ERMITAS
Santuarios o capillas situados por lo común en despoblado. Ermita y eremita son voces derivadas del griego “eremos”, que significa desierto, aislado, solitario. Desde el siglo II hubo fieles que buscaron en el desierto la práctica de los consejos evangélicos: recibieron el nombre de anacoretas, monjes y más tarde ermitaños, voces que quieren decir solos, apartados, solitarios. Entre ellos destacó San Antonio (251-356), patriarca de los eremitas, famoso por sus milagros y tentaciones diabólicas, y que se rodeó de discípulos. Nacieron así las comunidades de anacoretas, fase previa del cenobitismo o vida en común, es decir el monasterio: el “eremo”, el desierto, ya no es sólo un paisaje, sino también el silencio en el seno de un grupo regido por un código de normas. Todavía hoy existen órdenes monásticas de anacoretas.
Apenas se sabe nada del eremitismo navarro en ese sentido histórico estricto, aunque es común la creencia de que, por ejemplo, en torno a Leyre debió de florecer pujante. Las noticias comienzan a ser abundantes cuando los obispos intentan aplicar la reforma del Trento. Visitan las ermitas, mandan adecentarlas o derruirlas y se establecen las normas para dotarlas de ermitaños. No todas las ermitas fueron eremitorios, más bien fueron relativamente pocas las que albergaron ermitaños, que por otra parte tampoco lo eran en rigor.
Las ermitas conocidas son inferiores en número a las que visitó el obispo Igual de Soria a fines del siglo XVII y comienzos del XIX, que a su vez eran menos de las conocidas dos siglos atrás y de las que en ocasiones no queda más recuerdo popular que el topónimo. Este proceso de desaparición fue muy agudo en el siglo pasado, por causa de las guerras y revueltas sociales: las ermitas fueron empleadas como almacenes de explosivos, casernas y baluartes por indígenas y por los ejércitos en acción, o arruinadas para que no las utilizase el enemigo. El ejemplo más destacado acaso lo diese Pamplona: la ciudad, ante la amenaza de los
convencionalistas franceses, derruyó las ermitas extramuros de San Jorge, San Juan de la Cadena y San Roque (en la que el ayuntamiento había aprobado un año antes, en 1794, almacenar pólvora); la de Santa Lucía subsistió entonces, pero no sobrevivió al bloqueo de 1813.
Las ermitas que hoy se visitan son en muchos casos parroquias de viejos lugares, despoblados en el transcurso de los siglos, o templos que testimonian el emplazamiento de monasterios, dependencias monásticas y hospitales; en algunos, las ermitas deben su construcción moderna a la devoción individual o colectiva del pueblo.
Fueron monasterios Santa María de Zamarce, en Huarte-Araquil, del cual dependía el anejo de San Miguel de Excelsis, que con el tiempo cobró importancia, a la par que menguaba la de Zamarce; y San Pedro de Allide o Ayllide, en Abárzuza, dependiente del de San Adrián, absorbido por Iranzu; el de Aizpurdi o Aspurdi, hoy San Cristóbal de Eguillor (Ollo), o el de Ceya -o Zeya Zaarra-, que es ahora Santa Engracia, en el mismo pueblo, reconstruida, según parece, en 1764; y el de San Salvador de Asiturri, floreciente y anexionado a Saint Sever a principios del XI, luego conocido como Nuestra Señora de Asiturri y hoy apenas un montón de ruinas; y el dúplice de Bargota, en Mañeru; y el de monjas benitas de Santa María Magdalena de Lisabe, hoy Sielva, sobre la margen izquierda del Salazar en Lumbier: el monasterio se trasladó al pueblo y en el paraje queda, pegada al cantil de la sierra, la ermita de la Magdalena; y el San Juan de Errasa o Arrosan, en Urraul Alto, que puede ser la ermita de la Concepción de Raja en Ayechu, cuyo término disfrutan los de Igal; y el de San Salvador de Zalurribar, hoy incluido en Aoiz; y el monasterio y hospital de Velate, sobre el camino jacobeo; y el de San Miguel de Izaga, uno de los levantados en ese monte, ermita de alto interés histórico, perteneciente a Zuazu (Izagaondoa); y San Pedro de Echano, en Olóriz; y el de Yarte, en Lete; y San Pedro de Usún, el templo de consagración más antigua de cuantos hoy existen (829). Establecimientos de propiedad monástica fueron, además de algunos ya citados, Nuestra Señora de Doniansu o Done Anso, en Nuin, lugar con el que se hicieron los sanjuanistas, de ubicación imprecisa, si bien los términos hoy están incluidos en Guenduláin; y San Juan Bautista de Miranda de Arga, sobre el río y frente a Vergalijo, resto de Cahués, también encomienda sanjuanista; y Nuestra Señora de Cuevas, en Viana, propiedad de Roncesvalles hasta la guerra de la Independencia; y Catalain, que fue clavería de Roncesvalles y perteneció a la colegiata hasta la desamortización.
Tampoco se pueden olvidar los templos que fueron construidos para atender a pastores y gentes obligadas a trabajar fuera de sus casas y pueblos durante temporadas, como Nuestra Señora de Icomar o de Andía, cuyo título era la Anunciación, o la de Santa Margarita en la Bardena. Aneja al hospital de peregrinos, con su cofradía, subsiste la Trinidad de Arre.
No obstante, el mayor número de ermitas debe su origen a lugares poblados y desolados a lo largo de los siglos. El caso más notorio, por serlo el del despoblado, puede ser San Nicolás de Rada, parroquia del pueblo arrasado en 1452 por mosén Pierres de Peralta en el fragor de las guerras civiles “porque dello quedase perpetua memoria”; San Nicolás pertenece a Traibuenas. Otros ejemplos pueden ser Santa María de Almuza, hoy en Sesma; la ermita de Andión, perteneciente a Mendigorría; la de Aniz, en Cirauqui; Nuestra Señora de Aquiturrain, en Uterga, que también tuvo en su término las iglesias de San Pedro de Chirría y San Nicolás de Olandáin, de las que sólo queda ésta; la de Arguiroz, en Artieda, cuyo ábside subsiste; Nuestra Señora de Arrazubi, en Solchaga; la de Artiza, en Ochovi; Santa Fe de Baratzagaiz, en Eparoz, que perteneció a Ezcaniz; Nuestra Señora de Basagaiz, en Esain; Nuestra Señora de Berástegui, en Villanueva de Araquil; San Juan de Cembocáin, en Erdozáin; Santa Catalina de Ciriza, admirable ejemplo románico, en Azcona, pueblo que también tuvo la iglesia de Arrastia; la Virgen de Ercuden o Elcuren, en Alsasua, pueblo en el que la ermita de San Juan Bautista recuerda el lugar de Zunguitu; San Martín de Gomacín, en Puente la Reina; Nuestra Señora de Gorriza, en Arguiñáriz; Nuestra Señora de Legarda, en Mendavia, que también tuvo la de igual advocación de Beraza; la de Leorin, que comparten Dicastillo y Morentin; la de Miranda, San Gregorio, en Lumbier; la de Munoa, Munondoa, en Zabal; San Pedro de Muguetajarra, ahora en términos de Alzórriz; la de Navarzato, San Sebastián, en Roncal; la de Osquía, en Atondo; Nuestra Señora de Oyarza, que fue parroquia de San Jorge de ese lugar, en Larraya y ahora en Undiano; San Juan de Pedriz, del que quedan restos en Ablitas; la de San Adrián en Sangüesa, templo románico que mantiene el viejo topónimo de Vadoluengo, sobre la confluencia del Aragón con la Onsella; San Bernabé, en Sarasa, que corresponde al lugar de Sandaña; Nuestra Señora de Aitziber, en Urdiáin, que guarda el recuerdo del desaparecido Sarabe; San Esteban, en Napal, que es la parroquia de Ugarra; Nuestra Señora de Villanueva, templo del pueblo absorbido por Desojo; y por terminar esta muestra en el valle de Lana, San Miguel, en Gastiáin, corresponde a Iriberriguchía, y San Cristóbal, en Ulibarri, es lo que queda de Zandone Urici.
Como ejemplo de ermita erigida por la devoción personal, vale San Antonio, en Guembe, construida por Fernando de Vidaurre, natural y cura del pueblo entre 1636 y 1674; la ermita estaba terminada en 1658, aunque no las dependencias. O Momserrate, en Lodosa, construida extramuros en 1694 por la cofradía de igual advocación, movida por la devoción de peregrinos a Montserrat.
Las ermitas han sido y siguen siendo sedes de cofradías, que cuidan de su conservación. De las históricas, acaso la más destacada fuese la de Eunate, en Muruzábal -pueblo que guarda también la de San Pedro, iglesia del pueblo extinguido de Auriz-. Eunate fue capilla funeraria, lugar de reuniones de los de Valdizarbe y hoy es uno de los monumentos artísticos navarros más conocidos.
Ámbito
Las ermitas son centros de devoción local. En rigor, habría que decir que con frecuencia un pueblo concentra su atención en una y descuida las demás, aunque reúnan más elementos de interés histórico o artístico. Pero las hay de influencia comarcal, que reciben las romerías* de los pueblos y valles vecinos, organizadas como ciclos, generalmente en primavera. La citada de San Antonio, de Guembe, recibe a todo Guesálaz; San Gregorio Ostiense, en Sorlada, es centro de procesiones penitenciales de la Berrueza y contornos; a Santa Fe, en Epároz, acuden los pueblos de Urraul Alto. Son santuarios* epicentro de sendos ciclos penitenciales, por ejemplo, el Puy.de Estella, Ujué -que es parroquia-, Roncesvalles, Codés y San Miguel de Izaga. A Javier van las romerías más nutridas y su influencia rebasa las tierras aledañas.
Advocaciones
De las ermitas conocidas, estén o no ahora abiertas al culto, más de dos centenares y medio tienen títulos marianos, de los que la mayoría proclaman el topónimo, como las citadas de Ujué, Roncesvalles, Codés, o las más locales, como Nuestra Señora de Villanueva (Desojo), Nuestra Señora de Basaba (Najurieta), o la de Irangoiti, en la Vizcaya; de los títulos y misterios marianos, el de la Concepción es el que más encontramos, en 16 ermitas; Camino, en 14; Blanca, en 10; Remedios, 9; Pilar, 7; Asunción y Sagrario 6.
De santos, San Miguel pasa del centenar de ermitas dedicadas, seguido por San Juan, que no llega al ciento, y por San Martín y San Pedro, casi con setenta; San Cristóbal tiene o ha tenido medio centenar; San Bartolomé, más de cuarenta; San Gregorio, más de 30, número al que no llegan las que recuerdan a San Esteban y a Santiago; San Salvador rebasa la veintena, como San Blas; no suman diez San José, San Joaquín, San Jorge, San Babil, San Felices; San Marcos, que es santo cuya fiesta destaca en el calendario tradicional, tiene dedicadas 12.
Santa Lucía es la santa más favorecida por la devoción popular, con 54 ermitas; Santa Bárbara tiene 45; María Magdalena, 24; Santa Águeda, 23; Santa Catalina, 22, el mismo número que Santa Engracia.
La Trinidad tiene 12 ermitas, algunas de ellas muy conspicuas, posadas sobre cumbres o sierras, como las de Ituren, Lumbier, Erga, Iturgoyen, y la que acaso sea la más reducida de Navarra, la de Oscáriz, en el atrio parroquial.
La Santa Cruz suma 63; la Vera Cruz, 1; Santo Cristo, 14.
Las advocaciones no siempre se han mantenido. San Pedro de Echano, en Olóriz, estuvo dedicada a Santa María; San Pelay, que congrega a los de Artariain, Orisoain y Amatriain, antes se llamó de San Juan y San Pablo.
Número
El censo de ermitas ha ido disminuyendo con el correr de los siglos. En el año 1734 contaron 1.286; la relación de Núñez de Cepeda, basada en libros de visitas pastorales, suma 991; el catálogo de López Sellés consigna 1.721. No parece excesivo aventurar que, cuando tengamos estudiados pueblo a pueblo los libros parroquiales, la nómina de las ermitas que han sido alcance las 2.000.
Como dato de referencia, el citado catálogo contabiliza sólo 558 ermitas, es decir el 32,4%, se mantienen como tales; las demás han desaparecido o están dedicadas, cuando subsiste la fábrica, a menesteres profanos.
La merindad con mayor número de ermitas, es la de Sangüesa, que alcanza las 439; pero es también la que da el mayor porcentaje de extintas, el 81%; Pamplona, con 199, y Estella, con 189, son las más próvidas ahora; la de Olite tiene 47 de las 117 existentes en otros tiempos; la de Tudela, 23 de 86 históricas.
Las ermitas parecen, dadas sus características, construcciones muy apegadas al terreno, inamovibles. Sin embargo, hay casos que demuestran lo contrario. Así, la de San Bartolomé de Oco, sede y propiedad de la cofradía nutrida por los pueblos de Valdega, salvo Learza, emigró de ese pueblo a Abáigar, porque los cofrades y autoridades de los pueblos no pudieron soportar más las pretensiones de los de Oco, eclesiásticas y civiles, y se fueron con la ermita a otra parte. Esto sucedió en 1810-1818. Así también, la de Santiago y Santa Ana, de Irurzun, que estuvo hasta 1797 en Echeberri. Al trasladarla a Irurzun, la levantaron en la margen derecha del Larráun, al N de la Hermana Mayor. Allí estuvo hasta 1856, en que vadeó el río y quedó al borde de la carretera, donde pervivió hasta que en 1983 la ampliación de la carretera impuso su derribo.
Bibliografía
J. Goñi Gaztambide, La vida eremítica en el Reino de Navarra, 26 (1965), nn. 98-99, p 77-92. M. Núñez de Cepeda, Los antiguos gremios y cofradías de Pamplona, (Pamplona, 1948). T. López Sellés, Contribución a un catálogo de ermitas de Navarra; merindad de Sangüesa, IV (1972), n.° 10, 59-90 y n.° 11, 175-231; merindad de Estella, IV (1972), n.° 12, 313-350, y V (1973), n.° 14,169-217; merindad de Pamplona, V (1973), n.° 15, 301-358, y VI (1974), n.° 16, 117-158; merindad de Tafalla, VI (1974), n.° 18, 491-525; merindad de Tudela, VII (1975), n.° 19, 93-113; adiciones e índices, VII (1975), n.° 21, 457-492. Fernando Pérez Ollo, Ermitas de Navarra, CAN (Pamplona, 1983). J. M.ª Jimeno Jurío, Ermitas de Sangüesa, 193; Ermitas. Merindad de Tudela, 209. E. Linzoain Linzoain, La Trinidad de Erga (Aguinaga) 350. J. I. Tellechea Idígoras, La ermita de la Santísima Trinidad de Ituren, , 23 (1962), nn 88-89, 425-434; La ermita de San Joaquín y Santa Ana de Ituren (1688), 29 (1968), nn 110-111, 149-155. J. Larráyoz, Los afanes de un obispo. El Excmo. Sr. D Lorenzo Igual de Soria y las ermitas de Navarra, (Pamplona, 1950).