TOROS
TOROS
Mamíferos rumiantes pertenecientes al género de los bóvidos. Su presencia en espectáculos públicos es muy antigua en la península, aunque los orígenes de éstos sean inciertos. En Navarra la primera constancia aparece en el fuero de Tudela del siglo XIII, en él se alude a una de las vertientes populares de la fiesta: el toro ensogado. La siguiente centuria es prolífica en noticias, Carlos II celebró la primera corrida de toros sueltos conocida en Navarra en 1385. Su sucesor, Carlos III, se mostró entusiasta de este tipo de espectáculos, y desde 1387 hasta 1401 varias corridas fueron organizadas para su diversión con motivo de ocasiones señaladas. Se contrataban al efecto para ellas a matatoros, quienes acababan con la vida de los astados normalmente con venablos. También era costumbre soltar algunos perros, que haciendo presa en los toros, los cansaban y rendían. Un siglo más tarde, durante el reinado de Catalina de Foix (1483-1518) y Juan de Albret (1484-1516) la fiesta alcanzó una gran popularidad y se celebraba en numerosas villas del reino. Los espectáculos más importantes tenían lugar en Olite con motivo de acontecimientos destacados: estancia de algún personaje importante, etc.
En 1567 el Papa Pío V publicó una bula prohibiendo las corridas de toros, pero Felipe II logró que Gregorio XIII revocara la prohibición. Con el advenimiento de la dinastía borbónica los reyes dejan de asistir a las corridas y los nobles también. Durante el siglo XVIII se van reiterando las prohibiciones reales a dichos espectáculos clara señal de su inefectividad. La primera la publicó el Consejo Real de Navarra el 30 de octubre de 1720, ordenando que cesaran en todo el Reino las fiestas de toros y novillos, y que no se volvieran a tener sin orden especial del rey. Para entonces el arraigo de aquéllas en las fiestas patronales era ya muy grande, y no tardaron en elevarse súplicas al monarca para que se concedieran permisos en algunas. En 1754 una nueva prohibición en forma de “Carta-Orden” fue dirigida por el presidente del Consejo de Castilla al Regente del Consejo Real de Navarra, mandando suspender hasta nueva orden los festejos taurinos en razón de los perjuicios económicos derivados de la escasez de bueyes, achacada a la abundancia de aquéllos y otras causas. Desde la muerte de Carlos III (1788) las facilidades para las corridas fueron mayores, situación que terminó provisionalmente con la Real Cédula de 10 de enero de 1805, que las prohibió terminantemente. Pese a las trabas, los espectáculos con toros continuaron.
Las fiestas populares de toros imitaron a las señoriales, sustituyendo el alanceamiento, en vigor hasta el fin de los Austrias, por el toreo a pie, fenómeno común al resto de España. Las formas de enfrentarse con el toro eran variadas, pero en general abundaban los instrumentos incisivos: lanzas, garruchas, dardos, akullum, pertika, utilizados en enfrentamientos individuales o colectivos, y predominando muchas veces el aspecto sangriento del espectáculo. Desde fines del siglo XVII se constata en Navarra la presencia de varilargueros, montados a caballo y armados con una vara de detener, antecesora de la actual puya, cuya finalidad era sólo rebajar la pujanza de la res. Éstos acapararon la atención del público navarro y obtuvieron la hegemonía en los ruedos durante el siglo XVIII. Su supremacía resultó fatal para los toreros de a pie navarros, cuyas cuadrillas no tenían rival en los ruedos.
Con la acción de los varilargueros y la consiguiente reducción en la pujanza de la res, los toreros andaluces obtuvieron mayores posibilidades para su lucimiento. Enfrentados al astado con el capote, burlaban su acometida, ideando constantemente nuevos lances. Los toreros navarros se basaban en sus facultades físicas, empleándolas en ejercicios de arriesgada exposición corporal como colocar parches, banderillas, desplantes, recortes, quiebros, saltos de garrocha y trascuerno, etc. A la postre triunfaron los primeros en virtud del arbitraje de los públicos. (Sanfermines*, Encierro*, Feria del toro*, Toreadores*).