BENEDICTINAS
BENEDICTINAS
Rama femenina de la orden monástica benedictina, cuyo origen se atribuye a Santa Escolástica, hermana de San Benito de Nursia, aunque todo parece indicar que sólo con posterioridad a la muerte de ambos puede hablarse de verdaderos y estables monasterios femeninos (siglo VI o VII). La difusión de las benedictinas corre paralela a la de los benedictinos, aunque envuelta en mayor penumbra.
La introducción de la regla de San Benito en los monasterios femeninos de España cristiana pudo efectuarse a través de la monarquía pamplonesa, puesto que a mediados del siglo X se compuso en las proximidades de la corte de Nájera un Libellus a regula Sancti Benedicti substractus, destinado al monasterio de las Santas Nunilo* y Alodia (creado ca. 923 e incorporado a Santa María de Nájera* en 1052). Era una adaptación de la regla de San Benito, según los comentarios de Smaragdo.
Existieron otros dos monasterios femeninos que llegaron a ser benedictinos. Uno fue el de San Cristóbal de Leire (luego convertido en Santa Magdalena de Lisabe* o de Lumbier*), dependiente de su homónimo masculino. Aunque la primera noticia escrita sobre él se remonta a 1104, pudo existir mucho antes y ser el promotor de la fundación riojana. Informaciones legendarias sitúan en el siglo X el cenobio de Nuestra Señora de Huerta (Estella), pero hay que esperar a 1268 para ver la primera mención documental de este monasterio, que será conocido como San Benito de Estella y dependerá de San Juan de la Peña. Al nacer las congregaciones benedictinas en el siglo XIII Leire se integró en la de Cluny* y Estella en la Claustral o Tarraconense, pero en el siglo XV Leire acabó adscribiéndose a esta última.
La relajación general de la orden durante los siglos XIV y XV se reflejó en los cenobios navarros: traslado de sedes, empobrecimiento, disminución de monjas, abandono de la vida regular, incumplimiento de la obligación de clausura (que había sido impuesta por el papa Bonifacio VIII en 1298), etc.
La necesaria renovación no llegó hasta el concilio de Trento, que en su última sesión (1562) impuso una férrea disciplina a todos las religiosas: clausura estricta, traslado de los conventos a las ciudades, práctica de la confesión frecuente, reglamentación de la elección de abadesa, fortalecimiento de la autoridad episcopal en los conventos, etc. La lentitud de la congregación Caustral Tarraconense en aceptar las prescripciones de Trento (Constituciones de 1615) y otras dificultades específicas de los dos cenobios navarros retrasaron la aplicación de las decisiones conciliares (el ciclo reformador se cerró a principios del siglo XVII) y acarrearon la salida del monasterio estellés de la congregación y su sometimiento a la jurisdicción episcopal (1618). Reflejo de la pujanza de la vida conventual en el siglo XVII, debida al éxito de la reforma y común a todas las órdenes, fue la fundación del monasterio de la Encarnación o de San Benito, en Corella (1670).
Las leyes desamortizadoras (1837) expoliaron a los conventos femeninos y los dejaron en la indigencia. La desaparición de las ramas masculinas deshizo las estructuras de cada orden e hizo necesaria una mayor intervención episcopal en los monasterios femeninos. Las dificultades económicas no impidieron cierto renacer desde finales del siglo XIX y algunas fundaciones de nuevos cenobios (Corella fundó en Cuntis, 1876, y en Calatayud, 1940). Pío XII deseó dar a las benedictinas una estructura común y para ello permitió la formación de federaciones de abadías femeninas (1950) y luego autorizó su adhesión a la confederación benedictina masculina, dirigida por el abad primado (1952). En virtud de ello las benedictinas navarras se integraron en la Federación Pirenaica, una de las cuatro que nacieron en España. En 1970 se produjo un retroceso en la implantación de la orden en Navarra: desapareció el monasterio de Corella, cuya comunidad se integró en su filiar de Calatayud.
Bibliografía
Ph. Sehmitz, Histoire de l´ordre de Saint Benoit, tomo VII, (Maredsous, 1956).