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CISTERCIENSES (MONJES)

CISTERCIENSES (monjes)

Orden religiosa creada el 21 de marzo de 1098 por San Roberto, abad de Molesmes, que fundó el nuevo monasterio de Citeaux o Cistercium en Borgoña (Francia). Deseaba restaurar la observancia estricta de la regla de San Benito, empañada por las riquezas acumuladas en los monasterios cluniacenses. Fueron características del Cister el aislamiento de sus monasterios, el restablecimiento del trabajo manual de los monjes, gran austeridad, duro régimen de vida, prácticas ascéticas, uniformidad absoluta en la liturgia y difusión del culto a la Virgen, bajo cuya advocación pusieron la mayoría de sus abadías.

Los años iniciales fueron difíciles y peligró la supervivencia de Citeaux. La situación cambió a partir del ingreso de San Bernardo (1112), la figura más importante de la orden, motor de su expansión por Europa y gran maestro de la espiritualidad del siglo XII. Comenzaron las fundaciones de monasterios filiales: La Ferté (1113), Pontigny (1114), Clairvaux o Claravel (del que fue abad San Bernardo) y Morimond (1115). La orden se extendió de forma arborescente en torno a Citeaux y sus cuatro filiales, que fueron cabezas de cinco familias o líneas de monasterios. Cada abadía era a la vez abadía hija, que dependía de su casa fundadora, y abadía madre, que vigilaba a sus propias fundaciones. Además de las nuevas fundaciones hubo afiliaciones o integraciones de monasterios benedictinos o de grupos de eremitas, que pasaron a ser abadías cistercienses. A fines del siglo XII eran ya 530 los cenobios repartidos por toda Europa.

Para regular el crecimiento de los nuevos monasterios y las relaciones entre todos ellos, San Esteban Harding, abad de Citeaux (1109-1133), elaboró la “Carta de Caridad”, aprobada por el papa Calixto II en 1119 y luego ampliada en 1152 y 1190. Se consideraba a cada monasterio como una entidad autónoma, con su propio abad y con economía diferenciada de Citeaux, para evitar el excesivo centralismo en que había caído Cluny*. Si algún monasterio tenía dificultades económicas, los demás debían ayudarle según sus posibilidades y sólo por caridad fraterna, no por obligación. La unidad de la orden se garantizaba por medio de un Capítulo General que reunía anualmente a todos los abades y que reglamentaba toda la vida de los monasterios y sus relaciones entre sí. Además las abadías madres realizaban una visita anual de inspección a sus filiales.

La expansión del Cister en la Península Ibérica durante el siglo XII se realizó a través de dos familias monásticas. La línea de Claraval se implantó en León, Galicia, Asturias, Portugal y Cataluña, mientras que la línea de Morimond se extendía por Aragón, Navarra y Castilla. Salvo el caso de Iranzu*, Citeaux no intervino en España hasta el siglo XIII.

Contemplada globalmente, la implantación del Cister en Navarra durante el siglo XII es fruto de un conjunto de circunstancias más que de un movimiento coordinado de expansión. La situación excéntrica de las abadías dentro del territorio navarro y la enumeración de sus fundadores confirma esta afirmación. La única coincidencia es la adscripción de las dos primeras a la línea de Morimond, como filiales del monasterio francés de Escaledieu o Scala Dei*, situado en el condado pirenaico de Bigorra. En torno a 1140 nació el monasterio de Fitero* (inicialmente instalado en Yerga y en Niencebas*), pero su fundación fue iniciativa del monarca castellano Alfonso VII y no se incorporó a Navarra hasta el siglo XIV. La Oliva* debe su origen al enfrentamiento entre los reinos de Navarra y Aragón en aquellos momentos. Ramón Berenguer IV, que detentaba la zona por la fuerza de las armas, asignó el lugar a los cistercienses (junio 1149). La cesión no surtió efecto ya que García Ramírez recuperó la zona de Carcastillo y fue precisa una nueva donación del monarca navarro en 1150 para que se efectuara la fundación. Aunque ambas monarquías protegieron al naciente monasterio, La Oliva formó parte de Navarra. La tercera fundación fue la de Iranzu* (1176), promovida por Pedro de Artajona*, obispo de Pamplona. Circunstancias familiares del fundador hicieron que se recurriese a la abadía de La Cour-Dieu (Curia Dei, cerca de Orleans) y de esta forma Iranzu se adscribió a la línea de Citeaux, siendo la única en España durante el siglo XII.

El Cister navarro contó con una abadía más durante el siglo XIII, y un intento fallido de fundación protagonizado por Sancho VII* (1228). Para remediar la crisis disciplinar de su cenobio, el propio abad benedictino de Leire* gestionó su afiliación al cister, cuyo capítulo general encomendó la tarea a los abades de La Oliva e Iranzu (1237). Un sector de la comunidad se opuso y dio lugar a una lucha entre benedictinos y cistercienses por el control de la abadía, que se prolongó hasta 1307. A pesar de que en 1240 se pensó en afiliar Leire al monasterio castellano de Huerta, en 1269 fue registrado oficialmente como abadía cisterciense y afiliado a La Oliva. El crecimiento de los cenobios cistercienses fue considerable durante los siglos XIII y XIV. Llegó a fundarse en Estella un colegio (1289), destinado a la educación de sus monjes y que, a pesar de su denominación como Studium generale, no fue universidad. Benedicto XII lo suprimió en 1333 y ordenó que los cistercienses navarros fueran a estudiar a la universidad de Toulouse.

La acumulación de bienes y otras causas provocaron la relajación del siglo XV, general en toda la orden. Ya en 1407 La Oliva tuvo que hacerse cargo del monasterio femenino de Marcilla*, que pasó a ser un priorato masculino y hasta el siglo XVII no alcanzó la condición de abadía.

En Navarra la guerra civil complicó la crisis cisterciense, pues las grandes familias nobiliarias en pugna procuraron acaparar abadías. Los agramonteses controlaron la mayoría de ellas: miembros de la familia Peralta ocuparon las de Fitero, La Oliva y Marcilla, mientras que la familia Baquedano casi constituyó una dinastía abacial en Iranzu. El cuadro lo completan las violentas disputas por La Oliva (1443-1450) y la relajación de los monjes de Fitero a finales de la centuria.

La incorporación de Navarra a la corona de Castilla no solventó inicialmente los problemas de la orden, sino que los aumentó. El papa Adriano VI concedió a los monarcas españoles el derecho de patronato, que implicaba el nombramiento de los más importantes cargos eclesiásticos y, entre ellos, los abades. En la primera mitad del siglo XVI los reyes nombraron abades comendatarios que frecuentemente no residían en los monasterios e, incluso, no eran monjes. Prototipo de estos abades fue en Navarra el licenciado Pobladura, que llegó a apropiarse de buena parte del tesoro de La Oliva.

La única forma de reformar el Cister navarro era integrarlo en la Congregación cisterciense de Castilla, pero los afanes que ésta mostró desde 1522 por absorber a los monasterios navarros y el cariz político del asunto sólo consiguieron provocar una cerrada oposición de los abades navarros y el fracaso del proyecto. Las primeras medidas de Felipe II* se remontan a 1562, pero el intento de reforma puede situarse entre 1567 y 1572. El rey deseaba incorporarlos a la Congregación de Castilla y obtuvo permiso para ello del papa San Pío y (1567), pero las abadías navarras consiguieron la derogación del breve papal (1569). La firme oposición de los navarros hizo que el rey comprendiera la complejidad del problema y se limitara a impedir las inclinaciones proaragonesas de los navarros (1568) y a nombrar un visitador (1570-1572). En 1609 el abad de La Oliva intentó formar una Congregación Navarra, pero sus gestiones fracasaron. Cuando nació la Congregación de la Corona de Aragón (1616), los cistercienses navarros quisieron unirse a ella, pero Felipe IV* no dio su consentimiento hasta 1631. Al año siguiente la Congregación los admitió y en 1634 el papa sancionó la unión.

La Congregación Cisterciense de los Reinos de la Corona de Aragón y de Navarra se basaba en la temporalidad de los abades (renovados cada cuatro años) y en la supresión de las filiaciones, con lo que los cenobios integrantes se alejaban del abad y del capítulo general del Cister. El gobierno de la Congregación estaba encomendado a un Vicario General cuatrienal, que correspondía por turno sucesivo a los cuatro reinos (Aragón, Valencia, Cataluña y Navarra), asistido por cuatro definidores y cuatro visitadores, uno por cada reino. Anualmente se reunía un capítulo que vigilaba la marcha de la Congregación.

En 1835 el Gobierno desamortizó los bienes del clero regular y suprimió los monasterios. Hubo que esperar a 1927 para que una comunidad trapense restaurase la vida monástica en La Oliva. Los trapenses son cistercienses de estricta observancia, creados en Francia en el siglo XVII y constituidos como orden diferenciada de los demás cistercienses en 1893. En España antes de la desamortización sólo consiguieron establecer una casa en Maella (Zaragoza) en 1796, gracias al apoyo del abad de Leire. Expulsados en 1835, pudieron volver a España en 1880 y, tras establecerse en varios lugares, recalaron en La Oliva.

Bibliografía

J. Goñi Gaztambide, Los estudios y publicaciones de fuentes sobre benedictinos y cistercienses en Navarra, “Studia Monastica”, 1, (1959), 171-187; M. Cocheril, L´implantation es abbayes cisterciennes dans la Peninsule Iberique, “Anuario de Estudios Medievales”, 1, (Barcelona, 1964), 218-287; T. Moral, La Congregación cisterciense de la Corona de Aragón y los monasterios navarros entre 1569 y 1632, “Príncipe de Viana”, 29, (1968), 5-27; H.M. Marín, Abadía cisterciense de La Oliva, Pamplona, 1979 “Navarra. Temas de Cultura Popular”, n.° 242; T. Moral, Leyre y la introducción del Cister reformado en España a finales del silo XVIII, “Príncipe de Viana”, 41, (1980), 573-593.

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