IRIBARREN RODRÍGUEZ, JOSÉ MARÍA
(Tudela, 31.10.1906-Pamplona, 11.6.1971). El escritor navarro más leído de este siglo y más variado en su obra. Descendiente del Baztán por línea paterna y de Falces por la materna, vino al mundo en una casa de la Plaza de San Jaime, donde tenía una farmacia su padre, que murió cuando Iribarren contaba cortos años. Quedó al cuidado de la abuela materna, mujer de inteligencia y temple notorios, de la que aprendió muchos de los dichos, datos y tradiciones luego recogidos en sus obras. Cursó el bachillerato, interno, en Tudela y en Deusto la carrera de Derecho, cuya licenciatura obtuvo en Valladolid (1926). Trabajó (1927-1931) en el bufete madrileño de A. Osorio y Gallardo, mientras cursaba Filosofía y Letras. Abrió despacho con su hermano en Tudela hasta 1936. Al estallar la guerra estaba en Pamplona y el general Mola le reclamó desde Burgos, para que fuese su secretario particular, puesto en el que permaneció de julio a diciembre de aquel año. Luego, en Pamplona estampillado como alférez del Cuerpo Jurídico Militar, se dedicó a defender ante los consejos de guerra a muchos procesados que se le designaban. Terminada la contienda y hasta su muerte, simultaneó su despacho profesional con la actividad literaria e investigadora.
Obras
Iribarren se definió como “escritor de ocho a diez de la noche”, presentación modesta e inexacta, si se tiene en cuenta el monto y heterogeneidad de su catálogo, que ofrece títulos sobre materias variadas, además de las estrictamente literarias.
Trabajos históricos. Con el general Mola (1937), Mola. Datos para una biografía y para la historia del Alzamiento Nacional (1938), Espoz y Mina. El guerrillero (1965), Espoz y Mina, el liberal (1967), Vitoria y los viajeros románticos (1950), Pamplona y los viajeros de otros siglos (1957), El moro corellano y los bandidos de Lanz (1955), Hemingway y los sanfermines (1970), Historias y costumbres (1949).
Trabajos lingüísticos. Vocabulario navarro (1952), Adiciones al Vocabulario navarro (1958), El porqué de los dichos (1962).
Trabajos costumbristas. Estampas tudelanas (1931, segunda edición, muy recrecida, 1971); Retablo de curiosidades. Zambullida en el alma popular, (1940); Batiburrillo navarro, segunda parte del Retablo (1943); Navarrerías. Álbum de variedades (1944); De Pascuas a Ramos. Galería religioso popular festiva (1946); Burlas y chanzas (1951); Cajón de sastre (1955); Ramillete español. Zarandajas, ensayos y recuerdos (1965).
Trabajos literarios. El patio de caballos y otras estampas (1952).
Además hay que consignar numerosos artículos y estudios, muchos de ellos en “Príncipe de Viana”. Los de tema sanferminero quedaron agavillados en Sanfermines (1970), con un largo prólogo de Iribarren. En el póstumo Revoltijo (1980) va recogida su producción última, más algunos de sus textos primeros; el título del volumen es de él mismo. (Años antes había dudado su titular “Revoltijo” lo que salió como “Ramillete”.)
Algunos de los títulos tienen historia extraliteraria. Así, Con el general Mola advierte en la primera páginas que “Días antes de dar a la prensa este primer volumen quise que Mola lo conociese. Me otorgó el gran favor de leerlo y llevó su amabilidad al extremo de apostillar su texto con breves notas de su puño y letra. Aquí me precisó una fecha, me añadió allá un detalle o me aclaró tal episodio de forma que, en lo que a sus actos y dichos se refiere, mi libro lleva el marchamo de autenticidad que puso el propio interesado.” Pero la Oficina de Censura de Salamanca mandó recoger y destruir la edición (7.000 ejemplares) al mes de aparecer e Iribarren sufrió muy serios disgustos -saltó la palabra “traición”- hasta que intervino Mola de modo tajante. Pese a la orden gubernamental, la policía de Pamplona se limitó a retirar los ejemplares de las librerías y a arrancarles las portadillas, sin las cuales corrió bajo mano.
Con el general Mola, que, para ahorrar papel, se publicó sin índice, era fiel al subtítulo: “Escenas y aspectos inéditos de la guerra civil.” Iribarren, ajeno al mundo militar, anotaba cuanto oía y esta especie de diario nutrió el libro, de tono y estructura barojianos, discontinuo, vivaz y humano, más atento a los caracteres personales de los protagonistas y gentes que van y vienen por sus páginas que al desarrollo de la guerra, aunque ésta aparezca en todas las paginas, sobre todo en las acciones de Guipúzcoa y la Cordillera Central, con profusión de detalles. Iribarren, como ha resumido Cacho Viu, transcribe con crudeza opiniones y lenguaje inaceptables para el mundo oficial de Salamanca, posterior a la unificación decretada por Franco, la violencia, las ejecuciones, la visión de la guerra, la figura del general, que aparece “en zapatillas” y no encaja en la estética y lenguaje que comenzaba a imponerse, y que acaso desconocía. Los elogios que mereció la obra, suscritos incluso por plumas oficiales, no fueron suficientes para paliar los sinsabores que Iribarren recordó en Notas sobre la gestación y peripecias desdichadas de mi libro Con el general Mola (texto inédito, de 24 holandesas, fechado el 15 de mayo de 1944).
Muerto Mola, Iribarren escribió su segundo libro sobre el general, con la intención de que fuese una “versión heroica, encomiástica de su figura y acciones”, según recomendación de Arrarás. No debió de conseguirlo, porque la censura también le dio quebraderos de cabeza. La biografía contó con materiales de primera mano, entre ellos los recuerdos del padre de Mola, y no ocultaba el republicanismo inicial de Mola y el papel decisivo del carlismo en la sublevación, que resultaba parecida a las guerras civiles decimonónicas, como observa el citado Cacho Viu. Esta visión y el léxico de Iribarren no eran evidentemente los oficiales del nuevo régimen, ni podían agradar a sus vigías. Del libro se tiraron 5.000 ejemplares, agotados en cinco meses. Pío Baroja dijo que éste era el mejor de los libros escritos durante la contienda.
Entre los trabajos historiográficos de Iribarren destacan los dos tomos dedicados a Espoz y Mina, calificados de magníficos, en especial la parte primera que más que una biografía del layador de Idocin es un verdadero estudio de la participación navarra en la Francesada, sobre cuyo fondo Iribarren desovilla la madeja del guerrillero, sus andanzas, carácter, ideas políticas y estrategia, tan efectiva como elemental e intuitiva. Ambos tomos demuestran un conocimiento concienzudo y crítico de las fuentes y tienen la virtud de no contentarse con la verdad documental, que el autor verifica sobre el terreno de las acciones. El guerrillero y el general liberal aparecen sin deformaciones indulgentes ni vesánicas, tosco, cuco y despierto, con una inteligencia natural que supera las deficiencias culturales y le encumbra en el escalafón y aun en la vida política. Y como en todos sus títulos, Iribarren viste éste de prosa directa y viva, sin caer en al historia novelada ni menos aún en la novela histórica.
Sin duda, la fama de Iribarren hasta los años sesenta se cimentaba en los libros costumbristas y etnográficos, en especial aquéllos. Pero el costumbrismo de Iribarren, como observa Francisco Induráin, no cae “en el fárrago de regionalismos”, sino que acertó a dar “rasgos muy peculiares al anecdotario pintoresco, a la noticia peregrina, a la estampa curiosa y a impresiones de lugares, tipos y usos, tomados siempre del natural, dentro casi siempre de su tierra y gentes”. Ese material, recogido y rehogado, viene servido por “un estilo que juntaba a la elegancia del buen decir una precisión de sobrio toque, con algunas notas de color y carácter locales, más acusados cuando reproduce el habla de los personajes”. Y como virtud acaso básica, Iribarren sabe aplicar en todo momento la zumba tudelana y, sin caer en pretensiones festivas, consigue que el lector pase de la sonrisa a la risa y la carcajada: no “risa de”, sino “risa con”.
El oído certero y la afición al habla popular, presentes ya en sus primeras páginas impresas, le llevó a recoger con ayuda de amigos y corresponsales miles de voces, giros, consejas y modismos navarros que nutrieron sus trabajos lingüísticos y filológicos, en los que, como siempre, sin mengua del rigor, hay viveza y facilidad de lectura. El Vocabulario navarro y las posteriores Adiciones son, como resumió el citado Yriduráin, el mejor léxicon regional y “nadie ha logrado dar tal amenidad, tan chispeante apresto a un material que, de ordinario, se suele convertir en fárrago enumerativo y no aspira a más.” En ese mismo apartado destaca su investigación de los dichos populares que mechan el habla coloquial, a veces con sentido diferente o contrario al primero. Iribarren redactó en cada caso una monografía que no se limita a inventariar autores y opiniones precedentes; las cierne, enmienda y amplía. El porqué de los dichos es un libro no superado y de consulta imprescindible.
Iribarren repetía que era un escritor áptero, porque carecía de las alas de la imaginación. Eso es cierto, en el sentido de que en su obra no hay creación personal de tipos, ambientes y mundos. Pero basta hojear sus libros para advertir la exacta penetración de su mirada, la finura de los detalles nimios, una manera de vestir y de ver, acaso influenciada por los noventayochistas de su devoción. El patio de caballos y otras estampas, trabajos netamente literarios, son una buena prueba, así como los artículos de Revoltijo.
Iribarren fue un navarro nuclear, enamorado de su tierra y de las gentes y costumbres que supo estampar con tal fuerza que Dámaso Alonso exclamó: “Si cada región española tuviera un Iribarren, ¡qué cuadro tan coloreado, tan vario y siempre tan profundamente español podríamos obtener!, ¡qué buenos puntos de partida para la investigación sistemática! ” Ese mismo punto de vista fue expresado por Azorín: “Estoy leyendo sus libros con viva delectación: son muy interesantes: ha juntado usted la erudición con la amenidad: cosa rara. ¡Si en cada región de España se hiciera lo mismo!”
Más allá de sus cualidades estilísticas, en Iribarren hay que ver un escritor esencial, el escritor en el sentido barthesiano, no sólo un autor de excelente pluma: fue un escritor, porque desempeñó una función y no una mera actividad; un escritor porque trabajó su palabra y no cedió a la improvisación facilona, ni a la ironía bonachona, aunque ésta ha ocultado a no pocos lectores la visión y la labra concienzuda de la prosa.
Iribarren fue también un magnífico dibujante y un agudo caricaturista. Algunos de sus libros, desde Estampas tudelanas, contienen portadas y viñetas, cuya minuciosidad plástica, conseguida a la plumilla no cede ante la literaria.
Fue miembro de la Institución Príncipe de Viana desde su fundación (1940) y presidió la sección de Folklore. En 1942 fue nombrado vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Navarra. En 1954 la Academia de la Lengua le designó por unanimidad académico correspondiente. También lo era de la Vasca y de la Tucumana de Folklore, así como consejero de honor de la Institución Fernando el Católico de Zaragoza.
Tudela le dedicó un busto (2.4.1972) que luce una cita suya: “Mi cabeza no está hecha para las abstracciones, las honduras y las filosofías”. En las fiestas tudelanas de Santa Ana, los mozos suelen colocarle al cuello el pañuelo rojo.
Bibliografía
Vicente Cacho Viu, Los escritos de José María Iribarren, secretario de Mola en 1936, “Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Complutense”, V (1984). Prólogos de Francisco Ynduráin a “Vocabulario navarro” (1952; segunda, refundidos “Vocabulario” y “Adiciones” en un solo tomo por R. Ollaquindia, 1985) y “Revoltijo” (1980). Francisco Ynduráin, “Discurso” en el homenaje de Tudela, “Pregón”, San Fermín 1972.