RENACIMIENTO
Religiosa
Este período significa una nueva edad de oro para el arte navarro que queda reflejada en numerosas obras de arquitectura, escultura y pintura pertenecientes al siglo XVI. Un elevado número de parroquias construyen sus fábricas en este período, que son en muchos casos ampliación de los templos medievales. El estilo dominante en estas construcciones es el gótico tardío, algo transformado en los elementos arquitectónicos. Así, se generaliza el uso del arco de medio punto y de la columna con capitel clásico. Las bóvedas siguen siendo estrelladas, como en el último gótico, pero ha cambiado la molduración de los nervios y el sentido decorativo. El grutesco, lo invade todo.
El tipo más frecuente de iglesia tiene una sola nave con capillas entre los contrafuertes, crucero y cabecera poligonal. El coro alto se emplaza a los pies del templo. Un buen ejemplo de este modelo lo ofrece la iglesia de Santiago de Puente la Reina, ampliación de la románica de la que aprovecha sus dos portadas. También, la iglesia de Santo Domingo de Pamplona sigue esta disposición, pero con dimensiones más amplias. Otro tipo de iglesia, es la de planta de tres naves con apoyos circulares, aunque poco frecuente en Navarra, muy abundante en el País Vasco. La parroquia de Cintruénigo y la de la Asunción de Cascante, responden a este modelo.
Resultan excepcionales junto a tanta construcción dentro de la tradición gótica, algunas iglesias con estructuras renacentistas; la parroquia de Lerín es la más monumental de ellas. Emplea en su interior un orden gigante de pilastras y cubre su cabecera con un medio cañón con lunetos, completado por una gran concha. Un esquema semejante sigue la iglesia de Larraga y más tardía, y de estructura ya herreriana, la de Ciga (Baztán).
Algunas iglesias añaden a sus fábricas medievales portadas, claustros o torres renacentistas. Entre las primeras, el proyecto más monumental lo ofrece la portada de Santa María de Viana, que sigue el esquema de un retablo englobando en su centro una gran hornacina cubierta por un cuarto de esfera. Portadas del siglo XVI con elementos arquitectónicos renacentistas y amplio despliegue escultórico, tienen las parroquias de Los Arcos -ésta además con bella torre plateresca- Cáseda o Aibar.
El conjunto más amplio de escultura monumental del plateresco se encuentra decorando el claustro del monasterio de Irache y se distribuye en ménsulas, hornacinas, claves, capiteles y en la portada de acceso a la iglesia. También del s. XVI, es del claustro del monasterio de Fitero.
Civil
El Renacimiento se imprime en la arquitectura doméstica, dando lugar a una serie de casas y palacios de particular monumentalidad. Un compromiso entre lo mudéjar y lo italianizante muestra el palacio Decanal en Tudela, edificio de ángulo con la catedral. En la misma ciudad, la llamada casa del Almirante, se decide por un modelo palacial muy generalizado en el valle del Ebro con fachada de ladrillo, galería de arquillos en el remate y alero de madera, tipo que sigue también el palacio del marqués de San Adrián de Tudela. En Estella, el palacio de los San Cristóbal Cruzat con dos hermosos balcones decorativos, pertenece también al siglo XVI; así como diversas mansiones señoriales de la misma ciudad. Las Casas Ayuntamiento de Allo y Sangüesa, son dos expresivos ejemplos de ayuntamientos renacentistas. El segundo de ellos con un piso inferior abierto por arcadas sobre columnas dóricas, tiene fecha de 1570. Otro gran edificio civil del siglo XVI es el Antiguo Hospital de Pamplona -hoy Museo de Navarra- que conserva además de la capilla, una bella portada de ingreso fechada en 1556 y flanqueada por estípites antropomorfos, y culminado por el escudo de Navarra entre tenantes.
Escultura
La retablística alcanzó un gran desarrollo en el siglo XVI. Durante el primer período renacentista, anterior al Romanismo, la escultura navarra aparece inspirada por corrientes diversas. La influencia más temprana que se percibe es la aragonesa y llega a través de la obra de Esteban de Obray, maestro francés, que realiza la sillería del coro de la catedral de Tudela (1517-1522) con unas formas propias del gótico flamígero y evoluciona años más tarde hacia un lenguaje renaciente, como muestran los retablos de Cintruénigo y Burlada, ambos siguiendo la traza aragonesa; y la sillería del coro de la catedral de Pamplona (1540).
También bajo la influencia aragonesa se esculpen los retablos de Santa María de Sangüesa y de la Magdalena de Tudela. El primero atribuido a Jorge Flandes y obra de Domingo de Segura el segundo.
Otro grupo de retablos están unidos por la influencia procedente de los talleres escultóricos riojanos. Los de Genevilla y Lapoblación, son los más sobresalientes por su calidad y estilo expresivo en relación con la obra de Arnao de Bruselas. Emparentan con ellos los retablos de El Busto y Armañanzas. El gran retablo de Mendavia y los colaterales de Allo, se inscriben también en este grupo de influencia riojana, aunque con caracteres diferentes a los anteriores. La escultura castellana y la predominante del foco de Burgos, define a otro grupo de retablos salidos de la colaboración variable entre tres maestros: Pierres Picart, Fray Juan de Beauves y Miguel de Espinal. El retablo de Santo Domingo de Pamplona, el de Lumbier y el delicado relieve de Unzu, son los mejores exponentes de este grupo. Al margen de él, se sitúa el gran retablo mayor de Isaba, inspirado también en modelos castellanos. Toda esta complejidad de formas que va unida a la diversidad de influencias que actúan en suelo navarro, finaliza con la llegada de Juan de Anchieta a Navarra y la formación de la escultura romanista.
Desde el primer tercio del siglo XVI, la imitación de los grandes maestros del Renacimiento italiano da lugar a un arte antinaturalista, desligado de la realidad, arte de minorías. Es el Manierismo.
La iglesia no podía servirse de un arte de minorías. Surgirá entonces -impulsado por el concilio de Trento- un Manierismo reformado o arte de la Contrarreforma, también denominado romanista por la influencia preponderante de Roma y de Miguel Ángel.
En España este arte se impone en el último tercio del siglo XVI, aunque sus orígenes son anteriores. Se mostrará principalmente en la escultura, donde se han distinguido tres grandes escuelas: la de Madrid, la andaluza y la del Norte de España, que desde Valladolid irradiará a casi todo el norte de la Península incluyendo a Navarra.
En Navarra la escultura logra, bajo este estilo, un desarrollo asombroso, tanto por el elevado número de obras como por el de artistas, en su mayoría de origen navarro.
Una figura clave en la introducción de este estilo es Juan de Anchieta, que llega a Navarra hacia 1578 y trae influjos de Juni y del retablo de Briviesca, pero el aporte fundamental procede de Miguel Ángel.
Los temas de la plástica romanista son esencialmente religiosos, es el arte de la contrarreforma. La escultura romanista estuvo al servicio de la Iglesia, satisfizo las necesidades de renovación y adecentamiento de retablos después de Trento. El retablo se convierte así en la representación de la Iglesia triunfante.
Desde 1563 hay tres retablos que marcan la evolución del estilo escultórico del Renacimiento hacia el Romanismo. Son estos los de Ochagavía, San Juan de Estella y Valtierra, en los que coexisten el expresivismo con las nuevas formas miguelangelescas.
A partir de 1578 con los trabajos de Anchieta en Cáseda y Aoiz, el Romanismo se impone definitivamente. Ello supone una uniformidad casi absoluta en cuanto a composiciones, tipos iconográficos, etc. que perdurará hasta la primera mitad del siglo XVII.
Hay que resaltar además que desde entonces los artistas son navarros de nacimiento y de vecindad, y que se agrupan en varios centros formando talleres.
Para la formación de estos talleres, se ha seguido el criterio de la vecindad de los artistas, y que ser vecinos de la misma población traía consigo el conocimiento mutuo y relaciones profesionales, el compartir el mismo medio artístico así como frecuentes colaboraciones entre ellos.
Pamplona posee el taller romanista más importante. Cuenta entre sus iniciadores a Juan de Anchieta, y en torno a ese taller se reúne el mayor número de artistas.
El taller de Sangüesa-Lumbier presenta dos focos en los cuales los artistas colaboran repetidamente. Su localización hace que esté abierto a la influencia aragonesa y al mismo tiempo sea centro de irradiación hacia el exterior. Estella mantiene un taller muy activo, gracias al trabajo de algunas familias de escultores franceses arraigados allí desde antiguo: los Troas y los Imberto.
El taller de Tudela está relacionado con Aragón y la Rioja.
Hay además algunos núcleos donde se avecina algún escultor, o zonas geográficas que permanecen ajenas a la influencia de los grandes talleres: son talleres menores. Así el valle de Araquil, donde trabajan Miguel Marsal y García de Pérez Urquín. En Olite tenía su taller Pedro de Arcéiz, autor del retablo de Murillo el Fruto, y más tarde Juan Ximénez de Alsasua. En Mendaza trabaja Bartolomé Calvo para varios pueblos, como Piedramillera, Mirafuentes y Desiñana.
Taller de Pamplona
La mayoría de los retablos, se hallan en pueblos de la Cuenca de Pamplona y Ulzama. Más alejadas, obras como los retablos de Cáseda, Tafalla, San Adrián, Cascante o los de Cabredo y Azuelo. Hacia el norte, en Elvetea, Villanueva de Aézcoa y Ochagavía. Fuera del reino en Calahorra.
El taller no comienza con el Romanismo, sino que sus orígenes son anteriores y es muy activo en el plateresco. Cuando Anchieta se avecindó en Pamplona, trabajan ya Espinal, Blas de Arbizu y Pedro de Moret, fluctuando entre el expresionismo y el Romanismo. La llegada de Anchieta dio a este taller un gran impulso; desde aquí trabajará en retablos para pueblos navarros (Cáseda, Aoiz, Tafalla), da trazas para obras y actúa como tasador. Entre sus discípulos van a sobresalir Ambrosio de Bengoechea y Pedro González de San Pedro; ambos poseen un estilo y una técnica muy semejantes a los del maestro.
De Bengoechea están documentados los retablos de San Vicente de San Sebastián, Lezo, Villanueva de Aézcoa y el de Cascante, este último junto con González de San Pedro.
González de San Pedro terminó el retablo de Tafalla, iniciado por Anchieta, y se encargó de los retablos de la catedral de Pamplona y de Calahorra.
Contemporáneo de Bengoechea, con el que colaboró, es Juan de Gastelúzar, ensamblador que trabaja en los retablos de Egüés, Enériz e Imárcoain.
También Domingo de Bidarte formó parte del taller, desde el siglo XVII, y Juan de Bazcardo, que estuvo algún tiempo en Pamplona.
Este taller mantiene constantes relaciones con los demás talleres navarros.
Taller de Sangüesa-Lumbier
Agrupa un conjunto de obras que se difunden por un sector que coincide aproximadamente con la antigua merindad de Sangüesa.
Sangüesa, en la ruta jacobea y Lumbier entre los ríos madereros Irati y Salazar, no son centros rivales: sus artistas colaboran repetidas veces. Ya en el plateresco había un taller escultórico local como lo prueban los retablos de Rocaforte y Santa María de Sangüesa. Sus obras se difunden por el valle de Roncal, Salazar, Urraúl y las Abaurreas. También hacia Elorz y hacia el sur (Gallipienzo, Ujué, Santacara, etc.). En Sangüesa se avecindan maestros de primera fila, como Nicolás Berástegui, Juan de Berroeta y Gaspar Ramos. En Lumbier Juan de Huici y Juan de la Hera. El taller no se mantiene aislado. Aunque no se conocen colaboraciones con artistas de Pamplona o Estella, abundan los contactos en las tasaciones.
No hay un retablo-tipo de este taller aunque está generalizado el uso de las pilastras en el primer cuerpo. El canon que se sigue tiene poca variación, es el mismo que el de los restantes talleres. No cambia ni el estilo ni la iconografía.
Continúa activo el foco de Sangüesa más allá de 1650, en pleno barroquismo, como lo demuestran los retablos de Urzainqui y Oroz Betelu.
Taller de Estella
Agrupa a una serie de artistas vecinos de esta ciudad y que trabajan dentro de los límites de la merindad estellesa.
Estella en el siglo XVI desempeñó un importante papel cultural. Hubo dos imprentas, un estudio de gramática, entre otros, que contribuyeron al auge artístico.
En el retablo de San Juan de Pierres Picart es donde por primera vez se manifiesta un cierto romanismo. Junto a este artista están Pedro Troas, Juan Imberto y Pedro Gabiria, que forman la primera generación. Las familias Troas e Imberto forman el núcleo principal del taller estellés destacando la figura de Bernabé Imberto.
Estilísticamente se mantienen muy cercanos a la obra de Anchieta. Hay cierta preferencia por el banco alto en la arquitectura de los retablos.
Se relaciona continuamente con los talleres de Pamplona, Logroño y Sangüesa. Tiene una vida corta, pues hacia 1640 pierde su actividad.
Taller de Tudela
También en esta comarca se impone el Romanismo, aunque las obras están más relacionadas con talleres aragoneses y riojanos.
A este taller pertenecen Bernabé de Gabadi, avecindado en Tudela desde 1568, y Jiménez, autores ambos del retablo de Bargota.
Juan de Ayuca, que llegó a Tudela en 1589, es autor de un busto de Santa Ana con la Virgen y el Niño.
Juan de Biniés es el autor, junto con P. Martínez, de un Cristo, el paso de la Cruz a cuestas, para Murchante. También es el autor de unas imágenes de Santa Ana y San Miguel para Buñuel y de un retablo para Sartaguda.
Castro les atribuye el retablo de los dominicos de Casalarreina, en Logroño.
En 1610 contrata un retablo de Nuestra Señora del Rosario en Cintruénigo, así como un Cristo para la procesión. Biniés es la figura más importante del taller en el paso del Romanismo al Naturalismo.
Pintura
Al iniciarse el siglo XVI la pintura navarra está dominada por el estilo hispano-flamenco de los seguidores de Pedro Díaz de Oviedo como puede apreciarse en los retablos de San Saturnino de Artajona o en el llamado de Caparroso de la Catedral de Pamplona. Las primeras formas italianizantes aparecen en los retablos que el pintor aragonés Pedro de Aponte hizo para las iglesias de Santa María de Olite y la parroquia de Cintruénigo. El excesivo dramatismo y la tendencia a la caricatura que caracterizan la pintura de Aponte son rasgos todavía flamencos que coexisten con los renacentistas.
Con semejante indecisión estilística se manifiesta Juan de Bustamante, pintor de fuerte personalidad en la aplicación de claroscuro y del color, a quien se deben los retablos de Cizur-Mayor y de Huarte-Pamplona. Un artista que queda aislado del ambiente pictórico general es el anónimo “Maestro de Ororbia” que toma su nombre del conocido retablo de este lugar dedicado a San Julián. Su sentido húmedo del paisaje y el tratamiento de la figura humana hacen pensar en un pintor extranjero, venido del Norte de Europa.
Un grupo de pintores avecindados en Pamplona desarrollan su actividad con un estilo bastante uniforme a lo largo de casi un siglo. Parten estos maestros de Juan del Bosque que en el retablo de Burlada practica un estilo refaelesco con algunos rasgos manieristas, inspirado en la pintura aragonesa contemporánea y especialmente, en Jerónimo Cosida. Conserva sin embargo algunos rasgos de tradición flamenca. Un estilo muy similar desarrollan los Oscáriz, una familia de pintores de Pamplona que intervienen en varios retablos pintados de la cuenca de Pamplona y sus aledaños. Entre ellos se cuentan el de Eguiarreta, Lete, Cía, Sarriguren, Arre y Aldaz.
Un italianismo más puro a la vez que más avanzado, ya en fase manierista, aportan los pintores extranjeros que trabajan para Navarra. Todos ellos proceden de Aragón, importante foco artístico durante el siglo XVI. Este es el caso de Pietro Monone, originario de Siena, que pinta el retablo de Fustiñana dentro del manierismo miguelangelesco. Más importantes son las intervenciones de Roland de Mois y Pablo de Schpers, pintores flamencos residentes en Zaragoza, en los retablos de los monasterios de la Oliva -hoy de recoletas de Tafalla- y Fitero. Ambos retablos muy influidos por la escuela veneciana se sitúan entre las obras más importantes de la pintura contrarreformista.
Dentro de este ambiente pictórico en el que domina la pintura sobre tabla resultan excepcionales las pinturas murales de Óriz, realizadas al temple y en grisalla. Representan varios pasajes de la campaña del emperador contra los príncipes alemanes, iconografía muy interesante no sólo por su rareza sino porque, además, las pinturas son casi contemporáneas a los hechos de la guerra de Sajonia que narran.
Bibliografía
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