TAFALLA
Categoría histórica: Ciudad.
Categoría administrativa: Municipio.
Partido Judicial: Tafalla.
Merindad: Olite.
Comarca geográfica: Pie de monte Tafalla-Olite.
Población (1986):10.172 habitantes de hecho, 10.256 habitantes de derecho.
Superficie: 99,4 km2.
Densidad: 102,3 hab/km2.
Altitud en el núcleo de viviendas: 426 m.
Distancia a Pamplona: 35 km.
Comunicaciones: Situado en la carretera general N-121, Pamplona-Tudela.
Gentilicio: Tafallés.
Geografía
Su término limita al N con Artajona, Pueyo y el Distrito de Leoz, al E con San Martín de Unx, al S con Olite y Falces y al O con Miranda de Arga, Berbinzana y Larraga.
De N a S se distinguen en su término tres unidades diferenciadas: El flanco S del anticlinal de Barásoain, modelado por erosión diferencial de las arcillas y areniscas oligocénicas y miocénicas en una serie de crestas (500-650 m) con buzamiento hacia el N separadas por valles ortoclinales; el anticlinal diapírico de Tafalla, acompañado de cabalgamiento hacia el S fuertemente erosionado y en cuyo eje afloran los yesos oligocénicos; y el somontano o piedemonte meridional (400-470 m) en el que se conservan, escalonados a partir de la llanura de inundación del Cidacos, que atraviesa el municipio de N a S, hasta cuatro niveles de terrazas fluviales.
Tafalla está en la banda de tierras fronterizas entre lo mediterráneo y lo submediterráneo, en ambos casos con claros matices continentales desde el punto de vista térmico y con sequía estival. Las principales variedades climáticas, expresadas en valores medios anuales son: 13º-14°C de temperatura, 450-600 mm de precipitaciones, caídas en unos 70 días, y 700-750 mm de evapotranspiración potencial.
Rodales de encina, como bosques-reliquia, y pinares de repoblación (principalmente pino de Alepo), junto con las alamedas del Cidacos componen la superficie forestal arbolada.
Geografía urbana
El modelo de Tafalla es una síntesis del modelo general de urbanismo existente en la mitad septentrional de España. La ciudad histórica incluye un núcleo primitivo y una expansión medieval, localizada en un emplazamiento defensivo; a los que se añaden aportaciones renacentistas y barrocas, un diminuto ensanche de fines del siglo XIX apósito a la estación del ferrocarril, y barrios de viviendas unifamiliarres propios de la primera revolución agrícola, además de una serie de barrios periféricos, de alta densidad y edificabilidad o bien de escaso porte, de fisonomía racionalista o rural, que conforman los lados del triángulo urbano tafallés, cuyo vértice es el cerro de Santa Lucía y cuya base es el río Cidacos, y la línea y estación de ferrocarril. La ciudad histórica ha experimentado los mismos procesos de sustitución morfológica, envejecimiento formal y demográfico y expulsión comercial que han padecido los cascos de difícil accesibilidad. Todavía en la parte alta del casco, comprendida entre el cerro y la calle Mayor se conservan la morfología y función ligadas a la agricultura. El resto del tejido, excepto en un barrio de función también agrícola construido a principios de siglo, se halla formal y funcionalmente vinculado a las dos actividades que hoy constituyen la base económica de la ciudad; una tradicional de comercio y servicios, y otra moderna ligada a la industrialización.
El centro comercial está formado por la Plaza Nueva (1862-1866), de estilo neoclásico, y dos ejes paralelos a la Plaza, la calle Mayor y la travesía de la carretera donde se halla la plaza, unidos por dos calles transversales. Aquí están la casa consistorial, los servicios financieros y de gestión que incluyen trece entidades bancarias, así como asesorías y consultorías, despachos de profesionales y seguros. El sector comercial todavía está presente en el casco (Cuatro Esquinas y Calle Mayor) en lo que se refiere a textil y piel, y por supuesto en sus formas modernas en el centro (boutiques, calzado, confección infantil); la decoración y artículos para el hogar se hallan sobre todo en los accesos. El resto de los comercios especializados (deportes, relojerías y joyerías, bazares y regalos) se encuentran también en el centro. Respecto a los servicios de transporte y de venta y reparación del automóvil, aunque en un principio se asentaron en torno a la estación de ferrocarril, con la motorización progresiva de la población han seguido pautas de localización propias de los accesos urbanos por carretera. Respecto a los servicios oficiales y educativos o sanitarios, se encuentran en la periferia, algunos de ellos por efecto de la descentralización. Por último, la feria de febrero que tan gran papel desempeñó en el pasado, a partir de los años cincuenta inició una decadencia de la que en parte se ha librado añadiendo al ganado la exposición de maquinaria y las flores.
Respecto a la industria, Tafalla cuenta con una tradición artesanal, relacionada con su capitalidad comarcal (talleres, maquinaria agrícola, madera, papel y artes gráficas, alimentación…) en la que se insertó durante los años veinte una industria de porte moderno (calzados Armendáriz, chapas de madera). En los años sesenta la ciudad pasó a ser uno de los núcleos más importantes del proceso de creación industrial que experimentó Navarra. Al cobijo del polígono construido en la carretera Pamplona-Zaragoza en 1966, dio un salto desde la nueva industria alimenticia (dos plantas en 1964) a la metalurgia, aunque con resultados variados, ya que de las industrias primeramente instaladas, sólo subsistía en la década de 1980 una pequeña planta (Inoxibel Española, S. A.). La instalación en 1970 de la empresa guipuzcoana de fundición de acero (Luzuriaga, con plantas en Pasajes y Rentería), en el lado izquierdo de la carretera a Zaragoza, entre Tafalla y Olite, convirtió a Tafalla en foco de inmigración y obreros; la empresa llegó a alcanzar un total de 1.200 empleados. La ciudad vivió también a partir de 1960 la crisis en su calidad de cabecera. Esto se debía a la proximidad a Pamplona, al proceso de despoblación de gran parte de su área de influencia; y a la crisis industrial. Ello explica que ésta sea la cabecera comarcal más sensible entre todas las navarras, como muestra la pérdida de vitalidad poblacional que se aprecia en los últimos años.
La población ocupada en el sector secundario supone el 60% de la que trabaja en un municipio. Este sector cuenta con 134 establecimientos que emplean a 2.107 personas. La actividad más significativa es la industria metalúrgica, con 14 establecimientos y 1.282 trabajadores, y destaca la fundición y la siderurgia. Le sigue en importancia la industria del calzado, que junto con la del cuero y la confección emplean a 453 trabajadores en 9 establecimientos. Otras actividades son: industria alimentaria y bebidas (166 empleados), industria de la madera (145), artes gráficas y edición (36), extracción y fabricación de materiales de construcción (19), e industria de transformación de materias plásticas (3). La distribución de energía y agua emplea a 13 trabajadores y las empresas del ramo de la construcción ocupan a 189 trabajadores en 46 establecimientos.
El segundo sector productivo en Tafalla, por su importancia es el de servicios, que ocupa a 1.257 trabajadores (35% de la población que trabaja en el municipio). En éste las actividades con mayor número de puestos de trabajo son: comercio (347 empleados); enseñanza (151 empleados) con 3 centros de Educación General Básica, uno de BUP y otro de Formación Profesional, además de otros centros de formación y educación; transportes y comunicaciones (137); reparaciones (133); administración local y orden público (97); hostelería y venta de bebidas (85); banca y ahorro (62) y servicios personales y domésticos (83).
En el sector primario realiza labores agropecuarias cerca del 10% de la población activa, si bien únicamente el 5% de la población ocupada en el municipio las desempeña como ocupación principal. La superficie de cultivo se distribuye fundamentalmente entre tierra de labor cerealista, cultivos arbustivos y arbóreos de secano y regadío. La primera experimentó un gran impulso con las roturaciones de las primeras décadas de nuestro siglo: 2.296 Ha en 1891, 3.287 en 1906, 4.455 en 1920, 5.150 en 1935, 4.679 en 1950. 4.772 en 1970 y 4.875 en 1982. Desde hace unos años la cebada aventaja al trigo, los barbechos están reduciéndose y los rendimientos-mejores semillas, abonos y labores- aumentando. En 1983 había 40 Ha de esparragueras de secano. La vid pasó de 1.758 Ha en 1891 a sólo 191 en 1906 (crisis de la filoxera), 779 en 1920. 970 en 1935 y 1.357 en 1961; luego bajó a 1.250 en 1970 y 985 en 1982. El almendral de secano suma 36 Ha y el olivar 40. El regadío ocupa el 7% de las tierras de cultivo casi todo riego extensivo; dominan los cultivos herbáceos y entre ellos destacan los cereales (trigo, cebada), las hortalizas y los frutales, la patata y la alfalfa. Tafalla tenía, en 1935, 210 cabezas de ganado caballar de labor. 301 de mular y 230 de asnal; en 1982 eran solamente 15, 18 y 7, respectivamente. Este descenso fue paralelo a la mecanización de la agricultura. De las restantes clases de ganado destacaban en 1982 el lanar (4.595 cabezas), porcino industrial (2.255) y bovino (353 reses); las aves sumaban 45.000 unidades (pollos). Tafalla fue pionera del cooperativismo agrario: el 20 de febrero de 1902 se fundó la Cooperativa-Caja Rural; y después la Bodega Cooperativa Vinícola (25 de mayo de 1917) y el Trujal Cooperativo San Isidro (20 de enero de 1947).
El terreno comunal ocupa cerca del 38% (3.664 Ha) de la superficie geográfica del municipio, comprendiendo el 33% de las tierras de cultivo, y el 60% de los pastizales. Los bienes de propios suman 1403 Ha (860 de pastos y 543 de monte leñoso).
La población activa de Tafalla se elevaba en 1984 a 3.374 personas, de las cuales 670 se hallaban en situación de desempleo (195 buscaban su primer empleo). Tafalla es una localidad que recibe más de 800 trabajadores residentes en otros municipios.
Desempleo registrado (31.3.1987): 814 personas.
Presupuesto municipal (1987): 537.670.000 ptas.
Heráldica municipal
El escudo actual trae de azur y un castillo de oro de tres torres la de en medio mayor, con dos puertas, la central mayor y en ella un guerrero armado. Bordura de gules con las cadenas del reino de oro. Se inspira en el antiguo sello céreo cuyo troquel se conserva en el Archivo Municipal. Figura un castillo almenado de tres torres, la de en medio mayor y en su puerta un guerrero armado de lanza, como consta en un documento de 1309 y la leyenda: sigilum, concilii: de: Tafaylla. A partir del siglo XVI se labraron los escudos de las villas, siendo el más antiguo conservado en Tafalla de 1661 y se encuentra en la escalera principal del Ayuntamiento; tiene las cadenas de Navarra por orla, tres torres con tres puertas, la de en medio mayor y en ella un personaje vestido a la usanza de la corte con una lanza que sale de la puerta, debajo del cual dice tubal. Sobre el escudo la corona real.
En la fachada de la iglesia de los P. Escolapios, antiguo convento de capuchinos fundado en 1694, hay otro escudo en el que las cadenas están por orla, una torre coronada por dos torrecillas almenadas, con una puerta y en ella un guerrero con lanza. Sobre la torre San Sebastián y por timbre una corona real. En el blasón pintado en el salón de sesiones del Ayuntamiento, salvo alguna ligera modificación es igual, pero con la leyenda tubal.
Coronando el frontispicio del Ayuntamiento existe otra reproducción del escudo, labrado en 1895, que tiene las cadenas de Navarra por orla, una gran torre almenada con dos torrecillas sobre ella y en la puerta un guerrero. Sobre el escudo una estatuilla representando a San Sebastián y sobre el todo una corona real. Se inspira en el que figura en la fachada de los P. Escolapios.
El motivo ornamental de las cadenas es posterior al medievo, como se puede advertir en otros escudos navarros de villas. La leyenda Tubal figura desde el principio en el escudo y alude al mito bien conocido ya en el siglo XVI por Esteban de Garibay y Zamalloa y que hace alusión a la fundación de diferentes poblaciones del País Vasco por Túbal, entre otras Tafalla y Tudela.
Casa Consistorial
Está levantada toda ella en piedra, integrada en el frente de la Plaza Nueva, Plaza de los Fueros o Plaza de D. Francisco de Navarra, construida en 1860. En su cuerpo bajo tiene una galería de arcadas y corona el edificio en frontón. Sus sedes anteriores estuvieron en el casco antiguo de la ciudad.
El ayuntamiento está regido por alcalde y doce concejales.
Alcaldes
1603. Juan Asiáin y Medrano.
1605. Juan de Azpelieneta.
1607. León de Mencos.
1608. Juan de Vergara y Palacio.
1609. Lorenzo de Navaz.
1610, Arsenio Antonio de Orta.
1611. Antonio de Góngora.
1612. Juan de la Borunda.
1613. Arsenio Antonio de Orta.
1614. Guillermo de Mencos.
1615. Juan de Agorreta.
1617. Guillermo de Mencos.
1618. Pedro de Calatayud.
1619. Juan de Agorreta.
1620. Luis de Mencos.
1621. José Diez de Arbizu.
1622. Lorenzo de Navaz y Asiáin
1623. Antonio de Orta.
De 1623 a 1713 no hay datos.
1713. Joseph de Arunal.
1714. José Ahedo y Mencos.
1715. Ignacio de Vera y Medrano.
1716. Pedro Cortés y Caparroso.
1717. Carlos de Jaso.
1718. José Blas de Aibar.
1719. Pedro Cortes y Caparroso.
1720. Sebastián de Borrueta.
1722. Alexandro de Ahé y Asiáin.
1723. Miguel Antonio de Felices.
1724. Miguel de Y. y Navaz.
1725. Miguel de Y. y Navaz.
1726. José Felices y Azpilicueta.
1727. Bernardo Baltasar y Cruzat.
1728. Bernardo Baltasar y Cruzat.
1729. José de Acedo y Mencos.
1730. Sebastián Felices y Ardanaz.
1731. Alejandro de Ahe y Asiáin.
1732. Matías Montero de Espinosa.
1733. Sebastián de Felices.
1734. Sebastián Montero de Espinosa.
1735. Antonio Cortés.
1736. Joseph de Felices Azpelicueta.
1737. Alejandro de Ahe y Asiáin.
1738. Miguel Antonio Felices y Azpilicueta.
1739. Matías Montero de Espinosa.
1740. Sebastián de Reta y Cortés.
1741. Felipe de Zabalza y Maldonado.
1742. Sebastián de Berrueta.
1743. Manuel Ibáñez y Cortés.
1744. Sebastián de Berrueta.
1746. Joseph de Felices Azpilicueta.
1747. Matías Montero de Espinosa.
De 1747 a 1775. sin datos.
1775. Fernando Jacinto Merino de Porras.
1776. Felipe Zabalza y Maldonado.
1777. José Recart de Landibar.
1778. Pedro Matías de Mirafuentes.
1779. Manuel Montero de Espinosa.
1780. Felipe Zabalza y Maldonado.
1781. Fernando Jacinto Merino de Porras.
1782. José Joaquín de Bayona.
1783. Martín Joaquín Ibáñez de Ibero.
1784. Félix de Zabalza y Torres.
1785. José Joaquín de Bayona.
1786. Antonio Berrueta Arraiza.
1787. Félix de Zabalza y Torres.
1788. Manuel María de Iribas.
1789. Félix de Zabalza y Torres.
1790. Pedro Matías de Mirafuentes.
1791. Félix de Zabalza y Torres.
1792. Pedro Matías de Mirafuentes.
1793. Antonio Berrueta Arraiza.
1794. Pedro Matías de Mirafuentes.
1795. Manuel Montero de Espinosa.
1796. Manuel de Rada.
1797. Manuel María de Iribas.
1798. Pedro Matías de Mirafuentes.
1799. Antonio Berrueta Arraiza.
1800. Felipe Zabalza.
1801. Felipe de Zabalza y Torres.
1802. Carlos Ramírez de Arellano.
1803. Félix de Zabalza y Torres.
1804. Antonio de Gante y Miranda.
1805. Ignacio Martínez de Ezpronceda.
1806. Francisco de Calatayud.
1807. Francisco Javier Eleta.
1808. Francisco Calatayud.
1810. Felipe de Gurrea.
1812. Venancio Cortés.
1813. Francisco de Villanueva.
1814. Francisco de Calatayud.
1815. Francisco de Villanueva.
1816. Francisco de Calatayud.
1817. Francisco de Villanueva.
1818. Pascual Montero Espinosa y Rada.
1819. Antonio Gante y Miranda.
1820. Pedro de Rentería Arbizu.
1824. Joaquín Bayona.
1825. José María Recart de Landibar.
1826. Pedro de Rentería Arbizu.
1827. Casimiro M. de Ezpronceda.
1828. Manuel Cruzat y Aguilar.
1829, José María Recart de Landíbar.
1830. Francisco de Villanueva.
1831. Manuel Cruzat y Aguilar.
1832. Pascual Montero de Espinosa.
1833. Antonio Gaztea y Gastón.
1834. Nicolás María Iribas.
1835. José Subirán.
1836. Saturnino Deán.
1837. Manuel Huarte Mendicoa.
1839. Francisco Camón.
1840. Manuel Cruzat.
1841. Manuel Recart de Laldíbar.
1842. Francisco Camón.
1843. Pascual Sagaseta.
1844. Nicolás Mª Iribas.
1846. Joaquín Vidaurre.
1847. Melchor Huarte.
1848. Félix Pérez.
1850. Diego del Busto (a éste se le hizo jurar por Dios y los Evangelios guardar defender la monarquía de Isabel II).
1852 a 1856. Francisco Navascués (que en unión de Eugenio Berico, Antonio Zubiri, Matías San Juan y Esteban Camón contribuyeron poderosamente para extinguir el cólera).
1857. Joaquín Cruzat.
1859. Nicolás del Busto.
1861. Saturnino Deán.
1863. Manuel Huarte.
1865. Pío Díaz de Rada.
1867. Tomás Navárlaz.
1869. Jesús Mª Iribas, quien por causas del desorden y revolución dimitió ante el Gobernador; le sustituyó Saturnino Deán.
1872. Babil Giménez y Gabriel Castiella.
1873. José Carpio y José Urtasun (el 9 de enero de 1874, el general Primo de Rivera destituyó al Ayuntamiento en dicho año lo fueron Miguel Escolar y Vicente Fernández).
1876. José Azarola.
1878. Domingo Castiella.
1880. Saturnino Déan.
1881. Remigio Saravis.
1883. Jenaro Pérez Moso.
1885. Florencio Villanueva (primer alcalde de R. O.).
1887. Jacinto Pérez de Ciriza.
1890. Ramos Oscáriz, (nombrado por haber obtenido mayoría de votos).
1891. Eduardo Cabezudo Ayuso.
1894. Modesto Lecen.
1895. Valentín San Juan.
1897. Ramos Ozcáriz, reelegido en 1899 y el 20 de junio de 1901 lo sustituyó Lucas Navascués y en 14 de septiembre del mismo año Eugenio P. de Ciriza que fue nombrado de R. O. en 1902 (este alcalde arrancó los árboles de la calle de Cadarso).
1903. Angel Morrás.
1904. Alfonso Huarte.
1906. Manuel Bayona.
1909. Juan Arbona.
1910. José Mª Azcona.
1912. Francisco García Pérez de Ciriza.
1912. Julio Laplaza.
1914. José Ramón Hermoso de Mendoza.
1916. José Cabezudo Arroyo.
1916. Joaquín Astráin.
1918. Julio Salaberri.
1919. Crispín Zapatería
1920. Juan Unanua.
1920. Julián Bustillo.
1923. Julio Ojer Pardo.
1923. Juan Berico Arroyo.
1925. José M.ª Martín.
1927. Carlos Celaya Jaime.
1927. Juan Sevillano Sierra.
1930. Escolástico Flamarique.
1931. Jesús Lorente Martinena.
1934. Julio Iribarren Irigoyen.
1937. Juan Sevillano Sierra.
1941. Alicio Zufiaurre Irujo.
1944. Alicio Zufiaurre Irujo.
1947. Alicio Zufiaurre Irujo.
1950. Casimiro Armendáriz Sada.
1954. Casimiro Armendáriz Sada.
1957. Ángel Bañón Mingo.
1960. Ángel Bañón Mingo.
1964. Ángel Bañón Mingo.
1968. Ángel Bañón Mingo.
1972. Manuel Navascués Navascués.
1975. Manuel Navascués Navascués.
1979. José Javier Baztán Gorría.
1983. Valeriano Begue Barbeo.
1984. Pablo Jurío Zubiri.
1987. Pablo Jurío Zubiri.
En su término se han hallado útiles pulimentados de la Edad del Bronce, así como un conjunto de monedas ibero romanas de bascunes*.
Una variante gráfica de su nombre en algún documento del siglo XI, “Altafaylla”, sugirió a ciertos eruditos un posible origen árabe de la población. Ésta habría nacido a partir de una fortaleza alzada por las autoridades musulmanas de la frontera superior para vigilar de cerca, desde el actual cerro de Santa Lucía, los accesos del territorio cristiano de Pamplona en los siglos VIII y IX. Con base asimismo toponímica, una reciente teoría asocia el lugar con una hipotética colonia militar tardoantigua. Como en diferentes puntos de Aquitania, se habría instalado allí un grupo de “taifales”, gentes afines a los jinetes sármatas de las estepas de Rusia meridional. Sería un asentamiento de guerreros campesinos al servicio del imperio romano en el siglo IV, o bien una pequeña banda descolgada del torbellino de pueblos que, como los alanos, irrumpieron en Hispania con los vándalos y suevos a través del Pirineo occidental el año 409. En todo caso, sólo se sabe con cierta seguridad que “Tafalya” fue uno de los poblados del naciente reino pamplonés arrasados en sus expediciones por Abd al-Rahman III (años 924 y 937). Figura luego entre la constelación de “mandaciones” y villas dadas en arras a la reina Estefanía (1040) por García Sánchez III el de Nájera; y en sus cercanías rechazó este mismo monarca a su hermano Ramiro I de Aragón en la llamada “arrancada de Tafalla” (1043).
Constituía ya entonces el centro de uno de los distritos o “tenencias” de la monarquía. Estuvo a cargo sucesivamente de los seniores Ariol Sánchez (1040), Sancho Fortuñones (1047), Jimeno Aznárez (1055), Lope Garcés (1076), el “conde” Sancho Sánchez (1093), Iñigo Fortuñones (1117), Lope Iñiguez (1135), Jimeno Aznárez (1143). Un diploma, sin duda viciado, atribuye al rey Sancho Ramírez una temprana elevación social de los pobladores mediante un fuero que, en premio a sus servicios, los había declarado ingenuos y libres de toda pecha o carga servil (inienuatos de toto in toto). Más fiables resultan las cláusulas del fuero de Sancho VI el Sabio (1157). Confirmado y revisado en lengua romance por Teobaldo II (6.2.1256), tiene como destinatarios a los “labradores” de aquella villa de señorío realengo, delimita las “corseras” de su término, resuelve determinados supuestos procesales y penas y autoriza el aprovechamiento gratuito de yerbas entre los ríos Arga y Aragón. Sancho VII el Fuerte había actualizado, a su vez, por fuero (marzo 1206) la pecha anual de aquella ya importante colectividad de labriegos y pastores cifrándola en 400 cahíces de trigo, otros tantos de cebada y 600 sueldos por el valor de 400 carneros; debían proporcionar además para las “labores” de conservación del castillo y cultivo de la reserva de heredades regias en el término.
Teobaldo I convirtió estas últimas prestaciones agrícolas en un censo anual de 1.400 sueldos (18.4.1245) a título de arrendamiento. La cuantía de tales derechos señoriales revela un notorio desarrollo demográfico. Al núcleo originario de la parroquia de Santa María se había yuxtapuesto ya en el siglo XII un ensanche, aludido en el fuero de Sancho VII el Fuerte como “villa nueva” e identificable, al parecer, con la parroquia de San Pedro. Este monarca disponía del “palacio” o mansión llamado luego de La Sosierra, junto a la capilla de San Nicolás, al pie del castillo tenido aquellos años en honor por miembros de los ilustres linajes de Oriz, Baztán, Lehet y Subiza sucesivamente. Enmarcada desde el reinado de Teobaldo I en la merindad de la Ribera, la villa alcanzó sin duda en aquel período su óptimo poblacional hasta el siglo XIX. Contaba en 1330 con 824 cabezas de familia, 70 de ellas catalogadas como “pejugaleros” de modesta posición económica. Sus preocupaciones comunes se centraban, por lo visto, en el aprovechamiento de las aguas del Cidacos, reguladas por dos presas, la de Juan Almoravid y la del molino, más una “filla” que beneficiaba los predios conservados todavía por la Corona. Había pleitos sobre riegos, con Olite por ejemplo en 1308. Se aprovechó la oportunidad de comprar los turnos correspondientes a Caparroso (1325). No eran raros, por lo demás, los abusos de algunos oficiales regios, sobre todo en la liquidación de pechas en especie y la exigencia de prestaciones personales; contra ellos se protestó con éxito ante Luis el Hutín (1307), el gobernador Alfonso de Robray (1316) y Carlos I el Calvo (1325). El concejo acordaba a su vez sus propias ordenanzas, como en 1309, para la recta explotación de mieses, árboles frutales, pastos, leña y materiales de construcción, la calidad de las carnes, la salubridad y el orden vecinal, incluso la moderación en los fúnebres lamentos de las plañideras.
La gran peste negra de 1348 redujo el vecindario a una quinta parte, una incidencia mayor aún que la sufrida por las cercanas villas de Artajona, Olite y Larraga.
Quedaban en 1366 solamente 20 hogares hidalgos y 130 labradores; entre ellos había algunos artesanos, como un carnicero, un costurero, un zapatero, un herrero, un arquero y varios “roderos”, más un notario. Y la minoría judía sumaba diez familias, por cuyas cartas de crédito se habían venido liquidando las oportunas tasas regias de “escribanía”. A la espiral de epidemias, escasez de mano de obra y penuria se añadirían un siglo después los apremios y estragos de la guerra civil. Para paliar probablemente algunos efectos de la crisis económica, Carlos II autorizó la roturación de La Sarda, El Saso y Candaraiz (1367). Al suprimir los derechos del chapitel, su sucesor permitió la libre comercialización de granos (1387); el propio Carlos III concedió a la villa la facultad de celebrar una feria desde dos fechas antes de San Sebastián durante cinco días (1418), que más adelante serían prolongados a nueve (1468). Era obligada, sin embargo, una corrección de las cargas comunes fijas, calculadas en su día para una población más numerosa y próspera; incluso el tributo variable por “cuarteles” tuvo que tasarse (1425) sobre la cifra convencional de 100 fuegos en vez de la real de 180.
Como en casos análogos, se hizo tabla rasa en el régimen de señorío tradicional, elevando la condición social de la mayoría de vecinos, todavía “labradores” (1423). Se les declaró colectivamente “francos y ruanos” conforme al fuero del hurgo de San Martín de Estella, con el derecho de celebrar mercado los jueves. Quedaban, pues, abolidas las antiguas pechas y prestaciones. La villa debía abonar, sin embargo, en concepto de censo la suma anual de 813 libras, ajustada dos años después a la devaluada moneda en curso. Ascendía, al mismo tiempo, al rango de “buena villa” con asiento en las Cortes del reino y dotada de alcalde y preboste particulares. Pero la trama concejil acusó enseguida los efectos, sin duda perturbadores, de la persistencia de una minoría de vecinos hidalgos. Después de ensayarse un complejo procedimiento de rotación en el cargo de alcalde y una duplicidad de estatutos jurídicos (1425), Juan II acabó declarando francos sin más a todos los pobladores, sujetos a un único cuerpo de derecho, el polivalente “Fuero general”. Incluida, entre tanto, en la nueva merindad de Olite (1407), Tafalla debía ser, sin embargo sede del merino. El monarca decidió poco después (hacia 1417), edificarse en la villa una nueva mansión de recreo, al abrigo de la muralla que, comenzada por Carlos II, había hecho completar el propio Carlos III. Permutó el antiguo palacio la “Centena” de Sosierra por casas y solares de su secretario Simón de Navar en la “centena” de San Juan (1419) y en poco tiempo se alzó una réplica todavía mayor del majestuoso palacio de Olite. La nueva sede regia iba a servir de prisión al príncipe Carlos de Viana a raíz de su derrota en los campos de Aibar (23.10.1451). Más adelante la ocuparía con marcada predilección la princesa Leonor. Con la guerra civil y sus secuelas se habían prolongado las dificultades económicas de la villa. Juan II eximió por ello de todo tributo tanto los negocios de la feria anual como los del mercado autorizado ahora el primero y el último martes de cada mes (1473). Los reyes Catalina y Juan III rebajaron a su vez en 25 libras las 75 que correspondían a la villa por cada cuartel “moderado” (1494). La princesa Leonor había fundado (1468) un convento de Franciscanos sobre el solar de la antigua iglesia de San Andrés; no sin resistencias le agregó (1479) la cercana capilla de San Sebastián (construida en 1422), lo eligió como panteón y a él fueron trasladados, en efecto, sus restos desde Tudela. La reducción del número de beneficiados a finales del siglo XV revela la lentitud del proceso de recuperación de la villa. Los esplendores arquitectónicos y áulicos no traducen la prosa de un marasmo social realmente pertinaz. A mediados del siglo XVI apenas se había rebasado la mitad del número de vecinos registrados en 1330. Con todo, las Cortes del reino aún celebraron allí tres de sus sesiones (1519, 1531, 1536), una distinción atribuible al prestigio y las dimensiones del palacio regio que había contribuido a colmar una buena parte del vacío intramural de la antigua villa de modestos labradores, ahora buena villa de francos que un buen día tendrían a gala comprar (1636) el codiciado título de ciudad.
Tenía un hospital (1595). La feria de febrero era concurrida por castellanos, aragoneses y valencianos, que llevaban telas, antes, suelas, ganado mular y especias. Continuaba además el mercado de cada martes, establecido en 1473. Debido a la salubridad de su clima en repetidas ocasiones, cuando había epidemias en Pamplona, se trasladaron a ella los tribunales del reino.
A fines del siglo XVIII las cosechas eran sobre todo de trigo, cebada, avena, vino, aceite, frutas y hortalizas, y había además ganado lanar, cabrío, mular y vacuno, por este orden de importancia.
Durante la guerra de la Independencia, sus murallas y su proximidad a Pamplona la convirtieron en plaza importante, que los franceses se apresuraron a ocupar (1808) y fortificar (1809). Cruchaga en 1811 y Espoz y Mina en 1812 y 1813 penetraron en ella, el último y en la última fecha de manera definitiva, tras un asedio en el que el guerrillero navarro ordenó bombardear la ciudad, destruyendo las fortificaciones del convento de San Francisco y los últimos restos del que fuera palacio de los reyes de Navarra.
Un papel semejante -de antesala principal de Pamplona- desempeñaría Tafalla durante las guerras carlistas*. Durante la primera, los gobernantes liberales de la región consideraron más seguro emplazar aquí la cabecera del partido judicial (1836) que tenía Olite y así quedó definitivamente.
La economía siguió respondiendo a las mismas características, agrícola ante todo. Mediado el siglo las producciones dominantes, aparte del progreso de la patata, eran las mismas. Si en 1802 la industria se reducía a cinco molinos harineros, tres aceiteros y dos tenerías (fábricas de curtidos), eran tres, cuatro y cinco respectivamente en 1849. El comercio se reducía a la importación de cereales y telas y a la exportación de los frutos sobrantes.
En los dos últimos tercios del siglo se dieron los pasos necesarios para dotar a la ciudad de los servicios urbanos modernos: se instaló alumbrado público con faroles de petróleo (1843), se establecieron los serenos (1846), se abrió la Plaza Nueva (1856-1860), a iniciativa de Nazario Carriquiri* -formulada ya en 1846-; se inauguró el ferrocarril que une Pamplona y el Ebro (1860), el telégrafo (1862); se abrió en 1866 el puente que salva el Cidacos para enlazar la estación y la ciudad, ensanchando así las posibilidades de crecimiento urbano futuro y se instaló años después el tendido eléctrico (1895). Fue durante unos años sede de una efímera Audiencia criminal (1882-1892), que comprendía también los partidos de Tudela y Estella. Entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX se habían abierto los Casinos Español y Nuevo, se habían organizado líneas de autobuses permanentes a Sangüesa, Estella, Miranda y Lerín, y se habían instalado las hijas de la Cruz y los escolapios, que regían sendos centros de enseñanza.
El desenvolvimiento vitícola de la segunda mitad del XIX y el desarrollo general de la agricultura* navarra habían comenzado a cambiar, por fin, su estructura económica para dotarla de actividades industriales anejas a una agricultura en pleno despegue: hacia 1920 había tres molinos harineros, dos fábricas de harinas con motores eléctricos, fábricas de aguardientes y de alcoholes, tejería mecánica, fábricas de camas de hierro y yesos, depósitos y talleres de reparación de maquinaria agrícola, construcción de carruajes, molinos de aceite, cubas, pipas y barriles para vinos, gaseosas, hielo, curtidos, calzado de cuero y alpargatas, jabones, velas, chocolates, electricidad y pastas de sopa.
Aquí se había construido, en 1902, la que puede considerarse primera Caja rural* de Navarra, por empeño de Atanasio Mutuberría*. De 1917 y de un impulso cercano al anterior surgiría la Cooperativa Vinícola (Cooperativismo*). En Tafalla, Olite y otras poblaciones del entorno (San Martín, Beire) se centró desde finales del s. XIX la lucha inicial para la recuperación de las corralizas.
En la historia de Tafalla pueden contabilizarse tres Hospitales.
Antiguo hospital de Santa Catalina: No se sabe la fecha de su fundación pero en el año 1425 se denominaba ya de Santa Catalina. Una cédula Real de 28 de octubre de 1438, ordenó a Gonzalo de Arnero y a su mujer María, a la sazón hospitaleros de Santa Catalina de Tafalla, la entrega de unos 28 robos de trigo del año a los pobres del Hospital. Estaba situado en la Plaza de la Picota, más tarde denominada del Mercado, en el número 1. También se sabe a través de una Cédula de la Infanta Leonor, que el Rey Carlos III el Noble concedió un solar con habitaciones del palacio propio, para que se ampliara el Hospital.
Hospital de la cofradía de la caridad: El 17 de abril de 1695 se reunieron en la Basílica de San Juan de Tafalla gran número de vecinos para deliberar sobre la construcción de un Hospital. Se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad, tomando el acuerdo de instalar el Hospital en la misma Casa-Hospital que tenía la Cofradía de Santa Catalina, previa cesión de la misma. El 20 de marzo de 1696 se aprobaron las constituciones y en el año 1825 se autorizó a la Junta Gubernativa del Hospital de Nuestra Señora de la Caridad, el establecimiento de las Hijas de la Caridad al cuidado de los enfermos.
Nuevo hospital de Tafalla: Se halla ubicado a la salida de la ciudad, en la carretera de Tafalla a Zaragoza. Se comenzó a construir en el año 1912 por iniciativa de Ricardo Jiménez, párroco de Santa María, en un terreno donado por Asunción Cortes. Se iniciaron las obras bajo la dirección del arquitecto Emiliano Iráizoz. Los gastos iniciales fueron sufragados con limosnas de los vecinos, así como con el trabajo personal de aquellos que no disponían de patrimonio suficiente. Por falta de medios económicos, la construcción quedó suspendida hasta 1921, fecha en que Concepción Benítez de Beiztegui donó 100.000 pesetas, que hicieron posible la financiación de las obras en el curso de ese mismo año. Se realizó el traslado el 1 de marzo de 1922 y el 29 de junio del mismo año tuvo lugar la solemne inauguración del mismo.
La ciudad cuenta con bastantes nombres ilustres, en el siglo XVII el caballero José de Arbizu*, el conquistador Melchor Mencos y Medrano*, el marino Carlos Martín de Mencos*, el jesuita Miguel de Esparza*, el canonista Esteban de Tafalla*, el teólogo Cristóbal de la Vega*, el poeta Miguel de Dicastillo* y seguramente su amigo Gabriel de Mencos*; en el XVIII, los políticos Juan del Villar y Gutiérrez* y Pedro de Jordán, el secretario Baltasar Husa y Vides*, el militar José Ferriz y Peralta*, Luis Cruzat y Díez de Ulzurrun*, los también militares Manuel y Agustín Iribas Berico*, el coronel Ambrosio de Olóriz y Arbiol*, el caballero José Antonio de Tiebas*, Sebastián Eusa y Torreblanca*, el noble Sebastián Bonz y Leoz*, el obispo Bernardo Zazpe y Agorreta*, el latinista Antonio Felices*, el teólogo Inocencio de San Andrés*, el predicador Pedro de Calatayud*, el historiador Joaquín de la Santísima Trinidad*, el médico y religioso Andrés de Tafalla*; en el XIX, el militar Sebastián de Olóriz*, el ministro Florencio García Goyena*, el político Jenaro Pérez Moso*; en nuestro siglo, el escritor José María Azcona Díaz de Rada*; José Cortés y Caparroso*; Juan de Valdomira*; Francisco de Eraso*; José de Tafalla*; Francisco de Gorráiz y Orriaiz*; Juan José Beatriz*.
Bibliografía
J. Beltrán: Historia completa y documentada de la M. N. y M. L. ciudad de Tafalla (Tafalla, 1920). J. Cabezudo Astrain: Tafalla (Pamplona s a), “Temas de Cultura popular”, 115.
Castillo
En época medieval, Tafalla estuvo defendida por una fortaleza que se alzaba, dominando la población, en lo alto del cerro de Santa Lucía. Se conoce la nómina de sus gobernadores o tenentes desde el siglo XI, gracias a la documentación de privilegios y cartularios reales. Las primeras reparaciones de que hay noticia se hicieron en 1280, siendo alcaide un tal Bertaut, rehaciéndose las puertas, a la vez que se recubrían las torres y el algibe.
En los primeros años del siglo XIV consta como alcaide Guillén de Loarce. Por entonces, en 1305, se rehizo el palacio mayor del castillo, que amenazaba ruina, y la puerta real. Dos años después se reparó la cubierta de la torre mayor. En 1316 el procurador del rey demandó a los jurados de la villa sobre la obligación de reedificar y mantener a su costa el castillo. Sin embargo, se probó y demostró que los vecinos tenían únicamente la obligación de ayudar en las obras y acarreo de materiales, dándoles el rey pan, y cebada para las bestias.
El infante Luis mandó al recibidor en 1357 que hiciese reparar los muros, y que caso de no hacerlo, se haría a costa de sus propios bienes. Corrió con los trabajos el mazonero Pere Andreu. Por estos años, Carlos II confió la guarda del castillo a su chambelán Juan Dehán, asignándole diversos donos y rentas. También percibía castillaje sobre los ganados. En 1365 se rehizo el muro posterior, obligando a trabajar a los vecinos en las obras. En 1366 estuvo preso en esta fortaleza Oliver de Mauni, uno de los edecanes de Beltrán Duguesclín.
Carlos II ordenó en 1385 destinar 500 florines de los asignados para el regadío de Larraga, para hacer nuevas cámaras y estancias en el castillo, con el fin de acondicionar mejor el alojamiento real. Era por entonces alcaide Andreo Dehán, confirmado en el puesto por Carlos III en 1367. Este rey dispuso también, el año siguiente, separar 100 florines de los que había para las obras del castillo de Tudela, para reparar también la torre mayor del de Tafalla. En 1399 se limpiaban y acondicionaban el pozo y la mina.
Hacia 1410 estuvo preso en el castillo maestre Jacobo de Santo Vítore, lombardo, por practicar la alquimia, y también el duque de Benavente con su paje, para cuya custodia se puso una guardia especial. Tal vez con ese motivo se hicieron reparaciones que costaron cerca de 60 libras. En 1415 fue nombrado alcaide Juan Beltrán de Acedo, ujier de armas, con obligación de residir con su familia y compañía, asignándole 55 libras sobre los censos de la villa. Al capellán de la fortaleza Pero Nicolay se le daban 22 libras. El carpintero Johanicot de Arberoa hizo en 1424 una banera de madera, para ponerla en la torre.
En 1430, con motivo de la guerra con Castilla, se incorporaron 6 hombres a la guarnición del castillo; al propio tiempo, la reina Blanca mandó que fuesen enviados polvos para los cañones y bombardas de la fortaleza, cuyas barbacanas se repararon urgentemente. Entre ese año y el siguiente se gastaron en obras más de 1.000 libras. A Juan Beltrán de Acedo le sucedió en 1443 Ojer de Mauleón, que percibía, aparte de la retenencia, los derechos de pasto y taño del monte del Plano. En 1451, Juan II nombró alcaide en su lugar a Fernando de Olóriz, añadiéndole a la asignación ordinaria el herbaje, tablajería, prebostazgo, lezta y otras rentas y derechos. Continuaba en el puesto en 1475.
Tras la conquista de Navarra en 1512 el castillo fue encomendado a Hurtado Díaz de Mendoza, junto con el palacio de Olite. Unos años después, en 1521, Carlos V decretó su demolición, junto con la de otras fortalezas del reino. Poco después, en 1524, hizo merced al municipio tafallés de algunas rentas de las que anteriormente al derribo percibían los alcaides.
Durante las guerras carlistas volvió a fortificarse el emplazamiento del arruinado castillo, construyéndose allí un fuerte que recibió el nombre de Santa Lucía, advocación de la capilla de la antigua fortaleza medieval.
Tafalla conserva varios, testimonios de un importante papel en el pasado.
Palacio de los condes de Guenduláin (de los Mencos)
Unido al convento de las Recoletas por un arco de comunicación sobre la carretera de Olite, es posiblemente el edificio civil más caracterizado de Tafalla. Fue originariamente la casa solariega de los Mencos, linaje afincado en la ciudad en la primera mitad del siglo XV. Parece que comenzó a edificarse en los últimos años del siglo XVI, fuera del recinto amurallado medieval. A un costado, tiene una recia torre cuadrada.
Martín Carlos de Mencos y Arbizu, señor de Iriberri y caballero de Santiago, obtuvo el alcaidío del real palacio de Tafalla por merced de Felipe IV en 1651. Fue almirante de la Real Armada, Capitán General de Nápoles y Gobernador de Guatemala. Fundó el convento de Recoletas, contiguo al palacio, el año 1673, y allí puede verse todavía su sepulcro y estatua orante. El título de conde de Guenduláin, dado por Felipe IV en 1658 a Jerónimo de Ayanz y Javier, recayó más tarde en José Sebastián de Mencos Ayanz de Navarra, el cual casó en 1696 con Basilia Ayanz de Navarra, Arbizu y Lodosa. En 1864, Isabel II otorgó la Grandeza de España a Joaquín Ignacio Mencos y Manso de Zúñiga, conde de Guenduláin, marqués de la Real Defensa y conde del Fresno de la Fuente, autor de varias obras de carácter literario e histórico.
El palacio ostenta en su fachada un escudo cuartelado: primero: contracuartelado: primero y cuarto de oro y tres fajas de gules; segundo y tercero de plata y un lobo pasante de sable, cargado con tres estrellas de oro; segundo de plata y tres castillos de oro puestos en triángulo; tercero, de plata fajado de tres de azur y una estrella de gules en jefe; bordura de lo mismo cargada de ocho sotueres de oro; cuarto, de oro con una panela de gules.
Palacio de los mariscales
Se encuentra en la calle de San Juan, conocido popularmente como La casa del Cordón, por el que puede verse labrado, como detalle ornamental, en las tres ventanas que se abren en la fachada. Según una tradición antigua, ese cordón recuerda a Francisco de Navarra, hijo del mariscal Pedro de Navarra, nacido aquí a finales del siglo XV, que fue prior de Roncesvalles y más tarde obispo de Badajoz y arzobispo de Valencia. Asistió al concilio de Trento. La Historia de Tafalla de Fr. Joaquín de la Trinidad, impresa en 1766, dice que este ilustre eclesiástico, al que supone franciscano, “mandó edificar una casa en Tafalla, distinguiéndola con el cordón o ángulo de su religión. Arigita, en su biografía del arzobispo tafallés, demuestra que no fue franciscano, sino de la Orden de San Agustín, por lo que supone que el detalle del cordón fue simplemente un capricho de los constructores. En el siglo XIX pertenecía al duque de Granada de Ega.
Palacio del marqués de Feria
Situado cerca de la plaza de Navarra, en el antiguo camino real, actual carretera general que atraviesa el centro de la población. Fue primer marqués de este título Francisco Félix de Vega y Cruzat, natural de Tafalla, al cual se le despachó la real merced el año 1705. Los marqueses de Feria tuvieron el honor de llamamiento a cortes por esta casa y mayorazgo hasta las últimas que celebró el Reino en 1828 y 1829.
Palacio de los marqueses de Falces
Aunque alterado y degradado en su fisonomía exterior, se mantiene todavía en pie, en las Cuatro Esquinas, cerca del Portal del Río, el que fuera antiguamente palacio de los marqueses de Falces, comprado por la ciudad en 1656 para instalar la casa ayuntamiento, uso en el que se mantuvo hasta la inauguración de la actual casa consistorial en 1866.
Palacio de Sonsierra
Situado en la parte alta de la ciudad. Perteneció al patrimonio real hasta que en 1419 Carlos III lo cedió a su secretario Simón de Navaz. En 1436, en una relación de los palacios existentes en Tafalla, se cita entre otros el de Martín de Navaz y sus sobrinos, hijos de maestre Simón, que estaba contiguo al fosal o cementerio de Santa María, “en el quoal palacio -decía Juan II- queremos que sía compresso nuestro palacio que era en la dicha villa, que a present vive el dicho Martín Navaz”. Tras el enlace de Ana de Navaz con Miguel de Iribas, pasó el palacio a esta familia tafallesa. En 1721 la ciudad y su ayuntamiento se opusieron enérgicamente al título que se arrogaba don Miguel de Iribas de dueño del palacio de cabo de armería de Sosierra. En la actualidad, no conserva otro detalle digno de reseñar que la portada ojival de la capilla de San Nicolás.
Palacio Real
A mediados del siglo pasado, tras muchos años de abandono, fue al fin demolido para llevar a cabo diversas mejoras urbanas sobre los extensos solares que ocupaba. Fue mandado edificar por Carlos III el Noble a partir de 1419, al parecer sobre la base de uno preexistente más modesto. Estaba dividido en cuatro zonas claramente diferenciadas: la plaza del palacio, el llamado Pávado con su patio central, el jardín de abajo y el jardín de arriba, donde se hallaba el cenador del rey. Exteriormente, hacia el camino real -la actual carretera general- rodeaba el conjunto una muralla de piedra, flanqueada por trece torreones cuadrangulares almenados. Entre los dos jardines, separándolos, había un pasadizo llamado La Esperagrana, al final del cual se alzaba una recia torre cuadrangular de sillería, coronada por matacanes, llamada la torre de Ochagavía. Fue construida, como el resto del palacio, por los mazoneros Semén Lezcano y Johan Lome, dentro de los cánones del estilo gótico. En 1544, abandonada ya, fue tasada por los canteros Martín de Larrate y Juan de Régil en 910 ducados. Por entonces tenía derruido ya parte del tejado, aunque conservaba varias veletas. La torre aún estaba en pie el año 1865, cuando se había demolido ya la mayor parte del antiguo palacio para hacer la Plaza Nueva o de Navarra y la casa del ayuntamiento. El dibujante Serra tomó por entonces varios apuntes, para la obra de Madrazo Navarra y Logroño, que hoy constituyen el único testimonio gráfico del viejo palacio. Durante la última Guerra Carlista, hacia 1875, fueron derribados los vestigios que aún quedaban de los dos jardines, del Cenador del Rey, y junto con ellos desapareció bajo la piqueta la torre de Ochagavía.
Llamaban la atención en los jardines del palacio las fuentes y surtidores de agua, que descendían de un jardín a otro a través de un arbotante decorado con calados y tracerías góticas, y rematado en un airoso pináculo. En uno de los jardines había unos sillones trabajados en piedra, con detalles decorativos ojivales, para descanso y solaz de la familia real. Uno de ellos se conserva en el jardín de una casa particular. El cenador era una especie de mirador ochavado, con grandes arcos rebajados de piedra, cuyos pilares remataban en pináculos. En un lateral de la torre de Ochagavía existía un mirador de tracería gótica, gemelo de los que todavía pueden verse en la torre de los Cuatro Vientos de Olite. Consta también, por testimonios antiguos, que el palacio tuvo veletas armónicas, que al ser impulsadas por el viento, emitían sonidos musicales.
Según Ceán Bermúdez, el palacio de Tafalla superaba en extensión al de Olite, aunque era algo más sencillo en sus detalles ornamentales. Cénac Moncaut, por su parte, escribía en 1856: “el de Tafalla es una genuina transición entre el castillo feudal y el palacio del Renacimiento… Tafalla fue el Versalles de los reyes de Navarra… ”
Desde el siglo XVII tenían el empleo honorífico de alcaides perpetuos del palacio los condes de Guenduláin. En 1718 mandó Felipe V que se vendieran este palacio y el de Olite, como de cabo de armería, al mejor postor, pero no pudo encontrarse comprador.
La parroquia de Santa María
La parroquia de Santa María de Tafalla, cuya primera advocación fue del Salvador, constituye un monumental edificio cuyo aspecto actual deriva sobre todo de las obras realizadas en los siglos XVI y XVIII. Sin embargo, sus orígenes deben remontarse a la época medieval. De ella apenas quedan restos, aunque de la disposición y espacio del templo actual se deduce que contaría con una amplia nave gótica, en la línea de la arquitectura navarra de los siglos XIII y XIV, como San Saturnino de Pamplona y de Artajona. En esta época una monumental portada gótica, conocida por noticias documentales de 1766, se abría en el lado de la Epístola, la cual desapareció en la remodelación barroca. Tan sólo parte de la vieja torre gótica ha llegado, prestando sus muros de sillería para la edificación de la capilla de San Fermín. En el siglo XVI, con el importante crecimiento de la población, fue necesario ampliar la iglesia. En 1547 se iniciaron las obras, en las que intervinieron los Larrarte y un tal maestro Lázaro, canteros que tras largos pleitos concluyeron la empresa en 1561. En esta etapa se configuró el aspecto actual de la iglesia en planta y alzados, que si bien se basan en la nave gótica, añaden un amplio crucero tras ella, convirtiendo la parroquia en un templo de planta de cruz latina con gran nave que, en principio, sólo contó con tres tramos, profundo crucero y cabecera pentagonal. Bóvedas de terceletes con ligaduras y nervios rectos de sección mixtilínea, que originan rombos centrales cubren los tramos, complicándose la del tramo central del crucero; una bóveda galloneda de terceletes voltes sobre la cabecera.
Unos años después, dentro de la misma centuria, en 1586, se trabajaba en la Capilla de los Mencos, patronato que originariamente era de la familia Díez Aux de Armendáriz, situada en el tramo anterior al crucero por el lado del evangelio. Tiene planta cuadrada cubierta con media naranja a gran altura; su aspecto actual responde a posteriores reformas barrocas. Desde 1643 el maestro de Estella Francisco Larrañaga continuó las obras en el templo, cubriendo capillas y construyendo la escalera del coro.
Años después la iglesia resultaba de nuevo insuficiente y se amplió añadiendo a la nave un tramo a los pies, con lo cual se equilibraron las proporciones respecto del crucero. Por otra parte, las estructuras medievales hasta entonces conservadas se hallaban en estado de ruina, por lo cual se realizó una tercera fase de obras en la que además de añadirse el tramo de los pies, cubierto con bóveda que imita las anteriores manteniendo la unidad estilística, se labró a lo pies un coro alto sobre arco rebajado con tribunas laterales. Las capillas laterales de la nave se reformaron unas y añadieron otras. En 1732, frente a la remozada Capilla de Los Mencos se erigió la de San Fermín, aprovechando los muros de la recién demolida torre medieval. Pero no fue sino hasta fines del XVIII y en estilo neoclásico, cuando esta capilla adquirió su aspecto definitivo. Se trata de un espacio de planta cuadrada con amplios nichales en los frentes, cubierto por cúpula sobre pechinas, en la que se abren cuatro óculos. Pinturas murales y yeserías de la época completan el conjunto. En la misma reforma barroca se enriqueció el interior del templo con una cornisa de prominentes molduras. Grandes placas geométricas cubiertas de ornamentación de yeserías, obra de Gregorio Blas hacia 1736, fueron incorporadas en los puntos en que la cornisa alcanza los arranques de las bóvedas, constituyendo junto con los nervios de las bóvedas el único ornato arquitectónico del interior del templo. La sacristía se adosa a la cabecera por el lado de la epístola, abriéndose a ella con un arco de medio punto del siglo XVI. La que fuera primitiva sacristía en dicha centuria se convirtió en mero tránsito al construirse en 1796 una nueva dependencia. La planta de ésta es cuadrada, abriéndose en los cuatro lados amplios nichos que albergan las cajoneras. La cubre un techo plano y una remodelación de principios del siglo XX le confiere su apariencia actual.
El exterior de la iglesia forma un bloque de sillería en el que destacan la presencia del crucero, cabecera y la gran nave del siglo XVI, cuyos muros están reforzados por contrafuertes prismáticos que se disponen oblicuamente. En el siglo XIII el conjunto fue recrecido y uniformado con una cornisa que recorre todo el perímetro del templo. En este momento se abrieron los medios puntos abocinados correspondientes a la nave, mientras que se conservan las ventanas originales del crucero. Este bloque central está rodeado por las construcciones añadidas en el XVIII; las capillas, que ocultan los muros medievales. En el último tramo del lado de la epístola se localiza la portada barroca que sustituyó a la gótica. Tiene un esquema sencillo, aunque ampuloso, por el abultamiento y molduración de sus elementos arquitectónicos. Consiste en un único cuerpo con arco de medio punto recorrido por un grueso baquetón, enmarcado por pilastras cajeadas toscanas en las que reposa un friso de sección convexa; fragmentos de frontón recto centrados por un óculo abocinado y tres jarrones con motivos vegetales lo rematan. La fachada principal, emplazada a los pies, es obra del XVIII y responde al tipo conventual. Constituye un alto paramento vertical de sillería coronado por frontón triangular con óculo baquetonado en su centro. La puerta responde a un esquema semejante al de la portada lateral ya descrita; las pilastras cajeadas que flanquean el medio punto soportan un entablamento con triglifos y metopas centradas por bucráneo. El frontón partido encuadra un ático de diseño idéntico al del cuerpo, que alberga una imagen barroca de la Asunción en alabastro. Más arriba se abren dos ventanas y un óculo abocinado con moldura baquetonada. La torre, situada en el flanco derecho, completa la fachada. Sus obras se iniciaron en 1731 y en 1736 estaba terminada. Presenta tres cuerpos prismáticos de sillar, que decrecen en altura. Tiene pilastras cajeadas, de capiteles toscanos en los dos primeros y corintio en el tercero, la articulan, apoyando en ellas frisos de diferentes molduras. Además, unas balaustradas sobre las que se abren sus respectivos vanos enriquecen los dos últimos cuerpos. En general, el tratamiento de los elementos arquitectónicos es plástico y decorativo, en coincidencia con el de las portadas. Ante la fachada de la iglesia se alza un crucero del siglo XVI atribuido al maestro Larrarte. Sobre dos peldaños cuadrangulares se levanta un pedestal prismático con relieves y sobre éste un fuste cilíndrico decorado con motivos geométricos que culmina en capitel con águilas y volutas sobre el que se alza la cruz.
En la primera capilla por el lado del Evangelio se halla el retablo del Santo Cristo, realizado en 1791 por el maestro Aróstegui. Tiene una traza clasicista según los modelos generalizados en esas fechas. Preside el retablo un Crucificado datado en el segundo tercio del siglo XVI, sobresaliente por el expresivismo de su anatomía y por su cabeza, de gran dramatismo. El retablo barroco de San Isidro (ca. 1734), titular de la siguiente capilla, tiene una arquitectura bien definida y enriquecida con abundante decoración de follajes y veneras. La talla de San Isidro es coetánea al altar. La tercera capilla, patronato de la familia Mencos, cerrada con la primitiva reja del XVI, está presidida por un retablo rococó de su titular, Santa María Magdalena. En el frente principal de la capilla se adosa el sepulcro de los Condes de Guenduláin, en piedra, labrado a comienzos de la presente centuria, con un gran blasón de estilo neogótico. En el muro extremo del brazo del crucero se halla el gran retablo de la Virgen del Rosario, barroco, realizado por Francisco Pejón en 1743 y dorado en 1745 por José del Rey. Su estructura arquitectónica, el quebrado banco, el cuerpo único de amplio desarrollo con tres calles señaladas por columnas salomónicas y el ático, están recubiertos por una densa decoración de follaje que reviste las líneas de ritmos curvos. Esta espectacular máquina alberga una pequeña talla de Nuestra Señora del Rosario, obra romanista de hacia 1600 que repite el modelo iconográfico, tan extendido en Navarra, de la Virgen de la Parroquia de Aoiz, obra de Juan de Anchieta. El resto de las tallas, también de calidad, son contemporáneas del retablo.
Desde la cabecera, preside el templo un monumental retablo mayor que es uno de los mejores ejemplos del romanismo navarro. En 1581 Juan de Anchieta contrató la ejecución del sagrario, que concluiría dos años más tarde, comenzando a continuación la realización del retablo, en el que trabajó hasta 1588, año de su muerte. Lo continuó, siguiendo la traza original, su discípulo y colaborador Pedro González de San Pedro. El conjunto descansa sobre un pedestal constituido por un doble banco compartimentado, con un repertorio decorativo a base de motivos manieristas. Sobre él se alzan los dos cuerpos de tres calles y dos entrecalles, señaladas por un orden de pilastrones en el primero y de columnas jónicas en el segundo. Tanto la estructura arquitectónica como los motivos decorativos derivan de las soluciones ensayadas en los retablos de Astorga y Briviesca. Soportes, frisos y frontones diversos se amontonan creando una sensación de angustia espacial. Esta complejidad se acentúa por la acumulación de tallas y relieves en los que domina el músculo y la carne. El programa iconográfico es amplio, incluyendo un ciclo mariano, el de la Infancia de Jesús y el de la Pasión y Resurrección de Cristo. Las historias se narran en los relieves, reservándose las esculturas para la calle central y ático. La talla del Salvador, antiguo titular de la Parroquia, ocupa la caja principal. En el segundo cuerpo se halla el grupo de la Asunción según la iconografía fijada en Astorga y Briviesca; la Virgen, tratada grandiosamente como matrona romana, es ascendida por una mandorla de ángeles.
Un monumental altorrelieve del Descendimiento ocupa el ático y sobre él monta la Trinidad, con Dios Padre que sostiene entre sus brazos a Cristo crucificado, bajo el que se halla el Espíritu Santo en gloria. La Virgen y San Juan completan el Calvario. Les flanquean las tallas de los profetas Moises y David y de dos Santos. Así el ático se convierte en un escenario de grandilocuentes figuras, constituyendo un original y rico coronamiento. En su conjunto se caracteriza por sus tipos hercúleos basados en composiciones italianas de instalación Miguelangelesca. Las figuras, de aspecto heroico, adoptan posturas inestables y atrevidos escorzos, propios de las composiciones manieristas. Sin embargo, la distribución de las escenas respeta el principio clásico de la simetría con un reparto compensado de personajes y gestos, si bien con una tal acumulación, que dichos relieves presentan unas formas apretadas y sinuosas. Destacan por su belleza los tableros de Anchieta correspondientes al doble banco; como el Nacimiento de la Virgen y la Adoración de los Pastores. La obra de González de San Pedro es algo inferior. Centrando el banco surge un monumental sagrario, pieza del propio Anchieta que responde a un proyecto arquitectónico más purista que el del propio retablo, con una escultura en relieve de pequeña escala, realizada con gran calidad técnica. Se concibe como un templete de planta central constituido por dos cuerpos con dobles columnas, de orden dórico y jónico respectivamente, rematados en frontones curvos y rectos que alternan. Culmina en ático poligonal. Desarrolla un complejo programa iconográfico de carácter eucarístico. La labor de pintura del retablo corresponde al contemporáneo pintor Juan de Landa. La limpieza de 1974 permite que hoy luzca espléndido.
En el muro extremo del brazo del crucero, por el lado de la epístola, se ubica una venerada imagen de San Sebastián, patrón de Tafalla. Es una escultura gótica en piedra policromada, de tamaño cercano al natural, fechable en torno a 1426, que se considera obra del escultor borgoñón Jehan Lome. El Santo está de pie y viste túnica corta con abultados pliegues verticales y manto cruzado sobre el pecho que se abrocha en el hombro derecho. A la rigidez de esta composición se contrapone el rostro, que presenta un gran rigor y realismo. Un sepulcro gótico del siglo XIV le sirve de altar.
En este mismo brazo del crucero se emplaza el retablo del Santo Cristo del Miserere, trazado para cobijar el Crucificado que Juan de Anchieta realizó para la parroquia. El esquema es típicamente manierista, con una abigarrada mazonería. El único cuerpo, provisto de caja central recta entre complejos elementos arquitectónicos, monta sobre un pequeño banco. A ello se superpone el ático, que aloja un lienzo con el Santo Entierro del estilo de Juan de Landa, en la línea de la pintura manierista de la Contrarreforma. Esta mazonería sirve de marco al espléndido crucifijo de Anchieta, que es el mejor del romanismo navarro. Su anatomía Miguelangelesca está suavemente matizada en músculos y carnes; las telas del paño de pureza se resuelven en plásticos pliegues curvos de consistencia lanosa. Es extraordinaria la cabeza, de César romano, con rostro sereno de idealizada belleza, enmarcado por cabellos y barbas de abultados mechones excelentemente tallados. Toda esto es subrayado por una policromía de encarnaciones marfileñas debida a Juan de Landa.
Sigue al crucero la antigua capilla de San Fermín que acoge al retablo de San Lorenzo, éste debió realizarse en torno a 1760. A pesar de la temprana cronología su autor, Silvestre de Soria, ejecutó un proyecto clasicista próximo a los maestros de la Academia. Se rinde culto en la capilla siguiente a San Francisco Javier. Su imagen, talla de gran volumen, se alberga en un retablo barroco que en 1734 realizó el maestro arquitecto de Tafalla Gregorio Blas, según un proyecto de Joaquín San Juan. Este retablo sigue con pocas variantes la traza y decoración de su colateral simétrico de San Isidro Labrador. Muy bello es un pequeño barro de San Jerónimo penitente, procedente del Convento de San Sebastián, que se aloja en el banco y conecta con la plástica levantina y granadina dieciochesca. En la última capilla, situada bajo la torre, cuelga un lienzo del Bautismo de Cristo del siglo XVII. El coro está ocupado por una sillería manierista de veintidós asientos, fechable en la primera mitad del siglo XVII. El facistol, obra de Juan de San Juan de hacia 1620, y un magnífico órgano barroco, contratado en 1734 por Juan Ángel Nagusia, completan el mobiliario.
La parroquia posee además un rico ajuar compuesto por un abundante número de piezas, en su mayoría de gran importancia y riqueza, cuya cronología va desde los siglos XVI al XIX. Destaca una arqueta de carey y plata, obra barroca del siglo XVII, con base rectangular que apoya en bolas y cubierta redondeada, decorada con motivos de cartelas y estrellas de plata. Pieza importante es un cáliz de plata dorada que presenta un típico esquema rococó de la segunda mitad del XVIII con un original nudo de sección triangular abierto, que constituye una especie de templete que acoge a un busto del Ecce Homo. Entre los copones sobresale una suntuosa pieza, también de plata dorada, de estilo bajorrenacentista de la segunda mitad del XVI, aunque con resabios platerescos. Tiene base circular elevada, nudo de templete sobre moldura y una gran copa, todo ello profusamente decorado. Mención especial merece un ostensorio, asimismo de plata sobredorada, de la primera mitad del siglo XVII, que presenta traza purista. Tiene base oval con lóbulos, fino astil provisto de doble cilindro, taza y grueso nudo moldurados y viril de sol con rayos alternantes. Todo ello recibe una soberbia decoración a base de cabujones esmaltados, cartelas vegetales y cabezas de querubines, que resalta sobre un fondo de rameado.
La parroquia de San Pedro
La parroquia de San Pedro ha experimentado proceso de construcción semejante al de Santa María. Existió un primitivo templo en el siglo XII, ya desaparecido, que sufrió reformas en el XIV y una ampliación fundamental en el siglo XVI. De esta manera, el aspecto que hoy ofrece la fábrica de la iglesia responde al estilo Reyes Católicos de principios del XVI, si bien aprovecha estructuras medievales góticas del XIV. Su traza consta de una amplia nave de tres tramos y capilla mayor pentagonal entre dos capillas cuadradas que funcionan como crucero; otra capilla se abre frente a la puerta. Bóvedas de terceletes con nervios rectos cubren la nave y las capillas, mientras que una gallonada cierra la capilla mayor. El arco triunfal, muy moldurado, descansa en pilares poligonales sobre pedestales cilíndricos y bases asimismo poligonales, que rematan en capiteles con bolas. El resto de los apoyos quedan suspendidos a mitad del muro y presentan pequeños capiteles corridos de tradición gótica. Los arcos de ingreso son de medio punto para las capillas del crucero y apuntado en la tercera capilla. El coro se construyó en el siglo XVI; se alza sobre un arco rebajado, ligeramente apuntado y decorado con friso de bolas de estilo Reyes Católicos. La sacristía es posterior y fue edificada en 1710 por Martín Mettón. Su planta es cuadrada y se cubre con una cúpula moderna que sustituye a la original, de la que se conservan las pechinas decoradas con yeserías de comienzos del siglo XVIII.
Los exteriores constituyen un bloque de sillería con contrafuertes en diagonal. La portada, abierta por el lado de la epístola, es un testigo de la fábrica gótica. Su estructura es muy sencilla; un arco apuntado abocinado que carece de decoración escultórica. La torre es barroca, de 1718, y se adosa a los pies del templo, ocupando el antiguo emplazamiento de la medieval. Consta de dos cuerpos cúbicos decrecientes de sillar, sobre los que se alza el cuerpo de campanas ochavado y construido con ladrillo. Una linterna de planta octogonal sirve de remate.
Al interior, la capilla situada frente a la puerta de la iglesia contiene un pequeño retablo de la Visitación, de traza plateresca, que ha sido atribuido al entallador Esteban de Obray. El alto banco y los dos cuerpos divididos por balaustres en tres calles, así como el ático, están ocupados por tableros pintados por “Xoaquin de Oliveras”, cuyo nombre aparece en una inscripción, a excepción del grupo escultórico de la Visitación que ocupa el nicho central. En el brazo del crucero se halla un retablo de pequeño tamaño, renacentista del segundo tercio del siglo XVI, que procede del lugar de Echano en la Valdorba. La cabecera de la iglesia la ocupa el retablo de San Pedro, barroco del tercer tercio del siglo XVI, que procede del mismo sitio que el anterior. Ofrece traza gótica resuelta en banco, dos cuerpos y ático protegido por un guardapolvo decorado por grutescos y trofeos pintados. Una tracería de arcos flamígeros adorna las calles. El retablo contiene tablas pintadas con un colorido propio de los manieristas. Interesante es el sagrario; una arqueta barroca de madera con incrustamientos de carey y nácar, así como diversos apliques de plata y herrajes. Una orla de plata neoclásica fechada en 1831, de perfil mixtilíneo con decoración de querubines y guirnaldas, lo enmarca. En el brazo del crucero del lado de la epístola se sitúa el retablo de la Sagrada Familia, barroco del último tercio del XVII. La escultura que alberga es de carácter popular. La sillería del coro está compuesta por diecisiete asientos con tableros de estilo rococó entre pilastrillas, excepto el principal, que lleva semicolumnas acanaladas.
Entre las piezas de orfebrería sobresale un cáliz de plata dorada del XVII, que se adapta al esquema purista.
El convento de San Sebastián
El convento de San Sebastián cuyos orígenes se remontan al siglo XV, fue abandonado en 1834 a raíz de la desamortización de Mendizábal, sufriendo ruina hasta que a principios del siglo XX se estableció en él la Comunidad de Padres Pasionistas, quienes lo reconstruyeron siguiendo el plan primitivo de la fábrica, de la que sólo perduraban parte de los muros de la iglesia y la capilla. En origen consistía en una nave única de tres tramos con cabecera recta cubierta con bóveda de crucería, cuyos nervios descansaban en ménsulas poligonales sostenidas por bustos de atlantes de talla tosca. En el siglo XVI se le añadieron dos capillas cuadrangulares que actúan a modo de crucero. El ajuar litúrgico de las diversas capillas de Patronato con que contaba se halla disperso por las distintas iglesias de Tafalla.
La iglesia de los Escolapios
La iglesia de los Escolapios, antiguo convento de los Capuchinos, es obra de fines del XVII y su plan se ajusta al modelo de cruz latina con nave única de cuatro tramos, cabecera y brazos de crucero rectos y coro alto a los pies sobre arco rebajado. Se cubre con bóveda de medio cañón con lunetos articulada por potentes arcos fajones. Una cornisa corrida de abundante molduración rodea el muro. Sobre el crucero voltea una cúpula elíptica rebajada con fajas radiales. En la segunda mitad del siglo XVIII se añadieron dos capillas de estilo barroco por el lado del Evangelio. Ambas son de planta cuadrada y se cubren con bóveda de arista la más cercana al crucero, y bóveda plana sobre pechinas la segunda. La fachada, que sigue el modelo conventual de la época, se reduce a un paramento rectangular desarrollado en altura, que culmina en frontón recto partido sobre el que se ha añadido una espadaña moderna. Una sencilla puerta adintelada centra la fachada. Sobre ella y flanqueando la ventana, se sitúan sendos escudos barrocos.
El convento de Concepcionistas Recoletas
El convento de Concepcionistas Recoletas fue fundado en el año 1667 por disposición testamentaria de María Turrillos Hebra, Señora de Mencos, en un solar cercano a su palacio, con el que lo comunica un monumental arco.
La iglesia sigue modelos conventuales barrocos. La planta es de cruz latina con nave única de tres tramos más amplio crucero de brazos y cabecera rectos, y coro alto a los pies. El sistema de cubrición consta de bóvedas de cañón con lunetos sobre diversos tramos y cúpula sobre pechinas en el crucero. El exterior forma un gran rectángulo que no trasluce en planta los brazos de la cruz, aunque sí en alzado. Muy destacable es la fachada, de traza cercana a modelos vignolescos. Es de tipo telón y sobrepasa las dimensiones de la propia iglesia, abarcando las dependencias laterales del templo. El conjunto consta de dos cuerpos; el inferior, dividido en dos, se articula en tres calles por pilastras de orden gigante, en las que descansa una cornisa saliente con ménsulas lisas. Las calles laterales presentan vanos adintelados, mientras que el lienzo central, de doble anchura, desarrolla tres arcos de medio punto sobre pilares. Encima del arco central, se abre una hornacina entre pilastras culminada en frontón curvo con volutas laterales, adornadas con la misma hojarasca que la placa del remate. Dos escudos la flanquean. Sobre una cornisa se levanta el segundo cuerpo, en cuyo centro se abre un vano rectangular culminado en frontón triangular perforado por un óculo. Dos grandes volutas, a modo de aletones, se disponen lateralmente.
En el interior del templo, adosado al muro extremo del crucero del lado del Evangelio, se encuentra el sepulcro de los fundadores, en el cual se interpreta el modelo de arcosolio renacentista con un lenguaje barroco. Próximo al sepulcro se sitúa el retablo mayor, procedente del Monasterio de La Oliva, que constituye la joya del convento, siendo a la vez una de las obras más importantes del manierismo en Navarra. Su pintura es obra documentada de Rolan de Mois y Pablo Schepers, artistas de Bruselas que introdujo en España el Duque de Villahermosa, quienes contrataron esta obra en 1571. Su traza arquitectónica es monumental y esbelta a la vez; en su mazonería, talla e imaginería, trabajó el escultor aragonés Juan de Rigarte hacia 1574. Se estructura como un gran banco que engloba dos puertas laterales que sirven de acceso a la sacristía, sobre el que descansa el único cuerpo, articulado en tres calles por columnas de orden corintio con el tercio inferior profusamente decorado a base de grutescos. La calle central presenta caja recta y las extremas arcos de medio punto. Un ático rematado por el Calvario culmina el conjunto. El sagrario es posterior (1600) y se debe a Juan de Berrueta. Sin embargo, lo más destacado del retablo es su pintura sobre tabla, característica de un manierismo maduro en el que Rolan de Mois y Pablo Schepers armonizan determinados caracteres del manierismo florentino y romano con otros de la escuela veneciana de la época. Ello se percibe principalmente en las tres grandes pinturas del cuerpo, de excelente calidad y magnífico colorido, que contrastan con las tablas del ático, de técnica más torpe. La composición central, La Asunción de la Virgen, se acerca al Tiziano de Santa María del Frari, aunque las violentas contorsiones de algún apóstol en la de Tafalla hablan de otras influencias. La Virgen asciende entre una nube de angelillos y ángeles mientras los apóstoles, que ocupan la mitad inferior del cuadro, contemplan el hecho. Muy elaboradas son asimismo las tablas laterales de La Epifanía y el Renacimiento. La primera la repetirá Mois en las pinturas del mismo tema del Museo de Zaragoza y el retablo de Fitero. Los cuadros del ático, La Coronación de Nuestra Señora, en el óvalo central y San Bernardo y San Benito arrodillados sobre un fondo de paisaje a los lados, presentan un estilo más seco que el anterior y se atribuyen a Pablo Schepers y otros colaboradores.
En el lado de la Epístola se encuentran los retablos de San Miguel y la Dolorosa, obras del siglo XIX realizadas en una estética neoclásica propia de la época. En el capítulo de la orfebrería el Convento posee algunas piezas interesantes de los siglos XVII y XVIII. Destacan dos notables ostensorios del siglo XVII, el primero de los cuales presenta un curioso nudo en forma de gruesa piña que recuerda modelos centroeuropeos. El segundo procede del Convento de San Sebastián, según reza su inscripción, y consta de base oval y nudo de pera sostenido por un jarrón de asas propio de modelos bajorrenacentistas. El viril de sol asienta sobre un querubín. Numerosas obras de arte, tanto de pintura como de escultura o artes suntuarias, se encuentran diseminadas por las numerosas dependencias del convento. Debe resaltarse un interesante conjunto de tallas de Niño Jesús, entre las cuales hay tres del siglo XVII que presentan finas facciones. Una de ellas tiene ojos de madera, carnación blanca y rizos dorados; con la diestra bendice y en la mano izquierda sostiene la bola del mundo. Una peana de gallones y asas manieristas le sirve de apoyo. Más numerosos son los que por su estudio anatómico más avanzado y mayor suavidad de los rostros deben clasificarse en el siglo XVIII.
La ermita de San Nicolás
La ermita de San Nicolás, resto del Palacio de Sonsierra, se edificó en torno al 1200 según un estilo protogótico con influencia del Císter. Tiene una sola nave con cabecera recta abierta por un vano de arco apuntado. Ventanas semejantes, en número tres, perforan los muros laterales de la nave. La cubierta plana es moderna. La puerta se abre por el lado de la Epístola y constituye un arco apuntado recorrido por moldura exterior decorada con aspas, que descarga sobre columnas rematadas en toscos capiteles cistercienses. Al exterior se aprecia claramente el recrecimiento que sufrieron los muros medievales en un momento posterior. Un pequeño retablo barroco de hacia 1700 sin policromar, ocupa la cabecera.
La ermita de San Gregorio
La ermita de San Gregorio remonta sus orígenes a fines del siglo XVI sin embargo, su aspecto actual responde a una importante remodelación realizada a fines del siglo XIX de estilo neoclásico. Tiene una planta rectangular de nave única articulada en cuatro tramos y cabecera recta. Arcos fajones rebajados señalan el espacio sobre una cornisa donde voltea la bóveda de cañón rebajada. La puerta se abre a los pies. Al exterior los muros son de sillarejo y la ampliación del XIX intenta ajustarse al estilo de la fábrica del XVII.
Preside la cabecera un retablo de San Gregorio neoclásico, coetáneo a la reforma. El Santo titular es obra romanista del siglo XVII.
La ermita de San José
La ermita de San José data de 1879 y consta de una nave de tres tramos con cabecera poligonal y coro alto a los pies, con dos pequeñas capillas adosadas a ambos lados. La cubrición, plana en las capillas, es de bóveda de crucería rebajada sobre pilares en la nave y gallonada en la Capilla mayor. Las paredes tienen pequeños sillares articulados por finos contrafuertes. A los pies se abre un sencillo arco de medio punto y sobre él un gran rosetón circular. Las ventanas también son de medio punto. Una sobria espadaña remata la fachada.
Arquitectura civil
La concepción urbanística de Tafalla deriva de modelos medievales. Su trazado se ciñe a la topografía del lugar, describiendo sus calles amplias curvas en torno a la colina, que son atravesadas por otras irregulares y en pendiente. Las moles de las parroquias de Santa María y San Pedro, situadas en los extramuros, dominan el lugar.
El palacio renacentista de los Mariscales de Navarra es la construcción más importante del siglo XVI en Tafalla. También es llamada “Casa del Cordón” por ser éste el motivo que orna las ventanas del piso noble. Se emplaza en la calle de San Juan. Posee una fachada de sillería con dos esbeltos cuerpos, más un ático flanqueado por pequeños torreones prismáticos. Una línea de imposta con decoración de bolas de estilo Reyes Católicos marca el paso al ático. Sobre ella discurre una galería de arquillos rebajados que culmina en una cornisa con las cadenas de Navarra. Su estructura recuerda a la del Palacio de Barasoain. En esta casa nació el ilustre Francisco de Navarra, que fue arzobispo de Valencia a mediados del siglo XVI.
Lindante con el convento de las Recoletas se levanta el Palacio de los Mencos, obra de en torno a 1600. Constituye un gran bloque cúbico de sillar bien encuadrado, con dos cuerpos más un ático jalonado por sencillas ventanas adinteladas; un arco de ingreso de medio punto de potente dovelaje centra la fachada. Sobre él, en alto, campea el escudo de los Mencos. En el interior se encuentra una escalera imperial, barroca del siglo XVIII.
Junto a los Escolapios se sitúa el Palacio del Marqués de Feria, de fines del XVIII, sigue modelos neoclásicos. Presenta un primer cuerpo de cantería y dos más y un ático de ladrillos, todos ellos con vanos adintelados; una cornisa sobre tacos remata el edificio. Un blasón pétreo de estilo rococó con las armas del Marqués de Feria, campea el centro de la fachada. La escalera es una caja barroca de fines del siglo XVIII con planta cuadrada y cubierta plana.
La Plaza de Navarra o Plaza Nueva es un interesante conjunto urbanístico de estilo neoclásico. Fue construida sobre el antiguo solar del desaparecido Palacio Real de Carlos III el Noble entre 1862 y 1866 por el arquitecto Martín de Saracíbar, quien se basó en el modelo de la Plaza de Vitoria. Dibuja un gran rectángulo porticado en tres de sus frentes y abierto en el último. Un conjunto de arcos de medio punto sobre potentes pilares uniforman las fachadas. Sobre ellos se levantan dos cuerpos más de balcones rectos y paramentos enlucidos, sobresaliendo tan sólo la casa consistorial, que repite el resto de la estructura pero ennoblecida.
Además de las reseñadas existen en la ciudad otras casas señoriales entre las que cabe destacar la de Azcona y la de Garcés de los Fayos.
Bibliografía
J. Cabezudo Astráin, La Iglesia de Santa María de Tafalla “Príncipe de Viana” 1957 p. 421-450. M. C. García Gainza, y otros Catálogo Monumental de Navarra, Merindad de Olite, (Pamplona, 1985) p. 451-508. M. C. Lacarra Ducay Navarra Guía y Mapa, (Pamplona, 1986) p. 353-355.
Publicaciones
El 18 de marzo de 1885 comenzó a publicarse “El eco de Tafalla*”, pionero del periodismo tafallés. De periodicidad semanal, cerró a los pocos meses. Junto con “El Tafallés*” -bisemanal aparecido en 1898 y que no llegó al año de vida- forman la primera e inicial etapa de la prensa de la merindad, que coincide en el tiempo con el crecimiento y expansión de las publicaciones periódicas de otras ciudades de Navarra, de características sociales y económicas similares. Nuevamente se impuso el silencio de 1898 a 1904.
Una segunda etapa de consolidación abarca los años 1904-1917. Se trata de un período mucho más prolífico en cuanto al número de periódicos. Frente al carácter más bien informativo de los dos primeros mencionados, los de estos años tienen una finalidad eminentemente festiva. Relatan pequeños sucesos de la vida cotidiana o acontecimientos de carácter popular, tales como fiestas, corridas de toros, etc. Títulos de estas características son “El Tafallesico*” (1906-1916), “La última Estocada” (1914) y “Tafalla Taurina” (1914). Con anterioridad, en 1904, apareció “El Labrador*” periódico mensual editado por el Circulo Obrero Católico y apoyado financieramente por la Diócesis de Pamplona. Por ello, gozó de una saneada economía los once meses que vivió. Fomentó la fundación de cajas agrícolas y mostraba un gran interés por las novedades de maquinaria para el campo.
La historia de la prensa en Tafalla está ligada, durante el primer tercio del siglo XX a una serie de hombres que, con diversas iniciativas, fomentaron la actividad periodística desde diferentes frentes: José María Valencia, José María Azcona, Nicolás Giral, Félix Lecea, Berruezo, Guirquet, etc. Y también aparece ininterrumpidamente un establecimiento tipográfico: Imprenta Albéniz, en la que se editaron la mayor parte de las publicaciones de esta época. Durante los años de predominio de las publicaciones festivas se registraron también algunos intentos de periodismo más serio, como el protagonizado por José María Azcona, Félix Lecea y Brisolary con “La Voz de Tafalla” en 1917, periódico quincenal que sólo tiró dos números. En una carta manuscrita que Azcona envió a un amigo informándole del cierre del periódico, le decía al respecto: “He pretendido hacer un periódico informativo con un estilo nuevo. Te confieso que en mi vida he visto un desastre económico tan grande”. Al cerrar “El Tafallesico” y “La Voz de Tafalla” se concluyó una etapa y se abrió un paréntesis, por carencia de publicaciones, más tarde apareció “Juventud Calasancia”, mensual nacida en 1922, que era una revista de acción social católica. A partir de entonces, se aprecian cambios notables.
Hacia 1920 y 1930, surgió en Tafalla un periodismo más modernizado, más atento al desarrollo de los acontecimientos políticos y de mayor calidad tanto en su contenido como en su presentación. “La Voz de la Merindad” (1929-1937) es el principal exponente de esta tendencia, convirtiéndose en la publicación periódica de información general de mayor duración de Tafalla y su merindad. Coexistieron con la revista otras publicaciones que merecen ser citadas. Sigue la traición festiva un periódico que salió los días 15, y 18 de agosto de 1927 con el título “Tafalla en Fiestas”. También en ese mismo año fue Antonio Gárriz quien intentó crear un semanario que saliera los lunes, pero sólo consiguió publicar un número. Su nombre era “La Voz del Distrito”. En 1935 apareció el semanario “La Flor de Navarra*”, (“Semanario de Olite y Tafalla”), fundado y dirigido por José María Valencia. Tuvo una corta vida. No cabe duda, por tanto, de que el periódico de mayor importancia y significación, por su calidad y longevidad, ha sido “La Voz de la Merindad”. Existe sin embargo, otra publicación que duró un poco más: “Juventud Católico-Obrera”, periódico mensual y gratuito, de propaganda católica-social, con una tirada superior a los mil ejemplares. Pero, debido a su diferente temática, gratuidad y más amplia periodicidad, resulta difícilmente comparable con “La Voz”.
A pesar de todo, no ha habido ningún diario en la historia de la prensa tafallesa. El periódico de más solera y prestigio fue semanal, así como su más directo rival, el republicano “Cidacos”. Entre ambos se mantuvo, en 1932, una polémica no pequeña. El motivo fue la agresión que sufrió el director de “La Voz de la Merindad” en el Ayuntamiento, perpetrada -al parecer- por dos concejales socialistas que colaboraban asiduamente en “Cidacos”. La pugna mantenida en los salones de la casa consistorial por los concejales de izquierdas y derechas fue reflejada de forma tendenciosa en ambos periódicos. “Cidacos” no tuvo, sin embargo, el éxito que sus editores esperaban, pues al final sólo se imprimieron nueve números. Su tirada inicial de 500 ejemplares fue disminuyendo paulatinamente hasta quedar reducida a sólo cien, por lo que dos meses después de su aparición dejó de publicarse. A su fracaso contribuyeron dos factores coincidentes: el escaso poder económico de sus editores y la fuerte competencia de que era objeto por parte de “La Voz de la Merindad”, además de que su línea no gozó de demasiada aceptación en el público: dos periódicos en 1932 resultaban excesivos para una población como Tafalla, que también recibía los editados en Pamplona. También en los años de la República, en concreto en 1933, se registró un intento de publicación literaria, bajo el nombre de “Crónica Tafallesa”, que -sin embargo- no pudo ir más allá del primer número. De los años posteriores, sólo merece la pena destacar la aparición en 1973 del semanario titulado “Merindad”.
Toponimia menor
El Alto, corral; Altos de Carra vieja, término; Altos de Monte Bajo, término; Busquil, alto; Cabriteras, laguna; La Canaliza, término; Candaraiz, arroyo; Carravieja, camino; La Carravieja, arroyo; Caserío de los Toros, camino; Los Caseríos de Tafalla, camino; La Chiquilina, caserío; El Churrero, borda; Cortes, caserío; Escobar, caserío; Fernández, caserío; La Gariposa, corral y acequia; Gregorio, caserío; Juncal, barranco; El Juncal, balsa; La Lobera, término; Manuel, caserío; La Mariana, corral y casa; Monte, corral, caserío; Monte Plano, término; Las Mugas, barranco; Navascués, corral y barranco; La Panueva, puente y casa; Pérez, caserío; Portillo de Truenigo, término; Rentería, corral; El Rey, fuente; Rosario, fuente; San Gregorio, ermita; San José, ermita; Sánchez, caserío; Solrios, caserío; Soto Valmayor, camino; Tamarices, camino y arroyo; Los Toros, caserío; Valdelobos, término; Valdetina, término; Valdiferre, término, caserío, camino y acequia; Valmediano, alto; Vaquero, término; Veracha, término y corral; Zorrico, corral; Cañada Real, cañada.