SUPERSTICIÓN
El concepto y la definición de “Superstición” suelen ser relativos, cambiantes según las creencias y actitudes religiosas de cada época y lugar. Los romanos consideraron al cristianismo “superstición nueva y maléfica” (Suetonio). Los cristianos tuvieron a la religión del Imperio y otras como paganas y supersticiosas.
Martín de Andosilla o de Arlas (Peralta, ca. 1452; Pamplona, 1521), teólogo y canónigo de la catedral de Pamplona, escribió por los años 1510 un tratado De superstitionibus, del que cabe extractar algunas prácticas populares, a la sazón vigentes entre clero y pueblo, consideradas por dicho autor como supersticiosas.
Brujas
Como la sociedad de su época, Martín de Arlas creyó en la existencia de mujerzuelas maléficas y sortílegas, vulgarmente llamadas brujas, abundantes en la región vascónica del norte del Pirineo, según él. Sus traslados corporales y asistencia a aquelarres eran alucinaciones y fantasías inspiradas por el diablo. Es supersticioso saltar la hoguera y tañer la campana la noche de San Juan, encender hogueras en los cruces de caminos, en los campos, para que las brujas no transiten de noche por allí; tañer las campanas durante la noche de Santa Águeda para ahuyentar a las sorguiñas que deambulan especialmente en ese tiempo.
Días de buena y mala suerte
Creía el pueblo vanamente que traen mala suerte los días de San Juan y Pablo, de San Marcial, de Inocentes y de San Martín, a quien los navarros llaman “en su lengua montañesa o bascónica” Jandone Martie erroya, que significa “San Martín el cuervo” (literalmente “Señor San Martín del grajo”); que ciertas figuras o imágenes de plomo u oro, de cera blanca o roja o de otra materia, bautizadas o exorcistadas, tengan poderes especiales en días determinados; tampoco auguran buen o mal año las condiciones climatológicas de los días de San Vicente y la conversión de San Pablo, según afirman dichos populares: “Si luce el sol el día de San Vicente, prepara tus cubas porque cogerás muchas uvas”. “Si el día de San Pablo es claro, será año de buena cosecha; si hace niebla o viento, habrá guerra”.
Protección personal
Práctica generalizada, “observada en casi toda nuestra patria”, era que, al aproximarse la hora de dar a luz, las mujeres tomaran su ceñidor, fueran a la torre de la iglesia y circundaran la campana para que su sonido garantizara un buen parto. Advierte Andosilla que aquellas tres campanadas tenían como fin que las mujeres, al oírlas, rezaran tres avemarías pidiendo para que la mujer tuviera un parto sin dolor.
Las madres colgaban al hombro de sus hijos trocitos de espejos o de piel de corzo o cabra para evitar infecciones y mal de ojo. Para librarse de dolores de cabeza durante todo el año, las gentes clavaban agujas y alfileres en cierto árbol próximo a la basílica de San Cristóbal, sita en la cima del monte próximo a Pamplona. Muchas niñas colgaban sus cabellos junto a la imagen de un Santo en el claustro de la catedral para evitar que se les cayera el pelo o para tenerlo más bonito. Un canónigo, enemigo de tal superchería, quemó una noche aquellos pelos con su vela.
Petición de lluvia
En Lumbier era costumbre antigua que, al padecer sequía los campos, clero y colonos marcharan procesionalmente al monasterio de San Pedro de Usún, cantando himnos con gran devoción. Oída la misa, llevaban la imagen del Santo a la orilla del río. Algunos interpelaban: “San Pedro, socórrenos en esta necesidad y logra de Dios la lluvia”. Repetían la fórmula dos y tres veces y exclamaban “Que sumerjan la imagen de San Pedro si no consigue de Dios la gracia solicitada en esta necesidad urgente”. Alguien prometía que el Santo lo haría así. Según decían, siempre llovía antes de las veinticuatro horas. De forma semejante, los vecinos de Labiano llevaban procesionalmente el cuerpo de Santa Felicia en tiempo de sequía y lo sumergían en el agua.
Contra las tormentas
Creen algunos que, arrojando piedras o encendiendo hierbas recogidas el día de San Juan, cuando hay tormentas, son ahuyentados los demonios y las tempestades. La práctica es “muy común entre nosotros”, según el canónigo Andosilla. Para conjurar tormentas empleaban ciertos libelos u oraciones cabalísticas, de que Arlés copia ejemplos. Parte de aquellas prácticas han perdurado, con otras muchas que no cita el teólogo navarro (Ritos de protección*).