CAMPESINADO
CAMPESINADO
Aunque la propiedad sea un criterio de definición social poco riguroso, permite establecer comparaciones cuantificables. Según el censo de 1787 había en Navarra 27.023 “labradores” (no se distinguen arrendatarios de propietarios), 9.876 “jornaleros” y 9.910 “criados” (de labranza y de casa). En porcentajes, casi dos tercios de las familias eran propietarias-arrendatarias (64,6%) y el tercio restante eran asalariadas (35,4%). En el conjunto de España, Navarra destacaba por tener un elevado número de labradores propietarios, similar al de Aragón, mientras el de jornaleros era relativamente reducido, al igual que en Castilla la Vieja o en Galicia.
Estas cifras globales escondían, sin embargo, importantes diferencias internas. La diversidad geográfica y cultural del reino originó la convivencia de sociedades agrícolas bien diferenciables; el contraste entre el 16,4% de jornaleros en la merindad de Pamplona y el 84,9% en la de Tudela, en 1787, semejante al que existía entonces entre la Cornisa Cantábrica y la Andalucía Occidental, responde a la existencia de dos grandes modelos de organización social en el campo (Sociedad*).
Por otra parte, existía una jerarquía de fortunas, más acentuada probablemente cuanto más al sur. Una minoría de campesinos propietarios obtenía lo necesario para vivir y hasta acumulaban unos pequeños ahorros con la venta de excedentes agrícolas y pecuarios. La hidalguía era la máxima aspiración de estas familias, que solían monopolizar el gobierno local; sus casas gozaban de algunas comodidades y sus hijos estudiaban leyes o hacían la carrera eclesiástica. El campesinado medio, mucho más numeroso, cosechaba apenas lo suficiente para poder vivir, aunque no con desahogo ni con reservas como para afrontar sin zozobra una mala cosecha o una epidemia. Vivía al día, cuando no empeñado en censos y deudas, de las que difícilmente escapaba para mejorar su situación. Las condiciones de vida del campesino más pobre eran realmente muy duras. Cuando el cultivo de la tierra y el cuidado del ganado no bastaban, había que emplearse en otras labores fuera de casa (carbonero, leñador, arriero, artesano); los hijos en edad de trabajar salían pronto de casa como criados o pastores.
La sociedad navarra continuó siendo mayoritariamente campesina durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX. Asimismo se mantuvieron las condiciones de la estructura de la propiedad que le servía de base; el trasiego de bienes rústicos más notable tuvo lugar con ocasión de las desamortizaciones*, decretadas principalmente hacia 1830 y se hicieron realidad durante todo el resto de la centuria. Pero nada induce a pensar que provocasen un cambio sustancial en las relaciones, si acaso una cierta proletarización del campesinado, muy leve en comparación con la de otras regiones. Además, la desamortización de los bienes comunes tuvo en Navarra mucha menos envergadura que en el resto de España; todas las comunidades que lo quisieron conservaron sus heredades y favorecieron así el asentamiento y equilibrio de sus pobladores.
En cualquier caso, la gran depresión de finales del XIX se dejó sentir aquí como en el resto de España y, unida al abaratamiento de los transportes interiores y trasatlánticos, llevó a muchos navarros a la emigración. Continuaría ésta durante -sobre todo- el primer tercio del XX hasta los años cincuenta.
Con todo, el campesinado navarro fue, a comienzos de nuestro siglo, uno de los que tomó con mayor fuerza la bandera del agrarismo, concretada en la extensión de las prácticas cooperatistas (Cooperativismo*), en particular en forma de cajas rurales* y en la rápida difusión de la maquinaria agrícola (Agricultura*).
El agrarismo navarro fue propugnado por buena parte de las fuerzas vivas -y concretamente por algunos eclesiásticos-, ello contribuyo -junto a la estructura de la propiedad y los meros hábitos culturales más profundos- para que la mayor parte de este campesinado se caracterizase por el mantenimiento de actitudes conservadoras en el orden religioso, moral y político. La peculiaridad, sin embargo, no radicó tanto en el conservadurismo de la primera mitad del XIX, también predominante como en las demás regiones de Europa durante los cien años posteriores. Junto a la influencia del clero -cuya extracción precisamente campesina es clara-, pesó sin duda la autonomía administrativa de la región, motivo permanente de unión entre las distintas clases sociales del antiguo reino (aunque no faltasen las disensiones) durante estos dos últimos siglos (Villano*).
Bibliografía
J. Caro Baroja, Etnografía histórica de Navarra (Pamplona, 1971-1972); A. García Sanz, Conflictos sociales entre vecinos propietarios y caseros o inquilinos de la Barranca de Navarra en la crisis final del Antiguo Régimen. “Noveno Congreso de Estudios Vascos” (Bilbao, 1983), p. 415-419.