INDUMENTARIA TRADICIONAL
INDUMENTARIA TRADICIONAL
En época contemporánea, la indumentaria habitual de los navarros hasta la década de 1950, en que el despegue económico industrial modificó el modo de vestir con la difusión de ropas confeccionadas en serie, presenta ciertos rasgos peculiares. Tratamiento aparte se da a los trajes típicos* de determinados valles (Roncal, Salazar y Aézcoa), que han perdurado desde épocas pretéritas aunque reservados a festividades, hasta nuestros días. Factores decisivos en el vestir de la población, no exclusivos de Navarra, son además del poder adquisitivo, la proximidad a la ciudad o a la frontera, las características climáticas de la zona, y en la ropa de trabajo, el tipo de actividad desempeñada.
Determinadas circunstancias de la vida -bautizo, Primera Comunión, bodas, prácticas funerarias*- han tenido su reflejo en la indumentaria. Aunque con cierto conservadurismo, las clases pudientes y las minorías cultas vestían según los dictados de las modas: miriñaque o polisón, levita y pantalón, junto a complementos como la sombrilla, guantes, mitones o “vitones” (Artajona), manguitos y estolas de piel, sombreros y bastón.
Pero la mayor parte de la población vestía con austeridad e incluso con pobreza. A diario, los hombres usaban “pantalón” de paño o lanilla en invierno y de “Vergara” en verano; los pantalones viejos se guardaban para trabajar, no faltando “petachos” de otro color, y el más nuevo se reservaba para los domingos. En la Zona Media y Ribera (San Martín de Unx, Artajona, Améscoa, Allo) se usó mucho el pantalón de pana negra o color canela. La “camisa” de lino o cáñamo, solía ser de color para diario y blanca, con cuellos vueltos o de tirilla, la festiva. Sujetaba el pantalón la faja o “ceñidor”, de tela negra y flecos, con la que daban varias vueltas a la cintura y servía a la vez para guardar la petaca o la navaja. Los roncaleses de Urzainqui usaban grandes fajas moradas, con las que daban hasta quince vueltas, sustituidas por el cinturón de cuero al cambiar el calzón corto por el pantalón. En Artajona fueron los jóvenes de la década de 1940 los que dejaron de usarla. Encima se llevaba el “chaleco”, de paño o “moletón” (Romanzado), con cuatro bolsillos y, sobre él, sobre todo en invierno, la “blusa”, que tuvo gran arraigo hasta 1940. Era una prenda holgada que llegaba hasta medio muslo, con aberturas laterales, manga larga y cerradas por delante, con cuello de tirilla abierto hasta el pecho y canesú. Las elegantes, de satén negro, tenían orillo o ribete en torno al cuello pespunteado. Las de diario, negras, azules o grises, eran de tejido más ordinario. En algunas localidades (Obanos) se consideraba, a mediados del siglo XX, indumentaria propia de tratantes de ganado. En Allo distinguían “las francesas”, más amplias y azules, de “las bilbaínas”, más pequeñas, de color gris.
Como prenda de trabajo se generalizaron hacia 1940 los “bombachos” azules, especie de pantalón holgado que todavía en la década 198 se usa en los establos y en el campo, bien encima de la ropa limpia o bien directamente. Como prendas de abrigo los hombres navarros han usado: al “elástico” o “lástico”, la hongarina” (Artajona, Améscoa), anguarina (Romanzado, Urraúl, Améscoa), longarina o longeina (Aria) o hungarina (Baztán); la elegante “capa”; el “rebocillo”, tapabocas o “maricón”, y muchos una “manta”. Más modernos, a partir de 1930, han sido el “sobretodo”, la “trinchera” y los “gabanes”. El “elástico”, jersey de punto, de color negro, gris o azul marino, se compraba hecho con mangas de recambio (Romanzado, Artajona…), en Améscoa se hacían en casa, abiertos por delante y atados con cordoncillos terminados en borlas, muchos con la pechera adornada con dibujos de colores. Esta moda estellesa se difundió, a finales del siglo XIX, entre jóvenes de San Martín de Unx y Artajona. La “hongarina”, en sus variadas acepciones, era un abrigo de paño burdo, con una de las mangas cosida en su extremo inferior -donde se metía un cascajo o plomo, a modo de contrapeso- y la echaban hacia atrás cruzada por delante del cuello. Protegía bien del frío y de la lluvia.
La “capa” fue, además de prenda de abrigo, la prenda tradicional en clases pudientes y cargos. Delaporte, viajero francés en 1755, decía de los hombres de esta tierra: “el navarro, más delicado, envuelto en su capa, la cabeza cubierta con fieltro enorme…”. La documentación parece indicar que en el siglo XVIII era propia de nobles y maestros oficiales, mientras que a principio del siglo XX la llevaban corporativamente los ediles del ayuntamiento. En Améscoa todos los invitados a bodas iban con capa y el que no disponía de una, la pedía prestada. Eran de paño negro, con esclavinas y guardas de terciopelo negro, azul o rojo. Desde mediados del siglo XIX fue sustituida, paulatinamente, por el sobretodo. El “rebocillo” o tapabocas, vulgarmente conocido como “maricón”, tenía la forma de una amplia bufanda o manta estrecha de color negro o a cuadros. Era la prenda de abrigo de la mayor parte de los campesinos navarros. La manta de cuadros o con rayas, de color marrón o gris, se reservaba en los días más crudos para protegerse de la lluvia o frío en el campo o en la iglesia. Los adoradores nocturnos han acudido a las vigilias, hasta la década de 1960, con su manta.
Por último, el “traje” festivo, de pantalón recto sin vuelta, chaleco y chaqueta, que no todos tenían, se usaba en solemnidades como bodas, presidencia de entierros, determinados días del año e incluso de mortaja. Solía pedirse prestado, al igual que la capa.
El complemento ha sido la “boina” negra, blanca o azul, difundida con las guerras carlistas. En el siglo XX experimentó mayor auge la fabricación de boinas. Una fábrica de Tolosa (Guipúzcoa), en 1859, fabricó 30.000 piezas, que en 1921 pasaron a ser 1.250.000. A mediados del siglo XIX, los baztaneses se arropaban con una especie de dalmática llamada kapusai, aunque con el mismo nombre se conoce una prenda de pelo de cabra con ocho piezas y atada en los costados, propia de pastores.
En cuanto a la moda femenina, una mujer casada de Ezcabarte, a fines del siglo XIX, de economía holgada, disponía entre sus ropas personales de “dos cuerpos negros de algodón, dos faldas negras, una toquilla de lana negra, un pañuelo negro para la cabeza y dos pares de alpargatas para diario…”; para los días festivos disponía de “dos mantones negros, dos mantillas negras sin adornos, tres cuerpos negros de vestido, tres faldas negras de lana y algodón y dos pares de zapatos”. Faltan alusiones a la ropa interior, pero se sabe que se usaba camisa larga o jubón de algodón o lino, que al igual que la chambra o blusa podían servir de camisón. La “chambra”, prenda corta atada por delante, eran blancas en la Montaña, de lino o algodón, a veces con puntillas, mientras que en Artajona eran negras y en Allo de cualquier color, con “manga de pernil”, es decir, puños estrechos y abullonada en el brazo, considerada como prenda exterior. El “justillo” o “corsé”, con sus “perezosas” para ajustarlo al talle de cada mujer, llegaba a la cintura y se colocaba sobre la camisa, mientras estuvo vigente, hasta 1910 aproximadamente. Las pudientes usaban pantalón interior con gatera, encima el refajo, saya de punto atada a la cintura con trencilla, sustituidas después por sayas blancas con puntillas y volantes. No todas las navarras vestían con la austeridad de la mujer de Ezcabarte, de riguroso negro. En Améscoa, la falda interior era colorada, de bayeta, franela o muletón y las más elegantes tenían franjas de dibujos de colores. Con el tiempo sería sustituida por la enagua de picos. Encima, otra saya, que servía para cubrir la cabeza al ir a la iglesia. También para este menester usaban mantilla de algodón, que caía hasta la cintura. Más gusto por el color se aprecia en Allo, donde la saya exterior era de distintos colores y sobre ella se ponían el delantal azul o rosa. Un complemento necesario ha sido la “faltriquera” o “folla” (Urzainqui), bolsillo de tela que se ataban a la cintura con una trencilla, bajo la falda que estaba dotada de una abertura para meter la mano. Pequeñas toquillas, pañuelos en triángulo sobre los hombros, eran también un complemento del atuendo femenino, lo mismo que el pañuelo blanco, negro o de colores en la cabeza. Buena acogida entre las mujeres navarras de la época tuvieron los mantones de manila, de vivo colorido con bordados. La ropa de abrigo se limitaba a la toquilla o chal de ganchillo confeccionadas en casa y el “manto” o “medio manto” para las dueñas de casa pudiente, semejante en la mujer a la capa u hongarina. Manto y medio manto, de fina lanilla o merino, color negro, fueron vigentes hasta avanzado el siglo XX como señal de duelo. En Artajona, las dueñas de casa, iban a “misa de almas” el año de duelo cubiertas con su manto, mientras se mantuvo la costumbre del añal*. La mujer de más de sesenta años conserva en 1980 un gusto por los colores “serios” -azules, negros y grises- y le gusta proteger su ropa de vestir, mientras hace trabajos caseros, con batas de algodón, también de color oscuro con pequeño dibujo blanco, generalmente atadas por delante con botones. Y como en otros tiempos, si es necesario, cubrirá el pelo con un pañuelo atado de modos diversos.
En los pueblos, los niños de 3 a 12 años, solían llevar peleles con gateras en invierno y encima pantalón hasta la rodilla y el delantal o bata de percal con canesú, atadas atrás. Los que no llevaban alpargatas con calcetín en invierno, iban descalzos y algunos niños tenían su pequeña boina. A los trece o catorce años, en San Martín de Améscoa y Artajona, usaban pantalón largo y blusa con alpargatas o abarcas, pero en sitios como San Martín de Unx, de los trece a los dieciséis vestían con pantalón hasta media pierna y al cumplir los diecisiete se ponían ya de largo. Los pantalones abombachados hasta la rodilla eran propios de la ciudad y de algunos niños pudientes de pueblos, que en ocasiones iban avergonzados de sentirse distintos a los demás. Las niñas, según la edad, iban con falda larga o hasta media pierna y un delantal encima de la camisa. También podían llevar peleles de algodón en invierno. La ropa interior de uso actual (años 80) se empezó a introducir en los pueblos en la década de 1930.
Determinados trabajos exigían sus complementos en la indumentaria. Así, el sombrero ancho de paja, pañuelo al cuello, manguitos de lona y delantal de cuero de los segadores. O el pañuelo blanco al cuello de los carreteros para taparse la boca en caminos polvorientos. El traje de pastor era variado en forma y elementos según las zonas. La “mandarra” de tela o cuero de zapateros y cereros. La blusa corta y blanca que los dueños del trujal, en Artajona, ponían a disposición de los jornaleros, que además se ataban a la cintura un saco a modo de mandil. O, por no citar más, la capucha que con un saco doblado hacia adentro se hacían los vendimiadores. Salvo excepciones, la indumentaria era la habitual, pero se añadían ciertas prendas para defenderse del polvo y paja o para proteger la ropa de manchas y roces.
Como se ha indicado, ciertos momentos de la vida exigían momentos adecuados. Para bautizar a un recién nacido se han usado ropas blancas. Si el niño era de familia acomodada, se tenía el “faldón de cristianar”, vestido largo, capa y capucha de tela fina con encajes. Se trasmitía de padres a hijos e incluso se traía de casa del padre o de la madre del niño para la ocasión y después se devolvía. La primera comunión carecía del boato actual y era frecuente en las niñas que fueran vestidas de negro. También de negro se solían casar las mujeres hasta bien entrado el siglo XX, con mantilla de blonda y vestido o traje de chaqueta. En Artajona, los hombres que casaban con chicas pudientes, recibían como regalo de su prometida “la camisa del novio”, que era entregada por una niña ajena a la familia. En Gorraiz de Arce era el novio quien regalaba a la novia toda la ropa de la ceremonia, además de una boina para el padrino.
Uno de los acontecimientos de la vida con más variedad de normas respecto al vestir es el de la muerte. Para presidir el duelo, los hombres, hasta el primer cuarto del siglo XX, tenían como norma acudir con traje negro y capa, que si no los tenían pedían prestados. En Valcarlos, en los funerales, había “encapuchadas” (hasta veinte). Su atuendo, todo negro, consistía en una capa ligera hasta los talones, manteleta o especie de capucha amplia, con frunces a la altura de la nuca, cayendo por encima de los hombros y espalda. Cubría la cara un velo superpuesto que lo levantaban durante la misa, ajustado a la altura de la cabeza, excepto en el momento de la ofrenda fúnebre* que lo hacían cubiertas. La duración de los signos de duelo, que no solo afectan al ropaje, variaba con el grado de parentesco y de unos pueblos a otros. Como norma general, los padres guardaban luto riguroso tres años; por esposo-a o padres de dos a tres años y por abuelos medio año. Pasados éstos, se suavizaba el “luto riguroso” con “medio luto” o “alivio luto”, en que podían usarse con el negro y el blanco los colores morado o fila. En los hombres el luto era menos espectacular y a medida que se abandonó la capa se fue reduciendo a una tirilla de tela negra en su blusa, o en la solapa de la chaqueta del traje, o a un botón negro en la misma solapa o bien brazalete cosido a la manga. En Valcarlos, por influencia francesa, llevaban fruncida en el hombro una larga tira de paño negro, cosida a una pieza de la misma tela, en la parte superior izquierda, que colgaba del hombro y se llevaba recogida en el brazo izquierdo (Prácticas funerarias*). Por último, mencionar la costumbre de muchas mujeres navarras de llevar determinados hábitos durante una temporada, por promesa, siendo los más frecuentes los de la Virgen del Carmen.
Bibliografía
J. Cruchaga, Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraul Bajo, “”, II, 5, (1970), p 143 ss; M. Inchausti, Etnografía de Aria (Valle de Aezcoa), “”, III, 9, (1971), p 356-8; J.M. Jimeno Jurio, Estudio del grupo doméstico de Artajona, “”, II, 6, (1970), pp 295 y ss; L. Lapuente, Estudio etnográfico de Améscoa (II), “”, III, 8, (1971), pp 133 y ss; D. Otegui, Apuntes de Etnografía Navarra (Gorraiz de Arce y Usoz), “”, I, 3, (Pamplona, 1969), p 389 ss; R. Ros, Apuntes etnográficos y folklóricos de Allo (I), “”, VIII, (1976), pp 256 ss; L. Urabayen, Otro tipo particularista. El habitante del valle de Ezcabarte (cont), “”, XIV, (1923), pp 109-110; T. Urzainqui, Aplicación de la encuesta etnográfica en la villa de Urzainqui. (Valle de Roncal), I, “”, VII, 19, (1975), p 56 y ss.