VALLE-INCLÁN, RAMÓN DEL
VALLE-INCLÁN, Ramón del
(Villanueva de Arosa, 28.10.1866-Santiago de Compostela, 5.1.1936). Ramón José Simón Valle y Peña. Escritor, una de las cumbres literarias españolas de este siglo, encuadrado en la “Generación del 98”. Estudió Derecho en Compostela, carrera que abandonó al morir su padre (1890). Vivió en Méjico (1892) y Cuba y volvió a España. Su primera obra, Femeninas, (Pontevedra, 1895) es una colección mediocre; el primer estreno, Cenizas, de 1899. Autor de obras tan importantes como Sonatas (1902-1905), Flor de santidad (1904), Comedias bárbaras, Águila de blasón, 1907; Romance de lobos, 1908; Cara de plata, (1922), creó el “esperpento” a partir de 1919 y dio a la escena títulos como Divinas palabras y Luces de bohemia (1920). Valle-Inclán acogió con entusiasmo la República (1931), que le nombró (1932) director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, de donde regresó, enfermo tres años después.
La primera parte de Sonata de invierno (1905) se desarrolla en Estella, durante la guerra carlista. Los títulos segundo y tercero de la trilogía carlista, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño (1909), tienen por escenario, tierras navarras, en algunos casos nombradas -Baztán-, y en otros no. Voces de gesta (1910) es una idealización legendaria de las guerras carlistas, en la que los nombres heroicos se unen a otros extraídos de mundos caballerescos y religiosos: Tibaldo, Ginebra, Oliveros, Garín, Gudián. Voces de gesta fue interpretada por muchos, desde su aparición, como un símbolo poético de la historia de Navarra.
Valle-Inclán visitó Navarra por vez primera en 1909. Conoció los paisajes de las acciones carlistas y habló y escuchó a muchos veteranos de la guerra, generales, títulos nobiliares y combatientes rasos, a quienes oye, pregunta y sonsaca durante largas tardes en el casino estellés. Recorrió con Argamasilla de la Cerda* los valles del Norte, las tierras de Estella y Tafalla, las vegas del Arga y Aragón. Volvió en el verano de 1911 y con Argamasilla, “Garcilaso“*, y algún otro acompañante, recorrió en mula la selva del Irati. En 1912 estuvo en Reparacea en el verano, y el 28 de, julio, organizado el acto por “Garcilaso”, leyó en el teatro Gayarre de Pamplona tres jornadas de Voces de gesta, fiesta rodeada de éxito, así como la cena celebrada al día siguiente en el hotel del Norte. Años más tarde, durante la Dictadura, Valle-Inclán vivió cuatro veranos en el palacio baztanés de farola y en Reparacea; en éste escribió La marquesa Rosalinda (1913). Durante sus descansos estivales, el escritor recorrió Navarra con sus amigos ya citados.
Parece que Valle-Inclán sintió necesidad de conocer directamente la tierra en que desarrollaba buena parte de la acción de sus novelas carlistas, pero no por eso acabaron las licencias literarias ni enmendó errores, aunque confesó que “Si hubiera venido antes, querido Argamasilla, le habría dado otro ambiente a Los cruzados, (1908), primer tomo de la trilogía.”
En El resplandor de la hoguera describe un Baztán feraz, surcado por “caminos blancos entre mieses estremecidas de viñedos en fruto”, con caseríos dotados de huerto, pozo y emparrados, con muros “en que duermen las codornices” y establos bien dotados de paja y granzones, así como los lares de urces y tojos. La mediterraneidad baztanesa es en Valle-Inclán una característica constante, determinada por “el don de las vendimias y de las siegas”. Otros pasajes en el mismo valle presentan huertas con higueras.
Los antropónimos navarros -Pelay de Leza, Machín de Gaona, Tío Tibal, Pero Mingo, Tomi de Arguiña, Ciro Cernín, Ugena- son tan ficticios e inverosímiles como el habla de los personajes. Otros elementos folclóricos, también. Así, califica los irrintzis como “relinchos guerreros del zorzico” y escribe “cantolari” en vez de “bertsolari”. Lo mismo sucede con algunos datos culturales, como las merindades, cuyo sentido navarro se le escapa. La toponimia, por el contrario, es real, incluso en Voces de gesta, si bien se encuentran versiones como ésta:
“Un gran hayedo centenario,
en una quebrada del Monte Araal,
cimero y roquero, un Santuario,
y un sendero por entre breñal”
Esta característica de Valle-Inclán parece desentonar en el conjunto de su generación literaria, adicta al realismo del color local. Baroja se revolvía contra las imágenes humanas y el paisaje irreal de la trilogía valleinclanesca. Pero hoy no se discute que al escritor ese material le interesaba en función de otros intereses, de la misma manera que, por aducir un ejemplo, Azorín, el paisajista y retratista más constante de la generación, no pintó personas ni cosas concretas y definió en La voluntad que “Lo que da la medida de un artista es un sentimiento de la naturaleza, del paisaje. Un escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje” (I, cap 14).
Valle-Inclán movió y coloreó los elementos humanos y naturales de sus novelas (y de Voces de gesta, definida como tragedia pastoril) según las necesidades literarias impuestas por su visión de la carlistada, de la misma manera que su carlismo no suena muy ideológico, su primer contacto con las historias bélicas carlistas arrancan de la infancia, en la que familiares y criados despliegan ante él una visión en la que todos los héroes llevan la boina del pretendiente. Y también es cierto que en sus años de estudiante intervino a favor de aquél y que el pretendiente Jaime le nombró caballero de la legitimidad proscrita. El carlismo de Valle-Inclán -que se caracterizó a sí mismo como marqués de Bradomín, “feo, católico y sentimental”, cuyas memorias son las cuatro Sonatas- fue más bien lírico.
El rey Juan Carlos I concedió a los descendientes de Valle-Inclán el marquesado de Bradomín.
Bibliografía
M. D. Lado, Las guerras carlistas y el reinado isabelino en la obra de Valle-Inclán, University Florida Press, (1966).-Sobre los errores referentes a Navarra, J. M.ª Iribarren, Cajón de sastre (Pamplona, 1955).