COOPERATIVISMO
1900-1935
El cooperativismo es históricamente tardío en esta región, pese a que con el tiempo se haya convertido Navarra en uno de sus principales focos. Su origen está íntimamente unido al de los movimientos de reforma agraria, de carácter católico, que anidan en España desde los últimos años del siglo XIX. Estos movimientos -políticamente conservadores- excluían la posibilidad de la revolución como medio y, en consecuencia, se dirigieron sobre todo a la mejora de las condiciones de vida dentro del sistema económico que ya existía.
Enseguida, se presentaría ante ellos como mal principal de la sociedad española la usura, y contra ésta dirigieron sus mayores esfuerzos. Así sucedería, de manera especial, en Navarra, siendo así que Navarra pasaba por ser en aquellos días la región española menos castigada por las prácticas usurarias (crédito*).
Contra la usura, los agraristas de finales del siglo propusieron la creación de cooperativas de crédito, que no otra cosa eran las cajas rurales*, que empezaron a fundarse en Navarra en 1902. Luego, las propias cajas rurales traerían consigo las cooperativas de consumo y de producción, que tuvieron por tanto el mismo carácter agrarista y católico desde el comienzo. Las más de ellas -siempre desde los primeros días- fueron promovidas por párrocos de pueblo, a instancias sobre todo de los dos principales eclesiásticos agraristas de Navarra, Antonino Yoldi* y Victoriano Flamarique*. El primero, con todo, fue más allá y llegó a participar de las ideas de cooperación universal que habían acuñado algunos socialistas utópicos; no se limitaba, pues, a concebir el movimiento como un mero recurso marginal para resolver algunos problemas.
En los primeros momentos, el cooperativismo navarro no sólo dependió de las cajas rurales -que eran ya por sí mismas cooperativas- sino que casi únicamente consistió en el desempeño de funciones propias de éstas. Así, uno de sus primeros y más rotundos éxitos estribó en la difusión del consumo cooperativo de abonos artificiales; la primera en organizarlo -por medio de una compra colectiva, previa subasta entre los proveedores posibles- fue la Caja de Olite, en 1905, al año de nacer, y el asunto tomó tal envergadura que, en 1911, podía calcularse que entre todas las cajas rurales adquirían más de la mitad de los abonos minerales que se consumían en Navarra.
Enseguida, aunque en menor escala, se ocuparon también de la adquisición mancomunada de máquinas agrícolas, las más de las veces para su aprovechamiento cooperativo: de modo que la correspondiente caja rural retenía la propiedad de las mismas y las cedía temporalmente a los socios según sus necesidades. En 1908, eran 3.000 aproximadamente las máquinas agrícolas propiedad de las cajas navarras; la de Sesma, por ejemplo, contaba 130, entre segadoras, atadoras y agavilladoras; la de Carcastillo, 150 segadoras. Parece claro que, de esta manera, el cooperativismo de crédito y consumo influyó de forma notable en la maquinización del campo de la región.
El cooperativismo de producción encontró mayores dificultades y apenas apuntó en principio en sectores de escasa envergadura económica, para reducirse por último -y, aquí sí, prosperar en buena medida- al terreno de la viticultura.
Una de las primeras dedicaciones -al tiempo consultivas y productivas- de las cajas rurales navarras consistió en la adquisición y reproducción de vides americanas para sustituir las cepas que habían sido dañadas por la filoxera (Agricultura*). Al tiempo, en 1907, las Cajas de Olite, San Martín de Unx, Ujué y Pueyo se federaron para crear un molino harinero cooperativo, que empezó a funcionar al año siguiente con el nombre de Harinera Navarra; en 1913 declaraba molturar 188.000 robos de trigo. Y en 1908 los mismos cajeros olitenses organizaron una cooperativa de producción y suministro de luz eléctrica, por medio de un motor de gas pobre que, con un alternador, podía alumbrar más de 1.500 bombillas; al mismo tiempo en que empezaban a dar los pasos para constituir la que ya en 1911 empezó a trabajar como Bodega Cooperativa Olitense. Por su parte, con la Caja de Estella, Yoldi creó en 1909 la Imprenta Cooperativa, que pasó a editar el semanario “El Progreso Navarro”, primer órgano del agrarismo católico de la región.
Yoldi lanzó hacia 1907 la idea de fundar una gran “fábrica cooperativa vasconavarra de abonos químicos”, que surtiría de este producto a las cuatro provincias; pero provocó de inmediato la reacción de algunos promotores que, con capital privado y propósitos puramente mercantiles, intentaban por esos mismos días abrir una factoría semejante, a fin de abastecer de abonos la región. El asunto adquirió tintes polémicos muy agrios, que llegaron a Roma y terminaron por lograr que Yoldi fuera apartado no sólo de esa idea sino de toda actividad agrarista e incluso de su cátedra de Sociología del seminario de Pamplona, en 1912.
De todas estas iniciativas cooperativistas, casi las únicas que tuvieron porvenir fueron las vinícolas. Las más y sobre todo las primeras cooperativas navarras de esta naturaleza surgieron de las cajas rurales; aunque algunas -como la Bodega de la Unión de Cosecheros de Olite, que apareció en 1913- nacieron más bien para competir con aquéllas. En todo caso, estas dos de Olite fueron las primeras que se crearon en Navarra; siguieron las dos de San Martín de Unx -la Bodega Cooperativa San Martín en 1914 y la de la Unión de Cosecheros en 1916-, la Cooperativa Vinícola de Tafalla en 1917, las de Beire, Allo y Villafranca en 1918, la Bodega Cooperativa Cirbonera en 1923, para detenerse después el movimiento y reanudarse en plena guerra, al nacer en 1937 la Bodega de Aibar y en 1939 las de Sada, Ujué, Eslava, Liédena y Artajona.
De otra especialidad, apenas hubo otra organización con personalidad propia que la Cooperativa Trilladora de Larraga, de 1937; aunque sí aparecieron algunas sociedades cooperativas de carácter más amplio: la Cooperativa La Unión Valtierrana (1913), la de Agricultores La Esperanza en el mismo Valtierra (1916), la Unión de Labradores de Pueyo (1927), la Asociación de Labradores de Tudela (1931) y la Cooperativa del Campo San Isidro en Pitillas (1935).
Aunque se conoce mal la historia del movimiento cooperativista navarro posterior a 1914 -en sus fuerzas internas- parece que la detención del ritmo de crecimiento del crédito cooperativo en torno a 1910 y el cambio de criterio del obispo López Mendoza* que pudo haber en el desplante que hizo a Yoldi en 1912, durante la Semana Social de Pamplona*, fueron más que una casualidad. Desde esos años se percibe en toda la Iglesia un fuerte movimiento de recelo respecto al catolicismo social, que gana y en ocasiones parte de la propia Sede Apostólica. Entre 1912 y 1916 se frustra buena parte de los intentos de renovación de la acción social de la Iglesia española.
En el caso del cooperativismo navarro, esto no significó su paralización pero es posible que sí impusiera cierta reorientación: por una parte, surgieron iniciativas al margen de la jerarquía católica en mayor medida que antes y, por otra, las propias cooperativas confesionales perdieron algo de su populismo inicial, viendo cómo se acentuaba en ellas la presencia y el gobierno de los propietarios. Se ha observado que, desde el primer momento (primeros años del siglo XX) en que más del 50 por ciento de los socios de las cajas rurales eran jornaleros, hasta 1935, el cambio es muy notable. En esta última fecha, y sobre un centenar de cajas rurales, los jornaleros han descendido al 25,84 en tanto que los renteros se mantienen en un 22,25 y los propietarios se han elevado al 51,91.
No desaparecieron por eso aquellas iniciativas populistas. Se consiguen, así, algunas compras cooperativas de fincas, financiadas por las correspondientes cajas rurales: al menos en Igúzquiza, Eulate, Espronceda, Lerga, cuya Caja adquirió en 1927 para sus socios las tierras que el duque de Granada de Ega poseía en Sabaiza, Abáiz y Aldea (cerca de treinta mil robadas).
En 1910, las cooperativas y similares de carácter católico se habían reunido en la Federación Católico-Social de Navarra*, que en 1935 contaba 106 cajas rurales, 21 Sindicatos agrícolas, 13 graneros cooperativos, tres bodegas cooperativas y dos cooperativas de consumo.
1936-1960
La situación histórica propició, sin duda, el nuevo impulso del movimiento cooperativístico agrario. La guerra civil había contribuido al deterioro de la economía, por una parte, y, por otra, había estimulado un clima social y religioso que facilitaba la erección de instituciones poco sospechosas de alianza con las ideologías vencidas. Se acentuaron los factores que habían dado inicio a la experiencia de cooperación, extendida ahora a otras áreas económicas. En 1942, la federación católico-social agraria pasó a denominarse Unión Territorial de Cooperativas del Campo.
El área de suministros; no habían desaparecido todavía las carencias de la agricultura navarra en lo que se refiere a uso de fertilizantes, de maquinaria, y a liquidez financiera. Localidades donde no había funcionado todavía una entidad de esta naturaleza, la pondrían en marcha a lo largo de los años 40 y 50.
El área del vino; las bodegas cooperativas surgidas en la primera etapa, habían obtenido resultados positivos palpables. Solidariamente se pudieron combatir y prevenir las temibles plagas del viñedo, se construyeron instalaciones modernas en las que la elaboración y conservación del vino mejoró notablemente y la comercialización mejoró notablemente y se superaron los precios ruinosos. Todo ello hizo, sin duda, que después de un paréntesis de inmovilización, se disparase la curva ascendente del número de bodegas en este segundo período.
El año 1960, ascendía, pues, a 70 el número de bodegas cooperativas, que elaboraban el 70 por 100 de la producción de vino de Navarra.
El número de socios de las bodegas cooperativas ascendía (1960) a 13.475, lo que suponía otras tantas familias integradas en el movimiento cooperativo del vino.
Pero el radio de solidaridad no era sólo local, sino que se amplió a la provincia. Todas las bodegas cooperativas estaban integradas en un órgano provincial: la Sección de bodegas, de la Unión Territorial de Cooperativas del Campo (UTECO); desempeñaba múltiples actividades en favor de los viticultores asociados: asesoramiento, supervisión de contabilidades y, sobre todo, comercialización.
El año 1955 se creó una cooperativa de segundo grado (COVINA) para realizar, más o menos, parecidas funciones de coordinación.
Dentro de esta misma área hay que registrar la constitución de dos “Alcoholeras cooperativas”, una ubicada en Olite (Alcoholera San Isidro), y, otra, en Cintruénigo (Alcoholera Cooperativa Navarra). Ambas surgieron en 1941 integradas por varias bodegas cooperativas.
El área del aceite; la necesaria mejora de las condiciones de elaboración y comercialización del aceite llevaron a la creación de trujales cooperativos. Inicialmente funcionaron como secciones de otras cooperativas. Tal fue el caso de los de Cintruénigo y de Añorbe. Pero a partir de 1943 tenían ya plena autonomía.
Eran, en total, 40 los trujales cooperativos, en 1960, y se extendían en una franja que abarca la Navarra Media de acuerdo con la geografía del aceite.
El área del trigo; en tiempos de escasez como los de la postguerra, los hornos cooperativos facilitaron la cocción y la venta de pan. Al normalizarse la vida pública, disminuyeron, y al final de la década de 1950 funcionaban 11 hornos, con carácter comarcal casi todos ellos.
También los graneros cooperativos constituyeron un instrumento de equilibrio de mercado. Los labradores no se veían forzados por la falta de liquidez monetaria a entregar su grano a precios bajos; los graneros cooperativas recibían el trigo de sus asociados sin dilación, hacían efectivo a los agricultores prontamente -en parte, al menos- el importe del trigo entregado y evitaban transportes lógicamente antieconómicos. En la década de 1950, los graneros de esta naturaleza eran 20, número más reducido que en décadas anteriores, ya que la creación del Servicio Nacional del Trigo sustituyó en parte su función de almacenamiento y comercialización.
El área de la huerta; la superficie de regadío en Navarra superaba las 60.000 Ha, superficie que, en gran parte, se dedicaba a cultivo extensivo. Se producían cereales que, al amparo de la mecanización, amenazaban con una concentración de tierras y una masiva emigración de gentes de no pocas localidades.
Ante esta situación y dada la buena calidad de estas tierras para la producción de frutas y verduras, la Federación Social Agraria (después UTECO) informó y mentalizó a los labradores de cara al cultivo intensivo de los regadíos, impulsando, al mismo tiempo, la creación de cooperativas para la recogida, conservación, tratamiento y comercialización de los productos hortícolas… El espárrago, el pimiento, el tomate, los árboles frutales van cambiando la fisonomía de las feraces vegas de los ríos Ega, Arga, Aragón, Ebro, etc. a la vez que surgen fábricas privadas y cooperativas conserveras. La primera de estas surgió en Cárcar en 1947. Pero fue sobre todo, en los años 1958-1960 cuando se multiplicaron las cooperativas conserveras.
Paralelamente a estas cooperativas, que eran, casi todas, comarcales, se dio forma a una estructura cooperativa conservera de segundo grado, Conserna (1960). Pretendía coordinar las gestiones para la comercialización de créditos a las zonas de regadíos a fin de poblar a éstos de cooperativas, frigoríficos y fábricas en número y tecnología suficiente para el aprovechamiento de los productos hortícolas.
El área del ganado; con el objeto de racionalizar la producción y la comercialización de la carne surgen las cooperativas ganaderas, que van cubriendo las áreas pecuarias más importantes: avícola, ovina, vacuna, láctea.
Aquí se invirtió el proceso. Las cooperativas de ganado no son cooperativas de segundo grado, precedidas e integradas por cooperativas locales o comarcales, sino que son cooperativas de primer grado de ámbito provincial; así estimularían el surgimiento de aquellas. Pamplona fue la sede de las primeras.
El área de la explotación en común de las tierras; los años 1950 situaron a los labradores ante una disyuntiva: mecanizarse y endeudarse desproporcionalmente o abandonar la agricultura y emigrar a centros industriales. El dilema afectaba a un porcentaje elevado de explotaciones familiares medias o pequeñas. Situadas, además, en pequeños núcleos de población: localidades de 100, 200 habitantes con 15, 20, 30, 40 familias.
Este marco demográfico-social no produjo automáticamente la asociación de las gentes, pero sí la favoreció.
La respuesta a los esfuerzos de los líderes sociales fueron las “Cooperativas de explotación comunitaria de las tierras”; poner las fincas en común para adquirir las dimensiones de una explotación racional, manteniendo, al mismo tiempo, la propiedad de la tierra. La técnica consistía en clasificar las tierras de cada agricultor, valorarlas y capitalizarlas, de tal manera que la distribución o retribución económica fuera proporcional a la aportación. El poder decisorio residía en la Asamblea General integrada por todos los socios. El ejecutivo en la Junta Rectora, en el gerente-director y en el personal adicto a las actividades agrícolas.
Zúñiga fue el pueblo pionero en la materia (1958), y Florentino Ezkurra, su párroco, el alma cerebro del proceso que se iniciaba y que se plasmaba en la nueva Cooperativa; Ardanaz e Imarcoain le siguieron (1959).
Hubo oposición por parte de un pequeño sector que consideraba el nuevo fenómeno cooperativo como una expresión de colectivismo despersonalizante, propio de ideologías concretas. Esta oposición creó reticencias en algunos órganos oficiales que no apoyaron debidamente a las nuevas cooperativas y hasta se convirtió en polémica saltando a los medios de comunicación, finalmente la realidad se impuso y las cooperativas de explotación comunitaria de las tierras comenzaron a multiplicarse.
La Unión Territorial de Cooperativas del Campo (UTECO) a raíz de la nueva ley de cooperativas tomó el nombre oficial de “Agropecuaria de Navarra, Sociedad cooperativa limitada”
El fomento de las cooperativas de segundo grado y de las mejoras tecnológicas fueron, en esta época, los principios fundamentales de actuación.
Cooperativas de explotación comunitaria de la tierra
En el período anterior apuntaron ya estas experiencias de trabajo común, que ahora no harían sino crecer. En efecto, continuaban teniendo plena vigencia los factores que les habían dado origen: las pequeñas explotaciones, los núcleos reducidos de población y la conciencia de los líderes. Las zonas de Pamplona y Estella fueron las más propicias para este tipo de cooperativas, como lo muestra el cuadro adjunto:
Cooperativas conserveras
Cooperativas conserveras; los años 1960 contemplaron el boom de las tierras de regadío. Creció vertiginosamente el consumo del espárrago y de otros productos de huerta tanto en España como en el extranjero. Se cultivaron intensivamente las vegas de los ríos. Surgieron fábricas individuales, pero sobre todo cooperativas para el tratamiento y comercialización de los productos vegetales.
No todo fue éxito en esta rama de la cooperación. Fracasó Conserna, cooperativa de segundo grado (1972), y arrastró consigo a las cooperativas que la integraban. Con todo, varias fueron recreadas.
Cooperativas ganaderas
también en este área el proceso fue expansivo.
Cooperativas agrícolas-cerealistas
En esta fase se hicieron mucho más complejas; siguieron suministrando todo lo necesario para el proceso de producción agrícola (semillas, abonos, etc.) y abasteciendo de piensos a los ganaderos pero, sobre todo, almacenaban, trataban y comercializaban cereales, leguminosas, etc.
De amplio radio de acción, integraban a los labradores de 2 ó 3 valles y el volumen económico de su actividad llegó a adquirir una notable envergadura.
Bodegas cooperativas
las 70 bodegas cooperativas existentes en 191 se transformaron en 80, extendidas por toda la Ribera y por la Zona Media, con un censo de unos 15.000 viticultores asociados. Elaboraban más del 70% de la producción total del vino navarro:
Cooperativas de Crédito
Caja Rural*; Caja Laboral Popular.
Cooperativas textiles
Cooperativas textiles; es un ámbito nuevo en la actividad cooperativa. Formadas fundamentalmente por personal femenino.
Cooperativas de viviendas
a lo largo de la década de 1950 Navarra comenzó una segunda fase de industrialización. Ésta originó la falta de viviendas. Pamplona pasó de 80.000 a 165.000 habitantes en una década (1955-1965).
Varias cooperativas de vivienda fomentaron la construcción de miles de pisos y apartamentos. Hay barrios en Pamplona que llevan el nombre de la cooperativa de la vivienda que les dio origen.
Cooperativas industriales
Cooperativas industriales; la industrialización en Navarra estimuló también la conciencia cooperativa. La experiencia del movimiento cooperativo guipuzcoano vertebrado por Caja Laboral Popular de Mondragón influyó en el nacimiento de varias cooperativas industriales.
Censo global de cooperativas; a lo largo, pues, de este período se fueron multiplicando las cooperativas, pero el crecimiento no fue lineal. En la década de 1970, se procedió a una reestructuración de pequeñas cooperativas agrícolas y cajas rurales para refundirlas en otras mayores que redujo sensiblemente su número. Además la disolución de Conserna conllevó la disolución de diez cooperativas locales conserveras y en el área del textil desaparecieron prácticamente todas.
Con todo, el número de socios y, por tanto, de familias implicadas siguió creciendo, ya que nuevas áreas están siendo integradas, y la crisis económica provocó más una refundición que una reducción.