AZCONA Y DÍAZ DE RADA, JOSÉ MARÍA
AZCONA Y DÍAZ DE RADA, José María
(Tafalla, 17.11.1882-1.6.1951). Escritor y bibliófilo, especialista destacado en la Historia española del siglo XIX, sus guerras civiles y sus fuentes documentales. Estudió el Bachillerato en los Jesuitas de Tudela y obtuvo las licenciaturas en Derecho, Historia y Filosofía en Deusto, títulos cuyas profesiones no ejerció. Fue juez de paz y alcalde de Tafalla (1910-1911) y diputado a Cortes (1914-1916), por el Partido Liberal. Reunió una biblioteca de unos 30.000 libros, especializada en Genealogía, Heráldica e Historia del XIX.
Publicó las Memorias de Ángel Morrás, que revisó, prologó y dio a la imprenta (1933); Clara-rosa, masón y vizcaíno (Madrid, 1935); Recuerdos de la guerra carlista (1837-1839) del Príncipe Félix Lichnowsky, que tradujo, anotó y prologó (Madrid, 1942), así como las Andanzas de un veterano de la guerra de España de von Rahden (Pamplona, 1965); Zumalacárregui: Estudio crítico de las fuentes históricas de su tiempo (Madrid, 1946); Bibliografía de San Francisco Javier (Pamplona, 1952). En sus artículos periodísticos, que con amplias épocas de mutismo van de 1917 a tres meses antes de su muerte, Azcona empleó casi siempre el seudónimo de “Fray Gerundio”, y se refirió a temas históricos y de actualidad, en los que no faltaron polémicas eruditas, como la de su último trabajo, Estafeta gramatical (“Diario de Navarra”, 3.3.1951), sobre el lema “Santiago y cierra España”, de que no salió bien librado. También firmó algunos trabajos en las revistas científicas regionales (, BCMN, BRSVAP, “Pregón”), y prólogos, y notas, como las que estampó en las memorias de Joaquín Ignacio Mencos*, conde de Guenduláin.
La primera obra, Clara-Rosa (1935), sobre Juan Antonio de Olabarrieta, franciscano exclaustrado que de Aránzazu pasó a Indias y luego a Cádiz es, más que una biografía del exfraile polígamo, un trabajo imprescindible y ameno sobre el ambiente del trienio constitucional (1820-1823), Clara-Rosa es el ciudadano central del libro, y su peripecia sirve para enlazar testimonios de todo tipo sobre aquellos años, sin la complacencia que los biógrafos suelen sentir por sus biografiados.
Zumalacárregui apareció cinco años más tarde de lo que dice el pie de imprenta (1951 y no 1946), muerto ya el autor, pese a que el trabajo había sido premiado en el concurso convocado para celebrar el centenario de la muerte del general carlista (Bilbao, 1935). Azcona tuvo en cuenta la bibliografía posterior a esa fecha y las “Adiciones” llevan fecha de agosto de 1949. El libro va dividido en tres partes de extensión desigual: de las 597 páginas, 452 se dedican a las fuentes impresas, en que analiza 250 títulos; la segunda repasa las fuentes inéditas, y la tercera, la iconografía.
Azcona era acaso en su tiempo el mejor conocedor de las fuentes sobre las guerras civiles del siglo XIX y así se advierte incluso en sus trabajos de traducción, como el del Príncipe Lichnowsky que enriqueció con casi cien notas, además del índice alfabético, o las Andanzas de un veterano de la Guerra de España de G. von Rahden (Pamplona, 1965).
Su última obra, Bibliografía de San Francisco Javier, publicada por la Junta Navarra del IV Centenario de la muerte del santo, sí es un repertorio desnudo de análisis: por orden alfabético de autores recensiona 768 títulos, más 110 en las “Adiciones”, de libros y folletos impresos, sin exclusión de idioma.
A su muerte dejó preparadas para imprenta las biografías del guerrillero Renovales, que él redactó, y la de Cabrera, de G. von Rahden, que había traducido y anotado. También, “De Madrid a Navarra. Memorias de una prerrevolución (1936)” y unas “Memorias íntimas familiares”.
Azcona trabajó durante años en un “Armorial de Navarra”, que a veces cita como inédito y que conservaba en su casa de Madrid, de la que desapareció en la guerra civil. Sólo se salvaron los 24 tomos de índices.
Fue vocal de la Comisión de Monumentos de Navarra (1917), académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (1921), miembro de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, y de la Institución Príncipe de Viana desde la creación de ésta.
El Ayuntamiento de Tafalla le dedicó una lápida (20.1.1956) en su casa natal. En ella, además de sus títulos académicos y políticos, se le califica “bienhechor de su pueblo”.
La bibliofilia y el aprecio hondo de las artes del libro le llevó a instalar en su casa un taller de encuadernación bien surtido, en el que trabajó ejemplares muy notables y de bello acabado, dignos de los más reputados maestros de esta artesanía.
Bibliografía
José María Iribarren, Discurso en el homenaje, “Pregón” n.º 47, primavera 1956; A la memoria de José María Azcona, programa de fiestas de Tafalla, agosto de 1963; Vicente Galbete, Esbozo bibliográfico de José María Azcona, erudito tafallés, pp. VII-LI de “Andanzas de un veterano de la Guerra de España” de G. von Rahden (1965).