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MARICHALAR RODRÍGUEZ MONREAL Y DE CODÉS, ANTONIO

MARICHALAR RODRÍGUEZ MONREAL Y DE CODÉS, Antonio

(Logroño, 3.9.1893-Madrid, 6.8. 1973). Marqués de Montesa, escritor y académico de la Historia. Sus primeros libros, Palma (1923) y Girola (1926) versan sobre las Bellas Artes, cuyo conocimiento le llevó a formar parte del Patronato del Museo del Prado. Sin abandonar el campo del Arte, se acercó a la Historia y publicó Riesgo y ventura del duque de Osuna (1930), biografía de éxito editorial, en la que la fidelidad documental y la exactitud de los trazos no impiden que con vocabulario actual reviva la sociedad aristocrática del XIX. Después, durante un período breve, Marichalar se volcó en el estudio de las letras contemporáneas y prodigó las colaboraciones en periódicos y revistas extranjeras en las que dio a conocer las novedades españolas o los centenarios de Goya, Góngora y Garcilaso; a la vez, se convirtió en destacado informador de autores consagrados, como Claudel, Valéry, Mallarmé y Stranchey, o recién lanzados, como Virginia Woolf, Reverdy y Whitehead, o apenas conocidos entonces aquí como J. Joyce, T.S. Eliot o el mismo G. Santayana. En Mentira desnuda (1933) reunió algunos de esos textos; la gran mayoría quedaron dispersos en las páginas en las que vieron la luz. También dirigió la Colección Saulo de Editorial Voluntad y mantuvo la sección Rapto de Europa, en la que dio a conocer y comentó los acontecimientos sociales y artísticos. Toda esa actividad le mereció, por parte de Eugenio d´Ors, el calificativo de “Adelantado de relaciones culturales”.

Desde 1940 Marichalar se adentró en los archivos, volvió a la Historia y produjo una serie de monografías “escritas con gran probidad”, según A. González de Amezúa, como Tres figuras del siglo XVI (1945), Las cadenas del duque de Alba (1947), Julián Romero (1952) y El Cortesano de Castigliano y Boscán.

Sobre temas navarros publicó ocho trabajos en la revista “Príncipe de Viana” entre 1941 y 1946 y en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, el 15 de abril de 1956, lo dedicó a Los descargos del Emperador, es decir a los escrúpulos y deudas que Carlos V reconoce en su testamento. De entre éstos, uno destaca y parece preocupar sobremanera al monarca: la legitimidad de la tenencia del Reino de Navarra, ocupado militarmente por su abuelo Fernando. En un codicilo anejo al primer testamento (13.6.1550), “recomienda a su hijo que estudie detenidamente el caso del Reino de Navarra, y vea si en conciencia está obligado a devolverlo a sus legítimos dueños o darle, cuando menos, su correspondiente compensación”.

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