SANCHO DE LARROSA
SANCHO DE LARROSA
(Larrosa, Huesca, ?-Pamplona?, 10-9-1142). Obispo de Pamplona (1122-1142). Oriundo de la Garcipollera, valle pirenaico próximo a Jaca, había sido canónigo de Huesca (1098), cuyo prelado le encomendó el gobierno del monasterio de Sasabe. Escriba experto y notable miniaturista, su ascenso a la sede pamplonesa contó presumiblemente con el respaldo de Alfonso I el Batallador. Le correspondió consagrar solemnemente (12 abril 1127) la catedral románica -comenzada por Pedro de Roda*,- con asistencia del propio monarca que con este motivo la dotó con la villa de Artica. Diez años después se iba a concluir también el claustro, enriquecido con algunas de las muestras más originales y representativas de la escultura de la época. Consagró asimismo las iglesias de San Saturnino de Artajona (1126) y San Juan de Ruesta (1130) y el templo principal de San Miguel de Excelsis (1141). Este último santuario, emancipado del monasterio de Zamarce, había sido organizado como comunidad regular de San Agustín regida por un canónigo de Pamplona con el título de Abad (1125). Con semejante estructura se consolidó el priorato de Santa María de Roncesvalles (1132), cuyo hospital de peregrinos había sido fundado en un principio, a instancias de Alfonso I, en lo alto del puerto de Ibañeta (1127). Coetáneamente (1125) se había ubicado en su sede definitiva, frente a la catedral, el hospital pamplonés de San Miguel. Por estos años se inició la penetración en el reino de las Ordenes del Temple y del Hospital de San Juan de Jerusalén; esta última recibió la iglesia de Santa María de Sangüesa (1131) sin perjuicio de la cuarta episcopal. El desarrollo del burgo de San Saturnino con repobladores francos instalados en las afueras del primitivo núcleo pamplonés fue normalizado por Alfonso I mediante la concesión del oportuno fuero (1129), que dejaba a salvo los derechos del obispo, señor de la ciudad y su término, facultándole para nombrar con ciertos requisitos al “amirat” y al alcalde del nuevo burgo.
El obispo se vio envuelto en los problemas suscitados por el incumplido testamento de Alfonso I el Batallador, que le había reservado el castillo y la villa de Estella en condominio con el monasterio de Leire. Se le ha atribuido un papel decisivo en la elevación del nuevo monarca García Ramírez (1134), pero los hechos inmediatos parecen desmentir esta afirmación, parece que medió en el fracasado tratado de Vadoluengo* con Ramiro II de Aragón. García Ramírez, necesitado de recursos, le arrebató los tesoros de la catedral e incluso lo desterró. Sin embargo, el prelado no debió de tardar en acomodarse con realismo al cambio de dinastía, y el soberano no sólo confirmó a la sede pamplonesa los privilegios y donaciones de sus predecesores sobre el trono (1135), sino que en compensación por los bienes secuestrados y como muestra de afecto añadió otras ventajas. Le dio el castillo de Oro, las villas de Huarte, Yániz y Zuazu, y los dominios regios de San Sebastián, Igueldo y Urumea con sus cubilares. Aumentó a 500 sueldos la participación de la sede en los ingresos del portazgo de Pamplona. Le restituyó la iglesia de San Román de Larraya y las de Alesves, Arlas, Funes, Ibero, Larraga, Marcilla, Milagro, Peñalén, Rada y Ujué, todas estas coma “capillas regias”. Confirmó la de Santa María Magdalena de Tudela y le donó las de Imarcoáin, Santa Cecilia de Pamplona, Valtierra, Cadreita y Santa María de Tudela, ésta sustraída de momento a la diócesis de Tarazona.
Las posesiones de la sede, confirmadas por el papa Inocencio II (1137), se incrementaron notablemente también en este período mediante donaciones particulares. Entre estas cabe recordar las de los “monasterios” de Santa María de Urra (1126) y San Miguel de Sansoáin (1132), cierto número de mezquinos o collazos en Aizoza, Berroeta, Enériz, Eslava, Gazólaz, Guenduláin, Logroño, Mendívil, Noáin, Oyón, Urriés y Valtierra, aparte del cuantioso legado en metálico y objetos preciosos del conde Sancho Sánchez. Por otra parte y con la mediación del rey, se llegó a un acuerdo con los clérigos de la Cuenca pamplonesa sobre la exacción de las cuartas episcopales (1138).
Al ser el único prelado con su sede dentro de la monarquía restaurada en 1134, el obispo de Pamplona se había convertido en el personaje de mayor relieve del séquito regio, con las consiguientes ventajas y también servidumbres.
Bibliografía
J. Goñi Gaztambide, Historia de los Obispos de Pamplona, I, (Pamplona, 1979), p. 327-375.