CARNAVAL
Los tres días anteriores al miércoles de ceniza. Tiempo de disfraces y bromas que va desde el día de Reyes a la Cuaresma. Mascaradas celebradas durante ese tiempo. Las voces vascas con que es designado aluden a una época de grandes chanzas y bromas.
Comienzo
Heredero de tradiciones, fiestas, ritos y mitos ancestrales, celebrados a lo largo del invierno, el espíritu del carnaval impregnó numerosas manifestaciones festivas de los primeros meses del año. El carnaval comenzaba en algunos lugares el mismo día de la Epifanía (Santesteban de Lerín); en otras se consideraba iniciado con las festividades de San Babil (24 de enero), San Antón (17 enero, “San Antón, carrastolendas son”) o Santa Águeda (5 de febrero). Eminentemente carnavalescos fueron los tres jueves precedentes a la cuaresma. Se ha indicado que el carnaval estricto, el de los tres días inmediatamente anteriores a la cuaresma, no hubiera existido de no haber sido por la Iglesia. La sociedad cristiana opuso a los ayunos y penitencias de “Doña Cuaresma” los derroches de “Don Carnal”, concentrando en esas jornadas una serie de festejos, mascaradas, bailes y bromas característicos. La fiesta culminó el martes.
Gizakunde o Izakunde
(Jueves de Compadres). Jueves de septuagésima, primero de los tres que preceden al miércoles de ceniza. Se caracterizó en la Navarra atlántica porque las chicas pedían un regalo a los muchachos, asiéndoles del cuello y preguntándoles: Zer agintzen duk? (¿Qué me prometes?). El aludido debía ofrecer un obsequio.
Emakunde o Andrekunde
(Jueves de comadres o mujeres). El de sexagésima, segundo de los tres anteriores al miércoles de ceniza. En el área de celebración del gizakunde los papeles se invertían. Los jóvenes perseguían a las muchachas y cuando las alcanzaban formulaban la pregunta: Zer agintzen duk? La joven prometía dar una golosina, un baile por carnaval o algo similar. Unos y otros debían cumplir lo prometido.
Orakunde u Orokunde
(Jueves de todos), más conocido como Jueves de Lardero* o Jueves Gordo. El de quincuagésima, inmediatamente anterior al miércoles de ceniza. Jornada de festejos mutuos entre muchachos y muchachas que solía terminar con danzas rituales y en la que algunos pueblos baztaneses celebraban el antzara-joku. La fiesta fue conocida en el valle de Yerri como andrekunde. Aquí y en buena parte de la región fue típico postular alimentos por niños y pastores de las ganaderías concejiles (duleros, boyateros, cabreros). Clásico de tierra Estella fue el dicho: “Jueves de lardero, chulas p´al dulero” (o cabrero). Los niños del valle de Aguilar llevaban durante la cuestación al “Judas*” a los lomos de un borrico y quemaban al muñeco en la plaza al final de la jornada.
Disfraces
Rasgos esenciales del carnaval navarro fueron la participación popular de gentes disfrazadas, las bromas, cabalgatas, juegos, danzas y cuestaciones de alimentos. Las personas disfrazadas fueron designadas con multitud de calificativos, entre ellos “txatxoak”, “txatxu”, “mozhorro” (Montaña noroccidental), “maskak” (Valcarlos), “momotxorro” (Alsasua), “momoxarro”, “mantajuna” (Urdiáin), “mutxitxarco” (Espinal), “muchurrico” (Añorbe), “txitxila” (Obanos, Artajona), “caratula”, “caratulero”, “zamarrero” (Navarra media), “cachis, cacherulos” (Tierra Estella), “zarramantas, morrotes, mozorrotes, morrocotáus” (Estella y comarca), “máscaras, mascarutas” (Ribera de Estella), “borreguillos y borregazos” (Lerín, los del domingo y martes, respectivamente), “zaputero, ziputero, zipotero” (Tudela y comarca). El contenido semántico de la mayor parte de esos nombres alude despectivamente a los disfraces, generalmente andrajosos (sacos, arpilleras, ropas viejas, sombreros ajados). Tal circunstancia se debe a que el carnaval callejero tuvo como protagonistas a las clases populares, mientras las “élites” sociales se automarginaban o lo celebraban con bailes en casinos o círculos más reducidos y selectos.
En el medio rural, los enmascarados intentaban ocultar su personalidad echando mano de los elementos que tenían a mano, singularmente trapos y ropas inservibles, con las que cubrían el rostro, si no tenían caretas o “carátulas” compradas o confeccionadas en casa. En general predominaban las vestimentas estrafalarias; no faltaba el “travesti” sexual (hombre disfrazado de mujer o viceversa), social (criado vestido de ricachón) o animal (disfraces de toros, osos, zorros). Hubo tendencia general a cambiar la voz para evitar la identificación. Solían armarse con palos, sardes o escobas, y perseguían a mayores y niños, quienes disfrutaban provocándoles con frases convencionales. Otros llevaban paja o ceniza en capazos y bolsas y la arrojaban a puñados sobre los espectadores desprevenidos.
Los “ciputeros” de Tudela llevaban colgando del hombro derecho una funda blanca de almohada que, atada por sus dos extremos, quedaba debajo del brazo izquierdo y en la que llevaban golosinas. Empuñaban con la diestra un garrote de cuyo extremo pendía una bota llena de aire. Durante su marcha arrojaban confituras por el suelo y los balcones, golpeando con las botas a quienes se inclinaban a recogerlos. En otras poblaciones merindanas, los ciputeros portaban una suela de alpargata en lugar de bota, y pegaban con ella en los charcos de la calle, salpicando a las gentes y a ellos mismos. De ahí que la palabra “cipotero” equivaliera a “sucio”.
Comparsas
En medios urbanos y en las villas meridionales solían organizarse comparsas más o menos ingeniosas, representando una boda y su cortejo, evocando un suceso local o provincial, ridiculizando a personales políticos o realizando las parodias más diversas. Es conocida que realizó el martes de carnaval de 1601 en Pamplona un clérigo disfrazado de cardenal, cuyos sirvientes repartían entre el público cédulas escritas con textos socarrones y pícaros.
Juegos
Clásico en la Navarra atlántica fue el del ansarón, Antzara-joku*. La cuestación de alimentos caracterizó el carnaval en toda la provincia, si bien el modo de realizarla fue muy distinto según las zonas. En los pueblos montañeses los mozos salían por las casas acompañados con música; recogían la puska (chorizo, tocino, huevos) en cestas, asadores (gerren) o palos largos (haga), y celebraban con lo recaudado meriendas comunitarias. Las visitas a las casas de familiares y amigos eran más informales en las poblaciones de la Navarra media; los jóvenes eran obsequiados con alguna cosa (pastas y vino, generalmente) y procuraban birlar algún chorizo u otro comestible. Por las villas y poblaciones meridionales de la merindad de Estella, recogían ensaimadas, bollos o sobadillas por las casas de las mozas, siguiendo a la merienda el baile.
Danzas
Tradicionales del carnaval en algunos valles de la Montaña (Aráiz, Larráun, Imoz, Basaburúa) fueron algunas danzas, como el ingurutxo, jota-dantza, giron-dantza, kalejirak y otras. El domingo y martes solía terminarse la jornada, en la Ribera, con bailes en locales cerrados, a los que los participantes solían asistir sin disfraces, aunque la regla no fue general.
Quema de muñecos
Otro rito característico de bastantes poblaciones montañesas durante esas jornadas fue la quema de muñecos representativos de genios malignos. Los más conocidos fueron los Aitandi-xarko y Amandizarko (Valle de Roncal), Aitun aundiya y Amin txikiya (Arbizu) y Miel-Otxin (Lanz). Íntimamente relacionados con ellos están los Judas*, que en la Navarra media y meridional fueron desplazados a la Pascua de Resurrección.
Poblaciones con carnavales de gran personalidad y riqueza folklórica son Alsasua, Ituren-Zubieta, Lanz y Valcarlos.
Carnaval de Alsasua
Destacaban los momotxorros disfrazados de
toros. Los enmascarados ajustan a la cabeza un cestillo provisto de dos cuernos, fuertemente sujeto con cuerdas. Ocultan el rostro con pañuelos o se lo tiznan; cubren la espalda con una piel de oveja o cabra (narru), cuelgan al cuello un cencerro (kalaska), llevan los brazos remangados, pintados de rojo, y blanden con la diestra un bieldo. Los terribles momotxorros, tras recorrer calles y caminos asustando al público, deponían su cornamenta para recaban por las casas alimentos para la merienda.
Carnaval de Ituren y Zubieta
Dos pueblos vecinos que, como otros de la zona, celebran el carnaval con anticipación a las fechas oficiales. Los mozos de Zubieta, con su indumentaria típica y sus grandes cencerros (Ioaldunak*), visitan a los vecinos de Ituren el lunes de su carnaval; los de esta localidad devuelven la visita el martes. Organizan karroxak y parodias, prodigándose las bromas y las danzas.
Carnaval de Lanz
Es el más conocido de Navarra, sobre todo desde que los Caro Baroja lo recogieron en una película (1963), premiada al año siguiente en el “Certamen Internacional de Cine Documental” de Bilbao. Personaje central de la mascarada es Miel-Otxin, gigantón con armadura de madera, que le obliga a llevar los brazos en cruz. Es portado a hombros por un muchacho. Forman la comparsa Ziripot, representado por un hombre con el cuerpo y piernas forrados de sacos, rellenos de heno, lo que le da un aspecto monstruoso y grotesco, y el Zaldiko, joven disfrazado de caballo que intenta derribar cuantas veces puede a Ziripot. Completan la mascarada los txatxuak, vestidos con ropajes estrafalarios y armados con palos y escobas; lanzan gritos e irrintziak y protegen a Ziripot de los ataques de Zaldiko, a quien simulan herrar los arotzak en determinados puntos del itinerario. Miel-Otxin es sometido a una parodia de juicio en la plaza y sentenciado a morir en la hoguera. Vencido el Mal, los txatxuak y otros vecinos bailan en torno a sus restos humeantes una danza ancestral denominada mutil-dantza.
Carnaval de Valcarlos
El valle de Luzaide, y cada uno de sus barrios de Pekotxeta, Gaindola, Gañekoleta y Ondarrola, celebran sus carnavales un domingo.
Por la mañana celebran la azeri besta, en la que intervienen varios personajes: Gorri, Bandelari, Azeri (zorro) y maskak. Recorren casas y caseríos danzando. Mientras el Gorri saludaba a los dueños y los jóvenes bailaban ante la casa, el azero recogía los huevos que le daban o los tomaba en los gallineros. Solían emplear la mañana en el recorrido. El festejo de Atxetatupinak llenaba parte de la tarde; venían el azeri, los Jaun eta Andere (señor y señora) armados con látigos, el Gorri y el Bandelari, las maskak y el público; los maskak debían despojar de sus disfraces al azeri, Jaun y Andere, protegidos por el Gorri. Terminada la jornada, los participantes se reunían en una cena, en la que no faltaba la tortilla hecha con los huevos recogidos.
Gastronomía
Ante la austera y larga cuaresma penitencial, el hombre se despedía de los placeres en una orgía de los sentidos. El gusto es uno de ellos, quizá el que más iba a sufrir hasta la Pascua, y la glotonería será por tanto uno de los componentes del Carnaval. La mentalidad de una época reciente, queda reflejada en un dicho de la Regata bidasotarra: Gizonak non du indarra?. Ertzetan, eta iñonerez bertzetan. “¿Dónde tiene el hombre la fuerza?. En las tripas y en ningún otro sitio”. Por ello, esos días tenían en la mesa su manifestación más espléndida. El consumo de unos alimentos concretos, huevos (“Por San Antón, los huevos en montón”) y productos de la reciente matanza del cerdo -patas y orejas, chistor y chulas de tocino-, junto con el desaparecido carnero, sustituido hoy por ternasco o por ternera, constituían el corto aunque abundante panorama gastronómico.
El menú obligatorio del mediodía dominical era la tortilla de chistor, patas y orejas de cerdo, las patabelarris de la Cuenca, y, finalmente, la arrozada, sustituida en algunos pueblos de la Zona Media por las tradicionales torrijas. Es de señalar aquí una receta de las patas de cerdo, guisadas con azúcar y leche, uno de los platos más exquisitos de la gastronomía navarra, representativo del buen comer de la Cuenca pamplonesa, y obligada forma de ponerlas en este día, en muchos hogares.
Las colectas de huevos suponían unos días a base de platos de huevos, tortillas de chistor, tocino y budines, sin descanso alguno. El lunes, con el resultado de la cuestación era costumbre comer en la montaña, en la fonda o restaurante del pueblo, donde a lo obtenido se unía la sopa de zikiro y su correspondiente carne.