PAMPLONA
Categoría histórica: Ciudad.
Categoría administrativa: Municipio; capital de Navarra.
Partido Judicial: Pamplona.
Merindad: Pamplona.
Comarca: Cuenca de Pamplona.
Población (1986): 183.086 habitantes de hecho, 178.439 habitantes de derecho.
Superficie: 23,6 km2.
Altitud: 449 m.
Comunicaciones: Por carretera; Autopista A-15 a Irurzun y Castejón, con enlace a la Autopista del Ebro; N-111 a Logroño; N-113 a Madrid; N-121 a Tudela; N-121 A a Behovia; N-121 B a Francia por Baztán; N-130 a San Sebastián; N-135 a Francia por Valcarlos; N-138 a Francia por Alduides; N-240 a Huesca; N-240 A a Vitoria; N-150 a Aoiz y Lumbier.
Por ferrocarril; Líneas regulares con Alsasua, Barcelona, Irún, Madrid, Valencia, Oviedo y Zaragoza.
Por avión; Líneas regulares con Madrid, Barcelona y Santander.
Gentilicio: Pamplonés, irunsheme.
Geografía
Limita al N con Juslapeña y Ezcabarte, al E con Villava, Burlada, Egüés y Aranguren, al S con Galar y al O con Cizur y Olza.
Está situada en una depresión prepirenaica (la «Cuenca», por antonomasia) que la erosión del Arga y sus afluentes excavó en las margas del Eoceno y tiene un clima y una vegetación de tipo submediterráneos, es decir, con características intermedias entre las atlánticas y las mediterráneas, entre la Navarra húmeda y la Navarra seca (Pamplona, Cuenca de*).
Dentro de la Cuenca, que es también una importante encrucijada de comunicaciones naturales con Francia y el Pirineo, con el País Vasco y la Depresión del Ebro, la ciudad propiamente dicha, heredera de una aldea vascona, nace sobre una terraza del Arga, allí donde este río describe un meandro, para desempeñar primero una función militar, defensiva, a la que más tarde se irían añadiendo las funciones comercial, artesanal, administrativo-política e industrial y los servicios de todo tipo. La Pamplona moderna es un hecho reciente.
El crecimiento retrasado se debe, en parte, al aislamiento en que queda respecto de la red principal de ferrocarriles y carreteras, y a la política económica seguida por la Diputación. Se basa ésta fundamentalmente en la mejora de la red de carreteras y en el desarrollo de la agricultura. Lo primero repercute en la creación de una densa red de autobuses y de flotas de camiones para el transporte (provincial y nacional); lo segundo en un enriquecimiento provincial (gran mercado vasco para los productos agrícolas) y sobre todo del comercio de Pamplona. Las pocas industrias que surgen en los últimos años del siglo XIX y primer tercio del siglo XX se relacionan con la agricultura. El crecimiento de la población ?moderado? hizo necesaria la expansión de la ciudad fuera del recinto amurallado: se construyeron el I ensanche (comenzado en 1888) y sobre todo el II ensanche (iniciado en 1915), que se terminaría en el período siguiente.
A partir de los años 50, a la actividad del transporte se añade la de la construcción de obras, que salen también fuera del marco provincial. Surgen así una mentalidad nueva, algunos capitales y mano de obra adecuada, lo que se plasmaría en la creación de una serie de industrias motoras del desarrollo: nace el Grupo Huarte, la industria auxiliar del automóvil (que conduciría más adelante a la creación de AUTHI), la gran industria de conservas cárnicas, la de aparatos electrodomésticos, etc. Estas industrias están apoyadas por capital y técnicos vascos y extranjeros. A consolidar este impulso tienden, en los años 60, la política de polígonos industriales iniciada por la Diputación en 1964 (para Pamplona, el de Landaben) y el efecto «spread» de la industria vasca. Paralelamente se produce el enriquecimiento de los servicios y la afirmación de Pamplona como centro provincial y, en algunos aspectos, regional, gracias a la creación de la Universidad de Navarra en 1953 (diversas facultades y centros humanísticos, científicos y técnicos) y de varias escuelas profesionales y técnicas, al florecimiento de la banca, de los servicios hospitalarios, de los hoteles, etc.
El casco antiguo sigue fiel al plano medieval; es la ciudad histórica y monumental. En su límite están la Plaza del Castillo (corazón urbano), el Paseo Sarasate y una serie de jardines y espacios verdes (Vuelta del Castillo, Taconera) que le separan de los ensanches.
El II y III ensanches son los más importantes. El II se traza en forma de damero (como los de tantas ciudades europeas); está ya íntegramente terminado a mediados de los cincuenta. El III, en vías de ejecución avanzada a fines de los setenta, es una mezcla de ciudad cerrada y «open planing». La corona submetropolitana está formada por una serie de nuevos barrios y de aldeas del área suburbana en proceso de rápido crecimiento durante los años 60. Se mezclan en esta corona las realizaciones urbanísticas ordenadas (Chantrea, Barañáin, San Jorge, Orvina) con las anárquicas. Esta área se prolonga en los municipios periféricos. Se trata de barrios bien equipados (sociedades y centros deportivos, comercios, lugares de recreo, parques infantiles), aunque con excesiva densidad de población.
El «zoning» industrial es espontáneo a lo largo de las carreteras más importantes: Guipúzcoa, Francia, Zaragoza y Logroño. Y dirigido: polígono de Landaben (170 Ha), modelo en su género, creado en parte para descentralizar y descongestionar la industria de la ciudad central y de la periferia, y sobre todo para cobijar a nuevas factorías. Hasta fines de los años cincuenta el Casco Viejo continúa siendo el centro terciario de la ciudad. A partir de mediados de los cincuenta comienza un débil proceso de reducción funcional, se acelera el de sustitución social iniciado con la construcción del II ensanche, y se empieza a apreciar el proceso de envejecimiento demográfico. Además del patrimonio religioso, el casco cuenta con un patrimonio cultural y educativo de notorio valor arquitectónico: museo, escuelas universitarias de Formación del Profesorado y de Administración de Empresas, Ateneo Navarro, Institución Príncipe de Viana, bibliotecas y archivo; es interesante el antiguo Hospital Militar; y el rehabilitado mercado de construcción novecentista. El ayuntamiento, de bella fachada barroca, se halla en la confluencia de los tres subplanos citados. El comercio y el esparcimiento están representados, junto con servicios diversos de oficinas y otros, por cerca de 150 funciones. Las actividades se hallan localizadas sobre todo en la zona de contacto con el II ensanche.
Desde el punto de vista formal la I fase del II ensanche refleja procesos de sustitución de edificios residenciales por otros de destino funcional que han densificado el tejido en los ejes viarios de mayor accesibilidad. La sobrecarga funcional alcanza su máxima intensidad en el triángulo comprendido entre la Plaza del Castillo y las dos plazas circulares de la Avenida de Navarra. Aquí está el centro comercial, administrativo y de negocios de Pamplona. Predominan los edificios multifuncionales y entre los unifuncionales destaca el Palacio de Navarra y algunas entidades financieras. En la II fase aumenta la edificabilidad y las densidades residenciales, el comercio es la función principal, aparecen además sectores especializados en transporte y en la enseñanza. En los últimos años se observa una difusión de las funciones centrales en dirección al Oeste, lo que se debe a factores de accesibilidad: estación regional de autobuses, aparcamientos periféricos, apertura de la Avenida del Ejército que facilita la conexión del centro con el sector del III ensanche o barrio de San Juan, el más poblado entre los de reciente creación.
En las tres unidades que forman la ciudad central la población desciende en el Casco Viejo (14.823 habitantes, la mitad de la que tenía en 1950) y con menor intensidad en los I y II ensanches (27.221 habitantes en 1981, un 13% menos que en 1970 en que empieza el declive demográfico). La tasa de envejecimiento es más elevada en el Casco Antiguo (21% de mayores de 65 años) que en los ensanches (17% ídem). El espacio social se caracteriza por el predominio de obreros, artesanos y empleados de servicios en el casco, mientras en los ensanches se mezclan las clases medias tradicionales con las nuevas, estas últimas sobre todo localizadas en la segunda fase o en algunas plantas de edificios de sustitución de la primera fase.
El III ensanche es un resultado del Plan General de 1957, que se consolida primero en el barrio de San Juan y circunvalación, y posteriormente en el barrio de Iturrama. Ambos están separados por un eje de acceso a la ciudad, la Avenida de Pío XII y articulados por la Avenida de Bayona, paralela a la anterior, y por una arteria transversal que los vincula ?Sancho el Fuerte, sobre el antiguo itinerario del ferrocarril del Irati? y por otra también transversal que actúa como eje principal en Iturrama. La estructura es de mezcla de ciudad cerrada y abierta, predominando el bloque sobre la manzana, y extremadamente densa. Por su conexión con la ciudad central, San Juan se ha convertido en un subcentro funcional, primero de esparcimiento y después de comercio y oficinas, al menos en los ejes más accesibles. La proximidad a la Universidad de Navarra ha sido también factor de terciarización, especialmente en el barrio de Iturrama, a pesar de su mayor distancia real al centro urbano. En 1981 contaba San Juan con 32.209 habitantes y una estructura social variada que yuxtapone a las nuevas clases medias con los grupos de categorías intermedias y obreros, estos predominantes en unidades construidas antes del Plan (Martín Azpilicueta, con un subejecomercial; y casas de Eguaras). Iturrama tenía en el mismo año 24.001 habitantes y una estructura social más homogénea caracterizada por las nuevas clases medias.
En torno a la ciudad central se extiende una corona discontinua de barrios residenciales y sectores industriales o de servicios. El primer barrio periférico surgió en torno a la estación de ferrocarril (año 1864), que aglutina además el primer sector industrial moderno (abonos, maquinaria agrícola). En los años cuarenta y cincuenta surgen la Chantrea y Echavacoiz, ambos muy alejados del centro, al norte y al sur respectivamente; también de esta época es la Milagrosa, adosado al centro en el talud de terraza que da al Sadar, donde se encuentra el campus universitario. En los años sesenta las pautas de localización sobre fondos o taludes de valle se afirman, siendo la baja terraza del Arga el emplazamiento más utilizado por la expansión. Así se crea una franja norte del río Arga, de destino social modesto ?mayoría de obreros y empleados? y de áreas y sectores industriales o de mezcla entre industria y residencia. Los accesos, el polígono de Landaben, y la avenida de Marcelo Celayeta que articula la franja paralela al río Arga, localizan buena parte de la nueva industria de Pamplona. En los accesos del mediodía se instalan también industrias de forma más aislada. Los dos últimos barrios construidos en la mitad meridional son Barañáin* primero y Ermitagaña, el primero de estructura en bloques y alta densidad; el segundo, de concepción neorracionalista, menores densidades y buena calidad urbanística. Ambos son unidades de mezcla social. En el año 1981 la población de esta corona de barrios era la siguiente: Echavacoiz, 4.620 habitantes; Milagrosa, 21.502; Chantrea, 15.797; Rochapea, 20.036; San Jorge, 10.360 y Orvina, 8.653.
Economía
Municipio con claro predominio del sector terciario. Los servicios ocupaban (1986) cerca de 34.000 personas, el 64% de la población ocupada de Pamplona y el 47,27% del conjunto del sector en Navarra. El mayor nivel de actividad era generado por el comercio, administración y orden públicos, enseñanza y sanidad. El comercio empleaba (1981) a más de 6.000 personas, distribuidas en 2.000 centros. Administraciones públicas, defensa y seguridad social ocupaban a 4.360 empleados en 100 centros de trabajo. La educación se impartía ?siempre en 1981? en 206 centros de docencia; 18 de Preescolar, 47 de EGB, 34 de Bachillerato, 27 de Formación Profesional; 11 de Educación Superior y 69 de otro tipo.
La sanidad empleaba cerca de 3.000 personas, entre personal médico, sanitario y de asistencia auxiliar, repartidas en 158 centros y consultas; el 65% correspondía a hospitales, clínicas, sanatorios, igualatorios. Otros 1.300 empleos generaban las asistencias sociales y asociaciones no profesionales, y 1.000 los servicios profesionales a empresas.
El sector industrial ocupaba cerca de 12.500 personas en manufacturas y a 4.200 en la construcción, el 25,6% de la población industrial regional y el 36% del total ocupado del municipio; existían un millar de establecimientos industriales, entre los que destacan, por su número de empleos, los transformadores de metales y mecánicos en general (6.000); dentro de los primeros, cabe reseñar la construcción de vehículos automóviles y piezas de recambio (4.000), con 30 establecimientos, exceptuadas máquinas y material de transporte, las industrias de productos metálicos empleaban 1.300 trabajadores en 122 centros.
Alimentación, bebidas y tabaco ocupaban a 1.700 empleados; textil, calzado y cuero a 1.200. La industria de papel, cartón y artes gráficas ofrecía 600 puestos de trabajo, los mismos que la química no básica y 100 más que la del mueble, madera y productos de construcción.
El sector primario, fundamentalmente agrícola, apenas empleaba a 100 personas. Aparte de los cultivos cerealistas (332 Ha) y de regadío (56 Ha) existían 5 ganaderías intensivas de vacuno y caballar.
La población activa era, en 1986, de 68.888 personas, de las que 15.299 se encontraban en paro.
Desempleo registrado (31.3.1987): 14.728 personas.
Presupuestos de gastos:
1980: 2.135 millones de ptas.
1983: 4.310 millones de ptas.
1986: 6.807 millones de ptas.
1987: 7.503 millones de ptas.
1988: 8.296 millones de ptas.
1989: 9.666 millones de ptas.
Heráldica municipal
Carlos III el Noble, al otorgar a Pamplona el privilegio de la Unión, el día 8 de septiembre de 1423, dispuso en el capítulo decimoquinto cuáles habían de ser las armas que usase la ciudad: «…Todo el dicto pueblo de nuestra dicta Muy Noble Ciudat de Pomplona, unido como dicto es, aya a auer un sieillo grant et otro menor para contra sieillo. Et un pendon de unas mesmas armas, de las quoalles el campo sera de azur; et en medio aura un leon passant, que sera dargent; et aura la lengoa et huynnas de guenlas. Et alderredor del dicto pendon aura un renc de nuestras armas de Nauarra, de que el campo sera de guenlas et la cadena que yra alderredor, de oro. Et sobre el dicto leon, en la endrecha de su exquina, aura en el dicto campo del dicto pendon una corona real de oro, en seynnal que los reyes de Navarra suelen et deuen ser coronados en la eglesia Catehedral de Sancta María de nuestra dicta Muy Noble Ciudad de Pamplona».
Casa Consistorial
Se comenzó a construir en 1752 sobre el solar de la que existió anteriormente y se inauguró en 1760. Es un amplio edificio exento construido en piedra y ladrillo. La fachada principal consta de tres cuerpos, adornados en los tres estilos clásicos: dórico, jónico y corintio respectivamente. Lo rematan un ático y frontón saliente, con estatuaria y una balaustrada de piedra con amplias volutas en sus extremos.
La Casa Consistorial anterior, ubicada en el mismo sitio, existía ya en 1483. Fue un auténtico símbolo visible de la unión de los tres burgos propiciada por el Privilegio de la Unión dictado por Carlos III el Noble, ya que se levantó en el foso existente entre las antiguas murallas de los tres barrios que fueron derribadas con la aplicación del Privilegio. El Ayuntamiento está regido por alcalde y veintiséis concejales.
Historia
Se han localizado asentamientos protohistóricos en el propio núcleo urbano, en Santa Lucía* y en el Soto de Lezkairu*. En un lugar no bien determinado se encontraron tres hachas metálicas de la Edad de Hierro. (Pompaelo*).
Por su emplazamiento en un cerro sobre el Arga, apto para controlar y organizar la cuenca prepirenaica de su periferia inmediata, el primitivo núcleo habitado fue quizá uno de los puntos de escala y apoyo de las migraciones célticas hacia la Península hispánica. En todo caso, consta con seguridad que en el invierno de los años 75 a 74 antes de Cristo sirvió de campamento a la milicia del general romano Pompeyo, considerado luego por ello fundador de Pompaelo, nombre sin embargo de dudoso origen. Bajo el imperio de Roma se consolidó la población y fue ampliando sus funciones como encrucijada de caminos y cabeza de comarca.
Mansión notable del eje occidental de relación transpirenaica entre las provincias galas e hispanas, quedó conectada además con la costa cantábrica a través de la vía que conducía hasta Oiasso (hacia Oyarzun o Pasajes). Por otra parte, dos rutas la enlazaban con la gran arteria que remontaba el curso del Ebro: una llegaba directamente desde Caesaraugusta (Zaragoza), la otra desde las cercanías de la actual Logroño. Se conformó así ?incluso con un ramal intranspirenaico hasta la cabecera del río Aragón, en tierras jacetanas? un sistema regional de comunicaciones centrado en Pamplona desde los comienzos de nuestra era.
Las excavaciones arqueológicas han puesto en evidencia el recinto y la infraestructura de un polo urbano dispuesto según pautas romanas sobre el solar del actual sector catedralicio de la Navarrería, con su foro, sus termas y demás servicios. Los hallazgos de mosaicos, esculturas, cerámicas y monedas corroboran la escasa información escrita conservada. Esta muestra del ascenso de Pompaelo desde su condición de centro de convocatoria de perfiles todavía tribales, civitas estipendiaria ?como la cataloga Plinio el Viejo?, hasta su madurez en el siglo II como respublica o municipio romano, con sus duoviros y magistraturas locales y el correspondiente pagus o lógico ámbito rural de su dependencia.
Las primeras incursiones germanas a través del Pirineo debieron de arruinar pasajeramente y encoger la población, hacia el año 275, en época próxima tal vez a las primeras conversiones a la fe cristiana, propagada por legionarios, comerciantes, y funcionarios. Aun prescindiendo de las tradicionales indemostrables que bastantes siglos después alimentaron piadosamente el culto de los santos patronos Saturnino y Fermín, consta fehacientemente que en el siglo VI alojaba Pamplona la sede de un distrito episcopal comprensivo de gran parte del antiguo solar hispano de los Vascones. Al compás del proceso general tardorromano de ruralización socioeconómica, la irradiación urbana pamplonesa había ganado los espacios comarcales contiguos, como las antiguas civitates de los «illuberritanos» hacia oriente y los «aracelitanos» hacia poniente.
Su cinturón fortificado, y también la capacidad de movilización de ejércitos privados entre los siervos de las villae y los latifundios de la aristocracia en las fértiles cuencas circundantes, desempeñaron papel importante en la cobertura romana del Pirineo occidental que, sin embargo, se fracturó y abrió los caminos de Hispania a los invasores alanos, vándalos y suevos (409). El propio emperador Honorio había elogiado y alentado en tales circunstancias a su «milicia» de Pamplona. Los visigodos debieron de controlar la ciudad desde que el rey Eurico dispuso hacia el año 472, la ocupación permanente de la provincia Tarraconense. Fue hasta el 507 nudo esencial de la corriente migratoria goda desde los asentamientos de la Aquitania segunda o atlántica hacia los campi Gothorum y la cuenca del Duero. Luego debió de servir de primer bastión frente a las ofensivas franco-merovingias ?como las de los años 541 y 631? y, al mismo tiempo, puesto clave de las operaciones de policía organizadas con frecuencia contra las bandas depredadoras nutridas por los periódicos excedentes de población de los vecinos valles y montañas de economía deprimida. Una necrópolis parece acreditar la continuidad de la presencia visigoda en la ciudad. Por otra parte, sus obispos se hacen oír esporádicamente ?como los de otras sedes igualmente excéntricas ? en las asambleas conciliares de Toledo Liliolo en el año 589, Juan en el 610, Atilano en el 683 y Marciano en el 693, los dos últimos representados por el diácono Vincomalo.
Inclinados probablemente a favor de Agila II, hijo del rey Vitiza, como gran parte de la región Tarraconense ?opuesta al nuevo soberano Rodrigo?, los cabecillas pamploneses debieron de capitular sin dificultades ante los musulmanes en cuanto éstos señorearon hacia el año 714 la cuenca del Ebro. En esta época la antigua organización municipal del espacio había sido definitivamente sustituida por un régimen basado en el prestigio y los poderes fácticos de la nobleza local, dueña de grandes heredades y usurpadora probablemente de derechos y «villas» fiscales. Sus miembros, interlocutores válidos ahora ante los representantes del soberano cordobés, conservaron su religión cristiana y una gran libertad de acción. Por esto, no es raro que en los momentos de aparente debilidad del poder establecido suspendieran la entrega del tributo pactado como signo de sumisión al Islam.
Parece que, para bloquear seguramente los accesos desde la Galia, el emir Uqba instaló una guarnición en Pamplona (734). La ciudad tuvo que ser reocupada por Abd al-Rahman I (781) tras la famosa expedición de Carlomagno hasta Zaragoza. El gran monarca franco tal vez había sido acogido favorablemente por la aristocracia local, aunque en la retirada había desmantelado las defensas del oppidum pamplonés (778) para dificultar sin duda la reacción de los musulmanes. La nueva ofensiva carolingia, generalizada a comienzos del siglo IX por todo el reborde meridional de la cordillera pirenaica, afectó también a las tierras de Pamplona. El propio Luis el Piadoso, todavía rey de Aquitania, compareció en la ciudad (812) y proyectó convertirla en un condado franco. Pero poco después una enérgica contraofensiva andalusí malogró en sus inicios el efímero cambio de soberanía (816). Tornaron a la obediencia de Córdoba los linajes dominantes de la alta Navarra, respaldados por sus congéneres de la ribera, los Banu Qasi, convertidos un siglo atrás a la fe de Mahoma.
Es muy posible que durante todo el siglo VIII no se interrumpiera en Pamplona la sucesión episcopal. Constan al menos para la siguiente centuria los prelados Opilano, en el año 829, y Wilesindo, hacia 848-851, ambos con nombre de clara raigambre goda. Esta permanencia de la jerarquía cristiana, la floración monástica coetánea, acreditada en Leire, Igal y Urdaspal, los alientos mozárabes transmitidos a mediados de siglo por San Eulogio y, sobre todo, el decidido despliegue de la monarquía ovetense pueden explicar el progresivo desarrollo de un espacio político en torno a Pamplona, impulsado por la familia del clan nobiliario más afortunado en las confrontaciones armadas con los agentes del soberano cordobés. A comienzos del siglo X coagula definitivamente un verdadero reino pirenaico-occidental que toma su nombre de Pamplona, capital eclesiástica del territorio nucleador de la nueva monarquía. Incluso los miembros de la nobleza armada hereditaria van a ser los milites Pampilonenses por antonomasia.
Las expediciones de castigo, primero, y de intimidación después, condujeron a los ejércitos musulmanes en diversas ocasiones hasta Pamplona. Abd al-Rahman III, por ejemplo, arrasó completamente (924) su caserío y su iglesia, la primitiva catedral sin duda. Por ello, cuando con Sancho el Mayor se encastilló la raya fronteriza, que bloqueó los accesos hacia el interior de la Navarra nuclear, la ciudad había quedado reducida a una menguada aglomeración campesina, colocada además bajo el señorío temporal del obispo. Sólo a finales del propio siglo XI iba a empezar a recobrar su fisonomía urbana como consecuencia del asentamiento de inmigrantes «francos», favorecido por Sancho Ramírez, «rey de los Pamploneses» (1076), en el marco de una política de potenciación general ?demográfica, económica, social y religiosa ? de sus dominios, en particular siguiendo los tramos residuales de la antigua red viaria, reanimados pronto por el espectacular movimiento de las peregrinaciones a Compostela. Amén de rescatar en parte su primitiva función de escala obligada de una de las grandes rutas transpirenaicas, Pamplona se iba a erigir un nudo principal del tráfico mercantil a través de Navarra, como demostrarán pronto las utilidades del derecho de peajes que algunos se avinieron a compartir con el obispo.
La primera oleada migratoria conformó el «burgo» de San Saturnino o San Cernin, a cuyos pobladores extendió (1129) Alfonso I el Batallador el fuero de Jaca. Provenían mayoritariamente de la región tolosana, como sugiere la advocación de su iglesia, que dio nombre a la nueva planta urbana, de contorno pentagonal según J. M. Lacarra, hexagonal para J. J. Martinena Ruiz, puntual estudioso de la topografía medieval pamplonesa. Mercaderes, cambiadores de moneda y artesanos cerraron filas en un núcleo hermético, restringiendo severamente la incorporación y las actividades de vecinos de diferente condición social ?nobles o infanzones, clérigos, villanos o «navarros»?, que podían alterar la armonía jurídica y económica de la pujante comunidad. Hacia mediados del mismo siglo XII se había yuxtapuesto al sur del «burgo viejo» otra «población» con forma de bastida, la de San Nicolás, dotada también del estatuto jacetano de franquicia, aunque menos impermeable ya en la recepción de nuevos vecinos; por otra parte, éstos debían abonar a la instancia señorial directa ?en este caso el arcediano de la tabla? un censo anual por razón del solar que ocupaban. Un fuero semejante se otorgó finalmente (1189) a la arcaica «ciudad», a la que algunos textos oficiales habían aplicado en ocasiones la denominación vascónica de Iruña; acabó llamándose Navarrería, en referencia probable a la anterior condición villana de la mayoría de sus pobladores, siervos de la mitra.
A mediados del siglo siguiente se había completado la infraestructura topográfica de la conurbación pamplonesa, que alcanzaba entonces probablemente su máxima cresta demográfica medieval, unos 1.500 fuegos. La Navarrería había generado un pequeño burgo contiguo, el de San Miguel, hacia el sector de más densa ocupación canonical, y cobijaba en el lado contrario la aljama judía; en la extremidad opuesta a la iglesia de San Cernin se había alzado la de San Lorenzo y, junto a ella, sobre tierras del mercado del burgo se había concentrado una «pobla nova» de labradores y callejero, por tanto, vascuence. Aparte de los recelos del clero secular y otros motivos de índole religiosa, quizá puede deberse a la saturación del recinto habitado el emplazamiento extramural de los conventos fundados en el propio siglo XIII ?Franciscanos, Clarisas, Predicadores, Mercedarios, Antonianos?, muestra por otro lado de la prosperidad de la burguesía pamplonesa, en particular la de San Cernin; sus cambiadores, concentrados en la rúa Mayor, extienden sus operaciones de banca más allá de los límites del reino, amasan cuantiosas fortunas y disfrutan más o menos soterradamente notoria influencia política.
Cada una de las entidades nacidas al compás del desarrollo urbano configuró un municipio diferenciado, con sus propios concejos y jurados, su alcalde o juez y el oportuno representante del señor de la ciudad ?el obispo?, oficial denominado «amirat» en San Cernin y San Nicolás, y «preboste» en la Navarrería. En estas circunstancias no debe sorprender que la coexistencia entre los distintos núcleos se hiciera con frecuencia incómoda e incluso violenta, por las fricciones personales o de grupos, la emulación económica y la fragilidad de la autoridad episcopal que propició las ingerencias de los monarcas, atentos además a sacar partido de unos rendimientos pecuniarios imprevisibles en la época ya remota de dejación de la jurisdicción temporal. Baste recordar la lucha cruenta del burgo contra la población y la ciudad, solventada por Sancho el Fuerte y su hijo el infanteobispo Ramiro (1222) mediante una paz exculpatoria de los agresores, los de San Cernin; el prolongado pleito entre el rey Teobaldo I y el prelado Pedro Jiménez de Gazólaz; el fracaso de la unión de 1265, pronto anulada por Enrique I; la manipulación nobiliaria del enfrentamiento de San Cernin y San Nicolás, soldados en un solo concejo, contra la Navarrería, arrasada por las tropas francesas (1276) como reducto ocasional de las fuerzas reacias a la sucesión de la dinastía capeta sobre el trono navarro. Fracasados los proyectos de 1255 y 1281 para la implantación de un condominio sobre el conjunto urbano y tras largas negociaciones, el obispo acabó renunciando a la jurisdicción temporal (1319) a cambio de algunas compensaciones económicas.
Aunque a partir de 1162 el antiguo título oficial de «rey de los Pamploneses» fue sustituido por el de «rey de Navarra», Pamplona siguió vinculada a los orígenes del reino y su obispo fue siempre el primer magnate de la curia regia. «Pamplona es como un espejo en el reino, pues es la única ciudad, y por tanto deseada por todos los reyes», reconocía en 1281 el obispo Miguel Sánchez de Uncastillo; como «cabeza de nuestro reino de Navarra» la definiría más adelante (entre 1366 y 1382), por ejemplo el monarca Carlos II. En su catedral de Santa María debía consagrarse, según fuero, el nuevo soberano. Y aunque como casi todos los reyes medievales, los de Navarra fueran también itinerantes y dispusieran de varias mansiones, es lógico que fijaran sus ojos en Pamplona, la única sede episcopal propia desde que en la segunda mitad del siglo XII se define el contorno geopolítico de la monarquía. No debe atribuirse a mero capricho la edificación por Sancho VI el Sabio en la Navarrería del palacio real de San Pedro (1189), «con su capilla, su horreo y cellario…, su era y su pajar». Aunque Sancho VII el Fuerte lo dio al obispo García Fernández (1198), el prelado Pedro Jiménez de Gazólaz lo restituyó a Teobaldo I en un convenio (1255) pronto anulado por el papa Alejandro IV. De la cesión de la jurisdicción temporal sobre Pamplona se excluyó curiosamente el palacio; sólo después de diversas reclamaciones y alternativas, incluidos momentos de utilización conjunta («la casa del obispo, donde se alojaba el rey», se escribía en 1418), el papa Martín V dispuso su entrega definitiva a la Corona (1427).
El rey Carlos III había acabado con los últimos roces de los concejos pamploneses al promulgar el denominado «Privilegio de la Unión» (8 de septiembre de 1423) que fundía aquellos en un solo municipio, con diez jurados (cinco por San Cernin, 3 por San Nicolás y 2 por Navarrería), un solo alcalde o juez ordinario y un único «justicia», que sustituía incluso en su denominación a los antiguos almirantes y preboste. Había además un estatuto jurídico común, el Fuero general. Y la ciudad, calificada ya de «muy noble», dispondría en adelante de su emblema definitivo, el blasón con león de plata rampante sobre campo de azur, y la corona para significar que la catedral pamplonesa era lugar tradicional de coronación de los monarcas.
La reconstrucción de la Navarrería no empezó hasta 1319. Una parte de sus ruinas habían servido para edificar el castillo del rey (1308) y poco antes se habían iniciado las obras del nuevo claustro catedralicio. No tardó, sin embargo, en llegar para Pamplona, como para todo el reino, un prolongado período de crisis, agudizada por la Gran Peste (1348) y las sucesivas epidemias de 1362, 1383, 1400-1401, 1412, 1429 y 1442. La regresión demográfica se hace patente en 1366: el complejo urbano apenas alberga un millar de familias, el 46% en San Cernin, el 36% en San Nicolás y un 18% en la Navarrería. El excedente de solares abandonados quizá explique en parte la ubicación intramuros de las nuevas fundaciones religiosas, como los conventos Agustinos y Carmelitas. Previsoramente Carlos II consolida el recinto amurallado, que algunos años después resiste el asedio de los castellanos (1378), cuyas tropas talan todos los campos del contorno pamplonés.
Cuando la población parecía recuperarse ya, siquiera con lentitud, como denotan los casi 1.400 fuegos de 1428, no iba a tardar en verse seriamente complicada en las guerras civiles desatadas bajo Juan II. Frecuentada por el príncipe Carlos de Viana, como gobernador y lugarteniente general del reino, su «muy noble y leal» Pamplona se convirtió en el principal foco del bando beaumontés, que en ella convocó Cortes generales para proclamar rey al príncipe (1457), sofocó violentamente una conjuración agramontesa (1471) y desafió impunemente a la lugarteniente Leonor. Sólo mediante concesiones consiguió la regente Magdalena que fuera reconocido en la ciudad su nieto Francisco Febo (1481), y los reyes Catalina y Juan III de Albret pudieron coronarse (1494) tras su compromiso de vedar los cargos e incluso la entrada en la ciudad a los agramonteses. Con todo, a finales de siglo, se edificó la nueva casa consistorial o «de la jurería» donde había dispuesto Carlos III, Arnaldo Guillermo Brocar montó una imprenta (1490) y la antigua sinagoga mayor se convirtió en estudio de gramática (1499).
En la festividad de Santiago de 1512, los jurados entregaron las llaves de la ciudad a Fadrique Toledo, duque de Alba, y los pamploneses aceptaron como nuevo soberano a Fernando el Católico a cambio del juramento de sus fueros y libertades. Se alzó enseguida un nuevo castillo, que no pudo resistir la contraofensiva de Enrique de Albret (1521); en sus muros cayó herido Iñigo de Loyola; mas los castellanos no tardaron en recuperar la ciudad.
Desde la incorporación del reino a la corona de Castilla, Pamplona se consolidó como capital política de Navarra. En ella se celebraron 55 de las 78 sesiones de las Cortes generales reunidas en lo sucesivo hasta las últimas de 1828-1829. Fue sede del virrey, que en 1539 se instaló en el «palacio viejo» (de San Pedro), y abandonó el castillo, sustituido por otro hacia el solar actual de la Diputación. Se habilitó un nuevo edificio para el Real Consejo, y la Cámara de Comptos, radicada en Pamplona desde su organización por Carlos II, halló en la calle de las Tecenderías asiento definitivo hasta su extinción. La construcción de la ciudadela desde 1571 y el reforzamiento ulterior del recinto amurallado comunicaron a Pamplona el carácter de plaza fuerte, organizadora de las defensas de la frontera pirenaico-occidental.
A mediados del siglo XVI albergaba casi dos millares de familias. Habían concluido las obras de la nueva catedral gótica, iniciadas en 1394 tras el hundimiento de la nave central de la románica edificada en los comienzos del siglo XII. Los conventos de la Merced, Santo Domingo y San Francisco se inscribieron entonces en el casco urbano, modelado aprovechando los espacios medianeros de los antiguos núcleos. Entre finales del mismo siglo y comienzos del XVII se establecieron los Jesuitas, Trinitarios y Capuchinos. El arcediano Ramiro de Goñi había fundado ya el Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, patrocinado por el «Regimiento». Los antiguos «jurados» municipales habían tomado la denominación castellana de «regidores»; renovaron las ordenanzas y los cuadros del gobierno local y diversificaron e incrementaron sus recursos tributarios. Se amplió el radio de las actividades mercantiles, se renovaron las cofradías profesionales y artesanas, florecieron los talleres artísticos, como el del escultor Juan de Anchieta (1578) y el tiempo fue borrando la memoria de las anteriores facciones y antagonismos internos.
La peste bubónica de 1599 y, sobre todo, las repercusiones locales de la crisis general de la monarquía de los Austrias explican el estancamiento y aun la merma de población, que en 1646 sumaba poco más de 1.899 familias. Al pronunciarse a favor de Felipe V (1700), se libró Pamplona de los estragos de la Guerra de Sucesión, pues las tropas del archiduque de Austria sólo lograron llegar hasta Aoiz y Urroz. Con la paz se reanudó el crecimiento demográfico hasta las 14.000 almas de 1786. Encerrada entre murallas, la ciudad fue ganando en altura. Se inaugura en esta centuria la primitiva casa de Misericordia (1706), se remozan algunas mansiones nobiliarias, el palacio episcopal (1732-1736) y el seminario de San Juan (1734), se construyen el nuevo palacio consistorial (1752) y las capillas de San Fermín en la iglesia de San Lorenzo y de la Virgen del Camino en la de San Cernin, y se edifica la sacristía de la catedral, dotada además de su nueva fachada neoclásica (1783). Se realiza coetáneamente las obras de alcantarillado (1772) y la conducción de aguas desde Subiza a través del acueducto de Noáin (1790), se diseñan en el interior fuentes monumentales, se instala una red de alumbrado (1799) y se rotulan y numeran las calles, cuyas viviendas experimentan importantes remodelaciones.
Durante la Guerra de la Independencia albergó tropas francesas que habían capturado por sorpresa la ciudadela (16.2.1808) y que, en las postrimerías del conflicto, resistieron tenazmente un asedio de cuatro meses. Más adelante, la guarnición militar se alzó prontamente a favor de la constitución de Cádiz (11.3.1820), se sucedieron las conspiraciones absolutistas y los disturbios y la ciudad estuvo cercada durante medio año por los realistas hasta su rendición (17.9.1823). Con todo, Fernando VII le concedió el galardón de «Muy Heroica».
Constituida Navarra en provincia (1833), Pamplona siguió como capital, asiento de la Diputación Foral ?como antes de la Diputación del Reino?, residencia del delegado del gobierno central (jefe político y desde 1849 gobernador civil), con audiencia territorial desde 1836 y una capitanía general convertida luego (1893) en gobierno militar.
En las guerras carlistas fue Pamplona santuario inviolable del régimen liberal. Se proclamó a Isabel II (2.3.1834), se impuso la corriente de opinión de la burguesía local y la ciudad resistió el primer bloqueo enemigo, que se repetiría con mayores penalidades y duración cuarenta años después (1873-1874). Con la desamortización de bienes eclesiásticos, se edifican el Teatro Principal (1841) y el Palacio de la Diputación sobre solares del convento de Carmelitas; el convento de Santo Domingo se convierte en Hospital Militar (1841), y el de San Francisco en escuela; otros, como el de la Merced, se transforman en cuarteles. Se construye la primera plaza de toros de fábrica (1843), se funda un Instituto de Segunda Enseñanza (1842) y se abre la estación de ferrocarril (1860).
Ante el intento de supresión del convenio económico foral por el ministro Germán Gamazo, la ciudad es teatro de una magna concentración de navarros en defensa de sus derechos históricos (4.6.1893) y, como simbólico testimonio de la «Gamazada», se labra el Monumento a los Fueros, concluido en 1903.
La evolución del carácter castrense de la plaza había permitido ya la edificación del «primer ensanche», con el Palacio de Justicia (1890-1898) y los nuevos cuarteles, preludio de las sucesivas ampliaciones del recinto medieval y la espectacular mutación de la ciudad contemporánea desde los años veinte y, especialmente, desde los inicios de la segunda mitad del siglo XX.
Configuración externa de la ciudad en 1512
El cerco amurallado reforzado con múltiples torreones, presentaba el siguiente aspecto:
Frente de poniente: En el vértice NO de la ciudad, hoy plaza de la Virgen de la O, la torre y puerta de Santa Engracia, sobre el barrio del mismo nombre, después Rochapea. Apoyada en el desnivel sobre la cuesta más tarde denominada de la Estación o del Portal Nuevo, una cortina amurallada protegía al antiguo burgo de San Cernin hasta alcanzar la puerta de San Llorente o San Lorenzo, amparada y protegida por el bastión de la iglesia-fortaleza del mismo nombre. Desde ésta, hasta la puerta de la Traición o de las Zapaterías, cerca del final de la calle de San Antón, se alzaba la torre de María Delgada que conservaban los calabozos de reos de muerte y los potros y herramientas de suplicio. Muy cerca se erguía el doble cubo de la Torredonda o Torredondas en el ángulo SO de la Plaza.
Frente sur: A partir de la Torredonda o Torredondas, que era una torre doble, la externa más pequeña que la interna y ambas adosadas, la muralla corría en dirección E por donde se estira la actual acera N del Paseo de Sarasate. Al llegar debajo de la iglesia-fortaleza de la población, se abría el portal o puerta de San Nicolás. Más adelante otra puerta más sencilla y modesta daba entrada al barrio de los Triperos, la puerta de la Tripería cuya situación coincidiría con la actual salida de la calle de las Comedias al Paseo de Sarasate. A pocos pasos, una amplia explanada, que se extendía desde las murallas de la población hasta las de la Navarrería. En este descampado se erguía, hasta contactar con las murallas de la Navarrería, un castillo medieval construido entre 1308 y 1310 por el rey Luis el Hutín. Al SO de esta fortaleza estaba el convento de Santiago de la Orden de Predicadores, construido en la segunda década del siglo XIII. Tres siglos más tarde en el solar del cenobio se construyó el Palacio Foral de Navarra. A la izquierda quedaba la plaza de armas del castillo, anteriormente prado de la procesión de los padres Predicadores. Por el lado S de la ciudad de la Navarrería, y en el primer tramo, daba acceso al barrio de las Carpinterías de la Navarrería, la puerta de la Tejería. Desde ese punto una pendiente suave descendía hasta el Arga; en la mitad del trayecto, la muralla terminaba en el vértice SE de Pamplona, ocupado por un gran cubo o torre, la de Caparroso.
Frente oriental: Este flanco se asomaba al barrio de la Magdalena, topónimo debido al lazareto levantado al otro lado del puente. La muralla se extendía desde el cubo de Caparroso hasta el vértice NE de la plaza, en el cual se levantaba la torre del Tesorero, cubo de la Tesorería, también torreón de la Moneda, nombres dados por su proximidad a la Tesorería, ubicada en el barrio de la Canonjía.
Frente norte: El costado norte, cara al monte de San Cristóbal y en gran parte sobre el río Arga, se prolongaba desde la torre de la Tesorería hasta la de Santa Engracia. En él se abrían dos puertas: la del Abrevador (después de Francia y de Zumalacárregui), al final de la calle de los Peregrinos antes de San Prudencio; ?hoy del Carmen? y la de Jus o Ius la Rocha, posteriormente vasconizada con el nombre de Rochapea. Además de estos dos portales, por los que entraba y salía de la ciudad una gran parte del tráfico rodado, existía en la calle de las Carnicerías del burgo ?antigua Brotería?, al final de las Belenas ?hoy calle Eslava? una puerta accesoria, para uso de peatones, la poterna o postigo de las Carnecerías, por donde se entraba y salía del burgo, hacía un camino serpenteante que unía la puerta con el puente nuevo, hoy llamado de Rochapea. Entre los portales del Abrevadero y de Jus la Rocha se alzaban las torres del palacio de los Reyes de Navarra.
Configuración interna de la ciudad
En el siglo XVI persistía en gran parte la conformación de los antiguos burgos medievales y ciudad de la Navarrería, con parte de los fosos de los siglos XIII y XIV, y, sobre todo, las vetustas rúas, que en su mayoría continúan en la actualidad.
En la Navarrería, destacaba la catedral. En los aledaños de la iglesia mayor, hoy plaza de San José, estaba edificado el canonicato o barrio de la Canonjía. No existía la calleja de Salsipuedes. La calle del Redín pertenecía a la Canonjía y la calle del Carmen, entonces de los Peregrinos, anteriormente en el siglo XIII fue rúa de San Prudencio y después calle Mayor de los Peregrinos o Gran Rúa de la Navarrería. La actual calle de la Navarrería poseía dos denominaciones: la parte baja se llamaba como hoy, pero la parte alta, es decir, el tramo próximo a la catedral se conocía como la Pitancería o calle de la Ración. Entre ambos, la parte ancha que rodea la fuente de Santa Cecilia se denominaba placeta de la Navarrería, plaza de Zugarrondo y plaza del Árbol de la Navarrería. La actual calle del 2 de mayo de 1808 era la calle del Palacio, anteriormente de San Pedro.
La calle Curia era la Subida de Nuestra Señora, aunque después recibió el título de Subida de la Seo. Primitivamente, pertenecía a la calle Mayor de la Navarrería.
El barrio de San Martín se había convertido en rúa de Çuarrondo o Çuarrondos para llegar a nuestros días como calle del Dormitalero o Dormitalería.
La calle que desde finales del siglo XVII fue llamada de la Compañía había sido bautizada antes de la destrucción de la Navarrería (1276) como calle del Obispo, en el siglo XIV calle de Englentina y posteriormente rúa de Santa Catalina, del Alférez y del Condestable Viejo.
La calle de la Merced, así llamada desde la segunda mitad del siglo XVI, fue en tiempos pretéritos rúa Mayor del barrio Nuevo después de que en 1498 fueron expulsados los judíos, y anteriormente rúa Mayor de la Judería y barrio de Suso o Superior.
La calle de la Tejería ostentaba este título desde 1295 en que se construyó un horno de tejería.
En el siglo XVI, la calle de San Clemente se transformó en la de San Agustín, y el barrio Meano o Mediano de los comienzos de la reconstrucción de la Navarrería en 1324, se llamaba desde el mismo siglo XIV calle de la Calderería.
La calle Mayor de la Navarrería, o calle principal de la ciudad de la Navarrería, cruzaba ésta desde la catedral hasta la puerta que atravesaba la muralla frente al portal del Burgo, hoy plaza Consistorial. Este título de calle Mayor persistió desde el siglo XIV hasta la segunda mitad del siglo XVI en que se convirtió un tramo en calle del Mentidero y otro, en Subida de Nuestra Señora; la del Mentidero se trocó desde los comienzos del siglo XVIII en calle de los Mercaderes.
La calle de la Mañueta, antes del siglo XVIII ostentó los títulos de rúa de los Caños, rúa de los Baños y también el de barrio de la Mulatería.
La belena Travesana, citada en la carta de repoblación de la Navarrería, se había convertido en belena de San Clemente hasta que en el siglo XVII se transformó en la calle del Horno Blanco o calle del Horno Blanco de Alambex, posteriormente en bajada de San Agustín y desde 1886 en calle de Javier (San Francisco).
Para completar el enunciado de las calles de la Navarrería cabe reseñar la calle de la Estafeta, la que más títulos ha ostentado. Se comenzó llamando en el siglo XIV rúa de Araya y de las Eras, posteriormente Carpintería de la Navarrería, título que se fue convirtiendo sucesivamente en rúa de la Zaga del Castillo, Carpinterías de la Zaga del Castillo y rúa Tras del Castillo. Después de 1512 se la denominó calle de Tras de la Plaza del Castillo Viejo y Tras de la Plaza del Castillo. En el siguiente siglo aparece como título el del santo del barrio: calle de San Tirso o Santis, hasta alcanzar en el siglo XVIII el definitivo de Estafeta.
La principal calle del Burgo de San Cernin era la calle Mayor, único título que ha persistido sin cambio alguno desde el siglo XII. Aquella calle está dividida en dos barrios independientes llamados Mayor de la corregería ?comprendido entre las Belenas, hoy Eslava, hasta San Lorenzo? y Mayor de los Cambios ?desde las Belenas hasta San Cernin?
Próxima a ésta y de casi tanta categoría era el barrio de las Pellejerías, más tarde calle Jarauta.
De esta última nace una gran calle que en sus comienzos se llamaba Brotería, Brotería Vieja o Carnicerías del Burgo, títulos que persistieron hasta el siglo XVII, en que fueron relegados por el del convento instalado en ella el de los Descalzos.
En las proximidades del comienzo del barrio de las Carnicerías, en el vértice nordeste del burgo, en el medievo se instaló el llamado barrio de la Rocha, y con el mismo nombre se denominaron las murallas de la zona, una calle del sector, la puerta del burgo sita en sus proximidades y una gran torre que posiblemente fue la que dio el título a todo. En la Rocha estaba el barrio de las Carpinterías del burgo. La Rocha desapareció hace siglos, pero dejó como recuerdo el nombre del portal, del puente y barrio construidos debajo de ella, Jus o Ius la Rocha, es decir debajo de la Rocha, que con los años se vasconizó en Rochapea.
En 1547, el arcediano de tabla Ramiro de Goñi mandó construir a sus expensas el Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, hoy Hospital General de Navarra. En su primitivo solar está hoy el Museo de Navarra.
El primitivo título de la calle que desde 1840 se denomina de San Lorenzo, fue el de barrio de la Burullería, o barrio de los burulleros o artesanos de telas bastas y saquerío.
En el lugar de las hoy llamadas escalericas de Santo Domingo o escalericas de San Saturnino existió desde la Edad Media una puerta llamada del Burgo, del Chapitel, de la Frutería, de la Galea y Puerta Lapea o Portalapea; desapareció a principios del siglo XIX.
En el siglo XVI, el relleno de los fosos que separaban los burgos y la Navarrería habilitó nuevos solares aptos para construir. En las proximidades de Portalapea se edificó una nueva calle, denominada Bolserías por asentarse en ella el gremio de guanteros y bolseros. En 1890 se ensanchó aquella estrecha calle, a costa de la cesión hecha por Francisco Seminario de una parte del solar que obtuvo derribando varias casas de su propiedad. A la nueva calle reformada se le puso el nombre del patrón del barrio: San Saturnino, y al nuevo pasadizo público que desde entonces comunica las Tecenderías ?Ansoleaga? con la de San Saturnino se le dio el nombre del generoso pamplonés.
Las Tecenderías Viejas o Tecenderías del Burgo era el Barrio que rodeaba la iglesia de San Cernin a excepción de su fachada principal. En los primeros siglos era el barrio de los tejedores en fino. En el siglo XVIII una parte del barrio se escindió y formó la llamada calle de la Campana. Las Tecenderías se convirtieron en 1917 en calle de Florencio de Ansoleaga.
Las ferrerías del burgo de San Cernin aparecen en el siglo XIV como barrio de las Cuchillería y Cerrajería, título que persistió hasta la primera mitad del siglo XIX, en que tomó el nombre de calle de San Francisco.
Barrio de la Pobla Nova del Mercat se denominaba, en occitano, un modestísimo núcleo urbano situado en el extremo del burgo, entre el hoy tramo final de la calle de los Descalzos y las murallas. Aquel barrio persistió desde el siglo XIII hasta mediados del XVII, en que fue derribado en su mayor parte para construir el convento y huerta de los Descalzos. Su título fue dado por haber sido anteriormente lugar de mercado del burgo. En el siglo XIII, los burgueses, que hasta entonces habían impedido que los navarros habitasen con ellos, se vieron obligados a claudicar ante la imperiosa necesidad de mano de obra sin cualificar, y los sujetaron sólo como sirvientes, herreros, jornaleros y sobre todo como labradores. En un rincón del burgo, entre la Brotería y las murallas, se fue acomodando aquella gente. Formaron la Cofradía de los Labradores del Burgo, que mantenía a sus costas un hospital y la ermita de Sanduandía o de la Virgen de la O. Con el tiempo se crearon cinco calles, todas con títulos en vascuence: Sanduandía o Santo Andía (la única que persiste en la actualidad), Urrainodia, Urrea o Sobranza, Arrias Oranza y la rúa de los Sacos, también llamada Zacuninda o Urradinda. En 1640 el barrio constaba de 60 casas o casuchas, muchas de ellas con huerta, en el solar que hoy ocupa el monasterio y su huerto.
La mayoría de las rúas del burgo y la población están dirigidas de oriente a poniente, es decir, en dirección contraria al viento frío dominante en Pamplona, el cierzo. Para facilitar el paso entre las calles largas, existían callejuelas que se denominaban belenas o benelas. En el burgo estas belenas cruzaban desde el fosado del burgo ?hoy calle Nueva, esquina con la de San Miguel? hasta el postigo de las Carnicerías. Comenzando desde este último barrio se llamaban: belena de las Carnicerías, a partir del siglo XVIII belena de los Descalzos, comunicaba las calles de las Carnicerías Viejas y las Pellejerías; belena de las Pellejerías, continuación de la anterior, llegaba hasta la calle Mayor; belena de la calle Mayor, también continuación de las anteriores, alcanzaba la esquina de las Tecenderías y Cuchillería, desde donde se prolongaba con el nombre de belena de San Francisco hasta la calle Nueva. Antes del siglo XVI esta última belena terminaba en el postigo que daba salida al fosado del burgo, frente a otro similar de la población que daba entrada al burgo de San Nicolás por su belena correspondiente, existente en la actualidad la llamada belena de San Miguel. En 1877 el ayuntamiento mandó derribar todas las casas del lado izquierdo de las belenas, según se mira de San Francisco hacia la calle de los Descalzos, y construir nuevos edificios y ampliar la calle. Aquella nueva vía urbana se bautizó con el nombre de calle de don Hilarión Eslava.
El burgo de San Nicolás, más conocido como la Población, era el núcleo más pequeño de la ciudad. Su rúa Mayor, existente en 1223, se denominaba en el siglo XIV rúa Mayor del chapitel de la Población, aunque el título más utilizado era el de calle Mayor de la Población, que se extendía desde el barrio de las Tiendas ?hoy plaza del Consejo y comienzo de la calle de San Antón? hasta las Carnicerías de la Población ?hoy calle del Pozo Blanco? en donde estaba la puerta llamada de la Salinería, que accedía al chapitel. Después del Privilegio de la Unión (1423) se derribó la puerta de la Salinería y las murallas próximas, y se prolongó la calle Mayor de la Población hasta el chapitel; aquella nueva calle tomó el nombre de calle de la Salinería. En el siglo XVI la calle Mayor de la Población se convierte en calle de las Zapaterías. En el siglo XIX se fusionan las Zapaterías y Salinerías que forman la actual calle de la Zapatería.
En la Población hubo dos gremios en la misma calle en el siglo XIII, los zapateros y los ferreros o herreros. En el XIV los dos barrios se unieron en una sola rúa llamada calle de las Zapaterías y Ferrerías. En el XVI, al convertirse la Salinería en Zapatería, la antigua rúa de las Ferrerías se conoció como calle de las Zapaterías viejas, título sustituido en el siglo XVII por el de calle de San Antón; en la segunda guerra carlista, así como en las épocas de mandato liberal, fue calle de los Mártires de Cirauqui.
Entre las Zapaterías Viejas y las nuevas se abre a un lado, la actual plazuela del Consejo. Esta denominación sólo data de 1855; antes, desde el siglo XIII, fue llamado barrio de las Tiendas, hasta la segunda mitad del siglo XVI, en que al construirse el Consejo Real y cárcel en el solar hoy convertido en plaza de San Francisco, los vecinos fueron cambiando el título de tiendas por el de plazuela del Consejo y a partir de 1790, año en que se instaló en el centro de la plazoleta la fuente de Luis Paret y Alcázar coronada con un Neptuno niño, por el de plazuela de Neptuno, hasta 1855 en que oficialmente se reconoció el actual del Consejo.
La rúa de las Carnicerías de la Población, calle pequeña, fue ostentosa en títulos. A través de los siglos se le ha bautizado, además de ese con los de barrio o rúa de los Carniceros, rúa de la Población, barrio de la rúa de la Población de San Nicolás, barrio de la Población, y desde principios del siglo XVIII, rúa del Pozo Blanco, barrio de la Población del Pozo Blanco, y a partir de 1903, calle del General Moriones; en 1936 recuperó el de Pozo Blanco.
Las Tecenderías de la Población se transformaron en barrio de las Tornerías y éstas en calle de San Nicolás el cambiar los vecinos a San Exuperio, patrón del barrio, por el titular de la Parroquia. En las primeras décadas del siglo XVI la Plaza del Castillo y el barrio de las Tornerías no tenían comunicación directa hasta que en 1535 se derribó una casa estableciéndose una comunicación. Como ésta era descendente desde la Plaza del Castillo, el pueblo la bautizó con el título de bajada de San Nicolás, y en el siglo XX al transformarse la bajada en escaleras, también como escalericas de San Nicolás. Gran parte de la plazuela de San Nicolás y parte del tramo final de la calle de San Miguel estuvieron utilizados hasta comienzos del pasado siglo como cementerio de la Población de San Nicolás.
La actual calle de San Miguel fue desde el siglo XII belena de la Población, después belena de las Zapaterías y por fin belena de San Miguel, persistiendo en la actualidad un tramo, entre las calles de San Antón y Nueva, como único recuerdo de las belenas medievales.
La calle próxima al torreón llamado de la Torredonda o Torredondas tomó su título de éste hasta el siglo XVIII, en que los vecinos cambiaron su nombre por el del patrón del barrio. Así nació la actual calle de San Gregorio.
La calle de la Ciudadela fue bautizada oficialmente en mayo de 1853. Hasta entonces pertenecía al barrio de la Torredonda y se le conocía como calle chiquita de San Antón. Otra vía de la misma antigüedad es la calle de la Taconera, nacida también en mayo de 1853 con motivo de la nueva numeración de calles de la ciudad. Modernamente, en 1974, a esta calle se le amputó un tramo, el más próximo a la iglesia de San Lorenzo, para reconocer oficialmente al denominado por el pueblo rincón de la Aduana.
La rúa Petita, Chica o Chicoa, nombres medievales de una estrecha calle de la Población, se denominó a partir del siglo XVI, rúa Chica de San Nicolás y desde 1840 calle de Lindachiquía.
En la Edad Media, la Tripería o barrio de los Triperos era el lugar en donde vivían los triperos o vendedores de tripas o mandangas en las «tripicallerías», puestos de venta de los despojos del matadero. Junto a éstos, años más tarde, se asentaron los sederos, y la Tripería se trocó en Sedería o calle de la Sedería. Posteriormente, a principios del siglo XVII, al construirse en Pamplona el primer teatro o Casa de las Comedias estable, dicha vía se convirtió en calle de las Comedias, y en 1877 en calle del Dos de Febrero, por ser la fecha en que las tropas del general Moriones entraron en la ciudad por dicha calle después de romper el bloqueo carlista.
Un siglo después de la promulgación del Privilegio de la Unión, los antiguos burgos y la ciudad de la Navarrería continuaban en gran parte separados. Los burgos por el foso del Burgo o Valladar, auténtico estercolero que perduró siglo y medio; en 1582 el virrey de Navarra marqués de Almazán mandó iniciar las obras para convertir aquella cava en una nueva vía urbana que se denominó desde entonces calle Nueva de Almazán, título que con los años se simplificó en calle Nueva. En 1931 el ayuntamiento republicano cambió aquel título por el de calle del Capitán Higinio Mangado; se convirtió otra vez en calle Nueva a partir de 1936.
La mayor extensión de terrenos sin construir estaba entre la Navarrería de un lado y los burgos de otro. En aquel gran espacio se ubicaron la Plaza del Castillo, Chapitela, plaza Consistorial y el barranco de Santo Domingo.
En 1512 la Plaza del Castillo era un erial en el que sólo existían dos edificaciones: el castillo del rey, construido por Luis Hutín entre 1308 y 1310, y el convento de Santiago edificado desde la segunda década del siglo XIII en los mismos solares en los que se emplaza el palacio de Navarra. Como el punto más vulnerable de Pamplona era precisamente éste, se pensó en construir un nuevo castillo, precisamente en el lugar en el que estaba el convento. En 1514 se había derribado el cenobio y se estaba levantando la nueva fortaleza aprovechando las piedras del ya llamado entonces castillo viejo. En 1571 se comienza a construir otro nuevo castillo, hoy llamado la Ciudadela, y simultáneamente se inicia el desmonte del anterior castillo para aprovechar sus piedras en la nueva fortaleza. El viejo castillo había desaparecido para 1592, y en 1597 las Carmelitas Descalzas iniciaron en el solar la edificación de un nuevo convento. Aquel monasterio con su huerta persistió hasta 1838 en que fue derribado. En su amplio terreno se comenzó a edificar en 1840 el Teatro Principal, hoy Gayarre, y en 1843 las obras del actual palacio de la Diputación Foral de Navarra concluido en 1847.
La Plaza del Castillo en el siglo XVI y comienzos del XVII, continuaba siendo un extenso erial, con traseras y corrales de las casas de las calles de las Sederías, Carnicerías de la Población, Salinerías y Tras del Castillo. En 1612 en aquella plaza sólo existía el gran caserón del convento de las Descalzas, hasta que en dicho año el Ayuntamiento compró una casa en la rúa de la Población, la cual prolongó por encima de la muralla del burgo de San Nicolás, que todavía persistía, hasta la plaza en la cual construyó la llamada Casa de los Toriles (hoy número 37 de la misma). Posteriormente la Ciudad compró más casas y construyó una nueva Casa del Toril. En 1651 se inició la construcción de la plaza al poner en venta el Ayuntamiento «diez sitios» o solares para edificar. En 1676 se levantó la casa del lado norte, conocida como casa Garbalena y «casa del Kutz». El siglo XVIII fue el definitivo para completar y urbanizar la Plaza del Castillo. En 1786 se aprobaron una serie de medidas, como la instalación de alumbrado público con farolas de aceite, empedrado de lodos y enlosado de una gran parte de la plaza.
Aquella amplia explanada que era la Plaza del Castillo continua hacia el norte, en suave pendiente, por el llamado Chapitel o lugar de contratación de granos, y por el pabado del Chapitel o mercadeo, parte estable con puestos que se cerraban de noche y otros abiertos, tenderetes compuestos de un mostrador y un ligero cubierto o tejadillo. Con los años el Chapitel se convirtió en calle Chapitela a partir de la mitad del siglo XVII, y en Héroes de Estella desde 1873 hasta 1936 en que recuperó el de Chapitela.
En el siglo XVII, al edificar en el terreno comprendido entre las plazas del Castillo y Consistorial, se creó una estrecha calle que partía, en la llamada «cabecera de la plaza de la Fruta», del mismo arranque que la calle Zapatería y se dirigía en dirección contraria hacia la Chapitela. Hasta 1914 llegaba al comienzo de la Estafeta, porque existía en la zona triangular entre Chapitela y Estafeta, una manzana de dos casas que por un lado configuraba una parte de la calle de los Mercaderes y por el otro el tramo final de la de los Calceteros, así llamada desde su creación, aunque hubo épocas que se llamó calle de los Cordoneros.
Antes del siglo XVI, en la zona de la actual plaza Consistorial más próxima a la Navarrería, existían un grupo de casuchas humildes que formaban la llamada calle de Altalea, y en el resto del amplio espacio libre se celebraba mercado y se ajusticiaba a los condenados a muerte. En 1423, como mandaba el Privilegio de la Unión, se acordó que la Jurería se construyese en el foso que estaba delante de la torre de la Galea, en el mismo solar del actual Ayuntamiento. En el siglo XVI al denominarse la Jurería con el título de Regimiento, la plaza se tituló del Regimiento y plaza del Chapitel, y continuó como mercado público, hasta que en 1565 se trasladó la venta de carnes y pescados detrás de la Casa de la Ciudad, al nuevo mercado que se llamó plaza de Abajo, al mercado de frutas y verduras se le bautizó con los títulos de plaza de la Fruta y plaza de Arriba para diferenciarla de la de las carnes y pescados. A partir de 1866 se denomina plaza Consistorial, aunque la mayoría de los pamploneses le llaman plaza del Ayuntamiento.
Detrás de la Jurería estaba el barranco por el que corrían al Arga una gran parte de las aguas de la ciudad. Aquella torrentera era el foso natural y occidental del Burgo. En 1423, se acordó construir la nueva Jurería en el foso situado frente a la Galea, pero, «…dejando entre la dicha torre y la nueva Casa de la Ciudad camino suficiente para poder transitar». Gracias a aquella disposición el nuevo paso se convirtió en el camino cotidiano, sobre todo, de los vecinos de la Rochapea y, más adelante, en el siglo XVI se fue formando una nueva vía urbana que el pueblo bautizó como calle de Santiago por estar, desde 1519, en construcción el nuevo monasterio de los PP. Dominicos dedicado al Santo. Posteriormente, en 1583, al instalarse en la misma calle las hijas de Teresa de Ávila, el pueblo dio a la rúa el nombre de calle de las Descalzas, y al trasladarse éstas a principios del siglo XVII al nuevo cenobio de la Plaza del Castillo, y cambió el título por el de calle de Santo Domingo, por ser ésta la denominación que se dio al convento y a la iglesia de los predicadores.
Junto a esta calle, detrás de la Casa de la Ciudad, desde los comienzos del convento dominicano, se formó una plazuela delante de la iglesia del cenobio y del nuevo mercado que se creó en la huerta comprada por el Regimiento a un tal Antón de Caparroso en 1565. Así es como nació el Mercado y la plaza de Santo Domingo, también llamada del Mercado, del Abadejo y de Abajo.
A partir de 1571 hubo una transformación sustancial: se amplió a la ciudad y se construyó en su ángulo sudoeste una monumental fortaleza, denominada por el pueblo «castillo nuevo», y que con los años se convirtió en la Ciudadela. Para empalmar aquella fortificación con las antiguas murallas fue preciso levantar grandes cortinas amuralladas desde la Ciudadela hasta la antigua torre de Santa Engracia y hasta la puerta de Tejería y la prolongación desde ésta hasta el cubo de Caparroso. Estas defensas ampliaron el recinto amurallado, que incorporó a la ciudad la Taconera; entonces se denominaba así, no sólo lo que actualmente lleva este título, sino el actual paseo de Sarasate y toda su zona sur, hasta las murallas nuevas que cerraban la Plaza por donde hoy está la calle de García Ximénez. En aquellas nuevas defensas se abrieron las siguientes puertas nuevas de la ciudad: en la década de 1580, la puerta Nueva de Santa Engracia, que con los años se llamó, y se llama, puerta o portal Nuevo; en 1666 se inauguraron los portales de Tejería, San Nicolás y Taconera. En la segunda mitad del siglo XVIII se construyó el gran caserón del Cuartel de Caballería en las proximidades del portal de San Nicolás. A mediados del siglo pasado se comenzó a oír el nombre de calle y paseo de Valencia, hoy paseo de Sarasate; en 1859 se bautizó la nueva calle de San Ignacio. En el siglo XVII, junto al nuevo portal de Tejería nació la calle del Abrevadero, que dos siglos más tarde se convirtió en calle de Espoz y Mina.
Primer ensanche de la ciudad. Al finalizar el siglo XIX, la ciudad alcanzó en el casco urbano 28.197 habitantes; la escasez de viviendas originó un peligroso hacinamiento. En 1888 el Estado aceptó el derribo de los baluartes internos de la Ciudadela llamados de la Victoria y San Antón, y la concesión del Ayuntamiento, a perpetuidad, de los cuarteles del Carmen, Merced y Seminario. Se permutarían terrenos para edificar la Cárcel y la Audiencia por el soto de Ansoáin (utilizado como campo de tiro), 750.000 pesetas y el compromiso de suministrar gratis el agua a los cuarteles durante 25 años, siempre que el consumo no excediese de 3.000 pesetas anuales. Aquel Ensanche, que con el tiempo se convirtió en Ensanche Viejo, no solucionó el problema de la vivienda. Se construyeron sólo cinco manzanas de casas, el Palacio de Justicia y la Alhóndiga, Academia de Música, Escuela de Artes y Oficios, y Tránsito Municipal. Una buena extensión de terreno se utilizó para edificar cuarteles de Infantería, y otra quedó sin urbanizar, dedicada posteriormente a campo de fútbol; el Manicomio y el Hospital se tuvieron que edificar lejos de la ciudad. En aquel Ensanche nacieron las calles de Navas de Tolosa, Sandoval, José Alonso, General Chinchilla, Marqués de Rozalejo, Yanguas y Miranda, Julián Gayarre (hoy calle de la Alhóndiga), Pascual Madoz (hoy Padre Moret), Padre Moret y la plaza del 22 de agosto de 1888 (posteriormente de la Argentina y del Vínculo).
Segundo ensanche de la ciudad. Pamplona estrenó siglo con los mismos problemas urbanísticos del XIX. El Primer Ensanche no solucionaba el problema de la vivienda y las gestiones para derribar las murallas resultaban infructuosas. Sólo en 1915 se consiguió el correspondiente permiso. La primera piedra de las murallas se derribó el 25 de julio de 1915, y la primera del segundo ensanche se colocó el 29 de noviembre de 1920.
Tercer ensanche de la ciudad. El Pleno del Ayuntamiento en sesiones celebradas los días 27 de diciembre de 1962 y 21 de mayo de 1963 aprobó el proyecto de Ordenación de la Primera Zona del Tercer Ensanche en los terrenos comprendidos entre Abejeras y el Arga, en la zona del molino de la Biurdana.
La función de Corte del reino de Navarra
La distribución espacial de Pamplona a lo largo de su historia ha obedecido sobre todo a las funciones administrativas que ha desempeñado y a las necesidades como capital del reino. En cuanto a lo primero, tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico (1512), y la capitulación de Pamplona ante el duque de Alba, se había insistido en la continuidad de las funciones administrativas que ya tenía. En la confirmación de los privilegios de la ciudad que hizo Fernando el Católico en Logroño en diciembre del mismo año 1512, quiso el rey ?recuerda el diccionario de la Academia de la Historia ? «que residiesen en Pamplona, como en el centro del reyno el Real Consejo, Corte Mayor, Sello y Chancillería» y que en Pamplona «sólo hubiera los oficiales antiguos para el buen gobierno sin poner otros, como corregidor y alguaciles». Y así lo confirmaron en Valladolid en 1522 la reina Juana y su hijo Carlos, futuro Carlos V. Durante los tres siglos siguientes fue articulándose sobre el plano de la ciudad la red de edificios donde habían de centrarse tales tareas; red que, en las postrimerías del Antiguo Régimen, a comienzos del XVIII, se presenta en aquel diccionario así: «En orden a edificios públicos ha habido poco gusto».
La vida administrativa municipal, primero, se centraba naturalmente en el ayuntamiento, de cuya casa se asevera que, «aunque bastante moderna, tiene varios adornos de arquitectura hacinados unos sobre otros sin inteligencia». Se reconocía que «su mayor mérito es la comodidad y desembarazo de sus oficinas, y en especial la alhóndiga, que tiene anchura y espacio para el tráfico de mercaderes, peso real, almacenes para abastos, y tiendas colocadas para sus tránsitos y contorno».
El pósito era «sencillo, y sin mérito particular en la arquitectura, pero muy cómodo». En él se podían «encerrar cómodamente 12.000 robos de trigo, sin ocupar el piso bajo, el cual forma en lo interior un patio o plaza con soportales en todo su contorno, y en ellos las oficinas y tiendas de todas clases de carnes y comestibles».
No estaba todo junto; la alhóndiga, pósito y ayuntamiento se hallaban contiguos; pero el paso real se encontraba en la plaza de Santo Domingo; el matadero, extramuros, sobre el río, en edificio que tampoco parecía «recomendable sino por la comodidad y limpieza», y los hornos públicos, junto a la Casa de Misericordia, «con agua buena y cómodas oficinas para amasar».
Estos servicios municipales se completaban con los de beneficencia, de los que los tres principales (el Hospital general, la Casa de Misericordia u hospicio y la de expósitos) eran de patronato del mismo ayuntamiento. El primero se encontraba en el extremo septentrional de la ciudad, en tanto que las casas de Misericordia y expósitos se alzaban en el extremo de la Taconera, cerca del portal de San Nicolás.
El Hospital general ya existía a comienzos del XVI; se mejoró notablemente entre 1545 y 1549, a expensas del arcediano de tabla y Usún de la catedral, don Ramiro de Goñi, y el corresponsal de Madoz lo describía como un «vasto edificio» que constaba «de un gran patio con departamentos en la parte baja, para almacenes de leña, cuadras y otras oficinas necesarias, y de un entresuelo, donde se hallan la administración, la botica y algunas piezas, que en casos extraordinarios sirven para salas de enfermos, aunque comúnmente dejan de usarse por no ser tan sanas como las superiores. «Sobre ese entresuelo, en el piso principal estaban la cocina y sus anejos y «a cierta distancia (…) una sala destinada para las enfermas de medicina, con cuarenta camas, y otra para las de cirugía para 37; pudiendo colocarse muchas más, aunque por lo común no pasan de este número». Las dos salas correspondientes de hombres se hallaban en el piso superior, justamente sobre las anteriores, y aún había sitio para otras dos salas iguales en el piso siguiente; con lo que podían caber hasta seiscientas camas.
Por el diccionario de 1802 se sabe que la casa de expósitos, contigua a la de Misericordia, era «obra débil y sin gusto, pero que hace recomendable el fin de su establecimiento». El corresponsal de Madoz escribiría después que la Inclusa fue fundada en 1804 por Joaquín Javier de Úriz y Lasaga*; sin embargo, al menos ya existía antes de esa fecha la «casa de expósitos, que también es de huérfanos, más conocida con el nombre de la Doctrina», junto al hospicio. La Inclusa fue construida durante la primera mitad del siglo XIX en la calle del Palacio, cerca del capitán general y «con dimensiones estrechas y aun mezquinas para su objeto». Y la Doctrina desapareció. En la Doctrina los niños permanecían hasta los doce años (al menos en 1802); en la Inclusa (tal como se presenta en 1847) se les retenía hasta los siete, en que pasaban a la Casa de Misericordia. En ésta, los asilados se dedicaban a fabricar cobertores para cama, zapatos y vestidos para su propio consumo y también para la venta al público.
Junto a los edificios que correspondían a los servicios municipales contaba la ciudad con aquellos otros que concernían a su función de capital: el palacio del virrey, «al costado septentrional del pueblo sobre el escarpe y muralla que cae al río», en un edificio «grandioso, aumentado en diversos tiempos sin gusto», según el Diccionario de 1802; el episcopal, «contra el muro oriental, (…) obra moderna y sólida, (…) (que) carece de mérito según las reglas del arte»; «la casa de los consejos, archivos y cárceles reales, casi en el centro de la ciudad», casas que constituían «un agregado de obras hechas según las urgencias, sin plan ni otro fin que la comodidad de las oficinas» y en cuyo «alto superior (…) sobre la cárcel» se encontraba lo que servía de «casa de corrección para las mujeres que la necesitan»; y, junto a la casa de los consejos, «la de la moneda, sin otro mérito que servir para las juntas del tribunal y cámara de Comptos, y contener el archivo precioso y antiguo del reyno».
La organización de la ciudad en el antiguo régimen
Llama atención el hecho de que, en aquella economía todavía fundada en gran medida en el autoabastecimiento, en la vida pamplonesa tuviera muy notable importancia la labranza, «Mejor estado que el comercio tiene la agricultura», resume el diccionario de 1802, con tres tipos de predios: huertas, viñas y tierras de pan llevar. «Las huertas tienen algunos árboles frutales, pero su principal producto es la hortaliza. Apenas se deja descansar la tierra, y la hacen dar tres o más cosechas. A este fin, concluida una, se labra y abona el suelo con abundante estiércol». Por su parte, «las viñas se cultivan con layas, que profundizan un pie, y luego se les da media cava a vuelta de azada». Por último, «las tierras de pan llevar se siembran todos los años, el primero de trigo, el segundo de habas, el tercero de trigo, el cuarto de maíz, garbanzos u otras legumbres. El cuarto año se da una labor muy fuerte con las layas, que a fuerza de brazos levantan la tierra, y queda así todo el invierno, hasta que en la primavera se estercola muy bien para dar vigor al suelo. Los años intermedios se usan los abonos, pero en menos abundancia; y toda la labor se hace con bueyes. El trigo rinde ocho por uno, las habas algo más, y las otras legumbres igualan con poca diferencia la fecundidad de las habas».
Había en las postrimerías del siglo XVIII y los comienzos del siglo XIX muy poca industria. Del diccionario de 1802 parece deducirse que no había sino una fábrica textil propiamente dicha, la del hospicio (la Casa de Misericordia), donde se elaboraban paños ordinarios y entrefinos; en 1783 la producción había alcanzado las 8.955 varas de paño; la materia prima se calculaba en 2.400 arrobas de lana, de las que 1.200 venían de Aragón «con privilegio real» y el resto se adquiría en Tudela. «Se pretende que las 1.200 arrobas de lana de Aragón sean lavadas para surtir los ocho telares que hay corrientes». Trabajaban en esta fábrica doscientos «pobres» de uno y otro sexo.
Aparte había gremio de pelayres; «pero ni éstos ni el hospicio pueden surtir aún de los géneros ordinarios a la población».
También se habla allí y entonces de «la (fábrica) de loza ordinaria»; «ha estado parada, y aunque se ha puesto corriente, no promete duración por no haberse acertado ni en la mezcla de las tierras, ni en los barnices».
Por su parte, «en el lavadero o prado que tienen los cereros para blanquear y engrumar la cera, apenas se beneficia sino la que viene del extranjero. Poco más o menos sucede con la suela y curtidos, que por la mayor parte se traen de fuera por el mal estado en que los zapateros tienen sus tenerías».
Lo que aquí no se producía se importaba. Continuaba Pamplona celebrando a tal fin mercado franco todos los sábados y feria del 29 de junio al 18 de julio, «la cual es muy concurrida, particularmente de franceses». El Diccionario advierte que «hacen más alegre esta concurrencia las fiestas de San Fermín, patrón de la ciudad y reyno (sic), que son divertidas y costosas, y acomodadas al genio festivo de los naturales». En general, «el comercio de Pamplona consiste en vender por mayor, y en tiendas pequeñas los géneros de lana y seda que por la mayor parte vienen de Inglaterra y Francia, a excepción de algunas indianas de Cataluña, paños de Castilla, y sedas de Valencia y Aragón». Ya se ha dicho que, en punto a paños ordinarios, la producción local no era suficiente; así que también se importaban «muchas estameñas de Aragón, bayetas y paños finos y comunes de Castilla».
J. Yanguas observa que en 1527 se habían aprobado ordenanzas para el gobierno de la ciudad y de su pósito; pero las que se hallaban en vigor en 1802 eran las de 1741, sobre los barrios, y las de limpieza de 1772. Aunque «estuvo de muy antiguo dividida la ciudad en barrios», las ordenanzas de 1741 (que fueron aprobadas por el Consejo Real e impresas en 1749) fijaron su número en veinte, al frente de cada uno de los cuales habría un prior («que se elige por pascua de Resurrección») y dos consultores, de mandato también anual. Algunos barrios tenían también mayores. Al redactor del diccionario de la Academia le llama la atención que en las ordenanzas de 1741 se prohíba «que los pasteleros den de comer sin no es a forasteros que no tienen donde hacerlo, y entonces sea en el portal o sitio que se descubra desde la calle y que dispongan asimismo que en las botillerías y alojerías no haya puerta a dos calles, ni se admitan después de las oraciones hombres y mujeres mezclados; que no haya tabernas secretas, ni se permita beber de día ni de noche a persona alguna en las casas en que se vende el vino rancio, ni se venda en las tabernas comunes a muchachos para beber en la calle».
Respecto a las ordenanzas de limpieza de 1772, se aprobaron al tiempo de construcción del alcantarillado (1767-1773) y, en virtud de ellas, «se ordena que nada se vierta a la calle, sino que se eche por los vertederos hechos a este fin en las casas, sin arrojar a ellos cosas que pueda atascar los conductos». Todos los días entre siete y ocho de la mañana desde noviembre a marzo, entre seis y siete en abril y mayo y a las cinco «en los cuatro meses de calor», cada cual había de barrer su trozo de calle desde «las fronteras de la casa hasta el arroyo», «y no en otra hora»; además, en esos cuatro meses se habían de regar abundantemente esas mismas «fronteras». Las bestias de carga que entraban en la ciudad habían de sacar de ella «la basura que causaren». Todo, en fin, permitía que al comenzar el siglo XIX se vieran en Pamplona «las calles limpias y desembarazadas de cuanto puede ofender la vista o incomodar a los que transitan».
El diccionario de 1802 añade que «recientemente se ha establecido el alumbrado, y si continúa la costumbre de revocar las fronteras para quitar la opacidad del color del ladrillo, y se consigue la reforma de los balcones y aleros de los tejados muy volados, será en breve Pamplona una de las más bellas ciudades de España. Lo es ya sin esto por el asiento llano, anchura y regularidad de sus calles». Había a la sazón seis bellas fuentes públicas, llegaba el agua por el acueducto de Subiza, intramuros se hallaba el paseo de la Taconera, «bien arbolado y con asientos cómodos», y extramuros otros tres por las tres carreteras reales que salían de la ciudad (las de la Ribera, Estella y Guipúzcoa) y aún un cuarto paseo para descender a la Rochapea, Capuchinos y Villava.
Sobre los edificios en general se asegura que «por la mayor parte son de ladrillo, con tres, cuatro, seis, y aún siete altos o pisos».
Destacaban iglesias y conventos. A la desamortización y cambios urbanísticos consiguientes de los años treinta del XIX, la ciudad llegó dividida en cuatro parroquias: San Juan Bautista, San Saturnino, San Nicolás y San Lorenzo.
En la de San Juan Bautista se comprenden la catedral y los seminarios, que eran el conciliar de San Miguel y el episcopal de San Agustín, además del colegio de San Juan Bautista. Servían en 1802 la catedral un prior, sendos arcedianos de tabla y cámara y un enfermero, todos los cuales debían designarse entre los miembros del cabildo regular y disfrutaban de la dignidad de canónigos; además, ocho dignidades seculares que eran a la sazón de provisión del rey (salvo la de hospitalero, que era de las reservadas al Papa en virtud del concordato de 1753) y dieciséis canónigos regulares aunque era catedral de las llamadas «no numeradas», o «recepticias», en las que el número de canónigos no era fijo y lo determinaba el propio cabildo; por lo que de hecho solía en Pamplona oscilar entre catorce y dieciocho, (según se asegura más tarde); como «clero inferior», aún contaba la seo pamplonesa con 42 racioneros y capellanes, dos sacristanes y otros sirvientes. (La enumeración que hace el corresponsal de Madoz como existente hasta las reformas eclesiásticas de la primera mitad del XIX no es exactamente la misma).
Aparte, era la propia catedral la que albergaba la parroquia de San Juan Bautista, que servían en 1802 un cura y catorce sacerdotes coristas, todos los cuales constituían el respectivo cabildo, más dos sacristanes y diecinueve sacerdotes expectantes; «todos de provisión de los vec(inos) propietarios de casas de la parr(oquia)», se dice en 1847.
En cuanto a la parroquia de San Saturnino, la atendían en 1802 un cura y quince coristas, que formaban el cabildo, más tres sacristanes (el mayor con coristía aneja) y cinco expectantes; todos también de presentación vecinal.
En la de San Nicolás había otro cabildo con cura y catorce coristas, más dos sacristanes (el mayor asimismo con coristía) y nueve expectantes; todos de presentación vecinal, y en la cuarta parroquia, la de San Lorenzo, cabildo con cura y diez coristas, más tres capellanes y tres sacristanes, el mayor con coristía, y todos con igual forma de nombramiento.
Aún podía contarse una quinta parroquia, la castrense, dedicada a San Antonio Abad y servida por un cura y un sacristán.
Había por fin comunidades de clarisas (desde 1247 en San Pedro Extramuros), trinitarios (extramuros hasta la guerra contra la Convención de 1793-1795 en que la proximidad de su convento a las murallas aconsejó destruirlo y trasladarlos al interior de la ciudad, al extinguido convento de canónigos regulares de San Antonio Abad), capuchinos (extramuros también), dominicos, franciscanos, carmelitas calzados y descalzos, mercedarios, carmelitas descalzas y agustinas recoletas (todos los cuales, con los trinitarios descalzos que se ha dicho, se hallaban intramuros) al comenzar el XIX.
Las reformas de la revolución liberal
Aunque los principales cambios económicos y democráticos que rompieron el trazado urbano de Pamplona, iniciando la gestión de la ciudad de nuestros días, sobrevinieron sobre todo en las últimas décadas del siglo XIX e incluso en el XX, la primera mitad del ochocientos presenció un conjunto de acontecimientos políticos y militares y, muy especialmente, legales y administrativos que comenzaron a cambiar la configuración interior de la ciudad, siquiera fuese en una pequeña medida.
Sobre todo, la desamortización eclesiástica de los años treinta dio al traste con la mayoría de las comunidades religiosas citadas (en concreto las masculinas), y la enajenación de sus edificios y predios anejos, dentro de la ciudad, dieron lugar a un cierto cambio urbanizador. En los años inmediatamente siguientes a los decretos desamortizadores, el convento de dominicos apareció convertido en hospital militar, el de carmelitas calzados en cuartel, el de mercedarios calzados en lo mismo, el de franciscanos en escuela (el convento, porque la iglesia aneja acababa de derruirse), el de agustinos calzados se había vendido para que albergase una fábrica, el de capuchinos se había convertido en casa de vecindad y el de trinitarios se había derruido y había permitido la construcción de casas en su lugar, en tanto que el de carmelitas descalzos había pasado a dar cobijo a las carmelitas descalzas, que mejoraron así su suerte. (La exclaustración había respetado a las monjas; aunque se había nacionalizado también la mayoría de sus propiedades.)
En los años de la primera guerra carlista (1833-1839) y en la siguiente década, Pamplona va cambiando su organización y parte de su fisonomía.
Pasó a gobernarla un alcalde constitucional, elegido como todos los del resto de España. Y la antigua división en barrios quedó sustituida en principio por una división en distritos (tres en 1847), al frente de cada uno de los cuales había un teniente alcalde. Vigilaban la ciudad por la noche diez serenos con dos celadores desde 1818.
En el ramo de la enseñanza, funcionaba desde 1827 una academia de dibujo, costeada por el ayuntamiento, y cátedras de matemáticas, sostenidas por la Diputación (por la del reino entonces, por la provincial después); desde 1840 la Escuela Normal; desde 1842 el Instituto y desde 1843 las escuelas emplazadas en el solar del antiguo convento de San Francisco.
La beneficencia había pasado a depender directamente de una Junta del ramo, constituida en 1836 como en el resto de España, e incluso se iba rehaciendo desde 1832 el cementerio.
Según se ha dicho, la iglesia, el convento y la huerta de las carmelitas descalzas había dado de sí, por último, para construir desde 1849 el teatro, la plaza de toros y el palacio de la Diputación.
No tenía aún edificio nuevo la Audiencia, que acababa de establecerse en virtud de lo dispuesto en la ley de modificación de los fueros de 1841 y ocupaba el antiguo palacio del Consejo de Navarra.
Pamplona seguía siendo en buena medida una ciudad agrícola. El corresponsal de Madoz explica en 1847 que su término era (es) pequeño, pero «muy a propósito para la prod(ucción) de granos y semillas, de que se hace siempre una cosecha regular aun en los años más estériles». Como se decía años antes, junto a las tierras de pan llevar abundaban las huertas y las viñas. Con éstas se elaboraba «vino chacolí, el cual bien tratado puede competir para el uso ordinario con otros extranjeros de nombradía; distínguese sobre todo el que se recoge en el térm(ino) de Ezcaba». Las huertas se regaban con el agua del Arga, elevada por medio de norias, y producían «mucha parte de la hortaliza que se consume en la c(iudad)». Había asimismo prados para el ganado vacuno y lanar.
La industria continuaba reducida a «las artes de primera necesidad». Sólo eran excepción en 1847 dos fábricas de lencería, «recientemente establecidas, en las cuales se construye todo género de telas blancas de hilo, con primeras materias importadas del extranjero», y el Molino Nuevo, cuya construcción había provocado a su vez el amejoramiento de los cinco molinos harineros que había hasta entonces, mejoras introducidas «para que puedan sostenerse en lo sucesivo» ante la competencia de aquél; sobresalía la máquina para limpiar trigo que había instalado el ayuntamiento en el molino de Santa Engracia; en 1847 había limpiado cerca de 100.000 robos «con la mayor perfección y economía». En la Casa de Misericordia continuaban los acogidos trabajando en las labores textiles.
No había más; de manera ?concluía el corresponsal citado? que, «limitada casi exclusivamente la industria y las artes de primera necesidad, es fácil conocer que el comercio no puede tener gran extensión y vitalidad». Seguían celebrándose los mercados sabatinos, sin que el corresponsal viera en ellos nada notable «sino la mayor concurrencia de gentes de los lug(ares) inmediatos que introducen comestibles para la venta, en los que principalmente consiste el tráfico; aunque al propio tiempo se nota más abundante provisión de comestibles y mayor animación en la plaza, donde se venden los granos, que recibe nuevo impulso estos días.» Continuaba siendo «muy concurrida» y de «animación extraordinaria» la feria y fiesta de San Fermín.
Aparte, como tendencias importadoras, consistía la principal en la de «géneros coloniales, que se traen de San Sebastián desde el establecimiento de las nuevas aduanas, y (…) telas de toda clase que se introducen de Francia. También se hace algún comercio de granos con las montañas de Navarra con Guipúzcoa».
El inicio de la transformación del siglo XX
La fisonomía de Pamplona no cambió propiamente hasta los comienzos del siglo XX, en que se procedió abiertamente al derribo de las murallas y se hicieron a continuación los Ensanches, de que se ha hablado ya. El crecimiento demográfico de Pamplona no fue muy rápido en principio ?tras la terminación de la primera guerra carlista en 1839?, pero sí fue lo suficiente para que, sobre todo desde los años ochenta del siglo XIX, muchos considerasen que la falta de espacio, el hacinamiento y los problemas de salubridad consiguientes convertían la situación en poco menos que en angustiosa.
A las aguas de Subiza ya se habían sumado las de Arteta*, tras la construcción del conducto de 1893-1894; al antiguo empedrado de las calles (muy mejorado desde los años cuarenta) se habían añadido «algunas vías de macadán, otras de asfalto, algunas de hormigón, de piedra artificial en hexágonos y trozos en ensayo de adoquinado en madera»; llegaban a la ciudad el ferrocarril de la red nacional (de Castejón a Alsasua) y los de Irati y Leiza, el alcantarillado era «magnífico» y «está prohibida terminantemente ?asevera el geógrafo? la adopción de retretes que no sean inodoros, watercloss (sic) con sifón y golpe de agua».
Se había construido el Vínculo en 1862; las escuelas de San Francisco tenían nuevos locales; en la misma plaza de este nombre se alzaba el gran edificio de La Agrícola, en parte destinado a «Gran Hotel»; la plaza del Castillo estaba ya cerrada por el Teatro Principal, la Diputación, el Hotel La Perla, «el magnífico edificio ocupado por el Casino principal y Café de Iruña, el del Café Kutz y en el que se hallan instalados el Café Suizo y el Casino Eslava». Al final del paseo de Valencia se había levantado entre 1890 y 1898 el Palacio de Justicia, nueva sede de la Audiencia; en 1896 se habían comenzado las obras del Archivo General de Navarra, junto al palacio de la Diputación; en 1865 las del Instituto provincial de enseñanza media, la Escuela Normal, etc.
Como pocas ciudades de España, Pamplona iba, por otra parte, convirtiéndose en sede de buena parte de numerosos institutos religiosos, femeninos principalmente, que se fundaron en la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del XX. Hacia 1920 subsistían intramuros las antiguas comunidades de agustinas recoletas, carmelitas descalzas y salesas, además de las monjas canónigas de San Pedro de Ribas, extramuros; y se habían sumado las de adoratrices, siervas de María, dominicas, ursulinas y religiosas de San José de Cluny, así como las masculinas de misioneros del Corazón de María, redentoristas, carmelitas descalzos, escolapios, maristas y ?extramuros? los capuchinos ?que habían retornado en 1879? y hermanitas de los pobres, josefinas y franciscanas; a las que todavía se añadirían otras.
El peso de la agricultura en la vida de la capital continuaba siendo notable. Pero comenzaba a desperezarse lentamente el sector secundario en sus aledaños y, sobre todo, Pamplona se estaba convirtiendo en un centro comercial importante, en la medida en que el desenvolvimiento de los sistemas de transporte y la evolución de las costumbres iba dando lugar a un comercio más especializado y, al tiempo, a un abastecimiento de radio más amplio, que daba al traste con el artesanado rural y con las demás formas de autoabastecimiento.
La concepción de Pamplona como centro organizador de la realidad navarra se acentuó desde la post-guerra civil (1939). La ampliación del Ensanche y los sucesivos barrios periféricos, el proceso industrializador especialmente concentrado en los polígonos adyacentes (Landaben*), transformó la ciudad profundamente hasta concentrar un tercio de la población y la mayor parte de su potencial económico y financiero. Paralelamente, estas mismas características hicieron de la ciudad la espoleta del cambio cultural y político. Los movimientos de protesta obrera e intelectual cada vez más frecuentes desde la década de 1960; las iniciativas culturales ?y contraculturales? paralelas y sucesivas; la organización de los movimientos políticos y sindicales del tardo-franquismo y la época democrática se gestaron y tuvieron sus máximas repercusiones en la capital navarra.
Con la promulgación del Privilegio de la Unión, sancionada por Carlos III el Noble el día 8 de septiembre de 1423, se sentaron las bases para la unidad jurisdiccional de los antiguos núcleos urbanos medievales (Navarrería, Burgo de San Saturnino y Población de San Nicolás) en el único municipio de Pamplona, que nace en su virtud. El mismo documento establece las normas relativas al cargo de alcalde y su ejercicio anual.
Propuestas y nombramientos
De conformidad con el capítulo 6.°, el domingo siguiente a la Natividad de la Virgen, es decir, al 8 de septiembre, se celebraba la elección y proposición de de alcalde ordinario la ciudad, de acuerdo con el siguiente ceremonial: a las nueve de la mañana los regidores se reunían en la denominada «sala de consulta», ocupando los bancos con respeto escrupuloso de preeminencias. Acabada la misa de Espíritu Santo, que celebraba el capellán de la ciudad, y pronunciado con solemnidad el oportuno juramento, se procedía a la elaboración de la terna, que, correlativamente debía formarse con vecinos de los tres Burgos. Los electores debían tener en cuenta los impedimentos e incompatibilidades que, en su caso, imposibilitaran el desempeño del cargo. Ratificada por unanimidad o mayoría simple, o bien dilucidada en el supuesto de empate, con el voto de calidad del alcalde precedente, la lista era ceremoniosamente remitida al rey, quien hacía la designación. Con posterioridad a la anexión de Navarra a Castilla, el virrey ejercía ese derecho, siempre en nombre del monarca.
Toma de posesión y cese
Una vez designado un miembro de la terna por el rey, o por el virrey en su nombre, se notificaba la resolución al «Regimiento» o al interesado, quien debía solicitar el título y retirarlo del palacio virreinal, previo el pago de las tasas. Como indica S. Lasaosa, este documento hacía constar los siguientes puntos: el nombre del designado; el nombramiento era efectuado en nombre del rey; la vigencia anual del mandato; el oficio conllevaba todas las prerrogativas y obligaciones inherentes; dónde, ante quién, y qué juramento debía prestar; y finalmente el mandato imperativo, a fin de que autoridades y vecinos lo tuvieran por alcalde ordinario de la ciudad.
Señalado el día de posesión, el Consistorio se reunía a las nueve y media de la mañana. El Libro de Ceremonial y Funciones que se conserva en el Archivo Municipal, en páginas escritas hacia 1738, señala que «el alcalde se encaminaba con lucido acompañamiento de caballeros, militares y vecinos, al Tribunal de la Cámara de Comptos; allí prestaba juramento y tomaba la vara de autoridad. Luego se dirigía a la Casa del Ayuntamiento donde era recibido a toque de clarines y pasaba protocolariamente a la Sala de Consultas. Aquí cruzaba discursos con el Regidor Preeminente, quien le colocaba la venera o medalla al cuello en señal de posesión. Asimismo, le entregaba el sello de plata (que todavía se conserva) con las Armas de la Ciudad, «para sellar con él las provisiones que expidiere», y un ejemplar del Privilegio de la Unión. Más tarde se despedía con parecidas cortesías y, sin salir de la Casa Consistorial, entraba en la Sala de Audiencia con su vara levantada: ascendía al tribunal y presidía su primera sesión judicial. Al cabo de un año el alcalde cesaba en su cargo, aunque podía suceder que el nombrado falleciese durante el desempeño del cargo; en tal circunstancia se efectuaba nueva propuesta de terna con vecinos de su mismo barrio. El así elegido ocupaba el puesto en el plazo que hubiese correspondido al difunto. Trámite idéntico procedía cuando el ejerciente era promovido a un cargo incompatible con la Alcaldía».
Con la llegada del siglo XIX, este sistema de elección y aun el mismo ejercicio de las facultades del alcalde y de los regidores entran en crisis, de acuerdo con los avatares que imponen los acontecimientos históricos y el nuevo pensamiento político. En 1812, con motivo de la ocupación francesa, el intendente general tramitó la propuesta al General en Jefe, quien efectuó el nombramiento en la persona del barón de Bigüézal. Volvieron luego las cosas a su estado anterior; las Cortes celebradas en Pamplona en 1817 determinaron que tanto el nombramiento de regidores como la terna o proposición de alcalde, se hicieran en adelante, sin sujeción al sistema de parroquias o barrios. Entre 1820 y 1824 se ocupó aquel cargo de conformidad con el artículo 313 de la Constitución de 1812. Sin embargo, entre 1825 y 1836 se cumplieron las previsiones del Privilegio de la Unión; así al año siguiente (1837), el Ayuntamiento fue nuevamente constitucional. Pero habría que esperar a 1844 para que se suspendiesen definitivamente las juntas parroquiales; una circular de la Diputación, fechada el 19 de enero de 1844, determinó que era de aplicación para Navarra la Ley de Ayuntamientos en lo que se refería a la elección de sus representantes; y que su organización quedaba asimilada a las reglas generales que se adoptasen para toda la Nación, de acuerdo con el artículo 5.° de la Ley de Arreglos de Fueros, de 16 de agosto de 1841.
Funciones
En la Edad Media el Burgo de San Cernin fue el primero en contar con autoridades privativas, el Obispo nombraba alcalde de una terna elaborada por los vecinos. Por lo que respecta a la Navarrería, desde su restablecimiento en 1324 y hasta el Privilegio de la Unión, el Rey (o su Gobernador) nombraba alcalde entre «tres hombres buenos», propuestos por los jurados. En ese periodo M. A. Irurita reconoce tres atribuciones al cargo: presidir la corporación, administrar justicia en el ámbito civil, y ser testigo en las ventas por embargo.
A partir de la Unión, el alcalde deja de asistir de ordinario a las sesiones del «Regimiento». Tuvieron buen cuidado los regidores en marcar distancias con un funcionario de nombramiento real. En 1569, por ejemplo, el alcalde pretendió presidir el consejo de diputados a Cortes nombrados por la Ciudad, pero una Real Cédula, de 23 de diciembre, mandaba al Virrey que permitiera designar al Regimiento, los procuradores que creyesen convenientes «en las personas que bien visto les fuere», sin poner en ello impedimento alguno.
La asistencia del alcalde se fue limitando a los debates de asuntos de importancia inusitada. A tenor de lo dispuesto en el capítulo 9.° del Privilegio, se requería su presencia preceptivamente cuando las votaciones resultaban empatadas: en esta circunstancia, personado en la Sala de Consultas, se le informaba de la doble opinión y su parecer tenía carácter decisorio. En fecha algo posterior a 1833, el entonces secretario del Ayuntamiento, Luis Serafín López Pérez de Urrelo, describió un prontuario de notas útiles conocido como Libro de Oro. Bajo el epígrafe Alcalde señala: «Quando el Ayuntamiento está empatado decide.? Para el efecto, quando ocurre un empate se llama al Alcalde, por medio del Alcaide de la Casa de Ayuntamiento, y quando acude, se sienta en el lugar preeminente; y el Regidor Preeminente le manifiesta el asunto en que está empatada la comunidad, diciéndole, que tantos votos opinan tal cosa; y otros tantos, tal (sin nombrar qué Señores Regidores son de un voto y quienes de otro) y el Señor Alcalde dirime la discordia, diciendo, que su opinión es la de los que opinan por tal cosa. Adviértase que el Privilegio de la Unión no dice quién dirime una discordia cuando el Alcalde está ausente: en alguna ocasión, estando el Alcalde ausente, pero no distante sino pocas leguas, ha ido el Secretario con carta del Ayuntamiento; y parece que lo único que hay que hacer es escribirle en tales casos».
En el Antiguo Régimen la función judicial fue la más destacada de las asignadas al alcalde de Pamplona. Ejercía la jurisdicción civil y únicamente entendía en aquellos aspectos de la criminal para los que recibiera delegación expresa del poder regio. Concedía audiencia varios días por semana, y oía entonces a las partes que solicitaban justicia, asistido por tres escribanos; el justicia y los merinos, bailes, almirante, prebostes, porteros y otros funcionarios le estaban subordinados. Como marco legislativo contaba con el Fuero General, ya que Pamplona fue aforada a este corpus el once de septiembre de 1423, y por supuesto, con las ordenanzas, usos y costumbre de la Ciudad. Sus sanciones pecuniarias de menor cuantía eran sentencia firme, mientras que cantidades superiores podían apelarse a la Corte. Un libro que recogía el asiento contable de las multas aplicables al fisco, garantizaba la debida transparencia ante la Cámara de Comptos.
Las Cortes celebradas en Pamplona en 1586 autorizaban a los alcaldes, aun careciendo de jurisdicción criminal, para marcar a los azotados por ladrones, a recibir informaciones, a instancia de parte, sobre palabras injuriosas, actuaciones sin heridas ni muertes, «y también sobre los estupros y malos tratos hechos a mujeres». En 1604, se les permitió recabar de militares y gentes de guerra el pago de aquellos derechos reales y concejiles cuyo importe no rebasara los cuatro ducados.
En el ejercicio de su función, el alcalde gozaba de preeminencias protocolarias de asiento y puesto en las sesiones, procesiones, recepciones, visitas a personalidades y otros actos a las que asistía. El citado Libro de Oro indica que acudía a todas las funciones públicas que celebraba el Ayuntamiento y como tal las presidía. Y añade: «Concurre también a las comidas de tabla que celebra el Ayuntamiento.? También asiste al Palco del Ayuntamiento, cuando hay comedias.? Pero no lleva el turno de presidencia.? En la corrida de toros protesta que el Regidor preeminente eche la llave para soltar el primer toro.? Nombra por su asesor a un abogado, a su voluntad.? No concurre a consultas ni tiene voz ni voto en el Ayuntamiento.» (excepto en los casos de empate referidos).
Bibliografía
M. Á. Irurita Lusarreta, El Municipio de Pamplona en la Edad Media (Pamplona, 1959). S. Lasaosa Villanua, El Regimiento municipal de Pamplona en el siglo XVI (Pamplona, 1979).
Edad Media
Desde una consideración urbanística, Pamplona es el resultado de la evolución que se inicia, en el invierno del 75-74 a. C. con el establecimiento por Pompeyo de un campamento romano, junto a una aldea vascona, exponente ésta del momento cultural protohistórico denominado Hierro II. Después, y a grandes pinceladas se debe hacer mención a la etapa de los Burgos medievales, separados y enemigos, y a su unión propiciada en 1423 por el Privilegio de Carlos el Noble. Entre ese momento y el siglo XIX la vida de la ciudad, capital de Virreinato con acusado carácter militar, tiene como escenario la llamada Pamplona tradicional. Encomendada su defensa a la Ciudadela y a las murallas, construidas entre los siglos XVI y XVIII, se vio impedida a utilizar el mismo encorsetado solar para hacer frente a los incrementos de población impuestos por los tiempos. De modo que construcciones nuevas obligaron a la demolición de las anteriores, y gran parte de lo conservado no rebasa el siglo XVIII. Los edificios religiosos, merecieron un mayor respeto que los civiles; esto explica la supervivencia de buena parte de los templos medievales. Todo ello dentro del «Casco Viejo» o «Antiguo», declarado Conjunto Histórico Artístico Nacional en el año 1968.
Una última etapa vendría expresada por la expansión de finales del XIX, acelerada mediado el XX. El plano pamplonés ?dentro de su definida personalidad? refleja el de tantas otras ciudades europeas de marcada historia: un núcleo originario o casco antiguo; unos ensanches, planificados en los siglos XIX y XX; y un cinturón de barrios periféricos suburbanos.
Desde una consideración arquitectónica la etapa medieval está representada por contadas reliquias. Un lienzo de la antigua muralla, que recae a la Ronda del Obispo Barbazán, ofrece restos de aparejo a «espina de pez», quizá de los siglos IX-X, sobre otro inferior, sin hilada continua, posiblemente visigodo. La parte baja de una de las torres que, de trecho en trecho, jalonaban los lienzos de la muralla medieval de San Cernin, núcleo de francos desde las postrimerías del XI, es perceptible en un sótano de propiedad municipal, con acceso desde las calles de Jarauta y de Santo Domingo. Y en las calles de Mercaderes, Jarauta y otras no son infrecuentes las antiguas bodegas subterráneas, de bóvedas apuntadas.
El Palacio Real y episcopal de San Pedro, más conocido como de los Virreyes o de Capitanía, se asoma a un acusado escarpe sobre el Arga. Erigido hacia 1190 por Sancho VI el Sabio sobre el antiguo solar de los Almoravid, se vio cedido por su hijo Sancho el Fuerte al obispo de Pamplona. Objeto de pleitos entre la mitra y la corona y en ocasiones habitación común de comarcas y prelados, pasó definitivamente a propiedad exclusiva del patrimonio real en 1427. Residencia de Virreyes desde 1540 y de Capitanes Generales entre 1841 y 1880, fue luego Gobierno Militar hasta 1972. Aquí se alojó Felipe II en su visita de 1592 (con cuyo motivo se colocaron sobre la puerta principal las armas imperiales traídas del castillo viejo) y José Bonaparte pasó en él su última noche como Rey de España, en junio de 1813.
Entre lo original conservado destaca un salón de singular interés arquitectónico. Se trata de una pieza rectangular, en semisótano, con bóveda protogótica en seis tramos cubiertos con crucería simple, sin claves en las intersecciones de los nervios, que son planos, utilizando, por consiguiente, unión a inglete. Arrancan las nervaturas directamente del muro, sin empleo de ménsulas para su soporte. Seis saeteras de acusado derrame, alternativamente abiertas y cegadas, se dibujan en el lado norte. Todos los elementos hacen que el salón, perfectamente conservado, sea cómodamente fechable en las postrimerías del siglo XII, data que coincide con las noticias históricas documentadas. Constituye uno de los contados ejemplos peninsulares de arquitectura civil en esta época.
Otro de los edificios señeros de esta etapa es la Cámara de Comptos, antiguo palacio del señor de Otazu, donde funcionó el Tribunal de cuentas desde 1524 hasta su extinción en 1836. Situado en la calle de Ansoleaga, parece corresponder por su aspecto al siglo XIII. Se trata de una sólida construcción de piedra que proyecta su portada en arco apuntado, formado por dos acusadas platabandas. Entre otras, conserva una ventana también apuntada, con mainel cilíndrico de sencillo capitel de tradición románica, perceptible en el cuerpo que, a manera de torre, se eleva sobre la puerta. Estos elementos y el propio aparejo parecen propios del primer gótico. Su inicial carácter hermético se alteraría posteriormente al practicarse la apertura de vanos, que aparecen enrejados. Tras sus muros, en la actualidad sede de la Institución «Príncipe de Viana», ejerció sus funciones la Comisión de Monumentos de Navarra. El edificio es Monumento Nacional desde 1868.
Buena parte de los puentes que salvan el río Arga en el término de Pamplona son medievales, aunque la construcción de algunos pudiera remontarse hasta la época romana. En 1227 se fundó el Monasterio de Clarisas de Santa Engracia en terrenos existentes detrás del puente llamado del Mazón: desde el siglo XIV sería conocido como de Santa Engracia. Sus arcos ligeramente apuntados le dan apariencia gótica y tiene tajamares a un lado. El de la Magdalena posiblemente sea coetáneo del de Puente la Reina, del que copia el esquema constructivo: siguiendo el procedimiento ya conocido por los ingenieros romanos, dispone de aliviaderos perforados en los pilares. Existía ya en 1174 y franqueaba la entrada a Pamplona a los peregrinos de viaje a Compostela. El de San Pedro, asimismo medieval, evidencia dos etapas en su construcción, pues ofrece vestigios de una ampliación sumada a la construcción primitiva. Su doble rampa, ascendente y descendente, le hace pertenecer al grupo de los denominados «de lomo de camello». Tiene tajamares contra la corriente. El puente de Miluce consta de tres arcos de medio punto, con tajamares. De origen probablemente romano, se asocia al episodio del ajusticiamiento de infanzones, rebeldes a Carlos II. Los tres últimos son Monumentos Nacionales desde 1939.
Se conservan en Pamplona dos bellos cruceros medievales, además de otros de más reciente factura. Se trata de la cruz denominada del Mentidero, erigida por el mercader García Lanzarot «a honor y reverencia de Nuestro Señor Jesucristo y de la Virgen María», que originalmente fue colocada ?el 5 de noviembre de 1500? en la confluencia de las calles Estafeta, Mercaderes y Calceteros; y que, luego, en abril de 1842, sería trasladada al cementerio. Tuvo su último emplazamiento en el baluarte del Redín, frente al mesón del Caballo Blanco y posteriormente fue desmontada. En uno de los vértices del Bosquecillo se sitúa la Cruz de la Taconera, dedicada, según se lee en su inscripción, en 1521 por el carnicero Martín de Espinal.
El siglo XVI
El edificio del Museo de Navarra corresponde en parte con el antiguo Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, fundado en la cuarta década del siglo XVI por el arcediano don Ramiro de Goñi. Su gestión, desde 1545, estuvo bajo la tutela del Ayuntamiento de Pamplona. El fin de sus actividades sanitarias vino determinado por la construcción del Hospital de Barañáin en 1932. Se abrió al público como museo el 24 de junio de 1956.
La portada, fechada epigráficamente en 1556, tiene el señalado valor de ser la única renacentista conservada en edificio civil de la ciudad. Se compone de un cuerpo bajo entre sillares, formado por columnas jónicas y estípites antropomorfos, organizado a la manera de un arco de triunfo clásico, y un remate, con el escudo de Navarra centrado entre dos faunos tenentes. A los lados, sendos bustos afrontados ?masculino y femenino? se encierran en tondos. En el culmen, una calavera y jarrones decorativos. Esta parte, de piedra, está documentada como obra en la que participaron el entallador Juan de Villareal y los canteros Martín de Azcárate, Juan Vizcaíno y un tal Ollaquindegui. Por encima discurre un cuerpo superior con arquerías de ladrillo, dentro de la tradición constructiva de la Zona Media de Navarra, que lo combina como material en los cuerpos altos, con la piedra de los basamentos. El Museo de Navarra es Monumento Nacional desde 1962.
En 1571, por orden de Felipe II, se comenzó a construir la Ciudadela, inspirada en la de Amberes, con planta pentagonal y baluartes en forma de punta de flecha, que aquí se denominaron Real, de Santa María, de Santiago, de la Victoria y de San Antón (los dos últimos desaparecidos). Sigue planos de Giácomo Palear, llamado el Fratín y contó con las inspiraciones directas del experto poliorceta Vespasiano Gonzaga y Colonna, virrey desde 1572. En 1685 se le sumaron las medias lunas y contraguardias de la Vuelta del Castillo, inspiradas en los sistemas de Vauban. Entre otras obras, en 1720 se trazaría la actual Puerta de Socorro. A finales del siglo XIX, con motivo del I Ensanche, se derribaron dos de sus baluartes. Cedida por el Ejército a Pamplona en 1966, fue declarada Monumento Nacional siete años más tarde. Constituye uno de los principales lugares de esparcimiento y sus edificios son escenarios de exposiciones y encuentros culturales.
Al mismo siglo XVI se debe la construcción del Portal de Francia, levantado en 1553 por el virrey Duque de Alburquerque. Sobre su arco campean las armas imperiales de Carlos V, con el águila bicéfala. El portal exterior es obra del XVIII: cuenta con puente levadizo, cadenas y contrapesos. En 1833 por aquí salió de Pamplona y se echó al monte el célebre caudillo carlista Zumalacárregui. El próximo baluarte del Redín es obra de aquella misma centuria, concretamente de hacia 1540, y quizá fuera construido por Pizaño. Del Portal de Rochapea (también de Alburquerque y de 1553) queda el escudo imperial encastrado en el Portal Nuevo.
El siglo XVII
Se continúa la labor de fortificación de la plaza en vista de las malas relaciones con el reino de Francia. En 1666, bajo el virreinato del Duque de San Germán, se edificaron los portales de la Taconera y de San Nicolás, muy similares en aspecto. Este último se conserva en los Jardines, a donde fue trasladado en 1929. Presenta un singular frontispicio con sillares almohadillados, en los que se aloja un arco rebajado flanqueado por juegos de dobles columnas, tres escudos de armas heráldicas, el central, sobre la lápida conmemorativa, con los blasones de la monarquía hispánica, y los laterales, conos del virrey promotor. Algún tiempo antes se había construido el Baluarte de la Reina.
En el campo de la arquitectura civil se puede hacer memoria de la denominada Casa de los Capellanes, donde se alojaban los siete clérigos destinados a la atención espiritual del inmediato convento de Agustinas, fundado por don Juan de Ciriza, marqués de Montejaso, ministro que fue de Felipe IV, y constituido en clausura en 1634. Las fachadas de ladrillo de ambos edificios, que cuentan con zócalo y encintados de piedra a la manera castellana, y que además repiten los escudos de los fundadores, marcan las alineaciones de la sobria y hermosa Plaza de Recoletas.
En la calle Mayor se encuentra el antiguo palacio de los Redín Cruzat, hoy sede del conservatorio elemental de música. Se trata de un antiguo caserón reedificado en 1658 que ostenta en su fachada, bajo el gran blasón, una lápida conmemorativa de la elección don Martín de Redín como gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén.
Ya a finales de la centuria, entre 1688 y 1703, se construyó el claustro del antiguo convento de Santo Domingo, con dos pisos de arquerías en piedra, en cuyas aulas funcionó hasta 1771 una universidad literaria dirigida por los padres predicadores. A raíz de la Desamortización el edificio fue destinado a hospital militar, actividad que cesó en enero de 1976.
El siglo XVIII
Esta centuria bajo la nueva dinastía de los Borbones, supone para Pamplona una etapa de marcada actividad constructiva y, por ende, urbanística. Se renovó la mayor parte del caserío, que fue sustituido por casas de vecindad, en ocasiones hasta de siete alturas, con fachadas de ladrillo y a veces de piedra. La mentalidad ilustrada se concretó en mejoras como la rotulación y alumbrado de calles, la numeración de edificios, la instalación de canaletas y bajantes de aguas pluviales. Si son raros los edificios conservados de los siglos XVI o XVII, se debe a que se demolieron en este momento, precisamente para hacer posible la construcción de otros nuevos. La mayoría de los palacios todavía en pie son dieciochescos: da la impresión de que la ciudad pretendió entonces ensalzar su función de capitalidad. Y además hay que contar con el éxito político y, en consecuencia, económico de algunos pamploneses desplazados a Madrid o a las Indias, medro que les lleva a encauzar parte de sus caudales en la edificación de mansiones dignas como medio de enaltecer su linaje, a veces ennoblecido con la obtención de un título o, cuado menos, de una ejecutoria de hidalguía.
Los marqueses de San Miguel de Aguayo hicieron construir un palacio en la calle Mayor de Pamplona en los primeros años del XVIII. En 1709 se firmó la escritura con el maestro cantero Pedro de Arriarán. Una parte de la fachada estaba terminada para diciembre de aquel mismo año. Y sin duda lo fue la totalidad del edificio para 1711. En 1800 pasó a ser propiedad del Conde de Ezpeleta, cuyas armas heráldicas ?león de gules cuñado y linguado de lo mismo, sobre campo de plata? se colocaron sobre el dintel de la puerta. Más tarde el palacio vino a ser del Marqués del Amparo, de cuya viuda lo adquirió finalmente en 1918 la Compañía de Santa Teresa de Jesús para colegio de enseñanza, finalidad en que actualmente persiste. Desde un punto de vista arquitectónico destaca la fachada barroca, mencionada por Víctor Hugo y denostada por Madrazo. Dos pilastras cajeadas, sobre plintos cóncavos, aparecen flanqueadas por sirenas y presentan talla de grutescos. El dintel ofrece motivos que aluden a la profesión militar y, más concretamente, a la artillería. A los lados de la puerta hay cuatro vanos dotados, al igual que los balcones superiores, de poderosa forja. El cuerpo bajo, que corresponde a las dos primeras alturas, se reviste totalmente de piedra, mientras que el segundo, de ladrillo, reserva aquel material para enmarque de los vanos. Por encima de una imposta y bajo el alero, cinco óculos guardan correspondencia con el eje de los balcones. Del zaguán ?pavimento decorado con motivos geométricos formados con canto rodado? arranca una elegante escalera de doble tiro. La parte posterior del edificio cuenta con un notable patio.
El llamado Seminario de San Juan Bautista, sede del Archivo Municipal, es una fundación que se debe a don Juan Bautista Iturralde y doña Manuela Munárriz, Marqueses de Murillo el Cuende, quienes otorgaron la oportuna escritura el 10 de septiembre de 1734. Fue su finalidad la formación eclesiástica de seminaristas, mediante unas normas de vida y el estudio. En esta idea adquirieron de los padres dominicos una casa que, convenientemente reformada, pasaría a cumplir su misión en 1734. Como tantos edificios del momento el Colegio de San Juan Bautista combina exteriormente como materiales constructivos la piedra, presente en el basamento, con el ladrillo de los tres pisos superiores. Ciñéndonos a la fachada principal, que recae a la calle del Mercado, observamos que la arquería que remata todo el edificio abre aquí cinco grandes huecos, bajo un alero, que fue peculiar antes de la rehabilitación del inmueble, pues volaba sus canes de forma no perpendicular al muro. Más abajo se dibujan dos balconadas corridas, una de las cuales continúa en la fachada lateral, y dos balcones pequeños en el primer piso. Las puertas de servicio, no flanqueables en la actualidad, se abrieron rasgando ventanas en el zócalo de piedra.
Especial significación tiene la portada barroca, buen exponente de las construidas en Pamplona durante la primera mitad del siglo XVIII. El vano, enmarcado por acusado baquetón con orejeras, aparece flanqueado por pilastras cajeadas de estilo dórico romano. Sobre el dintel se lee la inscripción fundamental y el año 1734.
Encima, dentro de una hornacina avenerada, de pilastras asimismo cajeadas, se cobija la imagen de San Juan; y sobre la charnela, dentro de una tarjeta, se aprecia la escena de su bautismo en bajo relieve. A los lados, bajo corona de marqués, campean las armas heráldicas del fundador.
Poco cabe resaltar por lo que respecta al interior. En el sótano se ha conservado un muro originario y dos arcos en ladrillo, de amplio vano. La escalera, actualmente situada a la izquierda de la entrada, ha sido reconstruida en distinto lugar del primitivo: de buen trazado y típica de su fecha, sin ser monumental resulta graciosa por sus pilares lisos y por sus tramos de barandilla y baranda de palos torneados.
No muy lejos, en la calle Navarrería y frente a la fuente de Santa Cecilia, se halla el palacio en origen perteneciente al mayorazgo Daoiz, conocido como del marqués de Rozalejo, con algunas similitudes que le hacen presumiblemente coetáneo. Edificio de planta baja y dos puertas laterales convertidas en acceso a comercio, remata la parte superior con el escudo marquesal.
De parecida data puede ser el caserón que ocupa el número 40 de la calle Zapatería, donde hace ya algunos años radicó el Colegio de Médicos, y las oficinas de la Acción Católica Diocesana. De propiedad municipal, al presente acoge dependencias del Ayuntamiento. La fachada, en totalidad de piedra, ofrece en planta baja dos puertas adinteladas en el centro y dos grandes arcos a los extremos, éstos, formados por sillares almohadillados en punta de diamante. Separado por una moldura, el primer piso manifiesta cuatro vanos que dan paso a dos balcones corridos de buena forja. La segunda altura se estructura en cuatro huecos, esta vez con balcones individuales. Una cornisa formada por dados almohadillados da paso al tercer piso, bajo el alero, con cuatro ventanas cuadradas. En el interior una airosa escalera voltea su tiro a la catalana, sobre arcos rampantes. Curiosamente el escudo de armas del titular se ha dispuesto en la fachada secundaria, que da a la calle Nueva.
De similares fechas, en este caso documentadas, es el Palacio Arzobispal. En 1732 propició su construcción el prelado don Melchor Ángel Gutiérrez Vallejo. Tras cuatro años de obras pudo ocuparlo su sucesor don Francisco de Añoa y Busto. El edificio es de planta rectangular, con dos frontispicios dotados de acceso que recaen a la plaza de Santa María la Real y a la plazoleta contigua. Ambas puertas vienen enmarcadas por columnas toscanas y roleos churriguerescos y disponen encima sendas hornacinas donde se acoge la imagen de San Fermín, primer obispo de la diócesis. Las obras dos fachadas dan a la Ronda de Barbazán y a la huerta, regalada por el Cabildo a la Mitra en 1887.
En el actual número 50 de la calle de Zapatería se halla una de las casas señoriales más destacadas del momento. Su construcción debe situarse mediado el siglo y fue iniciativa de don Juan Navarro, enriquecido en Indias. La obtención de la correspondiente ejecutoria de hidalguía en 1746 y la compra del señorío de Gorráiz marcan la obra de la mejora de su casa de Mélida y de la construcción del citado palacio urbano pamplonés. Se trata de un edificio con gran puerta central, moldurado su arco con estilo barroco, con profusión de talla y volutas laterales, que cuenta en los extremos con dos puertas de servicio. Los dos pisos superiores disponen de cinco vanos que se abren a balcones individuales, a excepción de los tres huecos centrales del primero, que lo comparten.
Un poco más adelante, en la acera de enfrente y ante el espacio abierto de la Plaza del Consejo, se encuentra el palacio del Conde de Guenduláin, sobrio de aspecto y de marcado estiramiento de fachada. Sobre la puerta el escudo heráldico muestra sus cuarteles, todavía polícromos. Y cada una de las dos alturas superiores dispone de nuevo vanos; en el primer piso, los balcones descansan sobre pares de grandes mensulones estrellados.
Entre la nómina de casas interesantes en la Pamplona del XVIII, cabe hacer mención de los palacios con acceso por la calle Estafeta, como el de Itúrbide o el de Goyeneche, éste de notable portada barroca blasonada y con fachada a la Plaza del Castillo. A este mismo espacio porticado se abre la casa que corresponde al número 49. En ella la gran profusión de balcones, apeados por tornapuntas, se explica por su función ocasional como palco para los espectáculos taurinos que tenían aquel lugar por coso. Por encima del alero que protege la arquería del piso superior varias mansardas se proyectan en el tejado.
Mediado el siglo se evidenció el estado de ruina del viejo Consistorio, edificado según el mandato de Carlos el Noble. De manera que se impuso la construcción de uno nuevo, del que solamente subsiste la fachada, superviviente del derribo de 1952. En 1755 se comenzó la fachada, de acuerdo con el proyecto del presbítero pamplonés don José de Zay y Lorda, que entonces vivía en Bilbao. El remate sigue dibujos de Juan Lorenzo Catalán. El escultor José Jiménez labró las alegorías de la Justicia y la Prudencia, a los lados de la puerta principal, así como la Fama, Hércules, armas heráldicas de Navarra y Pamplona y leones tenantes, del ático. Rejas y cerrajas se debieron a Salvador de Ribas. Y la desaparecida escalera, con su media naranja y linterna, fue ideada por el tudelano José Marzal.
Cuenta el frontispicio con tres cuerpos y remate. En cada piso, cuatro juegos de columnas pareadas ?exentas y sobre pedestales cajeados ? determinan las correspondientes tres calles verticales. Se combinan y superponen los órdenes clásicos: así, en la planta baja, el dórico romano, con friso articulado en triglifos ?de los que penden régulas y gotas?, y metopas decoradas con rosetas. En la planta primera o principal, el jónico se manifiesta en columnas con capiteles de volutas y arquitrabe formado por tres fasciae lisas. El último cuerpo acoge el orden corintio, bien perceptible en los capiteles de acantos y en su pequeño friso, decorado con dentículos. Las columnas de los dos primeros pisos son de fuste liso, aunque acanalado en su tercio inferior. Por su parte, el imoscapo de las corintias es arrodrigonado.
Por lo que hace a los vanos, la planta bala tiene puerta central de medio punto y dos menores de arco escarzano, con montantes enrejados encima; el cuerpo segundo cuenta con balconaje corrido; y el tercero, con balcones separados. Todos los huecos aparecen enmarcados por fina decoración de gusto «rococó». El ático presenta una balaustrada de piedra limitada por aletones, y un vano, en plano retranqueado, sobre el que va el frontón triangular sobre pilastras.
Como análisis del conjunto puede deducirse que el remate, diseñado por Juan Lorenzo Catalán, no armoniza del todo con la fachada ideada por Zay y Lorda. Ello se debe a que ésta representa una concepción dentro del barroco tardío y aquél, un paso en la línea del purismo arquitectónico que poco después ha de desembocar en el gusto neoclásico.
Entre tanto había proseguido la actividad de los ingenieros militares, quienes hacia 1730 erigieron el fuerte avanzado de San Bartolomé, en lo que hoy son Jardines de la Media Luna, próximos a la Plaza de Toros. En el virreinado del flamenco Conde de Gages se construyeron los baluartes exteriores del Redín.
Pero donde más a fondo se va a trabajar en la segunda mitad del siglo XVIII es en la puesta al día de los servicios públicos. La revolución urbanística es obra de un ilustrado aragonés, lector de Voltaire y de los librepensadores, conocido como Conde de Ricla, Virrey de Navarra en 1765. Fue voluntad suya traer a la capital agua clara en abundancia y eliminar la residual mediante alcantarillado y cloacas. En 1772 las aguas sucias corrían bajo las calles, por entonces pavimentadas mediante empedrado, para precipitarse al río Arga. Se contaba con uno de los servicios de este tipo más modernos de España.
La traída de agua es algo posterior. La ciudad venía abasteciéndose de pozos públicos y privados, amén de fuentes de manantial. Tras el rechazo de los planos presentados por el ingeniero francés François Gency, en 1780 Ventura Rodríguez se detuvo en Pamplona durante más de un mes para elaborar sobre el terreno el proyecto que se sería adjudicado. Su presencia sin duda conmovió los medios artísticos locales: los arquitectos de aquí pudieron tener un conocimiento de los nuevos ideales estéticos de la Corte. A partir de 1783, bajo la dirección técnica de Santos Ángel Ochandategui, se llevaron a cabo las obras para hacer posible el viaje de las aguas: el acueducto de Noáin es el más notable testimonio subsistente. En 1780 las fuentes diseñadas dos años antes por Luis Paret pudieron manar de sus caños. Hoy se conservan en uso las de Santa Cecilia, Plaza del Consejo y Recoletas; otra subsiste en el jardín del palacio del Conde de Guenduláin. Y el remate de una de ellas, la popular «Mari-Blanca», languidece en los Jardines de la Taconera.
Las circunstancias que concurrieron en esta obra de magna envergadura, con la presencia de Ventura Rodríguez en un primer momento, y, sobre todo, la edificación según sus planos de la nueva fachada de la catedral (1783-1800), sumada a la personalidad plenamente capacitada de Ochandategui, director aquí de la ejecución de los trabajos, fueron los factores decisivos para la implantación del estilo neoclásico en Pamplona y Navarra. De este momento son la placeta enlosada ante la Seo iruñense, cercada por verja de hierro con dieciséis pilastras coronadas por jarrones (1799) y la Casa Prioral, situada a su derecha (1786), obras ambas de Ochandategui.
El siglo XIX
Desde una consideración urbanística la Pamplona del XIX, políticamente convulsa en diferentes momentos, ve una serie de cambios, entre los que cabe reseñar la definitiva configuración del Paseo de Sarasate, ultimada con el fin de las obras de la Audiencia. El crecimiento demográfico natural al que se añadieron circunstancias especiales, como el aumento de personas subsiguiente a la Guerra Carlista, con la obligada despoblación rural, y la necesidad de mano de obra para la construcción del fuerte de Alfonso XII en San Cristóbal, impuso la necesidad de crear un ensanche en los glacis interiores de la Ciudadela, que se había de desarrollar a partir de 1888. Aunque resultó insuficiente, al ser ocupada la mayor parte del terreno por cuarteles y edificios públicos, y solamente un espacio menor destinado a viviendas.
En el aspecto arquitectónico debe hacerse referencia a la construcción del Palacio de la Diputación entre 1840 y 1851, dentro todavía de la corriente neoclásica. Los planos son obra de José de Nagusía. Ampliado en los años 1931 a 1934, entonces se construyó la nueva fachada a la Avenida de Carlos III, en consonancia con el estilo del edificio. Coincidiendo con la reforma general de tipo decorativo dirigida por Yárnoz Larrosa en 1951, intervino el escultor Fructuoso Orduna con los grupos en piedra para los frontones de ambos frontispicios y las estatuas broncíneas de reyes para el principal. En el interior destaca el salón del Trono, terminado en 1865 bajo la dirección de Maximiliano Hijón, que cuenta con notables pinturas de género histórico.
Al mismo Hijón se debe el edificio, rigurosamente coetáneo con su actuar en la Diputación, del Instituto de Bachillerato, que hoy acoge a las Escuelas Universitarias de Magisterio y Empresariales. Severamente clasicista en exteriores, dentro dispone de un patio central con galerías acristaladas.
La necesidad de atender el abastecimiento público determinó la inauguración en 1877 del Mercado de Santo Domingo, construido de acuerdo con los planos de Martín Sarasíbar. En los años 1986 y 1987 habría de ser reformado.
La arquitectura pamplonesa de la segunda mitad del XIX se inscribe en el panorama de la arquitectura española del momento. Su campo de actuación se centrará sustantivamente en el Primer Ensanche, aparte de las obras de tipo religioso y de otras menores, como comercios o escaparates. El Historicismo, que acuñó una serie de «neos», dejó, por ejemplo, el edificio neomudéjar de la calle General Chinchilla 7, sede de la Mancomunidad de Aguas (1987) debido a Ángel Goicoechea.
El Eclecticismo se impuso en Pamplona a partir de 1890 y se adentró en el siglo XX. Tiene como buenos exponentes arquitectónicos dos obras de Julián Arteaga: el edificio de la Audiencia, construido entre 1890 y 1898, y las Escuelas de San Francisco. En las fachadas de uno y otro se alternan la piedra y el ladrillo rojo.
Simultáneamente es posible encontrar modos supervivientes de clasicismo academicista, como es el caso del Archivo General de Navarra, concebido por Florencio de Ansoleaga e inaugurado en 1898.
El Modernismo tiene aquí unas fechas tope que pueden precisarse entre 1899 y 1920, con un cuatrienio de especial importancia, que va de 1904 a 1908. Por encima de otras figuras y de obras menores, sobresale Manuel Martínez de Ubago, autor de la casa de viviendas de la calle José Alonso número 4, y del edificio de la Delegación de Hacienda estatal en Navarra, proyectos en que evidencia una adecuada asimilación del estilo más avanzado del momento.
Las obras de Víctor Eusa en el segundo ensanche marcan de forma característica la primera mitad del siglo XX; especialmente significativos son el seminario diocesano, en la avenida de la Baja Navarra, la Casa de Misericordia, en la vuelta del Castillo o los Paúles, en la Avenida de Zaragoza. La arquitectura contemporánea, basada en el cristal y el hormigón y el acero tiene sus mejores exponentes en los edificios de la Caja de Ahorros de Navarra, obra de L. Gaztelu y de la Caja de Ahorros Municipal, proyectado por Sánchez de Muniáin.
Iglesia parroquial de San Juan Bautista
En esta iglesia radica la parroquia de la catedral, que durante siglos funcionó en la capilla de San Juan Bautista de la misma. El edificio forma parte de lo que fue colegio de la Compañía de Jesús, desde comienzos del siglo XVII hasta su expulsión en 1767. El exterior tiene sencilla fachada de ladrillo sobre basamento de piedra. La portada es de medio punto y sobre ella se ve un escudo de la monarquía española, colocado en 1782, cuando el convento se dedicó a seminario. El interior es de tres naves de igual altura separadas por pilares de planta cuadrada. Las bóvedas son de aristas, excepto el primer tramo de la nave central, cubierto por una media naranja sin tambor ni linterna; las pechinas ostentan los relieves de los emblemas de Jesús y María. Los retablos actuales son modernos, el mayor de 1916 y los laterales, de 1925.
Iglesia parroquial de San Saturnino (San Cernin)
Existió una iglesia anterior en este mismo solar. Al menos, a finales del siglo XII, se construyó un templo románico, que quedó muy mal parado en la guerra de la Navarrería, en 1276. Poco después se comenzó la edificación de la iglesia gótica, cuya nave estaba acabada en 1297. Durante el siglo XV se le añadió un claustro, derribado a su vez en 1758 para dar paso a la Capilla de la Virgen del Camino.
El exterior aparece aprisionado entre calles y edificios que la rodean. Desde la calle Ansoleaga se ven los potentes contrafuertes del ábside, mientras que la fachada del hastial, con una portada del siglo XVIII y una espadaña en lo alto, mira a la calle de la Campana. La fachada principal es la del norte, hacia la calle de San Saturnino, prolongación de la calle Mayor. En ella se abre un pórtico formado por cinco arcadas góticas. A los lados del arco de ingreso hay dos esculturas de piedra representando a Santiago peregrino y a San Saturnino. Se cubren con doseletes góticos y están colocadas sobre ménsulas. Sobre el arco, un bajorrelieve representa el martirio de San Saturnino. El interior del pórtico se cubre con bóvedas de terceletes del siglo XVI. Hay algunos arcosolios de sepulcros y, en un ángulo del muro, una estatua de San Pedro bajo dosel. La portada de acceso a la iglesia es un bello ejemplar del gótico del siglo XIII. Se forma por un abocinado con seis arcos que apean en otras tantas columnitas. Los capiteles representan a la izquierda escenas de la infancia de Cristo y, a la derecha, de la pasión. En el dintel, escenas de la resurrección de los muertos y, en el tímpano, Cristo Juez, flanqueado por ángeles y por dos personajes arrodillados en actitud suplicante. La escultura sigue en las claves y remata con un Calvario sobre el arco superior. Las torres se construyeron con miras defensivas. Son dos, de planta cuadrangular, muy esbeltas. En principio eran de igual altura y almenadas. En el siglo XVIII se suprimieron las almenas y en la del Norte, o de las campanas, se elevó un chapitel octogonal de ladrillo. La del sur, o del reloj, a finales de ese siglo fue recrecida en unas hiladas y sobre ella se colocó un cupulín para albergar las campanas del reloj. Sobre él está la popular veleta llamada «el gallico de San Cernin».
El interior del templo se presenta como una sola nave amplia y elevada, aunque la longitud no corresponde a esas dimensiones. Tiene 33 m de largo por 15,5 de ancho y una altura de 25 m hasta la clave de las bóvedas. Se cubre por dos tramos de bóvedas sexpartitas y otro semioctogonal para la cabecera. Esta posee gran originalidad, ya que se forma por un amplio ábside en el centro para la capilla mayor, más elevada; a sus lados, dos pequeñas capillas de planta poligonal y, a continuación de éstas, otras dos de planta cuadrada, ya que se alejan en el cuerpo bajo de las torres. A los pies de la nave se sitúa el coro alto, de la misma época de la construcción de la iglesia. Los altos ventanales de la capilla mayor se adornan con vidrieras, que datan de 1907, lo mismo que las de las capillas laterales. Todos los retablos son modernos y responden a una restauración neogótica: el mayor data de 1907, los colaterales, de la Santísima Trinidad y de la Purísima, son de 1916. Las dos capillas siguientes, a cada lado, están dedicadas a las Ánimas y a San Antonio, con retablos de 1902 y 1905. Otra capilla, junto a la puerta de ingreso, tiene por titular a San Jorge. Sobre el arco de esta capilla se halla un bajorrelieve de gran tamaño representando quizá a San Jorge en atuendo de caballero medieval. Bajo el coro, en el lado de la epístola, se sitúa la capilla del Santo Cristo. Su talla se alberga en un retablo neogótico de 1918. En su predela se aloja un pequeño retablo tallado en madera policromada, de estilo flamenco del siglo XV. Representa el Descendimiento. En las dos capillas laterales del ábside se hallan sepulcros de los siglos XV y XVI. Ocupando el lugar del antiguo claustro se construyó, a partir de 1758, la capilla de la Virgen del Camino, que tiene entidad propia, aunque se abra a la nave de San Cernin por un gran arco, situado frente a la entrada de la iglesia. Los autores del proyecto fueron Francisco de Ibero, Juan Gómez Gil y Juan Lorenzo Catalán. La planta es central, de cruz griega inscrita en un cuadrado, con un tramo de comunicación que la une con la citada nave parroquial. La cubierta tiene cinco cúpulas, situadas en el centro del crucero y en los rincones. Lo demás se cubre con bóveda de medio cañón, con lunetos. La cúpula central, mucho más alta que el resto, tiene, sobre cuatro pechinas, tambor octogonal con ventanas, sobre el que se eleva la propia cúpula, con linterna y cupulín. Las bóvedas son molduradas y arrancan de un entablamento aparatoso que, a su vez, se apoya en los capiteles de las pilastras de muros y piares. Tras el retablo hay un camarín con bóveda elíptica rebajada. Toda la arquitectura responde a los planteamientos del barroco, aunque después se modificó algo la ornamentación, según los gustos neoclásicos.
El gran retablo que ocupa todo el ábside es obra de Juan Martín Andrés y fue terminado en 1773. El estilo es barroco, aunque ya con incursiones de neoclasicismo. Se compone de banco, cuerpo único de tres calles articuladas por pilastras laterales y dos columnas de fuste estriado y capitel compuesto y un gran cascarón sobre su banco. En dos hornacinas del banco inferior se hallan dos esculturas de la inmaculada y de Santa Teresa, traídas de Nápoles en 1772. Ya sobre el banco, las cuatro Virtudes Cardinales. En el templete central se alberga la imagen de la Virgen del Camino, y, a sus lados, San Joaquín y Santa Ana. Sobre el templete, San José y, en el cascarón, la figura de Dios Padre y varios ángeles músicos que se apoyan en el entablamento. La imagen de la Virgen del Camino fue originariamente una talla románica, pero en el siglo XVIII se le recubrió de plata y fue totalmente retocada. Se asienta sobre un podium de plata realizado en 1771, y sobre una gran peana procesional, también de plata.
Dos grandes lienzos, representando el Nacimiento y la Epifanía ornamentan la capilla. Fueron pintados por José Bexes en 1729.
Iglesia parroquial de San Nicolás
Un primer edificio románico existió antes de 1177. A raíz de las luchas entre los burgos de la ciudad, la iglesia fue quemada en 1222, por lo que fue reconstruida y consagrada en 1231. Por entonces tenía un marcado carácter defensivo, ya que formaba parte de la muralla de la ciudad. Tuvo dos torres, o quizá tres, siendo construida en el siglo XIV la que aún subsiste modificada. Al exterior no puede apreciarse su fisonomía gótica, ya que, entre 1884 y 1887 se construyó un pórtico neogótico que la rodea por el norte y el oeste. También entonces se abrió la puerta que da al paseo Sarasate. En este lado de la iglesia se instaló la casa parroquial y en 1902 se construyó una fachada neorrománica en el saliente del crucero, todo ello con trazas de Ángel Goicoechea. Por el exterior del ábside se contemplan sus tres lados reforzados con los contrafuertes y rasgados por altos ventanales. En el muro del hastial hay una portada gótica con cinco arquivoltas. Por encima, un gran rosetón gótico. Otra portada se abre al norte, con dos arquivoltas y capiteles protogóticos. Esta misma fachada es la única que ofrece a la vista algo de la construcción medieval: se ven los matacanes que corren desde el saliente del crucero hasta el de la torre, situada en el ángulo noroeste, con un campanario de ladrillo y almenas construidas en 1924, según proyecto de José Martínez de Ubago.
El interior fue restaurado, entre 1982-1986. Ofrece en su conjunto una planta de cruz latina con tres naves, crucero y ábside, situándose dos capillas al norte y una al sur del mismo. En la época románica se hizo el planteamiento de las tres naves con crucero y ábside. Subsisten los pilares cruciformes, las bóvedas de las naves laterales y el arranque del ábside. A la época de transición en el siglo XIII, de influjo cisterciense, pertenecen los muros y bóvedas de la nave principal y crucero, con arcos fajones y gruesos nervios. A otra tercera etapa, ya plenamente gótica, quizá después de la guerra de 1276, a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, pertenece al ábside de planta semioctogonal, con bóveda gótica de gusto francés, partiendo sus nervios de columnitas adosadas que arrancan a media altura del muro. Se rasga por tres altos ventanales con mainel y tracerías superiores lobuladas. A este momento pertenece el rosetón del hastial. Las capillas que se hallan junto al presbiterio son de diversa planta y elevación, correspondiendo a las reformas del siglo XVI, al suprimir la elevación de las torres. En el muro occidental existen pasadizos de finalidad defensiva. En la parte noroccidental se acusan los gruesos muros de la torre subsistente. A los pies existe un coro, sobre una bóveda gótica. En el siglo XVIII se vistió la iglesia de numerosos retablos de buena calidad. Todos fueron desmontados con ocasión de la última restauración. En el presbiterio se ha habilitado parte de la sillería del coro, barroca del siglo XVIII. Al fondo se ha colocado un Crucifijo del siglo XIV. En el muro, a ambos lados hay sendas hornacinas góticas del siglo XVI. También se ha colocado en el presbiterio la talla del titular, San Nicolás, del siglo XVII. Durante esta restauración aparecieron unas pinturas murales del siglo XIV en los pilares del crucero donde empieza la capilla mayor. En el coro se está instalando el gran órgano barroco, construido en 1769.
Iglesia parroquial de San Lorenzo
La primitiva parroquia se construyó a comienzos del siglo XIII y debió quedar muy dañada en la guerra de 1276 por lo que, en los primeros años del siglo XIV, se construyó de nuevo, a continuación de la de San Cernin y quizá por los mismos canteros. Tenía claustro hacia el sur, que desapareció al ser construida en su lugar la capilla de San Fermín, en el siglo XVII. Su elevada torre formaba parte de la muralla de la ciudad. En el siglo XVIII se abrió a sus pies una bella portada barroca. Casi todo este templo gótico se hundió hacia el 1800. Sólo se conservan parte de los muros en el sur y las bóvedas de dos capillas góticas, decoradas con pinturas del siglo XIV, por encima de las actuales. La iglesia actual se construyó en los primeros años del siglo XIX y su arquitectura es pobre y poco inspirada, sin nada que notar al exterior. La vieja torre fue derribada en 1901 y en su lugar se construyó la actual fachada, con planos de Florencio Ansoleaga.
El interior se reduce a una amplia nave con capillas, rehundidas en el muro norte y más profundas en el del sur. El retablo mayor, construido por Florentino Istúriz según trazas de Ángel Goicoechea, se colocó en 1908. Bajo el coro, al final del lado de la epístola, se sitúa la Virgen de la Solead, muy venerada en la ciudad. La cara y manos fueron talladas por Rosendo Nobas en 1883.
La capilla de San Fermín se abre al lado de la epístola. En ella se venera al patrono de Navarra y para este objeto fue construida entre 1696-1717. Los planos son de Santiago Raón, Fray Juan de Alegría y Martín de Zaldúa. Se une por un tramo a la nave de la parroquia y es de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado. Al exterior, en los lados sur y oeste, se ciñe por una doble ala de dos pisos, el inferior de piedra y el superior de ladrillo con balcones. Se adorna con arcos con cerámica en franjas y encuadres con el escudo de Pamplona. El templete que acoge la imagen de San Fermín es neoclásico, hecho según trazas de Francisco Sabando e inaugurado en 1819; sus esculturas y relieves son de Anselmo Salanova.
La propia imagen de San Fermín es un busto-relicario, talla en madera de finales del siglo XV. El relicario de plata colocado en el pecho es de la primera mitad del siglo XVI. En 1687 la imagen fue recubierta de plata. En 1746 se labró la peana de plata, según diseños de Carlos Casanova; el ejecutor fue el platero Antonio Ripando.
Iglesia parroquial de San Agustín
El templo se hizo para el convento de San Agustín, que fue construido a finales del siglo XIV y comienzos del XV. La iglesia, en su forma actual, data de los años 1525-1550. A raíz de la desamortización pasó a convertirse en parroquia (1882). La anterior fachada, que era de ladrillo y muy sencilla, fue sustituida por la actual, terminada en 1900, según proyecto de Florencio de Ansoleaga.
El interior se presenta como una amplia nave, con un ábside más estrecho y a la que se abren tres capillas a cada lado. Se cubre con elegantes bóvedas de terceletes distribuidas en seis tramos, separados por arcos fajones ojivales de platabanda moldurada. El ábside, que es de planta trapezoidal, pasa, mediante trompas conchiformes, a ser semioctogonal y de complicada tracería. Las capillas también se cubren con bóvedas de terceletes.
Todos los retablos anteriores desaparecieron de este recinto con la desamortización. El actual mayor y sus dos laterales son de 1915. En una pequeña capilla bajo el coro, en el lado del evangelio, hay un retablito barroco churrigueresco, procedente de la iglesia del extinguido convento del Carmen Calzado. De la misma procedencia es otro retablo barroco en la capilla de San Antonio, segunda de la epístola, y el mobiliario de la Sacristía. La pila bautismal, situada en otra antigua capilla bajo el coro, es medieval y procede de la iglesia de San Nicolás, de donde se trajo aquí al ser erigida esta iglesia en parroquia en 1882.
Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel
Fue terminada en 1954 y se construyó con la intención de albergar en ella el retablo renacentista de la Catedral, que había sido desmontado unos años antes. Por ello su arquitectura, tanto al exterior como en el interior, evoca las formas tardorrenacentistas herrerianas. Fue trazada y ejecutada por el arquitecto José Yárnoz Larrosa. Tiene planta de cruz latina con dos naves laterales más bajas que comunican con la central por arcos de medio punto. Las bóvedas son también de medio punto y en la cúpula, sobre el crucero, están decoradas con pinturas de Ramón Stolz.
Todo el frente del ábside está ocupado por el grandioso retablo que fue hecho en 1598 para la catedral de Pamplona, por la munificencia del Cardenal Antonio Zapata. Sus autores fueron el ensamblador Domingo de Bidarte, los escultores Pedro González de San Pedro y Juan de Angulo y el pintor Juan Claver. La traza fue del platero José Velázquez de Medrano, quien se inspiró en la del retablo mayor de El Escorial. La planta es trapezoidal. Sobre un banco se alzan tres cuerpos y un ático. Los dos cuerpos inferiores están divididos en cinco calles, que se reducen a tres en el tercero. El ático consta de única caja terminada en frontón triangular. Todos los nichos se flanquean por columnas pareadas de fuste estriado, jónicas en el primer piso y corintias en los dos restantes. Entre los distintos cuerpos van amplios entablamentos sin ninguna interrupción de frontones, a excepción del que corona el nicho del primer cuerpo. La escultura sigue la pauta del romanismo navarro y tiene aquí uno de sus mejores ejemplares. La iconografía sigue las pautas trentinas y los deseos del obispo Zapata, que hizo incluir santos toledanos. En el banco van relieves de la pasión, entre los evangelistas y, en los extremos, San Antón y San Francisco de Asís. La calle central está ocupada por el tabernáculo, la Asunción, San Miguel (obra de M. Penella en 1953, que sustituyó a la talla original de San Pedro) y, por fin, el calvario. En el primer cuerpo lleva en los extremos las tallas de San Pedro y San Pablo y dos relieves con escenas de San Ildefonso y Santa Leocadia. El segundo cuerpo, sobre un entablamento con los Padres de la Iglesia, presenta en los extremos las tallas de San Agustín y San Ildefonso y, junto a la Asunción, los relieves del Nacimiento y Adoración de los pastores. El tercer cuerpo se apoya sobre otro entablamento con relieves de cuatro Obispos y el martirio de San Pedro en el centro. A San Pedro acompañaban dos profetas. A los extremos, dos mancebos sostienen los escudos de Zapata. Bajo el ático están los relieves de la Crucifixión y las figuras de dos virtudes. La caja del ático alberga las tres esculturas del Calvario; sobre él, en el frontón, el Padre Eterno.
Iglesia de Santo Domingo
Formó parte del convento de Dominicos, edificado en el siglo XVI. La iglesia fue levantada entre los años 1536-1568. Como otras que se edificaron entonces en Navarra, pertenece al gótico tardío. Consta de una amplia nave con tres capillas a los lados, separadas por contrafuertes internos, con crucero y tres ábsides en la cabecera, el central y el de la epístola, poligonales y el del evangelio, plano. Se cubre por bóvedas de terceletes. El coro está situado a los pies de la iglesia, sobre bóveda de aristas. La estructura no se aprecia al exterior, por estar rodeada del antiguo convento y casas. A mediados del siglo XVIII se abrió la entrada actual hacia la plaza de Santo Domingo, dotándola de una portada barroca de sobria decoración. Tiene dos cuerpos. Sobre el arco de medio punto se halla el escudo de la orden dominicana y, en sendas hornacinas, los Santos Domingo y Tomás de Aquino. Encima, en otra hornacina, la imagen de Santiago, titular de la Iglesia. Desde esta puerta se desciende a la iglesia por una amplia escalinata.
Se conservan en el interior los retablos anteriores a la desamortización. El retablo mayor se construyó inicialmente antes de 1574. Trabajaron en él los escultores Pierres Picart y Fray Juan de Beauves. En 1783 se reformó su estructura ampliándolo. A esta reforma pertenecen las grandes columnas, el gran entablamento superior, el frontón curvo, las pulseras y el remate superior. También se hizo por entonces un nuevo tabernáculo. Se presenta pues, en la actualidad, claramente diferenciado en dos partes, separadas por un amplio entablamento. La parte inferior, sobre un alto banco, distribuye la abundante escultura en dos pisos y cinco calles separadas por cuatro altas columnas situadas a los extremos y junto a la calle central. En la parte superior hay un gran ático con dos cuerpos, realzada la calle central con dos columnas y frontón triangular, quedando a los lados otras dos hornacinas y copiosa ornamentación escultórica y heráldica. La escultura se distribuye por todo el retablo en relieves y tallas con temas del Evangelio, santos, personajes históricos y simbólicos. Pueden destacar por su calidad los relieves de la predela y el de la coronación de la Virgen, en el ático.
Los demás retablos se sitúan en las capillas. Así, comenzando por los pies en el lado del Evangelio, en la que hay bajo el órgano, con bóveda decorada en barroco hacia 1730, puede verse el retablo de San Vicente Ferrer, churrigueresco, de esa misma fecha. También hay un crucifijo renacentista. En la capilla siguiente hay un retablo barroco hecho en 1734, con dos cuerpos. En el bancal está incrustado un curioso relieve, anterior al resto del retablo, representando a todos los familiares de Cristo. En el muro, un gran lienzo de Vicente Berdusán representa a Santo Tomás. A continuación, la capilla de Santo Tomás tiene otro retablo barroco de dos cuerpos, en el muro, un monumental cuadro barroco representa a Santo Tomás, rodeado de sus comentaristas. Ya en el crucero está el retablo de San Ignacio, de escaso valor artístico y, más adelante, en el ábside, el de la Virgen del Rosario, de 1689. Es de estilo churrigueresco, de dos cuerpos. En el inferior está la talla de la Virgen, flanqueada por paneles decorados. En el superior hay tres pinturas con la Visitación, Santa Ana y San Fernando. El ático lleva el lienzo de la Crucifixión. Ya en el lado de la epístola, el ábside está ocupado por un retablo neogótico. En el propio crucero se halla el retablo de San José, barroco de dos cuerpos, con pinturas en el banco. A la derecha del retablo, un arco sepulcral, de 1622. La siguiente capilla tiene el retablo de San Pedro Mártir, churrigueresco, de 1750. Consta de dos cuerpos: el inferior tiene la estatua del titular y dos pinturas y el superior, la imagen de San Francisco Javier. En la última capilla, antes de la escalinata de entrada de la iglesia, está la capilla de San Urbano, con un, retablo de mediados del siglo XII, con un gran lienzo representando la aparición de Santo Domingo en Suriano: Las columnas son corintias y el remate de molduras. La imagen de San Urbano está colocada delante del lienzo.
Del órgano construido hacia 1658 se conserva aún la caja barroca, bellamente tallada, con algunas esculturas.
Iglesia de Agustinas Recoletas
Construido entre 1624-1634 y se conserva en su totalidad. Su traza se debió al arquitecto Juan Gómez de Mora. La fachada de la iglesia, que se asoma a una hermosa plaza, responde, como todo el edificio, al estilo madrileño impuesto en la época de Felipe III. En la parte inferior se abre un pórtico de tres arcos de medio punto, con aparejo de piedra de sillería almohadillado. El resto de la fachada es de ladrillo, con dos pilastras a los lados y tableros relevados. En el centro lleva un nicho, con la escultura de la Inmaculada, sobre el que se abre una ventana que da luz al coro, teniendo a los lados los escudos del fundador. La talla de la Virgen y los escudos son obra del escultor pamplonés Miguel López de Ganuza. La fachada termina con frontón triangular. En el interior, el templo es de una nave con crucero. La nave se cubre con bóveda de cañón y lunetos y sobre el crucero se eleva una cúpula sobre pechinas. Hay coro alto, a los pies de la nave, y coro bajo junto al presbiterio. La decoración de la iglesia es barroca y se enriquece con lienzos de pintura.
Cuatro retablos barrocos embellecen el recinto. El retablo mayor y los dos laterales en el crucero son obra del escultor y arquitecto tudelano Francisco de Gurrea, entre 1700-1708. Es de estilo churrigueresco y está formado por doble bancal, un cuerpo principal repartido en tres calles y un remate semicircular para adaptarse a la bóveda. Todo él está ornamentado con profusa decoración barroca y abundante escultura. En el bancal se ven dos relieves representando el Nacimiento y Asunción de la Virgen. En el cuerpo principal, ocupa la hornacina central una talla de la Inmaculada. A su lado, y sustituyendo a columnas, las tallas de San Agustín y Santa Mónica. En las calles laterales, San Juan Bautista y Santa Catalina (alusivas a los nombres de los fundadores). En el ático, un calvario, renacentista, y en los extremos, las esculturas de San Francisco y Santa Clara.
El estofado y dorado es obra de Francisco de Aguirre. En cuanto a la escultura, son obra de Juan de Peralta, tudelano, los relieves del banco, la talla de la Inmaculada y los ángeles distribuidos por todo el retablo. El calvario pertenece a otro retablo anterior, obra de Domingo de Bidarte y Domingo de Lussa (1631-1633). El resto de las esculturas son del propio Francisco de Gurrea.
Los dos retablos colaterales, de los mismos autores que el mayor, están dedicados a San Antonio de Padua, el del evangelio, y a San José, el de la epístola. En el muro lateral del crucero del Evangelio hay otro retablo barroco (1674) que acoge la imagen renacentista de la Virgen de las Maravillas. Lo completan algunas pinturas y tallas de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
En el interior del convento se conservan notables obras de escultura, pintura, orfebrería, artes menores y ornamentos litúrgicos. Entre sus autores figuran los escultores Juan de Ancheta, Manuel Pereira, Pedro de Mena y los pintores Antonio Ricci, Oracio Borgianni, Francisco Camilo, Pedro de Villafranca, Jacobo Palma el Joven y Vicente Carducho.
Iglesia de los padres Carmelitas
El convento e iglesia de Carmelitas Descalzos fueron construidos entre 1644-1672. Fueron sus tracistas principales el hermano Nicolás y fray Alonso de San José. El conjunto constituye un buen ejemplo de arquitectura conventual del siglo XVII español. Las dependencias conventuales se organizan a partir del claustro, que forma en planta un cuadrado, el alzado se configura en tres cuerpos, uno de piedra a manera de zócalo y dos de ladrillo con todos los vanos adintelados, menos en el ala norte, en la que se abren cinco arcadas de medio punto en la planta baja. La iglesia ostenta una fachada, construida entre 1668-1672, semejante a la cercana de Recoletas, pero aquí es toda de piedra. Consta de tres calles rectangulares, más ancha la central, a la que se unen las laterales por medio de aletones. Sobre un pórtico de tres arcos, se alza el cuerpo central, que, a su vez, se subdivide en tres calles separadas por pilastras. En la central se abre una hornacina con la talla de Santa Ana y, sobre ella, un gran vano adintelado. El resto del cuerpo central se ocupa con paneles rectangulares. Dos de ellos son ocupados por escudos de la Orden. El conjunto remata en frontón triangular con óculo central y cruz y bolas sobre él. Las calles laterales presentan marcos simulados y paneles rectangulares en la parte inferior y otros resaltes con ventanas en la superior.
El interior, construido entre 1662 y 1669, tiene planta de cruz latina inscrita en un rectángulo con capillas laterales entre los contrafuertes y coro alto a los pies. Además, en el muro frontal del crucero sur se abre una capilla dedicada a San Joaquín. Los muros se organizan con pilastras de orden jónico-toscano, sobre las que monta una cornisa moldurada. Las capillas se comunican con la nave y entre sí por arcos de medio punto. La nave central, la cabecera y los brazos del crucero se cubren por tramos de bóveda de medio punto con lunetos y se ornamentan con decoración geométrica. Cubre el crucero una media naranja que voltea sobre pechinas y se decora también con yeserías de dibujo geométrico. En la clave se sitúa un escudo de la Orden. Las tres capillas del Evangelio se cubren por bóvedas semiesféricas con linternas, mientras que las de la epístola lo hacen con bóvedas de arista rebajadas. El sotocoro y sus capillas laterales van cubiertos por bóvedas de medio cañón rebajado, con lunetos. La capilla de San Joaquín se cubre por bóveda de media naranja con pequeña linterna sobre pechinas. En 1750 se decoró con yeserías y pinturas de gusto barroco.
Las únicas ventanas para iluminación se abren en el hastial y en los muros frontales del crucero.
La iglesia está llena de retablos que, en su mayor parte, datan del siglo XVII. El retablo mayor y los colaterales se construyeron ya en 1669-1675 con trazas de maestros conventuales de la Orden. Las tallas de Santa Ana, San Elías y San Juan de la Cruz se realizaron en 1675 y son de escuela castellana. La actual titular, la Virgen del Carmen, es obra de Francisco Font en 1915. El retablo mayor se adapta a la cabecera del templo. Consta de predela, cuerpo principal y ático semicircular, distribuido todo en tres calles. Cuatro columnas de orden gigante las dividen. Son de fuste acanalado y capitel compuesto y soportan el entablamento que sostiene el ático. La calle central de éste va flanqueado por machones. La decoración es la del período prechurrigueresco, de factura abultada y plástica. En la predela y los laterales del ático aparecen lienzos con temas y santos carmelitanos. En las calles laterales se sitúan las tallas de San Elías y San Juan de la Cruz, ocupando la Virgen del Carmen el nicho de la del centro. Los dos retablos colaterales tienen como titulares en la actualidad a San José y al Niño Jesús de Praga. Constan de banco, cuerpo único de una sola calle y ático. En el cuerpo principal llevan cuatro columnas de fuste estriado y capitel compuesto, mientras que el ático se flanquea por machones. La decoración es similar a la del retablo mayor. Conservan el dorado original. La imagen de San José es contemporánea de los retablos, un buen ejemplar del barroco castellano.
Los retablos de las capillas laterales fueron realizados entre 1672-1680. Casi todos han sufrido modificaciones y, en algún caso, han sido sustituidos, aunque guardan unidad estilística.
En la nave del Evangelio, el más próximo al crucero está dedicado a las Ánimas del Purgatorio. En 1925 fue remodelado, quedando del primitivo barroco parte del banco y la calle central. El ático es moderno. En la siguiente capilla, el retablo de San Juan de la Cruz contiene un ejemplar del siglo XVII con añadidos laterales barrocos de 1729. La imagen del titular es moderna, pero en el ático hay un lienzo del tiempo del retablo, de pintura tenebrista, representando a San Jerónimo. El siguiente retablo está dedicado a Santa Teresa del Niño Jesús y data de 1924. En la capilla bajo el coro, dispuesta en 1725 para enterramiento de los religiosos, se colocó entonces el retablo de la Dolorosa, con decoración churrigueresca, y en el que se ve el crucifijo del siglo XVII junto a dos imágenes modernas de San Juan y la Virgen; la imagen de la Virgen, del siglo XVIII, de candelero, fue retirada.
En el lado de la epístola, y comenzando junto al crucero, está la capilla de Santa Teresa, con retablo del siglo XVII ligeramente modificado en 1922. La talla de la santa sigue el modelo popularizado por Gregorio Fernández y fue realizada en talleres castellanos en el segundo tercio del siglo XVII al que también pertenece el lienzo del ático que representa a Santa María Magdalena. La imagen del titular es moderna. La última capilla alberga un retablo compuesto con elementos de varios estilos, de los siglos XVII y XVIII. Son barrocos los dos lienzos de los ángulos del ático, lo mismo que la talla de la Virgen del Pilar. El titular, San Francisco de Sales, es moderno. Finalmente, bajo el coro, en el mismo lado de la epístola, hay un retablo neogótico, de 1924, dedicado al Corazón de Jesús.
La capilla de San Joaquín, que se abre en el crucero del evangelio, conserva intacto el retablo que en 1667 fue realizado por Francisco Gurrea y Sebastián de Sola y Calahorra y dorado en 1670. Se compone de banco, cuerpo con cuatro columnas salomónicas y ático semicircular. En el nicho central se halla el grupo de San Joaquín y la Virgen Niña, excelentes tallas con el movimiento y delicadeza de detalles, propios del mejor estilo barroco. En la caja del ático queda la talla de San Juanito, de la época del retablo. El sagrario, flanqueado por columnillas salomónicas, lleva relieves eucarísticos en la puerta y, a los lados, dos pinturas con los bustos de Cristo y de la Virgen. En los óvalos de las pechinas se hallan cuatro lienzos barrocos del siglo XVIII con temas marianos. A ambos lados de la capilla se sitúan dos grandes lienzos firmados por Marco Gonosalio, representando a San Joaquín y Santa Ana con la Virgen Niña. Numerosas obras de pintura ornamentan el templo: en las cuatro pechinas de la cúpula, en los catorce lunetos, seis en la nave sobre los arcos de ingreso a las capillas y dos grandes en el crucero. Todos ellos son del siglo XVII, en fechas próximas a la construcción de la iglesia. También en el convento se hallan numerosas obras de pintura y alguna de escultura, generalmente de los siglos XVII y XVIII.
Iglesia de San Fermín de Aldapa
En el solar de esta iglesia hubo otra, dedicada a San Pedro, en tiempos medievales. A comienzos del siglo XVI cambió el título por el de San Fermín. A finales del siglo XVIII fue derribada y sustituida por otra, que se terminó en 1701. A partir de 1883, al ser ocupada por los religiosos del Corazón de María, fue ampliada en un tramo y se construyó la fachada y torre. En el interior conserva aún el aspecto barroco, aunque perdió los retablos de este estilo que había tenido. Con planta de cruz latina y capillas a los lados, la nave se cubre por bóveda de medio punto con lunetos. Sobre el crucero se eleva una cúpula con linterna sobre pechinas. El actual retablo mayor data de 1912. Aun queda el retablo barroco del Cristo, de hacia 1700, en una de las capillas.
Basílica de San Ignacio
Adosada en la actualidad a la moderna iglesia de San Ignacio, se conserva aún parte de la basílica que en 1694 se levantó para recordar el lugar donde San Ignacio cayera herido durante el asedio del castillo de Pamplona. El año 1927 fue derribada en parte para dar lugar al Ensanche de la ciudad. Al exterior ofrece una fachada de piedra, con puerta adintelada y dos altas ventanas terminadas en arco de medio punto, sobre las que se abren a cada lado dos óculos superpuestos y un medallón en el centro sobre la puerta. Por encima se divisa la cúpula cuadrada de ladrillo, rematada en linterna ochavada.
En el interior ha quedado reducida a un corto tramo de la desaparecida nave y al espacio que cubre la cúpula, de media naranja sin tambor. Bóveda y cúpula se cubren por yeserías barrocas. En las pechinas existen relieves con escenas de la vida del Santo. Ocupa el frente del ábside un retablo churrigueresco, con banco, cuerpo principal y ático semicircular. En la hornacina central, flanqueada por columnas, se halla la escultura del titular, talla barroca. Sendas pinturas llenan las calles laterales, con estípites en los extremos. En el ático, otro lienzo representa a la Virgen con el Niño en brazos. En los muros, algunos cuadros del siglo XVIII evocan al santo de Loyola. En el lado del evangelio, el santo orando ante la Viren de Montserrat y encima, la caía en el sitio de Pamplona. En el de la epístola, una apoteosis del santo y otro pequeño del mismo santo con armadura de guerrero.
Basílica de San Martín
Pertenece a la cofradía del Sacramento, fundada por el obispo Arnaldo de Barbazán en 1317. Todavía mantiene un asilo junto a esta pequeña iglesia, situada en la calle Calderería. Aunque existía al menos desde el siglo XV, fue remodelada por completo en 1755. Al exterior, sobre una sencilla puerta de arco rebajado, la fachada se ornamenta con una hornacina flanqueada por pilastras y a la que sirve de base una extensa cornisa con ornamentación barroca que también corona el conjunto por encima. El proyecto de esta tachada fue de Pero de Aizpún, y la imagen de la hornacina, con San Martín partiendo la capa, fue obra del escultor local José Jiménez.
Recientemente se colocó en su interior un pequeño retablo renacentista procedente de la parroquia de Napal. La talla de San Martín, del siglo XVII, procede del Museo Diocesano. Hay también una bella imagen barroca de la Inmaculada y una talla de madera, gótica del siglo XIV, de Cristo Juez, que estuvo durante siglos en la hornacina de otro hospital de la Cofradía de la calle Compañía.
Iglesia de San Pedro extramuros
Pertenece al convento de Padres Capuchinos, construido a partir de 1607. La iglesia actual fue elevada en 1708-1710, después de derribar la anterior. El interior es de nave única con crucero, de arquitectura muy simple, aunque correcta. El retablo mayor, que ocupa la cabecera, ha sido traído de la parroquia de Labiano y fue construido en los primeros años de este siglo. Por estos mismos años se había construido la fachada de esta iglesia.
Iglesia parroquial del Salvador
Fue edificada entre 1914-916, inspirándose su arquitectura en los estilos románico y gótico. Recientemente se ha enriquecido con un retablo mayor renacentista. Fue construido para la iglesia parroquial de Villamayor de Monjardín, donde estuvo hasta que en 1975 fue desmontado y en 1985 colocado en esta parroquia de Pamplona. Se ha atribuido a Pedro de Troas, de la conocida familia de escultores estelleses, quien lo habría construido en torno a 1600. La policromía y estofado se encomendó a Bartolomé Diaz de Uterga, quien a su muerte en 1668 aún no lo había terminado. Su arquitectura se compone de un banco, sobre el que apoyan tres cuerpos, cada uno con su basamento y friso, todo ello distribuido en cinco calles. En el primer cuerpo y en el ático las calles terminan en frontones. Las columnas son de fuste estriado y tercio inferior decorado en el primer cuerpo, de fuste estriado en el segundo, y en el último se usan pilastras estriadas. Termina con la parte saliente de la calle central a modo de ático y con dos relieves coronados de sendos pináculos a los extremos.
En cuanto a la iconografía es rica y minuciosa. Así, en el banco se describen cuatro curaciones milagrosas de Cristo, que alternan con los Evangelistas y los Doctores de la Iglesia. En el cuerpo inferior, los relieves de la Oración del Huerto y del Prendimiento y, en los extremos, las tallas de San Gregorio Ostiense y San Fermín. En el segundo cuerpo, ocupa la hornacina central una talla del Salvador, ajena a este retablo, pero de su misma época. A sus lados, los relieves del Nacimiento y la Epifanía, y, en los extremos, dos tallas de santas mártires. En el tercer cuerpo ocupan el centro las tallas del Calvario; a sus lados, relieves de San Dionisio y otro obispo mártir, San Sebastián y San Roque y, en los extremos, los relieves de San Jorge y San Martín. En los remates, relieves de Moisés y David. En el frontón central del remate, la figura del Padre Eterno. La policromía es delicada y cuidadosamente ejecutada, generalmente sobre estofado y se distribuye por todo el retablo, tanto sobre la mazonería como sobre la escultura.
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La construcción románica de la catedral fue iniciada en 1100 por el obispo Pedro de Roda; su sucesor, Sancho de Larrosa la consagró en 1127; derrumbada la fábrica, a finales del siglo XIV se inició la nueva construcción, terminada en 1501; finalmente, Ventura Rodríguez realizó el proyecto de la actual portada neoclásica en el último tercio del siglo XVIII. Durante siglos, la catedral de Pamplona ha sido sede episcopal; desde 1956, es metropolitana del Arzobispado de Pamplona.
A la sombra de la catedral giró la vida de Pamplona durante la Edad Media, radicando lo espiritual y lo material en ella. Hasta tiempos bien recientes, la parroquia de San Juan Bautista, hoy en la calle Compañía, tenía su lugar de culto en la primera capilla de su nave izquierda, aún hoy, la pila bautismal pertenece a dicha parroquia.
Además de servir de sede al arzobispo, tiene a ella vinculado el cabildo catedral, mantiene algunas asociaciones ya tradicionales, conserva ceremonias y ceremoniales seculares y contiene dependencias artísticas y culturales.
Cabildo Catedral. Fue creado por Pedro de Roda en 1086, conforme la regla de San Agustín, siendo sus miembros consecuentemente canónigos regulares. Se secularizó en 1860, de acuerdo con el Concordato de 1851 que no reconocía el régimen regular de los cabildos catedralicios. El número de canónigos, a partir de ese año, fue de 18, siendo 14 los beneficiados. Al erigirse la sede de Pamplona en Arzobispado, aumentó el número de canónigos a 23 y el de beneficiados a 20. Ya no existe número fijo, como tampoco existiera en el cabildo regular según las Ordenanzas de 1626, ni distinción entre unos y otros, pues los unificó el arzobispo José María Cirarda en 1979, quedando a su voluntad el nombramiento y número de canónigos.
Son los integrantes del cabildo quienes eligen a su deán-presidente por un período de tres años, lo mismo que al vicepresidente, llamado a hacer sus veces. Asimismo, designan los oficios capitulares de arcediano, responsable de las relaciones con el personal al servicio de la catedral; archivero-bibliotecario; capellán mayor, encargado de atender el servicio del culto catedralicio; chantre, o prefecto de liturgia; doctoral, o perito en derecho; maestro de capilla, organista y sochantre, los tres responsables de la parte musical; penitenciario, o confesor; y tesorero, responsable del arte y del patrimonio artístico catedralicio.
La función del cabildo en celebrar de forma solemne las funciones litúrgicas en la catedral y cumplir los oficios que le son atribuidos por el Derecho o encomendados por el arzobispo. Es también misión suya el mantenimiento del culto tradicional que Navarra tributa a Santa María de Pamplona, también llamada la Real o del Sagrario, titular de la catedral.
Ceremonias tradicionales. Aparte de las celebraciones ordinarias consistentes en el rezo del Oficio Divino en el coro y Misa Conventual diaria, conserva la catedral funciones seculares, que a lo largo del año reviven en sus naves y en su claustro viejas tradiciones de la ciudad, a las que se incorporan funciones nuevas.
En la Misa de la Vigilia de Navidad se proclama la Kalenda, o solemne anuncio del Nacimiento de Cristo, incluida en el martirologio. El día de Reyes, canta el sochantre, con música ordenada por el maestro de capilla, el solemne Praeconium de Epifanía, al que precede una típica procesión por el claustro, veneración de las imágenes pétreas de los Magos y acompañamiento de la Capilla de Música. El Viernes Santo tiene lugar, durante tres horas, el sermón de las «Siete Palabras», La procesión del «Encuentro» de la mañana de Resurrección tiene tradición de siglos. El martes de la segunda semana de Pascua se celebra la fiesta de la Dedicación, con recepción de la imagen de San Miguel de Aralar. Es colorista y popular el retorno que realizan conjuntamente el cabildo y el ayuntamiento una vez concluida la procesión del día de la Asunción, 15 de agosto. El 23 de septiembre la Diputación hace entrega de su anual ofrenda a Santa María, en memoria de su coronación canónica en 1946. Antes, a finales de junio, la capilla de música ofrece en las primeras horas nocturnas, en los claustros, un concierto musical de sabor clásico. Finalmente, el domingo de la octava de Difuntos se celebra solemne funeral por los fieles navarros fallecidos durante el año y por los Reyes de Navarra.
Asociaciones. La «Cofradía de San José y Santo Tomás del gremio de carpinteros» tiene su altar propio en la catedral; en la misma radican la «Congregación de Esclavos de María Santísima del Sagrario» y la «Corte de Santa María la Real».
La «Cofradía de Carpinteros» corresponde al gremio pamplonés más antiguo de cuantos hay noticia; existía ya en el año 1286; sus Ordenanzas fueron aprobadas por Juan II y Blanca en 1430; otras Ordenanzas, extendidas a los diversos oficios, fueron redactadas en 1586.
La «Corte de Santa María la Real» fue erigida canónicamente en julio de 1947, si bien en el siglo XIX se tiene noticia de su existencia; pudo ser, si no heredera, continuación de la que en 1097 fundara el obispo Pedro de Roda con el título de «Santa María» para la catedral.
La «Congregación de Esclavos» se halla ligada al rezo cantado del Rosario por las naves catedralicias. Fue promovida por el obispo Igual de Soria, siendo sus estatutos de 1797.
Dependencias catedralicias. Son dignas de ser señaladas el Archivo Capitular y el Museo Diocesano.
Biblioteca Capitular. Su edificio, enfrente del Arzobispado, fue construido por el cabildo en 1761. Contiene 17.000 volúmenes, entre los que se cuentan numerosos códices y 114 incunables, éstos desde 1476 a 1500, sin duda obra de expolio de los canónigos, ya que la legislación internad del Cabildo disponía que al morir su propietario, todos los libros ingresaban en la biblioteca de la comunidad. Entre los manuscritos, cabe citar un códice de Albeytería, breviarios antiguos y un ejemplar del Fuero de Navarra adquirido en 1754.Archivo Catedral. En el mismo local de la Biblioteca se halla el Archivo, muy rico en documentos originales. Predominan los relativos a donaciones hechas por los reyes navarros a la catedral, bulas pontificias, concordias de los obispos con el cabildo que incluyen sellos céreos. Merecen ser destacados el proceso sobre el arciprestazgo de la Valdonsella y el Libro Redondo.Museo y Tesoro. Localizado en la capilla de San Francisco, antiguo refectorio capitular, el Museo Diocesano, fue inaugurado en 1960. En el mismo se exponen, aparte de otras obras de arte, las piezas más llamativas del tesoro catedralicio.
Merece ser señalada como institución, no solamente catedralicia sino también ciudadana, la campana María, fundida en 1584 por Pedro de Villanueva; con sus doce toneladas de peso ha servido durante siglos de recordatorio sonoro y solemne a las gentes de Pamplona y de su cuenca.
Bibliografía
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Arte
El solar de la actual catedral, situado en la parte más elevada de la antigua ciudad romana de Pompaelo, fue ocupado sucesivamente por anteriores edificios religiosos. Del templo episcopal visigótico no hay noticias. En 924 fue demolida una iglesia ya famosa. Se reconstruyó hacia 1023 con Sancho el Mayor. Esta, a su vez, fue sustituida siendo obispo Pedro de Roda (1083-1115), quien emprendió la construcción de una gran catedral románica de tres naves. Dirigió la obra desde 1100 el Maestro Esteban, conocido por su intervención en la de Santiago de Compostela. La nueva iglesia fue consagrada en 1127 en presencia de Alfonso el Batallador. A la vez, se construían otras dependencias para el cabildo regular: claustro, sala capitular y refectorio. En 1137 estaba terminado el claustro románico. Esta catedral sufrió serios daños en la guerra de la Navarrería (1276).
En 1286 se decidió sustituir el claustro por otro gótico que, ya en 1311, se calificaba de «sutil y suntuoso». Esta obra duró hasta 1356. Al mismo tiempo se construían la capilla Barbazana, el Refectorio y la cocina (1330). Edificadas ya estas dependencias en estilo gótico, subsistía aún la catedral románica, pero en 1390 se derrumbó en su mayor parte, quedando únicamente en pie la fachada y la cabecera. Casi de inmediato (1394) se emprendieron las obras de la actual catedral gótica, bajo el impulso del rey Carlos III. Para su continuación fueron determinantes la reina Blanca de Navarra, los obispos Martín de Zalba, Sancho de Oteiza y Martín de Peralta, además del cabildo. Sus escudos heráldicos pueden verse en diversos lugares del templo. Como artífices de la obra de la catedral se citan en la documentación: el maestro Perrín de Simur, probable autor de la traza, en el primer momento; a partir de 1439, Johan Lome, con quien trabajan Juan de Bruselas, Juan Arratia, Miguel Aizpún, Diego Bellanuza, Ochoa Arpide, Martín Durango, Ochoa Arga, Juan Berástegui, Sebastián de Zarauz, Martín de Arteaga, Leonart de Limoges; desde 1487, el maestro Juan Martínez de Oroz y los escultores Azcárraga y Torrecilla, siguiendo esta etapa hasta 1501, en que se termina la catedral. Algo antes, en 1474, se había terminado el sobreclaustro. El coro, con su delicada sillería renacentista, quedó instalado hacia 1539. La sacristía mayor fue construida gracias al obispo Antonio Zapata (1599), así como el retablo mayor.
En el siglo XVIII se construyeron la sala capitular, la sacristía de los beneficiaos y la Biblioteca, y se decoró la sacristía mayor en estilo rococó. En 1733, la explosión ocasionada por el incendio del molino de pólvora destruyó casi todas las vidrieras, algunas tracerías de los ventanales y casi toda la ornamentación exterior de cresterías, pináculos y agujas. Quedaba aún la vieja fachada de los tiempos románicos, pero a finales del siglo fue derribada y se construyó la actual, en estilo neoclásico, con trazas de Ventura Rodríguez y ejecución de Ángel S. Ochandategui (1783-1802).
Ya en este siglo, entre 1940-1946, se llevaron a cabo importantes reformas, entre ellas la supresión del retablo mayor y el traslado del coro al ábside. Entre 1980-1983 se restauró por completo el sobreclaustro.
La fachada, diseñada por Ventura Rodríguez en 1783, es de estilo neoclásico, ajena por tanto a la estructura interior gótica de la catedral. Ocupa el centro un frontis tetrástilo de columnas pareadas con capiteles corintios, rematado en un frontón que se decora con el escudo del cabildo. Este frontis se une con las dos torres por sendos entrepaños, formados por la continuación del friso y arquitrabe y, más abajo, por una gruesa imposta que da lugar a una puerta lisa en la parte inferior y un balcón con balaustrada en la superior. Detrás de este balcón se hallan dos pequeñas terrazas dispuestas para dar lugar, al fondo, a los rosetones de las naves laterales del templo. La balaustrada se repite encima, a la altura del frontón y delimita una terraza, al fondo de la cual se ve un piso ático retranqueado, con un rosetón en el centro y dos grandes recuadros a los lados, terminado en otro frontón liso, sobre el que se alza una cruz adorada por dos ángeles de gran tamaño y con dos jarrones a los lados. Las torres, situadas a los extremos de la fachada, tienen un cuerpo inferior macizo, abierto solo por dos ventanas superpuestas, la inferior con frontón y la superior con imposta. Separado por la continuación del friso central, sigue otro cuerpo macizo, adornado con relojes, de sol y mecánico. El cuerpo superior rompe algo la rigidez del conjunto. Es de planta octogonal, o cuadrada achaflanada, delimitado por columnas corintias que sirven de separación a los arcos, a los que asoman las campanas. En la base de los chaflanes se colocan otros tantos jarrones. Sigue la cornisa, que soporta un tambor con cuatro óculos, rodeado por ocho jarrones. Sobre él se apoyan las cupulillas campaniformes en que terminan las torres. Entre las campanas, hay que destacar la campana «María», fundida en 1584 por Pedro Villanueva. Pesa doce toneladas y es la mayor en uso en España. Dentro del atrio, sobre la puerta principal, puede verse un relieve de gran tamaño, en mármol blanco, representando la Asunción de la Virgen, realizado en 1798 por Julián San Martín. Dos nichos, a los lados de esta puerta, estaban destinados a cobijar las estatuas de San Pedro y San Pablo. Pero ni éstas, ni otras cuatro de santos navarros, previstas en el proyecto para ser colocadas sobre pedestales en el centro de la fachada, llegaron nunca a realizarse.
La catedral gótica. Construida casi en su totalidad durante el siglo XV, es un templo gótico de tres naves, la central más ancha que las laterales, capillas rectangulares abiertas a éstas y de su misma altura entre los contrafuertes, y nave transversal de crucero, acusada en planta y alzado. La cabecera está formada por una capilla mayor de planta pentagonal irregular, que se abre directamente al crucero, y cuatro tramos radiales en torno, los dos centrales de plano hexagonal y regular y los extremos, pentagonal irregular. La mitad de cada uno de ellos sirve de girola y la otra mitad, de capilla abierta a ella. Las naves se dividen en seis tramos, rectangulares en la mayor y casi cuadrados en las laterales. El último se añadió al levantar la fachada en los años finales del siglo XVIII. Las bóvedas son de crucería sencilla en las naves, en las capillas abiertas a las laterales y en los brazos del crucero. El tramo central de éste se cubre por bóveda estrellada, con terceletes. De la misma clase, pero más complicada, es la de la capilla mayor. Los cuatro tramos radiales que en gran parte la rodean se cubren con bóvedas de seis nervios que se unen en una clave central. Todas tienen arcos formeros y su clave a mayor altura que las de éstos y de los fajones. Los arcos son agudos y los pilares, de planta romboidal, se componen de doce finas columnas que separan molduras verticales cóncavas. En su parte más saliente tienen una pequeña faja plana. El plinto sigue también la forma de rombo, pero con chaflán en los vértices.
La nave mayor carece de triforio y, sobre la imposta que corre encima de la clave de los arcos que la comunican con los laterales, hay grandes paños de muro liso, hasta el alféizar de las ventanas. Estas no son muy grandes y alternan en la nave mayor las de diferente altura. Todas están flanqueadas por dos columnitas a cada lado, sobre las que apean las arquivoltas. Dos maineles dividen en tres partes las ventanas de la nave central y uno en dos, las restantes. Sostienen tracerías de variados dibujos geométricos. Los cuatro pilares del tramo central del crucero son de mayor sección que los restantes, de idéntica molduración, pero con dieciséis columnas, como si se hubieran levantado para sostener una cúpula o cimborrio que no llegó a construirse. En los hastiales que cierran los brazos del crucero se abren, en alto, sendas ventanas circulares, no muy grandes, con tracería flamígera en su interior. Las capillas laterales reciben luz por ventanas de reducidas dimensiones. Los pilares de separación entre el presbiterio y los tramos que lo rodean son cilíndricos y en ellos penetran las molduras de los arcos que sostienen.
Al exterior la catedral es sencilla y severa, pecando de cierta monotonía. En el hastial del crucero del Evangelio se abre una portada gótica, hacia la plaza de San José. Fue construida hacia 1405. En el tímpano figura la Coronación de la Virgen y, en las arquivoltas, numerosas estatuas de santos. Por lo demás, predominan los muros macizos sobre los huecos. Los arbotantes son lisos, en arco. Algunos muros carecen de cornisa y el de las capillas de la girola quedó sin terminación en la parte alta. En el exterior del presbiterio y de los brazos del crucero se ve, rematando los muros, una sencilla cornisa de bolas, característica de la época de los reyes Católicos.
Dentro de la evidente unidad de estilo del templo, llaman únicamente la atención tres anomalías. La primera es la asimetría existente en relación con el eje longitudinal del edificio, entre las dos primeras capillas adosadas a la nave del Evangelio y los tramos correspondientes del lado de la Epístola. Responde a la necesidad de comunicar la iglesia con el claustro ya preexistente. La segunda es la solución de la bóveda de la girola, abarcando un mismo tramo el paso y la capilla, simplificación impuesta por la escasez del terreno disponible en la parte del ábside. Por lo demás, no es privativa de Pamplona, pues se encuentra en otras catedrales góticas europeas. La tercera es el pilar de fondo de la cabecera, que sustituye al arco acostumbrado. Se debe a la existencia de un número par de tramos en torno al presbiterio, que obligó a esta solución, tampoco exclusiva del templo pamplonés, ya que es compartida por otros góticos en el siglo XV. La yuxtaposición inmediata de la cabecera al crucero originó problemas, solucionados con habilidad, ya que no con elegancia.
Vidrieras. Todos los ventanales de la catedral están adornados con vidrieras. Las de las capillas son de dibujo geométrico y carecen de colorido, al objeto de aumentar la luminosidad. Todas las demás son polícromas e historiadas. Al terminar la obra de la catedral en el siglo XVI, se colocaron vidrieras de colores en todo el templo. En un memorial dirigido al Cabildo, en el siglo XVII, aparece como autor Juan Carlos Bionde. De aquellas primeras solo restan las cuatro de la nave central más cercanas al crucero en el lado de la epístola, ya que las restantes perecieron a consecuencia de explosiones de pólvora ocurridas en el molino y en la muralla sucesivamente en 1673, 1733 y 1823. Fueron repuestas todas en este siglo. La casa Maumejean, de San Sebastián instaló, entre 1919-1937, seis vidrieras en la nave central. Entre 1974 y 1983, Carlos Muñoz de Pablos, pintor y vidrierista segoviano, ejecutó las cuatro de la cabecera, las cuatro del crucero, las tres de la girola y la que hay sobre la puerta del claustro. Además, realizó las de las capillas, éstas sin figuras, como queda dicho. En 1977 este mismo artista restauró las cuatro del siglo XVI. Los motivos de las vidrieras son escenas de los Evangelios, la Virgen y Santos y, en el presbiterio, escudos heráldicos de Navarra o de personajes relacionados con la catedral (reyes, obispos y papas). Otras vidrieras notables del conjunto catedralicio son las del Refectorio, colocadas en 1891 por la casa Mayer de Munich y las de la Capilla Barbazana, por S. Cuadrado, de Madrid, en 1956.
Rejas. Aunque en tiempos anteriores todas las capillas estuvieron cerradas por verjas, fueron sustituidas después por una balaustrada uniforme. En cambio, se conservan dos valiosas y grandiosas, que cierran el presbiterio y la capilla del Santísimo, siendo ésta la que daba paso al coro cuando éste se hallaba colocado en la nave central. La del presbiterio es gótica y su autor fue Guillermo de Ervenant, que hizo figurar su nombre en ella en 1517. Consta de dos cuerpos y una crestería superior, que cubren el espacio entre los dos pilares. Se refuerza con cuatro pilastras primorosamente forjadas, adornadas, en cada una de sus caras, con figuras labradas y cobijadas por doseletes. La puerta se sitúa en la parte inferior del tramo central y se enmarca en dos barrotes, trenzados en su parte superior y de sección cuadrada en la superior, en la que van colocadas pequeñas estatuas decorativas. La crestería es un auténtico encaje en el que, enmarcados por las agujas en que terminan las pilastras, se disponen arcos conopiales entrecruzados y rematados en florones. Entre ellos se intercalan tres grupos escultóricos. Todo el conjunto exhibe una rica decoración, sobriamente distribuida, haciendo de esta reja una de las obras maestras de su género en España.
La otra vieja, que fue del coro, ofrece una semejante grandiosidad y perfección en su forja y es de estilo renacentista, siendo muchos los que opinan que pudo ser obra del mismo maestro, cuando hacia 1540, realizada ya la sillería, se hubo de encargarla para cerrar el coro. Su esquema es similar al de la reja del presbiterio, pero los detalles arquitectónicos y decorativos son de gusto clásico, apareciendo capiteles en las pilastras y con abundantes medallones distribuidos a lo largo de los frisos de separación de los cuerpos. La crestería se forma con grutescos y en su parte central más alta se alza el crucifijo con dos ángeles que recogen la sangre de Cristo en cálices.
Sepulcros. En el centro de la nave principal se sitúa el monumento sepulcral del rey Carlos III y su esposa Leonor de Trastamara. Fue labrado a iniciativa del propio rey que, en el testamento de 1403 disponía su colocación en el coro de la catedral. Fue realizado entre 1413 y 1419 por Jehan Lome de Tournai y varios colaboradores que siguieron el diseño de aquél. Presenta la forma de lecho sepulcral, con las figuras yacentes de los reyes sobre la superficie y una serie de 28 plorantes en los cuatro frentes. El alabastro de color crema en que está tallada la decoración figurativa y arquitectónica contrasta con la piedra del sepulcro. Este es de piedra arenisca pintada para imitar el vetado del mármol verde de los Pirineos. Las efigies de los reyes destacan por su realismo, especialmente la de Carlos III, terminada cinco años antes de su muerte. El rey viste túnica, sobrepelliz y manto y la reina, túnica y pellota. Ambos sostienen las manos juntas en actitud de orar. Llevan la corona real y detrás de sus cabezas se colocaron sendos baldaquinos góticos, en cuya parte posterior se grabaron los epitafios, aunque el del rey continúa a lo largo de los cuatro lados por el borde de la losa del sepulcro. A los pies del rey se esculpió un león, símbolo de la fortaleza y, a los de la reina, un par de perritos, símbolo de la fidelidad. En los frentes del sepulcro van colocadas las figuritas de los plorantes, cada uno sobre una repisa y enmarcados en hornacinas de tracería gótica. Representan obispos, otros eclesiásticos, monjes y dignatarios de la corte. En su labra se adivinan las diversas manos de los colaboradores de Jehan Lome, dentro de la unidad de diseño del conjunto. Reflejan la doble tendencia del arte francés de finales del siglo XIV y primeros años del XV: elegancia amanerada y viril realismo. Se observan en la obra influencias artísticas de Borgoña, París y Países Bajos. El mausoleo está considerado como una de las obras maestras de la escultura funeraria de principios del siglo XV.
Otro sepulcro realizado por Jehan Lome y su taller es el de Sancho Sánchez de Oteiza, obispo de Pamplona (1420-1425): Está situado al fondo de la capilla de San Juan Evangelista, la primera del lado de la Epístola, una zona de la Catedral cuya construcción él promocionó durante su pontificado. Como el de Sánchez Asiain, construido antes en el claustro (1364), éste se halla empotrado en el muro, centrado bajo la ventana de la capilla. Adopta la forma de nicho que se abre bajo un arco apuntado, compuesto de arquivoltas molduradas que arrancan de esbeltas columnillas adosadas. El arco se cierra con un tímpano calado que se apoya en otro arco rebajado y adornado con tracería. Todo el conjunto va flanqueado por dos altos pináculos y rematado por otro más recargado, a contra luz de la ventana. La efigie yacente del obispo, revestido de Pontifical, se completa con un león a los pies. Rodeándolo por encima, y bajo una repisa de rica decoración de hojas, se ve un cortejo fúnebre. La parte delantera del arca sepulcral se decora con ocho figuras de plorantes, agrupados por parejas, bajo arcos conopiales. La esbeltez de sus figuras y los detalles de las vestiduras sugieren un origen en el taller de Jean Lome. El sepulcro, labrado en piedra grisácea, se habría realizado entre 1420-1425. En la capilla contigua, de Santa Catalina, se halla otro sepulcro semejante; carece de estatua yacente y la escultura se reduce a un calvario, de los años finales del siglo XV.
También en la primera capilla del Evangelio se preparó en el siglo XV otro sepulcro en el muro. Es más sencillo todavía y nunca se llegó a ocupar. A la derecha de la puerta de salida al claustro se halla, empotrada en el muro, una lauda sepulcral. Representa la efigie de una niña tendida sobre un paño que sostienen cuatro ángeles. Sobre la cabeza se dispone un doselete gótico y, a los pies, un león. Pudo ser labrada para la infanta Blanca, hija de Carlos II, fallecida hacia 1370.
El presbiterio ocupa ahora la parte central del crucero. Preside, bajo un baldaquino gótico diseñado por José Yárnoz (1946), la imagen de Santa María la Real. Ante ella se coronaban y prestaban juramento los Reyes de Navarra. Es una talla de madera, románica del siglo XII, chapeada de plata en esa misma época. Posteriormente ha sufrido restauraciones y añadidos, y la sustitución del Niño en el siglo XVII. La mesa de altar se construyó con fragmentos del retablo de Orayen, del siglo XVII. Junto a ella puede verse la admirable cruz procesional, del siglo XVI, en plata dorada. Detrás del altar se guarda una tabla gótica representando la Crucifixión y una escena medieval presidida por el Obispo, enmarcada bajo tres arcos, en la parte inferior. Pertenece al estilo gótico lineal de la primera mitad del siglo XV.
Al fondo del ábside se halla la sillería del coro, que antes estuvo en el centro de la nave y de la que se suprimió una tercera parte, ahora en el Museo de Navarra. Estaba dispuesta, en su primera organización, en dos órdenes, con 57 sillas el superior y 45 el inferior. Se cree que fue empleado roble de Inglaterra en su construcción. El autor principal fue Esteban de Obray, con quien colaboraron otros como Pierres Picart, Guillén de Holanda, Diego de Mendiguren, y Peti Juan de Melún. En su estilo se impune el plateresco, por ejemplo en los balaustres, decorados con guirnaldas que separan los respaldos. Los grutescos se reparten por todo. Los respaldos van tallados con figuras de cuerpo entero. Los sitiales están cubiertos de incrustaciones de boj. En los apoyos y tableros se ven escenas mitológicas, temas del Antiguo y Nuevo Testamento y símbolos, todo ello realizado con extraordinario gusto artístico. La sillería se terminó en 1539.
Retablos y ornamentación. Si se inicia un recorrido por la Catedral desde los pies por el lado de la Epístola, se ve, junto a la puerta lateral de ingreso, la pila bautismal de jaspe, colocada bajo una arquitectura que simula una portada en gótico flamígero, encuadrando el lienzo del bautismo de Cristo. Se ciñe con una balaustrada de bronce dorado, abierta en el centro, que se repite en todas las capillas. Se construyó este conjunto en los primeros años del siglo XIX.
A continuación empiezan las capillas, la primera es la de San Juan Bautista, que ocupa el espacio de dos tramos de las naves. Fue la parroquia de la Catedral, para lo que está dotada de todos los elementos correspondientes: sacristía, coro, púlpito y sagrario. El retablo es renacentista, de los primeros años del siglo XVII y consta de predela y tres cuerpos distribuidos en tres calles con relieves de la vida del Bautista y su talla en el centro. La siguiente capilla, de Santa Catalina, tiene en la actualidad el retablo del Cristo de Caparroso. Es gótico y consta de 16 tablas pintadas, distribuidas en tres cuerpos y un guardapolvo superior curvo, en las que se representan diversos profetas ricamente ataviados, ostentando amplias filacterias con los textos de sus profecías y con rótulos que los identifican. El estilo de estas pinturas está muy en consonancia con la escuela de Aviñón, de mediados del siglo XV. De esta misma época es el crucifijo que va colocado sobre el retablo, buen ejemplar de escultura gótica.
La capilla que sigue se llamó de las Ánimas y de la Trinidad; la ocupa el retablo de San José, que antes estuviera junto a la puerta del crucero norte. Es barroco, de dos cuerpos y ático, el primero cobija en una hornacina una talla del titular, el segundo, un relieve del mismo y el ático un calvario de pintura. Está bien dorado, como todos los de la catedral.
La última capilla de la Epístola, llamada de San Martín, alberga un retablo barroco del siglo XVII. Lleva en su cuerpo principal un retablito de reliquias con muchos santos pintados, varios de ellos benedictinos. Se ven también los escudos del obispo Fray Prudencio de Sandoval, a quien perteneció. En el ático, un lienzo reproduce la famosa Madonna del Popolo, de Roma. En la base del retablo va colocada una urna con reliquias de San Inocente, mártir, y dos ricos relicarios barrocos que enmarcan sendas cartas de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. En el crucero norte están, uno frente a otro, dos grandes retablos barrocos, mandados construir por Fray Pedro Roche, franciscano, obispo de Pamplona, en 1675. Constan de dos cuerpos y ático, aquellos distribuidos en tres calles. Los santos titulares son de bulto y los demás, altorrelieves. El de San Gregorio, que estuvo hasta 1946 en el crucero sur, lleva el titular en el centro del primer cuerpo, junto a San Sebastián y San Antonio Abad. En el segundo cuerpo, San Ildefonso, con las santas Florentina y Elena. En el otro, a San Jerónimo, el titular, también en el centro del primer cuerpo, acompañan San Ignacio de Loyola y San Fernando. Y, en el segundo cuerpo, San Saturnino, con San Antonio y San Nicolás. El dorado es excelente y bien conservado.
A los pies del retablo de San Jerónimo está la consola del órgano, colocado sobre la puerta que sale a la Plaza de San José. Es el mayor órgano de Navarra, con tres teclados y 34 juegos. Fue construido por «Organería Española» en 1946, utilizando algunos tubos de otro anterior. Al comienzo de la girola se halla la Capilla de Sandoval. Se construyó aprovechando un espacio exterior delimitado por un muro románico. Una reja, obra de Juan de Lazcano en 1636, la separa del ámbito de la girola. Se construyó entre 1632-1634, con trazas de Francisco Fratín y Martín de Urquía. El retablo, ejecutado por el escultor Pedro Zabala y el pintor Lucas Pinedo en esos mismos años, enmarca un lienzo de San Benito, de Fray Juan Ricci, traído posteriormente de Madrid en 1651, y lleva, además, pinturas de los Santos Padres en la predela y del Calvario en el ático. En dos grandes nichos laterales de los muros de la capilla hay dos esculturas barrocas, de San Ignacio y San Francisco Javier. Puede verse sobre la verja y el nicho de la derecha el escudo de armas del obispo Sandoval, a cuya costa se construyó esta capilla, en la que se depositaron sus restos.
A continuación de esta capilla se apoya en el muro de la girola, donde antes estuviera el de San Blas, el retablo de San Agustín, barroco del siglo XVII, gemelo del de la capilla de San Martín y procedentes ambos de la capilla Barbazana, donde estuvieron hasta 1943. Contiene los lienzos del titular y, en el ático, de Santa María Magdalena. A ambos lados del retablo cuelgan dos tablas del siglo XVI, con las escenas del Nacimiento y la Epifanía.
En los extremos del fondo de la girola se abren las dos puertas de las sacristías, ambas góticas del siglo XV, aunque más antigua la de los Beneficiados. Entre ellas se sitúan dos grandes retablos barrocos, encargados para este lugar en 1709. El primero se llama de los Capellanes o de Santa Bárbara. Consta de predela, dos cuerpos y gran ático, todo ello distribuido en tres calles, llenando por completo el muro. El Crucifijo que lo preside en la hornacina central del primer cuerpo, es una impresionante escultura barroca, llevando pintadas al fondo las figuras de la Virgen y San Juan. A los lados se ven las tallas de San Ignacio y San Francisco de Borja. En el segundo piso, Santa Águeda y, a sus lados, San Francisco Javier y San Francisco de Sales. En el ático, Santa Bárbara y otras tallas. El segundo retablo está dedicado a San Fermín, cuya talla preside el centro del primer piso, flanqueado por las de Santo Domingo y Santo Tomás de Aquino. En el segundo piso, San Andrés, con San Antonio de Padua y San Pedro Nolasco. En el ático, una talla de buen tamaño de San Miguel. En las bases de estos dos retablos se colocaron posteriormente las urnas con los cuerpos de San Fidel y Santa Diosdada, traídos, como el de San Inocente, de Roma en 1729 por el Arcediano don Beltrán Pascual de Gayarre. El dorado de los retablos es rico y las tallas fueron estofadas con gran detalle, especialmente en el de San Fermín.
Los dos grandes lienzos que cuelgan en medio se encargaron en 1840 a Juan Gálvez para colocarlos en el muro del trascoro. Representan la Última Cena y la Oración del Huerto.
En el último espacio de la girola, hacia el lado de la Epístola, está el retablo de Santo Tomás o de Caparroso. Consta de predela y dos cuerpos, divididos éstos en cinco calles de las que sobresale por arriba la central, y rodeados por un guardapolvo. El conjunto se ajusta al tipo de retablo gótico. Fue donado en 1507 por don Pedro Marcilla de Caparroso, según reza la inscripción. En el banco se describen, en siete tablas, escenas de la Pasión, mientras que las nueve grandes tablas de los cuerpos superiores describen otras de la Vida de la Virgen. La talla central representa la aparición de Cristo a Santo Tomás. En el guardapolvo, los doce Apóstoles y la Santa Faz, con los retratos de los donantes en la parte inferior. Es el más bello de los retablos de la catedral, buena muestra de la pintura flamenca, aunque estas influencias nórdicas se ven atemperadas ya por las corrientes renacentistas. No se conoce el nombre del autor, aunque se le relaciona con la obra de Pero Díaz de Oviedo y con Juan Gascó.
Cerca de este retablo se halla otro pequeño, el de la Piedad, con un bajorrelieve en que se representa a la Virgen sosteniendo el cuerpo muerto de Cristo, sobre los pliegues ampulosos de su manto. En la pequeña predela están pintados la colocación de Cristo en el Sepulcro y, a los lados, San Miguel y San Luis, rey de Francia. En lo alto se colocó el escudo de la monarquía española en tiempo de Felipe II, ya que en su altar se celebraban las misas por el rey de España. El retablo es obra del escultor Domingo de Bidarte y del pintor Juan Claver, en 1601.
El brazo sur del crucero está convertido en capilla del Santísimo; al ser trasladado al ábside el coro, se colocó aquí la reja que lo cerraba. En su interior, al fondo, se instaló el Crucifijo llamado últimamente «del Trascoro», con su templete de mármol, diseñado por el arquitecto Manuel de Ugartemendía en 1831 y construido algunos años más tarde con jaspes y mármoles de Almándoz, Aizcorbe, Aldaz y Echauri. El asombroso Crucificado, de tamaño natural, obra maestra del Renacimiento, se encontraba en un principio en la Barbazana, donde un inventario notarial de objetos de la Catedral, levantado en 1651, lo califica, junto con una talla de San Jerónimo (hoy en el Museo de Navarra) como «hechuras de Ancheta». En el Diccionario de Madoz (1845-1850) se cita la intención del Cabildo de trasladarlo al trascoro para instalarlo en el proyectado retablo, cosa que hizo poco después, por acuerdo del mismo cabildo. Allí estuvo hasta su traslado a esta capilla del crucero, en 1946.
En el exterior de la escalera de caracol, cerca de la Puerta del Claustro, se halla, adosada al pilar, la escultura gótica de piedra de la Virgen de las Buenas Nuevas, del primer tercio del siglo XV, con policromía del XVIII. En su base va esculpido un dragón y en la ménsula que la sustenta figura el rey David con dos acompañantes. Por encima se protege con un doselete gótico.
En el muro occidental que cierra el espacio de salida del claustro y a continuación de una antigua puerta, ahora tapiada, está un lienzo de grandes dimensiones representando a San Cristóbal. Sustituyó a un retablo y es obra de Pedro de Rada en 1773.
La primera capilla del lado de la Epístola es la de San Juan Evangelista y en ella se instaló en 1929 un retablo gótico del siglo XVI, procedente de Itoiz, cuando se suprimió otro neoclásico que ocultaba desde 1808 el sepulcro de Sánchez de Oteiza. El retablo es de tablas pintadas y consta de predela y dos cuerpos repartidos en tres calles. En la predela figuran los cuatro Evangelistas y, en las tablas superiores, parejas de santos y santas. En la calle central, un relieve moderno del santo titular y encima, el calvario.
Finalmente, la última capilla, semejante en dimensiones a su simétrica de San Juan Bautista, está dedicada a Santa Catalina. En 1683 se construyó su retablo. Consta de predela, dos cuerpos y gran ático, distribuido todo ello en tres calles. En el primer cuerpo, junto a la talla de Santa Catalina, está la escena de los Santos Inocentes, único relieve del retablo, y la talla de un Obispo. En el segundo, la Inmaculada en el centro y, a sus lados, Santa María Magdalena y Santa Teresa. En el ático, San Martín.
Frente al Baptisterio hay otra puerta gótica, construida a la vez que la fachada y el último tramo de las naves. En ella se enmarca un lienzo de Santa Teresa, firmado por Carlos Berdusán, en 1701.
Varios lienzos de los siglos XVI al XIX se hallan repartidos por las capillas y otros lugares de la catedral. Su calidad artística es desigual, pero hay algunos aceptables, especialmente barrocos.
La sacristía de los canónigos fue adornada en el siglo XVIII con una espléndida decoración de estilo rococó. Los elementos se disponen con simetría y en ellos se aprecia una atinada combinación de las líneas recta y curva. En el muro, hasta la simulada cornisa, se sitúan espejos, reloj, cobres, relicarios, tallas, hornacinas y consolas.
Todo ello sobre un fondo decorado en seda, combinando granate y azul, con dibujos de motivos vegetales. Sobre la imposta, el muro se cubre con grandes lienzos en que se representan escenas bíblicas. Son obra de Pedro de Rada en 1762. La fuente del lavabo es de mármol, de formas barrocas. En el paso hacia la Sala Capitular se abren dos capillitas con rejas de madera y sendos retablos barrocos. En ellos se guardan los bustos-relicario de plata de San Fermín y San Francisco Javier (siglo XVIII) y los de Santa María Magdalena (siglo XVIII) y Santa Úrsula (siglo XVI). La sala capitular posee sobria decoración arquitectónica rococó y se enriquece con varios lienzos y cobres de los siglos XVII y XVIII. La sacristía de los beneficiados, de arquitectura mucho más sencilla, guarda algunos lienzos, entre ellos una notable Adoración de los Magos, del siglo XVI.
En cuanto a la orfebrería de la Catedral, a las piezas conservadas en el Museo* hay que añadir las coronas de Santa María la Real y el Niño, piezas de delicada ejecución en oro, enriquecidas con abundantes esmeraldas. Fueron realizadas en el siglo XVIII y ampliadas en 1946 con motivo de la coronación canónica de la Virgen.
El Claustro de la Catedral de Pamplona está considerado como una de las maravillas del arte gótico y, desde luego, la mejor muestra de todos los claustros del siglo XIV. Es de planta cuadrada, en torno a un jardín central. En cada lado se cierra con seis arcos ojivales sostenidos por haces de columnas. Los calados de las ojivas, que son más complicados en las alas sur y oeste, se apoyan, a su vez, en tres finos maineles y todo el conjunto en un zócalo de piedra sobre el que va colocada una verja de hierro. Los arcos se culminan con gabletes, excepto en el ala este. Estos gabletes atraviesan la balaustrada que ciñe el sobreclaustro y ostentan en la parte superior un escudo, o pequeñas estatuas en las alas norte y oeste. Cada crujía tiene ocho tramos, cubiertos por bóvedas de crucería, cuyos arcos transversales se contrarrestan por medio de estribos exteriores coronados por pináculos y dotados de gárgolas. En las claves de las bóvedas, en escultura policromada, se representan temas diversos: los meses del año, los vientos, algunos ríos, escenas del Nuevo Testamento y Santos. Los capiteles llevan decoración vegetal y también historiada con temas de escenas de la vida medieval, de animales, o del Antiguo Testamento. Los muros del fondo de cada crujía están siempre especialmente enriquecidos con portadas, escultura, sepulcros o más abundante decoración. Los tramos intermedios son lisos, aunque los arcos formeros están siempre decorados por una labor fina de follaje en la piedra. La puerta de salida desde el templo, llamada del Amparo, está divida por un gran mainel que sustenta el tímpano. En éste puede verse esculpida la escena de la dormición de la Virgen, con gran expresividad en las figuras de los Apóstoles. Las jambas se decoran con nichos ocupados por pequeñas esculturas. En la arquivolta van colocados ángeles, en sentido longitudinal, portando una inscripción alusiva a la Asunción. En el mainel ocupa el lugar de honor la Virgen del Amparo, talla gótica en piedra, sobre un pedestal ricamente labrado. A su vez, sobre la Virgen se colocó un complicado doselete que simula hacia el interior las bóvedas de una cabecera de templo gótico.
Al final de la crujía norte se halla el sepulcro de Leonel de Garro, obra del taller de J. Lome, a mediados del siglo XV, con restos de pinturas murales. A continuación, sobre el muro contiguo y apoyado en una imposta, el grupo escultórico de la Epifanía, firmado por Jacques Perut. Al lado de los tres siguientes tramos, se halla la Capilla Barbazana, con una amplia portada, a la que van adosadas dos pesadas tallas de San Pedro y San Pablo, y completada por dos grandes ventanales a los lados. El interior, de planta cuadrada, se cubre por una preciosa bóveda gótica estrellada octogonal, cuyos nervios arrancan de ménsulas esculpidas y doradas. La clave lleva esculpida una imagen de la Virgen con dos ángeles. Ocupa el centro de la capilla la tumba del Obispo Arnaldo de Barbazán, fallecido en 1355, con su efigie yacente. En el muro frontal fue colocada la Virgen del Consuelo, talla gótica del primer tercio del siglo XIV, procedente del Refectorio.
Al fondo de la crujía este, se halla el sepulcro de Don Miguel Sánchez de Asiáin, fallecido en 1364. El monumento está formado por un nicho con la estatua yacente en la base y un arco apuntado, bajo el cual se desarrolla un elegante calado; la decoración sigue por encima del arco hasta inscribirse todo en un rectángulo que ocupa todo el muro en altura. Estaba decorado con pinturas murales, que fueron trasladadas al Museo de Navarra. A su lado se halla la Puerta preciosa, notable ejemplar de portada de estilo gótico francés, con riquísima escultura distribuida en las jambas, el tímpano y las arquivoltas. En los cuatro registros horizontales del propio tímpano se describe la historia de la muerte de la Virgen, según la Leyenda Dorada. Por esta puerta se pasa a lo que fue dormitorio canonical, amplia sala rectangular cubierta por arcos góticos. Fue mandado construir por Lancelot de Navarra, hijo de Carlos II, sobre el solar del antiguo palacio románico de reyes y obispos. En estas dependencias de la Catedral se celebraban las sesiones de las Cortes de Navarra. Al sur del dormitorio se conserva la capilla románica del antiguo palacio, de finales del siglo XII. Suele llamarse de Jesucristo, y también de Don Pedro de Roda.
En la crujía sur se halla el sepulcro del Conde de Gages, obra de Robert Michel hacia 1753. Después de otros emplazamientos anteriores se colocó aquí en 1831. Al final de esta crujía se halla la entrada al Refectorio, actualmente ocupado por el Museo Diocesano*. En las jambas de la portada se ven dos notables esculturas góticas, figurando a la Iglesia y la Sinagoga, y en el tímpano, los relieves de la última cena y la entrada de Jesús en Jerusalem. La gran sala del Refectorio, de planta rectangular, se cubre por seis tramos de bóveda de crucería. La iluminación se resuelve por seis ventanales de gran altura en los lados, mientras que en el frente hay otros dos y un rosetón en el centro. Es notable la escultura monumental en ménsulas, claves, puertas, ventanales y púlpito. Desde el refectorio se pasa a la cocina, espacio casi cuadrangular en planta, cubierto por una pirámide truncada y rematada en linterna octogonal. Las trompas forman otras tantas chimeneas. Toda ella está construida en piedra, con pináculos al exterior, y se considera un ejemplar casi único del gótico. En el ángulo suroeste del claustro se construyó un templete que cobijaba la fuente o lavatorio. Pronto fue convertido en capilla, hasta que recuperó su función primitiva hace pocos años. La reja que lo rodea en dos de sus lados es románica con remates góticos y la tradición asegura que se forjó con las cadenas de la batalla de las Navas en 1212. Quizá perteneció a la catedral románica y fue aquí aprovechada.
En el comienzo de la crujía occidental, junto a la puerta del Refectorio, se halla la puerta del Arcedianato. En el tímpano se representa la Crucifixión, Resurrección, y Bajada al Limbo, todo ello inspirado en la del Santo Sepulcro, de Estella.
Paralela a esta crujía occidental se halla otra gran sala, que fue la cillería, originariamente de dos plantas y flanqueada por dos torreones. Tuvo una puerta románica, hoy reconstruida a un nivel superior del primitivo. Este conjunto es de la época prerrománica. En el torreón del norte, que en tiempos góticos estuvo distribuido en pisos con salas abovedadas, se halla la gran escalera helicoidal que sirve de acceso al sobreclaustro, obra de finales del siglo XV, con una balaustrada gótica, adornada con azulejos en su base.
Órgano
El de Santo Domingo de Pamplona puede ser datado hacia 1650 y en la actualidad sólo se conserva la tercera parte de los tubos que poseía en el siglo XVIII.
El otro órgano barroco que subsiste en la ciudad, es el de San Nicolás.
La capital se dejó arrastrar por la moda «culta» de la vecina Francia y liquidó los últimos restos de sus viejos instrumentos a finales del siglo pasado, sustituyéndolos por los llamados órganos románticos (cajas neogóticas o eclécticas). Esta singular caja (una de las más anchas de Navarra) es obra de Juan Joseph Echarri e Ignacio de Aizpurúa «maestros tallistas y architectos», siendo Fermín Rico el dorador y Silvestre Thomas el «factor horganero». Al morir este maestro aragonés mientras hacía el órgano, terminó la obra su cuñado Tomás Sánchez (1769).
Tras haber sufrido una operación de electrificación (1962), estaba previsto que volviera a su estado original (sistema mecánico) a través de la reforma que efectuaba el especialista francés Robert Chauvin.
Destacan asimismo las cajas neogóticas de San Cernin y Nuestra Señora del Río, el de San Miguel, este último de la 2.ª mitad del siglo XX, y el de la catedral. De la misma fecha que el último las iglesias de San Lorenzo y San Agustín cuentan con un ejemplar también de estilo ecléctico.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX hubo una gran actividad, organera en Navarra. Pamplona y los valles del Baztán y Cinco Villas, influidos por Francia y Guipúzcoa, sustituyeron sus viejos órganos por los nuevos de moda.
Las cajas adoptadas para estos instrumentos incluyen elementos dispares y de estilos mezclados (pseudogóticos, «románicos», clásicos, etc). A pesar de todo, algunas de ellas logran una belleza singular, que está en consonancia con la calidad de su estructura y tubería interior.
Educación
La ciudad contaba en el curso 1987-88 con una matrícula de 4.083 alumnos de Preescolar, lo que suponía el 35,09 de la población escolar provincial de este nivel; 24.836 de E.G.B. (38,52%); 11.077 de B.U.P. (61,60%) y 6.280 (51.16%) de F.P. Se advierte una mayor concentración de las Enseñanzas Medias, respecto de las Básicas.
Del análisis de los datos de la escolarización en los diferentes distritos de Pamplona se pueden obtener las siguientes conclusiones. En primer lugar se observa que los puestos escolares de la Enseñanza Pública en sus niveles básicos se distribuyen por los distintos barrios de acuerdo a sus necesidades. No obstante se advierte un mayor nivel de ocupación en el distrito de Iturrama, dado que cuenta con dos colegios públicos con una capacidad de 1.600 puestos y la matrícula en el curso 1987-88 era de 1.235 alumnos. En el resto de los distritos la tasa de ocupación es baja, siendo las mínimas las de la Chantrea, la Milagrosa y Echavacoiz.
La distribución de los centros privados era más desigual, pues se concentraban en el Ensanche un total de 9.000 plazas (43,35% de la oferta total del sector en la capital) de las cuales estaban ocupadas 8.142 (94,17%). Es también importante su presencia, superior a la pública en cuanto a ocupación, en la Chantrea con 2.520 plazas y 2.105 alumnos (83,53%), Rochapea con 2.140 puestos una matrícula de 1.686 (87,10%) e Iturrama que de un total de 2.080 plazas tiene ocupadas 2.004 lo que supone el 96,34%. Sin embargo su presencia disminuía sensiblemente con relación a la pública en la Milagrosa, Echavacoiz y San Jorge, mientras que en el Casco Antiguo y San Juan se advierte un mayor equilibrio entre ambas.
El análisis de la ubicación de los centros de Bachillerato, permite observar la concentración en el Ensanche de 1.874 alumnos en dos Institutos de Bachillerato y 2.849 en siete centros privados, lo que supone un total de 4.723 alumnos (42,63% del total de los alumnos de la capital). También es notable su presencia en San Juan e Iturrama con 3 Institutos de Bachillerato y 3.071 alumnos y 2 Centros Privados con 310 alumnos. Le sigue en importancia la Chantrea: un Instituto de Bachillerato con 1.160 alumnos y dos Centros Privados con 692 alumnos. El resto de los Distritos ofrecen muchos menos puestos escolares de este nivel por lo que la matrícula es mucho menor: 590 alumnos en el Casco Antiguo, y 31 en el de Rochapea.
Los centros de Formación Profesional, se concentraban preferentemente en el Ensanche, 2.489 alumnos y Casco Antiguo, todos ellos escolarizados en centros privados. En la Chantrea, cursaban estudios 1.280 alumnos en la Estatal, 138 en la Privada y 139 en centros del Gobierno de Navarra. En Echavacoiz-Donapea, el Politécnico tenía 909 alumnos, el Gobierno de Navarra 401 y la privada 78. En el resto de los distritos la Formación Profesional es prácticamente inexistente.
El resto de las enseñanzas de nivel medio o superior se concentran en cuatro Distritos: Casco Antiguo, Ensanche, Milagrosa-Sario y Echavacoiz-Campus. En el Casco Antiguo se hallaban ubicadas las Escuelas Universitarias de Formación del profesorado y de Estudios Empresariales así como la Escuela de Idiomas y Conservatorio «Joaquín Maya». En el Ensanche, la Escuela Universitaria de Trabajo Social, el Conservatorio «Pablo Sarasate», la Escuela de Artes Aplicadas y de Oficios Artísticos y la Escuela de Graduados Sociales. En Milagrosa-El Sario se encontraban instaladas la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial, el Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y el Instituto Nacional de Bachillerato a distancia (INBAD). Finalmente en el Campus Universitario se hallaban las Escuelas y Facultades que componen la Universidad de Navarra y muy próxima la Escuela Universitaria de Enfermería del Gobierno de Navarra.
Funtes Estadísticas
Departamento de Educación y Cultura del Gobierno de Navarra. Dirección Provincial del Ministerio de Educación y Ciencia (Elaboración propia)*.
Folklore
Hasta principios de siglo se bailó en la plaza de Ariasko de la Rochapea el Baile de la Era con motivo de las fiestas de San Lorenzo. Los mayordomos de fiestas lo dirigían, y en señal de autoridad adornaban su boina azul con cintas multicolores y se terciaban al pecho unas bandas de seda.
Tradiciones, fiestas y carnavales
Sólo quien es capaz de sumergirse en la calle puede llegar a comprender lo que son los Sanfermines de Pamplona. No es necesario ser protagonista en todos y cada uno de los actos del programa oficial o de su paralelo popular, pero sí hay que saber estar en ellos con el alma abierta para poder comprenderlos y asumirlos.
Los Sanfermines no pueden ser vividos desde la apatía o desde la visión fotográfica de quien recala, entre extrañado y extraño, en un ámbito nuevo y sorprendente.
Pamplona se ofrece a sí misma y al mundo entero unas fiestas peculiares, distintas a cualquier otra original, copia o imitación. Unas fiestas únicas, sin parangón posible con aquellas, que asimismo singulares e irrepetibles, existen en el orbe.
Hay que conocer la fibra humana de Pamplona cuando, a las doce del mediodía del 6 de julio, el latido del corazón oficial de la ciudad se escapa del cuerpo para golpear en el alma del corazón popular. Y hay que conocer también esa fibra cuando, ahíta de fiesta, llora en la noche del 14 un «pobre de mí» dolido porque los Sanfermines se han acabado y esperanzado porque «ya falta menos».
Los Sanfermines no son el cohete ni las bandas de música, no son el riau-riau ni la comparsa de gigantes y cabezudos, no son los toros de fuego ni las colecciones pirotécnicas; no son las verbenas públicas ni los shows de los clubs; no son los encierros ni las corridas de toros; no son la procesión con el santo ni el Ayuntamiento recorriendo las calles en cuerpo de ciudad, no son los festivales infantiles ni la ilusión de las barracas; no son la música regional ni las dianas, no son el caldico madrugador ni las recenas de los amigos, no son el chocolate con churros del desayuno ni el vino y el champán de la tarde, no son los bombos de «El Estruendo» ni las charangas de las Peñas; no son el bailar y saltar sin descanso ni el cantar sin interrupción con afonías y desafinos; no son el pañuelo y faja rojos sobre camisa y pantalones blancos, ni la zafiedad de vestimentas carnavalescas. No son «El Cohete» ni el «Pobre de mí».
Los Sanfermines son todo el conjunto. Son color, música, alegría, riesgo, cansancio, sueño. Son calle; son pancartas de Peñas; son carreras asustadas de niños ante la presencia de un kiliki; son oración a San Fermín cada día a las ocho de la mañana.
En realidad, nadie puede atreverse a manifestar taxativamente lo que son; cada uno sólo puede contar su propia experiencia.
Pese a su importancia, las fiestas de San Fermín no copan el espacio festivo y costumbrista de la capital navarra, ciudad aprisionada en su Casco Viejo medieval y desenvuelta en sus más modernos barrios de extramuros. Ciudad en la que tiene cabida el mantenimiento de tradiciones antiguas y de hechos relativamente nuevos pero con visos de perdurabilidad.
La primera de estas fiestas aureoladas por su antigüedad es la de San Blas (3 de febrero) en la iglesia de San Nicolás, con la procesión del santo, la bendición de roscos y alimentos y el afluir de fieles en demanda de protección contra las afecciones de garganta.
Dos días después, aunque de implantación reciente en Pamplona, los coros de Santa Águeda, con los clásicos faroles y cantando al ritmo que marca el golpe de las makilas sobre el asfalto, recorren las calles.
Son casi el preludio de la artificialidad de los carnavales, resucitados tras muchos años de prohibición y que no han conseguido, de momento, una vida propia pese a los esfuerzos de sus promotores.
En cualquier caso, son el empujón que, a una con el calendario, adentra a los ciudadanos en la cuarentena cuaresmal que desemboca en la Semana Santa. Una Semana Santa que se abre el viernes anterior con el traslado procesional de la imagen de la Dolorosa desde la iglesia de San Lorenzo a la Catedral. El domingo tiene lugar una cada vez más multitudinaria bendición y procesión de Ramos que inicia el camino recogido que lleva al Tríduo Sacro, después de pasar, el martes, por el convento de las Agustinas de San Pedro y celebrar allí la secular función de las «Lágrimas de San Pedro».
Con un valor específico, la ciudad celebra el Jueves Santo la función de las «Cinco Llagas», en la iglesia de San Agustín, acudiendo el Ayuntamiento en corporación y con acompañamiento de gala a cumplir el voto que data del año 1600, año en que Pamplona se vio asolada por una epidemia de peste. De gran arraigo popular, también en esta jornada, es la «visita a los monumentos», recorriendo especialmente las iglesias del Casco Viejo y la Catedral. El Viernes Santo está marcado fundamentalmente por tres actos: las Siete Palabras en la Catedral, la procesión del Santo Entierro y el retorno de la imagen de la Soledad.
Fuera ya de los días de la Semana Santa, aunque estrechamente vinculada a ellos en cuanto al calendario, Pamplona recibe el lunes siguiente al segundo domingo de Pascua la visita de la efigie del Ángel de Aralar, deteniéndose en el Bosquecillo para rezar un responso por las almas de los ladrones del Santuario que fueron ejecutados en 1687. Luego se queda una semana en la ciudad antes de iniciar un largo periplo por la Montaña de Navarra.
Otra manifestación religiosa de gran tradición en Pamplona es la fiesta del Corpus Christi, con una de las procesiones más solemnes del año.
Finalizando con el tema religioso, cabe recordar el rezo diario del rosario de los Esclavos en la Catedral.
Las fiestas civiles, por su parte, y al margen de las de San Fermín, tienen su propio programa y su propio patrón en los diversos barrios de la ciudad, siendo las de más solera las que la Navarrería celebra cada 25 de septiembre en honor de San Fermín Chiquito, con presencia, en los últimos años, de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos.
El año se cierra con otro acto tradicional, cual es la fiesta del Olentzero (24 de diciembre), fiesta que ha calado con hondura en Pamplona en los últimos años.
En la Edad Media existieron en las calles de Pamplona unos ocho hospitales, a los que sería necesario añadir los que se hallaban en extramuros. Quizás la relación pormenorizada más completa de todos ellos fue realizada por Miguel de Ollacarizqueta, Padre de Huérfanos de la Ciudad, en 1592. Los más sobresalientes fueron los que siguen:
Hospital de San Miguel de la Catedral
Posiblemente es el más antiguo de Pamplona y tal vez de Navarra. Data del siglo XI y probablemente estuvo muy cercano a la Catedral o a sus edificios anexos.
Inicialmente el Hospital sirvió como hospedaje para los peregrinos de Santiago al igual que para el tratamiento de los enfermos. Hasta el año 1285 no había más de diez camas de enfermos, pero a partir de este año y gracias a la generosidad del Prelado Miguel Sánchez de Uncastillo, se aumentaron a 50.
La vida del Hospital fue muy próspera, gracias a las múltiples donaciones entre los siglos XI y XIII. A partir de los siglos XIV y XV, posiblemente porque ya en 1551 existía el Hospital General de Pamplona, su actividad decayó. Por este motivo a partir de dicho año, el Hospital proyectó cambiar de objetivos, habilitando las habitaciones del piso inferior para mujeres peregrinas, y la zona superior para un colegio de estudiantes o de Huérfanas. No se tiene certeza absoluta sobre si estos dos proyectos se llevaron a la práctica.
Hospital de Peregrinos de la Cofradía de Santa Catalina
Esta Cofradía fue fundada por el Obispo de Pamplona Arnaldo de Barbazán, que rigió la Diócesis entre 1318 y 1355. Se fundó con objeto de ofrecer cobijo al peregrino, tanto si estaba sano como enfermo.
El Hospicio-Hospital estaba situado en el número tres de la calle Compañía; tuvo vigencia durante seis siglos y desapareció hacia el año 1851. No obstante, parece ser que en tiempos de Sancho VII el Fuerte, (1194-1234), había en el barrio de Santa Catalina un hospital de peregrinos, con toda probabilidad el primitivo, que con posterioridad pasó a manos de la Cofradía.
Los ingresos provenían de las limosnas recogidas en cuestación, del trigo de las cuotas de los cofrades, así como de los impuestos que grababan muchas fincas rústicas y urbanas. Es interesante hacer constar que al Hospital acudían, no sólo peregrinos españoles, sino también belgas, alemanes y franceses. En el siglo XIX descendió el número de asistidos (entre 1818 y 1828 pasaron de 400). En 1815 fue vendido por el Gobierno de la Nación en subasta pública.
Hospital de la Cofradía de Santa Catalina de San Saturnino
No se debe confundir esta Cofradía con la citada anteriormente de la Catedral. Este Hospital estaba situado frente a la Iglesia Parroquial de San Cernin, posiblemente en la calle Ansoleaga (antes tecenderías o bolserías). Data aproximadamente de 1332.
En documentos posteriores (1568), se afirmaba que el Hospital, con una antigüedad de unos doscientos años, era estrecho y largo. Estuvo destinado a recibir peregrinos pobres; estaba al cuidado del mismo, durante los siglos XIV y XV, una comunidad de religiosas. Se cerró durante el siglo XVI.
Hospital de Labradores de la Cofradía de San Cernin
Al parecer ya existía en el siglo XII una Cofradía que se encontraba entre las parroquias de San Lorenzo y San Cernin. El Hospital, denominado de la Madre de Dios, estaba en la denominada calle de la Zacudinda.
Hospital de la Parroquia de San Lorenzo
Son escasas las noticias que existen sobre la vida de este Hospital, que estuvo levantado frente a la casa parroquial. Data del siglo XV y en el siglo XVI tenía el nombre del Espíritu Santo.
Hospital de San Miguel de San Nicolás
Dependiente de la cofradía de San Miguel Excelsis, existió en la parroquia de San Nicolás, del siglo XIV, un Hospital llamado San Miguel. En el siglo XVI fue destinado a recoger hombres y mujeres pobres, que acababan allí sus días. Había una hospitalera y un capellán, pero el encargado de la administración era el prior de la cofradía, renovado cada tres años.
En el siglo XVII había en la parroquia de San Nicolás dos casas. La de San Miguel daba cobijo a doce viudas menesterosas. Contigua a la anterior se encontraba el Hospital de San Miguel, que acogía a los pobres del sexo masculino en tránsito por la ciudad.
Hospital de San Blas de San Nicolás
Estaba, en el siglo XIV, bajo la tutela de la Cofradía de San Blas, y su cometido era la recogida de peregrinos.
Hospital de San Gregorio de San Nicolás
Se tienen pocas noticias del mismo y casi todas son indirectas. Pudo existir hacia el año 1597. En esta Casa-Hospital se estableció un seminario para niños. Al parecer se hallaba en la antigua calle de Comedias.
Sanitario antituberculoso
Cerca del Hospital levantado en Barañáin se construyeron los pabellones del sanatorio. Antes del año 1937 el citado centro estaba regentado de forma compartida por el Estado, la Diputación y el Ayuntamiento de Pamplona. A partir de este año fue de la competencia exclusiva del estado. En sus comienzos el establecimiento estuvo dedicado a pacientes femeninos, pues los varones eran tratados en un pabellón del Hospital.
Casa de maternidad y de expósitos de Navarra
Fue fundada en 1804 por el Arcediano de la Catedral de Pamplona Joaquín Javier Úriz y Lasaga, gracias a la donación de doscientas cincuenta mil pesetas, así como de numerosos bienes de su propiedad. Estuvo al cuidado del establecimiento la Congregación de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Este establecimiento desde su fundación hasta el año 1934, estuvo en un edificio cuyas fachadas daban a la calle del Carmen y a la cuesta del Palacio. En esta fecha se trasladó a terrenos del Hospital Provincial, a cargo de la Diputación Foral.
Centro Psiquiátrico San Francisco Javier
(antes Manicomio Vasco-Navarro). Fundado por Fermín Daoiz y Argáiz, fallecido en Madrid el 28 de Diciembre de 1873. Legó toda su fortuna para el establecimiento de un centro en Navarra destinado a acoger a toda persona que perdiese la razón.
Se empezó a construir en junio de 1891 y se terminaron las obras en agosto de 1899, ascendiendo los gastos a un millón quinientas mil pesetas. Pertenece en la actualidad a la Diputación Foral.
Clínica San Miguel
Inaugurada el 29 de septiembre de 1919. Fue fundada por los Doctores Daniel Arraiza y Victoriano Juaristi, y construida en el barrio de San Juan, al lado del antiguo campo de fútbol.
En el año 1980 se derribó y se construyó una nueva clínica por el Igualatorio Médico en el alto de Beloso con la misma denominación.
Clínica San Francisco Javier
Fundada por el Doctor Ildefonso Labayen el 12 de junio de 1935. Ampliada y reformada por última vez el año 1974.
Clínica San Fermín
Inaugurada en mayo de 1941 por el Dr. Arrondo; dedicada fundamentalmente a traumatología y ortopedia.
Hospital Dispensario de la Cruz Roja
El primer Comité de Socorro de Heridos de la Cruz Roja Española fue fundado por el Dr. Nicasio Landa y su Boletín empezó a publicarse en Pamplona en 1870. Posteriormente pasó a Madrid. El 13 de agosto de 1951 se inauguró una clínica quirúrgica que después fue adquirida por la Diputación y convertida en centro de atención a toxicómanos y alcohólicos.
Clínica San Juan de Dios
Si bien comenzó su funcionamiento el 27 de octubre de 1943, la idea de su construcción surgió en 1934. En julio de este año la Orden de San Juan de Dios decidió poner en marcha el proyecto de construcción de una clínica, para lo que adquirió a Ciriaco Istúriz Larumbe, vecino de Burlada, los terrenos de Beloso Alto al final del ensanche de Pamplona, situados sobre el río Arga y con vista a toda la ciudad de Pamplona.
El proyecto se encargó al arquitecto Víctor Eusa y el 23 de septiembre de 1935 se colocó la primera piedra. Las obras de construcción se interrumpieron durante la guerra civil y se reanudaron en 1940. La inauguración tuvo lugar el 27 de octubre de 1943.
La ocupación registrada en los años 60, prácticamente al 100%, obligó a ampliar el personal y así en 1984, contaba con 212 empleados y 20 religiosos y religiosas.
La Clínica San Juan de Dios dispone de 150 camas y presta asistencia con los servicios de Medicina Interna (Digestivo, Cardiología, Respiratorio y Nefrología), con 62 camas y un equipo médico jerarquizado. Hemodiálisis con 12 dializadores y con 25 pacientes en tratamiento. Laboratorio, Radiología. La asistencia médica se completa con las especialidades de Cirugía general, Urología, Ginecología, Otorrinolaringología, Oftalmología, Traumatología y Urgencias. Cuenta con siete quirófanos, servicio de farmacia, servicios generales y cafetería.
En cuanto a la docencia, anualmente se realiza un programa para postgraduados y existen programas de formación continua del personal.
Clínica Universitaria
En el año 1984 la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra era un centro asistencial, docente e investigador. Está estrechamente relacionado con las Facultades de Medicina, Farmacia y Ciencias, así como con la Escuela Universitaria de Enfermería. Ello hace que muchos profesionales de la C.U.N., tengan la condición de profesores en los Centros anteriormente señalados.
Evolución CronológicaDesde el punto de vista cronológico la historia de la C.U.N., se puede dividir en cuatro etapas perfectamente definidas:
Desde 1954 hasta la inauguración de la C.U.N. con 30 camas (1962).Abarca desde el final del periodo anterior, hasta la inauguración de la segunda ampliación o segunda fase, con 200 camas (1968).Desde la fase anterior hasta 1978, en que se realiza una nueva ampliación (3° fase) con 500 camas.Transcurre hasta la inauguración en 1984 del Centro Oncológico.
Estructura y funcionamientoLa C.U.N. no es un centro de carácter exclusivamente localista, pues el 50% de los pacientes proceden de otras provincias, especialmente de las limítrofes.
Según datos correspondientes al año 1980, el personal facultativo era de 225 personas (21,4%), el auxiliar sanitario 459 (43,6%), el administrativo 94 (8,9%) y el personal no encuadrable en los anteriores apartados 274 (26,1%). En total 1.052 personas, con una relación persona/cama de 2,2.
El trasplante de órganos es una de las actividades punteras.
DocenciaEs la razón de ser de todo Hospital Universitario.
Tanto los alumnos de medicina (4° curso), como las alumnas de enfermería (1.er curso), se incorporan a los diversos servicios médicos.
Esta formación se extiende a la etapa de post-graduado, mediante sesiones clínicas, conferencias, sesiones bibliográficas, charlas, publicaciones, etc.
InvestigaciónDado que la práctica investigadora va a redundar en una mejor calidad asistencial y docente, cada más se dedican mayores esfuerzos a la investigación. Los recursos financieros dedicados a la investigación provienen de subvenciones de organismos, aportaciones voluntarias, fundaciones, etc.
Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia
Este Centro de asistencia médica es el mismo que funciona, ampliado, mejorado y modernizado, en el término de Barañain con el nombre de Hospital Provincial. En el medievo y comienzos de la Edad Moderna, existían, diseminados por los barrios de la vieja Iruña, varios centros benéficos llamados pomposamente hospitales; los de San Miguel, de San Blas y de San Gregorio, en la población de San Nicolás; los de Santa Catalina, del Espíritu Santo o de San Lorenzo, y el de la Madre de Dios o de los Labradores, en el burgo de San Cernin. Los de San Miguel, de la Magdalena, del Corpore Christi, de San Martín y el de Peregrinos de Santa Catalina, en la Navarrería.
Estos pequeños nosocomios, modestos, por no decir paupérrimos, establecidos la mayoría en humildes casas de vecindad habilitadas al efecto, cumplían su misión, más con buena voluntad que con efectivos medios y remedios médicos, higiénicos y terapéuticos; máxime cuando, en su mayoría, estaban sostenidos económicamente por modestas cofradías.
Así estaba la beneficencia médica en Pamplona hasta la cuarta década del siglo XVI, cuando Ramiro de Goñi, Arcediano de Tabla, natural de Salinas de Oro, donó 5.606 ducados para crear un Hospital General; se construyó en la subida al barrio de las Carnicerías Viejas (hoy calle de los Descalzos desde el Monasterio de Santiago hoy, en parte, Hospital Militar, en la calle Santo Domingo). Mandó también edificar a sus expensas una pequeña iglesia (la Capilla del Museo de Navarra), que comenzó a construirse en 1547.
La portada de aquel Hospital General se conserva como entrada al Museo Provincial.
Desde 1545 el Hospital estuvo bajo la tutela del Ayuntamiento de Pamplona, el cual respondía del déficit que ocasionalmente se solía presentar cuando las postulaciones, que en metálico y en especie se hacían anualmente por toda Navarra, no cubrían sus necesidades. Se terminó en 1556.
Estuvo funcionando en su primitivo edificio de la calle de Santo Domingo, hasta 1932, en que fue trasladado al soto de Barañáin.
Médicos del Hospital General: Tres eran los «físicos» o médicos que componían la plantilla del Hospital. Uno de los tres era el «Protomédico» o médico principal, que venía a ser un cargo honorífico, más o menos equivalente al cargo de Director del Hospital.
Ejercían sus funciones durante un período de tres años, que era el estipulado en el contrato que se firmaba entre el Regimiento y los galenos. El sueldo dependía de lo aceptado en dicho convenio y cada trienio se modificaba dentro de ciertos márgenes.
La obligación de aquellos médicos era la de acudir a visitar a los enfermos del Hospital todos los días, por la mañana y por la tarde. Además ejercían el cargo de «Médico de la Beneficencia Municipal», es decir, tenían la obligación de visitar a todos los pobres vergonzantes y enfermos necesitados de las cuatro parroquias de la ciudad, de quienes los párrocos hubiesen dado previamente memorial. Otra misión que encomendaba el Regimiento a uno de los médicos era la de que todos los años visitase las botigas de los «apotecarios» o boticarios, así como las de los «especieros» o herbolarios. Por estas visitas anuales los médicos no cobraban absolutamente nada, hasta que en el año 1582 el doctor Tarazona se querelló contra la ciudad de Pamplona al Consejo Real de Navarra. Como los médicos no eran empleados municipales, sino que actuaban libremente bajo un régimen de convenio trianual, el Consejo Real condenó al Regimiento a pagar al doctor Tarazona la cantidad de 24 ducados por los tres años en los que había realizado la visita de inspección a los «apotecarios».
Cirujanos del Hospital: El número de cirujanos (practicantes) que componían la plantilla del Hospital era el mismo que el de médicos. Es posible que cada médico tuviese un «cirujano» a su servicio, ya que la ampliación de ambas nóminas coincide en la misma fecha.
Sus obligaciones eran las de visitar y curar dos veces al día a todos los pobres enfermos del Hospital, a las 8 de la mañana y a las dos horas después del mediodía, y afeitar y trasquilar a todos los criados del Hospital y a sus familiares, y visitar y curar a los pobres vergonzantes. Tanto los médicos como los cirujanos cobraban su sueldo en dos tandas al año, una por Navidad y otra por San Juan.
Hospital Militar
Fue fundado en la segunda mitad del siglo XVI, siendo además el primero que se instaló en España para el cuidado y asistencia de los soldados de la guarnición. Su promotor fue el virrey Vespasiano Gonzaga y Coloma, que gobernó desde 1571 hasta 1574.
La fundación de este modesto hospital de ocho camas produjo tanta alegría en la tropa que guarnecía la Plaza que todos se ofrecieron a colaborar en su mantenimiento: los soldados prometieron dar todos los meses medio real de su paga, y los oficiales y capitanes lo que les correspondiese «al respecto».
Este Hospital se denominaba «Hospital de la gente de guerra», «Hospital de los soldados», «Hospital de Santiago de la gente de la guerra» y «Hospital de San Nicolás de los soldados». Este hospitalillo estaba ubicado en el lugar llamado La Trigueta, nombre con el que se denominaba el terreno existente frente a la Iglesia de San Nicolás, fuera de las murallas medievales.
Hospital de Navarra
Por escritura otorgada ante notario en 1900, Polonio Escolá cedió gratuitamente a María de la Concepción Benítez Ruiz, viuda de Berástegui, los terrenos del Soto de Barañáin para construcción de un hospital. Con 137.537 metros cuadrados donados por el Ayuntamiento y otros 137.537 metros cuadrados que Concepción adquirió a particulares comenzaron las obras; se habían levantado hasta 1913 seis pabellones y estaban en construcción veintitrés más. En dicho año Concepción cedió gratuitamente al Ayuntamiento los terrenos con todos los edificios y, más tarde, en 1928, la corporación municipal los cedió a su vez al estado para la instalación de la primera Residencia de Ciegos del Patronato Nacional. El estado continuó las obras invirtiendo alrededor de millón y medio de pesetas. Hasta que por R.O. de 2 de febrero de 1931 fueron rescatados los terrenos y edificios por la Diputación y Ayuntamiento, mediante la entrega de 1.279.551,30 pesetas. En 1932 se trasladaron a Barañáin los enfermos del antiguo hospital sito en la Cuesta de Santo Domingo.
Es un hospital clásico español, que acoge desde su fundación a todo enfermo que precise sus servicios, espíritu que se ha mantenido.
En 1982, la Maternidad y Orfanato de Navarra se incorporó al hospital de Navarra, como servicio de Obstetricia y Ginecología. La maternidad se fundó en 1804 por Joaquín Úriz Lasaga, Arcediano de la catedral de Pamplona, encomendándose las personas allí atendidas a las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
En un principio se hallaba situada en la calle del Carmen, hasta que en el año 1934 se trasladó a los terrenos del soto de Barañáin, separadas sus dependencias de las del hospital civil.
Hospital de la Seguridad Social Virgen del Camino
Inaugurado el 4 de agosto de 1964 con el nombre de Residencia Virgen del Camino, para prestar asistencia médica, quirúrgica, obstétrica y pediátrica a los beneficiarios de la Seguridad Social, en quienes se den las circunstancias previstas por la legislación.
Empezó funcionando con 201 camas y posteriormente se amplió a 600 en dos bloques, dedicados uno a asistencia médica y quirúrgica y otro bloque para asistencia ginecológica y pediátrica. El Hospital de Navarra y las clínicas concertadas con la Seguridad Social atienden el exceso de demanda que habitualmente sufre.
Tráfico
Estudios de origen y destino. Los aforos de tráfico proporcionan información acerca del número de vehículos que circulan por las carreteras, su composición y su distribución en el tiempo, pero no permiten conocer sus trayectorias ni prever qué vehículos utilizarían una nueva vía. Para poder deducir con cierta garantía los anteriores extremos es preciso información sobre el origen y destino de las trayectorias de los vehículos y el motivo de los viajes y paradas.
En octubre de 1964 la Dirección General de Carreteras realizó una encuesta de Origen y Destino del tráfico en los accesos de la ciudad de Pamplona. En todos ellos se situaron estaciones de control, deteniendo a los vehículos que se dirigían a la ciudad y preguntando a sus conductores el origen y destino de su viaje, objeto del mismo, tipo de mercancías transportadas y número de plazas ocupadas. También se tomaron datos acerca del tipo y residencia de los vehículos. En total fueron entrevistados 12.854.
La totalidad de los datos obtenidos y los factores básicos del tráfico, distribución horaria, longitud de viaje y vehículos-kilómetro recorridos, objeto del viaje, número de plazas ocupadas, tipo y volumen de las mercancías transportadas, vehículos extranjeros, origen y destino del tráfico por estaciones y análisis del tráfico en el exterior del cordón fueron incluidas en una publicación del Ministerio de Obras Públicas en 1966.
En octubre de 1975 volvió a realizarse una segunda encuesta de Origen y Destino del tráfico en los accesos a Pamplona con el fin de obtener los datos necesarios para el estudio de la Red Arterial de la capital. La Subdirección General de Redes Arteriales del Ministerio de Obras Públicas editó el trabajo en 1978.
Red arterial
Conjunto de carreteras de acceso a los núcleos de población y las vías de enlace entre las mismas, que discurren total o parcialmente por zonas urbanas.
El rápido crecimiento del tráfico en los años sesenta fue creando problemas de congestión en los accesos y calles más importantes de las ciudades españolas. Al bajar la velocidad media de circulación, se producen atascos y embotellamientos en las horas de más circulación con los consabidos problemas de aumento en el consumo de gasolina, del coste de recorrido e importante contaminación ambiental.
El Ministerio de Obras Públicas formó a un grupo de especialistas que estudiaron con detalle las realizaciones y proyectos de muchas ciudades americanas y europeas. Estos profesionales, complementados con consultores, realizaron los proyectos de redes arteriales de las principales ciudades españolas.
En Pamplona se empezaban a notar problemas de congestión. La anárquica forma en que se estaba construyendo en las proximidades de la capital y la accidentada topografía de la Cuenca obligaban a tomar medidas de forma urgente para evitar la imposibilidad de algunas soluciones o el encarecimiento de otras. Era evidente la necesidad de evitar el paso de los vehículos pesados en tráfico de largo recorrido por el centro de la ciudad y se encargaron soluciones parciales a algunos consultores. Dada su incidencia en el planeamiento, ?todas las soluciones parciales planteaban otros problemas de análoga o superior trascendencia?, la Diputación Foral de Navarra encargó un Plan Comarcal de Pamplona y su Zona de Influencia y solicitó de la Dirección General de Carretera del Ministerio de Obras Públicas, en agosto de 1965, la redacción del proyecto de Red Arterial de Pamplona.
Al disponerse ya de los estudios de Origen Destino y de la cartografía de la Cuenca, pudo presentarse un esquema general de Red Arterial de Pamplona que fue aprobado por la Diputación Foral el 4 de noviembre de 1966.
En diciembre de 1964 se había publicado el Planeamiento del Sistema Nacional de Autopistas. El enlace del eje del Ebro con el País Vasco y Europa presentaba dos opciones a partir de Tudela. Una por Pamplona y otra por Logroño y Vitoria. Navarra quiso aportar su contribución a tal estudio y realizó en 1968-69 un estudio de la viabilidad funcional y económica de una autopista Zaragoza-Pamplona-Guipúzcoa, cuyo paso por las cercanías de Pamplona afectaba en gran manera a los trazados previstos de Red Arterial.
Con tal motivo se paralizaron tales estudios tratando de resolver en primer lugar los problemas que planteaba la autopista. Se nombraron comisiones, se hicieron estudios y al fin, la autopista de Navarra quedó incluida entre los objetivos prioritarios del III Plan de Desarrollo Económico y Social, totalmente integrada con el resto de la Red Nacional (Autopista de Navarra*).
Definida ya totalmente la penetración al núcleo urbano de Pamplona del tráfico que provenía de Tafalla e Irurzun y conociendo el emplazamiento del anillo exterior de Pamplona, que la concesionaria construiría cuando el tráfico en el Puente de San Jorge supere los 30.000 vehículos de I.M.D. (Intensidad Media Diaria*), era necesario continuar con los estudios de la Red Arterial.
En mayo de 1974 el Ayuntamiento de Pamplona recordó a la Diputación la ventaja que reportaría el disponer de los proyectos definitivos de la Red Arterial y en julio de este año se volvió a solicitar de la Dirección General de Carreteras que se reanudaran los estudios. Tal solicitud fue aceptada y para trabajar con el mayor rigor técnico se volvió a realizar en octubre de 1975 el segundo estudio de Origen-Destino del tráfico en Pamplona.
En julio de 1976 el Ministerio de Obras Públicas comunicó el encargo del proyecto a un consultor. Se realizaron planos del terreno afectado y se mantuvieron muy frecuentes contactos con el equipo nombrado por el Ayuntamiento de Pamplona para la redacción del Plan General de Ordenación Urbana y con los técnicos de Diputación y Ayuntamiento nombrados a tal fin. Incluso participaron conjuntamente en una encuesta domiciliaria base de un estudio de transporte, un modelo matemático con el que se comprobaron diferentes hipótesis de asignaciones de tráfico, una exposición pública con el lema «Hagamos Pamplona (Egin dezagun Iruña)» en la que se invitaba a la exposición de ideas, sugerencias y otros extremos.
A lo largo del estudio se realizaron contactos con el Gabinete de Planeamiento y Economía del Transporte de RENFE, con la Sociedad Concesionaria de la Autopista de Navarra, aeropuerto de Noain con todas las personas que, en aquel momento, intervenían en trabajos urbanísticos de la Comarca, buscando una acomodación viaria entre todos. Así fue recogida, íntegramente o con adaptaciones, en los Planes de Artica, Ansoáin, Burlada, Cizur Mayor, Cizur Menor y en los Avances de Berriozar, Noáin, Huarte, Villava, etc.
Por fin, el 23 de agosto de 1979 fue aprobado inicialmente por la Diputación Foral de Navarra el Proyecto de Red Arterial de Pamplona, disponiendo que fuese sometido a información pública antes de su aprobación definitiva.
Del 1 de noviembre al 31 de diciembre de 1979 se expuso en los Pabellones de Exposición de la Ciudadela de Pamplona y hasta el 31 de marzo de 1980 se recogieron alegaciones a la misma.
De enero a marzo se realizaron numerosas reuniones en los barrios y pueblos periféricos de Pamplona convocadas por asociaciones de vecinos, ecologistas, determinados partidos políticos, etc.
Del 25 al 28 de marzo se celebraron en las Escuelas de San Francisco unas Jornadas de debate sobre la Red Arterial de Pamplona y Comarca patrocinadas por la Diputación Foral de Navarra y organizadas por la Ponencia de Ordenación del Territorio, Ayuntamientos y concejos afectados por la Red Arterial y Asociaciones de Vecinos. A la entrada del salón se distribuía una alegación impresa contra la Red Arterial y un folleto editado por las Asociaciones de Vecinos de Pamplona y Comarca redactada en términos análogos.
Agotado el plazo de información publica se presentaron 1.340 alegaciones tipo firmadas por particulares, 36 alegaciones conjuntas presentadas por Ayuntamientos y Concejos afectados por el trazado y 18 alegaciones de Colegios Profesionales, Fuerzas Eléctricas de Navarra, Ayuntamiento de Pamplona y otras entidades y particulares.
La gran mayoría coincidía en la conveniencia de la creación urgente de un Ente con capacidad para solventar los problemas de la Comarca y en la redacción de un Plan Director de Coordinación Comarcal.
Para las 1.340 alegaciones análogas y otras debería «rechazarse totalmente la Red porque su fin claro es el aumentar los beneficios de los de siempre, porque concibe la ciudad como lugar adecuado para la especulación del suelo y los negocios inmobiliarios».
Las Asociaciones de Vecinos de la Cuenca, después de explicar su campaña por barrios y pueblos contra la Red Arterial, rechazan el proyecto y la filosofía política, económica y social que hay detrás de él, «desarrollista a ultranza, antidemocrática, despilfarradora, destructora de la ciudad para vivir…».
Otras alegaciones, Colegio de Arquitectos Vasco-Navarros, Concejos de Elcarte y Ballariáin, proponían que la Red fuera operativa 8 años mientras se buscaban fórmulas urbanísticas alternativas.
Las Direcciones de Caminos y Urbanismo bajo la coordinación del Diputado ponente de Fomento y Ordenación del Territorio presentaron un informe de las alegaciones recibidas. La Diputación Foral, en sesión del día 29 de mayo de 1980 acordó la no procedencia de la aprobación del mencionado proyecto, por lo que, en consecuencia, quedó desechado.
Variante Oeste
El importante tráfico de la CN 240 a su paso por Pamplona producía problemas de congestión, contaminación y dificultades circulatorias que en muchas ocasiones eran origen de accidentes. En los estudios de origen y destino del tráfico en Pamplona realizados en 1964 se acusaba la fuerte incidencia de este tráfico de paso con gran porcentaje de pesados en el tramo Noáin-Irurzun. Por otra parte, el rápido desarrollo urbano del barrio de San Jorge forzaba a una rápida solución de acceso a Pamplona alternativa de la Avenida de Guipúzcoa, y el fuerte crecimiento del tráfico en aquellos años, con cifras del orden del 15% acumulativo anual, hacían prever un auténtico colapso circulatorio en el indicado itinerario.
La Diputación adjudicó en marzo de 1971 las obras del puente de San Jorge, sector II de una variante por el Oeste prevista en los estudios iniciales de la Red Arterial de Pamplona. Las obras se iniciaron en junio de 1971 y finalizaron en mayo de 1974. El coste superó ligeramente los 35 millones de pesetas.
En los estudios previos de la Autopista de Navarra se contemplaron dos posibilidades de trazado en las cercanías de Pamplona. La primera mantenía la continuidad de la autopista desde el enlace con la del Ebro e Irurzun. Su trazado aprovechaba el corredor oeste previsto para el último anillo de la Red Arterial* de Pamplona con un enlace en el tramo de Noáin-Pamplona y otro en el de Pamplona-Irurzun.
Dado el escaso tráfico de paso no tenía justificación económica tal obra y se adoptó la decisión de construir el ramal oeste del primer anillo de la Red Arterial de Pamplona y de cortar la continuidad de la Autopista en Noáin y Berriozar. Con esta solución se eliminaba el tráfico de paso de las calles de Pamplona y se construiría una importante vía que daría un fuerte impulso al desarrollo de San Juan y Ermitagaña. No obstante era imprescindible evitar que en el futuro, cuando la Variante Oeste ampliase su misión urbana y las cifras de tráfico fuesen elevadas, el tráfico de paso o de largo recorrido se entremezclase con un urbano en vías de congestión. Con esta finalidad en la base cuarta del concurso para la construcción, conservación y explotación de la primera fase de la Autopista de Navarra se indicaba que la Sociedad concesionaria debería iniciar la construcción del ramal oeste del anillo exterior de la Red Arterial de Pamplona tan pronto como el tráfico por el denominado «Puente de San Jorge» del anillo interior alcanzase una intensidad media de 30.000 vehículos diarios.
También se garantizaba que la Diputación Foral de Navarra construiría y conservaría a su cargo el ramal Oeste del anillo interior con tiempo suficiente para que su puesta en servicio se produjese no más tarde de la apertura al tráfico del primero de los dos tramos de la autopista colindantes y que su uso estaría libre de peaje.
Adjudicada definitivamente la Autopista el 28 de junio de 1974, era urgente proceder a la construcción de la Variante Oeste. Las obras dieron comienzo el 20 de agosto de 1974 y quedaron totalmente terminadas para el 20 de enero de 1976. Su coste superó los 500 millones. La obra resolvió a diferente nivel el giro a izquierda en la carretera de Pamplona-Tudela, el cruce de la carretera de Esquíroz, la calle Fuente del Hierro, la Avenida de Pío XII y el acceso del tráfico del tramo Irurzun-Pamplona.
En la parte Oeste se conectó con el tramo de Pamplona-Irurzun de la Autopista de Navarra y en el Sur quedó prevista la continuidad del primer anillo en dirección a Burlada.
Dificultades surgidas principalmente con los vecinos de San Jorge retrasaron la apertura al tráfico de esta variante. Tras laboriosas gestiones entró en servicio el 21 de junio de 1978.
Aparcamiento
El desarrollo urbano de Pamplona, desde la década de 1960 se basó en construcciones en bloque abierto que, junto con su gran densidad de viviendas, dieron origen a zonas o playas de aparcamiento emplazadas entre las edificaciones, para dar cabida a los vehículos que no era posible situar en los bordes de las calzadas. Así surgieron las áreas de aparcamiento de San Juan, Iturrama, Azpilagaña, Rochapea, Ansoáin, etc.
Por otra parte, el aumento del parque de automóviles y la congestión de actividades comerciales y de servicios en el Casco Antiguo y I y II Ensanches de Pamplona, obligó a disponer grandes áreas de aparcamientos, próximas al centro, como los de la Avda. del Ejército, Yanguas y Miranda, Plaza de Toros, con carácter provisional, así como otros menores, en espera de una solución definitiva.
Carril bus
Zona de calzada reservada para la circulación del transporte colectivo público y, en algunos casos, de taxis.
En Pamplona se instaló el primer carril bus el año 1982, en las avenidas de Carlos III, Baja Navarra y Bayona. Su implantación se hizo coincidir con una remodelación de los circuitos de las líneas de autobuses urbanos.
Se iniciaba así la aplicación de nuevas estrategias de transporte público, primándolo sobre los desplazamientos en vehículo privado, en las áreas congestionadas de Pamplona.
Toponimia menor
Abejeras, paseo; Beloso Alto, término; los Capuchinos, barrio; Chirivitos, término; Donapea, término; Echavacoiz, barrio; Garilón, término; Hipódromo, ruinas; Iturrama, barrio; Landaben, término; Lezcairu, término; la Magdalena, barrio; Miluce, puente; Plazaola, término; la Rochapea, barrio; San Juan, barrio; San Pedro, barrio; Santa Lucía, término; el Sario, término; Solchate, término; Soto de Ainzoain, término.