ROMERÍA
Procesión celebrada a ermitas o santuarios, singularmente durante los meses de mayo y junio. Durante la Edad Media y hasta principios del siglo XVIII predominó su carácter penitencial, participando personas entunicadas, descalzas y cargadas con cruces y cadenas. A veces tenían como meta santuarios distantes una o más jornadas. Se exigía la participación de una persona por cada casa. Proporcionaban a los asistentes pan y vino para la comida, costumbre mantenida en pueblos de la montaña (Barranca), de la zona media (Arróniz) y la Ribera (Caparroso, Cárcar). Los obispos de Pamplona prohibieron terminantemente, durante la segunda mitad del XVI, las romerías a iglesias de las que no pudieran regresar los fieles el mismo día.
Se diferencian de las “rogativas*” por la mayor diversidad de fechas, por la longitud del trayecto y por su carácter más festivo. Sin embargo, el carácter penitencial de antaño perdura en la que fue antigua merindad de Sangüesa, con la presencia de cruceros en las romerías a Roncesvalles, San Pedro de Usún, Trinidad de Lumbier, San Miguel de Izaga, Santa Coloma de Meoz, Santo Cristo dé Aibar, Santa María de Ujué, Santo Cristo de Cataláin y Javier. En el resto de Navarra dieron paso a jornadas de alegre convivencia.
En poblaciones de la Barranca, de tierra Estella y la Ribera, perdura la costumbre de dar pan y vino a los asistentes; algunos pueblos conservan las tazas de plata en que era repartido el vino. Ejemplo de asistencia multitudinaria y festiva, como pocas en la provincia, es la de San Pedro de Alsasua (29 de junio). Carácter más local, pero igualmente alegre, tienen las de numerosos pueblos de toda Navarra, como las de Pascua de Pentecostés en la Ribera de Estella, o la de Andosilla a Santa Cruz. Distinto era el ambiente respirado en las realizadas a santuarios de ciertos santos abogados, como las de San Urbano de Gascue (reumáticos), Santa Felicia de Labiano, San Gervás de Arzoz (dolores de cabeza), o San Antonio de Guembe (niños tardíos en hablar). Ciertos “platos” tradicionales son típicos de las romerías de la Ribera, especialmente las “culecas” (pan especial con huevo cocido), y los estilados en la “fiesta del barranco” (Fitero).
Las romerías constituyen una manifestación religiosa esencialmente popular que se halla presente en todas las religiones, desde las más primitivas hasta las de más pleno desarrollo científico y teológico. En el cristianismo tienen cierta semejanza con las procesiones estacionales cuaresmales romanas, en las que clero y pueblo se dirigen de una iglesia cabeza a otra generalmente martirial para impetrar la protección de lo alto; parecen también derivarse de las procesiones penitenciales de la Edad Media.
Sin embargo la romería está más cerca de lo votivo que de lo penitencial, aunque conserva varios rasgos de lo último. De lo votivo, porque se orienta al culto de los santos o a la veneración de las imágenes queridas; claro que en la mayoría de los casos tiene matiz impetratorio contra plagas, enfermedades o cualquier tipo de peligros que puedan acechar a los bienes de la tierra. Se incluyen las romerías dentro de la denominada religión popular, y tienen hoy como características un cierto grado de emocionalidad, suscitado por el aprecio a las propias raíces; una fuerte carga afectiva hacia símbolos, creencias, oraciones o cantos locales; marcada dimensión festiva, mucho más clara hace años, cuando la romería se celebraba en su día propio; y junto a lo festivo, no puede olvidarse su componente lúdico, que se goza en la simple expresión de la vida, tanto humana como religioso cristiana.
Las romerías son auténticas manifestaciones de la fe del pueblo, en las que la oración, la penitencia, el canto y el manjar, junto con el caminar unidos, constituyen sus ingredientes.
Navarra es romera por los cuatro costados. Sus romerías, bien señaladas y tradicionalmente celebradas, señalan, en su variopinta sucesión, la misma variedad del viejo reino. Aparte de que la espina dorsal de su cultura, de parte importante de su misma historia, es esencialmente romera y jacobea, si bien la peregrinación compostelana tiene características muy distintas a nuestras romerías populares. Tan dentro está la romería del alma popular navarra que con razón podemos decir que en esta tierra casi no existe monte sin ermita ni pueblo sin romería.
Todos los distintivos señalados pueden ser aplicados a las romerías navarras, destacando en unos ciertos elementos más que en otras. Así, los aspectos rurales y agrícolas se aprecian más en la Zona Media, en la Cuenca y en las cendeas y en tierra Estella, con sus celebraciones a la Virgen de Mendigaña de Azcona, a la de Legarra en Lizasoain, a la del Perdón y Arrigorría en Astrain y Arraiza o al Cristo de Cataláin en la Valdorba.
Destaca más lo penitencial en las grandes romerías de los valles a sus santuarios, la Ribera a Ujué, la Montaña a Roncesvalles o las tierras de Viana a Codés.
Lo procesional es común a casi todas las romerías navarras, aunque en algunas de ellas, como la del Soto de Caparroso, la del Villar y el Romero de Corella y Cascante o la de San Urbano de Gascue destaque más el sentido de concentración ante el santuario que el de procesión romera y orante hacia la ermita.
En todas ellas se puede apreciar el sentido votivo y el impetratorio junto a las expresiones festivas y lúdicas; y, desde luego, se ha notado un progresivo aumento de los aspectos emocionales y del afecto a lo local, debiéndose esto último, sin duda, al deseo de identidad de nuestras gentes y a la búsqueda de las propias raíces. Durante decenios el pueblo ha emigrado a la ciudad, con el éxodo de agricultores a la industria. La ciudad industrial ha absorbido de tal manera a la sociedad por ella creada que ha sumido en el anonimato impersonal a la mayoría de los seres humanos en ella envueltos. Hoy se aprecia entre nosotros cierto afán de retorno al pueblo, pero sin dejar la ciudad. Y el momento culminante de este retorno afectivo, junto con las fiestas patronales, son las romerías, que se convierten en lugar fuerte para la vivencia de una fe ancestral, con todo lo que le rodea de emoción y de afecto.
Otro elemento diferencial entre las romerías navarras es el gastronómico, aunque en la mayoría de ellas el calderete, la costillada, el pan, el vino y el queso son esenciales para expresar la fiesta, conservan algunas sus peculiaridades, como los “perrochicos” de los aezcoanos en Orreaga, los camarones del Araquil en Legarra, los ajos y cebollas asados en el Villar, los “ziquiros” en San Urbano y en Santa Lucía de Arañotz, las tacitas de plata, llamadas “barquillas”, con que varios ayuntamientos sirven el vino a los romeros, la “culeca”, pan y huevo, en la Ribera y la empanada de conejo, chorizo y huevo de Fitero.
Los cruceros de Arce, Erró, Lumbier, Ujué; los dantzaris de Ochagavía, los ritos tradicionales de ramas y abrojos de San Quirico de Navascués, son otros tantos elementos peculiares de las romerías navarras, que apenas si mantienen sus fechas originales y que casi en su totalidad han sido trasladadas al domingo más próximo. De todas formas podemos afirmar que los doce meses del año navarro se hallan sembrados de romerías, desde el 17 de enero en que van a su ermita de San Antonio los de Urdax y los de Lacunza, hasta el 18 de diciembre con los de Ugar en su Virgen de la O. Abril, mayo y junio son meses romeros, especialmente en torno a san Marcos (25 abril), san Isidro (15 de mayo), san Juan (24 de junio), o en las fiestas de la Ascensión, la Trinidad o Pentecostés.
Muchas romerías son famosas por el santo protector que las preside; es el caso de San Gervás de Arzoz, Santa Elena de Esquíroz y Santa Felicia de Labiano, a los que se acude para pedir protección contra los dolores de cabeza; San Antonio de Guembe, a donde caminan los niños tardos en hablar y los mozos y mozas casamenteros; San Jorge de Azuelo, protector contra la rabia; San Urbano de Gascue, famosa ermita donde aún se conservan los exvotos de los reumáticos; Virgen de Nora de Sangüesa, a la que durante siglos se ha invocado contra los naufragios; Nuestra Señora de Arguínoain de Sarriés, a cuya romería se acude buscando alivio para los ojos enfermos.
Las principales romerías, las que arrastran mayor número de romeros, pueden quedar plasmadas en:
Romerías de Ujué. Ya existen noticias antecedentes de las mismas en el siglo XI, cuando dio inicio el caminar penitencial de los tafalleses hacia Ujué, agradeciendo a la Virgen de la paloma su ayuda en momentos en que la ciudad del Cidacos se hallaba sitiada por los moros. De acuerdo con la tradición es en 1045 cuando nace esta romería de Tafalla, a la que con el correr de los siglos se han ido sumando las localidades de la Ribera Alta, acompañadas en la actualidad por gentes de toda Navarra. Esta romería de Ujué está llena de tipismo popular y de espíritu penitente y oracional. Los hombres visten túnica negra, ceñida a la cintura por burdo esparto y cubierta la cabeza con caperuza; llevan a sus espaldas la cruz de madera maciza y pesada; entonan cantos propios de cada localidad y rezan el rosario, precedidos por las cruces parroquiales, los sacerdotes y los ayuntamientos. Son clásicos en esta romería los “Doce Apóstoles de Ujué” que hacen su camino de noche desde Tafalla; integran la “Hermandad del apostolado y Esclavos de Nuestra Señora de Ujué”, fundada en 1607.
La romería tradicional de Ujué se celebra el domingo siguiente a la festividad de san Marcos, con Tafalla, Olite, Beire, Pitillas, Murillo y Santacara. Los doce apóstoles acuden el 1 de mayo, y los de Olite (San Pedro), San Martín, Eslava y Pueyo en días distintos.
Romerías a Roncesvalles. Los domingos de mayo y junio peregrinan los valles pirenaicos a la Virgen de Orreaga en su solar de la Real Colegiata. Aézcoa, Arce y Erro compiten en devociones y en valores etnográficos. La de Arce es la más dura de estas romerías, con sus entunicados, llevando la cruz cogida por un tramo horizontal con sus manos levantadas por encima de las cabezas y apoyado el vertical en sus espaldas. Es señorial la de Aézcoa, caminando sus hombres y mujeres con los típicos trajes aezcoanos: alcaldes de capa ongarina, ribeteada de rojos vivos, chaquetas y chalecos de paños negros, calzón recogido y sombrero de fieltro; mozas penitentes descalzas, cara cubierta con tul negro, con los santocristos de sus muertos acunados sobre sus regazos; más mozas con faldas de paño negro plegado, medias blancas y chaquetillas con pechera negra y pañuelo lila; niños de pastores pirenaicos y niñas con flores del valle. También peregrinan a Roncesvalles las villas de Valcarlos y Burguete. En septiembre lo hacen los pueblos fronterizos franceses, pertenecientes a la merindad navarra de ultrapuertos.
Romerías a Codés. Aquí, los romeros, con sus cruces, van vestidos de túnicas con capuchas blancas, siendo frecuente el que arrastra pesadas cadenas atadas a sus tobillos. Acuden a Codés los pueblos del valle de Aquilar y de la Berrueza, y muchos peregrinos de las zonas cercanas de Navarra, La Rioja y Álava. Se reúnen los romeros en la villa de Torralba del Río, iniciando desde allí su ascendente marcha procesional. Hasta el presente disponía cada pueblo de su dependencia propia en la hospedería aneja al santuario. Acostumbran a pasar por la imagen de la Virgen unos paños que luego aplican a los familiares y amigos enfermos.
Las fechas de las romerías son el domingo de Pentecostés, los domingos de mayo y el 8 de septiembre.
Son éstas, desde luego, romerías importantes, pero no las más ricas en afectos, que en importancia afectiva ninguna gana a la propia de cada pueblo o valle; pero sí son las más generales y abiertas.
En la imposibilidad de citar todas las de Navarra, no pueden quedar de lado aquellas más tradicionales y festivas, las más profundamente enraizadas en nuestra tradición.
Las de la Trinidad, en sus ermitas de Arre, Aguinaga o Erga, Mendaur, Iturgoyen, Yelz, Ozcáriz y Lumbier; las de Estella y comarca al Puy todos los sábados de mayo y la general del día 25, fiesta de la aparición; la del Romanzado a san Pedro de Usún (1 de mayo), de la que ya tenemos noticia en 829, fecha de su consagración por Opilano obispo de Pamplona; San Martín de Unx a Santa Zita (último sábado de abril); las de Valdorba a San Pelay y Cataláin (26 de junio y La Trinidad); Urraul a Santa Fe (domingo después del Corpus); Ochagavía y Salazar a Muskilda y Arburúa (8 de septiembre y tres de mayo); la de Navascués a San Quirico, junto con la de Bigüézal (último domingo de junio); las romerías del valle de Roncal a Idoya, Arraco, Zuberoa y Peña; Obanos a San Guillermo y Arnotegui (jueves de pascua y tercer domingo de septiembre); la cendea de Olza a Legarra (15 de mayo); Araquil e Iza a Osquía (9 y 15 de mayo); Esteríbar y Anué al Cristo de Burdondogui (Pentecostés y 14 de septiembre); romería al Cristo del amparo de Aibar (domingo siguiente a la Cruz de mayo); las modernas de Montejurra (3 de mayo) y las Nieves (primer domingo de agosto); y las de Echarri Aranaz y Urdiáin a San Adrián; las de Juslapeña, Atez y Ulzama a San Urbano (25 de mayo); las de Valtierra y Arguedas al Yugo; la más general de la Berrueza y valles vecinos a San Gregorio, con la tradicional asistencia de los enviados de muchos ayuntamientos de Navarra en búsqueda del agua lustral (9 de mayo); la de los valles de Izagaondoa, Unciti, Ibargoiti y Lónguida a san Miguel de Izaga, con la subida del “criadico” el 8 de mayo y con su bajada el 29 de septiembre; la del valle de Aranguren a Santa Felicia (la Trinidad); la de los pueblos del valle de Echauri al Perdón en el mes de mayo.
Las Javieradas constituyen la magna romería de toda Navarra que se moviliza en marcha hacia Javier en los días de la novena de la Gracia y muy especialmente las javieradas de los jóvenes, de los niños y de los enfermos. Los dos primeros domingos de marzo se celebran las dos primeras, en Pentecostés la de los enfermos y a final de mayo la de los niños. Son auténticas manifestaciones de fe que culminan en una magna concentración ante la cuna del patrono.
San Miguel de Aralar. Aunque la fiesta más popular se celebra en su santuario montañero el día del Corpus, puede ser calificada la de san Miguel como una romería atípica; en vez de visitar los pueblos romeros al santo, es el arcángel viajero quien se hace romero para visitar a sus fieles devotos. Lo reciben aún los pueblos vestidos de gala, con volteo de campanas, el ayuntamiento o concejo festivo y el párroco de capa y roquete. Bendice el “angelico” los campos, visita a los enfermos, reposa en casa del cofrade, saluda y se despide dejando tras de sí la pregunta “¿nor Jaungoikoa bezala?”.
Bibliografía
M. A. Astiz y D. Baleztena, Romerías Navarras, (Pamplona, 1944); J. L. Larrión, Romerías, en “Temas de Cultura Popular”, (Pamplona, 1969); F. Pérez Ollo, Ermitas de Navarra, (Pamplona, 1983).