VIAJERO
VIAJERO
Se define así a la persona que hace un viaje más o menos largo, y en sentido literario, la que escribe luego las cosas que ha visto durante sus andanzas. A este respecto, la tradición navarra es amplia y viene de lejos, pues no en vano fue paso obligado para los que procedían del resto de Europa, siendo asimismo el habitual camino de todas las invasiones. Los libros de viajes tienen la particularidad de mostrar a los navarros el concepto que de ellos tenían los foráneos y pese a las habituales exageraciones sirven como punto de referencia en el conocimiento del carácter regional.
Las primeras referencias de Navarra, circunscritas al territorio de los vascones, se contienen en el fragmento 91 de Tito Livio (59 a. de C.-17 d. C.), que en sus Décadas de la Historia romana describe las campañas del año 76 a. de C. y cita a Calahorra en territorio vascón. La segunda referencia segura la da Salustio (86 a. de C.-34 d. de C.) en el fragmento 3.39 de la Historia de Roma al relatar las últimas operaciones de Pompeyo contra Sertorio en el año 75 a. de C. Pompeyo, escaso de víveres, se retiró al territorio vascón, donde fundó la ciudad de Pamplona. Estrabón (ca. 63 a. de C.-19 d. de C.), griego de Amasia, escribió por encargo de los romanos, en tiempo de Tiberio, una obra maestra titulada Geographica, en la que hay frecuentes alusiones a esta tierra. En el libro III menciona a los vascones y a Pamplona. Plinio en su Naturalis Historia libri hace alusiones a los vascones, que habitaban los Pirineos occidentales. Silio Itálico (25-100) menciona varias veces a los vascones en su Bella Punica al describir las tribus ibéricas. Asombra la precisión de los datos del geógrafo egipcio Ptolomeo (siglo II), del que se sabe que aún vivía en el año 167 d. de C. En su Geographikéuphegesis cita quince ciudades vasconas. La vía 34 del Itinerario de Antonino menciona las estaciones vasconas de Aracilum, Alantone y Pompelón (Pamplona), en la calzada de Burdeos a Astorga. Aunque algunos no fueron propiamente viajeros, hay testimonios del territorio de los vascones y de los vascones en los escritos de San Paulino de Nola (353-431), Avieno (346-395), Prudencio (348-410), el obispo Hidacio (ca. 388-470), San Gregorio de Tours (538-595), el Cosmógrafo de Rávena, San Isidoro de Sevilla (ca. 560-636), Juan de Bíclaro (ca. 621), Fredegario (siglo VII), San Julián (ca. 690), el obispo Tajón (ca. 651), Baudemundo (700) y Astrónomo, que se refiere a sucesos del año 812.
De la época visigoda parece ser De laude Pampilone, que se contiene en el Códice de Roda. Es una carta en la que se describe la ciudad como un “lugar próvido, hecho por Dios, encontrado por el hombre, elegido por Dios, donde hay tantos pozos como días tiene el año”. Agrega que Pamplona tiene 67 torres y que el Señor la dotó de innumerables reliquias de mártires.
Desde el siglo VIII los textos comienzan a distinguir entre vascones y navarros, y los primeros escritos en que aparecen estos últimos se refieren a la expedición de Carlomagno en 778. Así, en los Anales regios se alude a la destrucción de Pamplona: “Pampilona distructa. Hispani vascones subiugatos, etiam Navarros, reversus est in partibus Franciae”. También hacen mención a esto mismo los Annales Mattenses priores, compuestos en Metz a comienzos del siglo IX. Eginhardo, biógrafo del rey de los francos, describe igualmente la expedición de 778 y dice que Pamplona era la fortaleza de los navarros. En el siglo IX se alude a Pamplona, así como a los monasterios de Leire, San Vicente de Igal en el valle de Salazar, Urdaspal cerca de Burgui, San Martín de Ciella en el valle de Ansó, y San Zacarías, identificado con Siresa, en la carta que escribió San Eulogio de Córdoba al obispo Wilesindo recordándole su viaje por tierras pamplonesas en 848. También del siglo IX es el canto epitalámico a la reina Leodegundia, recogido igualmente en el Códice de Roda. Entre los escritores árabes cabe citar a Ahmed ben Mohamed al-Arrazí (885-955), más conocido como el “Moro Rassi”, que en su Crónica hace encendidos elogios de Tudela y de su huerta.
Notable es, por su trascendencia literaria, el viaje que hizo en el siglo XII el peregrino de Poitou, Aymeric Picaud* a quien se atribuye la redacción del Libro de Santiago o Codex Calixtinus, escrito probablemente hacia 1140. En el libro V, cap. II habla de su paso por Navarra en términos muy poco halagüeños para la tierra y sus hombres. En este mismo siglo XII, un peregrino inglés, S. Purchas, viajó a Compostela y publicó luego un poema titulado The way of Saint James. Estuvo en Saint Jean-Pied-de-Port, Roncesvalles, Pamplona y Puente la Reina, donde dice que pasó mucha hambre. El Camino de Santiago fue frecuentado a lo largo de los siglos por toda clase de gente, santos, reyes, potentados y mendigos, y muchos escribieron las memorias de la peregrinación. En ellas hay frecuentes alusiones a las localidades, villas y hospitales de Navarra. Una canción muy popular, compuesta quizá en el siglo XII por un juglar francés anónimo, dice: “Cuando llegamos en la montaña / a lo más alto, / pasamos cerca de la Cruz / de Carlomagno. / Domina el reino de Navarra / todo entero. / Y el emperador hizo aquí construir / un gran monasterio”.
En 1457 pasó por Navarra el caballero de Suabia Jorge de Ehingen. Había visitado los Santos Lugares de Jerusalén e intervino en la guerra contra los turcos. Vino a España con intención de participar en la campaña contra los moros de Granada. Su estancia en la corte del rey de Navarra la cuenta en un libro titulado Relación, del que se ocupa García Mercadal en Viajes de extranjeros por España y Portugal (Madrid, 1952). “Proseguimos nuestro camino -dice- después de algunas semanas, y atravesando por Francia, llegamos a Pamplona en el reino de Navarra; allí supimos que la expedición contra Granada estaba de vuelta”. El alemán Arnold von Hart hizo también la peregrinación a Compostela hacia el año 1499 por el camino tradicional. Un extracto de sus impresiones se publicó en Gure Herria en 1922. Pamplona “es una ciudad hermosa y grande, pero no rodeada de fuertes murallas y fosos. Hacia el extremo norte de la ciudad se halla un viejo palacio donde el rey de Navarra tiene constantemente su corte”. Era a la sazón reina de Navarra Catalina de Foix (1483-1517), casada en 1484 con Juan de Albret o Labrit.
El viaje de Carlos I de España y V de Alemania está descrito en el Diario de los viajes de Carlos V que escribió el francés Juan de Vandenesse. El 10 de junio de 1542 entró el rey por Los Arcos y pasó por Estella y Puente la Reina para llegar a Pamplona el día 13. El 16 visitó Tafalla y el 17 estaba en Olite para ver el castillo de los reyes de Navarra. Fue a dormir al monasterio de La Oliva en Carcastillo.
García Mercadal publicó la Relación de la estancia en España de un tal Gaspar Contarini, que fue embajador de la república de Venecia en la corte del emperador Carlos V y le acompañó en su viaje a Alemania en 1521. Contarini habla de Pamplona, donde existen dos parcialidades, la de los agramonteses, partidarios de Francia, y la de los “pamploneses”, afectos a los castellanos. El mismo García Mercadal hace alusión a Federico de Wittelbash, más tarde Federico II, elector palatino, que en 1526 visitó Pamplona de paso para Madrid y la Mancha. También menciona al médico italiano Leonardo Fioravanti, que estuvo en Navarra entre los años 1547 y 1552 y tenía fama de mago.
En la tarde del 20 de noviembre de 1592 llegó a Pamplona el rey Felipe II acompañado de su esposa Ana de Austria y de sus hijos el príncipe Felipe y la infanta Isabel Clara Eugenia. El cronista de la expedición fue el holandés Enrique Cock*, notario, escribano y arquero de la escolta del rey, que a su paso por Navarra recoge los proverbios: “Arga, Ega y Aragón hacen al Ebro varón” y “Olite y Tafalla, la flor de Navarra”. Felipe II estuvo en Pamplona desde el 20 de noviembre hasta el 23 por la tarde. Visitó las obras de la ciudadela. Según Cock, Pamplona “tiene buenas casas y altas, y calles razonablemente anchas; fuentes no hay ninguna y sírvense los vecinos de pozos que están en diferentes partes de las calles para el servicio común de la ciudad”. Ésta y otras noticias se contienen en el libro La jornada de Tarazona que el Rey don Felipe, nuestro señor, hizo para concluir las Cortes de los Reinos de Aragón allí convocadas, el año 1592 (Madrid, 1879).
Se sabe por un artículo de José Manuel Blecua publicado en la Revista de “Filología Española” en 1941, que Góngora estuvo en Navarra en 1609 y que en Pamplona no le dejaron dormir las campanas de las iglesias. A Jacobo Sobiesky, viajero polaco, padre del rey Juan III, le robaron en la posada de Pamplona mientras visitaba la ciudadela. Acudió al virrey, a quien encontró en palacio jugando a las cartas, y éste envió a un agente que detuvo a las culpables, madre e hija. Pero intervino el obispo y Sobiesky se dio por satisfecho con recuperar lo que le habían robado y salir al día siguiente muy temprano de Pamplona. “Ni siquiera miré atrás”, dice en Viaje desde el mes de Marzo hasta Julio de 1611 que figura en la obra Viajes de extranjeros por España y Portugal en los siglos XV, XVI y XVII, Col. Javier Liske, trad. de Félix Rozanski (Madrid, 1878). Un soldado andaluz, Jacinto de Aguilar y Prado*, que estuvo en los Sanfermines del año 1628, hizo una detallada descripción de las fiestas con el barroco título de Escrito histórico de las solemnes fiestas que la antiquísima y noble ciudad de Pamplona, cabeza del nobilísimo reyno de Navarra ha hecho en honra y conmemoración del gloriosísimo San Fermín su patrón, este año de 1628, inserto en un Compendio histórico de diversos escritos en diferentes asumptos (Pamplona, 1619). Dice que los edificios de la ciudad “son de opulenta fábrica; tiene muchos y muy suntuosos templos, particularmente el de su iglesia mayor es de los buenos de España”. Las damas pueden emular, en belleza y gallardía a las de Granada y Toledo.
El célebre pícaro Estebanillo González, cuya existencia está probada y es autor de la Vida y hechos de Estebanillo González (Amberes, 1646), cuenta también sus andanzas en Navarra. En Tudela se harta de fruta y de vino, y camino de Tafalla se descalabra de una caída de la mula “por ir lleno de sueño o por caminar cargado de vino”. En Pamplona se sienta a la mesa del virrey conde de Oropesa y tiene un lance bufonesco con un soldado a quien aligeró la bolsa en el juego. Antoine Brunel, que era señor de Saint-Morice, Soison, Saint-Didier y otros lugares, gentilhombre protestante, anduvo en 1655 por Francia, Alemania, Italia y España. Su Voyage d´Espagne (Cologne, 1666) alcanzó varias ediciones y fue publicado por Charles Claverie en “Revue Hispanique” (París, 1914). Afirma que Tudela es una ciudad muy bonita, pero que por hallarse en los confines de Aragón, Castilla y Vizcaya es el refugio de muchos malhechores y bandoleros. Del palacio de Olite dice que estaba en ruinas a causa de las guerras civiles. Añade que en Pamplona “el pueblo es grosero y se dedica al comercio, que practica con Francia con una gran libertad, como si no hubiera guerra entre las dos coronas”. Domenico Laffi, sacerdote boloñés, es un peregrino erudito que camino de Compostela anota toas las particularidades de las comarcas por donde pasa. Una relación de sus observaciones se publicó en su libro Viaggio in Ponente a S. Giacomo di Galitia e Finisterre per Francia a Spagna (Bolonia, 1673). En 1676 lo amplió. Cuando llega a Roncesvalles encuentra a los canónigos celebrando misa con música a la española, en la que no tocaban otros instrumentos que flautas de distintas clases que al sonar causaban grandísimo estruendo, tanto que por espacio de una milla se puede oír muy bien. Entra en Pamplona “por la puerta de septentrión”, donde los guardias le piden el pasaporte por temor al espionaje. “Es una ciudad fuerte, adornada de bellos palacios, sólidos edificios, hermosas plazas, grandes conventos de toda clase de órdenes, tanto de frailes como de monjas”. Sigue hacia Compostela el camino tradicional.
François Bertaux acompañó a Madrid al mariscal de Gramont que iba a pedir la mano de María Teresa de Austria para el soberano francés Luis XIV. Escribió sus impresiones en Journal du voyage d´Espagne (París, 1669), y cuenta que entró por Roncesvalles y llegó a Pamplona el 3 de octubre de 1659. No le dejan ver la ciudadela, pero visitó a todas las autoridades. Pamplona le parece muy limpia y bastante bella, y admira el claustro gótico de la catedral. Después de comprar sábanas para prevenir la suciedad de los alojamientos, fue a dormir a Muruzábal y después a Allo. Jean Herault, señor de Gourvilles, recorrió Navarra como agente secreto para informar del estado de las fortificaciones en 1670. Más tarde publicó sus Mémoires (París, 1734), en las que afirma que de Madrid a Pamplona no hay ninguna fortificada ni ningún río que transponer hasta el Ebro. Para el agente secreto francés, Pamplona valía muy poca cosa.
De todos es conocida la historia de Robinson Crusoe, cuyo autor, Daniel Defoe, estuvo probablemente en Pamplona en 1688 e hizo que su personaje pasara también por esta ciudad, coincidiendo con la caída de una gran nevada. Charles-Louis de Pöllnitz, otro aventurero alemán que llegó a ser maestro de ceremonias de Federico II, hizo un viaje a España en 1721-1722, alojándose en Pamplona en muy malas condiciones. Sus andanzas figuran en Lettres et Mémoires du Baron de Pöllnitz (Amsterdam, 1737). El duque de Saint-Simon, que negoció en la corte de Madrid el matrimonio del príncipe de Asturias con Mlle. de Chartres, en 1721, regresó a Francia por Pamplona. En sus Mémoires (París, 1883), cuenta que comió ajoarriero en casa del virrey, pero era plato que no valía nada y el aceite era detestable. Un sastre francés, Guillaume Manier, que tenía algunas deudas, vino de peregrinación a España en 1726 y anotó sus aventuras en Pélérinage d´un paysan picard à Saint-Jacques-de-Compostelle au commencement du XVIIIè siècle (1736). Carlos Pedro Coste d´Arnobat, natural de Bayona, publicó en 1756 Lettres sur le voyage d´Espagne, que aunque figura editado en Pamplona, lo fue en París. El libro comprende veinte cartas en las que manifiesta su odio a España y a Navarra, de la que dice que es el país más orgulloso e ingobernable de Europa. Es notable el libro de Antonio Ponz, secretario de la Real Academia de San Fernando, titulado Viaje fuera de España (Madrid, 1785). En una carta del tomo II habla de Pamplona, “que ha sido y podrá ser siempre una de las ciudades fuertes de España”. Luego se dedica a describir los monumentos.
Dentro de los llamados viajeros románticos, se abre el siglo XIX con el viaje del barón de Alquier en 1800, reseñado en una serie de cartas que dirigió al primer cónsul y publicadas después con el título La Cour d´Espagne au commencement du XIXè siécle (Maçon, 1909). Siguen las de Guillermo de Humboldt en 1800 y 1801 referidas al País Vasco (San Sebastián, 1925). También en 1800 llegó a España Alexandre de Laborde, arqueólogo y político francés, agregado a la embajada de Luciano Bonaparte. En 1806 publicó su Voyage pittoresque et historique de l´Espagne (París, 1806-1820), y al margen de la cuestión de si escribió o no las obras publicadas en su nombre, el relato tuvo gran difusión. Algunos lo han confundido con su Itinéraire descriptif de l´Espagne (París, 1808), en el que dice que Pamplona cuenta con 2.800 familias y 14.000 habitantes. Tiene calles estrechas pero limpias, aunque es muy triste, sin diversiones, sin sociedad y sin ningún género de atractivo. En 1804, el marqués de Marcillac, Pierre-Louis-Auguste de Crusy, viajó por el norte de España y publicó después, Nouveau voyage en Espagne (París, 1805). En la ciudadela de Pamplona encuentra al caballero Urquijo, responsable de la epidemia que devastó las provincias del sur porque hacía tres años dejó desembarcar en Cádiz a un intendente que venía de La Habana y que se encontraba a bordo de un navío infestado de fiebre amarilla. Marcillac había combatido en España contra las tropas de la Convención y en 1808 publicó la historia de esta guerra. Más adelante volvió a España con el duque de Angulema y relató el desarrollo de la campaña anticonstitucional en Cataluña (1823).
Los relatos de viajes a partir de 1808 hasta 1814 están más o menos vinculados a la guerra de la Independencia. Cabe citar algunos libros que en general tienen la frescura de las impresiones vividas al contacto con la realidad del país que tan hondamente se sentía humillado al paso del invasor. J. Lucas Dubreton, en Napoleón devant l´Espagne. Ce qu´a vu Goya (París, 1946) copia las impresiones de un soldado francés que estuvo en España durante la guerra y cuyo nombre silencia. Dice que en Pamplona parecía a primera vista que la mayoría de las casas eran conventos o prisiones, y que reinaban la superstición y el fanatismo. A España llegó, como farmacéutico principal del ejército, Antoine-Apollinaire Fée, quien afirma en sus Souvernirs (París, 1856), como Laborde, que Pamplona era una ciudad triste. En las Mémoires d´un apothicaire (París, 1828), de Marie-Sébastien Blaze, que se refieren a los años 1808 a 1814, se manifiesta que las damas españolas “llevaban antaño puñalitos en el seno y en la liga”, pero que dicha costumbre se va perdiendo de día en día. Entró por Irún y recorrió España de norte a sur.
Terminada la guerra de la Independencia se reanudan los verdaderos viajes, si bien las convulsiones políticas que siguieron a la paz con Francia no ofrecían, en determinadas regiones, una mayor seguridad en los caminos.
La expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1825 dio asimismo ocasión a que muchos de los que participaron en la misma escribieran interesantes memorias, como Amade, Gonneville, Bittard des Portes -que habla de la indisciplina de los navarros en Les campagnes de la Restauration (Tours, 1899)- Armand Carrel, Adolphe de Bourgoing, Louis Viardot, Abel Hugo, P.G. de Bussy y el barón de Baylor.
Habrá que añadir los testimonios de viajeros que precedieron al inicio de la primera guerra carlista, como los norteamericanos Mackenzie, Longfellow y Whasington Irving y el inglés Widdrington, conocido por S. E. Cook. Cook anduvo por España de 1829 a 1832 e hizo el camino de Vitoria a Pamplona a caballo, indicando que la carretera no estaba aún terminada, por lo que había que ir a Tolosa. No se libró Próspero Mérimée, el autor de Carmen*, de la atracción que le producían los temas españoles, y de 1840 a 1846 anduvo de nuevo por la Península para escribir sus Lettres d´Espagne, que fueron publicadas en París en 1927. Entre 1830 y 1833 debió de venir Henri Cornille, que pasó por Irún, Hernani, Tolosa, Vergara, Mondragón, Pamplona y Tudela. Alude también a la tristeza de la capital navarra, donde encuentra que los aduaneros se preocupan más de que no entren libros que de impedir el paso de las mercancías extranjeras.
El 29 de septiembre de 1833 fallecía Fernando VII, dejando a su muerte abierto el paréntesis de la guerra civil que había de durar siete años. De aquí en adelante, los recuerdos de los viajeros se hallan más o menos vinculados a los sucesos bélicos, y por lo que a Navarra se refiere, los libros publicados constituyen el mejor elemento propagandístico de sus costumbres y peculiaridades, que tuvieron eco no sólo en los debates del parlamento inglés, sino también en todas las cortes europeas.
Mackenzie, volvió a España en 1834 y de sus andanzas dejó un libro titulado Spain revisited (London, 1836). Era teniente de la marina norteamericana y pasó por el Pirineo para dirigirse a Pamplona por el valle de Baztán. En Tafalla acababan de cazar un jabalí y lo estaban socarrando en la plaza, con gran jolgorio de los muchachos, que se relamían con la esperanza de las morcillas.
También anduvo por España en 1835 Thomas Roscoe, autor de The tourist in Spain (London, 1835-1838), que compartió la diligencia de Burdeos a Bayona con un legitimista inglés al que volvió a encontrar en Tolosa en una fila de presos que iban a ser fusilados. Un francés, el barón Hermann Du-Case, vino a luchar por Carlos a fines de 1834, y en Zudaire fue presentado a éste por el vizconde de Bourmont. Se le destinó como oficial a un batallón navarro y participó en todas las batallas dirigidas por Zumalacárregui. En su libro Echos de la Navarre, publicado en París en 1840, inserta una lista de oficiales franceses que participaron en la guerra. Mención especial merece el libro de Henningsen*, un escocés de origen alemán, que fue capitán de lanceros con Zumalacárregui. Cuando murió el general volvió a su patria y publicó The most strikings events of a twelvemonth´s campaing with Zumalacarreguy, in Navarre and the Basque Provinces (London, 1836), que inmediatamente fue traducido al alemán, al francés y al italiano. A un extracto en español publicado en 1839 siguió años después la traducción de Román Oyarzun (Madrid, 1935), que se ha reeditado varias veces. Henningsen entró en Navarra por Urdax y se presentó a Zumalacárregui, con quien estuvo todo el tiempo del mando del jefe carlista. A su muerte abandonó España antes de la batalla de Mendigorría, publicó su libro en Londres y volvió al campo carlista en la primavera de 1837 para agregarse a la expedición real a Madrid. Traía cartas de varias personalidades del partido de los “torys” en las que se pedía la revocación del edicto de Durango que excluía de los beneficios del tratado Eliot a los legionarios anónimo, que a sí mismo se titulaba “Poco Mas”, anduvo también por España de 1835 a 1840 y escribió el relato de sus aventuras en un libro que contiene episodios pintorescos e interesantes: Scenes and adventures in Spain (London, 1845). Estuvo en Pamplona durante las fiestas de San Fermín de 1835 y se alojó en casa de un tal Joaquín, cuyo hijo Julián, muchacho de trece años, se había fugado a las filas de Zumalacárregui. En las corridas de toros de aquel año actuaba el matador Montes, y había bailes de sociedad en los que las máscaras llevaban un papel en la mano que decían ser la última voluntad de Zumalacárregui. Antonio y Pietro E. Ulloa publicaron en 1835 en Nápoles Della Biscaglie e della Navarra, y dicen que los navarros son generalmente serios, orgullosos y valientes. Joseph Augustín Chaho*, el inquieto y fantástico mixtificador suletino publicó Paroles d´un Bizcaien aux libéraux de la reina Christine (París, 1834), y después, Voyage en Navarra pendant l´insurrection des basques (París, 1836). Chaho fue el inventor de la leyenda de Aitor y el fabricante de Aitor mismo, y de tal forma hirió los sentimientos de los carlistas que la Junta de Navarra lo expulsó del país. En 1836 se publicó en Londres la obra de Michael Burke Honan The court and camp of don Carlos. Honan era corresponsal del Morning Herald y tuvo su centro de operaciones en Bayona. Augusto von Laurens estuvo en España en 1836 y relató su viaje de ida y vuelta de Berlín a los Pirineos en Mein aufenthalt in Spanien (Berlín, 1839). Fue el creador de la legión extranjera carlista, y a falta de banda militar, organizó un orfeón para los desfiles. Erns Bois-Le-Comte, en su Essai historique sur les Provinces Basques (Bordeaux, 1836), dice que los navarros parecen destinados por la naturaleza a ser guerrilleros, “un navarro en guerrillas, con un fusil en la mano y vino en abundancia, se encuentra, puede decirse, en estado normal”. A principios de 1837 hizo su presentación el príncipe Lichnowsky, que llegó a general de brigada en el ejército carlista. El relato de su estancia en Navarra y en el norte en general es ameno y está lleno de sensibilidad, aunque es muy duro en sus apreciaciones. El conde Roberto de Custine, legitimista francés, fue el que acompañó a la princesa de Beira desde Austria a Elizondo para casarse con el pretendiente Carlos. El viaje por Suiza y Francia, y el paso de los Pirineos vienen descritos en Les Bourbons de Goritz et les Bourbons d´Espagne (París, 1841). Visitó España de 1836 a 1840 Charles Dembowski, que publicó Deux ans en Espagne et en Portugal pendant la guerre civile (París, 1841). A la salida de la catedral de Pamplona encuentra a un grupo de oficiales isabelinos que fuman en tertulia. Les pregunta dónde está el palacio del obispo que le quedaba por ver y responden: “No es casa que nosotros frecuentemos”.
La aventura hispánica del príncipe de Schwarzenberg está contenida en Aus dem Wanderbuche eines verabschiedeten Lanzknechts (Viena, 1844-1848) o libro de las andanzas de un lansquenete retirado. Sus valiosas crónicas están fechadas en 1838 en Zugarramurdi, Tolosa, Durango, Elorrio, Estella, Aberin, Morentin, Salinas de Guipúzcoa, Valmaseda y Azcoitia. Los Barrès du Molard eran tres hermanos. El mayor, Carlos, murió en la batalla de Mendaza (1834) con el grado de capitán. Otro hermano, Alphonse, escribió Mémoires sur la guerre de la Navarre et les Provinces Basques (París, 1842). Trae una lista de oficiales extranjeros al servicio de Carlos. Sabatier, otro militar francés, es el que puso en circulación el nombre de “Tío Tomás” aplicado a Zumalacárregui en su libro Tio Tomás. Souvenirs d´un soldat de Charles V (Bordeaux, 1836). El barón de Rahden estuvo también en la guerra de España y llegó a general de brigada. Publicó varios libros con el relato de sus aventuras. En sus Wanderungen eines Soldaten (Berlín, 1840), dice que pasó la frontera por Zugarramurdi. Concluye el ciclo con las memorias de otro célebre general alemán, Augusto von Goeben, que escribió Vier Jahre in Spanien (Hannover, 1841). Pasó la frontera en la primavera de 1835 por Zugarramurdi y fue hecho prisionero en Fuenterrabía. Enviado a Logroño se escapó pasando el Ebro a nado y se presentó en Estella.
Terminada la guerra, los viajeros propiamente dichos vuelven a prodigarse por los caminos de España. Víctor Hugo, que había estado aquí de niño, volvió de nuevo acompañado de la actriz Julieta Drouet en 1843. Sus cartas están fechadas en San Sebastián, Pasajes, Lezo y Pamplona, y pueden verse en France et Belgique. Alpes et Pyrénées (París, 1890). Son célebres sus comentarios acerca del claustro gótico de la catedral de Pamplona, donde pretende ver al Dante, mientras que en la sacristía de los canónigos evoca con facilidad a madame Pompadour.
El escritor francés Auguste-Emile Bégin dio a la estampa su Voyage pittoresque en Espagne (París, 1850). Para el autor, el nombre de Pamplona procede de los árabes y Navarra es El Dorado de los contrabandistas. En 1859, Francisque-Michel popularizó la figura de Ganish, célebre contrabandista que acompañó a la princesa de Beira en su paso por los Pirineos para casarse con el pretendiente Carlos. Escribió Le Romancero du Pays Basque (París, 1859).
E. M. François Sannt-Maur estuvo en Navarra en el verano de 1862 y publicó Cinq jours d´un parisien dans la Navarre espagnole (Pau, 1863). Era anticuario y pasó por Sannt-Jean-Pied-de-Port, Arnéguy y Valcarlos, para llegar a Pamplona, de la que dice que pocas ciudades francesas de su categoría pueden comparársele con ventaja, y que más de un municipio francés podría tomar aquí lecciones de buena administración y urbanismo. El mismo año 1862 hizo su segundo viaje a España el célebre arquitecto inglés George Edmund Street. Estuvo en Navarra y visitó Tudela, Olite, Tafalla y Pamplona. Sus impresiones están recogidas en Some account of gothic architectures in Spain (London, 1865), que se publicó en español en 1926. Dice de Olite que es un lugarejo “mísero y escuálido”, pero que pueden aprovecharse unas cuantas horas sobre todo en el castillo, que ha sido muy maltratado.
Eugène Poitou inició su Voyage en Espagne (Tours, 1882) en la primavera de 1866, entrando por Irún para llegar a Pamplona seguidamente y alojarse en la fonda de Ciganda en la plaza del Castillo. Se sorprende de que en esta ciudad le rehusaran la propina, la primera vez un muchacho a quien había encomendado un encargo, y la segunda, el conserje del ayuntamiento que le acompañó en su visita a la casa consistorial. “Le fait, rare en tout pays m´a paru miraculeux en Espagne”. Observa asimismo que todas las mujeres de Pamplona van con mantilla. Los ciegos cantan en las calles acompañándose con la guitarra. En todas partes encuentra gente armada, viejos hábitos que el bandidaje y la inseguridad de los caminos hicieron nacer y las guerras civiles han conservado”. La condesa Valerie de Gasparin, protestante liberal, encuentra un hueco en sus actividades y en 1866-1867 hace un viaje a España que relató luego en A travers les Espagnes (París, 1868). Nada más llegar a Perpiñán, todavía Francia, siente la vecindad de España, y los puentes levadizos, las bóvedas resonantes al paso de los centinelas, excitan su histerismo femenino. El techo de las habitaciones en forma de catafalco, las escaleras secretas que se pierden en espirales dentro de los muros y conducen a cualquier ignoto reducto poblado de imágenes patibularias, le inspiran la idea espantosa de haber puesto los pies “en el reino de Felipe II y que la Santa Hermandad extiende hasta nosotros su brazo sangriento”. Después de recorrer Cataluña, Valencia, Alicante, Murcia y Castilla, llega a Vitoria y a Olazagutía, donde comienza a sentir el “buen aroma de la libertad”.
Para el inglés Henry Russell, que recorrió Navarra en 1870 y escribió Biarritz and the Basque Countries (London, 1873), la vida en Pamplona es barata. En Urdax se hospedó en la posada de “la Toreta”, y en Elizondo en la de Esteban Fort.
Al iniciarse la tercera guerra carlista (1872-1876), los libros de viajeros, sobre todo de los que entraban por el norte, es natural que se sientan influenciados por el estruendo bélico y vuelvan a interesarse en los asuntos políticos y sociales que la motivaron. A 1873 se refieren los recuerdos de Kate Field en Ten days in Spain (Boston, 1875) y de Augusto Meylan en A travers les Espagnes (París, 1876), que recogen anécdotas de la guerra. Este último llegó a Villava en el mes de febrero y presentó sus papeles a la guardia carlista. Louis-Lande, en Basques et Navarrais (París, 1878) recuerda un viaje a Navarra y habla del bloqueo de Pamplona en 1874 y de la batalla de Abárzuza. Entró por Dancharinea. En otoño de 1881 vino León-Louis-Lucien Prunol de Rosny et Lesouef, orientalista y etnólogo. En sus Souvenirs (París, 1882) dice que los habitantes de Pamplona parecen taciturnos y tristes y que en todas partes no se veía más que gente ocupada en bostezar. En 1888 hicieron su viaje el poeta Emile Verhaeren y el pintor asturiano Daniel de Regoyos, que cayeron en Pamplona durante las fiestas de San Fermín “chiquito”, en el mes de septiembre. Deambulaban en busca de la España negra que Regoyos pintaba para ilustrar las impressions del poeta. En Pamplona se alojan en un piso de la calle de la Estafeta, donde no pudieron dormir. “Cantan los borrachos, roncan los huéspedes tumbados en el suelo en cama redonda, y entre pitos y flautas del Roncal tocando aires penetrantes de montaña, y las murgas que ya a las cinco empiezan a alborotar la población, se pasa la noche alegremente, figurándose uno que ha dormido”. Verhaeren se enamora, no obstante, de Pamplona, porque dice que “Pampelune rime avec lune”. Y para terminar, diremos que también alude a los Sanfermines un viajero español, Pascual Millán, que en Caireles de oro (1899) dedica a Pamplona cuatro capítulos y dice que si no se la visita por San Fermín, la ciudad os parece melancólica y que todo en ella es calma y quietud.
Es indudable que a la generación de estos escritores románticos sucedió una literatura más en consonancia con la realidad, una realidad que mostraba a Pamplona y a Navarra en su verdadero estado, en ningún modo comparable al de los siglos precedentes. Un ejemplo notable fue el escritor norteamericano Ernest Hemingway*, divulgador de los Sanfermines con su novela Fiesta (1926).
Bibliografía
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