SALMON
SALMON
Es sin duda el pez más destacable, tanto por su tamaño como por su extraordinaria fuerza y vitalidad, de cuantas especies componen la ictiofauna navarra. Su talla, en los ejemplares adultos más pequeños, sobrepasa los 60 centímetros, con pesos superiores a los 2,5 kilogramos; son habituales longitudes corporales de 75 a 90 centímetros y pesos de 4 a 6 kilogramos, aunque ocasionalmente también suelen pescarse mayores.
Al igual que todos los Salmónidos, familia a la que pertenece, tiene dos aletas dorsales, la segunda más pequeña y de naturaleza adiposa; su boca es terminal y está formada por fuertes mandíbulas bien armadas de dientes. Su aspecto recuerda la trucha*, aunque se diferencia de ella por su porte más estilizado y fusiforme, el tronco de la cola más fino y aplastado que permite sostenerlo boca abajo cogido de ella, el borde de la aleta caudal horcado y no recto y la librea poco manchada, desde luego nunca moteada por debajo de la línea lateral.
La Península Ibérica y concretamente los ríos de la cornisa cantábrica, marcan el límite meridional del área de distribución del salmón en Europa. En Navarra su presencia está ligada a los ríos Bidasoa y Urumea. Aunque de éste último ya desaparecido en el siglo pasado, el Bidasoa sigue siendo cada año escenario del ascenso de una pequeña población de salmones.
Es un pez anadromo; su vida es fundamentalmente marina pero al alcanzar la madurez sexual emigra a los ríos para efectuar la freza. A partir de los meses de enero o febrero los reproductores emigran desde las aguas marinas hacia los ríos que les vieron nacer; es un porcentaje muy pequeño el de los salmones que no reconocen su río de origen y ascienden por otro distinto al de su nacimiento. Desde este momento y hasta el invierno siguiente en que frezarán, los salmones viven en el río. Progresivamente van ascendiendo río arriba; luchan contra la corriente y salvan todos los obstáculos que encuentran en su camino, aunque semejante esfuerzo les obliga a efectuar frecuentes paradas de reposo en los pozos y remansos que encuentran, para reponer fuerzas y esperar el momento de mayor caudal que les facilita la natación en los tramos de menor profundidad. Cuando entra del mar la carne del salmón tiene hasta un 12% de grasas en su composición; estas reservas acumuladas le permiten sobrevivir casi un año, ya que durante su estancia en las aguas dulces deja de alimentarse. Sin embargo, tan voraz depredador conserva durante las primeras semanas el instinto que le lleva a abalanzarse sobre cualquier posible presa, por lo que entra al cebo que le tienden los pescadores.
En los meses cálidos de verano, en estiaje, los salmones evitan desplazarse. Sin embargo, las primeras crecidas de final de verano despiertan su instinto y nuevamente comienzan a moverse aguas arriba. Es el momento en que se les suele ver tratando de saltar en la presa de Fundiciones de Vera, si la escala salmonera está cerrada.
Las escalas son pasos dispuestos en las presas de los ríos con el fin de que los peces migradores puedan salvar en sus desplazamientos el obstáculo que supone la existencia de la presa.
Documentos del siglo XVIII señalan que las Cortes de Navarra ordenaron la instalación de “Tablas con escalones” en algunas presas del Bidasoa, con el fin de permitir la subida de los salmones y en el año 1886 se obligó a los propietarios de la presa Errotaberri de Vera a construir una escala que permitiera el paso de los salmones.
En el río Bidasoa las presas existentes desde la desembocadura hasta Oronoz-Mugaire, están provistas de sus correspondientes escalas salmoneras. Algunas cuentan con dos escalas dado que a veces después de construido un paso, su funcionamiento no resulta correcto o los salmones, por causas desconocidas, no se sienten atraídos por él o no pueden remontarlo. Es el caso de la presa de Endarlaza, la de Las Nazas o la de Saltos del Bidasoa, todas con dos escalas, de las que una funciona y la otra es deficiente.
El paso de la presa de Fundiciones de Vera se utiliza como Estación de captura de reproductores; para ello la salida de la escala, aguas arriba de la presa, está cerrada por una compuerta y una rejilla. Cuando se abre la compuerta, el agua circula por las esclusas de la escala y los salmones remontan el paso quedando atrapados en la esclusa superior, cuya salida al cauce del río está cerrada por la rejilla. De esta forma se capturan anualmente salmones reproductores con el fin de devorarlos y criar los alevines en piscifactoría para posteriores repoblaciones. Después de unos años sin ser utilizada para este cometido, en 1982 se puso otra vez en funcionamiento la estación, y desde entonces anualmente, en los meses de noviembre y diciembre, se seleccionan las hembras y machos a desovar artificialmente. En 1983 fueron 45 los salmones capturados en Vera y 2 en el año 1984.
Durante los meses de noviembre y diciembre tiene lugar la freza. Una vez elegido el lugar adecuado, que suele ser un fondo de grava y cantos rodados en aguas de mediana profundidad y corriente moderada que pueda oxigenar los huevos sin arrastrar la puesta, la hembra procede a excavar un surco donde depositará los óvulos que, una vez fecundados por el macho, serán tapados con grava. La freza completa puede durar varios días. Al término del proceso reproductor los salmones están exhaustos por el esfuerzo realizado y han consumido la mayor parte de las reservas que traían del mar. Se dejan arrastrar río abajo, aunque muy pocos consiguen llegar hasta el mar, siendo mayoría los que mueren varados en las orillas o atacados por enfermedades fúngicas a las que, faltos de defensas, son muy sensibles. Los pescadores bidasotarras llaman “Zancajos” o “Izokizarrak” a estos salmones flácidos y extenuados. Solo un 5% consigue alcanzar las aguas salobres, y en años posteriores volverán a repetir este proceso reproductor.
Los alevines que nacen después de un largo período de incubación viven de uno a tres años en el río. Lo más frecuente en Navarra es que pasen uno o dos años de vida fluvial, son muy raros los que completan el tercer año en agua dulce antes de emigrar al mar. En el transcurso experimentan diversos cambios en su morfología y coloración. Al cabo de unos meses desde su nacimiento, los jóvenes salmones son muy parecidos a las truchas; en sus flancos se aprecian una serie de manchas ovaladas de color azulado que les confieren un aspecto muy característico. Reciben el nombre de “Pintos” o “Izokisemiak”. Finalmente se agrupan en densos cardúmenes e inician su aventura migratoria, que tras un período de adaptación en las aguas salobres de los estuarios, les conducirá hasta las costas occidentales de Groenlandia y el Atlántico norte, donde parece ser que radican las áreas de engorde de los salmones cantábricos. Estos jóvenes migrantes reciben el nombre de “Esguines”, aunque en el Bidasoa se les conoce más bien como “Salmonetes” o “Izokinkumeak”.
El tiempo que pasan en el mar los salmones también es variable. Muchos regresan a los ríos después de haber pasado un solo invierno en el océano. Estos salmones son los que se conocen con el nombre de “Salmón-trucha” y penetran en los ríos a partir del mes de junio hasta bien entrado el verano; son pequeños, de 2 a 3 kilogramos de peso y en la actualidad suponen aproximadamente la mitad de la población salmonera del Bidasoa. Los que se consideran como verdaderos salmones son aquellos que han pasado como mínimo dos inviernos en el mar: pesan de 4 a 7 kilos y hacen su aparición en el río antes que el salmón-trucha. Los pescadores los llaman “Abrileños” o “Apiril-arraiak”, va que entran entre marzo y abril. Los grandes salmones, de 10 a 15 kilos y con tres años o más de vida marina son los primeros en llegar a los ríos; hacen acto de presencia en los meses de enero o febrero y son conocidos como “Salmón de invierno” o “Aunditakuak”. Desgraciadamente cada vez son más raros y su presencia suele ser motivo que se celebra como extraordinario.
En la actualidad el salmón atlántico está presente en Navarra sólo en el río Bidasoa. En el siglo pasado el Urumea y sus afluentes el Añarbe y el Artikutza también conocieron la presencia de este pez. La Colegiata de Roncesvalles, propietaria por entonces de la finca de Artikutza, promovió diversos pleitos con los ayuntamientos de los pueblos ribereños del Urumea bajo, debido a que la instalación de nasas impedía la llegada de los salmones hasta sus dominios y por lo tanto se veían privados los monjes de poder capturar tan suculento manjar. Así mismo, en documento fechado el 8 de junio de 1824, en el que se acordaba prohibir durante cuatro años toda pesca de salmón que no sea efectuada con anzuelo, aparecen, junto a las firmas de los representantes de los ayuntamientos de San Sebastián, Astigarraga y Hernani, las de Goizueta, Arano y el comisionado de los canónigos de Roncesvalles.
A finales del siglo XIX comenzaron a construirse en el Bidasoa las presas de diversas centrales hidroeléctricas, que con sus cuatro o cinco metros de altura y desprovistas de escala salmonera, resultaban infranqueables para los salmones y éstos dejaron de penetrar en territorio navarro. No obstante, en 1926, con motivo de una gran riada, aún se logró capturar un ejemplar de salmón en las proximidades de Goizueta.
Las nasas y redes daban cifras de capturas anuales de varios cientos de ejemplares, e incluso en algunos años se podían contar por millares. Sin embargo parece ser que como en la actualidad, la regularidad de la entrada del salmón y también las capturas, dejaba mucho que desear, ya que también puede leerse en los legajos de algunos años las quejas de los arrendatarios de las nasas por no haber capturado más allá de 150 salmonetes, cifra que debían considerar insignificante y poco rentable para su industria.
La realidad actual ha cambiado sustancialmente y las cifras de pesca de este siglo distan mucho de las pretéritas, aunque parece ser que el proceso de disminución progresiva de las capturas se inició ya a finales del siglo pasado. Sin duda la construcción de presas y centrales que derivan el agua del río y la industrialización, tienen algo que ver con esta disminución. Con respecto a los últimos años, el período comprendido entre 1964 y 1970 es el que mayores capturas ha reportado, con cifras superiores a los 100 salmones anuales; llegaron a sobrepasar los 300 en 1966. Sin embargo, a partir de 1975 el descenso fue continuo, hasta llegar a 1982 con un llamativo “cero capturas” que alarma tanto a los pescadores como a los gestores de la pesca. Aunque este hecho coincidió con un mal año salmonero en todos los ríos españoles, en el que las capturas de la temporada sólo alcanzaron los 1.768 salmones, no deja de ser alarmante y con seguridad era desconocido hasta entonces en el Bidasoa un año en que no se pescase ni un solo salmón.
Las piezas capturadas estos últimos años han tenido una cotización muy por encima de los precios habituales del mercado. Han alcanzado a veces cifras importantes pagadas por restaurantes de San Sebastián y Pamplona.
Desde el punto de vista ponderal, el Bidasoa ha proporcionado salmones con peces notables. Se recuerdan como casos excepcionales los 19 kilogramos de una pieza capturada en 1906 y los 18 kilos de otro salmón pescado en 1917. Sin embargo son más normales los salmones, abrileños, de 6 a 9 kilos, aunque no resulta raro que se sobrepasen los 10 kgs. Sin embargo, hay que señalar la disminución que está sufriendo el peso medio de las capturas. Ello es debido a que cada año entran menos salmones de invierno y abrileños, y son más abundantes los salmones-trucha. Se ha pasado de los 5,289 kilogramos por salmón pescado en 1975, a 4,792 kgrs/salmón en 1976, 4,240 en el año 79 y finalmente los 3,480 kgrs de media que han dado los salmones del año 1986.