SANCHO VI EL SABIO
SANCHO VI EL SABIO
(ca. 1133 – Pamplona, 27.6.1194). Rey de Navarra, único hijo varón de García Ramírez “el Restaurador” y de su primera esposa Margarita. El reino que, heredó en 1150 arrastraba dos serias servidumbres. Su monarca debía vasallaje al emperador castellano-leonés y, por otra parte, para los papas, sólo tenía la categoría de dux. Tras un vano intento de aproximación a Ramón Berenguer IV (entrevista de Fillera en noviembre de 1150) e intimidado por el proyecto de reparto de Navarra acordado por dicho con de con Alfonso VII (Tudején. 27.1.1151), se apresuró a renovar el homenaje al emperador con ocasión de la boda de su hermana Blanca con Sancho primogénito de Castilla (1.2.1151); incluso fue armado caballero (Soria, junio 1153) por Alfonso VII, con cuya hija Sancha se prometió como esposo. Por esas fechas la comarca de Artajona y Larraga, que venía disfrutando Urraca, viuda de García Ramírez, pasó al heredero castellano, que ya gobernaba desde 1143 el llamado “reino de Nájera”. Tras la defección de su tenente Ramiro Garcés, se sumó también Olite a aquel enclave castellano-najerense. Siguiendo el ejemplo del magnate alavés Vela Ladrón, abandonaron además la obediencia de Sancho el Sabio otros señores como Marcos de Rada, García Almoravid y el propio mayordomo regio Pedro de Arazuri (1157).
Ante este acoso castellano, que lo había sumido en un profundo desamparo, el monarca pamplonés, intentó reaccionar frente a Aragón; recuperó Fontellas y esquilmó las huertas zaragozanas. El obispo pamplonés Lope ofreció su mediación a Ramón Berenguer IV, con el consiguiente enfrentamiento con el rey de Pamplona. La ingerencia castellana impidió una respuesta bélica del barcelonés, pero desembocó en la firma de un nuevo acuerdo (Lérida, mayo 1157) para el reparto de Navarra en términos similares a los de Tudején, pero tampoco surtió efecto por la muerte de Alfonso VII (21.8.1157). Ante este hecho, Sancho VI reiteró con prontitud su fidelidad a Sancho III, sucesor del emperador en Castilla y viudo ya de Blanca; le rindió el oportuno homenaje (11.11.1157) y celebró el matrimonio con su prometida Sancha, hermana del nuevo rey. Recobró en estas circunstancias el enclave de Artajona y su periferia.
El prematuro fallecimiento de Sancho III (31.8.1158) y la subsiguiente minoridad de su hijo Alfonso VIII causaron un notable vacío de poder en Castilla. Tornaron a Navarra magnates expatriados, como el conde Vela Ladrón, Pedro de Arazuri y los hijos de García Almoravid, pero este último había acabado sirviendo a los intereses aragoneses. Las paces acordadas con el conde de Barcelona, fueron ratificadas (8.8.1162) con los tutores del nuevo monarca aragonés Alfonso II por un plazo de trece años.
Se halló así el rey Sabio en disposición de consolidar su corona. Debió de cimentar esta reafirmación en la mutación del concepto de la realeza que supuso el cambio (hacia finales de verano de 1162) de la tradicional intitulación de rex Pampilorcensium por la de rex Navarre. Sobre el vínculo de dependencia personal de los súbditos, parece prevalecer el derivado de su implantación en la tierra del rey.
Tras la intervención en Castilla de Fernando II de León, que ocupó Toledo (1162) para zanjar las discordias entre Castros y Laras, tutores de su sobrino Alfonso VIII, Sancho VI emprendió entre el otoño del mismo año y la primavera siguiente, la recuperación de Logroño y, salvo las ciudades de Nájera y Calahorra, buena parte de Rioja y Álava, hasta alcanzar la Bureba y el Duranguesado. Dentro del mismo año marchó a Murcia en ayuda del rey Lobo Ibn Mardanis. Junto a tales ocupaciones exteriores, cabe señalar en el interior la acomodación del fuero de Logroño a la villa de Laguardia y la confirmación de los Fueros de Estella (1164). Las buenas relaciones con su cuñado Fernando II, con quien se entrevistó en Tudela (enero 1165) no impidieron que Alfonso VIII recobrara Toledo (1166) y se adueñara de los lugares de Murillo y Resa, próximos a Calahorra. No fue ajeno el navarro Pedro Ruiz de Azagra a esta consolidación sobre el trono del joven monarca de Castilla ni a la ulterior tregua navarro-castellana (Fitero, octubre de 1167). De su colaboración con el rey Lobo obtuvo por tales fechas el señorío de Albarracín, reconocido en el acuerdo de Vadoluengo entre Sancho VI y Alfonso II de Aragón (19.12.1168). A diferencia de su suegro Pedro de Arazuri, que se desnaturó de forma definitiva (1168-1169), no renegó nunca de su señor natural a pesar de las componendas con Castilla y Aragón que le exigió la posesión del señorío de Albarracín.
Mayor de edad desde noviembre de 1169 y, meses después, en paz con Aragón (tratados de Sahagún y Zaragoza), Alfonso VIII concertó su matrimonio con Leonor, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que ofrecieron Gascuña en concepto de dote; las arras consistieron en lugares riojanos y navarros pertenecientes a Sancho VI, quien se vio así patentemente amenazado y no pudo contrarrestar, en efecto, la ofensiva de Alfonso VIII (1173). Este fue ocupando diversas plazas de la comarca de Miranda de Ebro y de La Rioja y en la primavera siguiente llegó hasta Pamplona obligando a Sancho VI a refugiarse en el castillo de Leguín, tomado dos años después en una nueva incursión castellana. Despechado por la acogida dispensada en Navarra a magnates aragoneses desnaturados, como Sancho Ramírez de Pedrola (dueño del castillo de Rueda de Jalón) y recién casado además con Sancha, hermana del monarca castellano Alfonso II, se había sumado a las hostilidades destruyendo el castillo de Milagro (julio 1174).
Sancho VI y Alfonso VIII acordaron finalmente (agosto 1176) recabar el arbitraje de Enrique II de Inglaterra y firmaron una tregua de siete años. Las embajadas, encabezadas por los obispos de Pamplona y Palencia respectivamente, expusieron ante el monarca inglés y su curia las oportunas alegaciones. Los navarros reclamaban cuanto había obtenido Alfonso VI a la muerte de Sancho el de Peñalén más lo arrebatado por Alfonso VII a García Ramírez y las recientes conquistas de Alfonso VIII, así como 100.000 marcos de plata; los castellanos reivindicaron, por su parte, las tierras ocupadas por Alfonso VI en 1076 y tenidas en vasallaje por Sancho Ramírez y sus sucesores, más las conquistadas por Sancho VI y la mitad del señorío de Tudela, que correspondía a Alfonso VIII como nieto de la reina Margarita*. La sentencia arbitral disponía la mutua restitución de las últimas conquistas más una compensación anual de 3.000 maravedís durante un decenio a favor del monarca navarro. Fisconforme con el arbitraje, Alfonso negoció con los reyes de León y Aragón (Tarazona, julio 1177) con ocasión del asedio de Cuenca. Formalizó con Alfonso II el tratado de Cazola (marzo 1179), contrario una vez más a los intereses navarros. Obligado a negociar por la nueva amenaza de reparto de su reino, Sancho VI se entrevistó con Alfonso VIII entre Nájera y Logroño y se acordó (15.4.1179) solventar las disputas fronterizas. El navarro devolvía las plazas ocupadas en Rioja, que debían ponerse en manos de naturales navarros vasallos de Castilla; por su parte, el castellano debía restituir los castillos de Leguín y Portilla. Álava y sus anejos vizcaíno y guipuzcoano quedaban para Navarra y los Vela debían abandonarlos si preferían seguir fieles á Castilla. Esto hizo Juan Vela y Álava fue encomendada a su pariente Diego López Ladrón y muy pronto Sancho VI se hizo con el control de aquella tierra sin la mediación de un conde de dudosa lealtad.
En cualquier caso el acuerdo entre ambos monarcas de igual a igual, manifiesta la extinción de la antigua tutela castellana. En estas condiciones el soberano navarro acometió la reordenación de las extensas dependencias occidentales de su reino mediante la configuración de dos núcleos de población burguesa, San Sebastián (1180) y Vitoria (1181), y la articulación de un sistema de tenencias alavesas encomendadas a magnates de confianza; hay que añadir las extensiones del fuero de Logroño a Antoñana y Bernedo (1182) y la Puebla de Arganzón (1191).
Con todo, siguió amenaza la integridad territorial de Navarra. En el pacto de Berdejo (5.10.1186) quedó patente el interés de Alfonso VIII y Alfonso II por Albarracín y especialmente del primero por la recuperación de Álava. Sancho VI subrayó desde entonces expresamente en sus diplomas que reinaba también en Álava.
El nuevo señor de Albarracín Fernando Ruiz de Azagra respetó la obediencia a Navarra, provocando una violenta reacción de Alfonso II, que cercó el enclave de Rueda de Jalón y atacó la frontera navarra, donde dominaba ya desde comienzos de su reinado la plaza de Arguedas. Pese al nuevo tratado castellano-aragonés de Sauquillo (noviembre 1187), Sancho logró aproximarse a Alfonso II (convenio de Borja, 7.9.1190) con quien volvió a entrevistarse tras la alianza de Portugal, León y Aragón contra Castilla (Huesca, mayo 1191). Finalmente, no dejó de beneficiarle la legación del cardenal Gregorio de Sant Angelo (1192-1194), enviado por Celestino II para acabar con las querellas fronterizas que distraían a los reyes hispano-cristianos de la lucha contra los musulmanes. En los últimos años de reinado emprendió una actualización de las pechas de villas de realengo, tarea continuada y perfeccionada en el siguiente reinado. Extendió, por otro lado, en algunos nuevos burgos el estatuto de franquicia a pobladores de condición social villana en sus lugares de origen. No dejó de prever en todos estos fueros la obligación de los vecinos a abonar un censo anual en razón del solar ocupado por sus respectivas casas. El Fuero General de Navarra recogió varios preceptos del rey “don Sancho el Bueno”, por ejemplo, sobre el ahijamiento de villanos, la prenda judicial sobre bienes eclesiásticos o el desafío entre hidalgos.
Sus restos fueron inhumados en la catedral de Pamplona. De su matrimonio con Sancha, hija de Alfonso VII, había tenido cinco hijos; su sucesor Sancho VII el Fuerte, Fernando, fallecido en 1207, Berenguela, casada con el rey inglés Ricardo Corazón de León, Constanza y Blanca futura esposa del conde Teobaldo III de Champaña.
Bibliografía
A.J. Martín Duque, Sancho VI de Navarra y el fuero de Vitoria, “Vitoria en la Edad Media” (Vitoria 1982), p. 281-295.