TULEBRAS, SANTA MARÍA DE LA CARIDAD DE
Monasterio cisterciense* fundado inicialmente en Tudela antes de 1149 con el nombre de Santa María de las Dueñas. Fue fruto de la cooperación entre el monarca navarro García Ramírez el Rastaurador* y el abad cisterciense de Escale-Dieu*, que trasladó monjas desde el monasterio francés de Favases (diócesis de Comminges). Se constituyó así el primer centro cisterciense femenino de toda España. En 1157 Sancho VI el Sabio* le dio el lugar de Tulebras, desde entonces sede definitiva del monasterio. Aunque el crecimiento de su patrimonio durante el siglo XII no fue grande, en esa centuria conoció un período de esplendor, plasmado en fundaciones de nuevos monasterios repartidos por los reinos vecinos. Se puede afirmar con seguridad que de él partieron las fundadoras de las abadías de Perales (Palencia), Gradefes (León), Cañas (Rioja) y Trasobares (Zaragoza). También se le han atribuido, con mayor o menor apoyo argumental, las fundaciones de Balbona (Aragón), Marcilla (Navarra) y Las Huelgas (Burgos). En este último caso parece más bien que Alfonso VIII lo concibió como un gran monasterio destinado a reunir bajo su dirección todos los cenobios de monjas cistercienses de Castilla y León. Por esto en 1199, y a pesar de su resistencia, Perales, Gradefes y Cañas dejaron de depender de Tulebras y se sometieron a la abadesa de Las Huelgas.
Desde finales del siglo XII y durante la primera mitad del XIII se construyó la actual iglesia. A pesar de que se reciben algunas donaciones o se hacen algunas compras, el fenómeno más importante desde mediados del siglo XIII es la cesión en arrendamiento de importantes bienes a cambio de rentas en moneda, pagadas anualmente o mediante una única entrega vitalicia. A la vez comienzan a diferenciarse los bienes de la abadesa y del resto del convento.
A mediados del siglo XIV entró en crisis. Primero ocurrió la destrucción del pueblo de Tulebras por tropas castellanas durante la guerra de 1378-79, lo cual obligó a conceder exenciones para atraer pobladores que lo reconstruyeran. En 1436 el propio monasterio amenazaba ruina y Juan II* tuvo que eximirle del pago de impuestos para que se reparara. Poco después Tulebras, que dependía del abad de Veruela, se unió al de Fitero, pero en 1461 se anuló esta unión y el abad de Veruela recuperó su autoridad sobre las monjas navarras. A finales del siglo XV se enajenaron muchos bienes a cambio de censos perpetuos, en especial durante el gobierno de la abadesa Margarita de Peralta (1480-1507).
Tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico (1512), el monasterio cisterciense de Tulebras continuó las obras de reparación arquitectónica que se habían comenzado en el siglo anterior, pero también se plantean algunos de los pleitos de jurisdicción característicos de la vida regular de la época. Al mediar el siglo, sobre todo entre 1556 y 1566 se prolongaron los pleitos entre María de Beaumont y Ana Pasquier, que había sido elegida abadesa previa destitución de la anterior. En 1621 el cargo dejó de ser perpetuo (vitalicio) y pasó a ser cuadrienal.
La abadesa, por otra parte, mantuvo las prerrogativas propias del régimen señorial sobre los habitantes laicos del término de Tulebras: nombraba el alcalde del lugar y ejercía por sí la instancia suprema -a salvo la del rey- en la jurisdicción.
El monasterio iba a sucumbir con las guerras y revoluciones del siglo XIX. Durante la guerra de la independencia*, entre noviembre y diciembre de 1808, la batalla de Tudela* obligó a la comunidad a ausentarse de Tulebras y las tropas francesas saquearon el lugar. Volvería a abandonarlo por seis meses en 1810, en vista del saqueo a que lo sometieron gentes armadas, parece que simples bandoleros que se amparaban en la guerra.
En 1837 llegaron los efectos de la desamortización eclesiástica, al serle secuestradas sus haciendas al monasterio; sólo tenía a la sazón la comunidad -según sus propias fuentes- un depósito de 2.217 duros y, previendo que la nacionalización podía ir a mas, procedieron a vender cuanto pudieron, de todo lo cual sacaron otros 9.215 duros, “y por miedo a que el Gobierno se incautase de estos duros, suspendieron el libro de contabilidad, distribuyéndolos entre las señoras que componían la comunidad, tocando a las de coro setecientos duros, a la organista 430 duros y a las de obediencia 350”, siempre según sus fuentes.
La comunidad subsistió con todo y es probable que su empobrecimiento coadyuvara a una mayor pobreza evangélica. En las referencias concretas a la vida de religiosas de Tulebras anteriores a la desamortización, abundan las referencias a una cierta holgura económica, vinculada a la calidad social de su origen. Sin embargo, la modificación formal de los modos de vida conventuales fue impuesta en 1875, con la reforma estatutaria decretada por el obispo de Tarazona, Cosme de Marrodán: les reimpuso el hábito cisterciense, redujo las dimensiones máximas de su ajuar (a dieciocho camisas, ocho enaguas, doce pañuelos de bolsillo y otros tantos de cuello, dos jubones interiores, seis pañuelos de cabeza, una saya de abrigo y dos para debajo del hábito, tres hábitos, dos escapularios, dos cogullas, dos bolsillos, ocho pares de medias, dos de zapatos, doce sábanas, seis pares de almohadas, doce servilletas y doce toallas, suprimió la alimentación en la celda individual y fijó la ración diaria de cada religiosa). La dieta pareció demasiado abundante y en 1878 se anotaba que nunca se llegaba a tanto.
Por razones obvias, las abadesas de Tulebras nunca tuvieron la importancia política de que durante la existencia del reino navarro disfrutaron los abades de los monasterios de hombres.
Se suceden con todo los nombres principales entre los apellidos: Ana de Beaumont (1521-1546), María de Aragón y Beaumont (o Beaumont y Aragón) (1546-1554), María de Beaumont y Navarra (1554-1559), Ana Pasquier (1559-1573), Leonor de Gante y Egüés (1606-1621)… Durante el siglo XVII (las fechas no concuerdan) Ordóñez y Castejón, que sería abadesa en 1693, mandó componer la historia del cenobio: el Espejo del Santo y Real Monasterio de Tulebras, en el cual se manifiestan todas las escrituras y cosas memorables desde su fundación, obra que sería ampliada en 1922 por orden de la abadesa María del Pilar Vera.
En el siglo XIX destacan la religiosa tafallesa Francisca Gil, nacida en 1792, fallecida en 1834 después de haber llevado una vida ejemplar de penitencia y oración, hasta el punto de haber llamado por esto último la atención de algunos teólogos; Roberta Landa y Monreal, abadesa en 1817-1822, 1822-1833, muerta en 1837; la aragonesa -de Mallén- María de la Concepción Sola y Jáuregui, que falleció en 1847; Bernarda Bea, abadesa en 1833-1837 y 1845-1849, natural de Garañuel y fallecida en 1868, de familia rica, muy caritativa; la olitense Ramona García, que vivió entre 1813 y 1874 y fue abadesa en 1853-1857 y 1861-1865; la aragonesa Francisca Baya, de Bulbuente, muerta en 1883 después de haber vivido en la comunidad de Trasovares, filial de Tulebras, y en Tulebras mismo.
Arte
La iglesia, comenzada a principios del siglo XIII, muestra las características de estilo propias de la comunidad a que pertenece. Es de reducidas dimensiones, con una nave única, dividida en cinco tramos por los contrafuertes adosados a los muros, y cabecera semicircular. Su cubierta primitiva dio paso, en el siglo XVI (1565) a unas bóvedas de crucería estrellada con claves, de notable efecto ornamental. Intervino en su realización el obrero de la villa, Pedro Verges, que también trabajó en la iglesia de Ablitas. Parte de esta cubierta fue financiada por el arzobispo de Zaragoza, Hernando de Aragón (1548), de ahí que figure su escudo de armas en las claves de su bóveda. En la primera mitad del siglo XVIII se edificó la capilla de San Bernardo, adosada a la capilla mayor por el lado del Evangelio, que hoy hace de iglesia parroquial, con acceso independiente del templo. De aquel tiempo es también el palacio de la abadesa, con fachada de ladrillo y escudo de alabastro con las armas heráldicas entre leones rampantes encima de su puerta principal. El claustro, adosado al lado meridional del templo, y centro de la vida conventual, conserva sus cuatro crujías abovedadas con crucería del siglo XVI.
Las obras de restauración emprendidas en el monasterio en los últimos años, merced al entusiasmo de la comunidad, han devuelto belleza y armonía a los viejos muros hoy resucitados.
El antiguo retablo mayor (ca. 1570), expuesto actualmente en el museo, es una obra espléndida del gran pintor aragonés Jerónimo Cósida, consejero artístico al servicio de Hernando de Aragón (1539-1577). Se trata de la obra conservada más completa y destacada de la madurez artística de dicho pintor, a la que la reciente limpieza ha concedido nuevo interés. En el banco aparecen, pintados sobre tabla, San Juan Bautista y San Juan Evangelista. En el cuerpo principal, el Tránsito de la Virgen, rodeada de apóstoles, entre Santa María Magdalena y San Nicolás de Bari. En el ático el Calvario. A Cósida pertenecen, también, una tabla con la Santísima Trinidad trifacial, que se guarda en las dependencias monacales; tal vez pudo pertenecer al mismo retablo y haberse desligado en 1628, cuando el pontífice, Urbano VIII, prohibió esta representación por considerarla herética del Dogma. Y del mismo retablo, posiblemente, proceden sendas tablitas con las figuras de San Gregorio Magno, Santa Catalina de Alejandría y San Andrés, en una, y San Jerónimo, Santa Engracia y San Agustín, en la otra, incorporadas después a un retablo barroco, conservadas en el mismo lugar.
En la capilla mayor preside el presbiterio una imagen de la Virgen con el Niño (siglo XIV) entronizada, que ha sido muy restaurada. Notable interés ofrece la mesa de altar pétrea, de estilo cisterciense (siglo XIII) con ara de una sola pieza sostenida por cinco columnitas con capiteles de tipo vegetal.
Museo. Dentro del monasterio de Nuestra Señora de la Caridad de Tulebras, la colección artística se halla situada en el recinto denominado “Torre Romana” que ha sido acondicionado para este fin.
Son dos estancias: la primera es la mayor y tiene acceso a la iglesia y al claustro; la segunda es un apéndice de la anterior. Ambas se comunican con el interior de la “Torre Romana”.
En ellas se exponen las obras artísticas que guarda el monasterio y que no pueden ser contempladas por los visitantes por su condición de comunidad de clausura. (Museo*).
Bibliografía
J.M. Recondo, Tulebras (Pamplona, 1972); G.M. Colombás, Monasterio de Tulebras (Pamplona, 1987).