podía hacerse sino con una mejora en el modo de hacer el periodismo. A los diez años de fundarse, Diario de Navarra consiguió acabar con su rival, El Eco de Navarra, lo cual mostraba bien a las claras la fuerza que tenía. Esto es lo que explica que El Demócrata Navarro* (1904) se constituyese como sociedad anónima, lo mismo que La Voz de Navarra* unos años después. Los otros diarios que siguieron con los planteamientos anticuados tenían que conformarse con llegar a un pequeño sector de los lectores potenciales. El resultado final fue que el Diario se convirtió en el primero, con una notoria ventaja sobre el resto de la prensa. Gracias al empuje proporcionado por la Jerarquía Eclesiástica surgieron un notable número de publicaciones defensoras de los intereses religiosos y morales por encima de todo. Varias de ellas estaban centradas en el mundo del trabajo, la más importante fue La Acción Social Navarra*, que se mantiene todavía como órgano de la Unión Territorial de Cooperativas del Campo. Un buen número de los periódicos de las merindades tenían por estas fechas tal orientación.
La introducción de nuevas corrientes doctrinales tuvieron un correlato en la prensa. Pueden destacarse dos movimientos: el marxista socialista y el nacionalista vasco. Respecto al primero, hay que indicar cómo tuvo su primera publicación en febrero de 1903, con el título de La Unión Productora*, órgano de la recién creada Federación Obrera de Pamplona. No era la primera vez que surgía un periódico centrado en temas laborales, ya que en 1884 había aparecido El Obrero Vasco-Navarro*, como “órgano de la clase obrera y defensor de sus intereses” y con una clara inspiración católica. Cuando La Unión Productora hizo acto de presencia, un boletín de orientación contraria se le opuso, La Conciliación* (1903). No fue la mencionada la única publicación de tendencia socialista, ya que en 1912 salió La Verdad*, ya en la República, Trabajadores* (1931), que fue el de más dilatada vida, pues duró hasta 1936. Ninguno de los tres fueron diarios. Otra línea de desarrollo, la del nacionalismo vasco, se inició en 1911 con el semanario Napartarra*, pero tuvo como más conspicuo representante el diario La Voz de Navarra (1923). A este le acompañó durante la República un semanario de carácter más combativo y partidista, Amayur* (1931).
Junto a estos, se mantuvieron los diarios tradicionalistas La Tradición Navarra y El Pensamiento Navarro, y varios periódicos se sucedieron como representantes del liberalismo más radicalizado, El Demócrata Navarro (1904) y El Pueblo Navarro (1916), además de los republicanos La Democracia* (1932), que fue diario, y Abril* (1935), semanario azañista.
El impulso que recibió el periodismo en estos años fue notable, según se puede ver en las cifras de número total de publicaciones. Aunque se produjo algún incidente como resonancia, como el del obispo con Diario de Navarra*, la legislación no se significó por su dureza, al menos hasta llegar la Dictadura de Primo de Rivera. En los años que van de 1923 a 1936 el régimen legal influyó más en la vida de los periódicos. Durante la Dictadura de Primo de Rivera lo pasaron peor El Pueblo Navarro y La voz de Navarra -este fue dos veces suspendido y multado-, aunque también el carlista El Pensamiento Navarro padeció suspensiones y multas. El régimen de censura previa -vigente hasta 1930- se convirtió en un germen de continuos enfrentamientos con el poder y de ahí tales resultados. No cambió la situación en la época republicana. Precisamente en estos años fue La Voz el menos afectado. El Pensamiento, La Tradición y Diario fueron suspendidos dos veces -en agosto del 31 y otra en el mismo mes del 32-, y la segunda de estas llevó consigo la incautación. La etapa anterior a la guerra civil se caracterizó por la agitación política y las medidas tomadas son una muestra más del grado de crispación al que se llegó. A pesar de afectarle directamente, Diario de Navarra se erigió en el periódico más importante. Sus campañas antirrepublicanas y contrarias a los planteamientos vasquistas tuvieron amplio eco. Desde su aparición, La Voz fue el segundo, pero a una considerable distancia del Diario. Tanto uno como otro fueron dignos exponentes del periodismo de empresa en la región.
La cuarta etapa se inicio con la guerra civil y llega hasta el momento presente. El panorama general se vio muy afectado por ciertos cambios. Por un lado, inicialmente los diarios se vieron reducidos a tres, pues la desaparición de La Voz dio lugar al falangista Arriba España, impreso en las instalaciones que habían sido del periódico nacionalista; aparte habría que contar con el Diario y El Pensamiento. Este trío se mantuvo hasta los años sesenta sin variaciones, entonces entró La Gaceta del Norte* y su edición de páginas especiales escritas en Navarra. Fórmula similar fue la adoptada por los nacionalistas Deia* y Egin*, en la década siguiente. Esto último es un índice del auge que el vasquismo ha cobrado en los años precedentes. Con la aparición de Navarra Hoy* -y tras cerrar Arriba España y El Pensamiento- se ha quedado polarizada la opinión pública en dos posturas no coincidentes, que han propiciado la acotación de campos de actuación de cada una de ellas, según se defienda el navarrismo o el integracionismo vasquista. También es una época de diversificación del periodismo, que atañe tanto a las publicaciones escritas como a los medios de comunicación audiovisuales, que entran en concurrencia con la prensa. Conforme han ido avanzando los años, y siguiendo el patrón nacional, han surgido un número considerable de publicaciones no diarias, dirigidas a públicos específicos: trabajadores de una empresa, feligreses de una parroquia, aficionados a la filatelia, asociados de entidades deportivas, etc. aparte de las especializadas destaca la aparición de la Hoja del Lunes (Asociación de la Prensa*) (1936-1982) y algunos intentos de revistas informativas, que no llegaron a perpetuarse, como Montejurra o “Chapitel”; más pintoresco fue el clandestino El Fuerista*. Se aprecia la competencia planteada por la radio y la televisión (Tele Navarra*), la primera más enraizada en el entorno por dar más noticias de la tierra. Este fenómeno se ha desarrollado especialmente a partir de las concesiones de nuevas licencias para instalar emisoras de radio*.
Respecto a épocas anteriores se ha notado el papel de varios periodistas, importantes en el resto de España. Tal es el caso de Aznar* y Arrarás*; y junto a ellos hay otros con más peso en el ámbito regional como Garcilaso*, López Sanz*, Yzurdiaga*, Esparza* o Ángel M.ª Pascual*.
Ha contribuido a dar trascendencia nacional al periodismo navarro la existencia de un centro universitario para formación de periodistas: primero fue el Instituto de Periodismo y después la Facultad de Ciencias de la Información, dependientes de la Universidad de Navarra.
Publicaciones especializadas
Además de los periódicos de información general, oficiales y políticos, existe un conjunto heterogéneo de publicaciones, de variado contenido, se pueden establecer tres etapas en el desarrollo de este tipo de prensa en Navarra: la primera abarcaría el período 1830-1900, que comprende desde el nacimiento de un mensual dedicado a la medicina hasta la finalización del siglo XIX; la segunda se centraría en los años 1901-1939, es decir hasta la guerra civil, en los cuales se dio un notable impulso al periodismo especializado; y, por último, la tercera sería la iniciada en 1940 y prolongada hasta el momento actual, donde asistimos a un proceso de diversificación notable.
Durante el siglo XIX fueron surgiendo los primeros ejemplos de periódicos específicos, dirigidos a sectores singularizados. Así, en 1830 nació el Periódico Mensual de Medicina y Cirugía, en 1845, el literario El Genio Navarro, en 1853 Toros y Gaitas, en 1864 el humorístico El Pamplonés*, en 1865 El Recreo Literario dirigido al público femenino, en 1866 El Amante de la Infancia dedicado a los niños, en 1879 el deportivo El Semanal y El Agricultor Navarro, en 1884 El Obrero Vasco-Navarro y en 1895 La Avalancha*, como publicación ilustrada.
Destacan las revistas médico-farmacéuticas, las de agricultura, las dedicadas a la educación y las culturales y literarias. Dentro del primer grupo estaba el ya mencionado Periódico Mensual de Medicina y Cirujía, publicado por el Real Colegio de Medicina, Cirujía y Farmacia de Pamplona. Era mensual y constaba, como poco, de sesenta páginas por número. En esta línea, Clínica Navarra (1884), dirigida por Manuel Jimeno, La Región Farmacéutica Vasco-Navarra (1893) y El Propagador Médico Farmacéutico (1897). Dentro de las especializadas en el tema agrícola cabe citar La Revista Agrícola (1879-1893), órgano de la Asociación Vinícola de Navarra y sucesor de El Agricultor Navarro, que finalizó en 1879. La Revista era quincenal al iniciarse, pero pronto pasó a editarse tres veces al mes. Otra publicación fue El Vergel Vasco-Navarro (1882).
El desarrollo de la ciencia educativa trajo consigo la aparición de varios periódicos. Los pioneros fueron El Amante de la Infancia (Estella, 1866) y El Faro de la Infancia (Tudela, 1870). Pero el más importante, sin duda, por su calidad y larga vida fue El Magisterio Navarro (1879), decenal redactado exclusivamente por maestros de Navarra y que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. En su contra salió La Escuela y El Hogar, pero sólo se mantuvo de 1893 a 1894. En este último año apareció El Faro Escolar, centrado en temas de enseñanza pública, privada y doméstica. No fue la prensa educativa un fenómeno exclusivo de Pamplona, al contrario -y más que en ningún otro caso- se editaron periódicos pedagógicos en otras poblaciones navarras, como los ya nombrados de Estella y Tudela y el de Fustiñana La Concordia (1883). Algunas no pasaron del año de vida, otras llegaron a ser enormemente prestigiosas y de gran importancia para la transmisión de la cultura regional. Entre estas últimas conviene destacar la Revista Euskara (1878-1883), Revista del Antiguo Reyno de Navarra (1888-89) y el Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos de Navarra (1895-1935). La Revista Euskara fue dirigida por Nicasio Landa*. Era órgano de la Asociación Euskara de Navarra*, promovida por Iturralde y Suit, y a la que pertenecieron ilustres personajes de entonces como Estanislao Aranzadi, Hermilio de Olóriz, Florencio Ansoleaga y Arturo Campión, entre otros. Los seis tomos de esta publicación -con más de 2.500 páginas- son una muestra importante de la cultura de la época. Arturo Campión dirigió tanto la Revista del Antiguo Reyno como el Boletín. Este último tuvo una dilatada existencia y contenía trabajos sobre arqueología, arte, historia, además de efectuar transcripciones y comentarios de muchos archivos. Aparte de los citados, hay que mencionar El Ateneo (1883) y La Ilustración de Navarra (1886). Dentro de este terreno pueden citarse dos casos singulares. Uno corresponde a El Recreo Literario* (1865-1866), dedicado a la mujer y en el que se incluían artículos, poesías, cuentos, leyendas, tradiciones y revista de salones y modas. Su fundadora fue Josefa de Varela. El otro fue el semanario bilingüe -castellano y euskera – Bai, Jauna Bai (1883), promovido por Serafín Baroja, padre del famoso novelista, y del que sólo salieron seis números. Otra área de interés fue la de los deportes. La caza dio origen a El Semanal (1879-1882) y el Boletín Oficial de la Asociación de Cazadores y Pescadores de Navarra (1883). El ciclismo propició la creación de La Bicicleta (1890), propiedad de los clubs de las cuatro provincias vasconavarras, elegantemente impresa y que duró varios años. Ligados a organizaciones profesionales estaban los boletines del Colegio Notarial de Pamplona (1893), del Secretariado Navarro* (1899) y, también por esas fechas, del Colegio de Abogados de Pamplona. En relación con instituciones de tipo económico aparecieron la Revista Mercantil (1864) del Crédito Navarro y el Boletín de la Cámara Oficial del Comercio y de la Industria de Navarra (1899).
Con el cambio de siglo se introdujeron algunas novedades, dentro de un contexto de continuidad respecto al período anterior. La más llamativa fue posiblemente la aparición de un enorme número de publicaciones de inspiración católica, muchas de ellas ligadas a las iniciativas concretas de la acción social cristiana. Esto se halla en conexión con el impulso que al periodismo confesional se le dio en estas fechas en todo el país. Dentro de tal ambiente se entiende la creación de La Hoja Semanal* (1900), La Conciliación (1903), Boletín del Círculo Católico de Obreros de Estella (1907), El Progreso Navarro (1908), La Acción Social Navarra (1910)*, Gloria (1910), Juventud Calasancia (Tafalla, 1922)… Son muchas las publicaciones de esta orientación. Hubo también otros periódicos centrados en el mundo del trabajo, no inspirados por esa misma doctrina social y que han sido incorrectamente denominados “obreros”, tales como El Obrero Navarro (1901), Unión Productora* (1903), La Verdad* (1921), El Obrero Sindicalista (1916), Vida Ferroviaria (1916) y Trabajadores* (1931-1936). Esto es, en definitiva, una muestra de la importancia que adquirió la así llamada cuestión social, muy unida -en el caso de Navarra- a la acción social cristiana y a las cajas rurales. En estos años continuaron las tendencias precedentes. Novedades, en cuanto a títulos, fueron El Labrador* (1904-1905) en Tafalla y en conexión con la caja rural de allí, El Porvenir Agrícola (1916-1926) de Tudela, y de Pamplona El Viticultor Navarro (1912) y, ya en la República, El Campo. En relación con la medicina y la farmacia surgieron El Auxiliar de Farmacia (1904), Revista Navarra de Medicina y Cirujía (con dos épocas iniciadas en 1914 y 1918) y la tudelana Navarra Médica (1928). También de tipo profesional fueron: La Veterinaria Regional (1901), el Boletín del Colegio Veterinario (1924), El Practicante Navarro y su continuador El Auxiliar Médico del Norte (1931). En el ámbito cultural se produjo un cierto decaimiento. Siguió apareciendo el Boletín de la Comisión de Monumentos, pero otras iniciativas no llegaron a alcanzar el nivel de fines del siglo anterior, fue el caso del semanal El Recreo (1908) de Tudela, la Crónica Tafallesa y La Flor de Navarra* en Tafalla, Atalaya y Cultura Navarra, esta en Pamplona y durante la República. Una novedad fue la multiplicación de publicaciones taurinas, de escasa regularidad y aparición esporádica, muy ligadas a las fiestas de las diferentes localidades. Ejemplos pueden ser las tafallesas La Última Estocada y Tafalla Taurina y la tudelana Toros y Arte (1935). Otros periódicos que indican una mayor diversificación y especialización fueron Transportes (1933) y Micrófono (1934), este referido a la programación de Radio Navarra y ambos de la etapa final.
El tercer momento en la evolución, el iniciado en 1940, supone la aparición de muchos tipos de revistas. Surgieron dos publicaciones gráficas, con un eminente contenido literario y cultural: Pregón* (1943-1979) y Arga (1944-1948). La primera de ellas era de periodicidad trimestral y constituye un valioso documento para conocer los caracteres de la sociedad de esos años. Trataba de asuntos relativos a la literatura, el arte y las costumbres de Navarra. Escribían con frecuencia José María Iribarren, Faustino Corella, Serafín Argaiz y José Joaquín Arazuri, entre otros. Se sucedieron en el cargo de director José Díaz Jácome, Faustino Corella y Luis Felipe Bausá.
Arga era de carácter similar, si bien salía cada mes. En sus páginas cabía el arte, la literatura, el folklore, la vida social, lo anecdótico, todo ello referido a Navarra. Este tipo de revistas recibieron un nuevo impulso por el apoyo prestado desde la Institución Príncipe de Viana y también por la labor de investigación y cultural desarrollada por el Estudio General de Navarra, luego Universidad. Príncipe de Viana es la revista dependiente de la Institución que lleva el mismo nombre y que apareció en 1940 como continuadora del Boletín de la Comisión de Monumentos. En 1982 asumió la dirección Julio Caro Baroja, quien también dirige Cuadernos de Etnología y Etnografía Navarra (1969). Del mismo año es Fontes Linguae Vasconum, dedicada al estudio e investigación de los orígenes y evolución de la lengua y cultura vascas. Centrada en cuestiones de actualidad y del pensamiento contemporáneo es la revista Nuestro Tiempo (1954), mensual, que depende de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad. Editadas por otras facultades hay otras revistas de variado contenido, siempre dentro de las materias propiamente universitarias, tales como Anuario Filosófico (1967), Ius Canonicum (1961), Persona y Derecho (1975), Revista de Medicina (1978) o Scripta theologica (1969).
Destaca, el impulso dado a las hojas parroquiales y publicaciones dependientes de instituciones religiosas (de alcance mundial algunas por dirigirse a misioneros), aparte de la más notable, la diocesana La Verdad*, que ha hecho que en números totales sea el grupo más importante. Otra nota es la mayor diversificación en cuanto a contenidos. Desde los periódicos pertenecientes a empresas y dirigidos a sus trabajadores, hasta los de asociaciones y clubs de diversa índole; de revistas especializadas en pelota, Frontón (1968-78), a otras de filatelia, El Eco Filatélico, o del mundo de la música moderna, Disco Express. Aparte están las revistas de poesía Río Arga (1976), Cloc (1979) y Elgacena (1982), estas dos últimas editadas en Estella*. Por último, un fenómeno digno de resaltarse es el de las publicaciones gratuitas, que surgieron con Cuatro vientos (1981) se especializó en moda y pasó a cobrarse y fueron continuadas, entre otras, por Ulzama. “Pamiela y Gazteak”.
Publicaciones oficiales
Las peculiaridades de la historia navarra del siglo XIX son las que explican el interés que poseen las publicaciones oficiales aparecidas en la región. Las guerras carlistas tuvieron aquí una importancia clave, por cuanto supusieron -por dos veces- el establecimiento de un aparato estatal que -opuesto al existente en el resto del país- se proveyó de periódicos para su propio uso. Un tercer bloque de publicaciones se centra en el ámbito eclesiástico, con sus boletines oficiales. Cronológicamente quizá fueron los carlistas los primeros en editar en esta zona una publicación oficial, el Boletín del Ejército del Rey Nuestro Señor Don Carlos V*, nacido en enero de 1834, pero editado en Francia hasta mediado el año. En concreto, parece que a partir del número de 25 de junio -Impreso en Elizondo- se tiró en tierras navarras. A este primer periódico le sustituyeron la Gaceta Oficial (1835-1837) y el Boletín de Navarra y Provincias Vascongadas (1837-1839), que vieron la luz fuera de Navarra. En el año 1934 también comenzó el Boletín Oficial de Pamplona. Este y los de otras provincias nacieron como consecuencia de una Real Orden de 20 de abril de 1833 que disponía lo siguiente: “Se establecerá en cada capital de provincia un Diario o Boletín periódico, en el que se inserten todas las órdenes, disposiciones y prevenciones, bajo el epígrafe de Artículo de Oficio, se han de insertar ocupando el primer lugar. Las finalidades que pretendían alcanzar eran lograr hacer llegar con seguridad y rapidez los documentos oficiales y disminuir la cantidad que gravaba a los pueblos en concepto de impuestos de veredas (disposiciones o avisos que despachaban los ministerios para dar a conocer una disposición a un número determinado de lugares que estaban en un mismo camino o a poca distancia y cuyos gastos recaían sobre los destinatarios). Por ello, se ordenaba que “los pueblos están obligados a suscribirse por trimestre, semestre, o por todo el año al expresado periódico, se pagará por trimestres vencidos. Los encargados de la edición serían los designados tras hacer una subasta pública y elegir la autoridad provincial la oferta más ventajosa cada cierto tiempo. A cambio de tan saneado negocio, los impresores se comprometían a reproducir íntegramente todas las disposiciones enviadas por las autoridades y los anuncios oficiales. Si sobraba espacio, podían insertarse artículos de relleno y anuncios particulares.
El Boletín Oficial de Pamplona salía con periodicidad semanal y tuvo una vida accidentada en los primeros años, pues desapareció varias veces. Esto es lo que se infiere de lo decidido por la Diputación en su sesión de 25 de octubre de 1836: “Se acordó que se restablezca el Boletín Oficial de esta Capital dando principio el primero de noviembre próximo: cada semana saldrán dos Boletines: esto es, los lunes y jueves: las suscripciones de Pamplona a 8 reales vellón y fuera a diez mensuales. La Diputación dará mensualmente al editor 1.800 reales vellón, quedando también a su beneficio las suscripciones que se hicieren en Pamplona. Que tengan obligación de subscribirse todos los pueblos, cuyo vecindario llegue a 50 vecinos, según el censo de los años 1817 y 18. Que estas subscripciones y las demás que se hicieren fuera de Pamplona, quedarán a beneficio de la Diputación. Bajo estas bases quedó encargado de la redacción por tiempo de tres meses D. Pablo Ilarregui, obligándose también a entregar a la Diputación 180 ejemplares de cada Boletín cerrados con los sobres que se indicarán. Un nuevo cierre se produjo en diciembre de 1838, “atendiendo -se decía- a lo difícil de las circunstancias, es de suponer que de tipo bélico. Desde fines de 1838 hasta el 3 de enero de 1841 no salió a la calle. A partir de entonces se dio una continuidad en la evolución, si bien desde el 1 de enero de 1847 cambió su título por el de Boletín Oficial de la Provincia de Navarra, que apareció los lunes, miércoles y viernes. A esta etapa corresponde el establecimiento de la imprenta propia de la Diputación en la cual se imprimía el Boletín, por lo que se dejó de arrendar su edición a otras personas. En 1882 surgió el Boletín Provincial de Navarra para recoger cada semana los acuerdos de la Diputación y duró al menos hasta 1888. Por último, el 6 de enero de 1975 modificó nuevamente el nombre para pasar a ser Boletín Oficial de Navarra. También de carácter oficial, pero con un fin específico fue el Boletín Oficial de Ventas de Bienes Nacionales de la Provincia de Navarra, de 1862, que se dedicaba a informar sobre cuestiones relacionadas con la desamortización; continuó apareciendo hasta 1886 por lo menos. Nació en el mismo año que el Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Pamplona. Este fue creado por el obispo Uriz y Labairu y viene apareciendo hasta la actualidad, con una modificación en la periodicidad, que desde 1950 es mensual. También existió, ya en este siglo, un Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Tarazona y Tudela, después desapareció.
La contienda carlista iniciada en 1872 hizo que apareciese El Cuartel Real. El número prospecto -fechado el 23 de agosto de 1873- y los cinco primeros fueron impresos en Peña-Plata. El último, de 20 de septiembre, apareció al día siguiente en Estella, en donde seguiría apareciendo hasta el 21 de agosto del año siguiente, que se trasladó a Tolosa, donde cerró el 8 de febrero de 1876, con el número 347. Anunciado como bisemanario, en realidad tuvo una periodicidad irregular y contenía, junto a las secciones oficiales, artículos de actualidad, cartas de los pueblos y despachos telegráficos. Del periódico se debieron de hacer reimpresiones, con el fin de que circulara en la zona enemiga, a juzgar por el aviso que insertaba el 18 de julio de 1874: “A los que reimprimen El Cuartel Real, de cuyos buenos deseos no dudamos y cuyas intenciones aplaudimos, esperamos que en lo sucesivo reproduzcan íntegro el número, sin añadir ni quitar original”.
No quedaría completo el panorama de las publicaciones oficiales si no mencionásemos las surgidas a la sombra del Ayuntamiento de Pamplona y del Parlamento Foral. Ya en 1913 se creó un Boletín de Estadística Municipal, de corta vida, dependiente del consistorio pamplonés, pero fue en 1979 cuando la iniciativa tuvo más entidad con la aparición del Boletín Municipal de Pamplona; de todas formas, el intento no ha llegado a estabilizarse. Sí que ha consolidado el Boletín del Parlamento Foral de Navarra, surgido en 1980 después de la elección del primer parlamento navarro tras la reinstauración de la democracia en el país.
Bibliografía
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