JUAN II
JUAN II
(Medina del Campo, 29.6.1398 Barcelona-19.1.1479). Rey de Navarra y Aragón. Era hijo del infante castellano Fernando de Antequera (I como rey de Aragón) y de Leonor de Alburquerque. Asumió la custodia de los considerables señoríos y rentas familiares en Castilla cuando su padre fue elegido soberano de la Corona de Aragón (1412) y su hermano primogénito Alfonso se convirtió en heredero de aquellos reinos. Alcanzó así una preeminente posición en Castilla. Casó con Blanca*, heredera de Navarra (18.6.1420), tras haber rechazado años antes a su hermana Isabel, y fracasado también el proyecto de Fernando I de unirlo a la reina Juana II de Nápoles. La boda se celebró cuando se encontraba inmerso ya en los conflictos políticos de Castilla y enfrentado con sus propios hermanos menores; y en aquel reino nació su primogénito Carlos. Fallecido el monarca Carlos III* (1425), Juan y Blanca ocuparon el trono navarro. El nuevo rey permaneció de momento en Castilla, donde acababa de implantar su hegemonía, mientras su esposa gobernaba en Navarra. Ésta no pudo evitar que el reino quedara comprometido en los intereses castellanos del monarca y se viera finalmente arrastrado a la guerra (1429-1430), con los correspondientes trastornos militares y dificultades económicas. Las treguas de Majano (1430) abrieron un paréntesis de negociaciones que se alargó hasta la paz de Toledo (1436), que resolvió temporalmente el pleito mantenido por Juan sobre las rentas perdidas en Castilla. El conflicto le había movido incluso a desplazarse a Italia, donde había sufrido con su hermano Alfonso V la derrota de Ponza. Volvió a tierras hispanas a título de lugarteniente de los reinos de Aragón y Valencia y autorizado para manejar los intereses peninsulares de la familia. La muerte de su esposa Blanca (1441) le sorprendió cuando afrontaba la nueva crisis castellana que, tras la batalla de Olmedo (1445), determinó su expulsión definitiva de aquel reino. Los asuntos navarros habían quedado entonces en manos de Carlos de Viana*, resignado con el título y las funciones de lugarteniente. Juan, que no renunciaba a la realeza, preparaba ya sus nuevas nupcias con Juana Enríquez. Hasta 1444 no volvió a Navarra en busca de ayuda, iniciándose entonces las resistencias del príncipe. La política seguida por uno y otro había favorecido las divisiones internas del reino, y la boda del rey (1447) hizo decaer los únicos derechos que podía alegar en estricta legalidad para conservar el trono. La presencia de Juan y su mujer (1449) y sus arrogantes actuaciones provocaron al año siguiente la huida de Carlos a Guipúzcoa y la ruptura de hostilidades. Los principales linajes del reino orientaron hacia uno y otro bando sus antiguos rencores o sus vínculos de clientela. La intervención militar castellana a favor del príncipe complicó aún más la situación. Cuando Juana Enríquez acababa de ser nombrada lugarteniente del reino, las tropas del príncipe fueron batidas por las de su padre en Aibar (1451); el propio Carlos quedó prisionero del rey hasta 1453.
Cada uno de los contendientes había montado su aparato de gobierno convocaba sus Cortes particulares. Juan llegó al extremo de desheredar al primogénito y a su hermana Blanca* (1455) en beneficio de la hija menor, Leonor*, esposa de Gastón IV de Foix*. A los problemas navarros fueron sumándose los planteados en Cataluña. Al heredar de su hermano Alfonso V (1458) la Corona de Aragón, Juan perdió a su mediador con el príncipe. Por otra parte, se agravó considerablemente el pleito entre padre e hijo. Al ampliarse su herencia y sus expectativas, Carlos se halló comprometido en una nueva red de tensiones e intereses políticos, sociales y económicos, particularmente en Cataluña.
Tras un fugaz acercamiento, sobrevino una segunda ruptura (1460), que reactivó la guerra civil en Navarra y desencadenó la revolución catalana. Acosado además por Castilla, Juan buscó el apoyo de Francia por mediación de su yerno Gastón de Foix, y se vio obligado a firmar la Concordia de Villafranca. La inmediata muerte de Carlos resolvió el problema familiar más grave; y no tardó en desaparecer también la infanta Blanca (1462) sin dejar herederos. Juan logró así atraerse a la facción beaumontesa (1464) tras la reconciliación con Juan de Beaumont. El gobierno de Navarra estaba en manos de los condes de Foix, cuyas veleidades de independencia produjeron roces entre el rey y su hija. Absorbido por los conflictos de Cataluña, que ponían en serio peligro la unidad de la corona aragonesa, Juan II tuvo que practicar una política de tanteos, promesas y alianzas, para neutralizar sobre todo las ingerencias y los intentos de cerco por parte del hábil soberano francés Luis XI. La pugna entre beaumonteses y agramonteses, recrudecida durante estos años, condujo a la sustitución formal de los lugartenientes por su propio hijo (1469). La guerra contra los condes de Foix, que ignoraron su cese, parecía inevitable (1470), pero el soberano se vio obligado a acordar con su hija Leonor el pacto de Olite, puntualizando las respectivas competencias. Estas negociaciones sublevaron a los beaumonteses, que buscaron apoyo en el rey de Castilla. Fernando, hijo del propio Juan, iba a ser posteriormente el más firme valedor de Luis de Beaumont. Centrado desde 1473 en los asuntos catalanes, y en la guerra abierta con Luis XI, el rey obtuvo una tregua de los beaumonteses por mediación de Fernando el Católico (Tratado de Tudela, 1476), quien desde entonces llevó la iniciativa de los asuntos navarros. Leonor se amparaba ahora en los agramonteses y la escisión del reino continuaba cuando Juan falleció. De su matrimonio con Blanca habían nacido Carlos, Blanca y Leonor; de Juana Enríquez tuvo a Fernando, Juana (casada con Fernando I de Nápoles), Mariana y Leonor. Dejó como hijos ilegítimos a Juan, Alfonso, Fernando, María y Leonor.