URBANISMO
La Navarra urbana tiene su origen en la Baja Edad Media. A fines del siglo XI y principalmente en el siglo XII empieza una época de fundación de ciudades al amparo de franquicias y fueros, destinadas a mercaderes y artesanos. Los comienzos del proceso se deben al crecimiento de la población en general y al Camino de Santiago en particular. En primer lugar Estella después Sangüesa, Pamplona y Puente la Reina; luego Olite. Más tarde, en el siglo XV Tafalla fue convertida en Villa Real. Ésta es la primera red urbana consolidada, a la que hay que añadir la musulmana de Tudela.
Una segunda fase corresponde al siglo XVII y se concreta en expansiones del tejido en Tudela y Tafalla. En la Ribera, el medio rural incorporó sectores propios del medio urbano en Corella, y se produjo en casi todos los núcleos un crecimiento significativo.
Durante una tercera fase se crean los Ensanches, coincidiendo con la primera Revolución agrícola, que al fortalecer la economía regional provocó el crecimiento de la capital (Pamplona).
La última fase comenzó en los años cincuenta y terminó a mediados de los años setenta; el tejido urbano creció de forma acelerada en Pamplona y cabeceras comarcales, a la vez que las formas urbanas penetraban en los municipios industrializados e incluso en algunos de la Ribera. Se produjeron además transformaciones en los cascos antiguos que afectaron a la estructura poblacional y social, así como a las funciones. Y en especial, se asistió a un aumento notable de la distancia demográfica y funcional entre Pamplona y el nivel urbano inmediatamente inferior. Así, Pamplona pasó de tener aproximadamente un 20% de la población navarra en 1950 a albergar a casi un 50% en un espacio reconvertido en una aglomeración o Área Metropolitana.
La distancia entre Pamplona y la segunda ciudad navarra, Tudela, pasa por las siguientes mediciones: 1950, 3,0; 1960, 5,2; 1970, 7,0; 1981, 7,4. Si se compara a Tudela con el conjunto del área metropolitana entonces la distancia funcional tendió a crecer durante las últimas décadas, habida cuenta el enriquecimiento del sector comercial y de servicios que ha experimentado la capital. Obviamente, la distancia es aún mayor entre Pamplona y las restantes cabeceras comarcales.
Entendido el proceso de urbanización desde una perspectiva sociológica, las últimas décadas significan la urbanización del medio rural. Los modos de vida, actitudes y comportamientos propios de la ciudad, así como la elevación del nivel de renta y el acceso generalizado a las pautas de la sociedad de consumo, sin olvidar el funcionamiento de los “espacios urbanos diarios” -movimientos alternantes desde la residencia al trabajo en el sector industrial o de servicios- afectan a todo el espacio navarro. En ello ha sido factor clave la generalización y extensión del transporte público y privado.
La urbanización del campo ha contribuido a mantener el patrimonio edificado por medio de la residencia secundaria, que en 1891 representaba un 10% de las residencias habitadas en Navarra. Pero a su vez contribuye a desequilibrar y agredir determinados espacios en los que han penetrado formas de urbanización marginales, del tipo de chabola o caseta ajena a todo plan. Estas formas tienden a multiplicarse en los espacios periurbanos, en torno a Pamplona y las cabeceras comarcales. Formas urbanas propias de la arquitectura racionalista se yuxtaponen a núcleos rurales penetrados por la industria endógena (transformados agrarios) o exógena. En la Ribera el fenómeno puede denominarse proceso de agrurbanización al ser la agricultura el factor más importante de la economía y el crecimiento del tejido. En conjunto, Navarra cuenta con un total de 85 municipios que tienen un carácter urbano y suburbano, es decir, un 32,5% de los municipios en los cuales vive el 87% de la población regional.
Tipología urbana
Corresponde a Pamplona y a las cabeceras comarcales (Tudela, Estella, Tafalla, Sangüesa y Aoiz) una estructura compleja, formada por distintas unidades heredadas del pasado. Al casco viejo, de plano de origen medieval y tejido edificado por lo común durante el siglo XIX, aunque conserva edificios anteriores de gran valor patrimonial (catedrales, iglesias, palacios, casonas señoriales), se adosa en algunos casos un sector construido en el siglo XVIII (Tudela, Tafalla) y en todo el Ensanche o Ensanches programados entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. La estructura se completa mediante una periferia de barrios, en su mayoría surgidos desde la guerra civil, cuyas densidades residenciales y alturas edificadas aumentan en relación directa con el tamaño de cada una de las ciudades.
Desde el punto de vista funcional los servicios son muy variados y el comercio voluminoso y cualificado.
Unos y otros se localizan en los centros urbanos. Su mayor o menor extensión geográfica, volumen y calidad se relaciona con el tamaño de las ciudades y el hinterland regional o comarcal al que sirve las actividades constitutivas del sector terciario. El sector industrial es también factor definidor de la vida y la economía urbanas, así como del paisaje. Su localización se ajusta, bien sea a polígonos industriales, a los accesos por carreteras, bien junto a la estación de ferrocarril, e incluso forma parte del corazón del tejido urbano.
En todas estas ciudades la estructura demográfica y social se organiza en el espacio urbano con arreglo a pautas sectoriales. El Ensanche contiene una población con predominio de los sectores maduros y clases sociales medias. Las periferias son jóvenes por su carácter de áreas de construcción reciente, y mixtas por las clases sociales a las que acogen, segregadas en sectores muy definidos y delimitados (altos, medios, y, sobre todo bajos).
Obviamente, la estructura y tamaño de Pamplona es mucho más complejo que la de las cabeceras. La capital forma un área metropolitana (Pamplona AM) dotada de una ciudad central, un área submetropolitana y un área suburbana, estas últimas constituidas respectivamente por la periferia del municipio de Pamplona y por otros municipios periféricos. En este espacio metropolitano, la periferia ocupa una superficie mayor que la ciudad central, entendida ésta como la asociación de Casco Antiguo y Ensanches. En las cabeceras comarcales, por el contrario, el centro urbano, Casco y Ensanches, es mayor que la periferia. En éstas, a su vez, hay que distinguir la diferente situación de los cascos antiguos, desvitalizados y desfuncionalizados en Tudela, Tafalla y Aoiz, vivos y relativamente dinámicos en los casos de Estella y Sangüesa.
Dentro del espacio rururbano pueden distinguirse varias tipologías. Las villas y asentamientos industriales tienen cascos de estructura edificada mixta, rural y urbana, y barrios adosados de forma y ordenación urbana. La villa propiamente dicha posee un tamaño mayor, cierta diversidad industrial y servicios de influencia subcomarcal. Como ejemplos tipo están los casos de Alsasua, San Adrián, Irurzun, Vera de Bidasoa y Viana. Los pueblos-taller, o aldeas-taller, poseen un núcleo de estructura y tejido rural a la que se adosa uno o varios barrios de tejido urbano, ejercen una función industrial vinculada a una industria de tamaño grande o a varias pequeñas, y tienen servicios de ámbito local; Olazagutía, Echarri-Aranaz, Allo, Lesaca, Zubiri, serían los casos más representativos.
En contraposición a las anteriores, la villa ruralizada es un asentamiento de memoria urbana que ha perdido las funciones que le fueron otorgadas en el momento de su nacimiento, pero conserva un patrimonio singular: Monreal, Tiebas. Por el contrario, la villa rural tiene un legado primordial urbano al que se yuxtaponen sectores de corte rural o urbano nacidos a tenor de actividades industriales: Peralta, Cintruénigo, Cascante.
Finalmente, existe un conjunto de núcleos rurales carentes de forma y herencias urbanas, pero que desempeñan funciones urbanas según las cuales pueden subdividirse en tres subtipos. De un lado estarían los pueblos de funciones centrales de orden inferior, que ejercen una atracción sobre un territorio formado por varios municipios. Éste sería el caso más abundante, representativo sobre todo de núcleos de tamaño mayor respecto de los que le rodean, y ubicados sobre todo en la Navarra Media y en la Navarra de Montaña. De otro, pueblos de funciones urbanas vinculadas a la explotación de los recursos locales en forma de industrias endógenas: Lodosa, Mendavia, y otros núcleos de la Ribera oriental del Ebro, más otros de la occidental como Cortes, Valtierra, Ribaforada, en la Ribera del Aragón y del Arga, entre los que sobresale Marcilla y Falces. Finalmente, la vida urbana se inserta en el medio rural a través de la residencia secundaria de reciente cuño, ya sea por medio de chalets aislados o agrupados, siendo la accesibilidad a Pamplona o a las ciudades norteñas la que explica su existencia en un entorno ambiental de valor como es el navarro.
Planeamiento
Desde finales del siglo XIX a mediados de la década de 1980 el planeamiento urbano pasa por dos fases, una sectorial y otra general. El planeamiento sectorial se concreta en los Ensanches (Pamplona). El I ensanche se acoge a la legislación vigente, se tramita entre 1884 y 1889, edificándose en la última década de siglo. Es un sector intramuros ubicado sobre una porción del glacis y de dos baluartes de la Ciudadela, y que por ello conecta con el casco antiguo. Comprende 6 manzanas situadas entre las calles Navas de Tolosa y Padre Moret/Pascual Madoz, cuyas fachadas se construyen según los estilos de la época. Fracasaron poco después los intentos por crear dos ensanches en La Rochapea y La Magdalena. En 1920 se inicia otra expansión de más envergadura, el II Ensanche, proyectado por Serapio Esparza, que mejora proyectos anteriores (Gale, 1912, sin resolver la conexión con el casco viejo; y otro anterior de 1900 de simple estructura en damero). El plan incorpora el diseño del Plan Cerdá de Barcelona, al incluir en el damero como ejes directrices una gran avenida (Carlos III), y varias arterias diagonales (avenida Baja Navarra, la más importante, que separa dos fases no sólo por razones cronológicas, entre y después de la guerra civil; sino también por razones de densidad y morfología). La estructura inserta la manzana cerrada, pero también un sector de chalés apósitos (colonia de Argaray) y algunos sectores interiores, estos últimos casi en su totalidad desaparecidos por las operaciones de sustitución urbana sufridas por una parte de la I fase. La planificación sectorial se aplica también al N del río Arga, donde comienza en los años 40 la construcción del barrio de La Rochapea de acuerdo con un modelo típico de la España rural y urbana de aquel entonces. La construcción de barrios acogidos a la legislación de los años 20 y 30 apenas había afectado a Pamplona (microsector situado entre Pío XII y Sancho el Fuerte).
Con el Plan General de Ordenación Urbana, que terminó de redactarse en 1957, Pamplona se adelantó a la Ley del Suelo del mismo año que obligaba a los municipios de más de 5.000 habitantes a llevar a cabo una programación de la expansión urbana de tipo global. Este plan, aunque inserta el concepto de zonificación propio del Racionalismo -división de la ciudad en zonas o sectores residenciales y funcionales integrados por una red de servicios e infraestructuras de transporte, que facilitan la intercomunicación entre ellas y con el centro urbano- apenas supera la concepción de Ensanche. Sólo a partir de 1962 se introdujo en el plan la actuación por medio de Planes Parciales, de muy escaso tamaño, salvo en el polígono de Landaben y en el Plan Sur. Por último, en 1984 se aprobó un nuevo Plan General de Ordenación Urbana bajo una inspiración que sustituye los cambios de uso del suelo por presiones especuladoras por otra empeñada en reducir las densidades urbanas y mejorar los equipamientos; su principal limitación es la rigidez e inadaptación al funcionamiento como ser vivo de la ciudad. Como quiera que en la década de 1960 comienza el crecimiento de los municipios periféricos de Pamplona, la Diputación Foral contempló la necesidad de redactar un Plan Comarcal, que no se terminó, para en 1973 elaborar la misma Institución, unas Normas Complementarias y Subsidiarias de planeamiento comarcal. La concepción comarcal se desarrolla segmentadamente después, al institucionalizar la Mancomunidad de Aguas de la Comarca -hecho que se produce también en Estella- y elaborar una normativa subsidiaria para el suelo rústico. En los años 70 y primera mitad de los 80 se redactan y aprueban Planes Generales de los Municipios metropolitanos.
En la región, a su vez, con el Plan General de Ordenación Urbana de Tudela, (1977), se inicia la elaboración de planes de este tipo en los municipios de mayor tamaño. También el planeamiento comarcal de orden global se introduce en la Barranca (Normas comarcales de la Sakana). En 1986 se hallaban ya en estado de avance las Normas Subsidiarias de ámbito comarcal para los Valles de Atez, Imoz, Basaburúa y Olza; habiéndose realizado además un gran número de delimitaciones de suelo urbano en bastantes asentamientos, de acuerdo con lo establecido por la segunda versión de la Ley del Suelo, que define como urbano hasta dos veces la superficie considerada como urbana.
Durante la década de 1980, por causa de la revisión de los planes y la consiguiente paralización de las licencias para construir, además de la crisis económica, y el descenso de la dinámica demográfica, retrocede la habilitación de suelo urbano. A la vez, comienza una nueva forma de planeamiento sectorial que tiende a recuperar el espacio urbano deteriorado o mal dotado. La mejor expresión de las actuaciones de la década consiste en los Planes Especiales destinados a los cascos viejos. En concreto se habían redactado los de Pamplona (San Nicolás, San Cernin-Navarrería) y los de Estella y Tudela. Los ayuntamientos llevan a cabo medidas de recuperación de viviendas y ambientes o entornos urbanísticos, tarea en la que colabora además el Gobierno de Navarra.
Ecología urbana
El espacio urbano en Navarra se caracteriza por una asociación de elementos construidos, residenciales, funcionales y viarios, localizados en marcos naturales muy diferenciados y en gran medida transformados por la acción antrópica agraria. El crecimiento de ese espacio se ha realizado de forma equilibrada y armoniosa hasta que la civilización industrial lo distorsiona provocando impactos negativos de orden patrimonial, viarios y conectivos, demográficos, sociales y ambientales. Con todo, Navarra no padece problema de exceso de tamaño o congestión, y ofrece entornos ecológicos de gran valor dentro y en la periferia cercana o lejana de sus ciudades.
Con la excepción de la musulmana Tudela, y quizás de Tafalla, la abundante floración de ciudades navarras estalla al calor del románico europeo. A fines del siglo XI y principios del XII se intensifican las peregrinaciones a Santiago de Compostela. Es la época de fundación de ciudades al amparo de franquicias y fueros. En primer lugar Estella, después Sangüesa, le siguen Pamplona y Puente la Reina. Más tarde en el siglo XV Tafalla es convertida en villa real. En el XVII, Viana adquirirá el estatus de ciudad. También Monreal, Tiebas y Villafranca vivieron el apogeo medieval. Unas y otras tienen un casco antiguo que conserva una memoria histórica privilegiada de porte y prestancia singulares. Iglesias, palacios y casonas, además de las Catedrales pamplonesa y tudelana, se entremezclan sobre planos fieles el pasado, mientras el tejido residencial se renueva durante el siglo XIX y primeras décadas del XX para yuxtaponer estilos arquitectónicos de la época que incluyen, sobre todo en Pamplona, el modernismo, el eclecticismo y los neos. En Tudela y Tafalla la presencia musulmana, confiere al plano especial personalidad. Una mención necesaria es la de Olite, por ser la única ciudad que conserva testimonios visibles de la herencia romana, y por ser la sede del alcázar-palacio-castillo, uno de los conjuntos más bellos de Europa y ejemplo excelente de ciudad medieval de realeza.
Durante los siglos XVII y XVIII el medio urbano experimenta un realce arquitectónico y urbanístico que penetra en los cascos (iglesias, torres, capillas, palacios nobiliarios, casonas) y crea nuevos espacios de inspiración barroca en la Ribera sobre ciudades preexistentes (Tudela y la bella Plaza de los Fueros; Corella y el paseo barroco) y núcleos rurales (Peralta, por ejemplo), o bien se instala en Tafalla con su hilera de bellos edificios siguiendo el palacio Real.
También el patrimonio arquitectónico y urbanístico comprende un conjunto de ensanches, dos en Pamplona y otros en Tudela, Tafalla, Estella, de los que los primeros conservan todavía edificios de valor a pesar de las acciones de sustitución emprendidas con el advenimiento de la revolución industrial y de servicios que durante los años sesenta y setenta alteran el tejido.
Sobre este patrimonio, funcionalizado o desfuncionalizado, esto último en los casos de Tudela y Tafalla, la sociedad urbana actúa en ellos en virtud de su accesibilidad -los centros históricos se convierten en centros funcionales-, y provoca la intensificación del tráfico que actúa como factor desequilibrador.
En el nuevo contexto de la sociedad urbana moderna, dos hechos adquieren una singular relevancia ecológica. De un lado, la posesión de espacios verdes y jardines de los que Pamplona contiene un excelente plantel del que destaca el conjunto de la ciudadela por unir la fortaleza de función cultural a un amplio repertorio de césped arbolado o exento. De otro, la unión más o menos abierta entre el casco viejo y el ensanche o ensanches, confiere a Pamplona valores muy positivos -Paseo de Sarasate, plaza de toros, o la propia ciudadela- y queda mermada en el resto de las ciudades donde las áreas de contacto casco-ensanche se obturan salvo en el casco de Tudela merced a la Plaza de los Fueros.
Como consecuencia de la modernización, la industria es factor ecológico de agresión, o bien factor neutro de simple apoyatura al desarrollo económico. En los casos de industria agrupada y zonificada (polígonos industriales*), la situación y el emplazamiento no afectan a los núcleos urbanos de forma directa por hallarse localizados en un sector periférico alejado de la trama central o nuclear de la ciudad, y contener pocas industrias contaminantes. Incluso los polígonos constituyen por lo general marcos y estructuras urbanísticas de bella estampa. La mezcla industria-residencia es factor indiferente o perturbador según los sectores fabriles. Por fortuna para los centros urbanos y periferias interiores, algunas industrias, sobre todo en Pamplona, se han trasladado del centro a las afueras, pero las periferias mantienen puntos de fricción con la residencia en las vías de acceso de primero o segundo orden. La industria aislada apósita al núcleo habitado, en especial si tiene tratamientos químicos -caso del papel en especial- otorga a sus aledaños un aire viciado por el olor. La cantera de caliza o la fábrica relacionada con ella supone un desdoro paisajístico y una atmósfera sensiblemente empobrecida.
Salvo el Campus de la Universidad de Navarra, zona de intensidad ecológica por la diversidad de especies plantadas y la variedad de edificios, así como por su carácter social integrador, las periferias urbanas, en especial las de Pamplona y Tudela, son agentes de desequilibrios tanto formales como sociales. Si bien la planificación, sectorial o general, se halla presente (Plan General de Pamplona, de 1957; zonificaciones sectoriales del tipo Chantrea), buena parte de las áreas de la periferia externa se caracterizan por la anarquía y la especulación, que dan como resultado estructuras masivas y uniformes. Las acciones de recuperación urbana emprendidas durante los últimos años y las programadas por los planes recientes -inclusión de más zonas verdes, tratamiento de determinados sectores urbanos-, pretenden mejorar un entorno urbanístico deteriorado no tanto por el tiempo -caso de los cascos antiguos-, como por la corta y adulterada inspiración que les dio lugar.
Centros y periferia son además espacios segregados social y demográficamente. El espacio social se halla sectorializado, aunque la segregación se mitiga en algunos barrios de la periferia interna. En la periferia externa el destino social es casi único -parte de Pamplona y Área Metropolitana, barrios obreros de Tudela, barrios de asalariados de baja condición social en otras ciudades-, mientras los cascos tienden a proletarizarse en las pequeñas ciudades en contraste con su antiguo carácter de mezcla social. Asimismo, el espacio demográfico opone los centros envejecidos o de población madura con el carácter joven de buena parte de las periferias.
Con casi un cuarto de millón de habitantes en la Cuenca de Pamplona y una fuerte concentración de actividades, el impacto del gran foco urbano navarro sobre la red fluvial se traduce en ríos muy contaminados a los que recientemente se aplican procesos de recuperación. Otros ríos, además del Arga aguas abajo de Pamplona, se han convertido en sumideros industriales. El Cidacos desde Tafalla; el Ega, a partir de Estella y en su tramo final; algunos ríos cantábricos; el Queiles y el Alhama en su tramo final, en la margen derecha del Ebro; padecen niveles medios de contaminación que se elevan en algunos tramos urbanos. El problema de los detritos, incluidos los residuos más simples -plásticos, ropas, latas, etc.- se sobreañade al de los contaminantes industriales.
Pero el deterioro del ambiente no queda limitado al espacio urbano propiamente dicho, y a una parte de la red fluvial. El proceso de rururbanización, con las consiguientes residencias secundarias ajenas al plan, se extiende de forma más o menos acusada en los aledaños de las ciudades, penetra en los regadíos periurbanos, y se introduce ocasionalmente en marcos ambientales de gran valor -valles montañosos- para comprometer su riqueza espacial y ejercer efectos secundarios. Como contrapartida hay que señalar el acierto urbanístico de algunas urbanizaciones -zona de chalets estellesa, Espinal, Huarte, entre otras- y sobre todo, los resultados positivos que la rururbanización ocasiona mejorando el hábitat rural por medio de pequeñas teorías de chalets en la Cuenca de Pamplona, la Montaña y la Ribera. Esta inserción de la vida urbana en sus orlas rurales se traduce también en la huerta de posesión privada o de usufructo comunal que se extiende sobre todo en Pamplona y en Tudela.
En su última instancia, el patrimonio urbano de Navarra se define por otros dos rasgos. Al haber experimentado los procesos de industrialización y crecimiento urbano en la segunda etapa de la revolución industrial -revolución industrial de masas de los años sesenta y setenta-, la región se halla libre de los ghetos morfológicos y habitativos propios de las ciudades que experimentaron la primera etapa de la revolución industrial. A este factor se une otro de mayor trascendencia ecológica, al contar el medio urbano con la apoyatura siempre cercana -salvo en el caso de la Ribera- de espacios montañosos de gran riqueza y belleza ambientales, entre los que además de los relieves pirenaicos ocupan también un lugar de excepción, escenarios como las Sierras de Urbasa y Aralar.