FITERO, SANTA MARÍA DE
Monasterio cisterciense* fundado antes de 1140 en la iglesia de Santa María del monte Yerga (hoy repartido entre los términos riojanos de Alfaro, Autol y Grávalos) con monjes venidos del monasterio francés de Scala Dei o Escale-Dieu*, filial del de Morimond, y dirigidos por Durando, a quien no se atribuye expresamente la categoría de abad. El inspirador y primer protector de la fundación fue el monarca castellano Alfonso VII. Para 1141 los monjes se habían trasladado al actual desolado de Niencebas, bajo la dirección del abad san Raimundo de Fitero* (1141-1158) verdadero fundador y consolidador del cenobio. Se dice que tanto el abad como la iglesia fueron consagrados por el obispo de Calahorra*, pero el testimonio es dudoso y, en cambio, puede asegurarse la vinculación personal previa de San Raimundo con la diócesis de Tarazona*. Desde 1144 san Raimundo aparece como abad de Castellón, que debe situarse dentro de Fitero, compra heredades en el mismo Fitero. El año 1152 señala el traslado definitivo del monasterio desde Niencebas a Fitero, sancionado por el papa Eugenio III, que en su bula de confirmación de posesiones llama a la abadía Santa María de Fitero Un centenar de documentos demuestran la febril actividad de san Raimundo, que logró reunir, sobre todo mediante compras, un dominio monástico muy concentrado en el término de Fitero, haciéndose con el control de la feraz vega del Alhama y del castillo de Tudején*. En 1158 Sancho III de Castilla le dio la villa de Calatrava, cercana a Ciudad Real, para que la defendiera ante los almohades. San Raimundo reunió para ello un grupo de monjes y caballeros que fue el origen de la orden militar de Calatrava. La empresa supuso al naciente monasterio un cuantioso esfuerzo en hombres y en dinero.
Su sucesor, el abad Guillermo (1161-1182), siempre protegido por Alfonso VIII de Castilla, siguió adquiriendo bienes en Fitero y Tudején, pero también extendió el dominio monástico por toda la cuenca del Alhama e incluso llegó a Tudela*, a las proximidades de Soria y a Yanguas, en el Cidacos riojano. Entre 1179 y 1187 el obispo de Calahorra promovió un pleito para reincorporar la abadía a su diócesis, pero la sentencia del arzobispo de Tarragona se inclinó en favor de la sede de Tarazona y de nada sirvió la apelación al papa por parte del obispo calagurritano. A finales del siglo XII el crecimiento del dominio se detiene y los recursos económicos de la abadía parecen concentrarse en la construcción de la actual iglesia, que se prolongó durante la primera mitad del XIII. También entonces se produjo una crisis disciplinar: el capítulo general del Cister depuso a un abad y durante los años siguiente, varios personajes se sucedieron rápidamente al frente del cenobio. Durante el siglo XIII la normalidad se restablece. Una vez formado y consolidado el patrimonio monástico en torno a 1210, momento en que se elabora el cartulario* que lo recopila, el caudal documental disminuye y se transforma. Predominan las compraventas sobre las donaciones y se centran en la Rioja: las relaciones de la abadía con Navarra son todavía débiles. Los monarcas castellanos Fernando III y Alfonso X continuaron a lo largo de aquella centuria la misma política de protección a la abadía que le habían dispensado sus antecesores.
La penetración navarra en el monasterio se inicia a principios del siglo XIV y tal vez fuese una maniobra de los monarcas franceses que entonces regían Navarra y cuyas relaciones con Castilla estaban envenenadas por el apoyo que prestaban a los infantes de la Cerda, pretendientes del trono castellano. La intervención se plasmó en la presencia de un monje francés, Guillen de Montpesat, al frente del monasterio (1308). Sin duda para frenar la maniobra, los monarcas castellanos Fernando IV y Alfonso XI concedieron importantes exenciones a Fitero y confirmaron los privilegios y donaciones de sus predecesores (1305-1314). Con el mismo fin de consolidar su adscripción a Castilla, Alfonso XI ordenó el amojonamiento del término (1316). Aunque hacia 1312 Guillen de Montpesat había pasado a desempeñar la abadía de Leire*, la intervención franconavarra continuó por su medio y a través del monasterio de Scala Dei, que en algunos momentos llegó a controlar la administración de la abadía de forma directa (1332). Poco después, en 1335, el cenobio estaba en poder de tropas navarras, mientras que los castellanos instalaban en Tudején al sector castellanista de la comunidad religiosa; éstos lograron tomar Fitero tras un violento asalto, pero no se atrevieron a destruirlo y trasladar el monasterio a Tudején, como pretendían. En el mismo año las tropas navarras recuperaron la abadía. La corte pontificia de Aviñón medió en el conflicto y en 1336 se llegó a un compromiso, por el que en última instancia se encomendaba el pleito a una decisión arbitral del cardenal Gaetano. Pero el proceso se paralizó en la curia y mientras tanto el abad Juan de Mengaut, presumiblemente francés, regía el monasterio por lo menos entre 1342 y 1347. En 1372 se reabrió la disputa y ambos reinos aceptaron el arbitraje del papa y del rey de Francia, quienes delegaron en el cardenal francés Guy de Boulogne (Guido de Bolonia*). Su sentencia de 4 de octubre de 1373, haciendo caso omiso de los argumentos y reivindicaciones castellanas, incorporó definitivamente Fitero y Tudején al reino navarro.
El siglo XV fue para el monasterio una etapa de crisis manifiesta en varios frentes. Durante la guerra con Castilla (1428-30) fue asaltado los castellanos y los monjes, refugiados en Tudela, tardaron en volver una decena de años. Al estallar la guerra civil entre beamoneses y agramonteses, la abadía se inclinó del lado de los segundos, que colocaron al frente del cenobio a partidarios suyos, entre los que destacan Juan de Peralta (1443-1451) y Miguel de Peralta (1480-1503). Esto no impidió que algunos monjes simpatizaran con el otro bando, o que un abad inicialmente agramontés como Miguel de Magallón (1465-70) acabara enfrentado con sus correligionarios y fuera asesinado por ellos. Mientras tanto el patrimonio monástico entraba en decadencia, se registraban algunas ventas e incluso tenía que entablarse un pleito contra la villa de Alfaro, que desde 1483 intentaba arrebatar la granja de Niencebas, primitivo asentamiento del cenobio. El deseo de la seguridad movió al abad Miguel de Peralta a fomentar desde 1482 la creación del actual pueblo de Fitero. Pero el fenómeno más preocupante fue la relajación de la vida monástica hasta graves extremos: juego, caza, pendencias armadas, diversiones, abandono del celibato y vida licenciosa compusieron un cuadro que subsistió hasta bien entrado el siglo XVI.
El señorío sobre la población de Fitero* (compra de la jurisdicción criminal en 1630, sucesivos pleitos, etc); las presiones de la corona para el control de la abadía, e incluso algunos movimientos violentos de los fiteranos contra el monasterio (1675), marcaron la existencia de la comunidad hasta que las sucesivas exclaustraciones y desamortizaciones acabaron con la vida monástica (1809, 1821 y, definitivamente, en 1835).
Bibliografía
J. Goñi Gaztambide, Historia del monasterio cisterciense de Fitero, “Príncipe de Viana”, 26 (1965), 295-329; C. Monterde Albiac, El monasterio de Santa María de Fitero. Siglos XII-XIII, Zaragoza, 1978.