ALCAIDE
De la voz árabe al-qaid, jefe militar. Aparece en los textos medievales también en las formas “alcait”, “alcaite” y “alcayet”. En los reinos cristianos de Castilla y Navarra designa al jefe de un castillo y su correspondiente guarnición de hombres armados; y en ocasiones a su lugarteniente. El término, empleado indistintamente con el de guarda* se generalizó en los siglos XIII y XIV, y sustituyó a los de tenente* y “senior”*, aplicados con anterioridad.
El fuero de Marañón* prevé la pena de 100 sueldos contra quien le arrebatara sus armas o lo encerrara. Como especifica el fuero de Viguera*, en tiempo de guerra debe defender su castillo hasta la muerte o quedar gravemente herido, evidencia de haber hecho cuanto cupo por defenderlo.
En la baja Edad Media solía ser un caballero o escudero, nombrado y remunerado por el rey. Según el Fuero General, debía ser navarro, pero los monarcas capetos y los primeros Evreux infringieron con frecuencia esta disposición, y encomendaron no pocos castillos a caballeros franceses de mayor confianza. Debía residir personalmente en el castillo, pero como a veces regía más de uno, se servía de lugartenientes. Por su alcaldía o retenencia* percibía una remuneración anual, que solía liquidarse en dos plazos (en la Candelaria y en la Virgen de Agosto), una parte en metálico y otra en especie (trigo para los hombres de armas y cebada para las caballerías). Cuando las amenazas de invasión o del bandolerismo fronterizo obligaban a reforzar la guarnición armada del castillo, se incrementaban proporcionalmente las remuneraciones.
Periódicamente, el rey o el gobernador mandaban a los merinos -o comisarios en caso de guerra- a inspeccionar las fortalezas, para ver si residían los alcaides respectivos, examinar el estado de conservación de torres y muros, y ver si eran necesarias obras o reparaciones. La negligencia en materia de conservación y mantenimiento se castigaba con la destitución.
En caso de probarse la traición o entrega al enemigo mediante trato, la pena era de muerte ejemplar, con pérdida del honor.
No era raro que a la muerte o renuncia de un alcaide, el rey nombrase para sustituirle a un hijo. En otro caso, el castillo volvía al rey, que al poco tiempo encomendaba su guarda a otro caballero, hidalgo u hombre de armas, generalmente de la misma comarca. Al acceder al puesto, era preceptivo prestar el homenaje y juramento de fidelidad al rey, y de mantener el castillo en su servicio como leal vasallo. Normalmente, un portero real era el encargado de darles posesión en nombre del rey, previo inventario de las armas y efectos existentes en la fortaleza. Se conservan varios de estos inventarios en el Archivo de Navarra.