LIBRO MANUSCRITO
LIBRO MANUSCRITO
Las primeras noticias referentes a libros hechos a mano, navarros, proceden del siglo IX. San Eulogio, en su recorrido por los monasterios de Leire, Igal, Urdaspal, Cillas y Siresa, tuvo ocasión de copiar varios ejemplares: la Ciudad de Dios de San Agustín, La Eneida de Virgilio, composiciones métricas de Juvenal, etc. títulos que revelan la preocupación literaria de los monjes navarros y la influencia del renacimiento carolingio al sur de los Pirineos.
En el siglo X los monasterios riojanos constituyeron el foco cultural más importante del reino navarro. En la comunidad de Albelda, en 951, el obispo de Puy-en-Velay, Gotescalco, encargó la copia de un códice con el tratado de San Ildefonso sobre la Virginidad perpetua de Santa María. En 976 el monje Vigila escribió el código Vigilano o Albeldense, en el que se reúnen los principales textos canónicos, jurídicos, calendario mozárabe, etc. En el de San Millán de la Cogolla se escribió el códice Emilianense (992), obra muy vinculada a la copia del Vigilano. La influencia de Castilla es patente, hecho que queda perfectamente reflejado en la curiosidad que los escritores monásticos riojanos mostraron hacia la historia de la monarquía astur-leonesa. De ellos proceden las más antiguas copias conocidas de las crónicas llamadas de “Alfonso III” y de “Albelda”, así como otros textos históricos como la Crónica Profética. En ellos se inició también la historiografía pamplonesa. El códice de Roda, escrito en Nájera a finales del siglo X, contiene textos de interés estrictamente navarro: genealogías de las dinastías reales de Pamplona y de los condes de Aragón, Pollars, Gascuña y Tolosa; un obituario de los obispos de Pamplona, etc. A pesar de su paulatina “navarrización”, las comunidades religiosas riojanas siguieron abiertas a las corrientes culturales que llegaban del occidente peninsular y de la Europa continental. Entre 1065 y 1075, en San Millán, en el centro de la encrucijada entre las influencias llegadas de Europa y de Andalucía, se resume el argumento de la Chanson de Roland. Llama la atención la temprana apertura hacia temas literarios y profanos.
Para el período románico en el campo de la pintura miniada se pueden citar un buen número de obras, algunas de singular calidad. Entre los más notable figuran la Biblia compuesta para Sancho el Fuerte, bajo la dirección de su canciller Ferrando Pérez de Funes (1197). Es una Biblia pumeto, vidas de santos y Apocalipsis de San Juan. Se conocen otras Biblias salidas del mismo taller. En la Biblioteca Nacional de París se conserva un “Beato” escrito en letra gótica, con 60 miniaturas realizadas en la técnica de las vidrieras y esmaltes del siglo XIII. Algunos misales y estatutos de cofradías van también ilustrados con bellas miniaturas o iniciales.
En el siglo XII funcionó ya alguna escuela catedralicia en Pamplona, de la que formaba parte el inglés Roberto Ketton. Por encargo de Pedro el Venerable, abad de Cluny, Ketton realizó la primera versión latín del Corán (1143), escribió el resumen de la vida de Mahoma y sus seguidores, y tradujo diversos tratados científicos de astronomía, álgebra de Al-Jwarizmi y el Liber de compositione alchimiae. De la comunidad hebrea de Tudela queda el relato de Benjamín de Tudela (1171) sobre un curioso viaje por Oriente. Hacia 1214 Guillermo de Tudela escribió la Chanson de la Croisade Albigeoise, poema provenzal. De finales del siglo XIII se conserva en el Archivo General de Navarra la más antigua imitación en verso de la Chanson de Roland, hecha en romance peninsular y algunos cartularios reales y monacales. La casa de Champaña introdujo un nuevo método de administración, especialmente financiera. Teobaldo I (1234-1253) procuró reunir en cartularios o registros la documentación de sus predecesores y la suya propia. Entonces se introdujeron los registros de contabilidad (libros de comptos, de expensas, de censos, de labores, de diezmos, etc), que pertenecieron a lo largo de la Edad Media. En la Biblioteca Capitular de Pamplona se guardan dos breviarios del siglo XIV, decorado el más antiguo (1332) con capitales miniadas, la guía litúrgica diocesana redactada durante el episcopado de Arnalt de Barbazán (1318-1355), y un Evangeliario, en el que se incluye un juramento sobre la elección de obispos, protegido por cubiertas de plata cincelada y dorada. Más antiguo es el Evangeliario de Roncesvalles, códice de finales del XII o principios del XIII, con rica ornamentación de madera chapeada en plata repujada y cincelada.
De la segunda mitad del siglo XIV se alberga en el Archivo General de Navarra el Ceremonial de la coronación, unción y exequias de los Reyes de Inglaterra, códice inglés de soberbias miniaturas. En el siglo XV, tras el turbulento reinado de Carlos II -sobre el que no faltan referencias a la compra de libros de horas y misales-, sucedió la paz de Carlos III el Noble (1387-1425), y con ella una espléndida renovación artística y cultural. Entre los libros de uso personal del monarca y los regalados a familiares y miembros de la Corte, los documentos descubren la primacía de los de rezo: misales, breviarios, salterios y libros de horas de Santa María, aunque también aparecen la literatura clásica -en 1392 adquirió las obras de Ovidio-, libros de temas épicos, enriquecidos por los romances Lancelot, Robatón y Santa Isabel, Ysopet, Alixandre y Pacho, procedentes del noble Pierres de Lesaga. El inventario de la biblioteca del Príncipe de Viana suma un centenar de volúmenes, de los que destacan las copias de las Comedias de Terencio, de la Ética y Política de Aristóteles y de obras de Boecio y Salustio. El clero rural también estaba en posesión de pequeños fondos librarios como se desprende de la documentación de 1411 y 1423, en la que se constata que, tras el incendio de las iglesias parroquiales de Huarte-Araquil y de Igoa, se perdieron todos los libros. Del mismo modo, los judíos de Tudela y Estella conservaban gran número de libros llamados “judevendos”, como el salterio judaico, el libro de profecías de Isaías, el libro de declaración de profecías, el “libret de horas”, el salterio de David “en judaico”, el Talmut, etc todos ellos de carácter esencialmente religioso.
La llegada de la imprenta*, no desterró totalmente la costumbre de copiar libros a mano. Así quedan ejemplares de Crónicas de los Reyes de Navarra, como la del Príncipe de Viana y la de Dávalos de la Piscina, libros de teología moral, liturgia, derecho y armería.
La copia e iluminación del libro manuscrito era una actividad larga y difícil. Según un documento de 1407, se pagaron tres florines de oro a Johan Flamenc por escribir e iluminar un salterio, trabajos frecuentes en épocas de renovación artística y cultural. Carlos III el Noble tenía a su servicio copistas e iluminadores como Domenjón Burnel (1394), Tomás Dousnart (1401), Johan Flamenc (1407) y Juan Climet (1412), todos ellos de origen extranjero. María la cordonera hizo el “tecido” para cerrar un salterio, cuyos cierres puso el argentero Juan de Egües (1407). La encuadernación se realizaba con pergamino o telas de diversos colores y tablas de madera. En ocasiones, como se atestigua en un documento de 1429, se añadían zafiros, perlas y plata, con el fin de decorar los temas elegidos. Entre éstos destacan el Pantocrator en la cubierta delantera y la Crucifixión de la tapa posterior, según apareciera en los Evangeliarios de la Catedral de Pamplona y de la Colegiata de Roncesvalles.
Bibliografía
J.R. Castro y F. Idoate. Catálogo del Archivo General de Navarra (52 vols) (Pamplona, 1952-1974). J. M. Jimeno Jurío, La imprenta, revolución cultural, en La imprenta en Navarra. J.M. Lacarra, Historia del reino de Navarra en la Edad Media (Pamplona, 1976). S. Silva y Verastegui, Iconografía del siglo X en el Reino de Pamplona-Nájera (Pamplona, 1984).