VINO
VINO
Los viñedos del Ebro Superior, una de las más importantes zonas de vinos de mesa de España, se extiende sobre más de 75.000 hectáreas en las tres provincias de Navarra, Logroño y Álava. El viñedo navarro que en 1960 era el más extenso con 39.170 Ha, ocupaba en 1986 un total de 30.656 Ha, por lo que se situaba en el 13er lugar dentro de las provincias españolas con viticultura. La viña se extiende sobre 41.421 parcelas -con una media de 57 áreas-, que suponen el 10% de las tierras cultivadas y es sin lugar a duda el segundo cultivo después de los cereales, que cubren dos tercios de la superficie agrícola. En 1.197 Ha la viña va asociada con el olivar y en 552 Ha con otras especies arbóreas.
En 1987, la extensión cultivada era de 16.323 Ha de secano y 3.961 de regadío lo que suponía un total de 20.284 Ha. El rendimiento por Ha era de 2.861 kg en secano y 15.305 Tm en regadío, lo que suponía 62.013 Tm en la región.
La riqueza que genera la vid, cultivada en diferentes situaciones dentro del marco provincial, es muy grande, siendo especialmente importante su interés económico y social, desde la latitud aproximada de Pamplona hasta la Ribera del Ebro, traspasando este río por la cuenca del Alhama. La destacada calidad de las producciones da lugar a que se incluyan en Navarra dos Denominaciones de Origen, la más extensa creada en 1958 con su propio nombre (26.598 Ha), la de menor superficie (2952 Ha) incluida a partir de 1945 en la Denominación de Origen Rioja, con los términos municipales de Andosilla, Azagra, Mendavia, San Adrián, Sartaguda y Viana, quedando fuera de las mismas un 3,6% del viñedo provincial, que tiende a desaparecer.
Los orígenes de nuestra viticultura son antiguos. Por hallazgos arqueológicos que datan de la época romana, se sabe que en Navarra se cultivaba la vid. El descubrimiento de una villa romana del siglo IV en Liédena, frente a la foz de Lumbier, en la que se hallaron las instalaciones completas de vinificación: el hallazgo de una ánfora de fabricación local en Cascante, que data del primer siglo a. de J. C., así como la bodega descubierta en Funes, con una superficie excavada de 700 m2, o las dos encontradas en Falces parecen demostrar que en la época romana hubo un verdadero comercio de vino, dada la proximidad del Ebro, entonces navegable, y por el que se exportaban algunos productos agrícolas, como cereales y vino.
En la Edad Media el viñedo navarro sobrepasaba su área actual. Hay que tener presente que la especialización de los cultivos estaba en relación directa con la ocupación definitiva de la península, ya que la intensificación del comercio tanto interregional como internacional fue un fenómeno que se produjo mediado el siglo XIII, lo que permitió abandonar poco a poco la antigua tendencia del autoabastecimiento. Por ello, el viñedo que por necesidad como bebida y uso litúrgico, se asomó a lugares que hoy parecen inverosímiles, como los valles pirenaicos o zona atlántica, impropios para su cultivo, de los que paulatinamente fue desapareciendo.
Durante esa época e incluso más tarde, la viticultura en esas tierras tuvo cierta importancia. En la zona atlántica, el vino al ser escasa su producción tuvo la competencia de la pomada o sidra*. En las viejas ordenanzas baztanesas se habla del precio de venta del “quartón de vino y sidra”, más caro por cierto el de esta última, lo que hace presumir la baja calidad del vino baztanés. Dentro de la toponimia menor de las Cinco Villas, se detecta la existencia de topónimos que demuestran la existencia de viñas, aunque su producción parece ser corta, dado que ya en 1359 los habitantes de las tierras de Lesaca y Vera, pasaban el pan, el vino y cebada por el puente de Santesteban sin pagar peaje.
En un breve recorrido por tierras y valles que se adentran hacia el norte, se observa que mantenían a duras penas viñas que son normalmente castigadas por hielos y granizadas, sus mayores enemigos.
Acedo y Lapoblación tenían viñas en carasoles, al resguardo del cierzo, que justamente producían para el consumo de tres o cuatro meses. En la Améscoa, Baquedano obtenía poca cantidad, mientras que en Gollano satisfacían la mitad del consumo. En 1427, Grocin, cuyo diezmo suponía antaño cien cargas de uva, bajó a menos de veinte, lo que le puso en difícil situación dado que vivía de sus viñas, como Bearin o Abárzuza, donde la tierra, mediocre para el cereal, poseía buenos viñedos. En el valle de Guesálaz, Salinas de Oro se defendía con la sal, pero Vidaurre, Guembe, Arguiñano, Viguria, Muez y Garínoain vivían de sus viñas, vendiendo parte de su vino a los pequeños pueblos del valle de Goñi, cuya altitud no permite la viticultura. Alguno de sus vecinos, como otros Muniáin de Guesálaz, tenían sus viñas en el inmediato valle de Echauri, de donde subían la uva para vinificarla. Todos los pueblecitos de la Cuenca pamplonesa poseían viñas y la mayor parte de ellas producían vino suficiente para abastecer su propio consumo. En las diferentes cendeas de la Cuenca pamplonesa, el viñedo constituía uno de los elementos básicos de la economía rural. En las Cortes de 1596 cuando las cendeas reclamaron la derogación de la Ley de 1593 que les obligaba a pedir autorización para toda plantación nueva, manifestaban que: “La labranza en esta Cuenca no se puede continuar, si no es teniendo provisión de viñas y en esta Cuenca la principal granjería es ésta”, dado que se trabajaba en ella en épocas de poca actividad y ocupaba tierras improductivas. En el año 1601 la viña se extendía sobre 1.460 Ha que fueron reduciendo paulatinamente hasta llegar a 828 Ha a principios de siglo.
La cendea de Iza llegó a tener 154 Ha, siendo cultivo fundamental en Zuasti y Aldaba. Igual sucedía en la de Olza, donde la viña representaba el 34,5% del valor de los bienes agrícolas. En la cendea de Galar el índice era más bajo: el 27%. En el valle de Aranguren la proporción resultaba mayor, dado que se llegaba a una hectárea por propietario, ya que aunque Tajonar y Labiano tenían poca viña, los habitantes de Aranguren, Laquidáin e Ilundáin eran menos numerosos. En la cendea de Cizur, los cereales suponían igual que la viña, aunque en Sagüés y Gazólaz, esta última tuviese más intensidad. En Arraiza, entonces unida a la de Cizur, la viña ocupaba el primer lugar con el 50%. Enfrente, al abrigo de Sarbil, Ciriza, Echarri, Echauri y Vidaurreta eran fundamentalmente vitivinícolas, con una media de dos hectáreas por familia. Ansoáin, Elcarte y Añézcar poseían grandes viñas, parte de las cuales eran propiedad de “extranjeros” del pueblo, sobre todo el valle de Atez, ya que además de ser tierra propicia a ello, el vino tenía fácil salida hacia la Montaña.
En Huarte-Pamplona, 45 familias cultivaban algunas tierras sueltas y algo de huerta y fundamentalmente viña con 173 Ha, lo que suponía el primer lugar con casi dos tercios de la riqueza agrícola. A principios del XIX en cambio, su superficie era solamente de 73 Ha. Villava dedicaba casi la totalidad de su término municipal a la viña, que representaba el 90% de los bienes agrícolas, aunque la situación de los viticultores resultaba menos próspera que en Huarte, dado que muchos decían entregar un censo a diversos monasterios, en particular a Roncesvalles.
En 1427, la mayor parte de los 640 fuegos de Pamplona vivían de la viña, ya que su actividad comercial era pequeña. La viña penetró en los valles montañosos, como en el de Ollo, donde llegaron a autoabastecerse. El viñedo continuó por Irurzun hasta llegar a Irañeta y Huarte-Araquil, donde la recolección era incierta debido a las heladas tardías. Por ello el infante Luis les dispensó ya en 1361 de impuestos.
El valle de Gulina cosechaba la mitad de su consumo, mientras que en el de Odieta lo hacían para tres meses, como los de Juslapeña y Anué. En los valles de Atez y Ulzama ya no se daba la vid. En el de Esteríbar, las últimas viñas fueron las de Urdániz y Esquíroz. En el valle de Linzoain, al norte de Urroz, las once familias de Redín cultivaban 284 peonadas de viña, lo mismo que sus vecinos de Beortegui. En el de Arce su límite es difícil de precisar, ya que mientras en Gorraiz e Imízcoz no las hubo, sí existieron en Saragüeta e incluso en Arrieta. Como en otras zonas de Navarra, los habitantes de la zona montañosa del valle tenían sus viñas en la parte meridional del mismo, como en Artozqui y Nagore, o incluso en valles inmediatos. En cambio, la viña se extendía por todo el Valle de Lónguida y alrededores de Aoiz. La viña subía hasta el fondo del Valle de Urraúl Alto, que se mantenía en Elcoaz, Ayechu, Ozcoidi, Irurozqui y Zabalza, hasta finales del siglo XVIII y también penetró profundamente en los valles de Salazar y Roncal. En el de Salazar, Iciz y Uscarrés llegaron a vender algo de excedente, Güesa lo producía para diez meses y Gallués para seis. En estos pueblos el viñedo representaba un 20% de los bienes agrícolas. Más arriba, Ibilcieta y Sarries marcaban el límite septentrional del viñedo en el siglo XV, aunque se tienen noticias de que en el siglo XI llegaba hasta Jaurrieta. Ochagavía capital del valle, quedaba fuera de la zona vitícola, pero en el siglo XIV alguno de sus vecinos poseían viñas más al sur, en Ustés, que justamente procuraban un tres por ciento de su consumo. En el valle del Roncal sólo Burgui tenía algunas pocas, que producían un vino de mala calidad, que se consumía en apenas un mes. El poco vino que bebía el valle, lo tenían que traer de Sangüesa.
La mayor parte de los centros urbanos estuvieron rodeados en la Edad Media de un auténtico cinturón de viñedos, ya que frecuentemente el cultivo de la vid, además de abastecer el consumo, era fuente complementaria, importante para los pequeños comerciantes y artesanos. Además, los burgueses consideraban que cosechar vino era a la vez de una actividad digna, una especulación lucrativa. Por ello no es de extrañar que los municipios protegieran el equilibrio precario de su pequeña sociedad, impidiendo la introducción de uva o del vino ya elaborado, procedentes de tierras foráneas. Este proteccionismo local jugó un papel capital en el mantenimiento de la viticultura en zonas poco favorecidas. Cuando el viñedo resultó insuficiente para satisfacer todo el consumo, la prohibición estaba limitada al período necesario de la venta de la producción local.
Por ello, los habitantes de Pamplona no podían introducir en la ciudad más que el vino procedente de sus propiedades o de las viñas alquiladas que estuvieran situadas a menos de tres leguas de la ciudad. Los que compraban uvas para su consumo personal o para revenderlas, no lo podían hacer más que a los habitantes de la ciudad que tuviesen propiedades en Pamplona y en un cierto número de pueblos vecinos, cuya lista estaba cuidadosamente detallada. Según la reglamentación establecida por Carlos II, los viticultores de estos pueblos, si tenían necesidad, únicamente podían vender la tercera parte de su cosecha de uva, al precio fijado por una comisión. El que no vendiera a dicho precio perdía el citado tercio. En caso de falta de vino, la administración municipal podía sin embargo, autorizar importaciones, pero siempre durante un tiempo limitado.
Los poderosos señores, eclesiásticos y burgueses, no aceptaron fácilmente las medidas de prohibición acordadas por los municipios y confirmados por el gobernador real. Así trataron de obtener la abolición de estos privilegios que llegaron a provocar en la Edad Media, grandes tensiones con la administración municipal. Las instituciones religiosas como el cabildo catedralicio, conventos y monasterios señalaban la dispersión de sus propiedades y los censos que ellos cobraban, para reclamar con vigor y generalmente obtener el derecho de abastecerse del vino procedente de sus alejadas viñas. El infante Luis, hermano de Carlos II, obligó por ello al municipio tudelano a dejar tanto al obispo de Tarazona como a otros funcionarios reales entrar el vino necesario para el consumo de su casa. En 1365 Juan Cruzat, deán de Tudela y consejero real, recibió la autorización de llevar a Pamplona desde San Martín de Unx el vino necesario para su consumo. Más tarde, en 1387, una nueva ordenanza autorizó a los eclesiásticos a introducir el vino procedente de sus propiedades y beneficios. Leonor permitió al obispo, cuando residía en Pamplona, introducir cada semana dos cargas de vino, bajo control municipal.
En 1520 la municipalidad pamplonesa delimitó cuidadosamente “de lo que se entiende su cocinado”, en el que fueron englobados los pueblos de Aizoáin, Orcoyen, Arazuri, Eulza, Cizur Mayor, Cizur Menor, Esparza, Cordovilla, Mutilva, Sarriguren, Eliçamendieta, Olaz, Villava, Burlada hasta los puentes de la Trinidad y San Andrés, Ansoáin, Artica y Berriozar. Pero el vino que producía Pamplona y su Cuenca era un chacolí que no gustaba tampoco a los militares. Por ello, en 1537 autorizó el virrey la entrada de 2.500 cántaros de vino para la provisión del castillo y en 1552 se organizó la “taberna de la gente de guerra”. El vino destinado a ella debía entrar por la Puerta de San Nicolás y no podía ser vendido más que a militares. En la ciudadela construida cerca de la ciudad los militares abrieron una segunda taberna. En 1575 los viticultores pamploneses solicitaron un control para que dichas tabernas no les causaran más perjuicios. Unos años más tarde, los obreros que trabajaban en las fortificaciones de la ciudadela se beneficiaron también del privilegio. El enorme consumo de las gentes de guerra obligó al virrey a fijar su cupo diario de 12 cargas de vino no procedente de los alrededores de Pamplona, sino del sur del Perdón.
El asombroso incremento del viñedo a costa de la superficie triguera es una característica importante de la evolución agrícola de los siglos XVI y XVII. Las ventajas de la sustitución eran evidentes: el viñedo, además de productivo, resultaba más seguro, daba cosecha todos los años y exigía menos mano de obra. La demanda casi se quintuplicó en un siglo. Hubo, sin duda, un cambio en los hábitos alimenticios, quizá producido por un aumento del nivel de vida, especialmente en las ciudades, que fueron las mayores consumidoras, pero también en el campo. Hay que tener en cuenta que la embriaguez era casi inexistente; no se consideraba al vino como vicio ni como lujo, sino como alimento productor de calorías.
En 1615 los oficiales de la guarnición obtuvieron el derecho de introducir en la ciudad para su consumo 730 cargas de vino: cada soldado podía llevarse pinta y media de vino y beber en la taberna lo que quisiera. En 1629, los miembros del ayuntamiento consideraban que ellos debían beber un vino correcto y acordaron para ellos una franquicia de 6 a 12 cargas, según sus funciones. En 1665 se creó la junta del “Privilegio del vino”, que recordaba que la viticultura era el medio de vida de los pamploneses, por lo que dos años más tarde se prohibió la entrada de los civiles en las tabernas militares, en particular a criados y criadas, tanto de eclesiásticos como de militares. En este secular tira y afloja entre la administración y privilegiados, transcurrió el XVIII, hasta que a mediados del XIX apareció una enfermedad de la vid, el oidium, que hizo disminuir notablemente las cosechas de las viñas pamplonesas, menos cuidadas que antaño por razón de las guerras carlistas. En 1886 apareció una nueva enfermedad, el mildiu, a la que se encontró remedio con el sulfatado, pero que resultó ineficaz en la Cuenca al coincidir con una serie de años lluviosos que hicieron inútil el tratamiento. Con la aparición de la filoxera a finales del XIX desapareció prácticamente la viticultura en Pamplona y su Cuenca, ya que fueron pocos los que volvieron a plantar cepas con pie americano -que tampoco evitó la baja calidad del vino- y los cereales se apoderaron de aquellas tierras que durante siglos fueron un extenso viñedo. Con ello desaparecía sin querer una larga historia en la que el vino tuvo mucha importancia y a cuyo alrededor se habían sucedido tensiones y litigios, contrabandos nocturnos, trapicheos y prebendas, que a unos permitió alimentarse saciando su sed y a otros amasar grandes fortunas.
Tradicionalmente el viñedo ha sido cultivado esencialmente por las tierras que desde Lumbier llegan hasta Uroz y valles vecinos. A principio del siglo XVII tenía una extensión tres veces mayor que la actual. Por esa época. Aoiz contaba con 94 viticultores que trabajaban 240 Ha de viña, lo que representaba el 80% de su riqueza agrícola. Claro está que la propiedad era desigual, ya que algunos de ellos practicaban el monocultivo de la vid. Al principio del XIX la viña retrocedió, ocupando sólo el 34% de la tierra cultivada, en tanto que el pueblo se fue transformando en el centro comercial de la zona, lo que ayudó a que continuara bajando lentamente hasta llegar casi a desaparecer en la década de los 70 del siglo actual. Es de señalar aquí la personalidad de la dinastía de los Zabalza, recientemente desaparecida, que supieron elaborar unos vinos de calidad: atención a su excepcional calidad, al crearse la D. de Origen, se señaló la subzona de Aoiz.
En el Valle de Lónguida, el cultivo de la viña fue muy importante y llegó a suponer más de la mitad de los bienes agrícolas. En el siglo XVII, la viña en Izagaondoa ocupó casi un tercio de las tierras, retrocediendo hasta las 45 Ha en el XIX. En Unciti sucedió lo mismo: de representar un 14% de los bienes agrícolas, disminuyó su extensión hasta llegar a las 51 Ha de extensión a final del siglo pasado, resistiendo Artaiz y otros pequeños pueblos hasta mediado el siglo actual, en que estos valles se tornaron totalmente cerealista.
La distribución del viñedo en la amplia zona que comprende la comarca “Baja Montaña” de la D. de O. -exceptuando San Martín de Unx y Ujué- ha sufrido un sensible cambio. Sangüesa fue el gran centro vinícola de la zona, en cuyo término municipal se ubicaba más de la mitad del viñedo de la misma, que duplicaba a la de hoy. A pesar de las destrucciones debidas a su situación fronteriza con Aragón, ya en 1366 tenía 444 vecinos y siempre fue centro comercial, que encontraba fácil salida a sus vinos en los valles de Salazar y Roncal e incluso en los aragoneses de Hecho y Ansó. En 1607 la viña cubría 725 Ha de sus términos, que suponía el 75% de su riqueza agrícola, para llegar a principios del XIX a cubrir la mitad de su término. En las mismas fechas, Lumbier tenía 256 Ha de viña, cifra superior a la de hoy en día, y en Liédena el monasterio de Leire tenía en el siglo XVII una granja que contabilizaba 700 peonadas de vid. En el valle de Aibar la viticultura representaba entre una cuarta y tercera parte de los recursos agrícolas de cada pueblo, a excepción de Aibar en el que suponía el 40%, por razón de su proximidad con Sangüesa. A comienzos del siglo XIX la viña estaba en franca regresión, dado que su extensión se cuantificaba en un 5% en Leache, un 7% en Cáseda, Gallipienzo y Lerga, un 12% en Eslava y un 15% en Sada de Sangüés. En cambio en 1989 era una de las zonas más importantes de Navarra, con vinos muy finos, especialmente el rosado, y con fama de saber trabajar la viña como en pocos sitios y su cultivo abarca en los pueblos citados 1.897 Ha. Ujué siempre tuvo un término municipal extenso. De economía cerrada, ha sido fundamentalmente cerealista y el cultivo de la viña tuvo poca importancia en la Edad Media, época en la que apenas aparece citada en su término. En 1602 la viticultura seguía estancada y representaba el 15% de los bienes raíces del pueblo, siendo una fuente de ingresos complementarios. Aunque en el siglo XIX su población aumentó y a consecuencia de la guerra de Independencia se roturaron cinco montes, su producción vitícola siguió siendo poco importante. En San Martín de Unx la viña ocupó en esas épocas una posición análoga a la de Ujué, ya que en el siglo XVII suponía un 14% de su riqueza, a pesar de que sus vinos, por su excelente calidad, fueron siempre muy apreciados, principalmente por la gente de la Montaña. En 1989 en cambio, su superficie era de 957 Ha.
Puente la Reina se fundó en el siglo XI y Alfonso el Batallador, queriéndose atraer nuevas poblaciones, concedió a sus habitantes las tierras yermas donde quisieran y en un radio de una jornada de camino. Ha sido siempre punto importante dentro del Camino de Santiago. A finales del siglo XII estaba ya rodeada de viñas y en el XV tenía excedentes de vino aunque no producía ni la mitad del cereal que consumía. El rey poseía allí importantes viñedos que surtían de caldos las residencias reales e incluso se llevaban uvas para vinificarlas en su castillo de Tiebas. A principios del siglo XVII, Puente la Reina era el mayor centro vinícola de Navarra. La viña cubría 1.115 Ha, más del doble que hoy en día, que supuso el 82% de su riqueza total. Se puede decir que la viña fue un monocultivo y que 101 cabezas de familia sobre las 319 no tenían otra fuente de ingresos. Fuera de la viña, sólo 359 Ha, repartidas entre 69 labradores, suponían las huertas y olivares. Esta especulación continuó hasta principios del siglo XIX. Su vino ha gozado de buen nombre desde el siglo XVI y se vendía a la Montaña y provincias vascas. Al amparo de su gran producción, en el siglo XVIII se montó una fábrica de aguardiente. En la primera mitad del siglo XIX la superproducción provocó tal baja de precios, que el cántaro se pagó a real en 1833. La razón de esta crisis fue las nuevas plantaciones y los impuestos con los que gravaron el vino las regiones consumidoras.
Si Puente la Reina era más vinícola que hoy en día, los valles que se encontraban al O no tenían una especialización tan marcada como ahora. Mañeru se enriqueció rápidamente gracias al vino. Al principio del siglo XVII, los 90 fuegos de Mañeru cultivaban 111 Ha de viña, lo que representaba el 43% del valor. Más allá Cirauqui poseía 144 Ha de viña, pero la media por propietario era menor que en Mañeru. Dos siglos más tarde la viña ocupaba 970 Ha en Valdemañeru, casi tanto como los cereales. En el siglo XVIII, de las 445 familias del valle, cerca de 350 vivían fundamentalmente del vino.
Al Este de Puente la Reina sucedió lo mismo: en 1607 en Valdizarbe la viña ocupaba solamente 763 Ha, al tener pocos habitantes en esa época. La importancia de la viña decreció a medida que nos alejamos de Puente. En Obanos y Legarda suponía el 42 y 40% del valor de los bienes agrícolas y podía considerarse en igualdad con los cereales, ya que el trigo se cultivaba año y vez. El valor de la viña disminuyó en Úcar y la preponderancia del trigo se afirmó en Biurrun, donde la viña no suponía más allá del 17% de los recursos agrícolas. En la Valdorba, que a comienzos del siglo XVII tenía 430 robadas de viña, bajó a 269 Ha a principios del siglo XIX, llegando hoy en día a las 411 Ha.
En el centro de Tierra Estella hace cambiar la opinión que de los navarros tenía Aimeric Picaud* quien en su Codex Calixtinus alaba sus productos y dice que su vino es excelente. Como en otras poblaciones, el ayuntamiento, para defender a sus vecinos, prohibió ya en 1342 la entrada de vino o uva de fuera del término municipal. Se sabe que ya en el siglo XV estaba rodeada de viñas y que en el XVIII su producción era de 100.000 cántaros, cantidad que, si bien puede parecer excesiva, no lo era, dado que, al igual que sucedía en Pamplona, los estelleses poseían viñas en los pueblos vecinos. Parece ser que su calidad no era óptima, ya que tanto las Ordenanzas de 1785 como las de 1814 le protegían y señalaban días, horas y puertas de entrada, a la vez que se encomendaba a una junta el control de las tabernas, especialmente necesaria en esta ciudad, ya que a diferencia de la capital del reino, no se encontraba amurallada.
Los valles que rodean a Estella tuvieron un viñedo que permitió, tras satisfacer el consumo local, vender vino a las tierras montañesas de Álava y Guipúzcoa. Los valles de Guesálaz y Yerri, de los que se ha hablado anteriormente, tuvieron cierta importancia vitícola. La riqueza del primero se centraba en los cereales, en la viña (441 Ha en 1600) y la ganadería. En Yerri el viñedo suponía un tercio de bienes y en algunos pueblos llegaba a la mitad. Abárzuza llegó a tener 120 Ha de viña, en tanto que el monasterio de Iranzu poseía en el siglo XVI once, llegando a elaborar 3.000 cántaros de vino blanco y 2.000 en Alloz. Los pueblos cercanos a la sierra no tenían viña, pero sí en la parte baja del valle como Azcona, Arizala, Riezu y Ciriza, siendo los principales centros vitícolas Ugar, Villanueva y Murillo. Su producción en el siglo XVIII era de 1.050 Ha y en el XIX aún se vendía vino. En 1988 quedaban 161 Ha, habiendo desaparecido por completo las de Guesálaz, hoy totalmente cerealista.
Al sur se encuentra Viana, que fue un gran centro vitivinícola. Su vino ha sido siempre de calidad y ya en 1363 el Hostal del Rey de Tudela se surtía de él. La posición de Viana, baluarte navarro en la frontera castellana, originó problemas al intentar vender vino a Logroño y en 1427 los cosecheros vianeses debieron abonar fuertes sumas a diversos señores castellanos que impedían su venta, porque su vino, como señalaba Cock* en 1592 “es bueno y barato”, a lo que añadía que “la bodega de Viana puede proveer a todo el Reino de Navarra”. A finales del XVIII el vino dejó de ser la principal riqueza, aunque su superficie no varió, debido a la expansión del cereal que ocupaba 2.000 Ha.
Cerca, Los Arcos y su partido, Sansol, Torres del Río, El Busto y Armañanzas, que fueron dependientes de Castilla desde 1463 a 1753, tuvieron un importante viñedo, ya que, aprovechando las prohibiciones de nuevas plantaciones dadas por el Consejo del Reino de Navarra, extendieron las suyas y gozaron de un buen mercado.
La de los valles de la Solana, a pesar de tener un clima favorable, siempre fue zona poco vitícola. Aunque en Morentin y Villatuerta haya llegado a suponer un tercio de su riqueza agrícola, en el resto apenas llegaba al 15%, ya que sus campos han sido fundamentalmente cerealistas, con olivos y ganado lanar. A comienzos del XIX la viña prosperó aunque moderadamente respecto al siglo XVII. Luego hubo una regresión a la que se debe que en la actualidad no llegue al 7% la superficie ocupada por la viña, del total de la de los nueve pueblos en que se da la vid, de los 17 que tienen ambos valles.
Allo y Dicastillo constituyen la transición entre Tierra Estella y la Ribera. El primero llegó casi a duplicar sus viñas a principios del XIX, gracias a sus plantaciones en comunales, que ocuparon el 15% de la extensión del municipio, llegando en 1988 al 9,6%. En Dicastillo, aunque a mediados del siglo XIX se llegaron a exportar más de 1.400 Hl al año, la viña ha tenido siempre mucha menos importancia que los cereales, e incluso el olivar, ocupando hoy en día el 14,6% del término municipal.
Al oeste de Estella la viña perdió importancia pronto. Los valles de Allín, Lana y la Berrueza, tuvieron viñas que no llegaron a abastecer su consumo, pero la calidad mediocre de sus vinos supuso su lenta desaparición.
La comarca de Olite es una zona de transición y una de las más vitícolas de Navarra. Su castillo existía antes de 1274 y en él se celebraron Cortes y aunque durante los siglos XIII y XIV los reyes lo frecuentaron, hasta el principio del XV la corte no se instaló allí asiduamente, alcanzando entonces su máximo esplendor. Los soberanos se interesaron por la viticultura y en las cuencas de Olite, tantas veces citadas por Idoate, se hizo mención de la Serna, donde existía una gran viña real, trabajada por labradores no sólo de Olite, sino también de Ujué y San Martín de Unx. Teobaldo I introdujo nuevas técnicas que mejoraron la calidad y se consumía el verjus, que no era un vino más o menos espumoso, como ahora se dice, sino una simple bebida refrescante hecha con racimos de uvas agraces. La casa de Champaña tuvo mucha influencia y de esta época datan los documentos que hablan por primera vez del trasiego y envejecimiento del vino. El otro centro que ocupó un lugar destacado en la Edad Media fue Tafalla, en la cuenca del Cidacos, cuyas riberas fueron en 1102 convertidas en regadío por el rey Pedro I y que alcanzaba los términos de Tafalla, Olite, el actual Leire y Caparroso. En 1245 el rey Teobaldo dejó a los labradores tafalleses todas las tierras, viñas y huertas que poseía, contra el pago de 1.400 sueldos por año. A la muerte de la esposa del Príncipe de Viana, la corte se trasladó a Sangüesa, comenzando la decadencia de Olite, cuya población se redujo a la tercera parte. A principios del siglo XVII la mayor parte de los vecinos de Olite y Tafalla poseían alrededor de una hectárea de viña y ya en el XVIII Olite producía 28.250 Hl. La viña se duplicó dos siglos más tarde, a una con la expansión del viñedo y la venta de parcelas comunales en esta localidad.
El vino de Artajona, fundamentalmente su clarete, siempre tuvo fama y mercado, sobre todo en Pamplona y Montaña. Su campo se repartía entre cereales y viñedo, ya que el en otro tiempo importante olivar sufrió una enfermedad a finales del siglo XVIII que lo arruinó. La producción de vino se elevó a 13.750 Hl en el siglo XVIII y a 35.300 Hl a mediados del XIX. Para facilitar la salida del vino hacia Pamplona y zona montañosa, financió una carretera que por Muruarte de Reta, confluía al camino de la capital del Reino, acortando la distancia en 8 kilómetros.
En Larraga, considerada como uno de los graneros de Navarra, la viña siempre fue fuente de ingresos secundarios y aunque, a finales del siglo XVII, produjo 7.000 Hl, su término fue fundamentalmente cerealista, como sucedió en Miranda de Arga, donde el viñedo sufrió el estancamiento reflejado en la población del pueblo, cuyo número no varió desde el siglo XVI al XIX. En ambos pueblos la viña no supone actualmente más del 4,4% de su extensión. Las tierras de Berbinzana no han tenido gran valor para la viticultura. Sólo unos cuantos terratenientes llegaron a tener viñas en el regadío, lo que suponía la mayor riqueza detrás de los cereales y antes que el olivar, porque los viñedos plantados en los comunales producían vino de escasa calidad. En 1988 su extensión suponía el 6,5% de la total. Finalmente Pitillas y Beire, tuvieron un viñedo con una evolución comparable a estos últimos.
El mayor centro vitícola del O de la Ribera Alta es sin duda Lerín, al que sigue en importancia Cárcar y luego Lodosa y Sesma, cuya actual producción es prácticamente la misma. A estos municipios habría que añadir los de Andosilla, Azagra, Mendavia, San Adrián, Sartaguda y Viana, comprendidos actualmente en la D. de O. Rioja. En la Edad Media tanto las viñas de Lerín como las de Cárcar estaban situadas en las tierras bajas de regadío. Lerín tenía 331 Ha de viña en el siglo XVII, tantas como familias, y algunas de ellas estaban asociadas con el olivar, representando entonces el 30% de los bienes del pueblo. A finales del siglo XVIII producía 6.200 Hl de vino y al llegar al XIX había duplicado su cultivo, aproximándose a 700 el número de hectáreas. Llegó a tener una fábrica de aguardiente con cuatro alambiques, cuya producción exportaba a América.
Los vinos de Cárcar han gozado siempre de prestigio gracias a que, a pesar de su grado, son suaves y aromáticos. La progresión de su viñedo ha sido moderada y ascendiente, pues en el siglo XVII ocupaba 150 Ha en regadío, progresó a principios del siglo pasado, para llegar en 1988 a las 330 Ha. Hay que señalar que dado que Sesma es tierra poco favorable para la viticultura y sus caldos mediocres, sus vecinos, como en tantos casos en Navarra, poseían viñas en Cárcar y sobre todo en Lerín, donde la calidad es muy superior; Lodosa, vitícola desde el siglo XVII, creyó siempre en el viñedo como fuente lucrativa, por lo que llegó a duplicar la extensión de su vid.
La subcomarca de Marcilla es una zona media entre la de Olite y la Ribera Baja, comprendida entre el Aragón y el Arga. Tradicionalmente ha sido zona cerealista y desde el siglo XVII al XIX el viñedo tuvo más importancia que en la actualidad en su economía, que se complementaba con el olivo y la huerta. En los pueblos pertenecientes a ambas márgenes del Aragón, la viticultura ha tenido menos importancia que en los pertenecientes al Arga, con la excepción de Carcastillo, por razón del monasterio de La Oliva, que ya en el siglo XVII contaba con 54 Ha de viña. En estos municipios su valor suponía justamente un 6% de la riqueza agrícola. Por esta época el término de Marcilla tenía la tercera parte de la extensión actual de viña, que no es grande. En la cuenca del Arga, desde Mendigorría, ahora en la comarca de Valdizarbe, hasta Villafranca la viticultura ha tenido mucha importancia. En Peralta, la viña, asociada o no al olivar, tuvo un gran esplendor a lo largo de casi tres siglos, con famoso vino rancio, calidad que también se obtenía en Falces y Villafranca. En esa época y en estos términos, su riqueza se calculaba en un 35%, que llegaba casi hasta el 50% en Villafranca, dado que gran parte del regadío estaba ocupado por ellas. A finales del siglo XIX, la extensión del viñedo, como en casi toda Navarra, bajó notablemente, suponiendo en la actualidad un 4,20% del total y el 38% del viñedo de la comarca, del que 3/5 partes se hallaban en la cuenca inferior del Arga y el resto en la del Aragón.
La diversificación de la base étnica y religiosa de la población del reino de Navarra es el resultado de la incorporación de nuevos territorios poblados por musulmanes y judíos, así como de la política de atracción de gentes extrapeninsulares, sobre todo francas, emprendida por los monarcas navarros desde comienzos del siglo XI. La consecuencia de todo ello fue la coexistencia de gentes de tres religiones y de procedencias diversas que vinieron a añadirse a los ya pobladores naturales. Los judíos, que a raíz de la conquista musulmana habían permanecido en su mayoría en tierras del Al-Andalus, comenzaron a pasar a territorio cristiano a medida que crecían las posibilidades económicas de los núcleos del norte. Entre ellos se encontraba Tudela y su Ribera, cuyo viñedo constituía una de las más importantes zonas vitivinícolas de Navarra, y que tras cuatro siglos de conquista e influencia árabe, fue trabajado con unas técnicas especiales, tanto por mudéjares como por cristianos y judíos. En aquel entonces los judíos surtían la aljama tudelana, cuya comunidad velaba por la pureza del vino casher, llamado judienco. En 1365 consiguieron de Carlos II licencia para elaborar su vino, de forma distinta a la señalada por las ordenanzas cristianas, por razón de que ellos “no beben del vino de los cristianos, ni los cristianos del suyo”. Por esta misma razón, pudieron los judíos hacer su vino en Pamplona, pero el municipio prohibió venderlo. Ya en el siglo XVI la viña cubría vastas extensiones en la Navarra meridional, y Tudela, centro comercial activo de 1.797 fuegos en 1556, debía una buena parte de su prestigio a su aceite y a su vino, que interesa principalmente a los castellanos de Soria. La producción local estaba cuidadosamente protegida de vinos de otros municipios, cuya introducción se limitaba al diezmo eclesiástico y a las necesidades personales de los conventos de la ciudad.
No existe ninguna indicación precisa acerca de la extensión del viñedo de Tudela antes del final del siglo XVIII; un estudio realizado en 1802 estima en 14.500 el número de robadas existentes, situándose la producción en 67.000 cántaros. Lo cierto es el que el viñedo inició su decadencia, que continuó en la primera mitad del siglo XIX.
Mientras tanto, en los pueblos del bajo Valle del Alhama no cesaron de plantar nuevas viñas. Al principio del XVII, Fitero no tenía más que 120 Ha y Cintruénigo, aldea entonces poco importante, contaba con 185. El gran centro era Corella, donde la viña cubría 420 Ha, que representaba casi el 40% de su riqueza agrícola. Debido a la prohibición de plantar cepas en los regadíos desde el siglo XVI, el viñedo comenzó a ocupar poco a poco los vastos montes de Cierzo que separan el Alhama de Tudela.
A comienzos del siglo XIX, Corella producía una media de 11.500 Hl, a los que había que añadir una importante cantidad de aguardiente. Mientras tanto, Cintruénigo aumentaba ligeramente su viñedo, mientras que Fitero se inclinaba por el olivo, pues producía un excelente aceite.
Al otro lado de los montes de Cierzo, otros pueblos extendieron plantaciones. Cerca de Tudela, Murchante a principios del siglo XVII sólo poseía 22 Ha y más al sur, Ablitas y Cascante tenían una extensión de 96 y 120 Ha respectivamente. Dos siglos más tarde Ablitas era un gran centro vinícola con alrededor de 400 Ha y una producción de casi 3.000 Hl. Por su parte Barillas, Tudela y Monteagudo dedicaban tan sólo unas pocas hectáreas a la viña.
En el mismo valle del Ebro, la viña tenía menos importancia que en el del Queiles y Alhama, pues Valtierra poseía 126 Ha, lo que suponía un 30% de su riqueza agrícola, en tanto que Arguedas no dedicaba más que 62 Ha, extensiones que no aumentaron en el siglo XIX, ya que las diversas tentativas de plantar viñas en las Bardenas Reales fueron impedidas por la postura del resto de congozantes.
La producción de Navarra, que no dejó de aumentar desde el siglo XV, sobrepasó en mucho el consumo de la provincia, a la vez que provocó frecuentemente el descenso de los precios de venta. Los excedentes llegaron a regalarse a medida que se acercaba la vendimia, surgiendo también la leyenda de su utilización por el mortero, con que se edifican las torres de las iglesias.
La exportación hacia países extranjeros, en particular hacia Francia, ha sido siempre limitada, aunque la libertad de comercio de vinos proclamada en Francia por Luis XVI, así como la mejora de los caminos a comienzos del siglo XIX, permitieron un crecimiento de las ventas al país vecino.
Existe igualmente constancia de una tímida exportación de caldos a Inglaterra, intensificada a finales del siglo XVII, debido fundamentalmente a la exención de derechos de importación, así como de un envío de vino tudelano a Rusia a finales del siglo XVIII, que no se repitió.
Los grandes clientes se encuentran en las provincias españolas que rodean Navarra. Una parte del vino se envía a las montañas y alta planicie de Soria, donde compite con caldos aragoneses y riojanos, en tanto que otra se dirige a Álava, donde la lucha comercial con los vinos procedentes de Rioja es muy fuerte. Sin embargo, la principal salida es a Guipúzcoa, donde el desarrollo económico y el auge demográfico provocan una demanda de vino cada vez mayor. Las salidas del vino navarro alcanzaron su apogeo a finales del siglo XVIII, con 85.000 Hl, lo que suponía el 30% del valor total de los productos exportados fuera del Reino. Estas cifras tan solo serían superadas en el siglo XIX, debido a la crisis de la viña francesa.
A esta tendencia exportadora se añadían los impedimentos a la entrada de vinos foráneos. La prohibición del vino aragonés, que data de la Edad Media, fue frecuentemente renovada, en perjuicio muchas veces de los valles de Roncal y Salazar que estaban obligados a abastecerse de vino en Sangüesa, donde aprovechándose de esta circunstancia, subían los precios abusivamente. Las medidas que se fueron arbitrando para hacer efectiva esta prohibición iban desde la obligación de que el vino en tránsito tenía restringidas las entradas y salidas a pueblos concretos, tales como Tudela y Gorriti entre otros, a la imposición de tasas, llegando incluso al reparto gratuito del vino ilegal embargado, así como a la venta en subasta de las carretas y ganado que lo transportaban.
En el siglo XVIII apareció una nueva amenaza, la de Rioja Baja. El vino castellano que entraba en Navarra atravesando el Ebro en barcas era un temible competidor debido a su bajo precio, por lo que sucesivas leyes, que en 1774 afectan también a los vinos de Los Arcos y sus cinco villas, prohibían su entrada.
Las protestas de los valles de Roncal y Salazar se repetían constantemente, llegando a querellarse en 1814 por los sucesivos precios de Sangüesa, cuyos viticultores, debido a la mala cosecha, se veían obligados a comprar vino de Aragón, con el que elaboraban una mezcla deplorable que se perdía antes de llegar al punto de destino.
El excesivo progreso del viñedo entre los siglos XVI y XVII obligaron a las Cortes de Navarra a dictar resoluciones tendentes a limitar las plantaciones, que resultaron ser poco eficaces.
Así en 1593 el Consejo Real se preocupaba por la utilización de tierras más aptas para cereales en la plantación de viñas, lo que provoca la carestía y escasez del pan. A partir de ese momento, era necesaria la autorización del Consejo para plantar nuevas viñas. Esta decisión, que se atenuará más tarde, fue constantemente burlada, sobre todo por los habitantes de la Ribera, a los que les afectaba especialmente la prohibición de no plantar viñas en tierras de regadío. La plantación se autorizaba, sin embargo, en aquellos lugares en los que, a pesar de no haber sido vitícolas, tenían una producción inferior al consumo.
Las sucesivas cortes, además de ratificar las prohibiciones anteriormente establecidas, irán agravando las multas y sanciones impuestas a los incumplidores, aunque no faltaron quienes hacían caso omiso a las leyes, utilizando todo tipo de medios.
En 1845 se denunció en Europa la presencia de un hongo parásito, el oidium, que causaba una enfermedad en las viñas. En 1849 invadió Francia y en 1850-51 penetró en España y se difundió rápidamente. Afortunadamente, en 1846, Ryle encontró en el azufre el más eficaz tratamiento contra el oidium. La crisis, que duró más de una docena de años, tuvo consecuencias graves, al reducir peligrosamente las cosechas. El empleo del citado azufre combatía la enfermedad, pero la amenaza quedaba latente, en particular en regiones con primaveras frescas y lluviosas, a la vez que encarecía la mano de obra. Los pies de garnacha eran los que mejor resistieron, por lo que numerosos agricultores plantaron nuevas viñas de esta variedad, a pesar de que el vino que producía no era fino como el de la variedad tradicional: el tempranillo.
De 1870 a 1884 la viticultura española atravesó un período de euforia, tanto por la fácil venta como por los elevados precios, que condujeron a la mayoría de los agricultores a plantar nuevas viñas. Es cuando se alcanzó el apogeo. Esta gran prosperidad se debió fundamentalmente a las masivas compras de Francia, cuyas viñas fueron diezmadas por la filoxera, ya que hasta entonces tan sólo alguna pequeña cantidad de vino navarro surtía a los bearneses.
Los franceses comenzaron a interesarse por estos vinos cuando el oidium les produjo malas cosechas y los comerciantes franceses recorrieron Rioja, donde compraron todo el vino existente, lo que hizo subir la cántara de 6 a 20 reales. El color oscuro y la espereza del vino navarro desanimó a los compradores, pero no tardaron en percatarse de que aquel vino aguantaba bien el agua y podía servirse mezclado. La ausencia de una organización comercial impidió una mayor venta de los vinos españoles, aunque se pasó de los 621.834 Hl de 1850 a los 1.661.000 Hl en 1857. Mientras tanto, y gracias al tratamiento contra el oidium, los agricultores franceses protegieron sus cosechas y las exportaciones se establecieron entre 1 y 1,2 millones de Hl.
La destrucción de la viña francesa alcanzó su cenit en 1875 y tres años más tarde se produjo una verdadera avalancha de comerciantes franceses que vinieron a España, motivo por el cual las exportaciones pasaron de 1.838.000 Hl en 1876 a 6.222.000 Hl en 1880.
Tras esta euforia, se produjo una conmoción ante la aparición de una nueva plaga, el mildiu, a la que hubo que añadir una gran crisis comercial, que provocó la caída de los precios. Esta enfermedad apareció en 1885, pero no tuvo las consecuencias del oidium, ya que al haberse dado en dos países con anterioridad, se conocían los tratamientos, que la combatían a base de sulfatos, cuando invadió nuestros viñedos. A pesar de ello, Navarra en la segunda década del siglo actual, tuvo que sufrir prácticamente un lustro seguido de primaveras muy lluviosas, que hacían inútil el tratamiento, lo que supuso cinco cortas cosechas. A mediados de 1883 aparecieron los primeros síntomas de crisis económica y a comienzos del año siguiente los precios se hundieron, bajando a la cuarta parte. En este momento Puente la Reina, por ejemplo, tenía en existencia más de cien mil cántaras. Esta crisis fue debida, por un lado, a la reconstrucción francesa en parte y fundamentalmente a la falsificación de nuestros vinos, de lo que no fueron responsables -aunque resultaran los perdedores- nuestros viticultores, sino los negociantes, tanto franceses como españoles. La falsificación fue sencilla: se mezclaba agua a vinos tintos de mucho color y para evitar el descenso de grado, se le añadía una cierta cantidad de alcohol. En el punto álgido de la euforia exportadora, si se les iba la mano en el agua, unían colorantes, aunque alguno de ellos fuera perjudicial para la salud. Muchos viticultores reforzaban el vino destinado a la exportación, hasta llegar a los 15°, con aguardiente procedente de sus propios alambiques, por destilación del orujo. En aquel momento, Alemania producía un alcohol muchísimo más barato, procedente de la patata y de la remolacha, del que se llegaron a importar más de un millón de hectolitros con este fin.
Pero la crisis de la viña francesa debida a la plaga de la filoxera acrecentó notablemente las exportaciones de vino español al vecino país. Entonces llegaron éstas a su cenit, con cerca de cien millones de hectolitros en 1891. Tres años más tarde, Francia elevó los aranceles aduaneros y la filoxera empezó a causar grandes estragos en España. Con todo ello se cerró definitivamente el gran período de exportación de vinos de pasto.
De todos los enemigos de la vid, ninguno tan devastador como la Phyllexera vastatrix, que procedente de América arruinó el viñedo europeo. La viña americana, resistente al insecto, fue introducida en Europa con el fin de hacer ensayos experimentales. Ya en 1864 se denunció su presencia en la francesa región de Gard, señalándose en Málaga el primer foco peninsular en 1876, al que siguieron en 1878 nuevas invasiones en Gerona. En Navarra apareció en 1892 y cinco años más tarde había arrasado ya 17.000 Ha. A partir de esas fechas se generalizó la plaga por todas las provincias españolas, afectando en último lugar a Cuenca en 1918. Se tomaron toda serie de medidas contra ella, desde la prolongada sumersión de los viñedos bajo agua, al empleo del sulfuro de carbono en inyecciones al terreno, pero sus resultados fueron poco eficientes. Por fin se reconstruyeron los viñedos a base de vides americanas, que son inmunes al insecto y por esta razón las variedades de vides europeas se injertan en pie americano, dando excelente resultado. El viñedo se había salvado.
La evolución tras la reposición de la viña con pie americano fue distinta en los viñedos del Ebro Superior. Mientras Rioja se inclinó por la producción de vinos finos de mesa, Navarra lo hizo por la de vinos comunes, aunque de buena calidad, rehaciendo su viñedo hasta llegar hoy en día a las 40.000 Ha, cifra inferior a la que tenía a finales del siglo XIX. En la zona límite septentrional el cereal reemplazó definitivamente a la vid y el viñedo de regadío se sustituyó por el nuevo cultivo de la remolacha azucarera, que alternaba en algunos casos con el olivar.
Ante la difícil situación económica, se creó en 1909 la primera cooperativa navarra, tercera de España. Victoriano Flamarique*, sacerdote de Olite, reagrupó a 70 miembros de la Caja Rural* Católica, creada en 1904, alquilando una bodega para hacer el vino en común. El éxito fue completo. Tras serias dificultades, el movimiento cooperativo fue relanzado tras la guerra civil, gracias a la Ley de 2 de enero de 1942, en que los cooperativistas recibían una ayuda sustancial del estado. Así, de las ocho cooperativas existentes en la segunda década del actual siglo, pasaron a ser 22 en la de 1931-1940, a 46 en la cuarta década y a 72 en la de 1951-1960, llegando a 76 en 1965. Ser viticultor en Navarra conllevaba estar metido en una de ellas, ya que el 80% del vino estaba en manos cooperativas. Luego, las cooperativas sufrieron una baja, siendo en la actualidad 49 las que vinificaban y UTECO estudió la posibilidad de concentrar todas ellas en nueve, que estuvieran dotadas de todos los adelantos, para producir vinos de alta calidad, lo que haría más rentable la viña y supondría su relanzamiento aunque dada la idiosincrasia de nuestras gentes, es difícil llevarlo a la práctica.
En 1945, a la Denominación “Rioja” se integraron seis municipios navarros, con 3.015 Ha de viña. En 1958 se creó la Denominación de Origen “Navarra”, quedando establecidas las siguientes zonas: Baja Montaña, Valdizarbe, Tierra Estella, Ribera Alta con las subcomarcas de Olite, Marcilla y Lerín y Ribera Baja, que suponían 27.275 Ha.
En 1985 existían 191 bodegas con una capacidad del almacenamiento de 233.378.000 litros, repartidas en 85 municipios, lo que significaba un promedio de más de dos bodegas para cada una de estas localidades, siendo 98 de propiedad particular, 70 de cooperativas, 20 de sociedades mercantiles y 3 de grupos sindicales.
La red de cooperativas no domina la totalidad del viñedo navarro. Existen en la Zona Media y sobre todo en la Ribera de Ebro una serie de empresas vinícolas particulares que han plantado nuevas variedades propias para ello y mejorado las técnicas de elaboración, logrando a un ritmo vertiginoso que los vinos navarros estén a la altura de los mejores y hayan logrado situarse en los mercados internacionales. Por ello doce bodegas navarras llegaron en 1984 a un acuerdo, y formaron la Asociación de Exportadores de Vinos de Navarra, para defender sus intereses, dado que gozan ya de gran prestigio fuera de nuestras fronteras.
Con marcos de plantación densos y poda corta, la producción media es de 815.000 Hl con claro dominio de tintos, claretes y rosados, sobre moscateles y blancos, que proceden de las variedades garnacha -que supone el 90% de los pies-, moscatel, viura y tempranillo. Navarra cuenta con vinos tintos de crianza, reconocidos moscateles y sobre todo, con unos claretes y rosados de considerable prestigio.
Bibliografía
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