IRIBARREN PATERNÁIN, MANUEL
IRIBARREN PATERNÁIN, Manuel
(Pamplona, 1.12.1902-11.9.1973). Escritor que practicó diversos géneros, aunque sus títulos más conocidos sean novelísticos. Su obra puede agruparse en los siguientes apartados.
Novela. Retorno (1932, 1946), La ciudad (1939), San hombre, (1943), Pugna de almas (1945), Encrucijadas (1952), El tributo de los días (1968), Las paredes ven (1970), El miedo al mañana (1970).
Ensayo. Una perspectiva histórica de la guerra en España (1936-1939) (1941), El Príncipe de Viana (1948), Los grandes hombres ante la muerte (1951, 1966), Pequeños hombres ante la vida (1966), El paisaje (1968), Escritores navarros de ayer y de hoy (1970), Navarra (1956), Mosén Pierres de Peralta y En la órbita francesa.
Teatro. El capitán de sí mismo (1951), La otra Eva (1952), El misterio de San Guillén y Santa Felicia (1964).
Poesía. Romance (en tres partes), El alzamiento, La lucha, La Victoria) (1943); sonetos A mi madre (1945).
Iribarren recibió premios, en especial por su obra poética y escénica. Así el Romance sobre la guerra civil fue premiado en el certamen convocado en Barcelona (1943) al que se presentaron 652 candidatos; el Misterio, escrito para ser representado en Obanos, le mereció el Premio Nacional de Literatura de 1965; los sonetos ganaron los juegos Florales de Cataluña en 1945. Publicó numerosos artículos de prensa y fue Premio Domund 1953. Fue director de “Príncipe de Viana“* y perteneció al equipo de “Jerarquía“*.
Iribarren, pamplonés de la calle Estafeta, sin parentesco alguno con José María Iribarren*, irrumpió en el mundo literario en 1932 con Retorno, novela en la que M. Fernández Almagro vio “la vuelta de la novela española hacia el realismo tradicional”. El título no aludía a esa posible recuperación estética, sino al regreso del protagonista al hogar y a la fe, que es para el autor el retorno verdadero. La novela es realista en un sentido amplio, que mejor sería calificar como costumbrista -la descripción de Pamplona y de los Sanfermines del 31, con su carga ideológica es ajustada-, pero es un costumbrismo rebajado y convencional en el que las situaciones y los personajes llegan a parecer tópicos.
Estos rasgos, que no pueden desvirtuar el valor de las observaciones y de las descripciones paisajísticas, los encontramos en casi toda la obra de Iribarren, que prefirió ambientar sus novelas en Navarra. Así, Encrucijada se sitúa en el Madrid de la posguerra, pero el protagonista, Lizarraga, es navarro de la Regata educado en Lecároz; Pugna de almas la sitúa en el palacio de Urtubi, navarro de la raya con Francia, antes y durante la guerra civil; Las paredes ven, en buena parte autobiográfica, arranca en Pamplona y se desarrolla en la Cuenca aledaña; El miedo al mañana se mueve entre Pamplona y San Sebastián.
San hombre. Itinerario espiritual es “la novela de Pamplona”, según la definió Antonio Marichalar*. Es también su obra más lograda, que describe el ambiente ciudadano de la vida cotidiana y de las grandes fiestas -por ejemplo, la del Corpus Christi, con su procesión- y traza el perfil de un protagonista, Martín Vidaurre, artesano que sirve al novelista para contar el quehacer humilde y secular de unos hombres abocados a la desaparición. En ese sentido, sin mengua de sus concepciones realistas -en el sentido ya expresado- Iribarren ofrece su tesis y exalta la menestralía tradicional. Es, pues, un realismo nostálgico y esencial, mechado de costumbrismo retrospectivo, bloqueado en la técnica narrativa y ajeno a las corrientes del momento, porque Iribarren en sus novelas no sigue ni las innovaciones tremendistas ni mucho menos intenta los postulados de la novela social. En algunos casos este realismo de espaldas a la realidad vacía la novela de interés. Por ejemplo, en Encrucijadas la posguerra es anodina y sólo aparece en función de los amores de Lizarraga por Elena, viuda de un ciego de guerra, o de la venganza de aquél sobre el comisario político que deshonró y acabó con Nieves, la novia del bidasotarra. También es clara en Iribarren y constante a lo largo de su obra la intención de que sus trabajos ofrezcan una moraleja espiritualista y a las veces convenientemente moral.
De sus ensayos, quizás el más difundido -figura en al colección “Austral”- es el dedicado al Príncipe Carlos de Viana. Iribarren manejó las informaciones de los historiadores anteriores y no acudió a las fuentes documentales inéditas, por ejemplo las cartas y papeles del hijo de Doña Blanca, que permiten trazar el perfil humano menos romántico del personaje. Tampoco, en ediciones y revisiones posteriores -Príncipe de Viana, , 58- aceptó las aportaciones de investigadores como Vicens Vives, que rechazó por “antivianistas”. El Príncipe de Viana de Iribarren no es falso ni irreal, está bien trazado, pero hoy es incompleto en su faceta humanista; en la de personaje inmerso en el crudo siglo XV, también.
Su recopilación Escritores navarros, fue galardonado con los “III Juegos Florales de Sangüesa”. Es el primer diccionario de autores publicado en Navarra. No oculta Iribarren sus fuentes -Altadill, Arigita, Castro, Ibarra, Del Burgo y sobre todo el P. Pérez Goyena- y las acepta sin crítica ni reparos, con lo que incurre en el mismo defecto que afea a “las Historias de la Literatura que, salvo contadísimos casos, se plagian unas a otras”. Iribarren prescinde de todos los autores nacidos en lo que hoy es Navarra y en lo que fue históricamente el reino que no escribieran en romance: todos los judíos; Ximénez de Rada, Uztáriz, Escoiquiz, por citar algunos, y todos los de expresión vasca, y a la vez incluye como escritores a intelectuales de varias disciplinas y periodistas sin obra literaria. Pese a esas limitaciones y lagunas, ha sido obra de consulta insustituible, porque era el único repertorio de escritores navarros existente.
De su obra escénica y versificada, el Misterio de San Guillén y Santa Felicia fue la más conocida, mientras se representó anualmente. El capitán de sí mismo -primer premio en el certamen del IV Centenario de la aprobación de los “Ejercicios” de San Ignacio de Loyola, en 1965- va dividido en diez estampas y un epílogo, se atiene a la vida del capitán guipuzcoano herido en Pamplona y recuerda El divino impaciente de Pemán, según se dijo.
El Misterio se presenta en tres estampas y una transición y rememora la leyenda del duque Guillermo de Aquitania y de su hermana Felicia, peregrina a Compostela y criada en Amocáin. Iribarren trabaja con métrica variada y traza con buena mano a los personajes, salvo la reacción fraticida del duque, un tanto inexplicada y repentina.
En conjunto, la obra de Iribarren Paternáin ha caído pronto en el olvido y hoy sus libros, es decir sus novelas, sólo son recordadas por quienes las leyeron en el momento de su aparición.
Bibliografía
Un romance de Manuel Iribarren, premiado, 12 (1943), 400. Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona 1970. J. Mª Corella, Historia de la literatura navarra, Pamplona 1973, 217-219.