MEDICINA POPULAR
MEDICINA POPULAR
En la sociedad primitiva la enfermedad fue interpretada, por un lado, como una manifestación de los poderes hostiles que, según una concepción animista de la existencia, encerraban los fenómenos de la vida natural; por otro, desde una concepción teúrgica, como consecuencia de una impureza moral. Más adelante, a ambas interpretaciones se sumaría otra, eminentemente naturalista, empírica, basada en la observación de la realidad. Pero, no obstante el enriquecimiento del saber médico a lo largo de la historia, la transformación de la medicina europea no tuvo lugar sino hasta principios del siglo XIX. Fue entonces cuando se rompió con la tradición clásica y se fraguaron unas interpretaciones de la enfermedad que condujeron a la tecnificación y el especialismo médico contemporáneo. Sin embargo, a lo largo de los tiempos se ha mantenido en los ámbitos rurales-incluido el de Navarra- una medicina popular de índole eminentemente creencial, unida a prácticas empíricas de vieja raigambre y con la tradición milagrera, de origen bizantino, de los santos sanadores.
A la vista de la realidad navarra, se ha concluido que, al igual que la medicina científica, la popular comprende, aunque arbitrariamente, una fisiología, una patología y una terapéutica, pero sobre todo es terapéutica, en cuanto conjunto de prácticas empleadas por el pueblo con finalidades médicas, esto es, aquéllas aparentemente desprovistas de base científica con las que lucha por lograr la salud o la integridad de los miembros. Es, pues, esencialmente un arte curatorio, pero no le son ajenas determinadas prácticas preventivas (amuleto*). La parte menos desarrollada es la patología, precisamente por el carácter acientífico de esta medicina, que cuanto más misterioso es el curso de la enfermedad lo explica frecuentemente en términos de causas preternaturales, por lo que los remedios que aplica han de ser de la misma índole: creenciales o mágicos. Así, por ejemplo, se ha venido creyendo que las enfermedades que no derivaban de un contagio u otra causa visible podían ser producidas por un mal aire (aize-txarra), un castigo (¡castigo de Dios!, se decía) o una mala querencia. Es digno de notar que en vascuence las afecciones menos importantes y con manifestaciones exteriores reciben una denominación muy concreta y diferenciada, mientras que las dolencias más graves pero que no se exteriorizan tanto reciben nombres genéricos o menos concretos. Se ha señalado asimismo, que las plantas base para la confección de emplastos y otros remedios empíricos son medicinales, pero que su uso no ha sido siempre acorde con los principios activos que contienen.
En función de los medios a los que recurre, la terapéutica popular navarra puede ser de índole religioso-supersticiosa, de índole racional sin base experimental y de índole empírica directa o indirecta. Por regla general, la primera de ellas sólo se aplica en el caso de que las otras dos hayan resultado ineficaces. Se ha propuesto para el País Vasco un concepto de medicina popular que reducido a esquema es el adjunto.
Sin embargo, después de la realización en los años setenta de diversas encuestas etnográficas en zonas de la Navarra Media y de la Ribera, pudiera parecer más atinado el 2.° esquema, en el que los métodos terapéuticos no se entrelazan ni superponen, porque las gentes aquejadas de un mal recurren a remedios empíricos principalmente caseros, pudiéndose ayudar con algún remedio empírico-creencial, pero sin que se recurra a prácticas mágicas o hechiceriles, porque cuando no existe remedio empírico conocido se acude al médico
No son ajenas a la medicina popular determinadas prácticas mágicas de carácter benéfico, laico o religioso (curandero*), tendentes a la preservación de la salud o a la obtención de la deseada curación mediante la modificación de ciertas realidades o fenómenos físicos en favor del hombre, estas prácticas no parece que hayan sido incompatibles en Navarra con creencias y prácticas religiosas inmemoriales, porque incluso frente a determinados fenómenos que rebasaban la capacidad intelectual y operante del hombre, los sacerdotes y creyentes, asumiendo accidentalmente la misión del mago, han recurrido desde el medievo, siguiendo los propios rituales católicos oficiales, a procedimientos objetivamente inadecuados mediante los cuales han creído poder obtener en su favor la modificación de una realidad considerada maligna. Entre tales prácticas se registran la bendición y uso de los “cordoncillos de la Virgen de Sancho Abarca”, conocidos también como “cordones de Santa Quiteria” (amuleto*, mordedura*) la aplicación de estampas de Santa Quiteria sobre las mordeduras, el uso amescoano de los alfileres del “Monumento” para sacar pinchos de la piel (heridas*), del “aguadesanblas” (garganta*), etc. En Carcastillo, los familiares de enfermos crónicos o llagados sacaban prendas del doliente y las extendían en el centro de la calle, por donde había de pasar la procesión del Corpus Christi; el sacerdote portador de la custodia procuraba pisar dichas prendas, que inmediatamente eran impuestas sobre la cama del enfermo. En la villa de Cortes sacaban a la calle a los enfermos, baldados y tullidos, colocándolos a lo largo del itinerario que realizaba la procesión del Santo Cristo (3 de Mayo), procurando los porteadores de la imagen que ésta pasase sobre aquellos. Igual costumbre existía en Villafranca, durante el traslado de la imagen de la Virgen del Portal desde su ermita hasta la parroquia y viceversa, para el novenario que se le hacía entre el 30 de agosto y el 7 de septiembre. En Cabanillas tenía lugar un novenario a Santa Rita de Casia, que finalizaba el día 22 de mayo con una solemne procesión con la imagen de la Santa, cuyas andas se decoraban con rosas, que luego se ponían en las cabeceras de las camas de los enfermos para obtener la gracia de su curación; tenían también por costumbre depositar en agua unas hojas o pétalos de rosa el día de Santa Rita, con lo que se decía se curaban todos los males. En la fiesta de la Candelaria (Purificación de Ntra. Señora), se acostumbraba bendecir velas y candelas, que se usaban como profilácticos a lo largo de todo el año, bien para conjurar tormentas como para proteger las dependencias o personas de la casa. En Valcarlos era la dueña quien la llevaba a bendecir a la Iglesia, siendo esperada a su regreso por todos los miembros de la familia, reunidos en la cocina de la casa; allí arrodillados, recibían la vela de manos del ama, a quien se la devolvían tras de santiguarse, a fin de que evolucionase tres veces alrededor de su cabeza y luego depositase tres gotas de cera sobre el hombro del interesado y quemase ligeramente un mechón de cabello. En otras casas aplicaban la llama en tres puntos distintos de la cabellera: junto a las orejas y sobre la nuca.
En la festividad de San Blas, abogado contra los males de garganta, además del agua se acostumbraba bendecir alimentos, levadura para pan, sal, pienso y semillas. Del agua bendita se daba de beber a todos los familiares después de misa, guardándose el resto para remedio de posibles afecciones de garganta (Valcarlos); igual se hacía con los alimentos, fundamentalmente pan o roscos, pero en Urdiáin se ponían trozos en las arcas donde se guardaba la ropa blanca (a este pan -San Blasen ogia- se le atribuían propiedades excepcionales); la levadura se utilizaba para fabricar el pan, la sal bendita se mezclaba con la de cocina con la utilizada para salar jamones (Améscoa), mientras que el pienso se daba a comer a los animales y las semillas se sembraban a su tiempo. Las viejas de Valcarlos también solían invocar al Santo mientras cubrían con cenizas los rescoldos del fogón, antes de retirarse a descansar, pronunciando las siguientes fórmulas profilácticas: “Jaun San Bladi/ nik suya estali./ Bortan bada gaistaginik/ han harri bedi./ Jaun Santa Kruz,/ Zilar Santa Kruz”; “San Blas, nik suya itzali;/ Bortan bada etsaik han harri bedi./ Etxeko jendial ofeat,/ Aingeriak sukaldeat;/ Jinkua ta Anderdena maitia/ zhuete guekin ofeat” o bien “Jaun Sen-Bladi/nik sua estalí./ Edozein gaisto jin baladi/ bortan berri arri./ Jinkoari dago gau oroz,/ jinkoa ta Anderdena María/ zaurthe (zatozte) gurekin etzatera;/ Aingeru unak gure supazterrera,/ gure suyaren beiratzera”.
Especial importancia han tenido, igualmente las devociones ligadas al poder intercesor de la Virgen María y de los santos, de quienes se impetra favores relacionados con la recuperación de la salud perdida por la enfermedad o por accidente. Se alude con ello no sólo a la costumbre de rezar, como lo hacían en Goizueta, veinte salves en el caso de haber sido mordido por una serpiente, sino a la práctica, más que habitual, de hacer novenas y acudir a santuarios dedicados a Santos, a quienes la fe popular ha venido atribuyendo históricamente un poder genérico sobre la enfermedad o específico sobre un mal determinado. En el primer sentido se registran las devociones a la Virgen de Jerusalén (Artajona), a San “Juanillo” (Corella), a Nuestra Señora de los Dolores (Arizu), del Plu (Marcilla), de Beata Sis (Zúñiga), de las Maravillas (Agustinas Recoletas de Pamplona) y al Santo Cristo de Otadía (Alsasua) o de Burdindogui (Iragui). Abogados especializados -cabría decir- son Nuestra Señora de los Conjuros, en Arbeiza (endemoniados); Ntra. Sra. del Yugo, en Arguedas (lisiados); Ntra. Sra. de la Cerca, en Andosilla (cólera, úlceras); Ntra. Sra. de Mendigaña, en Azcona (cólera); Ntra. Sra. de Tosea, en Eraul (tos, males de pecho); Ntra. Sra. de Idoya, en Isaba (dolores de cabeza); Ntra. Sra. de Castillo, en Miranda de Arga (imposibilitados, fracturados); la Virgen de Basaba, en Najurieta (afecciones cutáneas); San Bartalomé, devoción de los valles de Unciti y Elorz (espíritus infernales); San Blas, en Pamplona y tierra de Tafalla (males de garganta); Santa Agueda (pechos); Santa Apolonia (dentadura); San Urbano, en Gascue (cojos); Santa Felicia, en Labiano (dolores de cabeza), o San Roque, que además de ser abogado contra la peste lo es también contra el cólera (Aibar). Así como en Aragón es común encontrar a San Roque entronizado en una hornacina exterior de las murallas que circundan algunos pueblos (Valderrobres), se tiene noticia de que, hasta bien entrado el siglo XVI, en muchas casas del sur de Francia y norte de España se veían las letras “VRS” (¡Viva San Roque!) como conjuro contra la peste. (Mordedura*).
Bibliografía
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