BENEDICTINOS
BENEDICTINOS
Orden monástica que se formó a partir de la difusión de la Regla monástica elaborada por San Benito de Nursia (480-547), abad de Subiaco y Montecasino. Salvo excepciones, el monacato visigodo no practicó la observancia benedictina, sino que se basó en las reglas autóctonas de san Isidoro y san Fructuoso. Los monasterios españoles comenzaron a aceptar la regla benedictina en los siglos IX y X. A partir del 816, Ludovico Pio* fomentó una reforma monástica en el Imperio Carolingio, impulsada por San Benito de Aniano, que había revisado la regla benedictina y deseaba convertir los monasterios en focos de perfección evangélica y, además, de vida cultural. Esta reforma traspasó los límites del Imperio y su influencia se dejó sentir en la región pirenaica.
San Eulogio* de Córdoba, al narrar su estancia en los cenobios del Pirineo navarro-aragonés (ca. 848), dejó constancia de que la reforma había influido en Siresa (Huesca) y en Leire*, pero no puede afirmarse que todo el foco monástico del Pirineo hubiese acogido esta reforma y desechado la tradición visigótico-mozárabe. En el siglo X la regla benedictina penetró en León y Castilla, impulsada por la difusión de varios textos que la comentaban, entre los que destaca por su importancia la Expositio del abad francés Smaragdo, quien explicaba el texto de san Benito con citas de san Isidoro y san Fructuoso. En Castilla cuajó un monacato compuesto, en el que la regla benedictina suministró los principios espirituales, mientas que la organización e instituciones respondían a la tradición visigótico-mozárabe. A estas coordenadas se atienen los monasterios riojanos de San Millán de la Cogolla*, Albelda*, Nájera*, Monte Laturca*, etc., entonces bajo soberanía de los reyes pamploneses.
Sancho el Mayor* (1004-1035) llevó a cabo una restauración monástica, pero sus características son difíciles de precisar, porque los testimonios han sido adulterados posteriormente. Mantuvo relaciones con san Odilón, abad de Cluny*, y encomendó tareas reformadoras al monje Paterno, uno de los monjes hispanos que había residido en Cluny (ca. 1000). La reforma alcanzó a Oña, Leire otros grandes monasterios. Pudo asarse en ciertos elementos cluniacenses, como la observancia estricta de la regla, pero no se aceptaron otros como la dependencia directa de Roma o la exención de la autoridad episcopal. Persistieron modos y tradiciones visigóticas, pues a finales del siglo XI los monasterios del reino pamplonés (en especial Irache* y los riojanos) defendieron con ahínco la liturgia mozárabe. Aunque desde principios de dicha centuria hay menciones de la vigencia de la regla de san Benito en Leire o en Irache, se trata de documentos interpolados o falsos y las primeras noticias fidedignas corresponden a 1057 y 1060, respectivamente.
La definitiva adopción de los ideales de renovación cluniacense no se produjo hasta finales del siglo XI y fueron implantados por eclesiásticos presumiblemente franceses, como los abades Raimundo de Leire (1083-1121) y Arnaldo de Irache (1099-1120). Pero ambos monasterios no se sometieron a la jurisdicción de Cluny. Irache optó por ser un monasterio benedictino sujeto al obispo de Pamplona. Leire intentó eximirse de la jurisdicción del obispo de Pamplona y depender directamente de Roma, según el modelo de los grandes cenobios benedictinos aragoneses (San Juan de la Peña y San Victorián). Tras un largo pleito, fracasó en su empeño (1188).
Entre 1076 y 1134 importantes abadías benedictinas francesas, como Santa Fé de Conques*, la Selva Mayor*, San Ponce de Tomeras* o San Martín de Seez*, recibieron bienes y posesiones en el reino pamplonés, pero no dieron lugar a ningún priorato o abadía benedictina en el que hubiese vida monástica permanente. Cluny recibió también alguna donación de los monarcas navarroaragoneses, pero tuvo escasa implantación en el territorio navarro.
La decadencia de la orden benedictina indujo al papa Inocencio III a imponer en 1215 la celebración de capítulos, reuniones de abades de una región para vigilar la vida de sus monasterios. Su periodicidad era trienal y la primera reunión de la provincia Tarraconense-Cesar-augustana se celebró ca. 1216-1219. A esta congregación se adscribieron Irache y Leire, pero este último se transformó pronto (1237) en un monasterio cisterciense. Un sector de la comunidad, reacio a la reforma, subsistió hasta 1278, en que se entregaron al prior benedictino de Nájera, dependiente de Cluny.
Desde entonces Irache fue el único monasterio benedictino en Navarra. La congregación Tarraconense nunca logró restablecer la observancia de la regla benedictina. Esto explica que a principios del siglo XVI, poco después de la incorporación de Navarra a la corona de Castilla, se introdujese en Irache la reforma patrocinada por la congregación de San Benito de Valladolid (1522).
Desde mediados del XVII el fervor de esta reforma decayó. En 1670 la congregación pasó a denominarse de San Benito de España. En 1749 se dividió en cuatro partidos o agrupaciones de monasterios e Irache quedó integrado en el de la Rioja hasta la exclaustración de 1836.
Salvo el excepcional caso de Montserrat (1844), la orden benedictina no se restauró en España hasta finales del siglo XIX, cuando renacieron Celanova y Silos (1880).
En este último se instalaron benedictinos franceses procedentes de Ligugé, dependientes de la Congregación de Solesmes. En 1954 benedictinos provenientes de Silos restauraron la vida monástica en Leire, única abadía benedictina hoy existente en Navarra. En 1893 el papa León XIII agrupó las diversas congregaciones benedictinas en una confederación, a cuyo frente se colocó un abad primado elegido por doce años y residente en Roma.
Bibliografía
M. Alamo, Valladolid (Congregación de San Benito de), Enciclopedia Universal Ilustrada Europea-Americana (España), t 66, 930-987. C.J. Biskho, Salvus of Albelda and Frontier Monasticism in Tent-Century Navarre, “Speculum”, 23 (1984), 559-590. J. Goñi Gaztambide, Los estudios y publicaciones de fuentes sobre benedictinos y cistercienses en Navarra, “Studia Monastica”, I (1959), 171-187. C.M. López, Leyre, Cluny y el monacato navarro-pirenaico, “Yermo”, 2 (1964), 131-160. A. Linage Conde, Los orígenes del monacato benedictino en la Península Ibérica, (León, 1973).