GUERRILLEROS
GUERRILLEROS
Partidas de hombres armados. Surgieron como consecuencia de la inferioridad del ejército regular, al que no se le permitió obtener posiciones ventajosas frente al ejército napoleónico que invadió España de 1808 a 1814. Una nueva forma heterodoxa de hacer la guerra, nacida precisamente de la aplastante superioridad del ejército francés.
Su aparición se explica por el espíritu independiente que caracterizaba al pueblo español, en este momento a agonizando por la invasión de Napoleón; por otro lado la ideología de a revolución francesa que minoraba los valores más sagrados y acendrados del pueblo, su Dios, su Patria y su Rey cautivo.
Los ataques a convoyes cargados de granos, instrumental utillaje de guerra o vestimenta constituían un objetivo fundamental para estas partidas de voluntarios que contaban con un perfecto conocimiento del territorio.
Las guerrillas fueron inicialmente muy esporádicas y sin unos objetivos muy claros, comenzaron a tener predicamento a partir de las derrotas de los ejércitos hispanos en otoño-invierno de 1808-1809. La Junta Central Suprema expidió en diciembre de 1808 un reglamento en el que se fijaba la organización de las partidas. Más tarde, el 17 de abril de 1809 se reconoció “El Corso Terrestre” de Navarra y se intentó regular este tipo de guerra dándole una apariencia de legalidad. Incluso, los franceses, que en un principio consideraron a los guerrilleros como bandidos o “brigands”, represaliándolos cruelmente, acabaron reconociéndoles como soldados, protegidos por el derecho de guerra.
Entre septiembre de 1808 y los primeros meses de 1809 aparecieron en Navarra las primeras partidas de gentes armadas, la de Andrés de Galdúroz, párroco de Valcarlos, Andrés Elguaguirre, natural de Mendigorría, y Luis Gil, el abogado de Corella, estas dos últimas contaban con el apoyo y reconocimiento de la Junta de Aragón, que pretendía levantar partidas y atacar a los franceses en la región vecina. De todas, la de Andrés Elguaguirre fue la más célebre por los numerosos desmanes que causó en la población. No obstante, contó con la aprobación del general Palafox que trató de animar a los navarros para que contribuyesen al aislamiento que Elguaguirre estaba llevando a cabo entre las distintas localidades del Reino. En realidad, se trataba de crear una compañía de fusileros navarros con el fin de dificultar los movimientos del ejército francés establecido en Navarra y destinado a sitiar Zaragoza. Pero fracasó en su empeño dada su actitud insolente y gran crueldad que lo hizo impopular.
En octubre de 1808 hubo un intento por parte de la Diputación legítima, establecida entonces en Tudela, de crear cuatro batallones. A tal fin se propuso a la Junta Central de España su reconocimiento, pero el problema más arduo radicaba en que las tres cuartas partes del territorio navarro se hallaban bajo control francés y en que se carecía de fondos suficientes para afrontar dicho proyecto. A pesar de no fructificar el plan, fueron muchas las personas o entidades que colaboraron desinteresadamente.
Al capitular Zaragoza el 21 de febrero de 1809, entre los prisioneros que iban a ser deportados a Francia se hallaban los hermanos Gambra, hijos de Pedro Vicente Gambra, potentado ganadero del valle de Roncal. Tras ser rescatados junto con el coronel Mariano Renovales organizaron en la primavera de 1809 el alzamiento del valle de Roncal. Los franceses conocedores del hecho enviaron un destacamento de castigo compuesto por seiscientos granaderos y cazadores que partió de Pamplona en mayo. El intento de dominar a los insurrectos concluyó en un estrepitoso fracaso y el propio Puisalis y sus oficiales fueron apresados y conducidos a Belchite donde se hallaba el ejército español del general Blake.
Uno de los guerrilleros más famosos fue Martín Javier Mina*, conocido como “Mina el Mozo” o “El Estudiante” fundador del “Corso Terrestre“*. Hijo de labradores, nació en Otano en 1789, estudiante del seminario de Pamplona a comienzos de siglo se trasladó a Zaragoza para continuar sus estudios, donde participó en el alzamiento de la capital aragonesa. Javier Mina lograría aglutinar bajo su mando a buen número de partidas de voluntarios que recorrían Navarra. Estuvo muy relacionado con los generales Aréizaga y Blake, y por encargo del primero se comprometió a organizar la resistencia en Navarra. En el verano de 1809, Mina “El Estudiante” reunió a los cabecillas más destacados para crear una sola guerrilla y coordinar mejor los esfuerzos. A tal fin se reunió en Pamplona con Félix Sarasa “Cholin”, Ramón Elordio, Azcárate y Lucas Górriz. Tras el acuerdo, Javier Mina partió para Lérida con el fin de que el general Aréizaga reconociese este nuevo cuerpo franco denominado “El Corso Terrestre”. Una vez dada su aquiescencia y de regreso a Navarra, comenzó el alistamiento de los mozos. Los comienzos del “Corso Terrestre” fueron difíciles a pesar de contar con la ayuda de personas influyentes en Navarra y en la Junta Central. Las armas las conseguían arrebatándoselas a los franceses. Entre las primeras acciones llevaron a cabo el asalto a la guarnición de Puente la Reina, en la que lograron abundantes víveres y un buen número de mulas. Mayor partido se sacó a la toma de Estella, donde se apropiaron de una industria de paños, vistiendo Mina a sus guerrilleros. Quienes protagonizaron un sinfín de emboscadas en el Carrascal, ello en su nombre.
Javier Mina recibió incondicional apoyo del prior de Ujué, Casimiro de Miguel Irujo, que le proporcionó dinero, bastimentos e incluso información. Ujué se convirtió en un centro de espionaje, dada su situación estratégica y la influencia del prior.
En Navarra surgieron otras partidas de menor rango. Algunas de ellas pertenecieron al “Corso”. En tierras de Estella merodeaba la cuadrilla denominada “La Santa Cruzada” que mandaba el presbítero navarro Hermenegildo Garcés de los Fayos; requisó todos los mosquetes y armas de Estella, así como la plata de las iglesias de Oteiza y Dicastillo; posteriormente aparece al frente de esta guerrilla el notario o escribano de Aguilar de Codés, Santiago Martínez de Zúñiga.
Por la zona noroeste se movieron dos cuadrillas dependientes de Mina, la de Félix Sarasa y la de Francisco Antonio Zabaleta “El Negro”, este último, natural de Goizueta, había sido criado del barón de Aréizaga. En la Ribera realizó varias incursiones la celebre guerrilla aragonesa de Miguel Sarasa, que también solía operar en el Pirineo aragonés. Esta misma zona era compartida por las partidas de Zabaleta y los hermanos Gurrea de Olite. La compañía de fusileros de Andrés Ochotorena “Buruchurri” se formó en el lugar de Bigüezal, fijándose en Navascués un hospital de enfermos.
También actuaron en Navarra otras partidas riojanas y alavesas como las de Ignacio Alonso “El Cuevilla” que ocasionalmente se unió con Mina en las acciones de Sansol y Tudela y la de Miguel Orúe “El Abogadillo”, que recorrió la Burunda y la Barranca procedente de Alava.
Después de caer prisionero Mina, en marzo de 1810, “El Corso Terrestre” se desintegró, situación que fue aprovechada por el gobernador militar de Pamplona, el general Dufour, para ofrecer el indulto a quienes abandonasen las armas y se presentasen ante las autoridades locales o, por el contrario, la amenaza de fusilar a aquellos que fueran cogidos con las armas en la mano. A pesar de tan difícil trance algunos guerrilleros continuaron actuando, como Pascual Echeverría “El carnicero de Corella” y Juan Hernández “El Pelao”, al que se le incorporó buena parte de la caballería de Mina.
Parecía evidente que tras la captura de Mina en Labiano y las fuertes amenazas del gobernador militar las guerrillas pasaban por uno de los momentos más bajos de su capacidad bélica. Sin embargo, no todos aceptaron la desaparición del “Corso Terrestre” cerrando filas en torno a un nuevo caudillo, Francisco Espoz y Mina*, tío de Javier Mina “El estudiante”, a quien sucedió en la jefatura.
Espoz, nació en Idocin en 1781; había dado muestras de gran valor y coraje durante su militancia en la guerrilla de su sobrino y en la defensa de Jaca, en marzo de 1809, como soldado del batallón de Doyle. Fue el gran renovador de la guerrilla. Después de limpiar Navarra de numerosas bandas de gente armada logró unificar las guerrillas que había. La primera partida que se incorporó a Espoz fue la de Sádaba; poco después se le unirían los hermanos Górriz (José y Lucas). A partir de mayo de 1810 se le unió el roncalés Gregorio Cruchaga, al frente de sus paisanos y salacencos. Cruchaga había estado al servicio de Renovales en el alzamiento del valle del Roncal y posteriormente con Javier Mina, llegando a ser su segundo. La incorporación de Cruchaga supuso una fuerte inyección de moral y autoridad sobre el resto de las guerrillas.
A fines de mayo de 1810, Espoz obtuvo el respaldo oficial de la Junta de Aragón como comandante de las guerrillas. Pero Espoz pretendió que su reconocimiento procediera de la Regencia, esto es, del gobierno Central y no de una Junta provincial. Aspiraba a obtener el grado de coronel con la facultad de poder ascender a sus subordinados. Por fin, en septiembre de este año recibió tan anhelado diploma de la Regencia, con el nombramiento de comandante en jefe de las guerrillas navarras. Será a partir de este momento cuando Espoz denomine a su guerrilla “División de Navarra”. También se organizó bajo una apariencia paramilitar, creándose dos batallones bajo el mando de Echeverría y Cruchaga y un regimiento de caballería, “Husares de Navarra”, compuesto de tres escuadrones. Al finalizar el año 1812 contaba con una división de voluntarios superior a los 10.000 hombres, a los que adiestraba en Lumbier.
Con la retirada de los franceses y el regreso de Fernando VII disminuyeron las acciones guerrilleras, para surgir nuevamente a comienzos de 1821, con motivo de la sublevación realista contra el gobierno liberal. El alzamiento en Navarra fue organizado por: Joaquín Mélida, párroco de Barasoáin y posteriormente canónigo de Zaragoza; Francisco Benito Eraso, de noble familia navarra, vecino del lugar de Garinoáin, que llegó a ser destacado general carlista; Joaquín Lacarra, canónigo de la catedral de Pamplona, y Juan Villanueva, antiguo guerrillero que luchó contra los franceses, conocido por “Juanito el de la Rochapea” que llegó a graduarse de teniente coronel durante el trienio constitucional. Todos ellos eran miembros fundadores de la Junta de Regencia en Navarra y encargados, por tanto, de organizar la resistencia.
A finales de enero de 1821 se levantó en armas el guerrillero Juanillo, un antiguo sargento de Espoz y Mina, en el lugar de Lapoblación. En la frontera con Rioja actuó otro antiguo guerrillero, “El cura de Salazar”, más conocido por “El tuerto de Armiñón”. Estas primeras intentonas fueron sofocadas por la acción conjunta del Empecinado y López Baños, capitán general de Pamplona este último.
En enero de 1822 se reunió la Junta de Regencia en Barasoáin y decidió armar a 300 jóvenes, declarando la guerra al gobierno central, al tiempo que se alistaban más de 500 voluntarios al mando de Santos Ladrón de Cegama y Juan Villanueva. Para acallar el levantamiento acudió el coronel Juan José Cruchaga, el que fuera lugarteniente de Espoz y Mina. Las partidas fueron dispersadas y sus jefes más destacados obligados a huir a Francia (Toulouse); pero desde allí se organizó una división al mando de Vicente Jenaro Quesada y, como jefes inmediatos, Santos Ladrón, Juan Villanueva y Juan Bautista Guergué, todos antiguos guerrilleros que se habían batido en la guerra de la Independencia. Las armas fueron introducidas a través del bosque de Irati y se fortificó Orbaiceta, reclutándose jóvenes de la zona con la ayuda del vicario de Ochagavía, Pedro Agustín Ilincheta. También fue importante el apoyo de la población, en virtud de unas manifestaciones hechas por el jefe político de Pamplona. Tal fue la importancia que volvieron a cobrar las guerrillas, que en agosto de 1822 el gobierno proclamó estado de guerra en el quinto distrito militar, al que pertenecía Navarra.
Tras la muerte de Fernando VII (III de Navarra), en 1833 comenzó la primera guerra carlista y con ella volvieron a levantarse antiguos guerrilleros. Santos Ladrón de Cegama fue uno de los más significados, después de proclamar a Carlos M.ª (Carlos V de Navarra) en Tricio (La Rioja) entró en Navarra por Viana, siendo detenido en Estella y poco después fusilado; su muerte sirvió de acicate para que más de 300 jóvenes salieran de Pamplona a engrosar las partidas de Eraso e Itúrbide.
Francisco B. Eraso* se hallaba en Roncesvalles encargado de la frontera cuando en octubre de 1833 se alzó en armas apoyado por Manuel Sarasa, que llegó a general y ministro de la guerra con Carlos y por Francisco Itúrbide, natural de Arróniz y posteriormente comandante general de Navarra.
Durante la primera y segunda guerras carlistas los guerrilleros contribuyeron decididamente a fomentar la resistencia contra los ejércitos liberales, pero en estos momentos los cabecillas de las partidas no eran personas ajenas al ejército como lo fueron durante la guerra de la Independencia y en ocasiones durante la guerra realista, sino militares de cierta graduación, que preparaban y adiestraban a los voluntarios, utilizando en su logística técnicas guerrilleras; tal es el caso de Tomás Zumalacárregui*, cuya habilidad se puso de manifiesto con las numerosas persecuciones llevadas a cabo contra él por eminentes generales, como Rodil, Espartero, Jáuregui, Fernández de Cordova y hasta el propio Espoz y Mina, que fracasó en su empeño. El convenio de Vergara, 31 de agosto de 1839, acabó virtualmente con la primera guerra carlista; aunque en Cataluña diez mil voluntarios continuaron la contienda hasta ser obligados a internarse en Francia en julio de 1840. En Navarra todavía quedaban algunas partidas sueltas, formadas por aventureros y salteadores que llegaron en algún momento a enfrentarse con el ejército liberal.
Con motivo de las bodas reales en 1846 se inició en Cataluña la guerra de los Matiners y con ella aparecieron nuevamente partidas de voluntarios. En Navarra no se produjeron levantamientos de importancia; algunas partidas como la de Andrés Clemente, en la merindad de Estella y la de Zabaldica, constituida por una treintena de hombres, intentaron unirse con los emigrados que trataban de introducirse en Navarra. También los brigadieres Zubiri e Ilzarbe se pusieron al frente de un puñado de voluntarios y recorrieron las Améscoas enfrentándose a las tropas de Ortigosa. Algunos disturbios y algaradas se produjeron en Tafalla y Añorbe, protagonizados por Joaquín Pérez, Pedro Yoldi y Miguel Ilarregui. Esta primera insurrección acabó en el verano de 1848. En enero de 1849 pasó la frontera por Irún una partida de más de un centenar de voluntarios a las órdenes de Egaña, que llegó a general del ejército carlista con Carlos VII, al tiempo que entró por Navarra otra partida de unos cuatrocientos hombres al mando de Epifanio Soto, el cura de Allo, y Emeterio Iturmendi que se dirigió a la comarca de Estella. Se declaró el estado de excepción en Navarra y el capitán general Antonio Urbistondo persiguió sin tregua las partidas, aplastando toda resistencia; pocos meses después los cabecillas se vieron obligados a refugiarse en Francia.
La sublevación de 1872, que prologó la tercera guerra, contó con jefes como Nicolás Ollo Vidaurreta*, nacido en Ibero en 1816, a quien el general Elío encargó la organización del movimiento carlista en Navarra, para lo cual volvió de Francia al frente de una veintena de hombres, entre ellos Ramón Argonz, José Pérula y Teodoro Rada. Un año más tarde contaba con un ejército de diez mil voluntarios.
En la campaña de 1872-76 las partidas fueron incorporándose a los batallones bajo el mando de avezados militares. No obstante quedaron independientes del ejército, aunque auxiliares, algunas partidas como la de Portillo y Mateo en los alrededores de Sesma, Lerín y Viana. (Independencia*, guerra de la; Realista*, guerra; Carlistas*, guerras).