LIZARZA IRIBARREN, ANTONIO DE
LIZARZA IRIBARREN, Antonio de
(Leiza, 17.1.1891 – Pamplona. 27.9.1974). Uno de los principales promotores de la movilización de los carlistas navarros en la guerra de 1936-1939. Transcurrida su niñez y primera juventud en Leiza, estudio en Gembloux e ingresó en la Diputación de Navarra como ayudante de montes, por los mismos años en que empezaba a militar en la Juventud jaimista de Pamplona.
La proclamación de la república en 1931 y sobre todo su clara derivación antirreligiosa, patente ya en la quema de conventos del 11 de mayo, le llevaron a la oposición que empezó con la reunión de jefes carlistas navarros y vascongados que se celebró en esos meses iniciales del nuevo régimen en Leiza. En ella se acordó la reorganización del requeté. El 5 de septiembre de 1934 Lizarza fue confirmado en el cargo de delegado regional de los requetés de Navarra.
Antes, en marzo de 1934, había tomado parte en la expedición a Italia que gestionó ante Mussolini la posibilidad de contar con su apoyo militar y financiero para acabar con la república. La gestión no tendría en principio eficacia. Sí en cambio el cúmulo de trabajos que entre 1934 y 1936 llevó a cabo para organizar el requeté, hasta contar en junio del último año citado con 8.400 hombres dispuestos a movilizarse en cuanto se les indicara.
Durante la primavera de 1936, tomó parte activa en las negociaciones que llevaron al acuerdo entre los carlistas y los militares que a la sazón preparaban su propio levantamiento, en torno al pamplonés Sanjurjo* y al general Mola*, destinado por el Gobierno de la república en Pamplona.
Las dificultades radicaban en la distinta intención final de cada una de las dos conspiraciones, procurando los militares que no se entendiera como contraria a la república, sino al desorden, en tanto los carlistas la querían como movimiento monárquico legitimista. La negociación encalló entre Manuel Fal Conde-secretario general de la Comunión Tradicionalista desde 1934- y Mola, que creía fácil el triunfo militar y no veía necesario ni conveniente -sin duda porque no preveía la duración que iba a tener la guerra ni la envergadura de la movilización popular- contar con el elemento civil como fuerza primordial. El desacuerdo llegó a concretarse en la insignia con que los requetés se movilizarían y, al cabo, sólo el empeño de Lizarza y su ascendiente sobre Sanjurjo lograría que éste firmase la carta de 9 de julio de 1936 en que aconsejaba que se dejase a los carlistas usar la bandera “antigua, o sea la española”. Aceptado por Mola, la Comunión Tradicionalista dio la orden de levantamiento el 15 de julio.
Cuando marchaba hacia Estoril para dar la noticia a Sanjurjo y traerlo a Navarra, al aterrizar el avión circunstancialmente en el aeródromo de Gamonal, junto a Burgos, Lizarza fue detenido por el director general de Seguridad, que probablemente había sido avisado. En la medida en que este hecho contribuyó a impedir que el general Sanjurjo se pusiera al frente del movimiento, su trascendencia posterior fue notable.
Lizarza hubo de permanecer en territorio republicano hasta enero de 1938, en que logró huir a Francia y regresar a Navarra, donde le rodeaba ya una notable popularidad. Aquí encontró un clima patriótico sumamente intenso pero también cierta disconformidad con la orientación política del Nuevo Estado, en el que a la muerte de Sanjurjo y de Mola y la promoción de Francisco Franco se había unido el proceso de unificación de los requetés con Falange y el destierro de Fal Conde, además de una estrategia que algunos militares (Varela, Rada, Utrilla, Valiño) consideraban excesivamente lenta. Lizarza propondría, por ello, el rapto de una alta personalidad, cuya eliminación del poder habría podido suponer desde luego una absoluta reorientación de la historia. Fal Conde, sin embargo, no se atrevió a autorizarlo.
En 1939, Lizarza se reincorporó a su puesto de la Diputación. Todavía en 1945, al acabar la segunda guerra mundial y a petición del general Yagüe, que se la transmitió por medio del conde de Rodezno, se encargó de organizar una tupida red de guerrillas locales para enfrentarse al maquis, que intentaba penetrar por el Pirineo.
Cuando empezó a enmarañarse la cuestión sucesoria en el propio seno del carlismo, se mantuvo en la línea netamente tradicionalista, representada primero por el nieto de Carlos VII, Carlos VIII, acatado como legítimo sucesor de los derechos al trono de Madrid en 1946, pero fallecido en 1952.
Desde los días de la república, Lizarza fue miembro de la junta de Osasuna, de la que fue presidente en la posguerra.
Bibliografía
A. Lizarza Iribarren, Memorias de la conspiración (1931-1936) (Pamplona 1953, reelab en 1969).