GANADERÍA
Antecedentes modernos
Aunque con diferencias sensibles, la ganadería constituía uno de los pilares básicos de la economía rural. En la Zona Media y Ribera su integración y dependencia de la agricultura era evidente: imprescindible como fuerza de trabajo y productora de abono, sin embargo creaba problemas de “convivencia”, toda vez que rastrojos y barbechos eran los mayores pastizales. En la Montaña, por el contrario, con abundancia de pasto y hierba, existía una ganadería más autónoma, dedicada a la cría y engorde para venta, y a la elaboración y comercialización de productos pecuarios.
Se carece de una estadística general fidedigna sobre la ganadería en el reino, pero las cifras de dos recuentos, de 1607 y 1817, correspondientes a la merindad de Estella, pueden proporcionar una idea sobre sus principales características. La abundancia de pastos naturales gratuitos y las limitadas posibilidades agrícolas de los valles montañeses propiciaron el desarrollo de la ganadería. Si se descuenta el ganado menudo, los valles de Lana, Améscoas y Goñi, en el extremo septentrional, tenían un promedio de 7,3 animales por familia en 1607, y sólo el 10% de los vecinos no tenían ganado; en los Somontanos, donde entre el 20% y el 30% de las casas no tenía animales, esta proporción bajaba a 2,2 cabezas por familia.
También eran sensiblemente diferentes las especies predominantes y la organización del pastoreo en unas y otras comarcas. En la Montaña eran pocas las familias que no tenían alguna cabeza de vacuno; una pareja de bueyes y un hato de 2-3 vacas era el promedio en las Améscoas en 1607. El buey era el animal de trabajo por excelencia, eficazmente ayudado o suplido por las vacas. Las casas más pudientes mantenían rebaños de caballos, dedicados principalmente a la cría, bien de mulatos, bien de los resistentes poneys de raza navarra. Por el contrario, eran bastantes las casas con rebaños de 20-30 ovejas (promedio de 17 en Améscoas) y en casi ninguna faltaba un hato de 5-10 ovejas. Junto con la cabra, el cerdo era el animal más extendido socialmente en la Montaña.
La proximidad de amplios pastos serranos -Urbasa, Andía, Aralar, Alaiz*- y la existencia de extensos pastos comunes permitía a los montañeses practicar un cómodo pastoreo en régimen de semilibertad, salvo lo más riguroso del invierno, que los animales pasaban estabulados. Las vacas y bueyes, caballos y ovejas nacidos, criados y engordados en el monte con muy poco esfuerzo y dinero, reportaban importantes beneficios cuando se vendían en las ferias o mercados*. De especial importancia era el engorde de cerdos, durante los meses de noviembre-enero, con un pasto de bellotas en los bosques encinales y robledales. Los labradores del valle de Ega afirmaban que el engorde de cerdos, que vendían en los mercados de los jueves de Estella, era “uno de los ramos principales para que subsistan los vezinos de estos pueblos”.
Conforme se progresa hacia el sur se reducen en cantidad y calidad las hierbas y pasto naturales. El ganado dependía más de las cosechas -el de labor se mantenía buena parte del año “a pesebre”-, y habría de organizarse el cultivo de forma que se sacase el mayor provecho de barbechos y rastrojos. Por ello, el ganado vacuno y caballar apenas contaba, y esto en las casas más ricas, en el valle de Santesteban, en 1607, no llegaban a 0,5 animales por familia. Mulos y asnos, estos en las casas más humildes, desplazaron durante todo el siglo XVI al buey como animal de trabajo; son más rápidos y, sobre todo, su alimentación es más sobria. El cerdo es un animal de corral y se convirtió en producto de lujo de unas pocas casas. Tanto por su número -rondaba el 90% del total de cabezas de ganado- como por las consecuencias que se derivan de su propiedad y régimen de explotación, la oveja era el animal más importante y característico de la mitad meridional de Navarra.
Cuando los pastos naturales eran escasos y barbechos y rastrojos debían proporcionar buena parte del sustento del ganado, la convivencia de agricultura y ganadería requería una drástica disciplina colectiva. En primer lugar, la organización de los cultivos en dos o tres “hojas”, la renuncia a las cercas y la cesión de las hierbas particulares, lo que permitía un pastoreo más fácil y una mejor defensa de los cultivos, pero que dificultaría, ya en el XIX, la superación del ritmo bienal, de año y vez, de los cultivos. Como todo el término no reunía idénticas condiciones, ni el ganado tenía iguales, necesidades, se impuso una rígida organización de los pastos comunes. Los mejores pastizales se reservaron para el ganado de trabajo (sotos, dehesas boyerales), otros para el de la “carnicería”, otros para el de cerdo, el resto para el ganado menudo.
Salvo los más ricos, los labradores, confiaban el pastoreo de sus ganados de trabajo y de “huelgo” a pastores contratados por el concejo. A cambio de un módico canon por animal, todos los vecinos enviaban su, bueyes a la “dula”, las cabras con el cabrero, los cerdos con el porquerizo, etc. Como, pese a esta inteligente y rígida organización de los pastos, éstos no eran suficientes, se imponía, obligatoriamente por las mismas Ordenanzas, la salida del ganado menudo en ciertas épocas del año, en desplazamientos de trasterminancia o de trashumancia. Los pastizales veraniegos de Urbasa-Andía y los comunales de pueblos montañeses que los arrendaban, acogían, de julio a septiembre, a los rebaños ovinos de los Somontanos y de la Ribera, y, viceversa, en las Bardenas y en numerosas “corralizas” de los pueblos más meridionales invernaban buena parte de las ovejas montañesas.
En la segunda mitad del siglo XVIII, el incremento de la población y la extensión de los cultivos llegó a poner en peligro, en determinados lugares, el mantenimiento de los ganados, especialmente del lanar, por lo que hubo de acotarse estrictamente el número de cabezas, que podían mantener los vecinos (Las Ordenanzas de Abaigar por ejemplo, fijaron 750 ovejas y cabras; las de Mendilibarri, 400 ovejas y 200 cabras y 60 cerdos, etc). En 1817 confesaba el valle de la Berrueza que “el número de cabezas de ganado que se puede mantener es el que al presente hay, cabezas menos o que haya de más tasado”.
Las primeras estadísticas generales sobre la situación de la ganadería en Navarra, con pocas excepciones, datan del tránsito del siglo XVIII al XIX. Luego se abre un período de relativo vacío, con algunas estimaciones en la primera mitad y los comienzos de la segunda del XIX,, y los trabajos catrastales completos y periódicos no se realizan sino desde 1888.
Con estas fuentes, no es fácil establecer con seguridad la historia de la ganadería navarra de las dos últimas centurias. Claro es que las especies continuaron siendo en ellos las mismas que en siglos anteriores y el ganado lanar, vacuno, mular, caballar, cabrío y de cerda, eran los habituales mediado el siglo XIX.
El censo español de frutos de 1799 facilitaba una primera estimación: hay 48.242 cabezas de ganado vacuno (43.626 bueyes y 4.616 becerros, según sus términos), 26.756 del mular, 629.498 de ovino (de ellas, 339.387 ovejas, 138.055 carneros y 152.056 corderos). 69.398 de caprino (57.938 cabras y 11.460 machos) y 31.758 de cerda. El ganado lanar producía, según su estimación, 56.488 arrobas de lana al año.
El cálculo que en 1814 hicieron las autoridades el reino sobre las tazmías del quinquenio 1803-1807 -el inmediatamente anterior a la guerra de Independencia- es el principio más fiable y eleva algunas de las cifras medias anuales: consigna 5.759 becerros, 162.792 corderos, 15.460 cabritos y 30.543 cerdos, llevando la lana producida a 67.629 arrobas (7.760 de lana fina y 59.869 de lana común).
Luego vendrían las estadísticas de los años medianeros del siglo XIX, que en rigor resultan del todo insuficientes para cubrir el vacío de datos que se abre hasta las postrimerías de la centuria. Con tan pocos datos, puede decirse que el principal sector ganadero, el ovino, tuvo cambios notables, que se plasman primero en la tendencia ascendente que denotan las cifras de 1865 (751.617 cabezas, en vez de las 629.498 de 1799) y en el descenso que refleja la estimación de 1909 (592.506). Durante la primera mitad del siglo XX es ésta la cifra en que el sector lanar se mantiene.
La principal razón del retroceso de la segunda mitad del XIX parece hallarse en la contrapartida del crecimiento del área de cultivo, rasgo característico de la agricultura* de la época.
Si las cifras son fiables, el ganado vacuno sigue una marcha semejante: 48.242 cabezas en 1799, 68.974 en 1865 y 56.336 en 1909, cifra ésta última en la que se mantendría también durante el medio siglo posterior.
La mayor parte de las cabezas de ambos sectores, puntales en la ganadería navarra, se agrupaba en las merindades septentrionales -en la de las Montañas y Sangüesa-; en 1909, ambas reunían más de 60 por ciento del ganado lanar de la región y más del 80 del vacuno. En la Ribera, en cambio, durante todo el XIX, hubo una cierta especialización en ganado bravo (de la que el ganadero tudelano Pérez de Laborda fue, desde la misma guerra de la Independencia, claro exponente). En la Montaña el lanado lanar era la principal ocupación de la mayor parte de los vecinos.
En las demás especies, se mantuvo la producción en la situación de déficit que se había dado durante siglos anteriores, y a tal estado de cosas se sumó la producción lanar, en cuyo declive probablemente influyó también el paso de la administración casi independiente del reino de Navarra a la de la provincia que hubo de renunciar a la posibilidad de fijar su propia política arancelaria. Al desaparecer las Cortes de Navarra, cesó la posibilidad de favorecer la exportación de lanas y, por tanto, de producirlas. Y el desarrollo de la agricultura debió hacerlo demás.
Lo cierto es que en 1887 los representantes navarros ante la comisión oficial que dictaminó sobre la coetánea crisis agrícola y pecuaria nacional declaraban que Navarra importaba de Castilla “algo de lanar”, además de adquirir bueyes en Asturias (“a causa sin duda de su mayor tamaño y fuerza”) y acémilas de Francia (por ser “superiores a los nuestros”).
Algo parejo se escribía en 1912: la importancia de las compras de caballo y mulas en Francia y el volumen del ganado de cerda que se importa de las provincias de Soria, León y Burgos.
Bibliografía
A. Floristán Imízcoz, La Merindad de Estella en la Edad Moderna: los hombres y la tierra (Pamplona, 1982). J. Caro Baroja, Etnografía histórica de Navarra (Pamplona, 1971-1972). F. Idoate, Notas para el estudio de la economía navarra y su contribución a la Real Hacienda (1500-1650), “Príncipe de Viana” (1960), p. 77-129, 275-318.
Economía
Navarra es una región de contrastes. Su ganadería, por tal motivo, necesariamente ha de ser diversificada en razas y especies.
Bovina
Dos razas dominan el panorama de esta especie: Frisona y Pirenaica. Otras raza antaño numerosa y de “doble propósito” -la Pardo Alpina- han desaparecido casi en su totalidad ya que el ganadero de vacuno se ha decidido por la raza Frisona para la producción de leche, con sus elevados rendimientos, y también, con sus elevadas exigencias en alimentación, manejo, alojamientos y utillaje, etc, y las razas autóctona, Pirenaica, para producir carne en condiciones adversas geográficas, alimenticias, etc.
Economía
De la raza Frisona cabe destacar su vocación lechera sobre todas las demás razas. La producción de leche de vaca se ha doblado desde 1964 a 1984 años debido a la sustitución del efectivo Pardo-Alpino y mestizo por animales de esta raza más o menos “holsteinizados” y a la difusión de la inseminación artificial como método generalizado de reproducción con toros muy selectos.
La Frisona, desplaza hacia las zonas de montaña a las otras razas. Aparece asentada en los valles de Ulzama, Larráun, Anué, Imoz, Araiz, Baztán, etc, así como en las zonas Media y Ribera, en modélicas explotaciones por la calidad del ganado, nivel sanitario, alimentación, etc.
Por lo que concierne al tamaño de las explotaciones se intenta alcanzar los valores medios que se dan en la CEE; si en 1984 de la totalidad de reproductoras sólo el 50% radicaba en explotaciones con más de 15 vacas en 1987 era ya el 64%. Se tiende a vaquerías de 30-40 animales para que puedan ser rentables al rebajar los costos de producción.
La calidad genética de este ganado se deduce por el rendimiento lechero de una muestra significativa tomada en 1984: 3.000 lactaciones terminadas con 5.559 kg de leche tipo (4% de grasa) en 305 días, cifra similar a la media de las Comunidades Europeas.
La raza Pirenaica*, aclimatada a los duras condiciones de un medio difícil, es capaz de rentabilizar los escasos pastos de montaña, proporcionando carne de calidad por su coloración sonrosada, capacidad de retención de agua y grado de terneza. Se encuentra en plena expansión: Valles de Aézcoa, Salazar, Erro, Arce, Guesalaz, Yerri y Améscoa en Navarra, así como en las comunidades autónomas del País Vasco, Cataluña y Aragón. Su censo inscrito en el Libro Genealógico pasó en 688 de 1968 a 2.800 en 1975 a más de 9.000 en 1983. En este último año el censo estaba en más de 700 explotaciones de 150 localidades con esta dispersión: el 60% de explotaciones con menos de 10 reproductoras, el 28% de 11 a 20, el 11% de 21 a 50 y el 0,77% con más de 51.
Una primera etapa ha sido superada al remontar el estado de reliquia en que se encontraba hace unos lustros. Hoy (1985) su futuro se puede ver con esperanza al actuar una serie de acciones convergentes en su mejora y expansión, próxima aparición en el BOE del Libro Genealógico, constitución (12-3-85) de la Asociación de Criadores de Ganado Vacuno de Raza Pirenaica de Navarra (ASPINA) y el decidido apoyo de la Diputación Foral a las razas autóctonas.
Ovina
Si bien ésta especie no se presta a la aplicación, en su explotación, de nuevas tecnologías, algunos rebaños van mejorando los rendimientos unitarios merced a la mejora genética, campañas de saneamiento, alimentación equilibrada, etc.
Dos razas forman el grueso de la cabaña ovina: lacha*, que representa 1/3 del censo total, y rasa*: La primera en la zona húmeda de elevada pluviometría (1.000 a 1.300 mm de lluvia anual); es de plástica similar a la “churra” de Castilla-León, pues se ha dicho que la lacha es un churro adaptado a clima húmedo y viceversa, el churro es un lacho adaptado a clima seco. Se distinguen 3 variedades o ecotipos: de cara y extremidades negras, de cara y extremidades de color marrón y de capa totalmente blanca, las tres con vellón de lana larga y basta y escasa densidad, lo que hace que esta raza tolere bien la lluvia y mal el frío.
Ganado estante o a lo sumo trasterminante, los corderos lachos, nacidos en invierno, son vendido como lechales (8-9 kg canal), pero la producción más importante es la lechera, para la que esta raza está muy bien dotada desde el punto de vista genético. Las producciones medias registradas en el ganado inscrito (20 rebaños) en el Libro Genealógico muestran el progreso experimentado años: 119,6 kg en 156 días de ordeño en 1967 y 211,5 kg en 183 días en 1984. La lana es muy basta, tipo pelo, y se emplea en la confección de alfombras y tapices, así como en la industria textil para fabricar mantas y el “xido” o entretela para armar trajes.
La raza “rasa” representa, el porcentaje mayor de ovino. De perfil subconvexo, dorso recto, grupa caída, y redondeada, longitud y peso medios. El vellón deja al descubierto cabeza, parte distal de las extremidades y, a veces, el bajo vientre. En ciertos rebaños (Salazar, Roncal, etc) se da la trashumancia a Bardenas y otros pastos de invierno. Lechazos y pastencos, así como el cordero de cien días obtenido en cebadero, son muy estimados por la calidad de la carne. Su lana, entre-fina-ordinaria, cotizada en tiempos como colchonera se ha introducido en la industria textil. El queso Roncal* elaborado en el pasado con leche de esta oveja en las clásicas “muideras”, se fabrica en su mayor parte con leche de ovejas lachas.
El censo ovino de Navarra permanece más o menos estacionado debido a las dificultades que la explotación tradicional encuentra: espacio vital restringido por la repoblación forestal o la repoblación para el cultivo de terrenos marginales, el alto precio de las hierbas y los inconvenientes, cada vez mayores, de la trashumancia en el caso de la “rasa”. Se registra la tendencia a formar rebaños de 300-400 cabezas sobre todo en el raso, atendidos por un pastor, con mano de obra temporal en la pradera.
La biología de esta especie permite elevar la meseta de selección, incidiendo sobre estos caracteres: producción de leche en la “lacha” y prolificidad en la “rasa”, exteriorizados con una alimentación correcta a lo largo del año y un status sanitario normal.
Dentro de la CEE (Comunidad Económica Europea) las producciones del ovino navarro tienen un porvenir esperanzador: queso de oveja del que es deficitaria y canales ligeras de cordero en Italia y sur de Francia.
Porcina
El censo de reproductoras de esta especie se ha triplicado desde los años 1960 a 1980 ante la demanda de carne, consecuencia de un mayor poder adquisitivo generado por la industrialización. La especie porcina junto con las aves resolvería esta exigencia al amparo de sus características biológicas (prolificidad, ciclo ontogénico corto), índice favorable de conversión de los alimentos concentrados, estabulación estricta y un esquema de explotación y manejo similar en todas las latitudes.
La producción de carne porcina pasó de 6.609,4 Tm en 1965 a casi 17.000 en 1987. La cifra de lechones vendidos fuera de Navarra también ha aumentado en la misma proporción.
La denominada raza baztanesa* ha desaparecido y dado paso a una abigarrada población con predominio de las razas Landrace y Large-Whitte por la inclinación de los ganaderos a tener reproductores híbridas para ser cruzadas con machos finalizadores o terminales.
El minifundismo es una constante en esta especie con sus inconvenientes de tipo sanitario, de manejo y productividad. El 89% de las explotaciones contaba (1987) con menos de 20 reproductoras. Sin embargo, el 1% tenía más de 100 cerdas, que representaban el 54% del censo.
El lechón de Navarra es muy solicitado por su calidad y buen nivel sanitario debido a la acción constante de fomento y mejora que la Diputación Foral lleva a cabo desde que el año 1922 fuera creada la Granja Porcina del Centro Sanitario de San Francisco Javier, acción continuada desde el año 1980 por la Granja de Selgana, S. A. creada por la propia Diputación Foral y por otras granjas de selección particulares.
Avicultura
Bajo este epígrafe cabe referir solamente a gallinas porque el resto de las aves domésticas (patos, ocas, etc) apenas cuentan. El censo total -929.000 gallinas- se desglosaba (1983) en 75.000 reproductoras, de ellas 35.000 de puesta y 40.000 de carne, y el resto (854.000) ponedoras. Estaban concentradas unas 70 granjas con esta dimensión:
De 1.000 a 5.000 el 46% (100.000).
De 5.000 a 20.000 el 33% (295.000).
Con más de 20.000 aves el 21% (534.000).
Los adelantos de última hora en locales, utillaje, alimentación y calidad de ganado, están presente en casi todas ellas. Este progreso se atribuye:
A la introducción de estirpes de aptitud cárnica y huevera (híbridos dobles)
Al ciclo biológico breve de la especie y a su enorme capacidad de multiplicación
A la introducción masiva de los piensos compuestos que actúan como reactivo del alto potencial genético de estas aves
El avance en esta ganadería menor ha sido espectacular en cuanto se refiere a la producción de carne: 2,7 millones de aves sacrificadas en 1965 y 13,6 millones (pollos broiler) en 1983, proporcionando en esta última fecha el 40% de la carne producida en Navarra. Sin embargo, la producción de huevos solamente se había incrementado el 15% en ese lapso de tiempo, al haberse reducido el número de ponedoras el de gallinas camperas.
Cunicultura
La clásica explotación familiar va dando paso a una cunicultura industrial. En 1988 había ya 130 explotaciones industriales, aunque sobre un total de 1.500 instalaciones, en la inmensa mayoría por consumo familiar. Las razas, de la cunicultura casera, y el mestizaje multicolor, han sido sustituidas por razas internacionales de peso medio, muy seleccionadas para los rendimientos vivo/canal y carne/canal, ganancia media diaria e índice de conversión de alimentos, como la California, Neo-Zelandés, etc. así como numerosas líneas de híbridos. Con ello se consigue tipificado el conocido conejo-broiler que proporciona carne de excelente calidad, tierna y muy poco infiltrada de grasa, y a precios asequibles para las economías débiles.
El corto ciclo vital, alta reproducción y el aprovechamiento que hace de los alimentos no competitivos con el hombre, así como la demanda de carne a precio bajo, ha determinado la expansión reciente de esta actividad ganadera con la creación de granjas cunícolas de tipo industrial cuya productividad es muy superior a la conseguida en la cunicultura rural. El 35% de las reproductoras, ubicadas en granjas industriales, producen más del 50% de la carne en esta especie. Sin embargo se mantienen algunas limitaciones para su extensión: su patología insidiosa respiratoria y digestiva de difícil tratamiento, la exigencia de mano de obra cualificada, al manejo individual de las madres (reproducción y alimentación) y la necesidad de recurrir al vaciado sanitario de la explotación cuando la vida económica de las conejas ha finalizado.
El rápido crecimiento iniciado hacia 1977 se estancó en torno a 1983, con la caída de los precios.
El ganadero ha de hacer frente a situaciones difíciles derivadas de: -altibajos en el comercio pecuario no consolidado (oferta-demanda poder adquisitivo-importaciones de choque, etc); -la patología del ganado que frena los programas mejor preparados; -las elevadas inversiones que requieren sus explotaciones para hacerlas rentables.
A pesar de este cuadro negativo la explotación del ganado de renta ha experimentado un notable avance: mejora genéticas y del nivel sanitario, dimensión de las explotaciones, alimentación normalizada, adaptación de la agricultura a una ganadería cada vez más intensiva, acciones cooperativas para la producción, comercialización e industrialización de algunos productos, construcción de mataderos para todas las especies algunos industriales y frigoríficos. etc.
Buen ejemplo de ello son las Escuelas Profesionales de Modalidad Agraria de las que salen formados los jóvenes ganaderos.
Según datos de la Dirección Territorial del Ministerio de Agricultura, en el año 1982 la aportación a la Producción Final Agraria de los distintos subsectores fue esta:
Agricultura: 54,03%
Ganadería: 40,04%
Forestal: 3,98%
Otros productos: 1,95%
Respecto a la Balanza Comercial Ganadera el saldo es favorable para la leche de vaca y derivados, carne de las distintas especies, huevos y lana.
Concursos de ganado
En el reglamento para el Fomento Pecuario de Navarra, aprobado por la Diputación Foral, se regula, entre otras acciones de mejora ganadera, cuanto se refiere a los Concursos Morfológicos de Ganado.
Atendiendo a la “intensidad de la riqueza pecuaria y distribución de las vías de comunicación” se divide a Navarra en quince zonas que tenían por centros: Tudela, Marcilla, Lodosa, Tafalla, Estella, Echarri-Aranaz, Lecumberri, Vera de Bidasoa, Santesteban, Elizondo, Pamplona, Burguete, Ochagavía, Roncal y Sangüesa.
Hasta el año 1965 lo habitual era que se organizaran dos concursos. Sin embargo, a partir de este año fueron disminuyendo estas manifestaciones ganaderas a causa de los cambios que experimentaron los censos de varias especies y su constitución interna. El ganado vacuno de trabajo fue reemplazado por el de venta (leche y carne), el mular y asnal han desaparecido y el caballar había quedado en 1985 reducido a un tercio del existente en 1965.
Los concursos de Elizondo, por citar un caso muy representativo, con excelente muestra de vacuno Pardo-Alpino y Pirenaico, caballar “burguete” y porcino “baztanés” dejaron de celebrarse. El vacuno de raza Frisona ha sustituido totalmente al Pardo-Alpino y en buena parte al Pirenaico; de caballar quedan pocos ejemplares y la raza porcina Baztanesa, ha desaparecido ocupando su puesto otras como la Landrace, Large-White y mestizos de ambas.
Todavía, de 1968 a 1978, se organizaron catorce concursos de esta modalidad en Burguete (3), Elizondo (4), Pamplona (2), Isaba, Tafalla, Tudela, Estella y Larrainzar (Ulzama). En 1985 tuvo lugar uno en Burguete, organizado, como en ocasiones anteriores, por la Diputación Foral, con la colaboración del ayuntamiento de esta villa. Fue un concurso monográfico para las razas autóctonas: Pirenaica (vacuno), Burguete (caballar) y Lacha (ovino).
Esta clase de concursos, ya se venían celebrando años antes de que se aprobara el mencionado Reglamento, tal como el que tuvo lugar en Tudela los días 16 y 17 de noviembre de 1915.
En esta acción de mejora se avanzó al dar entrada a los concursos de Rendimiento Lácteo en función de los datos obtenidos con el control lechero realizado sobre hembras inscritas en el Libro Genealógico. En el año 1984 tuvieron lugar, organizados por la Diputación Foral, en vacuno de raza Frisiona: – el XXVI Concurso de Rendimiento Lácteo por partos y – el XXIII de Producción Láctea Acumulada. En ovino de raza Lacha: – el XVIII Concurso de Rendimiento Lácteo.
Esta segunda modalidad de Concursos es muy importante para el ganadero porque le permite conocer con certeza la productividad de sus animales y seguir, a través de los años, la evolución de los programas de selección.
Organización ganadera
El espacio agrícola se ha ido extendiendo a costa de los pastos y los bosques, en perjuicio de la ganadería. Muchas bordas destinadas antaño al acubilamiento de lanar quedaron convertidas en caseríos habitados, roturadas las tierras contiguas para cultivo. Según edad, sexo y destino, las reses de lanar son designadas con voces euskéricas que no parecen relacionadas con lenguas indoeuropeas, según Caro Baroja: Ardi (oveja) bildots (cordero), ahari (pastenco, carnero), zikiru (carnero, castrón, borro, morrueco, mardano), ahuntz (cabra), segail (cabrito), aker (macho cabrío, choto, irasco), urde (cerdo, cocho, tocino), sedal (cerda) arkela (cría hembra de cerdo), ordotz (cría macho de cerdo). El lanar, lo mismo que el vacuno el porcino, fueron antaño trashumantes, fenómeno que continúe en pequeña escala.
Los pastizales fueron designados con los nombres de sel, soro (Montaña), gorta, korta, kurte (Montaña, Navarra media), corraliza y egido (Ribera). Los seles eran espacios circulares con un mojón central; las corralizas no parece tuvieron forma especial, designando grandes extensiones de terreno destinadas a pastos. Al ser roturados parcialmente, las fincas seguían formando parte de la corraliza, con derecho al goce de sus hierbas por el ganado cuando no estaban sembradas. Las hierbas y aguas de corralizas y egidos comunales eran dadas en arriendo periódicamente, constituyendo una fuente saneada para la economía de municipios y concejos. Pastores y rebaños se recogían durante las noches y los días más intempestivos en corrales y bordas*.
En la organización pastoril, de origen muy antiguo, aparecen para 1167 los cargos de “maizter” del ganado y “buruzagi”, nombres aplicados en pueblos pirenaicos al “mayoral”. El mayoral (artzai nagusi), el zagal o rabadán (artzai muti) y el pastor solían ser asalariados. Su vida era radicalmente distinta de la del labrador (nekazari). La presencia de perros de pastor parece obedeció antiguamente a la necesidad de proteger los rebaños contra las alimañas, más que para conducirlos, como es habitual en nuestros tiempos.
La indumentaria del pastor difería según las comarcas. Prendas tradicionales y antiguas fueron el kapusai (tejido de pelo de cabra) o su equivalente el xartex. Los roncaleses y salacencos se caracterizaron por trajes especiales y sombresos. Solían cubrirse con espalderos de piel de cabra, prenda generalizada en toda la provincia, y calzaban abarcas de cuero sobre medias de lana. Realizaban distintas labores a lo largo del año: ordeno, esquileo (en mayo y junio), ayudándose mutuamente los pastores y familiares, y fabricación de quesos. Para esta labor, ordeñaban la leche en el kaiku o en otra vasija, y la colaban, cuajaban y batían; separado el suero, la masa era introducida en moldes de madera (zimitzak), de los que hay bellos ejemplares con los fondos decorados con adornos geométricos en relieve. Entretenían los ratos de ocio hilando lana, tejiendo calcetín, bordando telas o tallando madera.
Cada caserío de la Navarra atlántica mantenía varias cabezas de ganado de reja (utilizado como tiro de arado, pero no para el transporte) de vital importancia para la economía familiar. Su leche y crías proporcionaban parte del alimento; la venta del excedente suponía ingresos nada desdeñables. Eran utilizadas para el trabajo agrícola, y proporcionaban estiércol (abono para las tierras) y pieles.
La importancia del vacuno desciende a medida que pasamos de la Navarra de los frescos pastizales hacia las tierras cerealistas, vitícolas y de pastos secos del Sur, desapareciendo casi totalmente en la Ribera tudelana, donde en cambio se dan las reses bravas, cuyo destino es harto diferente.
Los bueyes fueron utilizados como animales de labor en toda la provincia, si bien en la Ribera fue menor su importancia, sustituidos por caballerías o “abríos”. La elección de toros sementales para reproducción se hacía con esmero. Los vecinos de San Martín de Améscoa acordaron en concejo (1699), siguiendo costumbre inmemorial, seleccionar “para padres de la vaquería dos novillos” de un año, los mejores que hubiera en el pueblo, sin que los propietarios pudieran negarse a prestarlos.
Tradicionalmente, el vacuno se mantuvo pastando libremente en montes y dehesas comunales y mediante estabulamiento. Durante la Edad Media vivían en régimen de libertad en las sierras de Andía, Urbasa y Encia grandes rebaños procedentes de todo el reino y singularmente de los valles más próximos Burunda, Améscoa, Yerri, Guesálaz y , usuarios habituales hasta nuestros días. El ganado cerril es arisco. Los de Lezáun bajan un atajo para torearlo durante las fiestas patronales. Mientras permanecen en el monte se cobijan en bordas (busto, bustaliza). El “busto” navarro de vacas no debía exceder de ochocientas cabezas. Llegadas las primeras nieves invernales, era llevado a las casas y estabulado hasta la primavera, destinando a su mantenimiento buena parte de la producción de maíz, nabo, heno y helecho. Para reconocer en el monte el ganado de cada casa fueron usadas desde antiguo determinadas marcas de propiedad.
La existencia de pastores boyerizos en la Navarra Media, de “idizelaiak” o “dehesas boyeriles” en la Cuenca pamplonesa y otras partes confirman la importancia numérica de esos animales de labor. Para diferenciarlo del anterior, el caballar, mular y asnal fue conocido como “ganado de reja y baste”. Apenas tuvo importancia como animal de labor en los valles noroccidentales, mientras primaba rotundamente en la Ribera.
Focos importantes de cría de caballar desde el medievo fueron Valderro (donde perdura una raza muy apreciada) y Urbasa y Andía, paraíso del caballito y yegua amescoanos de raza “poney”. Las yeguas permanecen estabuladas durante el invierno, subiendo a la sierra en primavera (Améscoa). Los labradores mantenían las caballerías en establos, alimentadas con forrajes, paja y grano, puestos en pesebres, vaciados a veces en troncos de roble o haya (Améscoa, Cuenca Pamplona) o hechos con ladrillo, adobe y yeso. Caballerías o “abríos” (el ganado por antonomasia en la Navarra media y meridional) salían los domingos y festivos a pastar al campo, constituyendo la “dula” (“vicera” en la Ribera), conducida por duleros, a los que antiguamente se pagaba en especie.
Con el caballar, utilizado como animal de montura y tiro, competía en importancia el mular, sobre todo entre los labradores de la clase media. El asnal, patrimonio de muchos jornaleros era preferido en localidades de territorio accidentado.