INDEPENDENCIA, GUERRA DE LA
INDEPENDENCIA, guerra de la
(1808-1814). Las primeras tropas francesas que cruzaron la frontera franco-española por Irún, a partir de octubre de 1807, se dirigieron hacia el interior de España camino de Portugal, por lo que su paso a través del territorio navarro no perturbó la vida de sus habitantes. La presencia de los franceses se hizo notar en febrero de 1808, cuando el general D´Armagnac llegó a Roncesvalles con unos 2500 hombres, e hizo su entrada triunfal, el día 9, en Pamplona. Aparentemente llegó como verdadero aliado, pero con el objetivo oculto de ocupar su ciudadela, puesto esencial de defensa para cualquier ejército. Pretendió el general francés alojar dos batallones en el interior de la misma, lo que no fue aprobado por el virrey de Navarra, Marqués de Villasantoro*. Ante esta negativa, el día 15, valiéndose de los soldados furrieles que cada día de madrugada acudían a la ciudadela a recoger el pan para la tropa y de un pequeño grupo de soldados escogidos, portando armas bajo sus capotes, se hicieron con el grupo de vigilancia, y ayudados desde el exterior por dos compañías de ganaderos se apoderaron inmediatamente de la fortaleza. A las pocas horas D´Armagnac justificaba su actuación mediante la publicación de un bando. A la ocupación de las ciudadelas de Pamplona y San Sebastián, siguieron las de Barcelona, Montjuich y Figueras, provocando tales acciones la inquietud entre la población, mientras Carlos IV (VIII de Navarra) -y Godoy continuaban recomendando a las autoridades del Reino el trato de aliados a los franceses con el deber de suministrar víveres a las tropas.
A partir de las abdicaciones de Bayona, por las que se perdían las esperanzas de que Fernando fuera aceptado como rey, y los sucesos de mayo en Madrid, el mantenimiento del orden y la convivencia resultó difícil a la Diputación del Reino y al virrey, una vez que las tropas francesas ya no fueron consideradas como aliadas sino como invasoras. A finales de mayo hubo muchas quejas de municipios navarros a la Diputación por los abusos del ejército francés y llegaron, además, emisarios desde Aragón y Castilla con proclamas que invitaban a la subversión. Fue la ciudad de Estella, la que el 1 de junio manifestó el deseo de salir en defensa de la Patria, seguida de otros levantamientos en Tafalla, Puente la Reina, Viena, Villafranca, Cáseda, Lodosa, y Mañeru ante la inactividad de las autoridades forales residentes en Pamplona. Estas localidades abandonaron pronto su resistencia ante la carencia de armamentos. La sublevación de Tudela fue la que tuvo una mayor repercusión. El Ayuntamiento de Tudela celebró sesión extraordinaria el 2 de junio para tratar de la invitación que Palafox hacía a los tudelanos a que apoyaran la sublevación de Aragón y Valencia, prometiéndoles un envío de armas. Aunque las autoridades eran partidarias del orden, el pueblo se mostró dispuesto a sublevarse. El día 6 por la tarde llegaba a Tudela, el marqués de Lazán, hermano del general Palafox, con cañones, fusiles y municiones, a quien se unieron un buen número de paisanos. Se pretendía detener el avance del general Lefebvre hacia Zaragoza. Aunque el número de combatientes era elevado, la ofensiva no fue eficaz al contar en sus filas con personas inexpertas e indisciplinadas.
Cada día aumentaba el descontento de las poblaciones situadas en el camino real que conducía a Zaragoza al tener que soportar el paso de las tropas francesas y estar obligadas al abastecimiento de las mismas e incluso al traslado de material bélico con sus carros, mulas y bueyes. Por su parte la Diputación, que mantenía una coexistencia pacífica con las autoridades francesas, modificó las instrucciones dictadas en relación a los ejércitos franceses, invitándoles ahora a armarse. Como medio de liberarse del dominio francés que le exigía sufragar todos los gastos del ejército invasor, no encontró más solución que abandonar la capital del reino el 30 de agosto. Se estableció en Agreda, Tarazona y definitivamente en Tudela a primeros de octubre. Una de sus máximas preocupaciones fue, en ese momento, organizar la ofensiva contra los franceses para lo cual pretendió formar 4 batallones de 1200 personas cada uno, reclutadas entre el pueblo, con la finalidad de contar con un ejército regular, al igual que otras provincias españolas, dando conocimiento de dicho plan a la Junta Suprema Central y Gubernativa. El objetivo no pudo cumplirse al entrar de nuevo el ejército francés en Tudela el 23 de noviembre, por lo que los componentes de la Diputación tuvieron que salir de la ciudad y dejar Navarra. Itinerantes por diversos lugares de Aragón, presididos por el abad del Monasterio de la Oliva, continuaron hacia la Rioja, enviando el 13 de abril de 1809 una carta a la Junta Central desde Arnedo, donde, según Francisco Miranda, se disolvería definitivamente la legítima Diputación.
Durante los últimos meses de 1808 Navarra fue una de las provincias más afectadas por la guerra. Mientras la zona norte y centro estaban ocupadas por los franceses, en el sur se encontraba todavía el ejército regular español. La lentitud en su ofensiva por el mal avituallamiento de sus tropas favoreció a los franceses quienes, como queda dicho, presentaron batalla en Tudela, afirmando su superioridad en la táctica militar y generalizando la ocupación francesa en todo el Reino (Tudela, batalla de*). Establecieron numerosas guarniciones en las rutas más utilizadas para el paso de las tropas y en los pueblos próximos a la frontera con el fin de mantener el orden entre la población y asegurar las comunicaciones.
Una vez que el intento de formar un ejército navarro había fracasado y que la presencia de las tropas francesas persistía, aparecieron numerosos grupos de voluntarios armados, que, como en otras provincias, estuvieron animados por un sentimiento patriótico ante la traición de Napoleón, la ocupación militar francesa y el rapto de la familia real. A finales de 1808 y primeros meses de 1809 Navarra se poblaba de guerrilleros. Los nombres de Miguel Galdúroz, Francisco Zabaleta, Andrés Ochotorena, Félix Sarasa, Hermenegildo Falces de los Fayos, Vicente Carrasco, Gregorio Cruchaga, Francisco Glaría, estuvieron ligados a diversas actuaciones en la zona de Roncesvalles, valle del Baztán, Roncal, en la Merindad de Sangüesa, en la de Estella etc.
En mayo de 1809 Javier Mina*, conocido como “El Estudiante”, o “El Mozo”, a quien los oficiales del ejército español que actuaba en Aragón y Cataluña le habían encomendado la misión de organizar y fomentar la guerrilla navarra, creó su propia partida, se reunió después en Pamplona, con los jefes de otras guerrillas y acordaron formar una partida de voluntarios que recibió el nombre de Corso Terrestre*, con el objetivo de enfrentarse unidos a los franceses. De esta manera, concentró bajo su mando un buen número de partidas que recorrían Navarra actuando independientemente, careciendo de una mínima disciplina y cometiendo, en ocasiones, acciones que contribuían al desprestigio de la guerrilla misma.
El general Areizaga aprobó el nombramiento de Javier Mina como comandante del “Corso Terrestre”. El prior de Ujué, al que la Junta Central había otorgado facultades para que dirigiera la lucha contra los franceses en Navarra, le reconoció igualmente y le proporcionó víveres y dinero para pagar a los voluntarios e incluso organizó una red de espionaje que facilitó en gran manera la eficacia de la guerrilla.
Muchos fueron los éxitos de Mina. Destaca el asalto a la guarnición de Puente la Reina, la toma de Estella; más donde se hizo muy popular fue en la zona de El Carrascal. Preocupados los franceses ante tales acciones iniciaron a finales de 1809 la persecución y acoso de Javier Mina que terminó con su captura en Labiano el 29 de marzo de 1810.
Inicialmente los efectivos del “Corso Terrestre” no lograron ponerse de acuerdo en la elección de un nuevo comandante lo que produjo la desintegración de la guerrilla más importante habida en Navarra hasta ese momento. Sin embargo, una nueva reunión promovida en Aibar por algunos patriotas no conformes con que desapareciera la obra de Javier Mina llevó a la elección de Francisco Glaría, beneficiado de Navascués, como nuevo comandante de las guerrillas navarras. Su rápida muerte determinó una nueva elección, de la que salió nombrado Francisco Espoz y Mina*, tío de Javier Mina.
El nuevo comandante trató por un lado de acabar con las numerosas bandas armadas, que proliferaron a la disolución del “Corso Terrestre”, utilizando tanto los halagos y recompensas como imponiendo el peso de su autoridad. Logró, por otra parte, la incorporación de algunas guerrillas, a destacar entre ellas la de Gregorio Cruchaga, hombre con un gran historial militar. En mayo de 1810 obtuvo de la Junta de Aragón el nombramiento oficial como comandante de la guerrilla y pretendió el mismo reconocimiento por parte de la Regencia. Sin embargo, fue el prior de Ujué, que se encontraba entonces en Cádiz, quien recibió el nombramiento. No obstante, algunos meses después, éste renunciaba y, el 26 de septiembre, Francisco Espoz y Mina recibía el nombramiento de comandante de la guerrilla navarra con graduación de coronel.
La guerrilla cambió el nombre por el de División de Navarra y sus efectivos crecieron progresivamente hasta alcanzar, a finales de 1812, la cifra de unos 11.000 hombres que actuaron en distintos lugares de Navarra, Aragón, y Vascongadas. No fue ajeno a este desarrollo el buen trato que recibían los voluntarios que se incorporaban a la guerrilla, tanto en el aspecto alimenticio, como por la percepción de una paga diaria fija. Como premio a los éxitos obtenidos en acciones de guerra, Espoz fue ascendido a brigadier de infantería y se le concedió el título de mariscal de campo. En buena parte estos triunfos se debieron a que el pueblo navarro, en general, brindó un apoyo incondicional a la guerrilla tanto en personas como en víveres y dinero. Bien es verdad que no faltaron, en ocasiones, acciones intimidatorias de los jefes guerrilleros para obligar a una mayor colaboración, y algunos castigos a municipios y personas por haber contribuido a los pagos exigidos por las autoridades francesas.
A comienzos de 1813, Napoleón percibió la imposibilidad de dominar todo el territorio español e indicó a José I que trasladara su Estado Mayor a Valladolid. Espoz y Mina, que había recibido de los oficiales del ejército español la misión de distraer al ejército francés del Norte, dominaba ya Navarra a excepción de Pamplona en el mes de jumo. El triunfo de Vitoria por las tropas hispano-inglesas obligó a los franceses a replegarse hacia la frontera. Una nueva ofensiva al mando del mariscal Soult fue detenida en Sorauren por Wellington. El 31 de octubre, tras cuatro meses de asedio, en los que el hambre se hizo presente, se rindió la guarnición de Pamplona. Terminaba así la presencia de los ejércitos invasores en el Reino y el escenario de la guerra se trasladaba al sudoeste francés.
De los 6 años de permanencia francesa en Navarra, interesa destacar por un lado las reformas fiscales y administrativas llevadas a término por los Gobernadores de Navarra, generales Dufour y Reille, a fin de conseguir ingresos suficientes para hacer frente a los gastos del ejército y de la administración y, por otro, la resistencia generalizada del pueblo navarro y la no identificación de las autoridades del Reino con los ideales afrancesados, a pesar de su coexistencia y colaboración.
La población, durante esos años, sufrió un estancamiento, más por una disminución de nacimientos que por una acusada mortandad.
Desde un punto de vista económico, la participación de Navarra en la guerra fue extenuante. El pueblo navarro tuvo que abastecer de víveres a las tropas francesas, al ejército español cuando intervino en el Reino y a la guerrilla; soportar las imposiciones decretadas por las autoridades francesas, tales como requisas de ganado y cereales, empréstitos y contribuciones muy gravosas, además de estar obligado al mantenimiento de los hospitales tanto franceses como españoles.
Bibliografía
Francisco Miranda Rubio, La guerra de la Independencia en Navarra (Pamplona 1974), t I: La acción del Estado. Francisco Miranda Rubio, La guerrilla en la guerra de la Independencia (Pamplona 1983, “Temas de Cultura popular”, 396). José María Jimeno Jurío y, Guerra de la Independencia (Pamplona s d, “Temas de Cultura Popular”, 124).