OCCITANO
OCCITANO
Modalidad lingüística románica, de origen ultrapirenaico, vigente en Navarra durante los siglos XI al XIV, como consecuencia de las inmigraciones procedentes del sur de Francia.
Merced a los numerosos documentos escritos en esa lengua que se han conservado, su recuerdo, más o menos exacto, se ha mantenido siempre entre eruditos, historiadores y profesionales del Derecho, etc. Hasta tal punto ha sucedido así que una exagerada apreciación de su cultivo, junto con la presunción, equivocada, del castellano como lengua medieval de Navarra, ha mantenido velada durante siglos la existencia de la modalidad románica autóctona, el romance navarro. Esta situación historiográfica tan desafortunada se entenderá mejor con dos ilustraciones.
Al publicar el Conde de Guenduláin, en 1880 sus Romances históricos, una nota advertía del total rigor histórico de la composición, que afectaba también al “lenguaje, mezcla de castellano y provenzal, que es el mismo empleado por el Príncipe de Viana en su Crónica”. Todavía hoy, en un conocido manual de historia del Derecho español se lee: “A partir de la misma época (principios del siglo XIII) en Navarra se redactan los textos jurídicos de toda clase en lemosín y más tarde en castellano”. Con tales precedentes, no ha de extrañar la afirmación más errónea, de que toda la documentación privada navarra en la Edad Media esté escrita en provenzal. La atención de los lingüistas ha sido tardía y escasa.
Las varias denominaciones consignadas (provenzal, lemosín) y algunas otras (lengua charlina, en 1553; francés) resultan inadecuadas para la identificación de su objeto. No coincide esta lengua con la de los trovadores, sino que se trata de una koiné, para usos jurídicos y administrativos, formada sobre distintos dialectos meridionales de Francia. Por eso, se ha propugnado como denominación más precisa en cuanto que reflejaba mejor la naturaleza lingüística del contenido, la de occitano, la cual parece hoy contar con una aceptación generalizada.
En occitano se redactaron fueros (como el de Estella, año 1164), ordenanzas municipales, registros contables, censos, escrituras notariales de compraventa, testamentos, etc., es decir, una variadísima tipología documental. Pero adviértase que su conjunto material se presenta relativamente muy reducido, sin admitir posible comparación cuantitativa con el de textos de idéntica naturaleza escritos en navarro (y latín, claro es). Ahora bien, aquéllos constituyen por su número una prueba fehaciente, superior en validez a cualquier noticia, sobre la vitalidad del occitano en la política cotidiana de la Navarra medieval.
No faltan casos de algunos documentos en que se alternan segmentos de una y otra lengua, navarro y occitano; tal, el Libro del monedage de la Navarrería (1350). En más ocasiones se encuentran documentos en navarro contaminados por elementos del occitano, con una densidad superior a la del vascuence, explicable por la ausencia gráfica de éste, mientras que aquél, más limitado en cuanto a número de hablantes, gozaba de normal y amplio empleo en la escritura.
Desde finales del siglo XI fueron estableciéndose a lo largo del camino de Santiago comunidades de francos, que constituían núcleos urbanos propios, (burgos) junto a las principales villas. Dedicados principalmente al comercio, también a la artesanía, los francos o burgueses alcanzaron importante relieve económico. Este proceder les granjeó pronto el favor de los reyes, que les protegieron con fueros propios y privilegios fiscales y penales. Un documento de Irache, año 1090, menciona a varios francigenis Pontis Regine, es decir, a los francos asentados en Puente la Reina. Otros burgos muy poblados aparecen en Sangüesa, Pamplona y Estella.
En Pamplona, el primer asentamiento legal conocido de francos se efectuó en 1129. Alfonso el Batallador, al concederles que se estableciesen in illo plano de Sancti Saturnini de Iruina, les otorgó el fuero de Jaca y prohibió que entre ellos habitase ningún navarro: Nullus homo […] nec navarro neque clerico neque milite neque infanzone. Durante los siglos XIII y XIV, los burgueses de Pamplona iban a Jaca a consultar la recta interpretación del fuero, sin duda en su versión occitana.
A este motivo de influencia lingüística debe añadirse el hecho de que la población alienígena superase con mucho a la aborigen, cuyo emplazamiento, la Navarrería, fue asolado violentamente en 1277 con la aquiescencia real.
Con dependencia directa del rey, sin intromisión de señor alguno, separados voluntariamente de los indígenas, cuando no hostiles a ellos, según se ha visto, abiertos, por el contrario, a los peregrinos y mercaderes foráneos para realizar sus operaciones mercantiles, se explica bien que conservaran, junto a los propios usos y costumbres, su lengua nativa, y que en ella dejaran constancia de sus actividades profesionales.
El arraigo del occitano en Navarra constituye un fenómeno diferencial del antiguo reino, sin parangón con lo ocurrido en cualquier otro punto de la geografía española, siendo así que la inmigración franca se dejó sentir en muchas regiones (Asturias, Extremadura, Toledo, etc.). Varias causas pueden justificarlo. En primer lugar, la proximidad territorial y la antigüedad de las relaciones entre ambas vertientes pirenaicas, que, en última instancia, remontan a la prehistoria. Valga recordar aquí, simplemente, por sus más directas consecuencias, que el reino de Navarra contaba con una merindad de Ultrapuertos. También hay que consignar la presencia en la sede episcopal pamplonesa de numerosos prelados de origen ultrapirenáico, con el consiguiente acompañamiento de eclesiásticos de idéntica procedencia.
Causa decisiva pudo ser la existencia de una circundante población de lengua vasca, factor que impedía una solución idiomática de compromiso para la comunicación, y alzaba una barrera más infranqueable aún que las murallas protectoras de los burgos. Sabido es que en situaciones como la esbozada, los inmigrantes tienden a reafirmar su personalidad lingüística peculiar.
Por el contrario, cuando la discriminación jurídica y social se borró, la lengua occitana empezó a declinar de forma rápida. A la extinción del occitano debió de contribuir decisivamente otro motivo: el cese de las migraciones ultrapirenáicas, que rompía la vinculación de las comunidades con sus lugares originarios.
Más importancia aún tuvo otro factor en la desaparición del occitano: la expansión territorial y la difusión social del romance navarro, diverso, obviamente, del occitano, pero sin que la diversidad implicase obstáculo insalvable para la comprensión. De ahí que el occitano, debilitado por las razones apuntadas, acabase diluyéndose en el navarro. Sus últimas huellas se advierten aún hoy en la antroponimia; baste recordar la conservación en la actual sociedad navarra de apellidos tan frecuentes como Anaut, Cruzat, Pejenaute, Testaut, etc.
Prueba indirecta del proceso experimentado por el occitano -implantación, desarrollo y extinción- en el eje del camino compostelano, tal como ha sido expuesto, lo constituye el diverso comportamiento experimentado en el sureste de Navarra, donde el vascuence ya se había replegado geográficamente, al menos en la alta Edad Media. Esta zona no estuvo exenta de influencia francesa. Recuérdese cómo Tudela, reconquistada bajo Alfonso el Batallador por el Conde Rotrón de Alperche, a cuyo señorío, junto con Corella, pasó en recompensa, fue la última ciudad fiel a la dinastía navarra -que usaba el bearnés- frente a Castilla. Muestra de esa vinculación son las numerosas donaciones, ya durante el siglo XII, al monasterio de Saint Pons de Thomières, en Arguedas, Valtierra, Cadreita y en la misma Tudela; igual ocurre en otras poblaciones con varios monasterios franceses. Sin embargo, las modalidades lingüísticas foráneas debieron de conocer escaso o nulo cultivo en aquella región; esto es lo que se desprende de la documentación procedente de tal zona.
A esta manifestación negativa de carácter general cabe añadir un dato particular, muy preciso y revelador, que apunta en idéntica dirección: antes de 1340, un notario de Villafranca de Ebro traduce a su romance navarro la versión occitana del Fuero de Jaca -aquella que iban a consultar los pamploneses (cf. supra)-, prueba palmaria de su falta de familiaridad con la lengua original, a su vez reiteradamente ratificada por la circunstancia de incurrir en abundantes errores gramaticales y léxicos.
El occitano gozó de tratamiento literario en Navarra. Compuestos en él se conservan dos extensos poemas, la Cansó de la crozada, cuya primera parte se debe a Guilhem de Tudela*, y La guerra civil de Pamplona -según lo tituló su primer editor-, de Guilhem Anelier de Tolosa*. Si se recuerdan las pérdidas padecidas por los textos literarios medievales, cabe creer con fundamento que, cuando se han conservado dos obras, debieron de existir bastantes más.
Bibliografía
S. García Larragueta, Documentos navarros en lengua occitana (primera serie). “ADF”, (1976), 2, 395-729. F. González Ollé, La lengua occitana en navarra, “RDTP”, (1969), 25, 285-300.