PEDRO DE RODA
PEDRO DE RODA
(Rodez, ? – Toulouse, 9.10.1115). Obispo de Pamplona desde 1083. Hijo de Dido de Andouque y de Estefanía, era oriundo de la ciudad de Rodez, en el actual departamento francés de Aveyron. Monje primero en Santa Fe de Conques, pasó luego a San Ponce de Tomeras (Thomières), cuyo abad Frotardo patrocinó su elección para la sede pamplonesa sumida en crisis tras su gobierno por el infante García, obispo también de Jaca. Organizó el cabildo conforme a la regla de San Agustín, con nuevos servicios y dignidades (prior, arcedianos, enfermero, hospitalero, sacristán), lo dotó de un centro de estudios y la conveniente infraestructura arquitectónica (“canónica”), y puso la primera piedra de la nueva catedral románica (1100). Se había encargado, entre tanto, de la sustitución de la liturgia mozárabe o toledana por la romana en toda la diócesis. Se rodeó de colaboradores provenientes de establecimientos eclesiásticos y lugares del mediodía francés, como Conques, Cáhors, Limoges y Narbona, e impulsó con ello la repoblación del contorno de Pamplona, en particular el futuro “burgo” de San Saturnino. Encomendó el castillo de Monjardín a su sobrino Raimundo, entregó la iglesia de Artajona a Saint Sernin de Toulouse e hizo importantes donaciones a Santa Fe de Conques. Cedió a San Juan de la Peña las iglesias que se erigieron en Estella, así como las de Úcar y Luna, y aprobó la donación de los diezmos de Orcoyen a favor de la catedral de Bayona: promovió también o, al menos, toleró la notable implantación en su ámbito diocesano del monasterio bordelés de La Selva Mayor y, sobre todo, de la abadía oscense de Montearagón. Defendió, en cambio, su jurisdicción sobre San Adrián frente al obispo de Calahorra y la reafirmó ante el de Jaca-Huesca en las tierras de Valdonsella, donde consagró la iglesia de Murillo (1102); se le planteó en esta misma comarca un largo conflicto con el monasterio de Leire sobre el reparto de diezmos eclesiásticos. Había contado desde el principio con el aliento y los favores del rey Sancho Ramírez, quien le confirmó (1087) la iglesia de San Miguel de Excelsis y el monasterio de Zamarce, así como los límites, prerrogativas y bienes diocesanos, incluido el señorío temporal de Pamplona (1092). En premio de su apoyo en la fortificación de El Castellar (1091), recibió los diezmos y derechos eclesiásticos de todo el reino moro de Zaragoza, una promesa regia que en su momento no se haría efectiva. Colaboró en la reconquista de Huesca (1096) y Barbastro (1100) bajo el monarca Pedro I, que le concedió, entre otros bienes, la villa de Zubiri y dos casas en la capital oscense. Debe atribuírsele también un destacado papel en la progresiva restauración de las plazas fronterizas de Santacara, Murillo el Fruto, Caparroso, Arguedas, Milagro, Cadreita y Valtierra.
Obtuvo, por otro lado, numerosas heredades de la alta nobleza del país, sobre todo en la cuenca de Pamplona, Ulzama, Araquil, Valdizarbe y Valdorba. La infanta castellana Urraca, hermana de Alfonso VI, le dio el monasterio burgalés de Santa Marina de Cavia (1100) y el conde Pedro Ansúrez una hacienda en Villasirga (1100), Villalcázar de Sirga, entonces escala del camino francés, cerca de Carrión de los Condes. Consagró en la catedral de Compostela el altar de Santa Fe (1105), muestra de su interés por el culto y la peregrinación a Santiago. Estuvo presente en los concilios de Husillos, junto a Palencia (1100) y de León (1107). Había participado en el concilio de Clermont (1095) y en la consagración de Saint-Sernin de Toulouse junto al papa Urbano II, que le otorgó una bula de confirmación general de los intereses de la sede pamplonesa (1096). El papa Pascual II le encargó intervenir en la resolución de los pleitos entre el obispo de Huesca y varias abadías aragonesas. Para cumplir su voto de cruzada, marchó finalmente como peregrino a Tierra Santa, encomendando la diócesis al obispo Ramón Guillermo de Barbastro (1110). A la vuelta recaló en Toulouse (1114), donde iba a permanecer hasta su muerte. Se le han atribuido, sin pruebas fehacientes, algunas composiciones poéticas en latín, el relato sobre el desafío de Roldán y Ferragut e incluso la crónica del supuesto Turpín. En todo caso, su pontificado representa una etapa fundamental de la historia religiosa, social y artística de Navarra, decididamente abierta entonces a las grandes corrientes que en todos los órdenes de la vida auspiciaban una intensa compenetración de los pueblos y gentes de la Cristiandad europea.
Bibliografía
J. Goñi Gaztambide, Historia de los obispos de Pamplona, I, Pamplona, 1979, p. 254-316.