CURANDERO
Persona que ejerce la medicina por medio de prácticas mágicas y de conocimientos médicos populares; es un concepto resbaladizo, aunque se añada que normalmente envuelve su actividad en cierto esoterismo. En el hablar cotidiano se le han hecho sinónimos los de adivino, brujo, emplastero, ensalmador, herbolario, saludador, etc., aunque no recurra a las prácticas de éstos. Es un residuo de un concepto médico periclitado, aunque persistente en algunos ámbitos sociales (Medicina popular*). En su origen tiene un evidente parentesco con el chamán, en cuanto individuo en quien recaía la meditación entre las fuerzas ignotas de la naturaleza y el hombre. Era el azti de las cavernas protoeúskaras del magdaleniense, hechicero depositario del genio de la colectividad, mago tribal quizá representado predisponiendo a la caza en las paredes de la cueva de Isturiz, conjurador y sanador, a quien quizá se deberían los primeros tanteos para la curación de las enfermedades en cuanto manifestación de los poderes hostiles de la naturaleza. Magia blanca, poderes misteriosos pero normales de las cosas, adivinación, magia negra y demoniomanía… El azti usaba de la primera aunque invocara poderes infernales, mientras que la negra era el instrumento del brujo o sorguiñ. Se trata de dos estratos diferentes, uno el del satanismo, otro el del paganismo, en el que la demoniología formal no entraba en juego; son dos dimensiones de la magia, una benévola, aunque pagana, la otra ofensiva con el fin de dañar a otras personas. Azti y sorguiñ tenían prácticas comunes, aunque con fines diversos, lo cual dio lugar a que en tiempos pasados la psicosis colectiva condenara a la hoguera, acusadas de brujas, a meras herbolarias, emplasteras, ensalmadores y conjuradoras, a la postre curanderas. De estos dos estratos o dimensiones se hizo eco el sentir popular, para el que mientras las brujas “inoculaban” con sus maleficios las enfermedades, los brujos las “curaban”. En este sentido, quizá la excepción haya sido el brujo de Bargota.
Conviene distinguir la medicina casera del curanderismo. Mientras la primera recurre a métodos curativos empíricos, no siempre carentes de una lógica terapéutica, y a algunas creencias de valor consagrado, el curanderismo supone la intervención de individuos especializados. El curandero rural puede muy bien ser considerado, en cierto modo, pariente del azti tribal y su hacer tiene por fundamento un indudable esoterismo, unido a un empirismo basado en el conocimiento de remedios generacionalmente transmitidos y en una innegable habilidad al aplicarlos. El curanderismo tiene una doble dimensión: por un lado atávica, en cuanto esotérica, recurso de quienes no disponen de conocimientos o a quienes se ha imbuido prejuicios acerca del carácter praeternatural del origen de las enfermedades; por otro, en tiempo recientes, superación de la limitación de la Medicina, en cuanto recurso de quienes no tienen o han perdido su fe en la ciencia. En ambos sentidos su prestigio data de épocas pasadas, en las que ni los conocimientos científicos ni su difusión eran los actuales, cuando los métodos curanderiles empleados eran los únicos aplicados y cuya aleatoria fortuna liberó a veces a los pacientes de una fatalista resignación. En otras palabras, el curanderismo ha exigido y exige una predisposición psicológica por parte del paciente, pero también por parte del propio curandero, que se considera depositario de métodos infalibles y se halla autoconvencido de su eficacia y bondad, como la atestiguan los innumerables procesos que obran en el Archivo General de Navarra. Pueden distinguirse en la actualidad tres tipos de curanderos: el empírico nato y neto; el brujo, cuyo ámbito de actuación es el ocultismo y recurre a prácticas hechiceriles, y el pseudo científico, quiromante, magnetizador, etc. que reviste su quehacer de una pretendida racionalidad.
Intrusismo
Desde finales del siglo XV el ejercicio de las profesiones sanitarias se profesionalizó y requirió en Pamplona, Tudela y Estella la pertenencia a las Cofradías de San Cosme y San Damián, asociaciones gremiales, equivalentes a los actuales Colegios de Médicos, sopena de persecución por intrusismo con multas de hasta quince florines la primera vez y penas de confiscación de bienes y destierro a los reincidentes. El ingreso en la Cofradía se realizaba con arreglo a sus propias constituciones, de forma que “los que pretendieren en adelante ser aprobados por médicos, cirujanos y boticarios, no puedan ser admitidos a examen sin que antes los habilite el Consejo. Y para esta habilitación, den información de su filiación y de que sus padres no tuvieron oficio vil, (esto es, porcadizo, dulero, tabernero, herrador, carrejero, zurrador, fajero, pellejero, recadero, o regatón, molinero, capador, ventero y mesonero, según relación establecida en 1599 por el Consejo Real de Navarra, a la que se añadirían en 1600 y 1645 los oficios de carnicero y buruzagui). Y constando que son cristianos viejos, limpios de toda raza y secta reprobada, sean habilitados para el examen, y no constando, no se les habilite ni puedan ser admitidos a examen”. El ejercicio profesional se realizaba conforme a las respectivas Ordenanzas en las plazas donde existía Cofradía. Así, los sanitarios de Pamplona tenían patente para ejercer en el término de la ciudad y en un perímetro que alcanzaba a cuatro leguas (algo más de cinco kilómetros) a la redonda. Esta nueva situación tuvo las siguientes consecuencias:
Que al fijarse para el Colegio de Médicos un ámbito territorial e imponer severos castigos a los intrusos, el curanderismo hubo de replegarse más allá de la Cuenca de Pamplona;
Que los conocimientos exigidos a los examinandos eran puramente de naturaleza empírica, pues no constituía impedimento para el ejercicio profesional ser analfabeto (la diferencia entre un sanitario cofrade y un curandero no radicaba en la ciencia que se poseyese, sino en el status jurídico); y
Que la clase sanitaria sólo alcanzaba a médicos, boticarios, cirujanos y barberos, quedando marginados los curanderos. Nótese, además, que la prueba de limpieza “de toda raza y secta reprobada” garantizaría la no intervención del Santo Oficio entre los cofrades.
Capacitación
A las limitaciones que imponían las Cofradías debieron sumarse las que pondría el Protomedicato del Reino, institución que fuera introducida por los Reyes Católicos en los otros reinos peninsulares desde 1477, con el fin de que fueran “nuestros alcaldes y examinadores mayores de los físicos y de los cirujanos, especieros y erbolarios (sic) con jurisdicción criminal y civil”, pero que en Navarra no fue efectiva sino desde 1525. En 1534, el Protomédico Azcona se titulaba “examinador mayor de todos los médicos, boticarios, cirujanos, barberos, hernistas, algebristas, esencieros, herbolarios y todos los demás de esta facultad”, con competencia para realizar inspecciones y para suspender de su oficio a quien no tuviera suficiente habilidad. Aunque mal recibido por los cofrades, el Protomédico consiguió en un principio formar parte del tribunal examinador de la Cofradía pamplonesa; a ésta, en numerosos memoriales ante las Cortes, se achacó que por culpa de sus exámenes dejaban de venir muchos profesionales a establecerse en Navarra, aun siendo algunos de reconocida competencia. En la segunda mitad del siglo XVII surtieron fuertes conflictos de jurisdicción entre el Protomédicato y las Cofradías, agravados por la Ley de Cortes de 1688, que dispuso que con la sola aprobación por el Protomédico pudiesen ejercer los sanitarios en toda Navarra. Sin embargo, a principios del siglo siguiente otra Ley volvió las cosas a su ser anterior, y quedaron deslindadas las competencias, de modo que las Cofradías examinarían únicamente a quienes pretendieran ejercer en su ámbito territorial, mientras que el Protomédico y sus conjúdices (profesionales de reconocida valía) lo serían para examinar a quienes, de ser aprobados, podrían ejercer en el resto de Navarra. El ejercicio del arte de curar sin habilitación expresa dio lugar a infinidad de procesamientos, prisiones, multas, confiscaciones y destierros. Sin embargo, hubo ocasiones en que, por privilegio especial, el Protomedico autorizó el ejercicio de artes terapéuticas, como sucedió en el último tercio del siglo XVI con la curandera Martija de Jáuregui, a pesar de lo cual unos años después sería procesada y desterrada; desde el siglo XVII, el acceso a la habilitación se endureció notablemente. La tensión entre medicina científica y curanderismo se prolongó hasta finales del siglo XVIII, a juzgar por la publicación de la Palestra crítico-médica en que se trata de introducir la verdadera Medicina y desaloxar la tirana intrusa del Reino de la Naturaleza, que publicara Fray Antonio José Rodríguez (Pamplona, 1734), y no son raros los procesos en el siglo pasado.
Curanderos célebres
Se tiene noticia histórica de numerosísimos curanderos por los aludidos procesos, seguidos ante la Justicia de Navarra o ante la Inquisición, entre otros, cabe señalar a Juan Periz de Iguzquiza*, “El Indiano”; Martija de Jáuregui*, La Bargotena, curandera de Larraga a fines del siglo XVI. “La Galdeana”, de Tudela, Domingo Gallego; Lucas de Ayerbe; Juan de Abrego.
De época reciente o contemporáneo han sido o son los curanderos, ensalmadores y masajistas de Aldaz, Andosilla, Aranaz, Badostain, Betelu, Burlada, Cascante, Cirauqui, Corella, Egozcue, Fustiñana, Huici, Ilarregui, Iruzun, Lacunza, Mélida, Olazagutía, Pamplona, Tafalla y Valcarlos entre otros, a lo largo y ancho de la geografía de Navarra.
Bibliografía
I. M. Barriola, La Medicina Popular en el País Vasco. (San Sebastián, 1952); J. Caro Baroja. Los Vascos. (Madrid, 1971); La vida rural en Vera de Bidasoa (Navarra). (Madrid, 1944); Las brujas y su mundo. (Madrid, 1966). A. Hurtado de Saracho, Medicina Popular. (Pamplona, 1970). F. Idoate, Rincones de la Historia de Navarra. (Pamplona, 1956), t. II. J. M. Iribarren, Batiburrillo Navarro. (Pamplona, 6ª ed., 1978). J. Larrayoz Zarranz, Encuesta etnográfica del Valle de Elorz. “”. (Pamplona, 1974), pp. 59 y ss. López García, Asistencia Médica. (Pamplona, 1968). F. J. y J Zubiaur Carreño, Estudio etnográfico de San Martín de Unx (Navarra). Pamplona, 1980.