FERIAS Y MERCADOS
Historia Moderna
Después de un largo periodo de gestación durante la Edad Media, el mapa de las ferias y mercados en Navarra estaba plenamente configurado en el siglo XVI. La mayor concentración en la Montaña y su escasez en la Ribera no debe engañar sobre la importancia de los intercambios; respondía simplemente a que la topografía permitía desplazamientos más rápidos en un caso que en otro.
La concurrencia a las ferias era especialmente intensa en la Zona Media y cuencas prepirenaicas, en un amplio triángulo con vértices en Viana-Pamplona-Sangüesa. La feria de San Fermín (del 24-VI al 14-VII hasta 1744, y del 29-VI al 19-VII después), era, con diferencia, la más concurrida, a ella acudían muchos comerciantes franceses que, a cambio de manufacturas finas y productos ultramarinos, compraban lana, aprovechando el privilegio de no pagar derecho de aduana durante los días de la feria. También eran muy concurridas las de Tafalla (febrero), Tudela (marzo y julio-agosto) y Estella (noviembre).
Para adaptarse a la evolución de la economía, o por imposición de intereses diversos, las ferias modificaron sus fechas y duración. Las dos ferias estellesas, por ejemplo, concedidas en 1436, vieron modificadas sus fechas en 1505 y 1652; en 1709 se fundieron en una de 20 días a partir del primero de agosto, para volver al 11 de noviembre de 1766.
Durante el último tercio del siglo XVIII y primero del XIX son relativamente numerosas las solicitudes de creación de nuevas ferias y mercados. Se trata de unos años no solo de un importante crecimiento demográfico, sino también de intensificación de los intercambios. Las Cortes Navarras concedieron, entre 1765 y 1829, los siguientes privilegios: de mercado a Tudela (1766), Lodosa (1796), Peralta (1829) y Aoiz (1829); de feria a Aoiz (1795), Lodosa (1817), Valle de Ulzama (1818), Lesaca (1829), Valle de Salazar (1829 en Ochagavía) y Valle de Burunda (1829 en Alsasua). En algunos casos se actualizó privilegios caídos en desuso, como en Lesaca; en otros se dio rigor legal a antiguas prácticas: como en Salazar, en otros, por fin, como en Lodosa, se atendió a la necesidad de una economía floreciente.
Bibliografía
Diccionario geográfico-histórico de España… por la Academia de la Historia. (Madrid, 1802); J. Yanguas, Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra. (Pamplona, 1840); F. Idoate, Rincones de la Historia de Navarra. (Pamplona, 1979).
Al comenzar el siglo XIX, y en las enumeraciones de las estadísticas, guías y diccionarios geográficos de la primera mitad de esa centuria, se señalan como ferias principales de la región las de Tafalla del 3 de febrero, las de Miranda de mediados de abril, las de Marcilla del 29 de septiembre (que cambiaron de fecha), las de Lodosa del 31 de julio, las de Estella del 11 de noviembre, las de Lumbier de finales de mayo, las de Sangüesa en junio; aunque ninguna tenía la importancia de las de Tudela de marzo y de julio-agosto y sobre todo las de Pamplona de junio-julio y de septiembre.
En 1848 se indicó que “la más notable de todas es la de Pamplona que se verifica desde el 20 de junio hasta el 18 de agosto” y que “por este tiempo se nota una afluencia extraordinaria no sólo de la provincia sino de las limítrofes y del reino fronterizo”.
En relación con los habitantes, había más ferias en la Montaña, seguramente porque la orografía dificultaba los desplazamientos y aconsejaba un número mayor de puntos de compraventa. Destacaban las dos de Alsasua, en septiembre y octubre; las dos de Elizondo, el jueves siguiente a la Pascua de Resurrección y el 20 de octubre; las dos de Burguete, el primer sábado de mayo y entre el 19 y 21 de septiembre; las de la Ulzama, en abril y en septiembre; la de Lesaca el 12 de mayo; las de Salazar y Echarri-Aranaz el 12 de septiembre; la de Urroz el 11 de noviembre… También había ferias en Huarte-Araquil -en diciembre-, Santesteban -en mayo y en noviembre-, Lecumberri, Arrieta, Huarte -en septiembre-. etc.
En la Navarra Media y en la tierra llana, todavía se habían de sumar a las citadas las de Lerga (24 de agosto), Puente la Reina (18 de septiembre), Olite (29 de septiembre), Los Arcos (18 de octubre) y las de Viana, Peralta, Corella y otros puntos.
Con excepción de la de Pamplona de comienzos del verano, se afirmaba de las restantes en 1849 que “en todas ellas son pocas generalmente las especulaciones que se hacen, y consisten en ganados y frutos del país, y algunas veces en tejidos de lana, estambres, quincalla y otras varias mercancías”. Los mercados más notables del momento eran los de Lumbier y Los Arcos, que tenían lugar cada lunes; los de Sangüesa y Estella, los jueves; los de Aoiz, en viernes; los de Pamplona y Tafalla, en sábado; “en todos los cuales hay con poca diferencia el mismo tráfico que en las ferias”.
A los dichos aún se añadían los mercados que en distintos días de la semana se celebraban en Lodosa, Viana, Olite, Peralta, Echarri-Aranaz, Huarte-Araquil, Leiza, Puente la Reina, Fitero, Arrieta, Burguete, Huarte, Lerga, Urroz, Lecumberri…, y algunos especializado como el que se reunía en Estella cada domingo sólo para traficar cereales.
Ni los procedimientos ni el calendario de ferias y mercados cambió de forma sustancial durante la segunda mitad del XIX y la primera del XX (aunque no dejó de haber variaciones, sobre todo en algunas fechas) e incluso cabe afirmar que continuaron siendo el punto principal de compraventa en el mercado interior navarro, como los fueron las suyas respectivas en las demás provincias de España. De todas formas, en las últimas décadas del siglo XIX, la multiplicación de establecimientos de precio fijo, muy especializados, y de almacenes anunció la imposición de un nuevo tipo de comercio -como sucedió en toda Europa-; nuevo tipo que, sin embargo, no terminó de arrumbar aquellas antiguas concentraciones anuales y semanales -sin acabar con ellas pero aminorando su importancia hasta convertirles en poco más que una reliquia sino bastante después de la guerra de 1931-1936. (Comercio interior*).
Situación actual
Existen en Navarra una serie de ferias y mercados que han logrado superar el proceso de adaptación de la economía tradicional de tipo agropecuario a la industrial y de servicios. Transformadas por las exigencias de los tiempos, prestan utilidad a los consumidores de la sociedad actual.
Si bien es cierto que el proceso económico social ha llevado a la extinción de prácticas muy arraigadas, como la transacción de cerdos en los mercados de Estella e Irurzun (este último sustituía al que tradicionalmente se celebraba en Santiago de Ichasperri) ciertos mercados o mercadillos han adquirido gran auge, destacando el de Alsasua y el ya citado de Estella, cada uno con sus características.
Para muchas poblaciones de Navarra, el “rastro” o “mercadillo” dominical del pamplonés barrio de la Chantrea señala la pauta comercial de la ya mediada década de los ochenta. Los productos que se venden coinciden después en muchos pueblos de la Ribera y Zona Media. Se trata fundamentalmente de comestibles, frutas y verdura en particular, ropa, calzado, artesanía, flores y plantas.
Fuera del tipismo de la ciudad-mercado por antonomasia que es Estella, con su cita semanal de los jueves en las Plazas de los Fueros y Santiago, la mayor concentración de compraventa se da en el mercado pamplonés de Santo Domingo. A los diversos puestos de carnicerías, charcuterías, pescaderías, tocinerías, bacaladerías, lecherías, triperías, verdulerías, conserverías, hueverías, pollerías y un sinfín de cacharrerías, se añaden los sábados por la mañana las ventas de corderos, conejos y aves de la cuenca. Los productos de temporada, sean caracoles, setas, pacharanes o madrillas tampoco estarán ausentes. El mercado viejo de Santo Domingo mantiene el ambiente vivo y palpitante, de trato social e intercambio comercial, que ha sido el mercado. El Mercado Nuevo, de características similares al anterior fue remozado y mantiene también la estructura típica de los mercados de puesto. Últimamente van surgiendo otros como el de Ermitagaña que pretenden acercar este sistema de ventas a los barrios.
Las Ferias de Ganado, tan importantes en otros tiempos han sufrido un fuerte retroceso a una con la práctica desaparición de los ganados de labor, aunque todavía revistan cierta importancia las transacciones de yeguas “potokas” en el Norte de Navarra, singularmente en Burguete. Tienen el apoyo de la Administración Foral que incentiva la selección de especies animales mediante concursos de lanado celebrados a una con las ferias.
La venta de quesos, de artesanías varias, de plantas y flores, pero sobre todo de maquinaria agrícola han salvado estas concentraciones, coincidentes muchas veces con las fiestas locales, sus competiciones deportivas y pasacalles. No cabe duda que el futuro de las mismas depende de su especialización. Buena prueba de ello es la Feria de Tafalla, que de ser fundamentalmente pecuaria, se dedica hoy a la exposición y venta de maquinaria agrícola.
El comercio minorista, tan extendido en Navarra, ofrece al visitante productos típicos. Naturalmente, en una región de tan gran tradición gastronómica este comercio se orienta en buena medida al campo de la alimentación.
Navarra es en primer lugar tierra de quesos. Su gran variedad es apenas conocida. Se pueden localizar ocho zonas distintas que generan usos y costumbres heterogéneas y quesos con empaque, sabor y olor diferentes.
Roncal.
Tudela-Ribera Baja (muy influida por los gustos roncaleses dada la trashumancia de ganado ovino).
Andía-Urbasa.
Aralar (compiten el queso de borda con el “gaztazarra” elaborado en el puchero casero y el tipo ahumado de Idiazábal).
Regata del Bidasoa-Bertizarana-Baztán.
Basaburúa Mayor-Leiza.
Orbara-Orbaiceta-Valcarlos (coinciden casi por completo con los del Valle de Aezcoa).
Larraun-Ulzama-Lanz. Egozcue.
Los quesos tienen en Navarra dos complementos: la repostería y el vino. Los postres se basan sobre todo en la leche y sus derivados por una parte -cuajada, requesón y el queso ya mencionado y la manteca de cerdo por otro, tortas de txantxigorri.
Se pueden destacar el arroz con leche, la leche frita, los canutillos, las coronillas, y todo aquello relacionado con la repostería, la confitería. bombonería, chocolatería, etc. de gran calidad.
Navarra es por supuesto tierra de buen vino. Es un sector que recibe un impulso definitivo para su modernización, comercialización, calidades, etc. Son vinos de calidad que pueden comprarse embotellados o también a granel en las bodegas cooperativas de los pueblos.
No es menor la importancia de la producción de verduras, hortalizas y frutas destinadas en gran medida a una pujante y significada industria conservera, mayormente concentrada en las riberas del Ebro.
Los pimientos de Lodosa o Mendavia, las alcachofas, borrajas, cardos, etc. de la Mejana tudelana, los espárragos de Allo o Andosilla, las borrajas de la Magdalena de Pamplona, las lechugas y pochas de Sangüesa, los melocotones de San Adrián o Azagra y las cerezas de Milagro compiten en calidad entre las mejores.
Otros sectores de la alimentación con gran tradición comercial son los embutidos y licores.