GUERRA DE 1936-1939
GUERRA DE 1936-1939
La participación de Navarra en la última guerra civil fue fruto de muy diversos factores, el principal de los cuales radica en el creciente descontento que provocó la política religiosa del gobierno republicano (Religiosidad*), unida al clima de inseguridad que las luchas políticas y sociales generalizaron durante los años 1931-1936.
Inmediatamente después de la quema de conventos que hubo en toda España en mayo de 1931, los requetés comenzaron a organizar la defensa, primero con un criterio estrictamente pasivo, y sobre todo en Guipúzcoa y Navarra, para proceder en 1934 a preparar lo que podía convertirse en un verdadero levantamiento. En ese año, el punto más significativo radicó en la entrevista que un grupo de tradicionalistas y hombres de Renovación Española -entre ellos el navarro Antonio de Lizarza*- tuvieron con Mussolini para solicitar su apoyo en caso de guerra. Simultáneamente, el propio Lizarza organizaba el requeté como fuerza armada presta para el levantamiento, de suerte que en la primavera de 1936 podía contar con 800 hombres armados.
La conspiración carlista (Carlismo*) coincidió con la que realizaban los militares desafectos a la república, entre los que destacaban algunos especialmente próximos al requeté. Fueron dos procesos paralelos, por tanto, aunque desde 1932 por lo menos los contactos fueron frecuentes.
El estallido final fue provocado por la victoria del Frente popular en las elecciones de febrero de 1936 y el clima de revanchismo social, religioso y político que siguió. El acuerdo final entre militares y requetés fue con todo difícil y no se consiguió sino en los días inmediatamente anteriores al alzamiento, al mediar julio de 1936. Los carlistas querían luchar bajo la bandera española y con designios monárquicos, y los militares –Mola* en particular- pretendían mantenerse como meros restauradores del orden público dentro de la legalidad republicana, aunque entre ellos abundaran quienes preferían una restauración de la monarquía.
La movilización de los navarros superó con mucho no sólo las previsiones de los militares, y en concreto de Mola, sino las de los propios falangistas y requetés. El alzamiento comenzó en Melilla el 17 de julio de 1936; el día 19, Mola declaraba el estado de guerra en Navarra, que desde este primer momento quedó casi enteramente en manos de los sublevados y no conoció por tanto los enfrentamientos armados en su suelo y a última hora de ese domingo salía ya la primera columna de requetés hacia Logroño, camino de Madrid; en los días siguientes, la pamplonesa Plaza del Castillo se convirtió en un hervidero de voluntarios. Se ha calculado que, durante los tres años de guerra, empuñaron las armas más de 16.000 requetés y unos 6.500 falangistas navarros, voluntarios todos, a los que se sumaron más de 18.000 soldados, navarros también, que fueron llamados a filas con sus respectivas quintas. En total, la aportación navarra a la guerra fue semejante, en número de hombres, a la del resto de la España sometida desde el principio por los sublevados, dado que los mandos militares acabaron por imponer la movilización general obligatoria. La singularidad de Navarra radicó en que, muy por delante de todas las demás regiones de España, la gran mayoría -dos tercios- de los movilizados fueron voluntarios.
A juzgar por las cifras y estimaciones de aquellos días, es probable que la movilización voluntaria se acercara a diez mil hombres en el mes de julio de 1936 (cifra que coincide grosso modo con los requetés ya organizados más los centenares -no más de trescientos o cuatrocientos- falangistas de Estella y la Ribera) y el resto se incorporara en los meses siguientes, hasta 1937 en que, con el decreto de unificación de Falange y el requeté, Franco prohibió el aumento de las unidades de voluntarios.
El número de alistados superó con mucho al de hombres con que contaban ambas organizaciones políticas (requetés y falangistas); las dos se convirtieron en cauce para fuerzas sociales que decidieron ir al frente por motivos ajenos a la política. En las filas del requeté, por ejemplo, lucharían no pocos nacionalistas vascos, de naturaleza navarra, que en esas horas pospusieron sus reivindicaciones políticas ante el propósito de defender la religión y el orden.
Los principales puntos de partida de las columnas navarras fueron Pamplona y Estella. La mayoría fue enviada al frente Norte, donde constituyeron un elemento principal en la expugnación sucesiva de Guipúzcoa, Vizcaya, la Montaña castellana y Asturias, y grupos menores se encaminaron al frente de Aragón (a Huesca) y al de Somosierra y Guadarrama, en la divisoria de las dos Castillas.
Al derrumbarse por completo el frente Norte en octubre de 1937, con la toma de Gijón, las Brigadas Navarras se diluyeron en las Divisiones en que se reorganizó el conjunto del ejército obediente a Franco y, con ellas, la mayoría de los voluntarios navarros se dirigió al frente de Teruel, en cuya defensa y recuperación participaron durante el crudo invierno de 1937-1938.
Resuelta la ocupación de la ciudad aragonesa, los navarros fueron escalonados en la amplia línea que unía de norte a sur Huesca y Teruel y que presionaba hacia el Este; unos comenzaron la penetración en Cataluña y otros participaron en la ruptura de la zona republicana, separando Cataluña de Valencia al ganar el mar por la zona de Castellón. Luego, estos últimos doblarían hacia el sur, para limpiar la costa de enemigos, hasta detenerse en la sierra de Espadán en julio de 1938, al sur de la provincia de Castellón, donde terminaron la guerra. Antes, en el otoño de 1938, hubieron de participar en la batalla del Ebro, con parte de los que luchaban en Cataluña. Respecto a éstos, cuando Cataluña cayó en febrero de 1939, fueron trasladados a la zona central, al cerco que se cerraba sobre Madrid. Los defensores de Somosierra y Guadarrama acabaron la guerra en esta misma zona central.
Además, hubo unidades de navarros en otros puntos de la geografía española, así en Extremadura, donde tomaron parte en el enlace con el ejército del Sur durante el verano de 1938. (Brigadas Navarras*; Tercios de requetés; Banderas de Falange).
En total, de todos estos hombres, entre 1936 y 1939 murieron 4.545: de ellos 1.766 soldados, 1.700 requetés y 1.074 falangistas, conforme a la estadística del Gobierno civil.
Hubo otros navarros en la guerra, que lucharon en el banco republicano, como tenía que suceder por el hecho de que el 21,68 de los votos emitidos en las elecciones generales de 1936 en Navarra fueron para los candidatos del Frente Popular. De ellos, algunos pasaron a la zona republicana (Manuel Irujo*) y lucharon en las filas el ejército del Gobierno y de las milicias de los grupos políticos (así entre los gudaris) y otros fueron fusilados. El número de estos últimos -el de los navarros fusilados por sus ideas políticas en la represión que siguió al alzamiento de 1936 – ha sido desorbitado de manera diversa desde los mismos días de la guerra. En su recuento, Salas Larrazábal concluye que los ajusticiados no pudieron ser más de 1100 de ellos unos 900 navarros. Hubo algunos pueblos de Tierra Estella donde el rigor -y el número- fue mayor que en el resto, en tanto en la Montaña abundaron los lugares donde no murió nadie.
Bibliografía
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