CARLISTAS, GUERRAS
Navarra participó con especial intensidad en estas contiendas, que tienen su fundamento en el derecho alegado por Carlos María Isidro de Borbón (Carlos y para sus partidarios), hermano de Fernando VII, y sus descendientes varones de la misma rama, a ocupar el trono de España con preferencia a la línea femenina de Isabel II. El pleito dinástico se suscitó en los últimos años del reinado de Fernando VII, que no había tenido sucesión de ninguna de sus tres esposas. La Ley vigente era la aprobada por las cortes y promulgada por el fundador de la dinastía borbónica Felipe y en 1713. En dicha Ley se estableció el derecho prioritario de las líneas masculinas sobre las femeninas en la transmisión de la corona. Liberales y realistas, que ya se habían enfrentado durante el llamado trienio constitucional de 1820 a 1823, extremaron sus posiciones radicalizadas. Para unos y otros, el cumplimiento de la Ley sucesoria de Felipe y representaba el acceso al trono del infante Carlos María Isidro, identificado con la tradición católica y monárquica, por lo que se negoció un cuarto matrimonio de Fernando VII, esta vez con María Cristina de Nápoles, que, pese a pertenecer a una corte adicta a Carlos, mostró desde un principio simpatías por los liberales. Por eso, ante la eventualidad de que de este matrimonio naciera, no un hijo varón, en cuyo caso Carlos no podría pretender el trono, sino una hija, los liberales presionaron al monarca para que variara el sistema sucesorio. La Pragmática Sanción de 1830 pretendió, en efecto, establecer la sucesión femenina, aunque los realistas argumentaban que en todo caso Carlos tenía derechos adquiridos anteriores y preferentes que no podían prescribir. La polémica se enardeció con el nacimiento el 10 de octubre de 1830 de la infanta Isabel. Todos los elementos liberales y anticatólicos se unieron para cerrar definitivamente el paso a Carlos, quien contaba, no obstante, con una importante adhesión, hasta el punto de que la propia reina María Cristina movió a Fernando VII a volverse de su acuerdo y anular la Pragmática. El rey, en trance de grave enfermedad, firmó el 18 de septiembre de 1832 el real decreto derogatorio que unos días después, el 22, había de rasgar la infanta Luisa Carlota, hermana de María Cristina y esposa del infante don Francisco de Paula.
El valetudinario monarca no tuvo ya fuerza para intervenir en la política de la corte. Cayó el ministerio Calomarde, se cambiaron los mandos militares sospechosos de realismo, se ordenó la disolución de las milicias realistas, y Carlos y su familia fueron desterrados a Portugal.
Al fallecer Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, las espadas estaban en alto y el pleito sucesorio iba a ventilarse en los campos de batalla. Pero en la contienda no iba a cuestionarse únicamente el derecho a suceder en el trono. Había otros problemas pendientes que configuraban el conflicto como un enfrentamiento ideológico entre realismo y liberalismo.
En Navarra y Vascongadas, y aun en Cataluña, comparecía también la cuestión de los Fueros; la política liberal parecía llevar indefectiblemente a su supresión. Por lo que a Navarra respecta, muchos años antes del primer levantamiento carlista, ya en 1812, la Constitución de Cádiz abolió los Fueros por primera vez. A la vuelta de Fernando VII en 1814, no sólo quedaron restablecidos, sino que con arreglo a los mismos, y con fecha 29 de septiembre de 1816, Fernando III de Navarra y VII de Castilla, convocó las cortes del reino, que se reunieron en la sala preciosa de la catedral de Pamplona. Durante el período liberal de 1820 a 1823 se suprimió igualmente el sistema privativo, y esto hizo que Navarra quedara definitivamente vinculada a la causa carlista. Terminada la campaña se restableció la Diputación legítima con todos los tribunales privativos del reino, y en 1828 y 1829 hubo de nuevo cortes, ante las cuales el duque de Castroterreño juró los Fueros en nombre de Fernando VII.
Al morir el rey, el virrey en cargos Antonio de Solá, cuando la Diputación de Navarra acudió a darle el pésame oficial, indicó a los diputados que en aquellas circunstancias ya no había Fueros. A mayor abundamiento, el decreto de 30 de noviembre declaraba dividido el territorio español en cuarenta y nueve provincias, una de las cuales sería el hasta entonces reino de Navarra. La guerra, empero, no puede considerarse en perspectiva como una guerra de los Fueros porque, en realidad, el levantamiento carlista se produjo en toda España. La cuestión dinástica actuó así como elemento catalizador en el que se conjugaban los intereses monárquicos, religiosos y forales de buena parte de los españoles.
Primera Guerra Carlista (1833-1840)
El primer grito de ¡Viva Carlos V! se dio en Navarra por el mariscal de campo Santos Ladrón de Cegama* héroe de la campaña realista. Procedente de Valladolid, donde estaba de cuartel, entró en Navarra por Viana, y al mando de escasas fuerzas -muchos voluntarios iban armados con palos- se enfrentó el 10 de octubre en Los Arcos al brigadier Manuel Lorenzo, que lo derrotó e hizo prisionero; fue fusilado cuatro días más tarde en la ciudadela de Pamplona.
Ausente el coronel Eraso*, retenido en Francia, los voluntarios se agruparon en torno a Francisco Iturralde*, en cuyo alojamiento de Aguilar de Codés tuvo lugar el 5 de noviembre de 1833 una importante reunión a la que asistieron un total de treinta y cinco militares. En dicha reunión se adoptó el acuerdo de constituir una junta civil que sustituyese la Diputación del Reino y con facultades vicerregias, la Real Junta Gubernativa del Reino de Navarra*; sería independiente del ejército y superior a los cuerpos.
El alzamiento cobró gran impulso con la presencia de Tomás Zumalacárregui* en el campo carlista. Nombrado comandante general, se preocupó inicialmente de instruir, vestir y armar a los voluntarios y formar batallones que pudieran enfrentarse a las tropas regulares. El 29 de diciembre atacó a las columnas reunidas de Jerónimo Valdés*, Lorenzo y Oráa*, y sólo el agotamiento de las escasas municiones de que disponía le impidió consumar la victoria, retirándose ordenadamente a las Améscoas, donde estableció su cuartel general y su refugio inexpugnable.
Muchos oficiales y soldados del ejército isabelino se pasaron a los carlistas. El 27 de enero de 1834 Zumalacárregui logró la rendición de la Real Fábrica de Orbaiceta y dio seguidamente una serie de golpes de mano que sorprendió al general Valdés; éste, impotente para acudir a todas partes, fue sustituido por Vicente Quesada que, irritado por la negativa de Zumalacárregui a sometérsele, dio comienzo la guerra de represalias de extremos inhumanos por ambas partes.
Pero tampoco Quesada había de durar mucho tiempo al frente del ejército. La angustiosa jornada de Alsasua* del 22 de abril de 1834, en la que fue terriblemente castigado, la sorpresa de Muez, el 26 de mayo, donde estuvo a punto de caer prisionero de su rival, la derrota de las columnas salidas de Pamplona el 18 de junio en la sangrienta batalla de Gulina*, dieron como resultado la destitución de Quesada.
Coincidiendo con su relevo por el general Rodil, hizo Carlos (V) su entrada en Navarra por Zugarramurdi el 9 de julio y confirmó a Zumalacárregui en el cargo de comandante general. La primera confrontación del caudillo carlista con Rodil tuvo lugar el 26 de julio de 1834 entre Ormáiztegui y Ciordia, acción episódica que condujo a la más importante del 31 en la sierra de Andía, cuando Rodil intentó entrar en las Améscoas. El resultado de esta batalla de Artaza*, fue desastroso para Rodil, que, en adelante, con el pretexto de perseguir al pretendiente, abandonó el enfrentamiento directo con Zumalacárregui.
Este, el 19 de agosto, atacó al general Figueras, que pasaba de Eraúl a Abárzuza. Al día siguiente derrotó en las peñas de San Fausto* al general barón de Carondelet, vencido nuevamente en la batalla de Viana* el 3 de septiembre. Enardecido con estas victorias, Zumalacárregui cruzó el Ebro y se apoderó, a las puertas de Logroño, de un convoy de 2.000 fusiles, sorprendió a las fuerzas de O´Doyle que estaban en la llanada de Salvatierra, y, tras una de sus asombrosas marchas, engañó a Osma y destruyó completamente, el 27 de octubre, la columna de O´Doyle. Osma se refugió en Vitoria, pero tuvo que salir el 28 en auxilio de los encerrados en Arrieta. Antes de que pudiera prepararse, se vio rodeado de los carlistas y la dispersión de sus tropas fue aún más rápida que la de las de O´Doyle.
El día 30 de octubre de 1834, hacía su entrada en Pamplona el general Espoz y Mina*, que había de endurecer aún más a guerra. El 15 de diciembre Zumalacárregui volvería a obtener una resonante victoria en Arquijas* sobre los generales Oráa y Fernández de Córdova. Los días 2 y 3 de enero de 1835, incansable e imbatido, derrotó en Ormáiztegui a los generales Espartero, Jáuregui, Carratalá y Lorenzo. En la segunda batalla de Arquijas* (5 febrero) volvió a vencer a Lorenzo, que tuvo que dejar el mando. Espoz y Mina trató de poner remedio a tanto desastre y el 4 de febrero se dirigió al Baztán para tratar de cortar los suministros de armas a los carlistas. Le acompañaban los generales Narváez, Ros de Olano y Oráa. Pero la salida le costó 1.500 bajas. En una segunda expedición sufrió el descalabro de Larremiar y estuvo a punto de caer prisionero, por lo que, rendido ante la evidencia del poderío de su rival, entregó el mando al general Valdés, a la sazón ministro de la guerra, el 18 de abril.
Zumalacárregui acometió a su antiguo adversario en su intento de penetrar en las Améscoas*, derrotándolo completamente en la batalla que se libró del 19 al 24 de abril de 1835. Los liberales tuvieron que abandonar el Baztán y la ciudad de Estella, retirando al Ebro sus líneas de defensa (Convenio Eliot*).
Adoptada la decisión de tomar Bilbao, Zumalacárregui inició el sitio el 10 de junio con 13 batallones, y el día 15 fue herido por una bala de fusil en la pierna derecha. Conducido a Cegama y sometido a las manipulaciones del curandero Petriquillo falleció el día 24.
Fue sustituido por Vicente González Moreno, que se enfrentó el 16 de julio con el general Fernández de Córdova en la dura batalla de Mendigorría*, de resultado adverso para el primero, corriendo peligro el propio Carlos (V), que estaba en el pueblo y se dirigió a Estella.
En 1834 se había firmado en Londres el tratado de la Cuádruple Alianza entre Inglaterra, Francia, Portugal y el gobierno de Madrid, que preveía la intervención armada de estas potencias contra los carlistas, mediante el envío de buques, hombres, víveres, armas y municiones al ejército liberal. En la primavera de 1835, cuando Zumalacárregui tenía en jaque a todos los generales del ejército cristino, los jefes de la división de Oráa, reunidos en Villava el 1.6.1835 acordaron solicitar la cooperación de la fuerza extranjera. La decisión del gobierno estuvo de acuerdo con el deseo de los militares y poco después, franceses, ingleses y portugueses vinieron a España a luchar contra los carlistas, poniendo a disposición del gobierno las legiones auxiliares, dirigidas, la inglesa por sir Lacy Evans, la francesa por el general Degrelle, y la portuguesa por el general barón Das Antas.
González Moreno fue sustituido el 21 de octubre de 1835 por el general Nazario Eguía, que obtuvo las victorias de Arlabán (17 enero 1836), Plencia (25 febrero, Lequeitio (12 abril) y segunda de Arlabán (21 a 26 mayo). Eguía era contrario al sistema de expediciones, no obstante lo cual, durante su mando tuvo lugar la del general Miguel Gómez, que recorrió media España de enero a junio de 1836. Dimitido Eguía, le sucedió el alavés Bruno Villarreal (15 junio 1936).
Las legiones extranjeras tuvieron relevante participación en la campaña del norte, donde los carlistas habían iniciado el 15 de octubre de 1836 el segundo sitio de Bilbao. Un descuido de las unidades carlistas que defendían el puente de Luchana, permitió al general Espartero penetrar en la plaza, y los carlistas tuvieron que retirarse.
Durante el mando carlista del infante Sebastián Gabriel de Borbón y de Braganza, hijo de la princesa de Beira, sir Lacy Evans atacó con sus legionarios la línea de San Sebastián y fue terriblemente derrotado en la batalla de Oriamendi (16 mayo 1837). En este mismo año se organizó la expedición real, que puso al pretendiente a las puertas de Madrid. En Cherta se incorporó a la expedición el general Cabrera, y el 12 de septiembre estaban las tropas en Arganda. Los batallones navarros iban a las órdenes del general Pablo Sanz*, fusilado más tarde por Maroto. La expedición fracasó a causa de la negativa de María Cristina ha acogerse al campo carlista como había prometido en los mayores apuros de la sublevación de los sargentos de La Granja, la noche del 12 de ag
osto de 1836. Las consecuencias del regreso de la expedición no se hicieron esperar, y el infante Sebastián fue reemplazado por el general navarro Antonio Guergué*, bajo cuyo mandato iba a producirse el descalabro de Peñacerrada (22 junio 1838) y ocurrieron algunos incidentes con motivo de la prisión de Zaratiegui* y Elío*.
Todo conspiraba a que el general Rafael Maroto, que se hallaba en Francia, fuera elevado a la jefatura del ejército, y su nombramiento coincidió con la llegada de sumas considerables de dinero que las potencias del norte enviaban a Carlos, lo que permitió que en tres meses el ejército volviera a estar perfectamente equipado.
Las disensiones surgidas a raíz de este nombramiento dieron pábulo a la idea de que Maroto estaba en connivencia con Espartero, y navarros y alaveses se mostraron contrarios a toda transacción. La situación era insostenible y fue entonces cuando Maroto, en un golpe de audacia, hizo fusilar en Estella (18.2.1839) a los generales navarros Juan Antonio Guergué, Pablo Sanz y Francisco García*, al brigadier Teodoro Carmona* y al intendente Uriz. El pretendiente Carlos declaró traidor a Maroto el día 21, pero el 25 fue inexplicablemente reivindicado, produciéndose la desbandada de los elementos que no le eran adictos.
Nombrado capitán general de Navarra Joaquín Elío el 10 de abril, tuvo que enfrentarse con Diego León, dedicado a saquear y quemar las cosechas de los pueblos navarros.
A primeros de agosto de 1839 se sublevó contra Maroto el 5.° batallón de Navarra; se corrió la insurrección al 11.°, que estaba en el Baztán, y después al 12.°, acantonado en Urdax. Juan Echeverría*, presidente de la Real Junta Gubernativa, denunció en un manifiesto a los traidores que, según él, rodeaban al monarca, lo que precipitó los acontecimientos; Maroto y Espartero llegaron a la firma del Convenio de Vergara (31 agosto 1939), que entregó a los cristinos los restos del ejército carlista. Al acto de Vergara no acudieron los carlistas alaveses ni los navarros, que se replegaron hacia la frontera. Y cuando Carlos (V) cruzó el puente internacional de Dancharinea el 14 de septiembre, la tropa que le seguía le acompañó al destierro. Casi un año después, el 4 de julio de 1840, lo harían los 10.000 hombres del general Cabrera, que había proseguido la lucha.
Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
El triunfo liberal en la primera guerra dio como resultado el encumbramiento de Espartero, quien, obtenida el 12 de octubre de 1840 la renuncia de la reina gobernadora María Cristina, fue nombrado regente para ser derrocado tres años más tarde. La situación en Navarra en esta época era por demás crítica. La modificación de los Fueros, hecha por los representantes liberales, había producido una honda conmoción en los estamentos administrativos y jurídicos. El 18 de mayo de 1845, Carlos (V) abdicó en su hijo Carlos Luis (Carlos VI), conde de Montemolín. Hubo un intento de casar a éste con Isabel II, pero el marido elegido en última instancia para la reina fue su primo Francisco de Asís; se concertó también el matrimonio de la infanta Luisa Fernanda con el duque de Montpensier, quinto hijo de Luis Felipe de Orleáns. La cuestión de la boda llegó a hacerse problema internacional, y contrariada Inglaterra, no sólo se puso en abierta oposición a Luis Felipe, sino que prestó apoyo a Montemolín, quien, fugado de Bourges, buscó refugio en Londres. Lord Palmerston, que tanto empeño puso en combatir a los carlistas en la primera guerra, se mostraba ahora propicio a defender los derechos de Carlos (VI), que había de contraer matrimonio con la princesa inglesa, que se haría católica, y dotaría a España de una nueva Constitución. Esto explica que en septiembre de 1846, al iniciarse la guerra de los matiners se dieran en Cataluña los gritos de ¡Viva la Constitución y Carlos VI!, ¡Unión y olvido de lo pasado!. ¡Fuera los franceses y marchemos unidos todos los españoles!.
La primera manifestación del movimiento montemolinista se produjo en Cataluña con la actuación de los citados “matiners”, o “madrugadores”; se produjo también agitación en Aragón, Valencia, las dos Castillas y León. En Navarra consta que desde la noche del 12 a la tarde del 13 de febrero de 1847, hubo disturbios en Tafalla, y lo mismo ocurrió el 15 en Añorbe. En octubre se señala una partida en Odieta, cuyo jefe, Andrés Clemente, fue hecho prisionero. Hubo también agitación en la frontera, y el jefe político Severino Barbería publicó un bando conminando a los insurrectos a que abandonasen las armas en el plazo de veinticuatro horas. Un parte del día 9 de noviembre anunció que los emigrados que penetraron en Navarra habían vuelto a repasar la frontera por Alduides. No obstante, una pequeña partida tuvo un encuentro el 11 de febrero de 1848 en Larráun.
El movimiento estaba subordinado a la presencia del general Elío, pero éste no pudo presentarse en Navarra, y en cambio lo hizo en Guipúzcoa el brigadier Joaquín Alzáa, que fue hecho prisionero en Ataun (2.7.1848) y fusilado a la mañana siguiente por orden de Urbiztondo, su antiguo compañero de armas convenido en Vergara. Las partidas navarras que al mando de Ilzarbe y Zubiri*, deambulaban por los montes, entraron en Francia por Alduides el 13.7.1848, pero como la guerra continuaba en Cataluña, los navarros promovieron una segunda insurrección que fracasó por falta de las armas prometidas. No hubo ni grandes batallas ni acciones importantes, y las operaciones militares se redujeron a perseguir a las partidas para evitar su cohesión y agrupamiento.
En Navarra, a las órdenes de Domingo Moriones -después general-, se habían levantado dos partidas republicanas que tuvieron el mismo fin que las montemolinistas, con las que actuaron conjuntamente en los últimos días del alzamiento. La Gaceta del 29.2.1849 anunció que el comandante general de Sangüesa sorprendió en las alturas de Arrolla a las facciones de Landa (carlista) y Moriones (republicano), y las dispersó. Por su parte Cabrera, después de una dura campaña, tuvo que internarse también en Francia, de forma que el 14.5.1849 Cataluña quedaba completamente pacificada.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La agitación carlista, sin embargo, no cesó un momento, y en toda España se efectuaban movimientos esporádicos que no lograron cuajar en un levantamiento general. En 1860 se produjo el desembarco de San Carlos de la Rápita, que acabó con el fusilamiento del capitán general Jaime Ortega y Olleta y la prisión de Montemolín y su hermano el infante Fernando. El súbito fallecimiento de ambos en 1861 puso la sucesión en manos de Juan de Borbón, que, repudiado por sus ideas liberales, dejó paso a su hijo Carlos (VII). Este contrajo matrimonio en 1867 con Margarita de Borbón, hija de los duques de Parma, y, triunfante la Revolución de Septiembre de 1868, dirigió un comunicado a las cortes europeas en el que prometía conciliar las instituciones útiles de su época con las indispensables del pasado. Hubo varias conspiraciones que fracasaron (La Escodada*), hasta que en la primavera de 1872 el propio Carlos entró en Navarra por Vera de Bidasoa. La sorpresa de Oroquieta* (4 mayo) dispersó a los sublevados y el pretendiente tuvo que repasar la frontera con sus acompañantes.
Entre los jefes que iban con él estaba Nicolás Ollo y Vidaurreta*, el cual, promovido a brigadier, fue nombrado comandante general de Navarra y el 21 de diciembre del mismo año volvió a entrar por Dancharinea al frente de 27 hombres, para contar un año más tarde con un ejército perfectamente equipado y organizado en batallones.
El 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya, harto de las disensiones y obstrucciones de su gobierno, firmó la renuncia a la corona y se proclamó la primera República. Nombrado entonces comandante general de Navarra y Provincias Vascongadas el general carlista Antonio Dorregaray, hubo de enfrentarse al general Ramón Nouvilas, que se distinguió por su afán en derribar los puentes. La primera acción de importancia fue la de Eraúl* (5 mayo). Dorregaray eligió, para presentar batalla, a aquélla de las columnas que le infundía menos respeto, la del coronel Joaquín Navarro, que tenía a sus órdenes unos 1.500 hombres con dos piezas de artillería. Navarro fue derrotado después de una oportuna carga de la caballería carlista mandada por el marqués de Valdespina y fue hecho prisionero. Más importante fue la victoria obtenida por los carlistas el 20 en Ubalde contra la columna del coronel Castañón.
Aquel mismo año, el 12 de julio, se apoderaron los carlistas de Puente la Reina. Carlos (VII) entró en España el 16 de julio por Dancharinea. El 24 llegaba a Ibero y el 26 estaba en Los Arcos, para hacer su entrada triunfal en Orduña el 30 y seguir hasta Guernica.
La guerra tenía signo favorable para los carlistas. El 14 de agosto de 1873 se entregaba el fuerte de Campanas y el Baztán, con su importante plaza de Elizondo, había de ser igualmente evacuado por las fuerzas republicanas. El 24 se rindió el fuerte de Estella, donde los carlistas se apoderaron de importantes pertrechos, el 25 fueron rechazados los republicanos en su intento de recuperar la plaza, y la batalla de Montejurra*, los días 7, 8 y 9 de noviembre, frustró las esperanzas de los generales republicanos de dominar la situación. Después de la batalla hubo en Estella Te Deum y las tropas desfilaron ante el pretendiente.
Antes de terminar el año 1873, los navarros iban a tomar parte en otra sangrienta batalla. El general Antonio Lizarraga*, comandante general de Guipúzcoa, tenía sitiada a Tolosa, que los republicanos no se resignaban a perder, por lo que el general Moriones concibió el propósito de defenderla a todo trance. Ollo situó sus fuerzas en Lecumberri, Betelu y Berástegui, y después de varias fintas y escaramuzas, se libró la batalla de Velabieta el 11 de diciembre, en la que Moriones obtuvo una fugaz victoria, pero por no atreverse a volver a Navarra, embarcó sus fuerzas en Guetaria y San Sebastián para regresar a Logroño por tren.
El empeño del mando carlista de ocupar la plaza de Bilbao para facilitar el reconocimiento de la beligerancia por parte de algunas potencias extranjeras, prevaleció también en esta campaña, pese a la opinión autorizada de Ollo y otros generales que dudaban de la utilidad de tan costosa aventura. El sitio se inició en los primeros días de febrero de 1874, y la serie de combates que se libraron en torno a Bilbao culminó en la batalla de Somorrostro* (25 febrero), en la que se puso de manifiesto que, si bien la artillería carlista no podía competir con la de los republicanos, la infantería, en cambio, demostró su capacidad de maniobra y eficacia. El general Moriones, comprendiendo la inutilidad de su esfuerzo, ordenó la retirada y pidió su relevo. La victoria fue debida a la capacidad del general Ollo, y la derrota de Moriones causó impresión en toda España; fue sustituido por el presidente del gobierno Francisco Serrano, duque de la Torre.
También se incorporaría al ejército de operaciones del norte el ministro de marina Juan Bautista Topete; se nombró jefe de estado mayor al general José López Domínguez. El ejército republicano fue reforzado con 10.000 hombres y toda la artillería necesaria hasta dotar a la línea de Somorrostro de 60 cañones. A estas tropas se agregaron después las que llevó de Guipúzcoa el general Loma; se formaron en total 48 batallones, más las fuerzas de ingenieros, guardia civil y caballería. Por su parte, Ollo reorganizó también el ejercito carlista que sitiaba Bilbao; lo puso a las órdenes de Andéchaga, Zalduendo, Yoldi, Goñi, Álvarez, Bérriz, Aizpurúa, Velasco y el marqués de Valdespina, y a fin de presentar el menor blanco a la formidable artillería republicana, se construyeron, en lugar de parapetos, zanjas, con lo que su campo se hacía inexpugnable. Este es el origen de la denominada, en los tratados militares, “trinchera carlista”.
El 25 de marzo de 1874 comenzó otra dura batalla que duró tres días, y el 29 los carlistas sufrieron la pérdida del general Ollo, que murió por efecto de una granada disparada desde la plaza sitiada. El duque de la Torre pidió refuerzos a Madrid y en el campo carlista se nombró al general Elío* para proseguir las operaciones. Pero cometió graves errores tácticos y, a finales de abril, después de numerosos combates, se levantó el sitio, aunque toda la margen derecha del Nervión quedó en poder de los carlistas.
El gobierno nombró al general Concha para sustituir al duque de la Torre, designación que coincidió con la de Dorregaray para el mando del ejército carlista. Ambos jefes iban a enfrentarse los días 25, 26 y 27 de julio de 1874 en las inmediaciones de Abárzuza*; Concha fue derrotado y muerto a consecuencia de una balazo en el pecho. Los carlistas habían puesto en línea 25 batallones y tres baterías de artillería y los republicanos, no menos de 50.000 hombres y 80 cañones.
Aquel año de 1874 terminó con la batalla de Urnieta los días 7 y 8 de diciembre y con un acontecimiento trascendental que iba a tener notable influencia en el curso de la guerra: la proclamación de Alfonso XII. Derrocada la República, una parte de la opinión nacional se adhirió al nuevo régimen, y el propio Carlos (VII) dejó en libertad de ausentarse de sus filas a aquellos oficiales que se le habían incorporado a consecuencia del destronamiento de Isabel II.
El 23 de enero de 1875, Alfonso XII revistó en Peralta un poderoso ejército que contaba con 60 batallones, 90 cañones y 3.000 caballos, mandado por el general Laserna. Dicha fuerza se dividía en tres cuerpos de ejército, al frente de los cuales estaban Moriones, Despujols y Primo de Rivera. El abandono de la línea del Carrascal por el general carlista Mendiry*, fue el prolegómeno de la batalla de Lácar, que tuvo lugar el 3 de febrero de 1875, durante la cual fueron arrolladas las columnas alfonsinas y estuvo a punto de caer prisionero el propio monarca. En un consejo de jefes alfonsinos que tuvo lugar en Puente la Reina, se acordó suspender las operaciones, fortificar los puntos ocupados proteger la retirada del rey a Madrid.
Mendiry fue depuesto por Carlos (VII) debido a su falta de iniciativa y nombró a Pérula* general en jefe del ejército del norte. Pero Pérula tampoco hizo gran cosa, y derrotado en Zumelzu o Treviño por el general Quesada (7.6.1875), se inició la decadencia de las armas carlistas y ya no hubo acción de importancia hasta la jornada de la Trinidad de Lumbier* el 22 de octubre. Los carlistas dominaban la posición y sus oponentes hubieron de retirarse con grandes pérdidas. Poco después, los carlistas cedían inexplicablemente las posiciones de Alzuza, Miravalles, Oricáin y San Cristóbal, desde las que dominaban Pamplona. El final de la guerra en el Centro y en Cataluña permitió a los alfonsinos concentrar en el norte todos sus efectivos para dar la batalla definitiva a los carlistas.
Éstos disponían aún, en diciembre de 1875, de 48 batallones de infantería, algunos tercios de milicias voluntarias, diez partidas sueltas o guerrillas, tres regimientos de caballería, dos batallones de ingenieros, un tren de sitio, seis baterías y una sección de montaña y tres baterías de batalla; todas estas unidades sumaban un total de unos 35.000 hombres, 1.200 caballos, 39 cañones de montaña, 16 de batalla, cuatro morteros y 26 cañones de plaza. Frente a estas fuerzas estaban las alfonsinas, compuestas de 131 batallones de infantería, once regimientos y ocho escuadrones de caballería, tres regimientos de artillería de a pie, con un total de 174 cañones, sin contar los que artillaban las plazas fuertes y puestos fortificados, dos regimientos y cuatro compañías de ingenieros, además de otras fuerzas menores, con un total de 170.000 hombres.
El 1 de febrero de 1876 pudo entrar Quesada en Bilbao por el sur, con Álava y parte de Vizcaya dominadas. Pero el cuerpo de ejército que operaba en Guipúzcoa al mando de Moriones acababa de sufrir un descalabro en Mendizorrotz, el último triunfo de las fuerzas carlistas.
Era el 29 de enero de 1875. Por su parte, Martínez Campos progresaba en Navarra, y el mismo 1 de febrero llegaba al valle de Baztán al frente de 24 batallones. El 19 entraba Primo de Rivera en Estella, aunque aún seguía disparando la batería carlista de Monjardín. Persuadido el pretendiente de la imposibilidad de continuar la lucha, se dirigió desde Lesaca a Sumbilla y pernoctó el 25 en Olagüe. De allí, por caminos de herradura, pasó a Zubiri, Erro y Burguete, y el 28 cruzó la frontera por Arnéguy, seguido de los batallones castellanos, cántabro y astur y de muchos jefes de los batallones vascongados y navarros.
Los carlistas dominaron el territorio vasco-navarro con excepción de las capitales, constituyendo, al amparo del ejército, un verdadero Estado con sus instituciones y tribunales propios. La división navarra llegó a tener 12 batallones, y afecta al mando militar figuraba una compañía llamada de Guías de Navarra. Se instaló la Diputación del Reino, se decretó un Código penal para la administración de Justicia, se acuñó moneda y se emitieron sellos de correos con la efigie de Carlos (VII).
Bibliografía
Ildefonso Antonio Bermejo: La revolución española en su verdadero punto de vista: historia compendiada de la península, desde el principio de la última guerra civil y acontecimientos posteriores hasta la mayor edad de Isabel II (Madrid 1846). Ídem: Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868 (Madrid 1875-1877). Carlos de Bonilla: La guerre civil de Espagne, 1833-1848-1872 (París 1875). Antonio Brea: Campaña del Norte de 1873 a 1876 (Barcelona 1897). Jaime del Burgo: Fuentes para la Historia de España. Bibliografía del siglo XIX. Guerras carlistas. Luchas políticas. 2.ª edición (Pamplona 1978). Eustaquio de Echave Sustaeta: Estudio histórico. El partido carlista y los Fueros (Pamplona 1914). Melchor Ferrer: Historia del Tradicionalismo español (Madrid 1941-1979). Narración militar de la guerra carlista de 1869 a 1876, por el Cuerpo del Estado Mayor del Ejército (Madrid 1883-1889). Román Oyarzun: Historia del carlismo (Bilbao 1939). Antonio Peralta: Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista (Madrid 1853-1856). Ídem: Historia contemporánea. Anales desde 1843 hasta la conclusión de la actual guerra civil (Madrid 1875-1879). Resumen histórico de la campaña sostenida en el territorio vasconavarro a nombre de Don Carlos María Isidro de Borbón desde 1833 a 1840 (Madrid 1846-1847).
Artillería Carlista
Durante la guerra de 1833-1840 fue director de la artillería Joaquín de Montenegro. El 27 de enero de 1834 capitulaba la fábrica de armas de Orbaiceta, de la que se apoderó Zumalacárregui, quien en un principio no disponía más que de un viejo cañón desenterrado en Vizcaya y que llamaban “el Abuelo”. Vicente Reina fundió cañones en la ferrería de Zumarrusta, en el bosque de Labayen, y más tarde se adquirieron numerosas piezas en el extranjero. En la guerra de 1872-1876 desempeñó un papel importante la fundición de Vera de Bidasoa. El hierro procedía de la antigua fábrica de Orbaiceta y se mezclaba con lingotes ingleses. Hubo talleres de artillería en Bacaicoa.
Batallones Carlistas
En la Primera guerra (1833-1840), Navarra llegó a contar con 31 batallones de infantería. Cada batallón constaba de ocho compañías, dos de las cuales eran preferentes, de granaderos y cazadores. En 1837, el capitán general de Navarra José Ignacio Uranga y Azcune dispuso que la fuerza efectiva de los batallones fuera de 800 piezas. Todos los batallones tenían su nombre. Del tiempo de Zumalacárregui era el siguiente cantar: “El primero la Salada / el segundo la Morena / el tercero el Requeté / y el cuarto la Hierbabuena”. En el batallón de Guías de Navarra, predilecto de Zumalacárregui, “un oficial no debía durar más de dos meses”. Era un batallón distinguido que peleaba siempre en los sitios de mayor peligro. Todos los batallones tenían su charanga. Hubo con Carlos (V) una compañía de legitimistas portugueses y se formó también la legión extranjera, compuesta por desertores de las legiones auxiliares al servicio de los cristinos.
En la guerra de 1872-1876 Ollo creó en un año los batallones del Rey, de la Reina, del Príncipe don Jaime, de la Infanta Blanca, de la Infanta Elvira y del Rey don Juan, con numeración del 1 al 6. Más adelante la división de Navarra llegó a contar doce batallones. Afecto al cuadro militar de Carlos (V) figuraba en 1873 una compañía llamada de Guías, mandada por el comandante Adolfo Barrute Elío. La compañía aumentó tras la batalla de Somorrostro hasta constituir el batallón de Guías del Rey, formado por naturales de las Provincias Vascongadas y Navarra, amén de otros aquende el Ebro. Para pertenecer a él era preciso haber tomado parte por los menos en dos hechos de armas. Llegó a contar con 900 plazas y no se limitaba a dar escolta al pretendiente, sino que intervino en numerosos combates. La fuerza de los batallones era muy variada. Al principio de la guerra, todo aquél que lograba levantar 100 hombres era su capitán. Si el número de voluntarios llegaba a 600 podía titularse comandante o teniente coronel. Pero a los pocos meses de iniciarse el alzamiento la situación se normalizó y se exigieron requisitos profesionales. El batallón distinguido de jefes y oficiales, o batallón sagrado, prestaba servicios en los puertos y baterías de costa para impedir los desembarcos de tropas enemigas. Estaba constituido por veteranos de la Primera guerra y por oficiales y jefes que se habían incorporado a los carlistas en 1873 y 1874 en ocasión en que estaban ya cubiertos todos los puestos activos de los batallones.
Ferrocarril Carlista
Durante la guerra de 1872-1876, los carlistas gestionaron del gobierno la libre circulación de los trenes, pero aquél no quiso admitir la condición de neutralizar las líneas para que únicamente transportaran mercancías y pasajeros. Más tarde los carlistas contaron con parte del trazado, pero carecían de locomotoras, que habían sido concentradas en la estación de Pamplona. Un audaz golpe de mano les proporcionó dos locomotoras, que fueron arrastradas por los voluntarios bajo el fuego de los centinelas de la plaza hasta el territorio ocupado. El servicio se restableció el 1 de mayo de 1875 y los trenes combinaban con el expreso de Hendaya a París.
Imprenta Carlista
La Junta Gubernativa de Navarra* adquirió en 1834 una imprenta en Bayona, la cual cambiaba continuamente de situación, ya que seguía los movimientos de la Junta. Con la ocupación de Elizondo tuvo que ocultarse y no regresó a su sede hasta el 23 de agosto. Terminada la guerra quedó en poder del ayuntamiento de Estella. Los carlistas se servían también de las imprentas de Lamaign+e y de Lespes, de Bayona. Durante la guerra de 1872-1876 se instaló otra imprenta en Peña Plata, donde se tiró el primer número de “El Cuartel Real” (9 agosto 1873), que luego pasó a editarse en Estella y después en Tolosa.
Legión Extranjera Carlista
Hubo con Carlos (V), en la Primera guerra, una compañía de legitimistas portugueses que tomó parte en la ex edición de Zaratiegui a Castilla (1837). La idea de formar una legión extranjera carlista fue del oficial prusiano Augusto Laurens. Reunió a todos los extranjeros y desertores y estableció su cuartel general en Léniz. A falta de banda militar organizó un orfeón, y como muchos de los músicos eran prusianos, marchaban al compás de las canciones de su tierra. En la legión había numerosos desertores de las legiones británica y francesa. Fue mandada algún tiempo por el coronel francés Alexis Sabatier.
Partidas Carlistas
Además de las tropas regulares existían las partidas, por lo general independientes de los movimientos del ejército, y su importancia dependía de la mayor o menor popularidad de los jefes que las mandaban. Tenían gran movilidad y efectuaban servicios importantes, como el de dar noticia de la presencia de tropas enemigas, retrasar sus proyectos, apresar o impedir su racionamiento, apoderarse de sus comunicaciones o coger a los rezagados. Había partidas sólo de infantería o caballería y mixtas de las dos armas; alcanzaban entre 12 y 20 miembros pero llegaron hasta los 100 componentes. Vigilaban de noche los alrededores de las ciudades sitiadas y siempre sabían cuantas noticias interesaban al ejército regular. En Navarra fueron célebres los partidarios Portillo y Mateo, que en la campaña 1872-1876 operaban en los alrededores de Sesma, Lerín, Viana y Larraga. Con las partidas colaboraban los confidentes; la Junta Gubernativa de Navarra invertía grandes sumas de dinero para disponer de un buen servicio de confidentes.
Sanidad Carlista
En la Primera guerra (1833-1840) hubo hospitales fijos en Narcue, Zugarramurdi, Irache, Zulueta, Elizondo e Ituren. En este último ocurrió la matanza de heridos en la incursión de Espoz y Mina al Baztán. Hospitales para sarnosos se establecieron en Estella y Andéraz. Las enfermedades más frecuentes eran el tifus, la disentería, la escarlatina y las bronquiales. En la guerra de 1872-1876, a iniciativa de Margarita de Borbón, esposa del pretendiente Carlos, se creó la asociación de La Caridad (1874) con sede en Pau; llegó a fundar veintidós hospitales, los más importantes los de Irache y Lesaca. En el primero, regido por dicha señora, se curó lo mismo a carlistas que a liberales.