ORGANISTA
Fueron durante siglos el principal puente entre el pueblo llano y la música culta. Muchos de los músicos navarros se educaron en su niñez alrededor del órgano de su villa; Sebastián de Albero* (de Roncal), Blas de Lasena (Corella), Hilarión Eslava (Burlada), Mariano García (Aoiz), Juan Francés de Iribarren (Sangüesa), Miguel de Irizar (Artajona), Fray José de Vaquedano* (Puente la Reina), etc. La religiosidad y cultura populares hicieron posible la presencia de 20 y hasta 30 organistas compitiendo en los concursos para las plazas vacantes.
El caso máximo se produjo en San Juan de Estella, con 35 candidatos en 1832. Por otra parte, la inteligente gestión mixta de ayuntamientos y parroquias locales en la contratación y pago de los maestros organistas aseguró la educación musical de los niños más dotados, incluso en las aldeas más alejadas de la capital. Son modélicas las “fundaciones” del valle del Roncal; en el siglo XVIII y parte del siglo XIX sus organistas eran a la vez “maestros de niños o de las primeras letras” y a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ostentaban los cargos de organista y secretario del ayuntamiento.
Edad Media
Existen pocas noticias sobre los organistas medievales en Navarra; muchas veces, apenas se sabe que en tal iglesia o palacio existía un órgano. Así en San Miguel de Estella (siglo XIV), Santa María de Sangüesa (1361), catedral de Tudela (siglo XIV), etc. Olite aporta datos más concretos, nombres de organistas como ” Nicholau dels orquens”, que actuó para Carlos III el Noble en 1388; el francés Nicolás Forchin, “juglar de órganos”, primer organista estable de la Corte de Navarra (1392); Guilabert, “menester des orgues” de Carlos VI de Francia, quien tocó en 1391 ante Carlos III el Noble junto con otro “ministril de órganos” alemán; Materna, “menestril de órganos” (1402); Perrinet Prebostel… Johan Gemis y Guillem, ambos franceses, y Fradic Albert “sonador de órganos del Príncipe” Carlos (1442-49).
En la catedral de Pamplona el primer organista conocido es Gil de Borja* (hacia 1461-65).
Siglo XVI
A partir del año 1500 las noticias sobre organistas navarros se hacen más precisas, aunque no se conserva literatura para el instrumento de este siglo. Son muchos los nombres conocidos de organistas y manchadores o fuelleros adscritos a diversas parroquias: Puente la Reina, Los Arcos, Roncesvalles, catedral de Pamplona, colegiata de Tudela, etc. La primera firma conservada de un organista navarro es la del titular de Orreaga, un tal Francisco de Irañeta* (1595). Cierra el siglo el eminente organista aragonés Jaime de Acirón*, titular de la Seo de Pamplona y hombre polifacético (también ejerció de maestro de capilla y organero, a pesar de ser ciego).
Siglo XVII
Tampoco se conocen por ahora literatura organística del siglo XVII escrita en Navarra: la compuesta por músicos navarros fue realizada y conservada fuera de las fronteras del antiguo Reyno. Para hacer una selección representativa de los organistas más importantes de la centuria hay que basarse en datos indirectos. Destaca Miguel Zuría, organista de Ujué. Su actividad se centra entre 1620-1671. Diego Galindo* y Fernando de Amatriáin* fueron titulares de la Seo de Pamplona y de la colegial de Roncesvalles a mediados del siglo XVII.
Lugar de honor merecen los tudelanos, Jusepe Ximénez* y Andrés Sola*, ambos titulares de la Seo de Zaragoza y representantes de la llamada “Escuela aragonesa de órgano”. Se conserva la música de ambos músicos, que, aunque no muy extensa, es cada vez más apreciada, sobre todo la de Sola, que resulta imprescindible en el repertorio de la música española del siglo XVII.
Entre los organistas navarros de este siglo tuvo que haber artistas de calidad. Piénsese en la constante relación con Zaragoza, o en el formidable despegue del órgano ibérico en la centuria, gracias precisamente a maestros organeros locales (Juan de Andueza, Félix de Yoldi, Juan de Apecechea, etc.). No tiene sentido un cambio fundamental en el instrumento si no va acompañado y apoyado por la correspondiente producción musical. Nuestros organeros están muy presentes en construcciones y reformas de órganos de Aragón y, a su vez, se sabe que algunos maestros de Zaragoza visitaron Navarra, como Pablo Nasarre, quien inspeccionó el nuevo órgano de Ablitas, recién estrenado el siglo XVIII.
Siglo XVIII
Probablemente es el siglo en el que hay más órganos en Navarra; disponían de órgano hasta algunas ermitas como Zuberoa de Garde, Muskilda de Ochagavía, Ntra. Sra. del Yugo de Arguedas, la Virgen de Idoya en Isaba, el Portal de Villafranca, etc. Entre los organistas de esta centuria cabe destacar a Sebastián de Albero (organista de Fernando VI), José Ferrer, Andrés de Escaregui y Andrés Gil en la Catedral de Pamplona, los Marichalar y Juan de Acuña en Roncesvalles, Gregorio Landa y los Gómez en San Cernin de Pamplona, José Arce, etc. Se conserva parte de la música escrita por algunos de los autores citados, aunque aparezca en archivos de Venecia, Albarracín y Oviedo, y muy poca en Navarra.
El nivel de vida de los organistas era muchas veces bajo: sorprende la cantidad de solicitudes en las que piden aumento de sueldo porque no les llega para comer o “vestir con decencia”. Por otra parte, no tenían obligación de componer cada año un número determinado de obras, como los maestros de capilla. Esto explica la escasez de música de órgano conservada y el desarrollo de la técnica improvisatoria, señalada ya por Hilarión Eslava. Muy posiblemente los organistas navarros han de considerarse en la línea de la escuela ibérica y aislados de la germana de Buxtehude, Pachelbel o J. S. Bach.
Siglo XIX
Si el XVIII puede ser el siglo de más abundancia de instrumentos en Navarra, en el XIX aparece el mayor número de organistas (titulares y “expectantes”). El sistema de acceso a las plazas era normalmente la oposición, y los organistas que lograron el empleo por esta vía desarrollaron casi siempre una labor importante y estable. Se conservan ejercicios de oposición con los veredictos de los tribunales correspondientes, que califican “en primera letra”, en “segunda letra”, etc., cada una de las pruebas (“exercicio de tañer suelto”, “Canto Llano y gobierno de coro”, “exercicio de voz”, “salmodia y régimen de facistol”, etc.).
A diferencia de lo que sucedía en los siglos anteriores, se conserva música escrita para órgano en Navarra en el XIX. En general, y con el criterio organístico actual, se trata de obras pobres y ambiguas, a veces concebidas “para órgano o pianoforte”. Hasta muy tarde siguen repitiendo los esquemas estéticos del Clasicismo, en consonancia con los órganos que existían (clásicos y no románticos) a partir de los organeros Monturus, Diego Gómez de Larraga, etc. y del influjo de los organistas Julián Prieto, José Ferrer, etc. Todavía a finales del siglo XIX Mauricio García dedica al organista de la catedral de Pamplona dos ofertorios para órgano en estilo pianístico. A mediados de la centuria, Damián Sanz, organista de la misma Seo, editó unas sonatas para “órgano o pianoforte”. Felipe Gorriti, a pesar de haber obtenido resonantes triunfos en concursos de París, no ha conseguido que su obra haya pasado a formar parte de los programas habituales de conciertos de órgano, y mucho menos la producción organística de H. Eslava.
Otra figura digna de ser mencionada es el sangüesino Buenaventura Iñiguez, titular de la organistía de la Catedral de Sevilla, quien en 1881 dedicó a la Diputación Foral de Navarra su obra El misal, el breviario del organista. La obra pianístico-organística de José de Sobejano, de Cintruénigo, fue repuesta en Rentería (Guipúzcoa), sin que despertara grandes entusiasmos.
De hacia el año 1801 es la curiosa partitura de un tal Raví Kelbak (¿judío?), encontrado en el monasterio de las MM Carmelitas de Corella Grande sonata militar par forte-piano y órgano, intitulada la grande y terrible batalla de Marengo. La partitura se sigue interpretando en nuestros días al órgano por las citadas religiosas en la mañana del Sábado Santo. Cada uno de sus tiempos tiene un subtítulo que pre-anuncia el romanticismo, dada su bella e ingenua intencionalidad descriptiva: “Llegada del comandante-Largo”, “Llamada a la caballería-Señal principal del cañón”, “Ataque general-Allegro”, “Los silbidos de las balas”, “Gritos de los heridos-Grave”, etc.
De finales del siglo XIX se conserva una recopilación o antología de obras para órgano, que perteneció al titular de San Cernin de Pamplona, Martín de Dendariarena. En ella se recogen preferentemente sinfonías y cuartetos de Mozart, Haydn y Beethoven, adaptados para órgano, muy en la línea con el gusto del romanticismo decadente. Probablemente dicho repertorio era bastante común a los organistas de la época y el caso de Dendariarena no era aislado.
Siglo XX
En este siglo se produjo una reacción (vía París) con Miguel Echeveste y sus alumnos (Luis Taberna, Eugenio Goicoechandía, etc.) y a través del P. Donostia, Félix Pérez de Zabalza, Gregorio Alegría y otros. Ellos representan el “descubrimiento” de la obra organística de J. S. Bach, y sobre todo, la conexión con la gran “Escuela francesa” de los siglos XIX y XX. Posteriormente, ya en los años ochenta, se inició el descubrimiento de la antigua escuela española de órgano (siglos XVI-XVII) a través de cursos especializados en el tema.
Se produjo una disociación entre los partidarios del gran órgano sinfónico-romántico y los especialistas en el órgano antiguo ibérico, a veces con un mutuo desconocimiento y menosprecio. Ambas tendencias valoran e incluyen en sus recitales la obra de J. S. Bach, aunque concebida de formas diferentes, pero no coinciden en el resto de su programación. Los primeros interpretan obras de gran dificultad técnica y menosprecian a los especialistas de la música histórica española por la aparente sencillez de su repertorio. Éstos, a su vez, acusan a los concertistas de repertorio romántico de no conocer la correcta interpretación de la música antigua ibérica y de ejecutarla con anacrónicos criterios románticos.