HERIDA
HERIDA
La terapéutica popular es por lo general de carácter empírico y se encamina a cortar la hemorragia* si la hubiera, desinfectar la herida y lograr su cicatrización. No obstante, se registran ritos creenciales en Salazar, donde las heridas, zauriak, las curaban colgando una cruz de arce en el lar del hogar; en Obanos, donde se acostumbraba pasar vino por el cráneo de San Guillén y se guardaba para enfermedades y heridas y en Sorlada, donde conservaban el agua de San Gregorio para los mismos fines. Entre los remedios puramente empíricos se cuentan orinar sobre la herida, disponer sobre ella telas de araña (ambos muy generalizados), echarle polvillo de tabaco, emplastos de cebolla o una untura a base de freír hojas de sauco en mitad aceite mitad manteca (Esparza de Salazar.) En la Ribera utilizaban la savia de cardo, al igual que hacían en Améscoa, para lo cual cortaban en trozos una hoja de cardo triguero y la estrujaban, haciendo que el jugo cayese sobre la herida, encima de la cual ponían los residuos de la hoja en forma de apósito. En Améscoa recurrían también a los apósitos de cebolla asada con un poco de aceite, mientras que en Urraul Bajo y en el Romanzado se limitaban a lavarlas con vinagre y sal. Se tiene noticia, por un proceso judicial, que en 1782 un cirujano curandero* aplicó sobre una herida considerable en el cuero cabelludo “una porción de mo (moho) y un pañuelo atado”, pero el herido prefirió encamarse y que una mujer le curara con vino, clara de huevo y azúcar. Las mordeduras de perro se cauterizaban con un hierro rusiente y se aplicaba a la herida una estampa bendita de Santa Quiteria (Larraona). Las espinas o pinchos clavados en la carne se extraían en Améscoa con hiel de cerdo macho, que se guardaba colgando de una viga de la cuadra. Otro remedio amescoano, éste de carácter empírico-creencial, era extraer los pinchos con los alfileres empleado en las telas del “monumento” de jueves santo. Al general Zumalacárregui* le curaba el famoso Petriquillo las heridas que le condujeron a la muerte con un bálsamo llamado de Malats, elaborado en una vasija de vidrio y boca ancha, donde se ponían en aceite diversas proporciones de flores de romero, manzanilla y cantueso, dejándose el recipiente tapado al sol y al sereno desde mayo a octubre, pero en agosto se le incorporaban frutos y hojas de balsamina y en septiembre bálsamo del Perú; en octubre se colaba todo y se dejaba clarificar por reposo.