CIGA ECHANDI, JAVIER
CIGA ECHANDI, Javier
(Pamplona, 1877-1960). Pintor y profesor artístico de ascendencia baztanesa e ideas nacionalistas, que le llevaron ocasionalmente a la política (fue concejal del Ayuntamiento de Pamplona en 1920-1923 y en 1930-1931). Después de haber iniciado estudios en el Seminario de su ciudad natal, los abandonó para ingresar en la Escuela de Artes y Oficios, gracias a la ayuda económica de la familia Urdampilleta. En dicha Escuela fue discípulo de Eduardo Carceller y Enrique Zubiri* y de Inocencio Garcia Asarta* en su estudio particular. En su formación cabe distinguir varios períodos. De 1909 a 1911 asistió a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), donde realizó brillantes estudios con Moreno Carbonero y Garnelo, contrastados en el Museo del Prado ante las obras de los pintores del Siglo de Oro español, en especial Zurbarán, Velázquez y Goya. Terminado este aprendizaje realizó un viaje por Bélgica y Alemania con su maestro Garnelo, que finalizó con un recorrido de ambos por el norte de Navarra. Entre septiembre de 1912 y julio de 1914 permaneció en París y acudió tanto a las Academias de la Grand Chaumiére y Julian como al Museo del Louvre. Fruto de tal aprovechamiento sería la presentación de su cuadro “El Mercado de Elizondo” (propiedad del Ayuntamiento de Pamplona) a la Exposición de Primavera de 1914, que motivó su ingreso como miembro de número en el Gran Salón de París. La primera guerra mundial truncó esta prometedora carrera y regresó en ese mismo año a Pamplona, donde permaneció hasta el final de su vida, dedicado en parte a la formación de pintores en su academia de la calle Navarrería 19 (Ciga, academia*). Entre 1914 y 1935 podría situarse el período de madurez artística. Su militancia política, que provocó su encarcelamiento durante la guerra, no le impidió ser apreciado por todos, como lo prueba el homenaje público de que fue objeto en 1952. Cabe situarle, a nivel artístico, en las corrientes de su tiempo. Del Romanticismo deriva su exaltado amor a la tierra, reflejado en su pintura de tipos y costumbres, y del Realismo la búsqueda del hombre, consecuencia también de su admiración por la pintura barroca española. En su estancia parisina se dejó seducir por la fidelidad absoluta al natural, entonces en boga entre los impresionistas tardíos, y por las ideas constructivas de Cézanne, todas las cuales influirían en su paisajismo, tal vez lo más innovador de su arte. Destacó como retratista, asimilando el modelo romántico que buscaba la caracterización del personaje. La variedad de sus retratos es apreciable, habiéndolos de cabeza (“Don Nicanor Urdampilleta”), de tres cuartos (“Doña Concepción Ochoa Lácar”), con paisaje al fondo (“Don Arturo Campeón”), infantiles (“Niños de Ariz”), de profesionales (“Don Guillermo Balda”), familiares y autorretratos. Realizó una extensa obra de tipos y costumbres, centrada principalmente en el valle de Baztán, dentro de lo que se ha dado en llamar “pintura etnográfica”, conectada con la corriente pictórica vasca. Así, plasma en sus óleos a tipos corrientes vistos con naturalismo, aunque dignificados. Recoge también la religiosidad (“De rogar por el difunto”), la economía rural (el ya citado “Mercado de Elizondo”), el trabajo, el ocio y la diversión en escenas de género; los amoríos juveniles y la vida familiar (“Idilio vasco” y “Cocina vasca”), todo dentro de una concepción amable de la existencia. Se desconocen en parte sus paisajes, que no sólo utiliza para ambientar las narraciones, sino como género independiente, en el ámbito rural y urbano. Si aquél se centra en el Baztán y se interesa por Roncesvalles, Oroz Betelu y el Roncal, éste nos da la visión de la capital navarra con sus jardines, calles o plazas, al gusto parisino. No hay que olvidar tampoco su inclinación por el bodegón, que demuestra una capacidad para individualizar el objeto y dotarle de calidad física, ni su preocupación por otros géneros como el asunto religioso-legendario, el histórico, el desnudo, la pintura animalística y mitológica. Profundo conocedor de las técnicas pictóricas y del óleo en particular, lo fue también del dibujo, como demuestran sus carteles anunciadores de las fiestas de San Fermín y de la Semana Santa pamplonesa. Merece destacarse de su estilo pictórico la impecable técnica compositiva, fundada en el equilibrio de las formas y el dominio de la perspectiva; la valiente plasmación de la luz a través del conocimiento de las virtudes especiales del color; y su interés por una acción reposada de la escena, que le permite detallar la postura, el pliegue o la mirada tanto como la intensidad del momento que envuelve a sus personajes. Como maestro de artistas, Ciga empleó con ellos métodos prácticos y libres, fundados en la necesidad de ver bien el natural y dominar tanto el color como el dibujo. Han destacado entre sus discípulos pintores como Briñol*, Crispín*, Karle de Garmendía, Lasterra, Eslava, Echauri, Ascunce y fotógrafos como Ardanaz*, Irurzun* y Aliaga. Ciga resultó premiado en los concursos de Carteles Anunciadores de las Fiestas de San Fermín de 1908, 1909, 1910 y 1917, y obtuvo cinco diplomas y medallas de oro en la Escuela de BBAA de San Fernando. Realizó 27 exposiciones, de ellas 8 individuales; cabe destacar las presentadas en el Palacio de la Diputación Foral en 1915, 1951 y 1952. Tras su muerte se celebraron dos exposiciones antológicas de su obra; en 1962 en la CAMP y en 1978 en el Museo de Navarra, organizada por el Ayuntamiento pamplonés. Una parte significativa de ella se conserva en dicho Museo.
Bibliografía
J.I. Martinena Ruiz, Javier Ciga, la perfección realista, en Pintores navarros/1, Pamplona, CAMP, 1981; Varios. Ciga Echandi. Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca, 1976, (Col. “Biblioteca: pintores y escultores vascos…”, fasc. 115); y catálogo de la Exposición homenaje a Ciga (1878-1978). Pamplona 1978.